Categoría: Comuneros

  • La indisoluble unión de Castilla: Un legado que debe perdurar

    La indisoluble unión de Castilla: Un legado que debe perdurar

    En el vasto tapiz de la historia de España, pocas regiones han dejado una huella tan profunda y duradera como Castilla. Desde sus orígenes medievales hasta su influencia global en el Nuevo Mundo, Castilla ha sido el corazón palpitante de una identidad que trasciende fronteras y épocas. Sin embargo, en los últimos siglos, esta rica herencia ha enfrentado desafíos significativos, especialmente tras la Guerra de Sucesión Española, que marcó el inicio de una era borbónica que, en muchos aspectos, desvinculó a Castilla de su glorioso pasado. Es imperativo, en el contexto actual, reivindicar y fortalecer el hermanamiento indisoluble entre Castilla y sus territorios históricos, incluyendo los antiguos dominios del Reino de León y las vastas posesiones en América que, antes de la formación de España, pertenecieron a la Corona de Castilla.

    Castilla: El núcleo de una corona histórica

    Castilla no es solo una región geográfica; es el símbolo de una unidad política y cultural que ha forjado la historia de la península ibérica. La Corona de Castilla, una de las principales entidades políticas de la Edad Media y Moderna, abarcaba no solo Castilla y León, sino también otros territorios que, juntos, conformaron una potencia que expandió su influencia más allá del Atlántico. Este legado se refleja en la lengua, las tradiciones y las estructuras administrativas que aún perduran en diversas regiones.

    El Reino de León y su herencia común

    El Reino de León, al unirse con Castilla, no solo expandió sus fronteras territoriales, sino que también enriqueció su patrimonio cultural y administrativo. La fusión de estos reinos permitió la creación de una identidad común que ha perdurado a lo largo de los siglos. Esta unidad histórica es un pilar fundamental para comprender la cohesión interna de Castilla y su capacidad para integrar diversas regiones bajo un mismo estandarte.

    La Guerra de Sucesión Española: Un punto de inflexión

    La Guerra de Sucesión Española (1701-1714) no solo fue un conflicto dinástico, sino también un momento decisivo que redefinió el destino de Castilla y sus territorios. Con la victoria de los Borbones, se instauró una nueva dinastía que, en su afán por centralizar el poder, comenzó a distanciarse de las tradiciones y estructuras que habían caracterizado a la Corona de Castilla. Este cambio de paradigma no solo afectó la nomenclatura y las instituciones, sino que también debilitó los lazos que unían a Castilla con sus antiguas posesiones.

    La pérdida de la identidad castellana

    La adopción del nombre «España» por parte de la monarquía borbónica representó un alejamiento de la identidad específica de Castilla. Este cambio no solo tuvo implicaciones simbólicas, sino que también afectó la administración y la representación de los territorios históricos. Al abandonar el nombre de la Corona de Castilla, se perdió una parte esencial de la identidad que había consolidado el poder y la cohesión interna de la región durante siglos.

    Los territorios americanos: Herencia Castellana y su reconocimiento

    Antes de la formación de España como nación unificada, los territorios americanos estaban bajo la égida de la Corona de Castilla. Desde México hasta Perú, estas regiones fueron administradas y culturalmente influenciadas por Castilla, lo que dejó una huella imborrable en su desarrollo. Reconocer esta conexión histórica es fundamental para entender la verdadera magnitud del legado castellanista en el continente americano.

    La influencia cultural y administrativa

    La lengua, la arquitectura, las instituciones y las tradiciones de numerosos países americanos son testimonio de la profunda influencia de la Corona de Castilla. Este legado no debe ser ignorado ni diluido por narrativas posteriores que intentan homogenizar la identidad ibérica bajo el término «España». Rescatar y valorar esta herencia es crucial para fortalecer los lazos históricos y culturales que aún persisten.

    Castilla Hoy: Un llamado a la unidad y la identidad

    En la España contemporánea, es esencial reconocer y valorar la contribución histórica de Castilla a la identidad nacional. La unión indisoluble entre Castilla y sus territorios históricos no solo es una cuestión de orgullo, sino también una necesidad para preservar la riqueza cultural y administrativa que ha caracterizado a esta región durante siglos.

    Reivindicación de la identidad Castellana

    Reforzar la identidad castellana implica promover el conocimiento y el respeto por su historia, sus tradiciones y su legado. Esto no solo enriquece la diversidad cultural de España, sino que también fortalece el sentido de pertenencia y cohesión social. La educación, los medios de comunicación y las políticas culturales deben alinearse para resaltar la importancia de Castilla en el marco nacional.

    Fortalecimiento de los lazos históricos

    Para mantener el hermanamiento indisoluble entre Castilla y sus antiguos territorios, es necesario fomentar iniciativas que promuevan el intercambio cultural, económico y político. La colaboración con las regiones que formaron parte de la Corona de Castilla, así como con los países americanos que comparten esta herencia, puede revitalizar los vínculos históricos y generar beneficios mutuos.

    La Falsa Bórbónica: Un obstáculo a superar

    La hegemonía borbónica, instaurada tras la Guerra de Sucesión, ha intentado homogenizar la identidad ibérica, minimizando la singularidad y el valor de la Corona de Castilla. Esta estrategia no solo ha diluido la riqueza cultural de Castilla, sino que también ha generado tensiones y divisiones internas que podrían evitarse mediante un reconocimiento más profundo de la historia y las tradiciones castellanistas.

    La necesidad de una revisión histórica

    Es imperativo revisar y reinterpretar la historia desde una perspectiva que reconozca y valore la contribución de la Corona de Castilla. Esto implica cuestionar las narrativas hegemónicas que han privilegiado la centralización borbónica en detrimento de las identidades regionales. Solo a través de una revisión equilibrada se puede restaurar la dignidad y el prestigio de Castilla en el imaginario nacional.

    Conclusión: Hacia una España plena de su legado Castellano

    La unión indisoluble entre Castilla y sus territorios históricos es más que una reivindicación del pasado; es una apuesta por un futuro donde la riqueza cultural y administrativa de Castilla sea reconocida y valorizada. En un mundo globalizado, donde las identidades locales son cada vez más importantes, reafirmar el papel central de Castilla en la historia y la actualidad de España es fundamental para construir una nación más cohesiva y orgullosa de su legado.

    Invito a todos los castellanos y a los amantes de la historia a reflexionar sobre la importancia de mantener y fortalecer estos lazos históricos. Reconocer y honrar la herencia de la Corona de Castilla no solo enriquece nuestra identidad nacional, sino que también nos permite avanzar con una mayor comprensión y respeto por nuestras raíces. La historia de Castilla es una historia de unidad, resiliencia y grandeza que merece perdurar indisoluble a través de los tiempos.

  • Los comuneros, del poeta Luis López Álvarez

    Los comuneros, del poeta Luis López Álvarez

    16Este es el poema que cerraba el largo poema épico Los comuneros, del poeta Luis López Álvarez. A finales de los 60, el grupo castellano Nuevo Mester de Juglaría adaptó parte del libro con melodías tradicionales en su disco Los comuneros; también en ese disco cerraba este fragmento del poema, que se convirtió en el himno regionalista castellano, y que ellos llamaron:

    Castilla,

    canto de esperanza

    1521

    y en Abril para más señas,

    en Villalar ajustician

    a quienes justicia pidieran.

    ¡Malditos sean aquellos

    que firmaron la sentencia!

    ¡Malditos todos aquellos

    los que ajusticiar quisieran

    al que luchó por el pueblo

    y perdió tan justa guerra!

    Desde entonces, ya Castilla

    no se ha vuelto a levantar

    ¡ay, ay!

    no se ha vuelto a levantar

    en manos de rey bastardo

    o de regente falaz,

    ¡ay, ay!

    o de regente falaz,

    siempre añorando una junta

    o esperando un capitán

    ¡ay, ay!

    o esperando un capitán.

    Quién sabe si las cigüeñas

    han de volver por San Blas,

    si las heladas de Marzo

    los brotes se han de llevar,

    si las llamas comuneras

    otra vez repicarán:

    cuanto más vieja la yesca,

    más fácil se prenderá,

    cuanto más vieja la yesca

    y más duro el pedernal:

    si los pinares ardieron,

    ¡aún nos queda el encinar!

  • La gran conspiración contra Castilla: ¿quién teme al corazón espiritual de España?

    La gran conspiración contra Castilla: ¿quién teme al corazón espiritual de España?

    1. Castilla en la forja de la identidad española

    1.1. Los inicios de Castilla como motor cultural y político

    Para entender por qué Castilla se ha considerado durante siglos el corazón espiritual de España, es esencial remontarse al surgimiento de los primeros condados castellanos en el contexto de la Reconquista. Castilla, nacida como un pequeño condado en la frontera oriental del Reino de León, logró labrarse un papel protagónico gracias a una serie de condes y monarcas que impulsaron la expansión de sus dominios y, con ella, la ideología de una España unificada bajo la fe católica.

    En la Alta Edad Media, la “ideología de frontera” acuñada por los primeros condes castellanos marcó el carácter aguerrido, austero y religioso de esta región. Nombres como Fernán González, mito fundador del condado, aunaron un fuerte sentido de independencia con un espíritu militar que llevaría a Castilla a convertirse en cabeza de la futura Corona. Por tanto, el origen de Castilla no solo fue bélico y expansionista, sino también cultural, pues desde temprano estableció lazos literarios y lingüísticos que darían forma al futuro castellano—la lengua que acabaría imponiéndose en la Península y se convertiría, con el tiempo, en uno de los principales idiomas del mundo.

    Esta temprana hegemonía cultural de Castilla se vio reforzada por los monasterios y centros de estudio que proliferaron en su territorio. Ejemplo de ello es el scriptorium del Monasterio de Silos y otros focos monacales, que copiaban y promovían la literatura, la liturgia y, en definitiva, la cultura cristiana. Allí se crearon obras fundacionales de la lengua castellana y se transmitieron valores religiosos y morales que más tarde se exportarían con la Conquista de América.

    1.2. La unificación bajo los Reyes Católicos

    El papel de Castilla como núcleo vertebrador se consolidó con la unión dinástica de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón a finales del siglo XV. Aunque en lo formal se trataba de una confederación de reinos, en la práctica fue la Corona de Castilla la que aportó la mayor parte del caudal económico y demográfico. El matrimonio de los Reyes Católicos se basaba en la integración mutua de ambos reinos, pero la estructura profunda del poder y de los recursos descansaba, principalmente, en Castilla.

    Isabel la Católica, figura mítica y líder espiritual, impulsó la reforma de la Iglesia en sus reinos y promovió la evangelización. Bajo su mandato, se inició la expansión hacia el Atlántico con la empresa de Cristóbal Colón, financiada en su mayoría por la Corona de Castilla. De esta forma, la conquista y la evangelización del Nuevo Mundo se harían en lengua castellana, acompañadas de la impronta religiosa y cultural característica de Castilla. Este hito fundacional de la Monarquía Hispánica expandió la fe católica por gran parte del globo, afianzando la imagen de Castilla como “motor de la cristiandad” y pilar esencial de la expansión europea.


    2. La Guerra de las Comunidades y la represión contra Castilla

    2.1. Contexto y causas del conflicto

    Tras la muerte de Isabel I en 1504, y posteriormente la de Fernando el Católico en 1516, el joven Carlos I heredó la Corona castellana y aragonesa, además de aspirar a convertirse en emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. El anhelo de Carlos—nacido y criado en Flandes—de financiar su candidatura para ser Emperador chocó con un sentimiento creciente de malestar en Castilla. La nobleza castellana se había sentido tradicionalmente relegada con la llegada de un rey extranjero, y las clases urbanas percibían un progresivo aumento de impuestos para sostener las ambiciones imperiales de Carlos.

    En 1520, este descontento cuajó en el levantamiento de las Comunidades, encabezado por ciudades como Toledo, Segovia o Salamanca. En esencia, la guerra de las Comunidades representó la pugna entre los intereses de una Castilla que reclamaba autonomía y respeto a sus fueros, frente a un monarca cuyos proyectos políticos iban más allá de la Península Ibérica. Este conflicto, si bien no se prolongó demasiado en el tiempo—apenas unos dos años—, dejó una huella imborrable en la memoria colectiva de Castilla: la idea de que las aspiraciones castellanas habían sido aplastadas por el poder real con la ayuda de otras regiones y facciones leales a Carlos.

    2.2. Consecuencias políticas y económicas

    La represión posterior a la derrota de los comuneros dio lugar a una reestructuración profunda en el seno de la Corona. Castilla, que había sido el pilar económico del reino, pasó a estar sometida a una presión fiscal elevada para sostener la política exterior del Emperador. Los recursos castellanos se canalizaron hacia guerras en Europa—contra Francia, el Imperio Otomano, los príncipes protestantes alemanes—y la gestión de un Imperio que se extendía por el centro de Europa e Italia.

    El sometimiento de Castilla no solo fue económico, sino también moral: la ejecución de líderes comuneros como Padilla, Bravo y Maldonado sembró el terror y desincentivó cualquier otra insurrección. Desde entonces, se acusa a la Monarquía de los Austrias, con Carlos I a la cabeza, de haber reducido a Castilla a una suerte de “colonia interna”, explotando sus recursos humanos y materiales para fines imperiales que poco revertían en mejoras para las provincias castellanas. Así, se puede afirmar que, a partir de la Guerra de las Comunidades, comienza una sistemática marginación de Castilla, cuyo papel central se vería progresivamente mermado.


    3. Castilla bajo los Austrias y su rol en la evangelización

    3.1. La gran expansión transatlántica

    Pese a la represión poscomunera, la Corona de Castilla siguió siendo el instrumento clave para la expansión ultramarina. El Consejo de Indias y la Casa de Contratación, radicados en Sevilla, centralizaron el comercio y la administración de los territorios americanos, que formalmente dependían de la Corona castellana. Así, los bienes y riquezas que llegaban del Nuevo Mundo nutrían tanto la hacienda real como el mercado interno de Castilla.

    En este escenario, misioneros y frailes castellanos—franciscanos, dominicos, mercedarios y, más tarde, jesuitas—lideraron la labor evangelizadora en el continente americano. Desde el punto de vista cultural, se exportó la lengua castellana como vehículo de transmisión del cristianismo y, a su vez, como medio de integración entre los pueblos indígenas y la nueva administración colonial. La figura de fray Bartolomé de las Casas ilustra la vocación evangélica castellana, con su defensa de los derechos de los indígenas y su aspiración de un reino cristiano verdaderamente universal.

    3.2. Valores universales heredados de la reina Isabel

    La Reina Isabel la Católica legó una visión misionera y reformista que impregnó la expansión castellana en América. Su testamento, con claras referencias a la evangelización y al trato respetuoso con los indígenas, se convirtió en una especie de guía moral para muchos conquistadores y religiosos castellanos. Bajo su influjo, y durante gran parte del reinado de los Austrias, se desarrolló la llamada “Escuela de Salamanca”, donde teólogos y juristas—Francisco de Vitoria, Domingo de Soto, entre otros—reflexionaron sobre los derechos humanos, la legitimidad de la Conquista y la dignidad de los pueblos nativos.

    De esta manera, Castilla no solo exportaba una fe y un idioma, sino también una corriente de pensamiento que—con sus luces y sombras—sentó precedentes en materia de legislación internacional y de la concepción de la dignidad humana. Así, la dimensión espiritual de Castilla trascendía lo puramente político, erigiéndose en referente moral y religioso para buena parte del orbe católico de la época.


    4. La Guerra de Sucesión: el alzamiento de los Borbones

    4.1. El conflicto sucesorio entre Austrias y Borbones

    A la muerte de Carlos II, último rey de la dinastía de los Austrias, se desató una crisis sucesoria que dividió a Europa. El testamento de Carlos II nombraba heredero al duque de Anjou, nieto de Luis XIV de Francia, que reinaría como Felipe V. Sin embargo, la coalición liderada por Austria, Inglaterra y Holanda se oponía a que un Borbón pudiera sentarse en el trono de España, temiendo la hegemonía francesa.

    En el interior de la Monarquía Hispánica, se produjo una división territorial: la Corona de Aragón, recelosa de la centralización borbónica, se inclinó mayoritariamente por el Archiduque Carlos de Austria, mientras que gran parte de Castilla—fiel a la línea del testamento—respaldó a Felipe de Anjou. Con sus ejércitos y recursos, Castilla fue fundamental para el triunfo de los Borbones en la Guerra de Sucesión (1701-1714).

    4.2. El papel de Castilla en la victoria borbónica

    El apoyo militar y financiero de Castilla a Felipe V fue decisivo. Mientras la Corona de Aragón quedó devastada en la parte final del conflicto, la cohesión de las tropas castellanas sostuvo la causa borbónica. Se argumenta que sin la fidelidad de las villas y ciudades castellanas, Felipe V difícilmente hubiese podido imponerse. Paradójicamente, la victoria de los Borbones supuso, más adelante, la implantación de los Decretos de Nueva Planta (1716), que reorganizaron la administración en los antiguos territorios de la Corona de Aragón, desmantelando sus fueros e instituciones particulares.

    Para Castilla, aquellos decretos no trajeron beneficios significativos a largo plazo. Si bien formalmente se consolidó un Estado más centralizado, se mantuvo la dependencia fiscal de las provincias castellanas, cuyo esfuerzo bélico durante la Guerra de Sucesión había sido enorme. De nuevo, se vislumbra la dinámica histórica por la cual Castilla pone la base material y humana para sostener la Monarquía, pero los beneficios se distribuyen de forma desigual. Esto contribuiría, con el paso de los siglos, a la sensación de agravio y de desmantelamiento de la identidad castellana.


    5. La identidad castellana en la era contemporánea

    5.1. Del Antiguo Régimen a la Transición

    La centuria que va de finales del siglo XVIII a comienzos del siglo XX vio surgir en España un intenso proceso de cambios: la invasión napoleónica, las guerras carlistas, las revoluciones liberales y la posterior restauración borbónica configuraron un escenario complejo. En muchos de estos eventos, Castilla siguió aportando tropas, recursos y un fuerte sentimiento de hispanidad en momentos críticos para la unidad nacional. Sin embargo, la progresiva industrialización—sobre todo en regiones como Cataluña o País Vasco—y la migración campo-ciudad comenzaron a desdibujar los equilibrios regionales.

    Hacia finales del siglo XIX y principios del XX, el regeneracionismo de Joaquín Costa y otros intelectuales clamaba por “despellejar” el caciquismo y la corrupción que corroía a España, al tiempo que demandaba una modernización social y económica. Pese a su centralidad cultural, Castilla se enfrentaba a un estancamiento agrario, a la pérdida de población y a una infraestructuración en comparación con otras zonas que empezaban a despegar.

    Tras la Guerra Civil (1936-1939) y el posterior régimen franquista, se reconfiguró el mapa político. Aunque el discurso oficial exaltaba la “españolidad” con un tinte que recordaba el espíritu castellano, en la práctica no se articularon políticas destinadas a revitalizar Castilla. La preferencia por el desarrollo industrial en zonas concretas, como Vizcaya, Barcelona o Madrid capital—en detrimento de la meseta y las regiones castellanas—acentuó la despoblación y el olvido de muchas provincias tradicionalmente vinculadas a la identidad castellana.

