Autor: Castilla Comunera

  • Rodrigo Ponce de León, Duque de Cadiz

    Rodrigo Ponce de León, Duque de Cadiz

    Rodrigo Ponce de León (Mairena del Alcor, 1443 – Sevilla, agosto de 1492) no fue solo un noble andaluz o un capitán más en las guerras de su tiempo.

    Fue el azote de los infieles, la lanza del Reino de Castilla en el corazón de Al-Ándalus, y una de las figuras más brillantes, valientes y resueltas del glorioso esfuerzo de la Reconquista. Su nombre resuena aún como un trueno en las montañas de Granada, como una oración recitada en voz de mando por los capitanes de Castilla.

    Nacido en una tierra de frontera, heredero de una casa de linaje antiguo y orgulloso, Rodrigo fue formado en la disciplina de la guerra y en el arte de la política. Desde su juventud demostró ser más que un noble de su tiempo: era un castellano templado en acero, con la voluntad de hierro de su tierra. El título de marqués de Cádiz, recibido en vida de su padre, fue solo el inicio de una carrera marcada por la gloria y la fidelidad al destino imperial de Castilla.

    Se hizo señor de Cádiz con su espada, reprimiendo rebeliones y sometiendo villas bajo el estandarte de la Corona. Cuando otros nobles dudaban, Rodrigo se mantenía firme; cuando los enemigos acechaban, era su estandarte el que encabezaba la carga. En la toma de Alhama en 1482, su genio militar prendió la mecha de la última gran cruzada del medievo. Con cada batalla librada, con cada ciudad ganada, la causa castellana avanzaba imparable hacia la unidad de los reinos peninsulares.

    Sufrió derrotas, como en la jornada trágica de la Ajarquía, pero nunca dobló la rodilla. Cuando muchos habrían caído en la desesperación, Rodrigo interpretó la desgracia como castigo divino, renovó su fervor y redobló su esfuerzo. A su lado cayeron hermanos y sobrinos, mártires de la causa castellana. Y sin embargo, Rodrigo resurgió más fuerte, consiguiendo la captura de Boabdil, emir de Granada, en Lucena, dando un golpe certero al corazón del enemigo.

    Fue pieza esencial en las campañas de Málaga y de Granada, comandando ejércitos, alentando tropas y abriendo los muros de las fortalezas moras. Su presencia en la rendición de Granada, junto a los Reyes Católicos, no fue solo un acto político: fue la consagración de un guerrero que había entregado su vida a la gloria de Castilla.

    Murió en el mismo año en que cayó el último bastión del islam en la Península, como si su vida hubiera estado unida por juramento secreto a la misión sagrada de completar la Reconquista. Su testamento dejaba en manos de su esposa Beatriz Pacheco el mayorazgo y el encargo de preservar su legado. En sus hijas, legitimadas con orgullo, perdura el linaje que tanto luchó por Castilla.

    Rodrigo Ponce de León fue más que un hombre: fue una espada alzada en nombre de Dios y de Castilla, un símbolo de la unidad que nacería con la Monarquía Hispánica. Su memoria debe ocupar un lugar de honor entre los héroes de la patria, pues encarna lo mejor del temple castellano: fe, honor, coraje y victoria.

  • Beatriz de Castilla: la hija del Rey Sabio que desafió imperios y tejió alianzas con sangre, fe y corona

    Beatriz de Castilla: la hija del Rey Sabio que desafió imperios y tejió alianzas con sangre, fe y corona

    En los albores del siglo XIII, cuando las tierras de Castilla se cubrían aún con el polvo de antiguas guerras y los estandartes ondeaban al compás del destino cristiano frente al islam y los reinos vecinos, vino al mundo una mujer que, sin derecho al trono ni herencia legítima, habría de tallar su nombre en piedra y honor en las crónicas de reinos. Su nombre fue Beatriz de Castilla, bastarda de rey, madre de reyes, reina de dos coronas y puente entre naciones.

    Nació en Zaragoza, entre los años 1242 y 1244, hija natural del rey Alfonso X, conocido como el Sabio, y de la dama Mayor Guillén de Guzmán, señora de noble linaje alcarreño. Su origen ilegítimo, lejos de ser una rémora, fue cincelado por la política, la diplomacia y la voluntad férrea de su padre, quien supo ver en ella algo más que un lazo de sangre: una herramienta del destino, un baluarte de Castilla.

    Ya en 1244, siendo apenas un infante, su nombre aparece vinculado a la villa de Elche, donada por el rey Alfonso con el beneplácito de su padre, el viejo Fernando III, el Santo, como promesa de una descendencia futura con Mayor Guillén. Fue el primer acto de una historia que, aunque velada por las intrigas y los decretos pontificios, está tejida con las hebras doradas del poder.

    La unión de dos coronas: Castilla y Portugal

    En 1253, cuando la corona de Castilla se encontraba aún consolidando la Reconquista, su rey puso en marcha una estrategia diplomática de alcance histórico. Con el fin de cerrar la disputa sobre la soberanía del Algarve, región codiciada entre Castilla y Portugal, Alfonso X ofreció a su hija Beatriz en matrimonio al monarca portugués Alfonso III. La unión, aunque celebrada con fervor político, fue vista con desdén por la nobleza lusitana, que la juzgaba humillante. No obstante, el monarca portugués, pragmático como el acero templado, respondió con una frase que aún resuena en las crónicas con sorna y determinación:

    «Si en otro día hallase otra mujer que me diera tanta tierra en el reino para acrecentarlo, con ella me casaría sin demora.»

