El Cid El Cid; El segundo destierro 15 minuto leer 4 1,258 Compartir en Facebook Compartir en Twitter Compartir en Linkedin Reconciliación con Alfonso VI El 25 de mayo de 1085 Alfonso VI conquista la taifa de Toledo y en 1086 inicia el asedio a Zaragoza, ya con al-Musta’in II en el trono de esta taifa, quien también tuvo a Rodrigo a su servicio. Pero a comienzos de agosto de ese año un ejército almorávide avanzó hacia el interior del reino de León, donde Alfonso se vio obligado a interceptarlo, con resultado de derrota cristiana en la batalla de Sagrajas el 23 de octubre. Es posible que durante el cerco a Zaragoza Alfonso se reconciliara con el Cid, pero en todo caso el magnate castellano no estuvo presente en Sagrajas. La llegada de los almorávides, que observaban más estrictamente el cumplimiento de la ley islámica, hacía difícil para el rey taifa de Zaragoza mantener a un jefe del ejército y mesnada cristianos, lo que pudo causar que prescindiera de los servicios del Campeador. Por otro lado, Alfonso VI pudo condonar la pena a Rodrigo ante la necesidad que tenía de valiosos caudillos con que enfrentarse al nuevo poder de origen norteafricano. Rodrigo acompaña a la corte del rey Alfonso en Castilla en la primera mitad de 1087, y en verano se dirigió hacia Zaragoza, donde se reunió de nuevo con al-Musta’in II y, juntos, tomaron la ruta de Valencia para socorrer al rey-títere al-Qadir del acoso de al-Mundir (rey de Lérida entre 1082 y 1090), que se había aliado de nuevo con Berenguer Ramón II de Barcelona para conquistar la rica taifa valenciana, en esta época un protectorado de Alfonso VI. El Cid logró repeler la incursión de al-Mundir de Lérida pero poco después el rey de la taifa leridana tomaba la importante plaza fortificada de Murviedro (actual Sagunto), acosando otra vez peligrosamente a Valencia. Ante esta difícil situación, Rodrigo Díaz marchó a Castilla al encuentro de su rey para solicitar refuerzos y planear la estrategia defensiva en un futuro. Fruto de estos planes y acciones sería la posterior intervención cidiana en el Levante, que traería como resultado una sucesión encadenada de acciones bélicas que le llevarían a acabar por rendir la capital del Turia. Reforzada la mesnada del Cid, se encaminó a Murviedro con el fin de expugnar al rey hudí de Lérida. Mientras Alfonso VI salió de Toledo en campaña hacia el sur, Rodrigo Díaz partió de Burgos, acampó en Fresno de Caracena y el 4 de junio de 1088 celebró la Pascua de Pentecostés en Calamocha y se dirigió de nuevo a tierras levantinas. Cuando llegó, Valencia estaba siendo sitiada por Berenguer Ramón II, ahora aliado con al-Musta’in II de Zaragoza, a quien el Campeador había negado entregar la capital levantina en la campaña anterior. Rodrigo, ante la fortaleza de esta alianza, procuró un acuerdo con al-Mundir de Lérida y pactó con el conde de Barcelona el levantamiento del asedio, que este hizo efectivo. Posteriormente, El Cid comenzó a cobrar para sí mismo las parias que anteriormente Valencia pagaba a Barcelona o al rey Alfonso VI y estableció con ello un protectorado sobre toda la zona, incluida la taifa de Albarracín y Murviedro. Segundo destierro: su intervención en Levante Sin embargo, antes de terminar 1088, se produciría un nuevo desencuentro entre el caudillo castellano y su rey. Alfonso VI había conquistado Aledo (provincia de Murcia), desde donde ponía en peligro las taifas de Murcia, Granada y Sevilla con continuas algaradas de saqueo. Entonces las taifas andalusíes solicitaron de nuevo la intervención del emperador almorávide, Yusuf ibn Tashufin, que sitió Aledo el verano de 1088. Alfonso acudió al rescate de la fortaleza y ordenó a Rodrigo que marchara a su encuentro en Villena para sumar sus fuerzas, pero el Campeador, no acabó por reunirse