    5.2. La Transición y la “desarticulación” de Castilla

    Con la muerte de Franco en 1975 y el inicio de la Transición, se planteó una reorganización territorial del Estado que derivó, finalmente, en la Constitución de 1978 y el Estado de las Autonomías. Pese a que Castilla contaba con una enorme extensión territorial y con rasgos culturales e históricos que la unificaban—incluidos ciertos vínculos con regiones como La Rioja o Álava—, se optó por trocear la histórica Castilla en varias comunidades autónomas. Esto incluyó:

    • La creación de la comunidad de Castilla y León, que unificaba territorios de la antigua Corona de Castilla, pero dejaba fuera a La Rioja y a buena parte de lo que hoy es el País Vasco.
    • El surgimiento de Castilla-La Mancha, donde algunas provincias tuvieron afinidad histórica con Toledo, pero dejando dudas sobre la integración de Guadalajara, Cuenca o Albacete.
    • La inclusión de provincias con fuerte identidad castellana dentro de regiones con otros proyectos identitarios, como es el caso de Álava en la Comunidad Autónoma del País Vasco.

    Desde la perspectiva que defiende la importancia de Castilla como corazón espiritual de la nación, esta partición supuso un golpe directo a la vertebración histórica del país. A juicio de muchos defensores de la identidad castellana, se fragmentó deliberadamente un territorio que, si hubiese permanecido unido, habría recuperado su histórica preponderancia y su vocación evangelizadora y cristianizadora.


    6. El menosprecio económico y cultural de las provincias castellanas

    6.1. La brecha de desarrollo

    La industrialización en España, que se aceleró durante el siglo XX y parte del XXI, no favoreció por igual a todas las regiones. Sectores como el siderúrgico, el metalúrgico y el textil se concentraron en el País Vasco, Cataluña y, en menor medida, en Madrid, mientras que la Meseta Castellana quedó rezagada. Provincias como Soria, Zamora, Ávila o Cuenca presentan los índices de población más bajos de toda España y experimentan un envejecimiento acelerado.

    Los planes de infraestructuras tampoco han priorizado la vertebración de las zonas rurales de Castilla y su conexión con grandes centros de consumo. Existen tramos ferroviarios obsoletos, carreteras insuficientes y—en términos de inversión pública—un agravio comparativo respecto a otras comunidades autónomas con mayor peso demográfico o capacidad de presión política.

    6.2. El intento de “borrado” de la identidad castellana

    Desde la óptica de ciertos movimientos castellanistas, este rezago no es fruto de la casualidad, sino de una estrategia deliberada para evitar que Castilla recupere su papel central y, con ello, su capacidad de influir en la política nacional. Dichos movimientos argumentan que, tras la Transición, la asignación de competencias y la financiación autonómica se ha diseñado de modo que las regiones con mayor peso económico y poblacional se benefician en detrimento de aquellas donde la población es más dispersa y el tejido industrial más débil.

    A nivel cultural, se lamenta un silenciamiento de la historia castellana en los planes de estudio, que priorizan narrativas regionalistas en detrimento de una visión más amplia de la historia de España. Por ejemplo, apenas se destaca el papel de Castilla en la conformación del castellano como lengua global; se abordan muy superficialmente la Guerra de las Comunidades y la repercusión que tuvo para la identidad nacional; y tampoco se profundiza demasiado en la relevancia de los valores transmitidos por Isabel la Católica a la hora de concebir el Imperio Español.


    7. Los valores espirituales y cristianizadores: herencia viva

    7.1. Castilla como baluarte de la fe católica

    Históricamente, Castilla ha encarnado la defensa y la propagación de la fe católica dentro y fuera de la Península Ibérica. Desde la Reconquista contra el islam hasta la evangelización de América, existe un continuo histórico que remarca el carácter misional de la identidad castellana. Los monasterios, las catedrales y los caminos de peregrinación—en especial, el Camino de Santiago—fueron y son todavía referentes de un cristianismo arraigado en el corazón mismo de la Península.

    Las órdenes religiosas con fuerte arraigo en Castilla (franciscanos, dominicos, carmelitas descalzos, etc.) han marcado la historia de la Iglesia y han llevado la luz del Evangelio a remotos lugares del planeta. Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz o Santo Domingo de Guzmán encarnan este legado místico y teológico que arraigó en tierras castellanas y luego floreció en toda la Cristiandad.

    7.2. La universalidad del mensaje castellano

    La universalidad que se asocia a Castilla parte, por un lado, de la expansión lingüística del castellano y, por otro, de la cosmovisión católica. Ambos elementos se fusionaron en el contexto de la Monarquía Hispánica de los siglos XVI y XVII, cuando la misión de evangelizar América, Asia y África se consideraba un deber imperativo.

    La labor evangelizadora no se redujo simplemente a impartir la doctrina, sino que también supuso la creación de escuelas, universidades y obras de asistencia social que, en muchos casos, siguen funcionando en diversos países de América Latina. Este legado cultural y educativo se mantiene vivo hasta hoy y, a pesar de la secularización, subsisten importantes lazos espirituales que vinculan a Castilla con América, evocando el pasado común marcado por la fe y la cultura compartidas.


    8. Reflexiones finales: ¿por qué se teme el resurgir de Castilla?

    8.1. El mito de la amenaza castellanista

    A lo largo de la historia, cada vez que Castilla ha recuperado conciencia de su relevancia y ha tratado de reivindicar su papel, se ha despertado un recelo en otros territorios que temen una recentralización o una supuesta imposición cultural. Así ocurrió en época de Carlos I, que vio las Comunidades como una amenaza a su proyecto imperial; así sucedió tras el surgimiento de los Borbones, cuando el orden político buscaba diluir resistencias locales y, de alguna forma, unificar a su conveniencia; y así se repitió durante la Transición, cuando la reconfiguración del mapa autonómico marginó las aspiraciones de un “Castilla unida”.

    Algunos sostienen que, en un contexto de tensiones territoriales y nacionalismos periféricos, la emergencia de un nacionalismo castellano fuerte se considera un peligro para la estabilidad de España. Por ello, se habría preferido mantener a Castilla fragmentada, sin instrumentos políticos que permitan la vertebración de un proyecto propio ni la reivindicación de su historia.

    8.2. La persistencia cultural y la esperanza de un reconocimiento

    Pese a los intentos de “borrado” o de marginación, la identidad castellana pervive en sus costumbres, en su historia, en su patrimonio artístico y en su legado religioso. Desde las Catedrales góticas—Burgos, Toledo, León, Segovia—hasta la narrativa literaria que nació en el Mester de Clerecía, la impronta de Castilla en la cultura universal es incontestable.

    En la actualidad, el desafío pasa por reconocer ese legado sin caer en la mera nostalgia. Hay quienes abogan por un replanteamiento del modelo autonómico que devuelva a Castilla la consistencia territorial e identitaria que tuvo en el pasado, fomentando proyectos de desarrollo rural, promoción cultural y defensa de la lengua y la historia comunes. Asimismo, la revitalización de la fe y de la tradición cristianizadora podría encajar en un proyecto de revalorización de la espiritualidad hispana y de su vinculación con Iberoamérica.


    9. Conclusión

    La historia de Castilla es, en muchos sentidos, la historia de España. Desde su gestación como condado en la frontera oriental leonesa, pasando por la decisiva unión dinástica de Isabel y Fernando, la resistencia comunera frente a Carlos I, el papel crucial en la evangelización del Nuevo Mundo y en la implantación de los valores universales que hunden sus raíces en la tradición católica, hasta su apoyo decisivo en la Guerra de Sucesión. Todo ello ha configurado a Castilla como el eje vertebrador y el corazón espiritual de una España que, no pocas veces, ha tratado de minimizarla.

    Esta minimización se ha reflejado en la marginación económica, con provincias sumidas en la despoblación y con escasas inversiones, así como en la partición territorial durante la Transición, que separó regiones históricamente castellanas y las unió a otras comunidades. Lejos de ser un hecho puntual, la historia muestra repetidamente intentos de someter y fragmentar a Castilla para evitar que emerja como potencia espiritual y cultural, capaz de cimentar de nuevo un proyecto de unidad basado en la fe cristiana.

    No obstante, la pervivencia de su legado religioso, su lengua y su cultura testifica la fuerza de un espíritu que se ha negado a ser anulado. Las grandes corrientes de pensamiento, la mística carmelitana, la literatura de Cervantes, la piedad popular de la Semana Santa castellana o la monumentalidad de sus ciudades siguen siendo referentes indiscutibles. Castilla, en su vocación universal, llevó la fe católica y la lengua castellana a tierras remotas, encarnando un papel civilizador y evangelizador que marcó la historia de medio mundo.

    Es precisamente esa vocación universal y evangelizadora la que subyace al temor de quienes han buscado, a lo largo de los siglos, debilitar a Castilla. Temen la reaparición de un núcleo fuerte, con conciencia de su pasado y con capacidad de irradiar un mensaje espiritual potente. De ahí la reiterada fragmentación y el agravio económico que, una y otra vez, se han cernido sobre la meseta castellana.

    Sin embargo, la memoria histórica, la vitalidad cultural y el arraigo de la tradición religiosa siguen vivos. En el corazón de España—en sus ermitas y caminos, en sus pueblos y ciudades—resuena todavía ese aliento de grandeza que llevó a Castilla a encontrarse a sí misma en su fe y a compartirla con el mundo. Quizá sea solo cuestión de tiempo que la conciencia de este legado emerja de nuevo y que Castilla, sin imposiciones, recupere su auténtico lugar como corazón espiritual de España.

    El debate, por supuesto, está abierto. Hay quien discrepa de la visión de una Castilla intencionadamente marginada; hay quienes subrayan que la modernización del Estado requería una reconfiguración territorial, o quienes defienden el modelo autonómico actual como el mejor modo de gestionar la diversidad de España. Pero la huella castellanista y su impronta en la formación de la hispanidad son innegables. Basta con contemplar el mapa de la lengua castellana en el mundo—hablada por casi 600 millones de personas—para comprender que es la seña más palpable de la universalidad hispánica, forjada y transmitida por Castilla.

    Hoy, cuando España encara desafíos globales y tensiones internas, el recuerdo de la unidad que forjó Castilla en torno a la fe, la lengua y la monarquía puede servir de inspiración para reimaginar un proyecto común. Reconocer y honrar la tradición castellana no significa anular otras identidades de la Península, sino comprender las raíces compartidas y el hilo conductor que, a lo largo de los siglos, ha defendido valores espirituales, morales y culturales que trascienden fronteras regionales.

    En definitiva, la tesis de que Castilla ha sido—y en buena medida sigue siendo—el corazón espiritual de España se sustenta en sólidos fundamentos históricos y culturales: su papel central en la Reconquista, la unión de los Reyes Católicos, la Guerra de las Comunidades contra Carlos I, la evangelización del Nuevo Mundo y la aportación de valores universales. A pesar de los repetidos intentos de fragmentación y borrado, pervive la conciencia de una identidad castellanista que anhela recuperar, de un modo u otro, su lugar preeminente. Y es posible que, en un futuro, con las circunstancias adecuadas y el impulso de esa memoria histórica, Castilla vuelva a florecer, no para imponer, sino para compartir y difundir un mensaje espiritual y cultural que ha conformado la historia y la esencia de España desde hace casi un milenio.

  • María Pacheco

    María Pacheco

    María López de Mendoza y Pacheco (La Alhambra, Granada, c. 1496-Oporto, marzo de 1531), más conocida como María Pacheco, fue una noble castellana, esposa del general comunero Juan de Padilla. Tras la muerte de su marido, asumió desde Toledo el mando de la sublevación de las Comunidades de Castilla hasta que capituló ante el rey Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico en febrero de 1522.

    Infancia

    Hija de Íñigo López de Mendoza y Quiñones, I marqués de Mondéjar y II conde de Tendilla,​ conocido como el Gran Tendilla y de Francisca Pacheco, hija de Juan Pacheco, I marqués de Villena. Nació en Granada donde su padre fue nombrado por los Reyes Católicos alcalde perpetuo de la Alhambra,​ en el palacio del sultán Yusuf III.

    Tuvo ocho hermanos, entre ellos Luis Hurtado de Mendoza y Pacheco, II marqués de Mondejar; Francisco de Mendoza, obispo de Jaén; Antonio de Mendoza y Pacheco, virrey en las Indias, y Diego Hurtado de Mendoza, embajador y poeta.

    María adoptó el apellido materno para diferenciarse de otras dos hermanas, que se apellidaban Mendoza, con las que compartía el nombre. Se desconoce la fecha de su nacimiento, aunque hay documentación donde se declara que en la fecha de su boda en Granada, con Juan de Padilla, el 18 de agosto de 1511, tenía quince años.​

    Educada junto con otros de sus hermanos en el ambiente renacentista de la pequeña corte del Gran Tendilla, María era una mujer culta, con conocimientos de latín, griego, matemáticas, letras e historia. De niña presenció en 1500 los acontecimientos de la primera sublevación morisca desde su casa en el Albaicín.

    Casamiento

    Con catorce años de edad . el 10 de noviembre de 1510, se acuerdaron sus esponsales con Juan de Padilla, caballero toledano de rango inferior al de los Mondéjar.1​ En los escritos de la época, ella aparece como Doña María Pacheco, mientras que su marido recibe el trato de Juan de Padilla. En dicho acuerdo se le obligó a renunciar a sus derechos de herencia paterna a cambio de una dote de cuatro millones y medio de maravedíes.​

    En 1511 se celebró el matrimonio y en 1516 nació su único hijo, Pedro, que murió niño. Ese año falleció también el rey Fernando el Católico y fue nombrado rey de Castilla y Aragón el futuro emperador Carlos I.

    Guerra de las Comunidades de Castilla

    Al suceder Juan de Padilla a su padre en el cargo de capitán de gentes de armas, el matrimonio se trasladó a Toledo en 1518.1​ María Pacheco apoyó y quizá instigó a su no pacífico marido para que, en abril de 1520, tomase parte activa en el levantamiento de las Comunidades en Toledo. A continuación, Juan de Padilla acudió con las milicias toledanas más las madrileñas de Juan de Zapata en auxilio de Segovia para, junto a las milicias mandadas por Juan Bravo, regidor de Segovia, combatir las fuerzas realistas de Rodrigo Ronquillo. El 29 de julio de 1520 se constituyó en Ávila la Santa Junta y Padilla fue nombrado capitán general de las tropas comuneras.

    Sin embargo, las rivalidades entre los comuneros provocaron su sustitución por Pedro Girón y Velasco, ante lo cual Padilla regresó a Toledo. Cuando Girón desertó en diciembre al bando realista, Padilla volvió a Valladolid con un nuevo ejército toledano (31 de diciembre de 1520). Sus tropas tomaron Ampudia y Torrelobatón. Sin embargo, de nuevo surgieron disensiones dentro del ejército comunero. Todo ello provocó el debilitamiento de los sublevados, que fueron derrotados en una desigual contienda el 23 de abril de 1521, conocida como batalla de Villalar.

    Padilla fue hecho prisionero. Conducido al pueblo de Villalar, fue decapitado al día siguiente. Con él fueron ajusticiados Juan Bravo y Francisco Maldonado.

    Resistencia en Toledo

    En ausencia de Padilla, María gobiernó Toledo hasta la llegada el 29 de marzo de 1521 del obispo de Zamora Antonio de Acuña,​ cuando se vio obligada a compartir el poder con él. Al recibir las malas noticias sobre Villalar, María cayó enferma y se vistió de luto. Sin embargo, en vez de abandonar, María Pacheco va a liderar la última resistencia de las Comunidades en Toledo. Dirige, desde su casa primero y desde el alcázar de la ciudad después, la resistencia a las tropas realistas, estacionando defensores en las puertas de la ciudad y mandando traer la artillería desde Yepes, implantando contribuciones y nombrando capitanes de las tropas comuneras toledanas. Tras rendirse Madrid el 7 de mayo, solo resistía Toledo. Ante ello, el resto de los dirigentes comuneros de la ciudad se inclinan por capitular, pero ella logró evitar la rendición. Incluso el obispo Acuña huyó el 25 de mayo intentando llegar a Francia. Parte de la rivalidad con Acuña se debía a su intención de lograr la mitra toledana, primada de España, que María deseara para su hermano Francisco de Mendoza.​

    María Pacheco llegó a prolongar la resistencia nueve meses después de la batalla de Villalar aunque este hecho se deba, más que a la feroz resistencia, a que el ejército real tuvo que acudir a Navarra para neutralizar el intento de recuperación del Reino por parte de tropas navarras. Para mantener el orden en Toledo, María llegó a apuntar los cañones del Alcázar contra los toledanos. El 6 de octubre requisó, entrando de rodillas en el Sagrario de la catedral de Santa María, la plata que allí se contiene para poder pagar a las tropas.1​

    Mientras tanto las tropas realistas, con diversos combates de abril a agosto, cercaron finalmente Toledo. El 1 de septiembre de 1521 comenzó el bombardeo. El 25 de octubre de 1521 se firmó una tregua favorable para los sitiados, el llamado armisticio de la Sisla, de modo que los comuneros evacuaron el Alcázar, aunque conservando las armas y el control de la ciudad. Esta situación inestable culminó el 3 de febrero de 1522 con un nuevo alzamiento de la ciudad, en el que María Pacheco y sus fieles tomaron el alcázar y liberaron a los comuneros presos. No obstante, la sublevación fue sofocada por las tropas realistas al día siguiente. Gracias a la connivencia de algunos de sus familiares, entre ellos su cuñado, Gutierre López de Padilla, su hermana Maria de Mendoza, condesa consorte de Monteagudo de Mendoza, y su tío, Diego López Pacheco II marqués de Villena, María Pacheco logró huir disfrazada de aldeana de la ciudad en la noche con su hijo de corta edad y se exilió en Portugal.1​

    La huida de doña María se produjo mediante un pacto, que le permitía su fuga con la connivencia de uno de los guardias de la puerta del Cambrón. Con un pequeño séquito que la esperaba junto al Tajo, se dirigió a Escalona, donde su tío el marqués de Villena en Escalona se negó a hospedarla, si bien después su tío Alonso Téllez Girón la acogería en su villa de la Puebla de Montalbán hasta que su sentencia condenatoria la obligó a huir del reino. Mientras se dirigía a Portugal, contratando a diario guías distintos para salir de los caminos principales y evitar la delación, el alcalde toledano Zumel sembró de sal el solar de sus casas, levantando una columna con un letrero inculpatorio hacia María Pacheco y sus cómplices. Más adelante, su cuñado Gutierre, heredero del mayorazgo, conseguiría licencia real para reedificar las casas, pero jamás logró el perdón real para doña María ni permiso para el traslado de los restos de Juan Padilla a Toledo.

    Exilio

    Exceptuada en el perdón general del 1 de octubre de 1522 y condenada a muerte en rebeldía en 1524, María subsiste en Portugal con dificultades. Aunque Juan III de Portugal no responde a las peticiones de expulsión que le llegan desde la corte castellana, María no tiene más remedio que subsistir de la caridad, del arzobispo de Braga primero, y del obispo de Oporto, Pedro Álvarez de Acosta, después, en cuya casa vivió.