    Así se selló una de las alianzas más significativas del siglo XIII ibérico. Beatriz, aún siendo hija ilegítima, se alzó como reina de Portugal y del Algarve, dotada con las villas de Torres Novas, Torres Vedras y Alenquer, donde ejercerá su patronazgo y dejará su huella espiritual al fundar la iglesia de San Francisco, cuyas piedras aún llevan el eco de su nombre.

    El matrimonio con Alfonso III, sin embargo, no estuvo libre de sombras. En el momento del acuerdo, el rey portugués aún estaba legalmente casado con Matilde de Bolonia, a quien repudió por su esterilidad. Esta situación provocó una querella ante el Papa Alejandro IV, quien condenó a Alfonso III por adulterio en 1258 y exigió restituciones. Pero la muerte de Matilde y la sucesión de un nuevo pontífice, Urbano IV, trajeron consigo la legitimación papal en 1263 del matrimonio entre Beatriz y el monarca portugués, así como de sus hijos, entre ellos el futuro rey Dionisio.

    Reina, madre y señora

    Desde 1253 y hasta la muerte de su esposo en 1279, Beatriz ejerció una enorme influencia en la corte portuguesa. Su linaje castellano la convirtió en embajadora natural entre ambos reinos, y su habilidad política ayudó a estabilizar relaciones que en otras manos habrían conducido a la guerra.

    Durante su reinado, impulsó obras religiosas y sociales. Además de la fundación de iglesias, promovió el mecenazgo en las tierras otorgadas, erigiéndose como madre espiritual de su pueblo. Su amor por Castilla, sin embargo, nunca se apagó. Cuando en 1267 heredó de su madre los señoríos de La Alcarria —Cifuentes, Salmerón, Alcocer, Viana de Mondéjar y Palazuelos— no solo reforzó su poder en la península, sino que afianzó los lazos con la tierra que la vio nacer.

    En Alcocer, tomó la custodia del monasterio de Santa Clara, fundado por Mayor Guillén, su madre. Fue allí, entre los rezos de las monjas y las columnas bañadas por la bruma del Tajo, donde Beatriz comprendió que el poder también se ejerce desde el recogimiento, y que el alma de una reina no está hecha solo de decretos, sino de silencio, fe y firmeza.

    El regreso a Castilla y la defensa de su padre

    La muerte de Alfonso III en 1279 marcó un punto de inflexión. Su hijo, el nuevo rey Dionisio de Portugal, mostró rápidamente diferencias con su madre, desavenencias que llevarían a Beatriz de vuelta a tierras castellanas en 1282. Fue entonces, en una Castilla desgarrada por el conflicto dinástico entre Alfonso X y el infante Sancho, cuando Beatriz mostró el temple que la historia suele negar a las mujeres de sangre ilegítima.

    Al enterarse de que su padre se hallaba sitiado por la traición de sus propios hijos y de la nobleza díscola, Beatriz no dudó. Cruzó los campos de Extremadura con su séquito, portando el estandarte de su linaje y el oro que aún le restaba, y se presentó en Sevilla para socorrer al viejo rey.

    Aquel acto de lealtad y valor no pasó desapercibido. Alfonso X, profundamente conmovido por el gesto de su hija, redactó un documento que aún hoy debería enseñarse en las aulas como ejemplo de virtud castellana:

    «…catando el grande amor e verdadero que fallamos en nuestra filia la mucho onrrada domna Beatriz… e la lealdat que siempre mostro contra nos… señaladamente por que a la sazon que los otros nuestros fiios e la mayor parada de los omes de nuestra tierra se alçaron contra nos…»

    En recompensa por su fidelidad, el Sabio le otorgó las villas de Mourão, Serpa, Moura y, con gesto inaudito, le concedió el reino de Niebla y las rentas de Badajoz. Una mujer, hija ilegítima, madre de reyes, reina de dos coronas y señora de un reino. Pocas veces se vio en la historia un testimonio tan elocuente del poder femenino castellano, encarnado en carne, sangre y voluntad.

    Últimos días y legado

    Beatriz de Castilla permaneció junto a su padre hasta el final, cuando el monarca falleció en Sevilla en 1284, vencido por el peso de los años y las traiciones. Ella, como una Antígona cristiana, se mantuvo firme ante los enemigos de su linaje, hasta que la vida comenzó a deshilacharse como los bordes de un pendón viejo.

    Retirada de la vida cortesana, pero no del alma de su tierra, vivió sus últimos años entre Sevilla y La Alcarria, entre los muros del monasterio fundado por su madre y los rezos por los caídos. Murió el 27 de octubre de 1303, y aunque la historia portuguesa la recuerda con respeto, es en Castilla donde su nombre debe alzarse como símbolo de unidad, de lealtad, de nobleza verdadera.

    Un símbolo de la mujer castellana

    Beatriz representa lo que Castilla ha dado al mundo y rara vez se reconoce: mujeres forjadas en la adversidad, que no necesitaron coronas heredadas ni bendiciones de Roma para ser grandes. Hija ilegítima de un rey sabio, madre de un monarca, reina sin trono propio, pero con dignidad inquebrantable, su figura es espejo de esa Castilla que no se resigna a ser solo frontera o campo de batalla, sino madre de civilizaciones.

    Su historia es la de un puente entre culturas, una espada que no hirió, sino que unió. Frente a los tronos vacilantes y las alianzas rotas por conveniencia, Beatriz tejió con su vida un pacto entre reinos que sobrevivió a su muerte. Lo que los hombres destruyen por ambición, a veces lo restaura el amor de una hija por su padre, o la voluntad de una mujer por sus hijos.