con su rey, sin que se pueda discernir si la causa fue un problema logístico o la decisión del Cid de evitar el encuentro. En lugar de esperar en Villena, acampa en Onteniente y coloca atalayas avanzadas en Villena y Chinchilla para avisar de la llegada del ejército del rey. Alfonso, a su vez, en lugar de ir al lugar de encuentro acordado, toma un camino más corto, por Hellín y por el Valle del Segura hasta Molina. En todo caso, Alfonso VI volvió a castigar al Cid con un nuevo destierro aplicándole además una medida que solo se ejecutaba en casos de traición, que comportaba la expropiación de sus bienes; extremo al que no había llegado en el primer destierro. Es a partir de este momento cuando el Cid comenzó a actuar a todos los efectos como un caudillo independiente y planteó su intervención en Levante como una actividad personal y no como una misión por cuenta del rey. A comienzos de 1089 saqueó la taifa de Denia y después se acercó a Murviedro, lo que provocó que al-Qadir de Valencia pasara a pagarle tributos para asegurarse su protección. A mediados de ese año amenaza la frontera sur del rey de Lérida al-Mundir y de Berenguer Ramón II de Barcelona estableciéndose firmemente en Burriana, a poca distancia de las tierras de Tortosa, que pertenecían a al-Mundir de Lérida. Este, que veía amenazados sus dominios sobre Tortosa y Denia, se alió con Berenguer Ramón II, quien atacó al Cid el verano de 1090, pero el castellano lo derrotó en Tévar, posiblemente un pinar situado en el actual puerto de Torre Miró, entre Monroyo y Morella. Capturó de nuevo al conde de Barcelona quien, tras este suceso, se comprometió a abandonar sus intereses en el Levante. Como consecuencia de estas victorias el Cid se convirtió en la figura más poderosa del oriente de la Península, estableciendo un protectorado sobre Levante que tenía como tributarios a Valencia, Lérida, Tortosa, Denia, Albarracín, Alpuente, Sagunto, Jérica, Segorbe y Almenara. En 1092 reconstruyó como base de operaciones la fortaleza de Peña Cadiella (actualmente La Carbonera, sierra de Benicadell), pero Alfonso VI había perdido su influencia en Valencia, sustituida por el protectorado del Cid. Para recuperar su dominio de esa zona se alió con Sancho Ramírez de Aragón y Berenguer Ramón II, y consiguió el apoyo naval de Pisa y Génova. El rey de Aragón, el conde de Barcelona y la flota pisana y genovesa atacaron la Taifa de Tortosa, que había sido sometida por el Cid al pago de parias y en verano de 1092 la coalición hostigó Valencia. Alfonso VI, por su parte, había acudido antes por tierra a Valencia para acaudillar la alianza múltiple contra el Cid, pero la demora de la armada pisano-genovesa que debía apoyarle y el alto coste de mantener el sitio, obligó al rey al abandono de las tierras valencianas. Rodrigo, que estaba en Zaragoza (la única taifa que no le tributaba parias) recabando el apoyo de al-Musta’in II, tomó represalias contra el territorio castellano mediante una enérgica campaña de saqueo en La Rioja. Tras estos acontecimientos, ninguna fuerza cristiana se pudo oponer al Cid, y solo el potente Imperio almorávide, entonces en la cima de su poderío militar, podía hacerle frente. La amenaza almorávide fue la causa que definitivamente llevó al Cid a dar un paso más en sus ambiciones en Levante y, superando la idea de crear un protectorado sobre las distintas fortalezas de la región, sostenido con el cobro de las parias de las taifas vecinas (Tortosa, Alpuente, Albarracín, y otras ciudades fortificadas levantinas) decidió conquistar la ciudad de Valencia para establecer un señorío hereditario, estatus extraordinario para un señor de la guerra independiente en cuanto que no estaba sometido a ningún rey cristiano. 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