    A pesar de los intentos de sus hermanos, Luis Hurtado de Mendoza y Pacheco, II marqués de Mondéjar y III conde de Tendilla, y Diego Hurtado de Mendoza, embajador de Carlos I, María Pacheco no logró el perdón real y vivió en Oporto hasta su muerte en marzo de 1531. Fue enterrada en la catedral de Oporto, ante la negativa de Carlos I a que sus restos se trasladasen a Olmedo, para que descansaran junto a los de Juan de Padilla, su esposo.

    Su hermano menor, el poeta Diego Hurtado de Mendoza, escribió este epitafio:

    Si preguntas mi nombre, fue María,
    Si mi tierra, Granada; mi apellido
    De Pacheco y Mendoza, conocido
    El uno y el otro más que el claro día
    Si mi vida, seguir a mi marido;
    Mi muerte en la opinión que él sostenía
    España te dirá mi cualidad
    Que nunca niega España la verdad.
  • El Levantamiento del conde de Salvatierra

    El Levantamiento del conde de Salvatierra

    El levantamiento del conde de Salvatierra es el nombre historiográfico que recibe el alzamiento armado de Pedro López de Ayala, conde de Salvatierra, a favor de la Santa Junta, durante la Guerra de las Comunidades de Castilla.

    En Alava, Diego Martínez de Álava ocupaba desde 1498 el cargo de diputado general de la provincia y sus relaciones con el conde de Salvatierra se habían visto deterioradas al mismo tiempo que el poder real se afianazaba sobre sus dominios. Por ello, en septiembre de 1520 Ayala lo denunció ante la Junta de Tordesillas por corrupción fiscal y otros cargos, la cual respondió solicitando abrir una investigación sobre el caso, investigación que se confió a Antonio Gómez, diputado de la hermandad. La negativa de Vitoria y la hermandad de obedecer las órdenes de la Junta le valió la antipatía del conde, y pronto las relaciones entre este y el órgano de gobierno comunero en Tordesillas se hicieron más estrechas.

    Nombramiento para capitán general e iniciativas militares

    Ganada la confianza de los comuneros, el conde de Salvatierra fue designado, el 6 de noviembre de 1520, capitán general del norte de España en estos términos, confiriéndole el poder para nombrar funcionarios:

    Capitán general (…) del Condado de Vizcaya e provincias de Guipúzcoa e Álava e de las cibdades de Vitoria e Logroño e Calahorra e Santo Domingo de la Calzada e de las siete Merindades de Castilla Vieja e de todas las otras cibdades, villas e logares e merindades e tierras e bailes que caen y están desde la cibdad de Burgos hasta la mar.

    Los esfuerzos de las autoridades reales para convencer al conde de abandonar la causa comunera no dieron frutos, a pesar de las gestiones del Consejo Real, exigiéndole su presencia en Burgos, o del licenciado Leguízamo, en enero. Y ya en diciembre comenzó a reclutar hombres y e iniciar su campaña para rebelar a los provincianos. Como castigo a esa hostilidad al poder real, el regente Adriano de Utrecht propuso al rey Carlos I de España, en carta del 4 de enero, que se procediese a confiscarle el feudo y elevarlo a jurisdicción realenga.

    Intento de sublevar Burgos (enero de 1521)

    Pero el momento clave se dio en el contexto del hostigamiento antiseñorial a Tierra de Campos, cuando las tropas del conde de Salvatierra, compuesto de unos 2000 hombres, se movilizaron a Medina de Pomar y Frías cruzando a las Merindades, feudo del Condestable, en un intento de sublevarlas. Ello ponía en peligro la lealtad al poder real que Burgos venía practicando desde finales de noviembre y el virrey apenas podía controlar la situación. Al ejército del conde se le unió el de Acuña y juntos marcharon sobre la localidad burgalesa, uno por el sur y otro por el norte. La toma de Ampudia por parte de las tropas realistas no logró mitigar el peligro comunero sobre Burgos luego de que Padilla y Acuña la recuperasen rápidamente, y la sublevación burgalesa se fijó para el 23 de enero, contando esta vez con el apoyo del ejército dirigido por el capitán toledano. Sin embargo la revuelta se adelantó dos días y terminó en fracaso para los rebeldes. Temeroso el conde de Salvatierra de una posible represalia del ejército del Condestable, se le garantizó el perdón si desertaba, por lo que optó por licenciar a sus hombres y marcharse a sus dominios.

    Toma de la artillería de Fuenterrabía

    Tras mantenerse al margen del conflicto comunero, el conde volvió a entrar en acción durante el mes de febrero reclutando soldados, e hizo oídos sordos al emisario del Condestable, Antón Gallo, que solicitaba una entrevista. La Junta entonces le encomendó la misión de interceptar la artillería que desde Vitoria se disponía a llegar a Burgos,​ tarea que el conde completó satisfactoriamente el 8 de marzo, luego de apoderarse de Vitoria y expulsar sus autoridades, pero sin poder evitar que los cañones resultasen destruidos por el destacamento que los protegía para impedir su provecho por los comuneros.

    Derrota del conde de Salvatierra

    En el momento culmine de su popularidad, el conde se vio derrotado en varias ocasiones. Expulsado de Vitoria, que nunca pudo volver a recuperar, el ejército real, formado en parte por refuerzos del duque de Nájera, tomó la plaza fuerte de Salvatierra y garantizó a sus súbditos su incorporación al patrimonio real desligándolos de la autoridad condal.

    Los intentos de reconquistar Salvatierra en los días 19 y 20 de marzo resultaron frustrados, mientras el ejército realista alcanzaba sus victorias asolando el valle de Cuartango y destruyendo el castillo de Morillas. A mediados de abril el diputado Diego Martínez de Alava, quien anteriormente el conde había acusado ante Tordesillas, selló la derrota definitiva del ejército insurrecto ante Salvatierra y Vitoria, en lo que se llamó la batalla de Miñano Mayor. El conde decidió entonces mantenerse oculto hasta refugiarse en el castillo de Fermoselle, cerca de la frontera portuguesa.

    El conde de Salvatierra y la represión

    Tras la derrota comunera, el 23 de abril de 1521, y fundamentalmente luego de la llegada del emperador Carlos a la península, en julio de 1522, se inició el proceso de represión contra los principales protagonistas de la revuelta. Instalado en Palencia, el Consejo Real decretó el 23 y 24 de agosto 50 condenas a muerte por rebeldía, entre las cuales se incluye la del conde de Salvatierra, a quien además se le adjuntó la sentencia de confiscación de su feudo. Fue excluido del Perdón General, y probablemente también del derecho a poder beneficiarse de las multas de composición, provisión real que perdonaba las culpas cometidas por los exceptuados y les devolvían sus bienes confiscados aún no vendidos a cambio de un monto de dinero o multa.

    En su exilio el rey Juan III de Portugal se negó a recibirlo, por lo que en enero de 1524 se presentó en Burgos creyendo poder alcanzar el perdón regio a través de una gestión personal. Sin embargo, fue capturado, encadenado y tratado severamente por las autoridades judiciales, que no llegaron a hacerlo comparecer en algún juicio, pues el conde falleció el domingo 16 de mayo de 1524, siendo enterrado con los grilletes en los pies.

    Suerte del Condado de Salvatierra

    A pesar de haberse firmado una cédula el 15 de mayo de 1521 que asimiliba el condado a la Corona, pronto se creyó más beneficioso para el tesoro real su desmembramiento. En efecto, Diego de Zárate, Diego López de Castro, Agostín de Urbina y Pedro de Zuazola compraron algunas fracciones poco importantes del mismo, hasta que el 6 de diciembre se puso a la venta el feudo completo, a excepción de la villa de Salvatierra, incorporada al patrimonio real. El valle de Orozco pasó a manos del licenciado Leguízamo, y el de Cuartango debió pagar una importante suma de dinero para pasar a ser parte del dominio de realengo. El hijo del conde de Salvatierra, Atanasio de Ayala, pudo beneficiarse de heredar las partes del dominio de su padre aún no compradas ni enajenadas.

     

  • La Guerra de las Comunidades de Castilla

    La Guerra de las Comunidades de Castilla

    La guerra de las Comunidades de Castilla fue el levantamiento armado de los denominados comuneros, acaecido en la Corona de Castilla desde el año 1520 hasta 1522, es decir, a comienzos del reinado de Carlos I. Las ciudades protagonistas fueron las del interior de la Meseta Central, situándose a la cabeza del alzamiento las de Segovia, Toledo y Valladolid. Su carácter ha sido objeto de agitado debate historiográfico, con posturas y enfoques contradictorios.​ Así, algunos estudiosos califican la guerra de las Comunidades como una revuelta antiseñorial; otros, como una de las primeras revoluciones burguesas de la Era Moderna, y otra postura defiende que se trató más bien de un movimiento antifiscal y particularista, de índole medievalizante.

    El levantamiento se produjo en un momento de inestabilidad política de la Corona de Castilla, que se arrastraba desde la muerte de Isabel la Católica en 1504. En octubre de 1517, el rey Carlos I llegó a Asturias proveniente de Flandes, donde se había autoproclamado rey de sus posesiones hispánicas en 1516. A las Cortes de Valladolid de 1518 llegó sin saber hablar apenas castellano y trayendo consigo un gran número de nobles y clérigos flamencos como Corte, lo que produjo recelos entre las élites sociales castellanas, que sintieron que su advenimiento les acarrearía una pérdida de poder y estatus social (la situación era inédita históricamente). Este descontento fue transmitiéndose a las capas populares y, como primera protesta pública, aparecieron pasquines en las iglesias donde podía leerse:

    Tú, tierra de Castilla, muy desgraciada y maldita eres al sufrir que un tan noble reino como eres, sea gobernado por quienes no te tienen amor.

    Las demandas fiscales, coincidentes con la salida del rey para la elección imperial en Alemania (Cortes de Santiago y La Coruña de 1520), produjeron una serie de revueltas urbanas que se coordinaron e institucionalizaron, encontrando un candidato alternativo a la corona en la «reina propietaria de Castilla», la madre de Carlos, Juana, cuya incapacidad o locura podía ser objeto de revisión, aunque la propia Juana, de hecho, no colaborara. Tras prácticamente un año de rebelión, se habían reorganizado los partidarios del emperador (particularmente la alta nobleza y los territorios periféricos castellanos, como los reinos Andaluces y el Reino de Granada) y las tropas imperiales asestaron un golpe casi definitivo a las comuneras en la batalla de Villalar el 23 de abril de 1521. Allí mismo, al día siguiente, se decapitó a los líderes comuneros: Padilla, Bravo y Maldonado. El Ejército comunero quedaba descompuesto. Solamente Toledo mantuvo viva su rebeldía, hasta su rendición definitiva en febrero de 1522.

    Las Comunidades han sido siempre motivo de atento estudio histórico, y su significado a veces ha sido mitificado y utilizado políticamente, en particular a partir de la visita de el Empecinado a Villalar el 23 de abril de 1821, con motivo del tercer centenario de la derrota, tal como era sentida por los liberales. Pintores como Antonio Gisbert retrataron a los comuneros en algunas de sus obras, y se firmaron documentos como el Pacto Federal Castellano, con claras referencias a las Comunidades. Los intelectuales conservadores o reaccionarios adoptaron interpretaciones mucho más favorables a la postura imperial y críticas hacia los comuneros. A partir de la segunda mitad del siglo xx se revitalizaron los estudios históricos haciendo uso de una metodología renovada.

    Más recientemente, en el plano político, desde principios de la Transición, se comenzó a conmemorar la derrota cada 23 de abril, alcanzando finalmente, con la conformación de Castilla y León como autonomía, el estatus de día de la comunidad. Asimismo, su utilización como elemento simbólico está muy presente en los movimientos castellanistas y regionalistas castellanos. Ha tenido una notable difusión popular mediante el poema épico Los comuneros, de Luis López Álvarez, musicalizado por el Nuevo Mester de Juglaría.

    Motivos del levantamiento

    La situación que llevó en 1520 a la guerra de las Comunidades, se había ido gestando en los años previos a su estallido. El siglo XV, en su segunda mitad, había supuesto una etapa de profundos cambios políticos, sociales y económicos. El equilibrio alcanzado con el reinado de los Reyes Católicos se rompe al llegar el siglo XVI. Este comenzó con una serie de malas cosechas y epidemias, que junto a la presión tributaria y fiscal provocó el descontento entre la población, colocándose la situación al borde de la revuelta. La zona que más sufre en este contexto es la zona central, en contrapeso con la periférica, que apaciguaba sus males con los beneficios del comercio. Burgos y Andalucía representaban esa zona periférica y comercial respecto a la Meseta Central, con Valladolid y Toledo a la cabeza.

    No solo las malas cosechas provocaron el descontento, sino que a este se unieron las protestas de los comerciantes del interior ante el monopolio ejercido por los mercaderes burgaleses en el comercio de la lana. Esta situación caldeó el ambiente en los núcleos gremiales de ciudades como Segovia y Cuenca. Ante esta situación, todas las partes implicadas se volvieron hacia el Estado para que ejerciera el papel de árbitro, pero también este se encontraba sumido en una grave crisis, que se hizo cada vez más grande con los sucesivos gobiernos de Felipe el Hermoso, Cisneros y Fernando el Católico. La teórica heredera, Juana, se encontraba en estado de incapacidad, por lo que la línea dinástica llevó hasta Carlos de Habsburgo, hijo de Juana, y que nunca antes había pisado Castilla. Educado en Flandes, no conocía el castellano e ignoraba la situación de sus posesiones hispanas, por lo que la población acogió con escepticismo la llegada del nuevo rey, pero a la vez con ansia de estabilidad y continuidad, cosa de la que Castilla no disfrutaba desde la muerte de Isabel la Católica en 1504. Tras la llegada del nuevo rey a finales de 1517, su corte flamenca comenzó a ocupar los puestos de poder castellanos, siendo el nombramiento más escandaloso el de Guillermo de Croy, un joven de tan solo 20 años, como arzobispo de Toledo sucediendo al Cardenal Cisneros.​ Seis meses más tarde, en las Cortes de Valladolid, el descontento ya estaba presente en todos los sectores, llegando incluso algunos frailes a predicar denunciando abiertamente a la Corte, a los flamencos y la pasividad de la nobleza. En estas circunstancias, en 1519 se abrió el proceso de elección para el cargo de emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, que finalmente y por unanimidad recayó en favor de Carlos I, nieto del difunto Maximiliano. Este nombramiento fue aceptado por el monarca castellano, que decidió partir rumbo a Alemania para tomar posesión como emperador. El concejo de Toledo se situó al frente de las ciudades que protestaban contra la elección imperial, cuestionando el papel que Castilla debería desempeñar en este nuevo marco político y los gastos que acarrearía a corto plazo, dada la posibilidad de que la Corona se convirtiera en una mera dependencia imperial.

    El 12 de febrero de 1520 Carlos I decidió convocar las Cortes en Santiago de Compostela con el objetivo de obtener un nuevo servicio que le permitiese sufragar los gastos de su viaje a Alemania.​ A pesar de las presiones de los corregidores y de la Corte real, la mayoría de las ciudades se atuvieron al programa reivindicativo de los frailes de Salamanca, que defendía la independencia nacional en contra del Imperio, y decidieron enviar a sus procuradores con poderes para no votar el servicio. Ante esta corriente de hostilidad, el rey decidió suspender las Cortes el 4 de abril y convocarlas de nuevo el 22 de abril, pero en La Coruña. Allí obtuvo el impuesto extraordinario y el 20 de mayo se embarcó con rumbo al Sacro Imperio, no sin antes dejar como regente de las posesiones hispánicas al flamenco Adriano de Utrecht.

    Toledo se alza

    ​Ya desde el mes de abril de 1520, Toledo se negaba a acatar el poder real, estallando la situación de forma definitiva cuando el rey convocó a los regidores de la ciudad para que se presentaran en Santiago de Compostela. La orden llegó a Toledo el 15 de abril, y un día después, cuando los regidores con Juan de Padilla a la cabeza se disponían a partir, una gran multitud se opuso a su partida y se apoderó del gobierno local. Comenzó entonces a denominarse a la insurrección como Comunidad y los predicadores arengaban a los toledanos a unirse contra el poder flamenco. De esta forma, los toledanos comenzaron a ocupar todos los poderes locales, expulsando al corregidor del Alcázar el 31 de mayo. Tras la marcha del Monarca hacia Alemania, los disturbios se multiplicaron por las ciudades de la Meseta, especialmente tras la llegada de los procuradores que votaron afirmativamente al servicio que reclamaba el rey, siendo Segovia el lugar donde se produjeron los primeros incidentes y los más violentos, donde el 29 y el 30 de mayo los segovianos ajusticiaron a dos funcionarios y al procurador Rodrigo de Tordesillas que concedió el servicio en nombre de la ciudad. Destacaron también por incidentes de similar magnitud ciudades como Burgos y Guadalajara, mientras que otras como León, Zamora y Ávila sufrieron altercados menores. Por el contrario, no se registraron incidentes en Valladolid, principalmente por la presencia en la ciudad del cardenal Adriano y del Consejo Real.

    Propuestas al resto de ciudades

    Ante el descontento generalizado, el 8 de junio, Toledo propuso a las ciudades con voz y voto en Cortes la celebración de una reunión urgente con cinco objetivos:7

    1. Anular el servicio votado en La Coruña.
    2. Volver al sistema de los encabezamientos para cobrar los impuestos.
    3. Reservar los cargos públicos y los beneficios eclesiásticos a los castellanos.
    4. Prohibir la salida de dinero del reino.
    5. Designar a un castellano para dirigir el reino en ausencia del rey.

    Reacciones a las propuestas

    Localización del movimiento comunero sobre el territorio de la Corona de Castilla. En morado, las ciudades pertenecientes al bando comunero; en verde, aparecen las que se mantuvieron leales al rey. Las ciudades que estuvieron presentes en ambos bandos aparecen en ambos colores.

    Estas reivindicaciones calaron en la sociedad castellana, especialmente las dos primeras, que se unían a las denuncias por la manera en que el rey había obtenido el trono del Imperio, mediante sobornos a los príncipes electores. Ante esta situación, el reino comenzó a alimentar la idea de sustituir la figura del rey, tomando la iniciativa Toledo, que defendía metas mayores, como convertir a las ciudades castellanas en ciudades libres, similar a lo que ya ocurría con Génova y otros territorios italianos.​ Por el reino ya circulaba la idea de destronar a Carlos I y el acudir a Tordesillas para devolver a la reina Juana todos sus privilegios e importancia. Con estas ideas, la situación pasaba de ser una protesta contra la presión fiscal a tomar el perfil de una auténtica revolución, teniendo Castilla perfecto conocimiento de la situación y acogiendo con bastantes reservas las propuestas que realizó Toledo.