    Y si los siglos la han querido reducir al papel de consorte, la Castilla eterna debe devolverle su lugar: reina de coraje, señora de justicia, madre de sangre y de patria. Que su nombre se pronuncie con honra en las plazas, y que su historia se cante junto a las gestas de los reyes y guerreros, pues la fortaleza de una corona no está solo en su oro, sino en el alma de quienes la honran.

  • Munio Núñez de Brañosera, antepasado de los Condes de Castilla

    Munio Núñez de Brañosera, antepasado de los Condes de Castilla

    Munio Núñez de Brañosera (m. después de 824) tomó parte durante el siglo IX en la repoblación de la zona que se extiende desde las montañas de Cantabria hasta las orillas del Duero. Fue el antepasado de los condes de Castilla y del linaje de los Lara.

    El 13 de octubre de 824, durante el reinado del rey Alfonso II de Asturias, Munio y su mujer Argilo otorgaron el famoso fuero de Brañosera a los cinco vecinos que fueron a poblar el lugar.

    Brañosera

    Después de las guerras cántabras no hay constancia de actividad en la zona hasta la repoblación del siglo IX. Es entonces cuando fue necesario colonizar las tierras de la Meseta para abastecer a la cantidad emergente de cristianos que vivía en las montañas del norte de Hispania. Se fijaron las fronteras sobre el Duero y los reyes, infantes y obispos seguidos de colonos y siervos se trasladaron a estas tierras a fin de establecer las fronteras de una civilización en auge y expansión. Estos lugares carecían de defensas naturales por lo cual fue necesario crear, sobre colinas y montañas, castillos con una función principalmente defensiva. Los condados los dominaba un “Come” (Conde) que obtenía este título por sus victorias frente a los musulmanes. Se cree que el fundador de Castilla, por haber conquistado las tierras de los árabes, fue Rodrigo de Castilla, y más tarde sería Fernán González quien según la tradición conseguiría la independencia del Condado de Castilla.

    Así fue como llegaron los foramontanos de Malacoria procedentes del interior de Cantabria. Siguiendo el nacimiento del Ebro penetran en territorio de “brañas altas y osos” que dan el nombre al lugar. Estos formaron el consejo de Brañosera, amparados por la Carta Puebla concedida por el Conde Munio Núñez y su mujer Argilo.

    En 824 reinaba Alfonso II de Asturias. En aquellos tiempos Munio Núñez era el conde de las tierras de Brañosera.

    Desde hacía un siglo, la Península vivía la invasión árabe. Ésta había provocado la huida de los cristianos hacia el norte y muchos de ellos, los que no perecieron por el camino, llegaron a refugiarse en tierras astures, tierras que enseguida comenzaron a sufrir una superpoblación. La hambruna comenzó a cebarse con estos «exiliados» e iniciaron la huida en busca de una mejor vida. Y llegaban hasta Brañosera, hasta Brannia-Ossaria, tierra de brañas y de osos.

    Precisamente, para organizar esa repoblación, Munio Núñez concedió la Carta Puebla a sus súbditos dotándoles de derechos. Les concedió el libre uso de todo en el valle con dos únicas condiciones: dar parte de ese uso al que quisiera venir a poblar el valle; y abonar al conde la mitad de la paga que se cobrara a los de las villas cercanas que hubieran apacentado sus ganados en estos terrenos. A cambio, los pobladores de Braña-Osaria estarían exentos de vigilancia militar y del servicio en los castillos cercanos.

    Así nació el Fuero de Brañosera, la primera carta puebla, fechada el 13 de octubre del año 824, que constituye formalmente la primera organización admistrativa local, el germen de los actuales ayuntamientos.

    A partir del año 860 queda bajo el señorío del conde Rodrigo formando parte del Condado de Castilla, zona fronteriza erizada de fortalezas que protegía la entrada de los invasores sarracenos.

    En épocas posteriores los habitantes de Brañosera confirmaron su fuero, al menos, en dos ocasiones. En el año 912, lo hizo Gonzalo Fernández de Burgos, reforzando esos fueros en la villa que fundara su abuelo el conde Munio Núñez. Y en el año 968, los habitantes de Brañosera volvieron a confirmar sus fueros ante Fernán González —hijo del citado Gonzalo Fernández de Burgos—. Después, parece ser que también se confirmaron en el año 998 ante Sancho García.

     

    Descendencia

    Aunque no se menciona en la documentación o en las crónicas de la época, se supone que fue padre de por lo menos dos hijos:

    • Nuño Muñoz, quien sería el padre del conde de Castilla Munio Núñez. 
    • Fernando Muñoz, padre de:
    • Gonzalo Fernández el progenitor del conde de Castilla Fernán González. En 912, confirmó la carta puebla de Brañosera calificando a los otorgantes originales, Munio Núñez de Brañosera y Argilo, como sus abuelos.
    • Nuño Fernández, conde en Castilla y en Burgos. 

    Fernando Muñoz también pudo ser padre del conde Rodrigo Fernández que aparece confirmando una donación al Monasterio de Cardeña junto con su posible hermano Nuño.