    Así pues, los comuneros se hicieron fuertes en el centro de la Meseta, y en otros núcleos, como Murcia, más alejada de la Meseta. Sin embargo, no hubo intentos de rebelión en otros lugares, como Galicia o el País Vasco. Los rebeldes buscaron expandir las ideas revolucionarias al resto del reino, pero su radio de acción se debilitaba a medida que se alejaba de las dos Castillas. Así, hubo intentos de llevar la revuelta a Andalucía y el País Vasco, pero no fructificaron. Los máximos logros conseguidos por los rebeldes fueron la instauración de una Comunidad en Plasencia, pero esta se veía mermada por la cercanía de núcleos realistas cercanos, como Ciudad Rodrigo o Cáceres; en Jaén, Úbeda y Baeza, únicas presentes en Andalucía, pero que con el tiempo pasaron al bando realista; y Murcia, que se encontraba bajo constante amenaza por parte de las ciudades realistas e influida por las Germanías presentes en el vecino Reino de Valencia.

    La llama se extiende por toda Castilla

    Localización del movimiento comunero sobre el territorio de la Corona de Castilla. En morado, las ciudades pertenecientes al bando comunero; en verde, aparecen las que se mantuvieron leales al rey. Las ciudades que estuvieron presentes en ambos bandos aparecen en ambos colores.

    La Junta de Ávila

    La Junta que reclamaba Toledo con las ciudades con derecho a voto terminó reuniéndose en el mes de agosto, en Ávila, pero solamente con cuatro ciudades presentes: Toledo, Segovia, Salamanca y Toro. Fue redactada la conocida como «Ley Perpetua del Reino de Castilla ó Constitución de Ávila»; primer proyecto, en España, de constitución política que nunca llegaría a ser firmada por la reina Juana.

    Asedio de Segovia

    Segovia, ciudad donde se libró el primer gran enfrentamiento entre Comuneros y Realistas.

    Tras este decepcionante resultado, la situación dio un vuelco cuando el 10 de junio el alcalde Rodrigo Ronquillo recibió la orden de investigar el reciente asesinato del procurador segoviano, pero en vez de eso, se dedicó a amenazar a los segovianos y a tratar de aislar a la ciudad impidiendo su aprovisionamiento. Ante esta situación, la población cerró filas en torno a la Comunidad y a su cabeza, Juan Bravo. La resistencia segoviana provocó que Ronquillo decidiera enviar al mayor número posible de soldados a pie y a caballo. Segovia entonces se echó en brazos de las ciudades castellanas, reclamando que acudieran en su auxilio y atendiendo su petición las ciudades de Toledo y Madrid, con el envío de milicias capitaneadas por Juan de Padilla y Juan de Zapata, sellándose la primera gran confrontación entre las fuerzas partidarias del rey y las rebeldes.

    Incendio de Medina del Campo

    Ante esta situación, Adriano de Utrecht se planteó la posibilidad de utilizar la artillería real localizada en Medina del Campo, haciéndola definitiva al recibir la información de la aproximación de la milicia de Padilla a Segovia. Adriano ordenó entonces a Antonio de Fonseca apoderarse de la artillería, presentándose este el 21 de agosto en Medina para acometer lo ordenado, pero al tratar de realizarlo, se encontró con una fuerte resistencia de la población, que interpretaba que la artillería iba a utilizarse contra Segovia. Como medida de distracción, Antonio de Fonseca ordenó provocar un pequeño incendio para intentar dispersar a los medinenses, pero no surtió efecto y finalmente hubo de retirarse junto a sus tropas. El incendio de Medina del Campo provocó la destrucción de una parte importante de la villa y el levantamiento de toda Castilla, especialmente de ciudades que hasta ahora se habían mantenido al margen, como Valladolid. El establecimiento de la Comunidad en Valladolid provocó que el núcleo más importante de la meseta se declarara en rebeldía, trastocando la situación y provocando que el Cardenal Adriano tratara de tomar el control de la situación por todos los medios. El nuevo panorama produjo nuevas adhesiones a la Junta de Ávila, en medio de una situación de indignación y descrédito hacia el Consejo Real.

    La Junta de Tordesillas

    Así pues, el ejército comunero integrado por las milicias de Toledo, Madrid y Segovia, en su ruta hacia Tordesillas, se encontraba en los alrededores de Martín Muñoz de las Posadas el día en que Fonseca incendiaba Medina, llegando a la villa de las ferias el 24 de agosto, para tomar posesión de la artillería que días atrás había sido negada a las tropas de Fonseca. El 29 de agosto el ejército arribó finalmente a Tordesillas, entrevistándose con la reina Juana e informándola de la situación del reino junto a los propósitos de la Junta de Ávila, y declarando la reina que la Junta se situara a su servicio. De esta forma, la Junta se trasladó de Ávila a Tordesillas y se invitó a las ciudades que todavía no habían enviado a sus procuradores a hacerlo, estando a finales de septiembre un total de catorce ciudades representadas en la Junta de Tordesillas: Burgos, Soria, Segovia, Ávila, Valladolid, León, Salamanca, Zamora, Toro, Toledo, Cuenca, Guadalajara, Murcia y Madrid. Solamente no acudieron las cuatro ciudades andaluzas: Sevilla, Granada, Córdoba y Jaén. Se delimitó entonces el área del movimiento comunero, en torno a la Meseta Central, y ya que la mayor parte del reino estaba representado en Tordesillas, la Junta pasó a denominarse como Cortes y Junta general del reino.

    Entrevista con la reina Juana

    A fecha de 24 de septiembre, los procuradores se entrevistaron con la reina y expusieron los fines de la Junta: proclamar la soberanía de la reina Juana y devolver la estabilidad perdida al reino. El día siguiente, 25 de septiembre, la Junta realizó una declaración comprometiéndose a utilizar las armas si esto fuera necesario y a auxiliar a cualquier ciudad que estuviera amenazada. El 26 de septiembre la Junta de Tordesillas decidió asumir ella misma la tarea de gobierno, desacreditando al Consejo Real y prendiendo, el 30 de septiembre, a sus últimos miembros que quedaban en Valladolid, dirigidos por Pedro Girón. En ese momento culminó el proceso y se instauró el gobierno revolucionario, ya que la Junta tenía vía libre por la inoperancia del Consejo Real.

    Los levantamientos

    Revueltas en señoríos

    La expansión de la rebelión comunera provocó la acusación de complicidad con los abusos reales extendida a todo el funcionariado castellano. La protesta comunera había nacido como queja ante excesos cometidos por la alta administración, pero pronto surgieron nuevas reivindicaciones ante otro tipo de perjuicios. Así ocurrió en Dueñas, cuando en la noche del 1 de septiembre de 1520 se sublevaron contra su señor los vasallos del conde de Buendía. A este levantamiento le siguieron otros de similar carácter antiseñorial. La Santa Junta se vio entonces obligada a tomar una posición: defender a los sublevados o a sus señores. En vista de que muchos de estos reclutaban hombres por su cuenta para garantizar su seguridad y tomar la justicia por su mano, la Junta decide apoyar dichas revueltas. La dinámica del levantamiento entró entonces en una nueva dimensión que podría comprometer la situación del régimen señorial en su conjunto, lo que provocó el alejamiento de la causa comunera de aristócratas y señores.

    Respuesta de Carlos I

    Ante la nueva situación, Carlos I, mediante el Cardenal Adriano, decidió emprender nuevas iniciativas políticas, como la de anular el servicio concedido en las Cortes de La Coruña-Santiago y nombrar dos nuevos gobernadores: el Condestable de Castilla, Íñigo de Velasco, y el Almirante de Castilla, Fadrique Enríquez. Además, Adriano consiguió acercar posturas con los nobles, a fin de convencerlos de que sus intereses y los del rey eran los mismos. Así pues, el Consejo Real se estableció en el feudo del Almirante, Medina de Rioseco, lo que permitió al consejo acercarse hacia las ciudades escépticas para tratar de acercarlas al bando realista, además de representar una amenaza hacia las ciudades sublevadas, ya que el ejército del Consejo Real estaba en formación.

    Crisis en ambos bandos

    Las primeras derrotas políticas de los comuneros llegaron en octubre de 1520, al conseguir instalarse los miembros del Consejo Real con total facilidad en Medina de Rioseco, con la capacidad de actuación bajo la protección del Almirante de Castilla, Fadrique Enríquez de Velasco, señor de la villa. De igual manera, las esperanzas que se habían depositado sobre la reina Juana no fructificaron, ya que esta se negaba a sellar algún compromiso o a plasmar su firma a modo de regente.

    A su vez, comenzaban a oírse voces discordantes dentro del propio bando, especialmente la de Burgos, que insistía en dar marcha atrás. La postura de esta ciudad pronto llegó a oídos del Condestable de Castilla, que bajo órdenes del rey procedió a entrar en la ciudad el 1 de noviembre, concediendo todo lo que se le reclamaba para desligar a Burgos de la Junta.

    Tras este suceso, el Consejo Real esperaba que otras ciudades imitaran a Burgos y abandonaran el bando comunero. El esperado cambio de bando estuvo a punto de producirse en Valladolid, pero los partidarios del rey fueron finalmente apartados de la vida política de la ciudad y esta se mantuvo en rebeldía por la decidida actuación de sus procuradores Alonso de Vera y Alonso de Saravia.

    En noviembre de 1520, el Almirante de Castilla comenzó una campaña para intentar convencer a los comuneros de su derrota y que no había más remedio que entregar las armas y evitar una represión armada. Bajo esta actitud, se escondía una gran carencia de fondos en el bando real, que terminó subsanándose con la ayuda financiera venida desde Portugal y el retorno de la confianza perdida por parte de los banqueros castellanos, que vieron buenos indicios en el cambio de bando de Burgos.

    Soluciones a la crisis

    Durante octubre y noviembre de 1520, ambos bandos se dedicaron activamente a recaudar fondos, reclutar soldados y organizar a sus tropas. El poder real superó la rebelión gracias al apoyo de la nobleza, de los grandes comerciantes castellanos, en un plano en el que la situación comenzaba a adquirir tintes militares. Los comuneros organizaban sus milicias en las principales urbes con el objetivo de asegurar el éxito de la rebelión en la ciudad y sus alrededores, sufragando los gastos con el dinero recaudado en impuestos y en imposiciones

    La Batalla de Tordesillas

    Consultar artículo completo de la Batalla de Tordesillas.

    Reorganización comunera

    Tras la derrota de Tordesillas, los comuneros comenzaron a reagruparse en Valladolid, donde se estableció la Junta, pasando la ciudad del Pisuerga a ser la tercera capital del movimiento, tras Ávila y Tordesillas.

    Así pues, el 15 de diciembre, la Junta ya se encontraba de nuevo activa en Valladolid, con doce de los catorce procuradores originales. Solamente faltaron los de Soria y Guadalajara. La situación del ejército era similar, con un gran número de deserciones en las tropas emplazadas en Valladolid y Villalpando, lo que obligó a intensificar el reclutamiento en las ciudades rebeldes, especialmente en Toledo, Salamanca y la propia Valladolid. Con estos nuevos reclutamientos, el aparato militar rebelde estaba reconstruido, y la moral reforzada, gracias a la presencia de Padilla en Valladolid. Con la llegada de 1521, los comuneros parecían ya dispuestos a una guerra total, pese a las voces discordantes dentro del propio movimiento. Por un lado había quienes proponían buscar una solución pacífica, y por otro quienes eran partidarios de continuar la lucha armada; a su vez divididos entre seguir dos tácticas: ocupar Simancas y Torrelobatón (propuesta menos ambiciosa y defendida por Pedro Laso de la Vega); o poner cerco a Burgos (grupo encabezado por Padilla). La Junta decidió seguir ambas iniciativas, tanto la pacifista como la belicista, y terminó fracasando en ambas.

    Las Iniciativas militares

    Hostigamiento a Tierra de Campos

    En el plano bélico, el ejército rebelde comenzó a desarrollar una serie de operaciones dirigidas por Antonio de Acuña, obispo de Zamora. Este había recibido órdenes de la Junta el día 23 de diciembre de intentar despertar la rebelión en la zona de Palencia. Su tarea consistía básicamente en expulsar a los realistas, recaudar impuestos en nombre de la Junta y nombrar una administración afín a la causa comunera. Realizó una serie de incursiones en la zona de Dueñas, recaudando más de 4000 ducados y exaltando a la población. Retornó a Valladolid a comienzos de 1521 para regresar a Dueñas el 10 de enero, dando comienzo a una gran ofensiva contra los señoríos de Tierra de Campos, dejando las posesiones de los señores totalmente devastadas.

    Hostigamiento a Burgos

    A mediados de enero, Pedro López de Ayala, conde de Salvatierra, adherido al movimiento comunero, había organizado un ejército de unos dos mil hombres y se dirigía hacia Medina de Pomar y Frías, buscando el levantamiento de las Merindades, tierra del Condestable de Castilla.

    Mientras tanto, Burgos, que llevaba ya dos meses fiel al bando real, aguardaba el cumplimiento de las promesas realizadas por el cardenal Adriano, lo que había provocado el descontento y la incertidumbre en la ciudad. Ayala y Acuña, conscientes de esta situación, decidieron cercar Burgos, el primero por el norte y el segundo por el sur, buscando el levantamiento de los comuneros burgaleses.

    Reacción realista

    Por parte del rey, Carlos I firmó el 17 de diciembre de 1520 el Edicto de Worms (no se confunda con el Edicto de Worms de 25 de mayo de 1521, contra Lutero), donde condenaba a 249 comuneros destacados: a muerte, si eran seglares; y a otras penas, si eran clérigos. De igual modo, declaraba también traidores, desleales, rebeldes e infieles a cuantos apoyaran a las Comunidades. Dicho Edicto, fue leído públicamente en Burgos el 16 de febrero de 1521.

    Desde el Consejo Real, se ordenó la ocupación del castillo de Ampudia, lo que provocó un gran desorden en el dispositivo organizado por los rebeldes. Ante dicha ocupación, la Junta envió a Padilla al encuentro de Acuña, uniéndose ambos en Trigueros del Valle y formando un ejército de aproximadamente 4000 hombres. Las tropas comuneras ocuparon Torremormojón, desplazando a los realistas, para centrarse en Ampudia, la cual se rindió el 16 de enero previo pago de tributo.

    Mientras tanto, la rebelión comunera prevista en Burgos para el 23 de enero fue todo un fracaso, debido a que se adelantó dos días. Los comuneros burgaleses hubieron de rendirse, siendo el último intento de rebelión acontecido en la cabeza de Castilla.

    La Batalla de Torrelobatón

    Consultar artículo completo de la Batalla de Torrelobatón

    Acuña en el sur

    Iglesia de la Virgen de Altagracia, en Mora, totalmente reconstruida tras su incendio por las tropas realistas.

    Tras la muerte de Guillermo de Croy, arzobispo de Toledo, en enero de 1521, desde la Junta, presente en Valladolid, se propuso a Antonio de Acuña como aspirante a la sede y se le encomendó la misión de tomar posesión del arzobispado.

    Acuña partió en febrero rumbo hacia Toledo, con una pequeña tropa bajo su mando. Recorrió localidades como Buitrago del Lozoya y Torrelaguna, donde anunció que iba a tomar posesión del arzobispado de Toledo. Esto levantó el entusiasmo entre los partidarios comuneros de Alcalá de Henares, que lo recibieron con vítores el 7 de marzo en dicha ciudad, y despertó el recelo en la aristocracia presente en la zona de Toledo, que temía que Acuña pudiera actuar en sus tierras como ya hizo en Tierra de Campos. Entre los aristócratas más importantes presentes en la zona se encontraban el marqués de Villena y el duque del Infantado, que enseguida trataron de ponerse en contacto con Acuña, firmando un pacto mutuo de neutralidad.

    Sin embargo, sí hubo de enfrentarse con el prior de la Orden de San Juan, Antonio de Zúñiga, presente en Consuegra y nombrado por los regentes jefe de las fuerzas realistas presentes en la zona de Toledo.​ Acuña recibió informaciones sobre la presencia del prior cerca de Corral de Almaguer a mediados de marzo, por lo que salió tras él, buscando batalla cerca de Tembleque.​ El prior consiguió repeler el ataque, para lanzar uno improvisado entre Lillo y El Romeral, infligiendo una contundente derrota a Acuña, el cual trató de minimizarla, llegando incluso a afirmar que había salido victorioso del enfrentamiento.

    Tras la victoria del prior de la Orden de San Juan, Acuña se encaminó hacia Toledo, presentándose en la Plaza de Zocodover el 29 de marzo, Viernes Santo. La multitud lo rodeó y lo llevó directamente a la catedral, reclamando la silla del arzobispo para él.​ Al día siguiente, 30 de marzo, se entrevistó con María Pacheco, mujer de Padilla y que dirigía la comunidad toledana en ausencia de su marido. Surgió entre ambos una rivalidad por el control, que se resolvió con intentos mutuos de reconciliación.

    Una vez asentado en el arzobispado toledano, Acuña comenzó a reclutar a hombres de 15 a 60 años para volver a combatir a las tropas del prior de San Juan. Tras la quema de Mora el 12 de abril​ por las tropas realistas, parte de Toledo con 1500 hombres a sus órdenes, instalándose primeramente en Yepes. Desde allí dirigió operaciones contra las zonas rurales, destruyendo primero Villaseca de la Sagra y prestando batalla contra las tropas del prior en la zona cercana al Tajo, en Illescas.

    La Batalla de Villalar

    Consultar artículo completo de la Batalla de Villalar

    El fin de la guerra

    Tras la batalla de Villalar, las ciudades de Castilla la Vieja no tardaron en sucumbir al potencial de las tropas del rey, volviendo todas las ciudades del norte a prestar lealtad al rey a primeros de mayo. Únicamente Madrid y Toledo, especialmente esta última, mantuvieron vivas sus comunidades durante un tiempo mayor.

    La resistencia de Toledo

    Las primeras noticias de Villalar llegaron a Toledo el 26 de abril, siendo ignoradas por parte de la Comunidad local.​ La certeza de la derrota se hizo evidente a los pocos días, cuando comenzaron a llegar los primeros supervivientes a la ciudad, que confirmaron el hecho y dieron testimonio del ajusticiamiento de los tres líderes rebeldes. Fue entonces cuando Toledo se declaró en duelo por la muerte de Juan de Padilla.

    Tras la muerte de Padilla, Acuña perdió popularidad entre los toledanos, en favor de María Pacheco, viuda de Padilla. Comenzaban a surgir voces que solicitaban la negociación con los realistas, buscando el evitar el sufrimiento de la ciudad, más aún tras la rendición de Madrid el 7 de mayo. Todo parecía indicar que la caída de Toledo era cuestión de tiempo.

    En este contexto, Acuña abandonó la ciudad, intentando huir al extranjero por la frontera del Reino de Navarra. En ese momento, se produjo la invasión francesa de Navarra, siendo Acuña reconocido y detenido en la frontera.

    La invasión francesa provocó que el ejército realista hubiera de concentrarse en expulsar a los franceses de Navarra, postergando momentáneamente el restituir la autoridad del rey en Toledo. ​A partir de ese momento, María Pacheco asumió el control de la ciudad, instalándose en el Alcázar, recabando impuestos y fortaleciendo las defensas.​ Solicitó la intervención del marqués de Villena para negociar con el Consejo Real, con el objetivo de obtener unas mejores condiciones que negociando directamente.

    La rendición de Toledo

    El marqués de Villena terminó abandonando las negociaciones entre ambos bandos, por lo que María Pacheco asumió de manera personal las negociaciones con el prior de la Orden de San Juan. El pacto de rendición de Toledo fue acordado el 25 de octubre de 1521 gracias a la intervención de Esteban Gabriel Merino, arzobispo de Bari y enviado del prior de San Juan.

    Así pues, el 31 de octubre los comuneros abandonaron el Alcázar toledano y el arzobispo de Bari nombró a los nuevos funcionarios.

    La revuelta de febrero de 1522

    Tras la vuelta al orden de Toledo, el nuevo corregidor de la ciudad acató las órdenes recibidas de restablecer al completo la autoridad del rey en la ciudad, dedicándose a provocar a los antiguos comuneros.María Pacheco continuaba presente en la ciudad, y se negaba a entregar las armas hasta que el rey firmara de forma personal los acuerdos alcanzados con el prior de San Juan. Por ello, el corregidor toledano exigía la cabeza de María Pacheco.

    La situación llegó a un extremo cuando el 3 de febrero de 1522 se ordenó apresar a un agitador, a lo que los comuneros se opusieron. Se inició entonces un enfrentamiento, subsanado gracias a la intervención de María de Mendoza y Pacheco condesa de Monteagudo de Mendoza, hermana de María Pacheco.​ Se concedió una tregua, que supuso la derrota de los comuneros, pero que fue aprovechada por María Pacheco para escapar a Portugal, donde se exilió hasta su muerte, en 1531.

    El Perdón General de 1522

    Carlos I regresó a España el 16 de julio de 1522, instalando la corte en Palencia. A partir de la llegada del rey, la represión contra los excomuneros avanzaría a un ritmo mayor. Así lo demuestra la ejecución de Pedro Maldonado, líder salmantino y primo de Francisco Maldonado, ejecutado en Villalar.

    Carlos I permaneció en Palencia hasta finales del mes de octubre, trasladándose a Valladolid, donde el 1 de noviembre se promulgó el Perdón General, que daba la amnistía a quienes habían participado del movimiento comunero. Sin embargo, un total de 293 personas -pertenecientes a todas las clases sociales y entre las que se incluían María Pacheco y el Obispo Acuña- fueron excluidas del Perdón General.

    Se estima que fueron un total de cien los comuneros ejecutados desde la llegada del rey, siendo los más relevantes Pedro Maldonado y el Obispo Acuña, siendo este último ajusticiado en el castillo de Simancas el 24 de marzo de 1526, tras un intento frustrado de fuga. A raíz de esta ejecución, Carlos I fue excomulgado por ordenar el ajusticiamiento de un prelado de la iglesia.

    Las relaciones entre los dos poderes universales sufrieron grandes altibajos tras la elección de un papa tan favorable como fue el mismísimo Adriano de Utrecht (1522-1523), y pasaban por un momento muy negativo con el profrancés Clemente VII (1523-1534), que acabó sufriendo el saco de Roma (1527), tras lo que se vio obligado a reconciliarse con Carlos y coronarle emperador en Bolonia (1530).

    Las consecuencias de la guerra

    Las consecuencias fundamentales de la Guerra de las Comunidades fueron la pérdida de la élite política de las ciudades castellanas, en el plano de la represión real; y en las rentas del Estado. El poder real se veía obligado a indemnizar a aquellos que perdieron bienes o sufrieron daños en sus posesiones durante la revuelta. Las mayores indemnizaciones correspondían al Almirante de Castilla, por los daños sufridos en Torrelobatón y los gastos ocasionados en la defensa de Medina de Rioseco. Le seguían el Condestable y el obispo de Segovia.

    La forma de pago de estas indemnizaciones se solucionó mediante un impuesto especial para toda la población de cada una de las ciudades comuneras. Estos impuestos mermaron las economías locales de las ciudades durante un periodo aproximado de veinte años, debido a la subida de precios.​ De igual modo, la industria textil del centro de Castilla perdió todas sus oportunidades de convertirse en una industria dinámica.

    La nobleza queda definitivamente neutralizada frente a la triunfante monarquía autoritaria; su segmento alto o aristocracia, se vio compensada por su apoyo al emperador, con cuyos intereses quedaba identificada estrechamente, pero quedando clara la subordinación de súbditos a monarca. Las Cortes de Toledo de 1538, últimas a las que se convocó a la nobleza como brazo o estamento, sancionaron esa nueva forma de gobernar la Corona de Castilla, pieza central de lo que ya puede llamarse la Monarquía Católica o Monarquía Hispánica de los Habsburgo. A esas alturas, los sueños de la Idea imperial de Carlos V habían quedado en gran parte diluidos, lo que quedó confirmado en el reinado de su hijo Felipe II.

     

     

     

    Atribución imagen:

    De Rastrojo (D•ES) – self-made, from image:Corona de Castilla 1400.svg. Source for city control: Díaz Medina, Ana (03-2006). «Héroes de Castilla: Los Comuneros». Historia National Geographic (nº 27): p. 92-103., CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=3788239

     

  • ¿Qué es ser Comunero? Diferentes ideologías políticas

    ¿Qué es ser Comunero? Diferentes ideologías políticas

    Comunero era quien, durante los años 1520 y 1521, participó en la revuelta de las Comunidades de Castilla. El nombre deriva del término «Comunidades», que aparece por primera vez en un escrito de protesta al rey Carlos I con motivo del desvío de impuestos:
    …pedir al rey nuestro señor tenga por bien se hagan arcas de tesoro en las Comunidades en que se guarden las rentas de estos reinos para defenderlos, acrecentarlos y desempeñarlos, que no es razón Su Cesárea Majestad gaste las rentas de estos reinos en las de otros señoríos que tiene…

    La mayor parte de los comuneros procedían de los sectores sociales heterogéneos de las ciudades castellanas, aunque sus jefes pertenecían fundamentalmente a las capas medias de la población. También hay que destacar figuras relevantes de la iglesia, como el Obispo Acuña, e incluso de la nobleza, como Pedro Girón y Velasco, que se unió a la causa comunera por interés y despecho.

    El antagonismo entre los dos sectores económicos de la alta burguesía, los comerciantes y exportadores de lana, y los manufactureros, que deseaban incrementar la cuota de lana, a lo que se negaban los comerciantes, ya que eso abarataría los precios y ellos perderían su poder económico. A ello se sumaba el descontento de los conversos ante el temor de la Inquisición, las tensiones políticas y económicas existentes entre los grupos o clanes urbanos en las distintas ciudades castellanas, que no querían perder su dominio político en perjuicio de los otros.

    Tras la derrota del movimiento comunero, el rey desea castigar con la máxima dureza a sus más destacados representantes, aunque estaba dispuesto a ser clemente. En el Perdón de 1522 se realiza una relación en la que quedan excluidos 293 comuneros en un listado encabezado por el mencionado Pedro Girón. El estudio de esta relación proporciona una idea bastante clara de quiénes eran los comuneros. En ella aparecían los jefes militares, los procuradores y funcionarios de la Junta o juntas locales, los eclesiásticos y demás personalidades relevantes por su participación. En conjunto, aunque en el listado aparecen todas las categorías sociales, la mayoría pertenecen a las capas sociales medias.

    A raíz de la revuelta se comenzó a decir que los conversos habían sido los culpables. Sin embargo, aunque es cierto que entre los principales comuneros había conversos, esta idea no es unánime. Conversos de gran influencia económica, como Francisco López de Villalobos o Alonso Gutiérrez de Madrid, se opusieron de forma activa a los comuneros.​ Tampoco hay que olvidar que entre los teóricos del movimiento se encontraban miembros del clero.

    Figuras relevantes

    Las figuras más conocidas del movimiento comunero son sin duda las de los tres primeros ajusticiados tras su derrota en la batalla de Villalar: Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado. Los tres jefes militares fueron decapitados en Villalar, actualmente denominado Villalar de los Comuneros en su honor.

    A continuación se indican algunos de los comuneros más destacados.

    Nobles y caballeros

    • Pedro Girón y Velasco, noble castellano, capitán general de la junta.
    • Pedro López de Ayala, conde de Salvatierra, capitán general de la junta.
    • Ramiro Núñez de Guzmán, regidor, señor del Porma y de la villa de Toral.
    • Pedro Maldonado, heredero de la Casa de las Conchas y capitán comunero.
    • María Pacheco, noble castellana, dirigente de la rebelión y esposa de Juan de Padilla.
    • Luis de Quintanilla, capitán.
    • Juan de Mendoza, señor de Cubas y Griñón.
    • Juan de Padilla, noble castellano, capitán general de las tropas comuneras.
    • Juan Bravo, noble castellano, jefe comunero.
    • Pedro Laso de la Vega, procurador en la Junta.

     

    Tercer estamento

    Representantes de las ciudades y Villas.

    • Luis de Cuéllar, comerciante exportador.
    • Antonio Suárez, comprador de lana.
    • Antonio de Aguilar, boticario.
    • Gonzalo de Ayora, cronista oficial.
    • Bernaldino de los Ríos, jurista.
    • Alonso de Zúñiga, catedrático
    • Alonso de Arreo, alcalde de Navalcarnero.

    Eclesiásticos

    • Antonio de Acuña, obispo de Zamora, capitán general de la junta.
    • Juan de Bilbao, franciscano, uno de los teóricos e iniciadores del movimiento.
    • Alonso de Medina, dominico.
    • Alonso de Bustillo, dominico, catedrático de teología en Valladolid.

    Los otros comuneros

    Entre la manipulación y la tergiversación otros grupos trataron de reivindicar y reinterpretar las ideas comuneras originales que eran monárquicas (en favor de la reina Juana), en defensa de los fueros y los derechos del pueblo y plenamente cristianas.

    Desde el siglo XVI hasta nuestros días han surgido distintos movimientos populares que han tomado el término comunero. Años más tarde del movimiento en Castilla, se reproduciría en ciertas zonas virreinales americanas, considerándose en algunos casos como los primeros movimientos independentistas de los virreinatos.

    Siglo XVIII

    Entre 1717 y 1735 tuvo lugar la Revolución Comunera del Paraguay. En los años 1780 se produciría el levantamiento denominado Insurrección de los comuneros en Nueva Granada. En este levantamiento, el término comunero se derivó del nombre de la junta de insurrección, «El Común». .,.,.,

    Siglo XIX

    Durante el Trienio liberal se organiza una sociedad secreta cuyo nombre, Comuneros, lo toman de la sublevación del siglo XVI. La sociedad trataba de ser una alternativa radical a los masones, y entre sus ideales estaban los de tratar de rescatar las luchas por las libertades. Su pensamiento puede catalogarse de democrático radical y republicano. Contaron con un periódico con el significativo nombre de El Eco de Padilla. En sus filas destacaron nombres como el de Juan Romero Alpuente o José María Moreno de Guerra. Cuando a partir de 1836 los partidos políticos comienzan a institucionalizarse en España, la sociedad dejó de tener peso en la sociedad.

    Siglo XX

    El liberalismo del siglo XIX convierte en mártires a los jefes comuneros. Su derrota es considerada como el comienzo de la decadencia y el fin de las libertades y de la independencia. Esta imagen progresista dada por los liberales se impuso durante más de un siglo, hasta que en 1898 Ganivet sugiere la tesis que sería desarrollada más tarde por Gregorio Marañón. Según ella, las ideas progresistas fueron las de Carlos V, preocupado por la apertura de España a las modernas ideas europeas. Los comuneros representarían la resistencia al cambio, aferrados a las viejas costumbres. Manuel Azaña y Noël Salomon criticaron las ideas de Ganivet y volvieron a aceptar la interpretación liberal.

    Estas dos imágenes contrapuestas siguen teniendo actualmente sus defensores y detractores. Para Joseph Pérez​ detrás de la ideología comunera había intereses económicos opuestos y considera que los comuneros pertenecían mayoritariamente a las capas medias que se levantaron contra un poder imperial abusivo y ajeno al reino que gobernaba.

    Onésimo Redondo

    Onésimo Redondo Ortega (Quintanilla de Abajo, Valladolid, 16 de febrero de 1905-Labajos, Segovia, 24 de julio de 1936) fue un político español fundador, tras el advenimiento de la Segunda República, de las Juntas Castellanas de Actuación Hispánica (JCAH), organización política embrión junto al grupo de La Conquista del Estado —de Ramiro Ledesma— de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (JONS), cuya ideología, el nacionalsindicalismo, se ha llegado a considerar como una primigenia expresión de «fascismo a la española».​ Las JONS se fusionarían, a su vez, con la Falange Española, de José Antonio Primo de Rivera, en 1934, constituyendo la Falange Española de las JONS. Adherido al bando nacional tras el golpe de Estado de julio de 1936 que dio pie a la Guerra Civil, falleció al comienzo del conflicto durante un tiroteo entre milicias de ambos bandos. Durante el régimen franquista se llegó a referir a su figura como «caudillo de Castilla».

    Fundación de las Juntas Castellanas de Actuación Hispánica

    Inicialmente vinculado al movimiento de Acción Católica, se distanció de esta organización, que consideraba anclada en el liberalismo burgués. Tras la proclamación de la Segunda República fundó, en agosto de 1931, un grupo político denominado Juntas Castellanas de Actuación Hispánica. «Este grupo —ha escrito Payne— no era en manera alguna una imagen en el espejo del pequeño grupo de Ledesma [La Conquista del Estado]. Aunque ambos proclamaban ser nacionalistas radicales, opuestos al materialismo, a la decadencia y a la burguesía, había diferencias de énfasis. Las consignas de Ledesma eran, en cierto modo, más puramente abstractas, pero más claramente revolucionarias en lo estatal y en lo económico, completamente seculares y no antisemitas. El grupo de Redondo estaba menos interesado en el Estado (quizá como un reflejo de sus orígenes católicos), era vehementemente antisemita y más categórico en su llamada a la violencia». Poco antes, en junio del mismo año, había fundado el semanario que sería el principal órgano de expresión de su movimiento, Libertad, en el que firmó varias soflamas contra el marxismo, los judíos y el capitalismo burgués, y expresó su admiración por otros regímenes europeos.

    Siglo XXI

    La izquierda castellanista pretende usar el nombre de los comuneros, pero no puede estar más alejado de sus ideas originales, tergiversando la historia, para conducir al pueblo hacia una visión totalitaria y manipulada de la historia y la ideologia más propia del marxismo cultura y de regímenes totalitarios que usan la estrella roja tras la heráldica castellana (algo impensable para los comuneros originales) y que es contraría a la ideología original y por tanto a la de este blog. Estos grupos comulgan y promueven idiologías como la que defiende el partido proetarra vasco Batasuna.

    La izquierda castellana como organización, se configuró en su forma actual en 2002 a partir de la coalición de Izquierda Comunera, Unidad Popular Castellana, Juventudes Castellanas Revolucionarias, el Círculo Castellano de Toledo y el Partido Comunista del Pueblo Castellano; este último eventualmente se desmarcó de la organización.​ Los miembros defienden sin embargo el 2 de enero de 2000, antes de la unión anteriormente mencionada, como fecha de inicio para Izquierda Castellana.​ El nombre del partido fue en cualquier caso inscrito inicialmente en el registro de partidos políticos del Ministerio del Interior el 7 de enero de 2000. Una de las primeras campañas de la organización consistió en la denuncia y retirada de simbología franquista en diferentes provincias españolas, acarreando diversos juicios y multas al respecto,​ y que tuvo su punto álgido en el ataque a la estatua ecuestre de Franco en Madrid por el que fueron detenidos cinco miembros de IzCa y que inició una polémica sobre su presencia en la ciudad que derivó en la retirada de la estatua en 2005.

    Aun no siendo un partido con intereses electoralistas, se presentó en diversas ocasiones por motivos varios siendo sus resultados electorales: en las elecciones autonómicas de 2003 obtuvo 621 votos​ (0,06 %) en Castilla-La Mancha, 3972 votos (0,25 % y 10.ª lista más votada) en Castilla y León​ y 1119 (0,04 %) en la Comunidad de Madrid.

    En 2009, Izquierda Castellana impulsó, junto con la organización Comuner@s, la candidatura Iniciativa Internacionalista-La Solidaridad entre los Pueblos para las elecciones al Parlamento Europeo de dicho año.​ La número dos de la candidatura fue Doris Benegas, dirigente de IzCa. Dicha lista fue anulada por el Tribunal Supremo acusada de estar instrumentalizada por la ilegalizada Batasuna, decisión que fue revocada por el Tribunal Constitucional al entender que la decisión del Supremo vulneraba los derechos fundamentales.

    Izquierda Castellana fue una de las organizaciones convocantes de la manifestación Rodea el Congreso del 25 de septiembre de 2012. ​Su dirigente Doris Benegas fue imputada y llamada a declarar ante la Audiencia Nacional en 2012 como organizadora de la manifestación, dado que había sido identificada en una reunión preparatoria del evento celebrada en el parque del Retiro el 16 de septiembre. Benegas calificó la medida como «un salto cualitativo en la represión de los movimientos sociales». Finalmente, en marzo de 2015 la Justicia anuló la multa impuesta por la Delegación del Gobierno de Madrid a Benegas por estos hechos.

    En noviembre de 2013 algunos medios de prensa relacionaron sin pruebas a Izquierda Castellana con tres de los 22 detenidos acusados de los incidentes y disturbios el 20N en la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid que dieron lugar a la agresión a cinco estudiantes.​

    En las elecciones municipales de 2015 en Valladolid, el partido apostó por colaborar formalmente con la candidatura Valladolid Toma La Palabra (TLP)​ la cual obtuvo 22 259 votos (13,39 %) siendo actualmente la tercera fuerza política en la ciudad.

    Para las elecciones generales de 2015 Izquierda Castellana participó por primera vez en unas elecciones generales a través de la candidatura de Unidad Popular, junto con Izquierda Unida (IU), la Chunta Aragonesista (CHA) y otras organizaciones de izquierda de todo el Estado. La coalición obtuvo 923 133 votos y dos diputados.

    Para las elecciones generales de 2016 decidió participar en la coalición de izquierdas de Unidos Podemos, junto con Podemos, Izquierda Unida, Equo y otros partidos.​ A pesar de formar parte de la coalición, Izquierda Castellana ha sido muy crítica con Podemos desde la aparición de la formación morada hasta el punto de presentar una reclamación ante la Junta Electoral por su descontento con los dirigentes del partido respecto a la elaboración de las listas de la candidatura Unidos Podemos, cuya cúpula habría vetado, según declaraciones de la formación castellanista, la presencia de Doris Benegas.

    Ideología de la izquierda radical alejada del Castellanismo Comunero

    IzCa defiende la soberanía del territorio representado por las 17 provincias con miembros del Partido Federal firmantes del Pacto de Valladolid en 1869.