     

     

  • El Sitio de Villalar y el final del Sueño Comunero

    El Sitio de Villalar y el final del Sueño Comunero

    El Sitio de Villalar; ..pedir al rey nuestro señor tenga por bien se hagan arcas de tesoro en las Comunidades en que se guarden las rentas destos reynos para defendellos e acrecentarlos e desempeñarlos, que no es razón Su Cesárea Majestad gaste las rentas destos reynos en las de otros señoríos que tiene…

    Los Comuneros de Castilla

    El antagonismo entre los dos sectores económicos de la alta burguesía, los comerciantes y exportadores de lana, y los manufactureros, que deseaban incrementar la cuota de lana, a lo que se negaban los comerciantes, ya que eso abarataría los precios y ellos perderían su poder económico. A ello se sumaba el descontento de los conversos ante el temor de la Inquisición, las tensiones políticas y económicas existentes entre los grupos o clanes urbanos en las distintas ciudades castellanas, que no querían perder su dominio político en perjuicio de los otros.

    La mayor parte de los comuneros procedían de los sectores sociales heterogéneos de las ciudades castellanas, aunque sus jefes pertenecían fundamentalmente a las capas medias de la población. También hay que destacar figuras relevantes de la iglesia, como el Obispo Acuña, e incluso de la nobleza, como Pedro Girón y Velasco, que se unió a la causa comunera por interés y despecho.

    Tú, tierra de Castilla, muy desgraciada y maldita eres al sufrir que un tan noble reino como eres, sea gobernado por quienes no te tienen amor

    Tras la derrota del movimiento comunero, el rey desea castigar con la máxima dureza a sus más destacados representantes, aunque estaba dispuesto a ser clemente. En el Perdón de 1522 se realiza una relación en la que quedan excluidos 293 comuneros en un listado encabezado por el mencionado Pedro Girón. El estudio de esta relación proporciona una idea bastante clara de quiénes eran los comuneros. En ella aparecían los jefes militares, los procuradores y funcionarios de la Junta o juntas locales, los eclesiásticos y demás personalidades relevantes por su participación. En conjunto, aunque en el listado aparecen todas las categorías sociales, la mayoría pertenecen a las capas sociales medias.

    A raíz de la revuelta se comenzó a decir que los conversos habían sido los culpables. Sin embargo, aunque es cierto que entre los principales comuneros había conversos, esta idea no es unánime. Conversos de gran influencia económica, como Francisco López de Villalobos o Alonso Gutiérrez de Madrid, se opusieron de forma activa a los comuneros. Tampoco hay que olvidar que entre los teóricos del movimiento se encontraban miembros del clero.

    La Última Batalla

    Poco antes de la batalla, las huestes comuneras se encontraban acuarteladas en la localidad vallisoletana de Torrelobatón, tras haberla tomado en el mes de febrero de 1521. Juan de Padilla mantenía a sus hombres dentro del castillo a la espera de poder partir hacia Valladolid o Toro. Mientras tanto, el ejército del Condestable avanzaba hacia el sur, y el día 21 de abril se instalaba en Peñaflor de Hornija, dónde se le unieron las tropas del Almirante y los señores, esperando movimientos del ejército comunero. A su mando figuraban además las fuerzas alistadas en el repartimiento efectuado por el Ayuntamiento de Burgos.

    Por otra parte la Junta comunera, establecida en Valladolid, decidió envíar a Padilla los refuerzos que él solicitaba: un contingente de artillería. El regidor Luis Godinez se negó rotundamente ponerse al frente de él, por lo que el puesto terminó siendo detentado el 18 de abril por el colegial Diego Lopez de Zúñiga. La situación de los comuneros en Torrelobatón se tornaba cada momento más critica, por lo que el universitario decidió el día 20 ponerse en marcha con el contingente sin recibir ordenes expresas de la Comunidad. El 22 de abril los comuneros no hicieron más que avistar las posiciones enemigas envíando patrullas, sin decidirse aún a abandonar Torrelobatón. El ejército rebelde salió por fin el día 23 de abril de 1521 de madrugada hacia Toro, ciudad levantada en comunidad. Era un día de lluvia, el menos propicio para hacer un desplazamiento militar. Los soldados del ejército comunero habían presionado horas antes a Padilla para que realizara algún movimiento en la zona. Éste decidió partir hacia Toro en busca de refuerzos y aprovisionamiento. El ejército fue recorriendo el camino hacia Toro siguiendo el curso del riachuelo Hormija, y pasaron por los pueblos de Villasexmir, San Salvador y Gallegos. Cuando llegaron a la altura de Vega de Valdetronco, la batalla ya era inevitable. La lluvia seguía cayendo con fuerza, y Padilla se vio obligado a buscar un lugar propicio donde presentar la batalla.

    El emperador Carlos I de España y V de Alemania, hipotecaría hasta las cejas las arcas públicas castellanas y aragonesas dejando a la nación en una situación próxima a la Edad de Piedra

    La primera localidad elegida fue Vega de Valdetronco, pero el ejército no atendía a las órdenes que él daba. La siguiente localidad en el camino hacia Toro, pasada Vega de Valdetronco, era Villalar, y aquel fue el lugar donde se desarrollaría la batalla, concretamente, en el Puente de Fierro.

    El ejército comunero, en clara inferioridad respecto a las tropas de Carlos V, intentó que la batalla se produjera dentro del pueblo. Para ello, instalaron los cañones y demás piezas de artillería en sus calles.

    Muchos de los combatientes aprovecharon la incertidumbre inicial para huir a sus localidades de origen u otras cercanas a Villalar. Pero los comuneros ni siquiera tuvieron la oportunidad de desplegar sus fuerzas, pues la caballería realista se lanzó al ataque de forma fulminante sin esperar la llegada de la infantería del Condestable. Esta se presentó cuando la contienda ya había concluido.

    Los destacados líderes comuneros Padilla, Bravo y Maldonado lucharon hasta ser capturados. Al día siguiente, 24 de abril, los jueces Cornejo, Salmerón y Alcalá los encontraron culpables «en haber sido traidores de la corona real de estos reinos» y los condenaron «a pena de muerte natural y a confiscación de sus bienes y oficios».  Después de confesarse con un fraile franciscano, fueron trasladados a la plaza del pueblo, en la que se encontraba la picota donde eran ejecutados los delincuentes, y allí fueron decapitados por un verdugo, que utilizó una espada de grandes dimensiones.

    Los soldados del ejército comunero que lograron huir, lo hicieron en su mayoría a Toro perseguidos por el conde de Haro  y una parte del maltrecho ejército pasó a Portugal por la frontera de Fermoselle. El resto se reunió con Acuña y María Pacheco en Toledo, reforzando la resistencia de la ciudad del Tajo varios meses más. La batalla se saldó finalmente con la muerte de 500 a 1000 soldados comuneros y la captura de otros 6000 prisioneros.

    Los agraviados eran legión y la tolerancia a los abusos había rebasado todos los límites

     

  • Castilla la Vieja y el despropósito autonómico

    Castilla la Vieja y el despropósito autonómico

    Muchos intereses siempre hubo por separar y dividir Castilla. Desde oligarcas, regímenes centralistas o partidos políticos que veían en el desmembramiento y la fagocitación una vía para enriquecerse económica y políticamente. Hoy en día, ese impulso caníbal, por repartirse los despojos del territorio castellano y destruir su ancestral identidad continúan. Desde la taifa de Santander por el sátrapa Revilla a la Rioja y muchos otros territorios, acoplando siempre que fuera posible al nombre de la gran Castilla, apellidos que ayudaran a desalojar de una forma más eficiente su identidad, para evitar un despertar del pueblo castellano a toda costa.

    Una Castilla débil y sin identidad, es y será siempre presa de gente sin alma, ansiosa por tener una vía de enriquecimiento rápida a cualquier costa.

    Pero volviendo al espíritu del artículo, ¿Qué era Castilla La Vieja? Está claro que al igual que en la actualidad, se necesitaba agregar al nombre de Castilla algún apellido, para no materializar su verdadera identidad; León, La Vieja, La Nueva, La Mancha… todos subterfugios, para impedir ese renacer del pueblo castellano.

    Castilla La Vieja

    Castilla la Vieja fue el nombre de una de las antiguas regiones clasificatorias en que se subdividía España antes del régimen autonómico actual; fue oficialmente creada con la división provincial de 1833. Correspondía a la zona norte del antiguo Reino de Castilla, al norte del Sistema Central. Aunque sus límites variaron a lo largo del tiempo, su territorio se correspondió durante la mayor parte de su existencia con el de las provincias de Santander, Burgos, Logroño, Soria, Segovia, Ávila, Valladolid y Palencia. Las provincias que formaban Castilla la Vieja coinciden con las que actualmente forman las comunidades autónomas de Castilla y León (menos León, Zamora y Salamanca, que juntas formaban la Región de León), Cantabria y La Rioja.

    Ámbito territorial

    Dependiendo del momento histórico estuvo constituida por las provincias de Ávila, Burgos, Logroño (desde 1980, La Rioja), Segovia, Soria, Santander (desde 1980 Cantabria), Palencia y Valladolid. Así la división territorial de España en provincias de 1833 establecía que «Castilla la Vieja se divide en ocho provincias, a saber: Burgos, Valladolid, Palencia, Ávila, Segovia, Soria, Logroño y Santander», si bien las regiones mencionadas en el Real Decreto de 30 de noviembre de 1833 por el que se creaban las provincias carecían de cualquier función jurisdiccional o administrativa, y no existía ningún nivel administrativo superior al provincial.

    Sin embargo, en el Proyecto económico, en que se proponen varias providencias, dirigidas á promover los intereses de España, con los medios y fondos necesarios para su plantificacion escrito en el año 1762 por D.Bernardo Ward, del Consejo de S.M y su Ministro de la Real Junta de Comercio y Moneda. Obra póstuma. Segunda Impresión. Joachim Ibarra. Impresor de S.M. impreso en 1779, Cantabria (o Montaña) y Rioja aparecen como regiones distintas a Castilla la Vieja. En la propuesta de división territorial de España se dice: «Se dividirá el Reyno en trece departamentos, que serán: 1º: Galicia, 2º: El Reyno de León y Asturias, 3º: Vizcaya, Cantabria, o Montaña, y Navarra, 4º: El Reyno de Aragón, 5º: Cataluña, 6º: Valencia, 7º: Murcia, 8º: Andalucía, 9º: Extremadura, 10º y 11º: Castilla la Vieja con la Rioja que por su extensión e importancia formará dos Departamentos: y asimismo 12º y 13º: Castilla la Nueva incluyendo la Mancha y la Alcarria.»