    Persiguen una «Castilla unida», acabando con la división actual de este concepto en cinco comunidades autónomas (Castilla y León, Castilla-La Mancha, la Comunidad de Madrid, La Rioja y Cantabria); es decir, la unión política de las siguientes provincias: Albacete, Ávila, Burgos, Cantabria (entonces provincia de Santander), Ciudad Real, Cuenca, Guadalajara, León, Madrid, Palencia, La Rioja (entonces provincia de Logroño), Salamanca, Segovia, Soria, Toledo, Valladolid y Zamora. Reivindican el 23 de abril, también conocido como día de Villalar (fiesta de la comunidad autónoma de Castilla y León), como «Día Nacional de Castilla». IzCa se define como «socialista», «republicana» e «internacionalista»,​ y apoya a diversos «movimientos de liberación nacional» tales como el vasco o el irlandés.​ Juan José Sánchez Badiola los describió en 2005 como un movimiento «pancastellanista de extrema izquierda» cercano a HB.

    IzCa forma parte del llamado Movimiento Popular Castellano (MPC), al que pertenecen también la organización feminista Mujeres Castellanas y la organización juvenil Yesca.1

    Vínculos con la izquierda abertzale

    En 2005 la organización realizó un homenaje a los últimos militantes de ETA ejecutados durante el Franquismo.​ Doris Benegas definió en una declaración en 2007 ante la Audiencia Nacional como «de igual a igual» el vínculo entre Herri Batasuna e Izquierda Castellana.​ Algunos medios como el diario ABC destacaron en 2014 las supuestas conexiones y simpatías de la organización con la izquierda abertzale, llegando fuentes consultadas por el mismo periódico a considerar que «Izquierda Castellana es la cobertura política del mundo abertzale en Madrid».

    En abril de 2008 el sindicato Manos Limpias solicitó la ilegalización del partido debido a su supuesto papel como uno de los «brazos legales» de Batasuna fuera del País Vasco.​ La denuncia, que fue admitida a trámite por la Audiencia Provincial de Valladolid, fue sin embargo archivada por la Audiencia Nacional en junio de ese mismo año.

    Las relaciones de Izquierda Castellana con la izquierda abertzale se vieron debilitadas a partir de las elecciones europeas de 2014 tras abandonar los castellanos las conversaciones para formar parte de la candidatura Los Pueblos Deciden, al entender que esta candidatura carecía de «utilidad alguna para el movimiento popular de nuestra tierra».​ Eso no ha impedido, sin embargo, que se hayan mantenido otras tomas de contacto como la firma en 2015 del manifiesto Los pueblos tienen la palabra​ junto a Euskal Herria Bildu y otras formaciones independentistas como Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), las CUP, Puyalón o incluso formaciones no abiertamente independentistas como Més per Mallorca.

    Partido Castellano-Tierra Comunera

    El Partido Castellano-Tierra Comunera (PCAS-TC) es un partido político español fruto de unión de varias formaciones castellanistas de índole nacionalista, de provincialistas, de agrupaciones electorales de ámbito local y provincial y de independientes de las comunidades autónomas de Castilla y León, Comunidad de Madrid y Castilla-La Mancha,​ unión impulsada y liderada por Tierra Comunera.

    El PCAS se define como un partido que defiende la unidad política de Castilla como forma de recuperar el protagonismo y la potencialidad económica, social y cultural que le corresponde y como impulsora de la defensa de su patrimonio histórico, cultural y medioambiental, así como la reunificación de Castilla en una sola unidad territorial. Se posiciona como alternativa a los grandes partidos a los que considera carentes de proyecto político para Castilla y el conjunto de sus ciudadanos, debilitando las posibilidades de desarrollo de los territorios en los que opera. Se define como castellanista y federalista desde su I Congreso Fundacional, que se celebró en Toledo el 24 de octubre de 2009. Por tanto, el Partido Castellano es una formación que busca recuperar la identidad castellana diluida en las últimas décadas, dotar a los castellanos de un proyecto político y social propio y colocar a Castilla como verdadero referente social, cultural y económico en España y Europa, superando problemas endémicos como la despoblación, el envejecimiento, el éxodo de los jóvenes, la falta de sinergias en los tejidos productivos castellanos, la dependencia de sus administraciones a la subvención y el caciquismo imperante en las comunidades castellanas, proponiendo nuevas formas de hacer política y denunciando constantemente la corrupción de los grandes partidos.

    EL PCAS tiene como objetivo un ámbito de actuación circunscrito a los territorios que el castellanismo considera de raíz castellana, que son las actuales comunidades autónomas de Castilla y León, Comunidad de Madrid, Castilla-La Mancha, La Rioja y Cantabria, cuya convergencia institucional pretende impulsar.

    En las elecciones autonómicas de 2011, el PCAS utilizó la marca Partido de Castilla y León (PCAL) en las circunscripciones de esa comunidad autónoma, mientras que en el resto de provincias se presentó como PCAS, obteniendo 18.011 votos. En las elecciones municipales de ese mismo año logró 143 concejales, 29 de ellos en la provincia de Ávila en coalición con Candidatura Independiente.

    En julio de 2010 se anunció que se presentaría a las elecciones al Parlamento de Cataluña de 2010 bajo la denominación Partido Castellano-Candidatura de las Culturas de Cataluña.

    Desde su creación convivían dos corrientes ideológicas diferenciadas, una castellanista partidaria de la unión de toda Castilla y regionalista castellano-leonesa. Tras el congreso de octubre de 2011 en el que se aprueba, por amplia mayoría, una nueva estrategia y abandono de las siglas PCAL en Castilla y León promovida por la dirección nacional, el sector regionalista en Castilla y León no acepta el cambio de siglas y abandona el partido para fundar uno nuevo, el Partido Regionalista de Castilla y León (PRCAL).8​ El PRCAL más adelante se integró en Ciudadanos.9​

    Para las elecciones al Parlamento Europeo de 2014 se unió a la coalición Primavera Europea, junto con Coalició Compromís, Equo, Chunta Aragonesista, Por un Mundo más Justo, Democracia Participativa, Socialistas Independientes de Extremadura y Coalición Caballas.10​ Primavera Europea obtuvo un eurodiputado en el que se alternaron Jordi Sebastià, de Compromís, y Florent Marcellesi, de Equo. El Partido Castellano promovió dentro de Primavera Europea la celebración en Bruselas de unas jornadas sobre despoblación en junio de 2016, a las que acudieron varios de sus miembros.11​

    En el III Congreso Nacional del PCAS, celebrado en Burgos el 25 de octubre de 2014, resultan elegidos el toledano Pedro Manuel Soriano como presidente de la formación,12​ y el madrileño Javier Benedit como secretario general. En el IV Congreso Nacional del PCAS, celebrado en Guadalajara en octubre de 2017, tanto Soriano como Benedit fueron reelegidos en sus respectivos cargos.

    En las elecciones municipales de 2015, el Partido Castellano compareció con la marca Partido Castellano-Tierra Comunera: Pacto. Con este nombre se quería rescatar la marca histórica del castellanismo y aglutinar a los candidatos independientes en una plataforma municipalista. A pesar de la escisión sufrida años antes, PCAS-TC: Pacto obtuvo 77 concejales, recuperando para el castellanismo la alcaldía de Melgar de Fernamental tras 20 años en la oposición. En las elecciones autonómicas, el nombre utilizado por Partido Castellano-Tierra Comunera. PCAS-TC obtuvo 8.089 votos.

    En las Elecciones al Parlamento Europeo de 2019 se presenta dentro de la candidatura Compromiso por Europa en coalición con Compromís, En Marea, Nueva Canarias, Més per Mallorca, Chunta Aragonesista, Coalición Caballas, Coalición por Melilla, Iniciativa del Pueblo Andaluz, Izquierda Andalucista, Verdes de Europa.

    Falta de opciones conservadoras y liberales

    Este blog es un intento de reivindicar el castellanismo o las ideas comuneras desde una óptica liberal y tradicionalista mucho más cercana a las ideas originales que impulsaron el sueño comunero de los castellanos.

     

  • La batalla de Torrelobatón

    La batalla de Torrelobatón

    Preludio

    Torre del homenaje del castillo de Torrelobatón, última plaza de la localidad en rendirse a los comuneros.

    Tras el fracaso acontecido en Burgos, Padilla decidió regresar a Valladolid, mientras que Acuña optó por reemprender su hostigamiento a las propiedades de los señores en Tierra de Campos. Con esta serie de acciones, Acuña pretendía destruir u ocupar las plazas imperantes de los señores, otorgando a la revuelta comunera uno de sus rasgos más característicos de su segunda etapa: su rechazo al orden social basado en el régimen señorial.

    Así pues, después de los últimos fracasos sufridos por los comuneros, Padilla deseaba obtener un triunfo para elevar la moral de la tropa y de todo el movimiento. Fue entonces cuando se decidió a tomar Torrelobatón y su castillo. Era una plaza fuerte a medio camino entre Tordesillas y Medina de Rioseco, y muy cercana a Valladolid, por lo que podía ser una excelente base para emprender acciones militares.

    Desarrollo

    El 21 de febrero de 1521 comenzó el asedio de la villa, que resistió durante cuatro días, gracias a sus murallas. El 25 de febrero los comuneros conseguían entrar en la localidad. Esta fue sometida a un enorme saqueo como premio a las tropas, del que solamente se salvaron las iglesias. El castillo continuó resistiendo, pero terminó rindiéndose ante la amenaza de ahorcar a todos los habitantes si no claudicaba, no antes de acordarse la conservación de la mitad de los bienes que se encontraran en el castillo, evitando así su saqueo.

    Consecuencias

    La victoria en Torrelobatón levantó los ánimos en el bando comunero, hasta el punto de sembrar el entusiasmo, mientras que en el bando realista, provocó la inquietud ante el avance rebelde. Esta inquietud alteró a los nobles fieles al cardenal Adriano, que se acusaban mutuamente de no haber hecho nada para evitar la pérdida de Torrelobatón. Asimismo, el Condestable comenzó a enviar tropas a la zona de Tordesillas, a modo de refuerzos y como guarnición ante los comuneros.

    Pero pese al entusiasmo presente entre los rebeldes, estos decidieron mantenerse en sus posiciones de los Montes Torozos, sin lanzar ningún ataque, lo que provocó que muchos de los soldados comuneros volvieran a sus casas, cansados de esperar los sueldos y nuevas órdenes.

    Pixabay License

  • La Batalla de Villalar

    La Batalla de Villalar

    La batalla de Villalar fue un enfrentamiento armado librado durante la Guerra de las Comunidades de Castilla que enfrentó el 23 de abril de 1521 en Villalar a las fuerzas realistas partidarias del rey Carlos I de España, capitaneadas por Íñigo Fernández de Velasco y Mendoza, condestable castellano que ejercía de gobernador del reino por la ausencia del monarca,​ y las comuneras de la Santa Junta conformada en Ávila en julio del año anterior.

    Las consecuencias del enfrentamiento fueron profundas, ya que la derrota comunera y el ajusticiamiento de sus líderes un día después puso fin casi por completo al conflicto —excepto en Toledo, donde la resistencia se prolongó hasta febrero de 1522.

    El ejército comunero se encontraba acuartelado en la localidad vallisoletana de Torrelobatón, tras haberla tomado en el mes de febrero de 1521. Juan de Padilla mantenía a sus hombres dentro del castillo a la espera de poder partir hacia Valladolid o Toro. Mientras tanto, el ejército del Condestable avanzaba hacia el sur, y el día 21 de abril se instalaba en Peñaflor de Hornija, donde se le unieron las tropas del Almirante y los señores, esperando movimientos del ejército comunero. A su mando figuraban además las fuerzas alistadas en el repartimiento efectuado por el Ayuntamiento de Burgos.

    Por otra parte la Santa Junta, establecida en Valladolid, decidió enviar a Padilla los refuerzos que él solicitaba: un contingente de artillería. El regidor Luis Godinez se negó rotundamente ponerse al frente de él, por lo que el puesto terminó siendo detentado el 18 de abril por el colegial Diego López de Zúñiga. La situación de los comuneros en Torrelobatón se tornaba cada momento más crítica, por lo que el universitario decidió el día 20 ponerse en marcha con el contingente sin recibir órdenes expresas de la Comunidad.

    El 22 de abril los comuneros no hicieron más que avistar las posiciones enemigas enviando patrullas, sin decidirse aún a abandonar Torrelobatón.​ El ejército rebelde salió por fin el día 23 de abril de 1521 de madrugada hacia Toro, ciudad levantada en comunidad.​ Era un día de lluvia, el menos propicio para hacer un desplazamiento militar. Los soldados del ejército comunero habían presionado horas antes a Padilla para que realizara algún movimiento en la zona. Este decidió partir hacia Toro en busca de refuerzos y aprovisionamiento. El ejército fue recorriendo el camino hacia Toro siguiendo el curso del riachuelo Hornija, y pasaron por los pueblos de Villasexmir, San Salvador y Gallegos.​ Cuando llegaron a la altura de Vega de Valdetronco, la batalla ya era inevitable. La lluvia seguía cayendo con fuerza, y Padilla se vio obligado a buscar un lugar propicio donde presentar la batalla.

    La primera localidad elegida fue Vega de Valdetronco, pero el ejército no atendía a las órdenes que él daba. La siguiente localidad en el camino hacia Toro, pasada Vega de Valdetronco, era Villalar, y aquel fue el lugar donde se desarrollaría la batalla, concretamente, en el Puente de Fierro.

    El ejército comunero, en clara inferioridad respecto a las tropas de Carlos V, intentó que la batalla se produjera dentro del pueblo. Para ello, instalaron los cañones y demás piezas de artillería en sus calles.

    Muchos de los combatientes aprovecharon la incertidumbre inicial para huir a sus localidades de origen u otras cercanas a Villalar. Pero los comuneros ni siquiera tuvieron la oportunidad de desplegar sus fuerzas, pues la caballería realista se lanzó al ataque de forma fulminante sin esperar la llegada de la infantería del Condestable. Esta se presentó cuando la contienda ya había concluido.

    Tras la batalla

    Los destacados líderes comuneros Padilla, Bravo y Maldonado lucharon hasta ser capturados. Al día siguiente, 24 de abril, los jueces Cornejo, Salmerón y Alcalá los encontraron culpables «en haber sido traidores de la corona real de estos reinos» y los condenaron «a pena de muerte natural y a confiscación de sus bienes y oficios». Después de confesarse con un fraile franciscano, fueron trasladados a la plaza del pueblo, en la que se encontraba la picota donde eran ejecutados los delincuentes, y allí fueron decapitados por un verdugo, que utilizó una espada de grandes dimensiones.

    Los soldados del ejército comunero que lograron huir, lo hicieron en su mayoría a Toro perseguidos por el conde de Haro y una parte del maltrecho ejército pasó a Portugal por la frontera de Fermoselle. El resto se reunió con Acuña y María Pacheco en Toledo, reforzando la resistencia de la ciudad del Tajo varios meses más. La batalla se saldó finalmente con la muerte de 500 a 1000 soldados comuneros y la captura de otros 6000 prisioneros.

     

  • Revuelta del 3 de febrero de 1522

    Revuelta del 3 de febrero de 1522

    La revuelta del 3 de febrero de 1522 fue un enfrentamiento que tuvo lugar en dicha fecha dentro de la ciudad de Toledo, entre comuneros y realistas, y que tuvo como consecuencia la derrota definitiva de los antiguos rebeldes y la huida de María Pacheco de la ciudad.

    La capitulación de Toledo a finales de octubre de 1521 no selló por completo la paz dentro de la ciudad. Por un lado los comuneros, con la viuda de Juan de Padilla a la cabeza, seguían conservando las armas y el prestigio de sus días. Por el otro, las nuevas autoridades pretendían llevar a cabo la represión y al mismo tiempo anular el acuerdo alcanzado al considerarlo inadmisible.

    Todo comenzó en la noche del día 2 de febrero, cuando multitud de hombres armados se congregaron junto a la casa de María Pacheco. Las autoridades detuvieron a un presunto agitador y lo condenaron a morir en la horca, por lo que al día siguiente —pese a las negociaciones entre los dirigentes de ambos bandos— los comuneros intentaron arrebatar al reo de la cárcel, dando inicio así a los primeros enfrentamientos con las fuerzas del orden. La batalla siguió por varias horas más, hasta que al anochecer la condesa de Monteagudo sentó una tregua que supuso la derrota definitiva de los comuneros, pero que fue aprovechada por María Pacheco para escapar a Portugal, donde se exilió hasta su muerte, en 1531.

    El 31 de octubre de 1521, previas negociaciones, el arzobispo de Bari pudo entrar en Toledo, ciudad que tras la batalla de Villalar había decidido proseguir la resistencia de mano de la viuda del capitán Juan de Padilla, María Pacheco. En realidad, el pretendido ambiente de conciliación no era tal. Los antiguos comuneros, incluida María, seguían conservando las armas y el prestigio que la revuelta les había conferido. El doctor Juan Zumel, por su parte, tenía que hacer frente a la delicada tarea de llevar a cabo la represión.​ A este motivo de disgusto para los antiguos rebeldes se agregaba el hecho de que además los virreyes habían empezado a considerar inadmisible el acuerdo firmado el 25 de octubre, por cuanto era demasiado favorable a los rebeldes y había sido autorizado bajo las presiones de la invasión francesa a Navarra.

    Este clima de inseguridad y desconfianza, que parecía propio de una ciudad ocupada, fue terreno propicio para números incidentes. Como aquella noche que, saliendo Zumel de la casa de María, se encontró con una multitud de cien a ciento cincuenta personas, una de las cuales le espetó amenazadoramente:

    Guárdese lo capitulado, syno juro a Dios que de vn almena quedeys colgado.
    Declaración de Francisco Marañón.​

    En otra ocasión, en circunstancias nada claras, los canónigos mandaron arrestar a un clérigo y le condujeron a la prisión del arzobispado. En mitad de la noche una pequeña patrulla partió del domicilio de doña María e intentó forzar la puerta de la prisión para liberarlo.

    Desarrollo de los acontecimientos

    Primeros alborotos

    Fue así que en la tarde del domingo 2 de febrero de 1522 (día de la Candalaria) un zapatero llamado Zamarrilla intentó levantar a la población contra las autoridades:

    ¡Levantaos! ¡Levantaos que hay traición!

    A la casa de María acudieron numerosos grupos de agitadores​ con Antonio Moyano a la cabeza y en número de hasta 2000 hombres,​ pero ella y Gutierre López se opusieron abiertamente a una movilización que no podía sino perjudicarles. El segundo de ellos preguntó donde se hallaba Moyano; este se arrebujó en su capa y le dijo a los otros que contestasen que no se encontraba entre ellos. Gutierre llamó a María Pacheco, y entonces Moyano se personó por fin frente a ella:

    Moyano, ¿Qué gente es ésta? ¿Andáis por echarme a perder? Veis los capítulos que están hechos (…) y hacéis agora eso para dañarlo todo (…). Por amor de mi que os vayáis, que alborotáis la ciudad desta manera. Estamos en lo que conviene a la ciudad e vosotros la echaréis a perder a ella y a todos vosotros. Por eso, por amor de Dios que os vayáis, e cada uno se vaya por sí, que no vayáis todos juntos.
    Declaración de un testigo en el pleito seguido por el mayorazgo de Juan de Padilla.