    Orígenes

    Sus orígenes están en la Castilla histórica que se formó en el siglo IX en el norte de lo que actualmente es la provincia de Burgos. Ya desde el siglo XIV se identificó el llamado Reino de Castilla o Castilla la Vieja con los territorios de la Merindad Mayor de Castilla y con los alfoces de la Extremadura castellana de la cara norte del Sistema Central; este reino, junto con el Reino de Toledo, formaba parte de Castilla.​

    Ya hacia el siglo XVI al Reino de Castilla empieza a denominársele Castilla la Vieja y al de Toledo se le pasa a conocer como Castilla la Nueva; durante algún tiempo también se llamó Novísima Castilla a Andalucía. En el siglo XVIII, Carlos III asignaba al llamado reino de Castilla la Vieja las provincias de Burgos, Soria, Segovia, Ávila, Valladolid y Palencia (cuyos límites no coinciden con los actuales, ya que además en aquel entonces no existían ni la provincia de Santander (perteneciente en su mayor parte a la de Burgos y la de Toro) ni la provincia de Logroño (integrada casi por completo en las provincias de Soria y Burgos) y la franja norte de la actual provincia de Guadalajara estaba incluida en Soria; además las actuales comarcas toledanas de la Campana de Oropesa y la Sierra de San Vicente pertenecían a la provincia de Ávila.

    En plena Guerra de la Independencia española (1808-1814), la Junta Superior de León acordó convocar a diputados de Castilla y autoproclamarse Junta Superior de León y Castilla. La victoria en Bailén no acabó con los desacuerdos y la Junta Central aprobó un Reglamento de las Juntas Superiores Provinciales (1 de enero de 1809) con el fin de regular el movimiento insurreccional de las provincias.

    Constitución de 1812

    La Constitución española de 1812 reconoce la región:

    El territorio español comprende en la Península con sus posesiones e islas adyacentes: Aragón, Asturias, Castilla la Vieja, Castilla la Nueva, Cataluña, Córdoba, Extremadura, Galicia, Granada, Jaén, León, Molina, Murcia, Navarra, Provincias Vascongadas, Sevilla y Valencia, las islas Baleares y las Canarias con las demás posesiones de África…

    División territorial de 1833

    El Real Decreto del 30 de noviembre de 1833, reforma de Javier de Burgos, puso las bases de la división en provincias que con algunas modificaciones ha llegado hasta nuestros días; en ese decreto, aparte de las citadas (con sus límites actuales), las de Logroño y Santander eran atribuidas también a la región de Castilla la Vieja. ​Hacia 1850 las provincias de Valladolid y Palencia aparecerán en algunos mapas como pertenecientes a la región denominada Reino de León, quedando en Castilla la Vieja únicamente las de Santander, Burgos, Logroño, Soria, Segovia y Ávila. Así en la Geografía general de España: comparada con la primitiva, antigua y moderna de Juan Bautista Carrasco (1861) el viejo Reino de León, con toda la tierra «conquistada por los reyes de Oviedo», comprendía las «Nuevas provincias creadas en 1833» de León, Palencia, Salamanca, Valladolid y Zamora, en tanto el Reino de Castilla, «comarca que hoy se distingue por Castilla la Vieja, libre de los árabes en el siglo IX», incluía las nuevas provincias de Ávila, Burgos, Logroño, Santander, Segovia y Soria.​ Esta agrupación, sin carácter administrativo, que sufrió otros intentos de reforma durante el XIX, es la que ha perdurado en los libros y enciclopedias desde mediados del siglo XIX hasta superada la segunda mitad del siglo XX. Por ejemplo, las primeras ediciones del Espasa, las primeras de la Enciclopedia Británica y la popular enciclopedia escolar Álvarez establecían esta división de provincias entre Castilla la Vieja y León.

    Del Sexenio Revolucionario a la II República (1868-1936)

    Castilla la Vieja fue una de las regiones con derecho a nombrar un vocal en el Tribunal de Garantías Constitucionales de la II República

    Durante el Sexenio Revolucionario (1868-1874), republicanos federales proyectaron crear un estado federado de 17 provincias llamado Federación Castellana en 1869 (Pacto Federal Castellano) y otro en 1873 (Proyecto de Constitución Federal de 1873), que hubiera comprendido once provincias: Ávila, Burgos, León, Logroño, Palencia, Salamanca, Santander, Segovia, Soria, Valladolid y Zamora.​

    Años después, en mayo de 1883, algunos republicanos de León redactaron con sus correligionarios de Valladolid la Constitución Federal de Toro.​ Asimismo, también en ese mismo año se redactó la Constitución Republicana Federal del Estado Riojano.

    La Diputación Provincial de León acordó, el 13 de julio de 1914, apostar por la Mancomunidad Castellana «con el mayor número de provincias castellanas, procurando se denomine de Castilla y León».9​ En la década de 1920, las once provincias de Castilla la Vieja y León promovieron un único pabellón, llamado de Castilla la Vieja y León, en la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929.10​ Desde inicios del siglo XIX, varias organizaciones de diversa índole surgieron por la inexistencia de una frontera en el conjunto regional denominado con los nombres históricos de Castilla la Vieja y León o uniendo a sus oriundos: Academia Médico-Quirúrgica de Castilla la Vieja (1830),11​ Asociación para el Fomento de la Agricultura y la Ganadería de Castilla la Vieja (1859), Colegio de Farmacéuticos de Castilla la Vieja (1865), Federación Agrícola de Castilla La Vieja (1901), Federación Veterinaria Regional de Castilla la Vieja y León (¿1920?), Casa de León y Castilla (1925), Copa de Castilla y León de fútbol (1925), etc. Cabe señalar que la quinta edición del Congreso de la Federación Agrícola de Castilla La Vieja (1906) tuvo lugar en la ciudad de León con patrocinio de su Diputación Provincial.​

    Ya a principios del siglo XX se ve surgir cierta ola de regionalismo castellanoviejo promovido principalmente por escritores como el segoviano Luis Carretero Nieva, con su libro La cuestión regional de Castilla la Vieja (el regionalismo castellano). En 1918, Luis Carretero reconoció que la opción unitaria, la de Castilla la Vieja y León, usaba «un método fundamentalmente científico» y destacaba de ella «la capacidad intelectual».​