    Moyano alegó motivos:

    Señora, vinieron aquí a las alegrías por el papa á esta casa de vuestra merced.

    Finalmente, los moderados acabaron imponiéndose y la multitud se dispersó por las calles aledañas no sin antes pactar que traerían una culebrina, para casar el tiro San Juan. Poco después, Gutierre López de Padilla y Pero Núñez de Herrera se entrevistaron con el arzobispo de Bari para comunicarle un mensaje de María Pacheco. Las conversaciones, que al parecer giraron en torno la suerte final de la viuda de Padilla, se prolongaron hasta las tres de la madrugada sin resultados concretos.

    Mientras tanto ambos interlocutores, junto con el licenciado Alonso López de Ubeda, salieron a pedir a María Pacheco que hiciese retirar nuevamente la gente reunida por Moyano. Pero el jefe comunero Villaizan se apoderó de la culebrina y de un carro que había en la alhóndiga y desde la calle Santo Tomé la paseó por la ciudad al grito de «¡Comunidad! ¡Comunidad! ¡Padilla! ¡Padilla!».9​ Finalmente, María insistió y los comuneros abandonaron la culebrina en la calle.

    Quizá nada habría ocurrido si los soldados del arzobispo no hubiesen decidido detener a uno de los agitadores que estaba con ellos («uno de los más dañosos»).​ Sobre su identidad no hay datos seguros, pues algunos hablan de Juan de Ugena, otro de un tal Galán, y la mayoría —inclusive un testigo del proceso contra el regidor Juan Gaitán— se refiere al detenido como «el lechero». Algunos cronistas dan por cierta una versión que habla que era el padre de un chico que ese mismo día, en medio de las celebraciones por la elección del cardenal Adriano de Utrecht como papa, había gritado el nombre de Padilla, lo que hizo que fuese golpeado y castigado por las autoridades. Según dicho relato, el padre habría protestado ante este trato vejatorio, por lo que fue también detenido y condenado a la horca. No obstante, esta visión tan acotada de los hechos y que reduce la revuelta a un simple malentendido no parece la más probable ni mucho menos.​

    La proclama

    Al día siguiente, día de San Blas, el arzobispo intentó continuar la entrevista, pero Núñez de Herrera rechazó el ofrecimiento y los dos bandos se prepararon para el combate. El arzobispo se presentó entonces en el ayuntamiento protegido por una escolta, mostró sus atribuciones de gobernador de Toledo e hizo pregonar el texto del tratado firmado por la Comunidad. Pero las reacciones de los comuneros fueron desfavorables, porque al parecer no se trató del acuerdo original suscrito el 25 de octubre sino de uno nuevo que el arzobispo, junto con el prior de San Juan y el doctor Zumel, había hecho firmar a los antiguos integrantes de la congregación y que sentaba la derrota completa de la Comunidad.

    María Pacheco escuchó el pregón desde su ventana, junto con Pero Núñez y de García López de Padilla. Advirtiendo a la multitud congregada junto a ella de la farsa del mismo, exclamó con ira:

    Que pregonavan papeles e que todo no hera nada.
    Declaración de un testigo en el pleito seguido por el mayorazgo de Juan de Padilla.

    Los enfrentamientos

    Los enfrentamientos tuvieron lugar en el mediodía, cuando los comuneros se opusieron a que las autoridades ejecutaran al agitador detenido la noche anterior. El arzobispo respondió enviando un emisario a la condesa de Monteagudo María de Mendoza, para que ella le hiciese ver a Pacheco —su hermana— cuan inconveniente era su actitud. Tanto la condesa como María Pacheco exigieron la inmediata liberación del condenado.

    En estas circunstancias Pero Núñez de Herrera, provisto de un salvoconducto, fue a parlamentar con el arzobispo de Bari, pero entonces unos mil comuneros —armados con picas y tiros— se dirigieron a la prisión por la calle Tendillas de Sancho Minaya y se enfrentaron con las fuerzas del orden al grito de «¡Padilla, Padilla!». Inclusive una fracción del clero intervino en la contienda apoyando a los soldados del arzobispo, que gritaban «¡Muerte a los traidores!». Gutierre de Padilla, como realista, cumplió un rol muy importante en esta jornada. En los primeros momentos logró apaciguar a muchos prometiendoles que el arzobispo perdonaría al reo, y lo mismo llegó a afirmar a la esposa de aquel, Francisca.​ Naturalmente eso no ocurrió, y la multitud, al mismo tiempo que prometió no dejar vivo a ninguno de los que apoyasen al arzobispo, tachó a Gutierre de traidor y lo amenazó con la muerte.​ «Por Dios, que sería bien que cortásemos la cabeza á este traidor», llegó a decirle el notario Gonzalo Gudiel al alcalde mayor Godínez. En una estrategia para desmovilizar a los grupos rebeldes, Gutierre le pidió a aquel que advirtiese a los capitanes Figueroa y Juárez que con su levantamiento no hacían más que mandar a su gente a una muerte segura. De esa forma retrajo a los comuneros hacia la plazuela de la casa de María para decirles:

    Deteneos, señores; volvamos y guardemos nuestra casa é nuestra artillería, que agora no es tiempo, qué somos pocos, é si nos toman la casa y artillería, somos todos perdidos; sosegaos é poned ende las armas é comamos é asegurémonos, que de aquí veremos lo que querrán.
    Declaración de un testigo en el pleito seguido por el mayorazgo de Juan de Padilla.

    Algunos propusieron a María Pacheco escapar de Toledo. Ella se dispuso a hacerlo, temiendo que incendiasen la casa si no accedía, pero Gutierre, la condesa de Monteagudo y Núñez de Herrerla lograron contenerla.​ Asimismo, la gente que el primero de ellos tenía acorralada en la plazuela de sus casas pugnaba por salir como los demás al grito de «¡Padilla! ¡Padilla!», pero él intento contenerla a duras penas con las armas, diciéndoles:

    No digáis nada de esto, cuerpo de Dios, sino ¡viva el Rey y la Inquisición!

    Lentamente, los realistas fueron cercando a los comuneros dentro de la casa de Padilla, a través de un corral de la cercana casa de Pedro Laso de la Vega.​ Mientras tanto, el condenado fue ahorcado. María Pacheco rompió en llanto y culpó de todo a Gutierre, quien en su momento la había retenido para que no saliese hacia el lugar de los hechos y arrebatase al lechero de las manos del arzobispo. Otro testigo —llamado Juan de Lizarazo— refiere también como Villaizan dio un espaldarazo a cierto criado del arzobispo y Pedro, hermano de Gutierre, salió armado y a caballo en defensa de aquel, gritandole para que retrocediese. Finalmente hizo que se retirasen de escena varios vecinos comuneros del arrabal e impidió que los implicados hiciesen uso de tres o cuatro falconetes, evitando así el derramamiento de sangre.

    Huida de María Pacheco

    El combate duró cuatro horas, hasta que la condesa de Monteagudo sentó una tregua que fue aceptada de inmediato y significó la derrota definitiva de los comuneros. María Pacheco, por su parte, aprovechó la refriega para a la mañana siguiente escapar de Toledo.​ A través de un pasadizo pasó a la iglesia de Santo Domingo el Antiguo y, con el hábito de aldeana, bajó por la calle de Santa Leocadia y consiguió salir finalmente por la puerta del Cambrón. Seguidamente se deslizó por el muladar frente a la puerta, hasta dar en el llano junto al río. Allí la esperaban las damas y criados de su hermana, que la acompañaron hasta un mesón o casa de posadas, desde donde pudo seguir a caballo hasta encontrarse con toda su gente más allá de los Molinos de Lázaro Buey junto al Tajo, actuales Molinos de Buenavista.​ En Escalona su tío, el marqués de Villena, se negó a hospedarla, por lo que la fugitiva se dirigió a La Puebla de Montalbán. Poco después se exilió en Portugal con algunos criados, dónde viviría en extrema pobreza hasta ser acogida por el obispo de Braga y morir en 1531. No se puede descartar que haya estado en connivencia tácita con el arzobispo de Bari.

    Consecuencias

    El enfrentamiento del 3 de febrero y la huida de doña María sellaron el fin del movimiento comunero en Castilla.​ Así lo conmemoraron los canónigos toledanos cuando grabaron en el claustro de la catedral de Santa María de Toledo la siguiente inscripción:

    Lunes, tres de febrero de mili e quinientos e veynte e dos, día de Sant Blas, por los méritos de la Sacrat. Virgen, nuestra señora, el deán e cabildo con todo el clero desta santa yglesia, cavalleros, buenos ciudadanos, con mano armada, juntamente con el arzobispo de Bari que a la sazón tenía la justicia, vencieron a todos los que con color de comunidad tenían esta cibdad tiranizada e plugo a Dios que ansy se hiziese en reconpensa de las muchas ynjurias que a esta santa yglesia e a sus menistros avían hecho e fue esta divina Vitoria cabsa de la total pacificación desta cibdad e de todo el reyno, en la qual con mucha lealtad por mano de los dichos señores fue sentido Dios e la Virgen nuestra señora e la magestad del enperador don Carlos semper augusto rey nuestro señor.
    Inscripción grabada en el claustro de la catedral el 3 de febrero de 1522.

    El doctor Zumel, como primer acto de la represión, procedió a derribar la casa de Juan de Padilla y levantar una columna con una placa difamatoria que hacía memoria de las pretendidas desgracias que la rebelión alentada por el regidor toledano había causado al reino.​ Por dos meses, persiguió con rigor a los antiguos comuneros que todavía permanecían en la ciudad.14

    El domingo 23 de febrero, finalmente, se celebró una concordia de fidelidad al monarca entre los caballeros, tras lo cual el arzobispo de Bari dio misa y se llevaron a cabo banquetes y juegos públicos.​ En abril, Toledo había vuelto al orden.

     

    Pixabay License

  • La guerra de Comunidades y el inicio del centralismo europeo

    La guerra de Comunidades y el inicio del centralismo europeo

    La Guerra de las Comunidades fue un conflicto que tuvo lugar en España durante el reinado del emperador Carlos I, conocido también como Carlos V, en el siglo XVI. Esta guerra fue librada por las ciudades castellanas y sus comunidades, que lucharon contra el poder central del emperador y su gobierno.

    El origen de la Guerra de las Comunidades se encuentra en la creciente tensión entre los territorios castellanos y el gobierno central del Imperio Español. Las ciudades castellanas se sentían oprimidas por la imposición de impuestos y la centralización del poder político y económico en manos del emperador.

    En 1520, las ciudades castellanas se unieron para formar la Liga de las Comunidades, que buscaba proteger sus derechos y libertades locales. Sin embargo, la liga fue disuelta en 1521 y el emperador Carlos I comenzó a ejercer un control más estricto sobre las ciudades.

    La guerra estalló en 1520 y las fuerzas de las comunidades castellanas lograron algunos éxitos iniciales en la batalla. Sin embargo, el emperador Carlos I contaba con un ejército mejor equipado y entrenado, y pronto comenzó a ganar terreno en la guerra.

    La derrota de las comunidades castellanas fue inevitable y, en 1522, el emperador Carlos I derrotó a las fuerzas de la Liga de las Comunidades en la batalla de Villalar. La guerra terminó con la completa victoria del emperador y la restauración del poder central en España.

    La Guerra de las Comunidades es considerada un momento clave en la historia de España y de Europa, ya que marcó el inicio de un período de centralización del poder político y económico en manos de los monarcas y el declive de la autonomía local.

    En conclusión, la derrota de los comuneros en la Guerra de las Comunidades es un recordatorio de la lucha constante entre el poder central y las comunidades locales por el control y la influencia política y económica. A pesar de la victoria del emperador Carlos I, la memoria de la lucha de las comunidades castellanas vive en la historia y en la cultura popular de España hasta el día de hoy.

  • La Batalla de Tordesillas

    La Batalla de Tordesillas

    Preludio

    Poco a poco, Toledo fue perdiendo influencia dentro de la Junta, y con la ciudad, también perdía influencia su líder, Juan de Padilla, aunque no así popularidad y prestigio entre los comuneros.​ Con la pérdida de influencia de Toledo y de sus líderes, surgieron dos nuevas figuras dentro de la Comunidad, Pedro Girón y Antonio de Acuña, que aspiraban a pasar al primer plano. El primero era uno de los pocos nobles leales comuneros, al parecer porque el rey se negó a entregarle el ducado de Medina Sidonia. El segundo, era obispo de Zamora, jefe de la Comunidad zamorana y cabecilla de una milicia formada enteramente por sacerdotes.​

    Mientras tanto, en el bando realista, los señores no sabían qué táctica seguir, si luchar directamente, como defendía el Condestable de Castilla o agotar las vías de negociación, como proponía el Almirante de Castilla. Todo intento de negociación entre los comuneros y los virreyes fracasó, debido a que ambos bandos contaban ya con un ejército y ansiaban vencer al enemigo.

    Así pues, a finales de noviembre de 1520, ambos ejércitos tomaban posiciones entre Medina de Rioseco y Tordesillas, haciendo inevitable el enfrentamiento.

    Desarrollo

    Con Pedro Girón a la cabeza, las tropas comuneras, siguiendo órdenes de la Junta, habían avanzado hacia Medina de Rioseco, estableciendo su cuartel general en la localidad de Villabrágima, a tan solo una legua del ejército real. Estos, mientras tanto, se limitaron a ocupar pueblos para evitar el avance y cortar las líneas de comunicación.

    La situación se mantuvo hasta el 2 de diciembre, cuando el ejército rebelde comenzó a abandonar sus posiciones en Villabrágima, tomando dirección hacia Villalpando, localidad del Condestable que se rindió al día siguiente sin oponer resistencia. Con este movimiento, la ruta hacia Tordesillas quedaba desprotegida. El ejército real lo aprovechó, poniéndose en marcha el 4 de diciembre y ocupando la villa tordesillana al día siguiente, tras haber derrotado a la guarnición defensiva comunera, que se vio desbordada.

    Consecuencias

    La toma de Tordesillas supuso una seria derrota para los comuneros, que perdían a la reina Juana, y con ella, sus esperanzas de que esta atendiera sus pretensiones. Además, muchos de los procuradores habían sido apresados, y los que no, habían huido.

    Por todo esto, los ánimos entre los rebeldes se vieron muy afectados, además de producirse airadas críticas hacia Pedro Girón por el movimiento de las tropas que le obligaron a dimitir de su puesto y apartarse del conflicto.

    Pixabay License

  • El Hostigamiento a Tierra de Campos

    El Hostigamiento a Tierra de Campos

    El hostigamiento a Tierra de Campos fue una serie de incursiones bélicas de carácter marcadamente antiseñorial, dirigidas por el obispo comunero Antonio de Acuña en la región de Tierra de Campos a comienzos de 1521, en el marco de la Guerra de las Comunidades de Castilla.

    Acuña, tras afianzar la Comunidad en la ciudad de Palencia por orden de la Santa Junta, pasó a la acción directa a comienzos de enero de 1521. La primera localidad a la que acudió fue Frechilla. Allí tomó prisioneras a las autoridades de la Audiencia del Adelantamiento mayor de Castilla y nombró un corregidor comunero. A continuación, pasó a Fuentes de Valdepero y se apoderó de la fortaleza y sus bienes. El 10 de enero entró en Paredes de Nava y el 16 terminó uniéndose en Trigueros del Valle a las tropas de Juan de Padilla, quien había salido de Valladolid el día anterior con vistas a reconquistar las fortalezas de Ampudia y Torremormojón. Acuña, pues, participó en los combates entablados en estas dos localidades entre el 16 y el 21 de enero. De hecho, Torremormojón no tardó en capitular ante los rebeldes. Solamente Ampudia, gracias a sus murallas y a su castillo, pudo resistir unos cuantos días más.

    Una vez resueltos estos dos focos de resistencia, las tropas de Padilla, Acuña y el conde de Salvatierra marcharon juntas sobre Burgos, con la esperanza de que de esa manera darían coraje a los comuneros de la ciudad para levantarse contra el condestable. Finalmente, la proyectada operación no pudo concluirse porque el levantamiento se adelantó dos días. El obispo comunero, algo desanimado, regresó a Tierra de Campos y se dedicó a proseguir varios días más con la ofensiva antiseñorial. Así, el día 23 cayó sobre Magaz, pero al no poder vencer la resistencia de la fortaleza, se contentó con saquear ferozmente la villa. Siguió su recorrido hacia Cordovilla la Real y Tariego —propiedades del conde de Castro y el conde de Buendía, respectivamente—, cuyos castillos se encargó de derribar para evitar que cayeran en manos del enemigo. Finalmente, Frómista vio finalizar la exitosa campaña de Acuña, aunque no de la mejor manera, pues debió sufrir el saqueo de las tropas.

    Acuña en Palencia

    El 23 de diciembre de 1520 la Santa Junta le encomendó al obispo de Zamora, Antonio de Acuña, la tarea de establecer la Comunidad de manera definitiva en las regiones palentinas. Al mando de 4000 peones y 400 lanzas, asentó su cuartel general en la localidad de Dueñas (sublevada en septiembre contra los condes de Buendía) y marchó a Palencia. Allí arrestó a los sospechosos o indiferentes a la causa, recaudó impuestos en un monto de 4000 ducados y constituyó un aparato político local fiel al movimiento. El día 25 nombró a Antonio Vaca de Montalvo nuevo corregidor de la ciudad, y teniente al licenciado Martínez de la Torre. El 28 ambos asumieron oficialmente los cargos respectivos.

    Primeras incursiones

    Tras establecer sólidamente la comunidad en Palencia, Acuña retornó a Valladolid, ciudad que desde hacía unas pocas semanas se había convertido en la nueva capital del movimiento. No permaneció allí muchos días; a comienzos de enero retornó a las tierras palentinas para dar inicio a sus incursiones bélicas.

    Frechilla

    El obispo de Zamora, al mando de 300 hombres, entró en Frechilla el 5 de enero. Allí se apoderó de los oficiales de la Audiencia del Adelantamiento de Castilla y de la esposa del licenciado Lerma, los cuales envió prisioneros a Becerril de Campos. No contento con eso, dio permiso a los soldados para saquear sus bienes —las pérdidas se calcularon en 2000 ducados de oro—, y liberar a los presos de la ciudad. A continuación el licenciado de la Torre, Juan de Lila, Francisco Gómez y un tal Corral ocuparon la alcaldía mayor y el alguacilazgo del Adelantamiento. Finalmente, el 10 de enero el bachiller Zambrano tomó posesión del corregimiento de la villa.​

    Fuentes de Valdepero

    El 6 de enero de 1521 tropas medinenses capitaneadas por un tal Larez y mandadas por Acuña, sitiaron el castillo de Fuentes de Valdepero. Luego de dos horas de asedio, Acuña ordenó a un grupo de soldados incendiar las puertas de la fortaleza, y a otro grupo disparar ballestas con tiros que llevasen estopas encendidas, para quemar así el vigamen del tejado.​ Andrés de Ribera conferenció entonces un rato con el obispo, pero sin resultados positivos. La refriega continuó y ocho escopeteros comuneros llegaron a perder la vida, por lo que Acuña, convencido de lo dura que sería la lucha, dio garantías a los sitiados respecto a sus bienes, esperando de ese modo que se rindiesen. Ribera aceptó y permitió a los atacantes ingresar a la fortaleza.