    A principios del siglo XX, en 1906, el filósofo zamorano Pedro González García afirmaba que las fronteras entre la Castilla primigenia y León eran «meros accidentes de limitación histórica».​

    Tras la proclamación de la II República en 1931, la Constitución otorgó a las regiones el derecho a conformarse en autonomías, dándose varios proyectos en Castilla la Vieja que no llegaron a ver la luz. En 1933, la Ley Orgánica del Tribunal de Garantías Constitucionales, de 14 de junio de 1933, recogía en su articulado que Castilla la Vieja era una de las regiones con derecho a nombrar un vocal en dicho Tribunal. Esta ley recogía la formación de Castilla la Vieja por las provincias de Ávila, Burgos, Logroño, Palencia, Santander, Segovia, Soria y Valladolid. Finalmente, el vocal designado por Castilla la Vieja fue Pedro Jesús García, siendo elegido como suplente Vicente Rodríguez. En mayo de 1933, pocos días antes de la aprobación de la Ley Orgánica del Tribunal de Garantías Constitucionales, un diputado por la provincia de León, Juan Castrillo Santos, defendió que las provincias de Valladolid y Palencia no dejaran de ser consideradas como parte de la región leonesa.

    Guerra Civil y Franquismo

    Tras el estallido de la Guerra Civil en 1936, Castilla la Vieja mantuvo durante el franquismo su reconocimiento oficial como una de las regiones de España, si bien, al tratarse de un Estado centralizado, no poseía ningún grado de autonomía administrativa.

    En julio de 1971, a iniciativa de los presidentes de las diputaciones de Burgos, León, Palencia y Segovia, se iniciaron una serie de reuniones de varias de las once diputaciones provinciales de Castilla la Vieja y León y se crearon varias ponencias de estudio en materia de asistencia sanitaria, atención de discapacitados, interconexión de redes de carreteras, plan turístico o creación de la mancomunidad castellano-leonesa.

    Periodo preautonómico y autonómico

    Tras el final de la Dictadura, se abrió un proceso de reorganización territorial del Estado que devino en la formación de las comunidades autónomas. De este modo, en 1983, Castilla la Vieja quedó integrada en su mayor parte dentro de la comunidad autónoma de Castilla y León, junto a las provincias que formaban la Región de León. No obstante, las antiguas provincias de Santander y Logroño no se integraron en esta autonomía, formando sendas comunidades uniprovinciales, denominadas Cantabria y La Rioja con un sesgo totalmente interesado por parte de diferentes facciones políticas que veían la oportunidad de crear sus propios taifas en los que medrar económica y políticamente.

    Actualmente algunos grupos minoritarios, defienden su recuperación como comunidad autónoma independiente, segregada de la Región Leonesa. Entre ellos estaban el ya desaparecido Ciudadanos de Burgos por Castilla la Vieja (CIBu).

  • Fernando Ansúrez, Conde de Castilla

    Fernando Ansúrez, Conde de Castilla

    Fernando Ansúrez (fallecido después de noviembre de 929) se erige como uno de los protagonistas fundamentales en los albores de Castilla. Conde de Castilla en dos períodos –del 916 al 920 y del 926 hasta aproximadamente 929– su figura, junto a la familia de los Assur o Ansúrez, es prueba viva de la labor de repoblación y consolidación que caracterizó la reconquista hispánica. Se cree que esta familia jugó un papel decisivo en el restablecimiento y la colonización de la zona de los montes de Oca, en localidades que hoy se conocen como Villanasur y Villasur de Herreros.


    Del Nombramiento a la Crisis: El Episodio de Tebular

    El primer testimonio documental que avala el nombramiento de Fernando Ansúrez como conde de Castilla data del 27 de julio de 916. Durante estos primeros años, su mandato se desarrolló en un ambiente político convulso, en el que las tensiones entre la monarquía leonesa y los nobles castellanos eran moneda corriente. La inestabilidad alcanzó un punto crítico en el llamado Episodio de Tebular, cuando el rey Ordoño II de León, en medio de intrigas internas, procedió a encarcelar a Ansúrez junto a destacados condes como Nuño Fermández, Abolmondar Albo y su hijo Diego. Este episodio, ampliamente documentado por historiadores y analizado en estudios sobre la forja de Castilla –entre ellos los trabajos de Gonzalo Martínez Díez– refleja la complejidad de un periodo en el que el poder se disputaba en cada rincón de la Península.

    Lejos de someterse definitivamente a la adversidad, Fernando Ansúrez supo mantener su influencia desde el exilio en León, donde siguió colaborando con la Iglesia. En el año 921 realizó generosas donaciones al prestigioso Monasterio de San Pedro de Cardeña, reforzando así la alianza entre la nobleza y la institución eclesiástica, vital para el proceso de consolidación territorial.


    La Reconquista del Poder y el Legado Inmortal

    La inestabilidad política permitió que, tras un breve interludio en el que fue sustituido por Nuño Fernández, el panorama cambiara radicalmente. Cuando Nuño optó por no alinearse con Alfonso IV de León y se refugió junto a Alfonso Froilaz, la figura de Fernando Ansúrez resurgió al ser nuevamente nombrado conde de Castilla. Su última aparición en los documentos, fechada el 24 de noviembre de 929, cierra un capítulo repleto de intrigas, batallas y episodios que marcaron el devenir de la historia castellana.