    No obstante, Acuña no respetó el acuerdo, sino que saqueó la aldea, tomó prisioneros a los señores del lugar, el doctor Tello y su yerno Ribera (el mismo que había conferenciado con él horas antes), y los condujo a Valladolid. Los daños se calcularon en 20.000 ducados, 30.000 según el cronista Alonso de Santa Cruz.​

    Monzón y Paredes de Nava

    En Monzón de Campos Acuña entró a saco y pudo recaudar un total 20.000 maravedíes.​ Luego se presentó en Dueñas y finalmente en Paredes de Nava el 11 de enero. Allí celebró con los vecinos una concordia ofensiva y defensiva para que le auxiliasen cuando lo necesitase.

    Reacción realista y enfrentamientos en Ampudia y Torremormojón

    Cuando el condestable Iñigo Fernández de Velasco tomó conocimiento de las andadas del obispo de Zamora por Tierra de Campos, reclamó al almirante y al cardenal Adriano de Utrecht (con los que compartía la gobernación del reino), el envío de los soldados necesarios para detenerlo. Mientras llegaban, encomendó esta tarea a los condes de Castro y de Osorno, al mariscal de Frómista y a Juan de Rojas.

    Pero los capitanes Francés de Beaumont y Pedro Zapata no esperaron órdenes desde la gobernación y en la mañana del 15 de enero partieron con sus 1300 infantes, 150 lanzas y 40 escuderos en dirección a la villa de Ampudia, propiedad del rebelde conde de Salvatierra, Pedro López de Ayala. Su toma ese mismo día produjo un gran desorden en el dispositivo montado por los comuneros en Tierra de Campos.

    La Junta respondió enviando al toledano Juan de Padilla, el cual se unió con Acuña en Trigueros del Valle​ para formar un ejército de aproximadamente 4000 hombres.​ Los ocupantes de Ampudia, al tener noticias del inminente contraataque comunero, se refugiaron en Torremormojón, que los rebeldes recuperaron el 17 de enero luego de acordar con los vecinos el pago de un cuantioso tributo de guerra. Ampudia resistió varios días más gracias a la fortaleza de sus murallas y su castillo, pero finalmente capituló el 21 de enero.

    Marcha hacia Burgos

    Inmediatamente, Acuña, Padilla y el conde de Salvatierra marcharon con sus tropas en dirección a Burgos. Su plan consistía en animar a los comuneros burgaleses a levantarse contra la autoridad del condestable.​ La sublevación en cuestión tuvo lugar, pero no el 23 de enero, tal como estaba pactado, sino dos días antes, el 21. Este desfase permitió al virrey castellano al día siguiente restaurar el orden en la ciudad sin demasiados problemas. Las tropas comuneras, por otro lado, decidieron retirarse sin entablar hostilidades.

    Continuación de la ofensiva antiseñorial

    Tras el episodio de Burgos, el espacio geográfico de las incursiones de Acuña se trasladó ligeramente al este. Magaz de Pisuerga, Tariego de Cerrato, Cordovilla la Real y Frómista fueron, pues, los últimos objetivos del prelado antes de dirigirse al reino de Toledo.

    Magaz

    En la madrugada del 23 de enero Antonio de Acuña puso sitio al castillo de Magaz. Ocurrió que al verse incapaz de vencer la resistencia orquestada por García Ruiz de la Mota, dos horas antes de que amaneciese decidió ensañarse con la población. No dejó nada, ni un brocado, ni un maravedí, ni una cabeza de ganado, escriben sus enemigos. Robó los crucifijos, los ornamentos de las iglesias, inclusive el manto de la Virgen.​ De Palencia se enviaron diez escopeteros, diez caballeros y otros treinta hombres al mando del capitán Sant Román, con el fin de dar alcance a las fuerzas de Acuña y repartirse las cabezas de ganado.​ Cuando regresaban de noche a su ciudad Mota sacó al encuentro cinco caballeros, siete escopeteros y tres piqueros. El éxito fue total: recuperaron el ganado, capturaron a dos de los palentinos, mataron a otros tres, y el resto resultó herido. Mota pretendió ahorcar a uno de los prisioneros, que resultó ser el regidor Pedro de Haro, pero prefirió esperar la respuesta del condestable.

    Cordovilla la Real y Tariego

    Desde Torquemada, el obispo Acuña partió en dirección al castillo de Cordovilla la Real, propiedad del conde de Castro, y lo incendió. Tras este episodio, el 29 de enero saqueó Tariego de Cerrato, feudo del conde de Buendía. Al principio se pensó dejar una guarnición comunera en el castillo, pero ante el peligro de que cayese en manos del condestable, Acuña sugirió a la Junta la conveniencia de derribarlo y abandonarlo, junto con el castillo de Cordovilla.

    Frómista

    El próximo y último objetivo de Acuña fue la ciudad de Frómista, a la que entró el primer día de febrero. La población, envuelta en un clima de terror por la modalidad de lucha del obispo comunero, se comprometió a reunir un rescate de 500 ducados para evitar el pillaje. Pero cuando Acuña se percató de que no habían podido recaudar dicha cantidad, procedió a despojar a las iglesias de sus crucifijos, cálices, y patenas de plata.

    Consecuencias

    La muchas veces denominada «dictadura» del obispo de Zamora en Tierra de Campos permitió a los comuneros incrementar el tesoro de guerra, tanto por los impuestos que recaudaba en nombre de la Junta como por los saqueos a iglesias, castillos y aldeas pertenecientes a los señores:

    El roba todos los lugares pequeños que puede y por ser perlado atrevese a las iglesias y dejalas sin cuidado de tener que guardar y a los lugares grandes rescatalos y componelos porque no les haga guerra acá.
    Carta del licenciado Vargas al rey, fechada en Burgos el 2 de febrero de 1521.

    Sus enemigos evocaron constantemente el ambiente de descontrol e inseguridad que reinaba a la región, que hacía recordar el reinado de Enrique IV. Por otro lado, estas incursiones bélicas dotaron al movimiento comunero de una las características más notables de su segunda etapa: el rechazo de un orden social basado en el régimen señorial.

    Tras la revuelta, como fue común en todos los casos, sobrevinieron las repercusiones judiciales. Así, por ejemplo, cuando Andrés de Ribera recuperó la libertad en marzo eligió tres comisionados, Juan Álvarez de Torres, Diego Ruiz del Corral y Antonio de Miranda, para que recobrasen por su precio los objetos vendidos por los soldados de Acuña a vecinos palentinos. A principios de agosto de 1522 el juez pesquisidor Francisco Castañeda se presentó en Palencia para investigar las «cosas y cabsas tocantes» al saqueo a Fuentes de Valdepero. Acudió a la junta del cabildo celebrada el 14 de agosto, pues estaba interesado en la devolución de algunos objetos, entre ellos los tubos de un órgano, que, en cuarenta reales, compró el canónigo Lorenzo de Herrera a unos soldados. Herrera ayudó a Juan Álvarez en su comisión y se mostró dispuesto a devolver cuanto se le pedía, previo abono del importe. Hasta tanto que esto se hiciera, los bienes reclamados quedaron en depósito, según resolvieron los capitulares.

    Otro caso lo ofrecen los concejos de Monzón y Valdespina, que en noviembre de 1522 reclamaron a Acuña 160 ducados que había obtenido de la localidad a fuerza de amenazas.

  • La rendición de Toledo y el final de la Guerra de las Comunidades Castellanas

    La rendición de Toledo y el final de la Guerra de las Comunidades Castellanas

    El fin de la guerra de las Comunidades

    Tras la batalla de Villalar, las ciudades de Castilla la Vieja no tardaron en sucumbir al potencial de las tropas del rey, volviendo todas las ciudades del norte a prestar lealtad al rey a primeros de mayo. Únicamente Madrid y Toledo, especialmente esta última, mantuvieron vivas sus comunidades durante un tiempo mayor.

    La resistencia de Toledo

    María Pacheco recibiendo la noticia de la muerte de su marido en Villalar; óleo del siglo XIX de Vicente Borrás.

    Las primeras noticias de Villalar llegaron a Toledo el 26 de abril, siendo ignoradas por parte de la Comunidad local. La certeza de la derrota se hizo evidente a los pocos días, cuando comenzaron a llegar los primeros supervivientes a la ciudad, que confirmaron el hecho y dieron testimonio del ajusticiamiento de los tres líderes rebeldes. Fue entonces cuando Toledo se declaró en duelo por la muerte de Juan de Padilla.

    Tras la muerte de Padilla, Acuña perdió popularidad entre los toledanos, en favor de María Pacheco, viuda de Padilla. Comenzaban a surgir voces que solicitaban la negociación con los realistas, buscando el evitar el sufrimiento de la ciudad, más aún tras la rendición de Madrid el 7 de mayo. Todo parecía indicar que la caída de Toledo era cuestión de tiempo.

    En este contexto, Acuña abandonó la ciudad, intentando huir al extranjero por la frontera del Reino de Navarra. En ese momento, se produjo la invasión francesa de Navarra, siendo Acuña reconocido y detenido en la frontera.

    La invasión francesa provocó que el ejército realista hubiera de concentrarse en expulsar a los franceses de Navarra, postergando momentáneamente el restituir la autoridad del rey en Toledo. ​A partir de ese momento, María Pacheco asumió el control de la ciudad, instalándose en el Alcázar, recabando impuestos y fortaleciendo las defensas. Solicitó la intervención del marqués de Villena para negociar con el Consejo Real, con el objetivo de obtener unas mejores condiciones que negociando directamente.

    La rendición de Toledo

    El marqués de Villena terminó abandonando las negociaciones entre ambos bandos, por lo que María Pacheco asumió de manera personal las negociaciones con el prior de la Orden de San Juan. El pacto de rendición de Toledo fue acordado el 25 de octubre de 1521 gracias a la intervención de Esteban Gabriel Merino, arzobispo de Bari y enviado del prior de San Juan.

    Así pues, el 31 de octubre los comuneros abandonaron el Alcázar toledano y el arzobispo de Bari nombró a los nuevos funcionarios.

    La revuelta de febrero de 1522

    Tras la vuelta al orden de Toledo, el nuevo corregidor de la ciudad acató las órdenes recibidas de restablecer al completo la autoridad del rey en la ciudad, dedicándose a provocar a los antiguos comuneros.​ María Pacheco continuaba presente en la ciudad, y se negaba a entregar las armas hasta que el rey firmara de forma personal los acuerdos alcanzados con el prior de San Juan. Por ello, el corregidor toledano exigía la cabeza de María Pacheco.

    La situación llegó a un extremo cuando el 3 de febrero de 1522 se ordenó apresar a un agitador, a lo que los comuneros se opusieron. Se inició entonces un enfrentamiento, subsanado gracias a la intervención de María de Mendoza y Pacheco condesa de Monteagudo de Mendoza, hermana de María Pacheco. Se concedió una tregua, que supuso la derrota de los comuneros, pero que fue aprovechada por María Pacheco para escapar a Portugal, donde se exilió hasta su muerte, en 1531.

    Probablemente, el lugar más evocador de la Guerra de las Comunidades sea la Plaza de Padilla, surgida por la demolición del palacio toledano del comunero Juan de Padilla y su mujer, María Pacheco, por orden del corregidor Juan Zumel, quien ordenó sembrar de sal el solar para que ni la hierba creciese donde se hallaba alzaba la morada de los cabecillas rebeldes. Este foco de la resistencia comunera, cuyo entorno urbano fue el escenario de la enconada lucha final, acabó siendo denominado por los toledanos “plaza de Padilla”, perpetuándose así la memoria del comunero y su mujer frente al propósito vengativo del corregidor. 

    El Perdón General de 1522

    Carlos I regresó a España el 16 de julio de 1522, instalando la corte en Palencia. A partir de la llegada del rey, la represión contra los excomuneros avanzaría a un ritmo mayor. Así lo demuestra la ejecución de Pedro Maldonado, líder salmantino y primo de Francisco Maldonado, ejecutado en Villalar.

    Carlos I permaneció en Palencia hasta finales del mes de octubre, trasladándose a Valladolid, donde el 1 de noviembre se promulgó el Perdón General, que daba la amnistía a quienes habían participado del movimiento comunero. Sin embargo, un total de 293 personas -pertenecientes a todas las clases sociales y entre las que se incluían María Pacheco y el Obispo Acuña- fueron excluidas del Perdón General.

    Se estima que fueron un total de cien los comuneros ejecutados desde la llegada del rey, siendo los más relevantes Pedro Maldonado y el Obispo Acuña, siendo este último ajusticiado en el castillo de Simancas el 24 de marzo de 1526, tras un intento frustrado de fuga. A raíz de esta ejecución, Carlos I fue excomulgado por ordenar el ajusticiamiento de un prelado de la iglesia.​ Las relaciones entre los dos poderes universales sufrieron grandes altibajos tras la elección de un papa tan favorable como fue el mismísimo Adriano de Utrecht (1522-1523), y pasaban por un momento muy negativo con el profrancés Clemente VII (1523-1534), que acabó sufriendo el saco de Roma (1527), tras lo que se vio obligado a reconciliarse con Carlos y coronarle emperador en Bolonia (1530).

    Pixabay License

  • Castellano de Lorenzo Silva

    Castellano de Lorenzo Silva

    1521. La revuelta de los comuneros contra Carlos V

    Un sueño de orgullo y libertad que marcó la identidad española.

    La épica revuelta del pueblo de Castilla contra el abuso de poder de Carlos V culminó en la batalla de Villalar, el 23 de abril de 1521. Las tropas imperiales arrollaron a las de las Comunidades de Castilla y decapitaron a sus principales capitanes: Padilla, Bravo y Maldonado. Aquella jornada marcó el declive definitivo de un próspero reino que se extendía a lo largo de tres continentes y cuya disolución dio lugar a un nuevo Imperio que se sirvió de sus gentes y sus recursos. Desde entonces, Castilla y los castellanos han sido vistos como abusivos dominadores, cuando en realidad su alma quedó perdida en aquel campo de batalla y ha languidecido en tierras empobrecidas, ciudades despobladas y pendones descoloridos.

    Esta novela es un viaje a aquel fracaso, nacido de un sueño de orgullo y libertad frente a la ambición y la codicia de gobernantes intrusos y, en paralelo, del descubrimiento tardío del autor, a raíz del extrañamiento y el rechazo ajeno, de su filiación castellana y del peso que esta ha tenido en su carácter y en su visión del mundo.

  • Canto de Esperanza del grupo Lujuria

    Canto de Esperanza del grupo Lujuria

    La banda segoviana de Heavy Metal LUJURIA ha realizado un vídeo musical para la canción «Canto De Esperanza» con motivo de la reedición en vinilo de su disco «…Y La Yesca Arderá» por los 500 años de la rebelión comunera.

    Videoclip de la canción de LUJURIA «Canto de Esperanza»

    «Canto De Esperanza» es una canción basada en el poema de Luis López Alvarez sobre los comuneros (1972). Con él, la banda segoviana quiere rendir homenaje a los comuneros en el V centenario de la batalla de Villalar y al autor de dicho romance. Un elegante vídeo con cuidada imagen y fotografía viviendo un acontecimiento histórico bajo la mirada de un niño. Grabado en Villalar de los Comuneros y Torrelobatón y extraído de «…Y La Yesca Arderá».

    Además, la banda realizará la gira «Cantos De Esperanza» -en referencia a las dificultades de la música en estos momentos-, en la que tocará íntegramente todas las canciones del álbum, contando con invitados especiales.

    «1521

    Y en abril para señas….

    Hace 500 años se daba en nuestra tierra la primera rebelión contra el poder que oprimía al pueblo. La historia se ha encargado de señalar la Revolución Francesa como el inicio de la Edad Contemporánea y como la primera revolución del pueblo, pero esta vez, la historia, no hace justicia. Lo justo, creemos humildemente, es que la Edad Moderna empezase con la rebelión comunera (no con la caída de Constantinopla y el descubrimiento de América) y se reconociese esa rebelión como la primera del pueblo y la Edad Contemporánea se inicie con la Revolución Francesa y se marque esa Revolución como el inicio de la Edad Contemporánea y la SEGUNDA revolución del pueblo…

    En 2021 se cumplen 500 años de un acontecimiento histórico importantísimo, no solo para los que somos de esta preciosa tierra, para el mundo entero. Se cumplen 500 años de la demostración palpable de dos cosas:

    Una, que se puede luchar por la justicia.

    Y dos y más importante, que cuando por lo que se lucha es justo, ni la muerte mata las ideas. Juan Bravo, Padilla, Maldonado, y tantas comuneras y comuneros, dieron su vida, pero no fueron derrotados. Sus ideas han llegado a nuestros días, esa es su victoria, esa es la fiesta que celebramos. No celebramos una derrota, celebramos una gran victoria.

    En 2021 se cumplen 500 años de la rebelión comunera. Pero, cosas de la historia, pasan más cosas. Creemos firmemente que será el año en el que derrotemos a la pandemia mundial que nos asola. Por todo ello, un grupo como Lujuria, hemos considerado que es hora de romper el silencio y lanzar al mundo “Cantos de Esperanza”

    Durante toda la pandemia hemos sido responsables, serios, no hemos anunciado ninguna fecha. Por no hacer, no hemos hecho ni mascarillas con nuestro logo, creemos que eso corresponde a las empresas que las fabrican con todas las garantías, hemos sido responsables.

    En estos momentos creemos que esa responsabilidad se fragua asumiendo el papel que siempre tuvo la música: animar, alegrar, transmitir esperanza. Y estamos convencidos que en el último trimestre del año podremos presentar un espectáculo que permita su disfrute incluso si hubiese alguna restricción. Ese espectáculo, del que iremos dando más detalles, pasa por interpretar íntegramente el disco “Y la Yesca Arderá” acompañados de algún actor que recite el poema y de algún montaje que acompañe a todo esto y permita su representación en teatros y/o grandes espacios abiertos.

    También vamos a reeditar en vinilo el disco “…Y La Yesca Arderá” para celebrar el 500 aniversario de la rebelión comunera. Con mimo, que quede precioso. Es la historia y el himno de la tierra que nos vio nacer, se lo merece.

    Ya iremos dando más detalles, estas líneas son para deciros que llega el tiempo de que se oigan:

    ¡¡CANTOS DE ESPERANZA!!

    ¡Por los 500 años de la rebelión comunera!

    ¡Por Juan Bravo, por Padilla, por Maldonado y por María Pacheco, La “Leona de Castilla” que también la mujer tuvo su papel en nuestra rebelión!

    ¡Por vosotras y vosotros que ya os merecéis albergar, con motivos reales, esperanza!

    ¡Por nuestra tierra, de la que estamos orgullosos!

    ¡Por el mundo y el género humano, en lo que creemos firmemente!

    Común es el sol y el viento

    Común ha de ser la tierra

    Que vuelva común al pueblo

    Lo que del pueblo saliera.

    ¡¡EL MUNDO ENTERO, SE SIENTE COMUNERO!!

error: ¿Eres una agente al servicio del Emperador?