    Con el paso de los siglos, el eco de su figura no se apagó. Si bien algunos relatos legendarios –enraizados en la tradición oral y la literatura nacionalista– han llegado a situarlo en escenarios posteriores, atribuyéndole enfrentamientos en la época de Alfonso VI e incluso contiendas épicas con Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, es importante situar estos relatos en el marco simbólico de la exaltación del espíritu guerrero y la identidad castellana. Estos mitos, que encontraron eco en las letras de José Zorrilla y han sido reinterpretados en modernas composiciones musicales, subrayan el perdurable impacto de Ansúrez en el imaginario nacional.

    En tiempos recientes, su figura ha sido homenajeada en actos oficiales y en propuestas artísticas que buscan rescatar la memoria de los héroes fundadores de Castilla. Una cantata contemporánea, fruto de la colaboración entre el periodista Carlos Aganzo y el músico Ernesto Monsalve, ha llevado a los escenarios una visión renovada del Conde –con interpretaciones a cargo de reconocidos artistas como Luis Santana y Montserrat Martí Caballé–, convirtiéndose en un punto de encuentro entre la historia y la cultura popular. Este homenaje es, sin duda, un tributo al espíritu indomable que sentó las bases para el ascenso de Valladolid como núcleo urbano de gran relevancia.


    Vida Privada y Descendencia

    La intimidad de los grandes hombres de la historia también encierra misterios. Así es el caso de Fernando Ansúrez, casado con Muniadona, una dama de origen poco conocido que, pese a la escasez de datos sobre su filiación, dejó una huella en la historia a través de su único descendiente, Ansur Fernández. Este hijo continuó el legado nobiliario al ostentar el título de conde de Monzón y, en un breve interludio, el de Castilla, perpetuando así la estirpe y el honor de su familia en la turbulenta forja de la historia medieval.


    Consolidación Castellana

    La trayectoria de Fernando Ansúrez es un claro reflejo del convulso pero fértil proceso de consolidación de Castilla. Su vida, marcada por episodios de gloria, intrigas y redenciones, encarna el espíritu militante y visionario que ha inspirado a generaciones enteras. Lejos de ser un mero personaje del pasado, su legado continúa siendo una piedra angular en la construcción de la identidad castellana, recordándonos que en los anales de la historia –entre documentos y leyendas– se forjan los mitos que perduran en el tiempo.

     

     

  • El rey que unió los tronos de León y de Castilla; Fernando III, El Santo

    El rey que unió los tronos de León y de Castilla; Fernando III, El Santo

    Fernando III, conocido como «El Santo», marcó un antes y un después en la historia de la Península Ibérica al lograr, tras ocho siglos de división, la unión de las coronas de León y Castilla. Su reinado no solo significó la consolidación política y militar de ambos reinos, sino también el impulso de un proyecto cultural y religioso que dejó una huella imborrable en la historia medieval de España.

    La Unión de dos Reinos: Un Destino Ineludible

    La separación de los tronos de León y Castilla se remontaba a la muerte de Alfonso VII, cuyo reinado había fortalecido la Reconquista, aunque este proceso se había visto interrumpido durante los siglos posteriores. La división de las coronas, acontecimiento que perduró durante aproximadamente un siglo, encontró su solución en la figura de Fernando III, heredero de una compleja red dinástica y político-militar.

    Fernando ascendió al trono en Valladolid en junio de 1217, aunque su influencia y liderazgo se habían manifestado previamente en Autillo de Campos, en Palencia. Este acto simbólico de coronación en la capital fue fundamental para ganar el respaldo de la nobleza castellana, un sector siempre exigente y vigilante. La unión de los reinos, que había sido anhelada desde tiempos inmemoriales, se convirtió en una realidad bajo su mandato, dando inicio a un periodo de estabilidad y renovación.

    La Política del Diálogo y la Construcción del Reino

    A diferencia de otros monarcas guerreros de épocas anteriores, Fernando III se distinguió por un liderazgo basado en el diálogo y en la construcción de infraestructuras que embellecieran y fortalecieran el reino. Durante su reinado se iniciaron grandes obras arquitectónicas y culturales, siendo la imponente catedral de Burgos uno de los testimonios más elocuentes de su época. Este periodo fue también testigo del surgimiento de nuevas instituciones de saber, como la consolidación de la Universidad de Salamanca, que se convertiría en un centro neurálgico del conocimiento en Europa.

    El monarca, heredero de la reina Berenguela de Castilla, supo gestionar las tensiones y disputas internas que marcaron los primeros momentos de su mandato. La problemática surgida a raíz de la coronación, que había despertado la ire de algunos sectores nobles encabezados por figuras como don Álvar Núñez de Lara, se resolvió con la firmeza de Fernando y la mediación de su madre. El armisticio firmado en Burgos, y posteriormente el Pacto de Toro en 1218, fueron hitos fundamentales que permitieron cerrar viejas heridas y establecer un marco de paz entre las casas nobles, allanando el camino para la unión definitiva de Castilla y León.

    Conflictos, Alianzas y la Herencia de un Reino

    La compleja trama de alianzas y rivalidades familiares caracterizó el ascenso de Fernando III. La disputa por el trono no estuvo exenta de episodios dramáticos, como la oposición de ciertos nobles y el apoyo del rey Alfonso IX de León, padre de Fernando, quien en un principio contemplaba entregar su herencia a sus hijas de un matrimonio anterior. Estos conflictos, que involucraron disputas territoriales y de poder, culminaron en una serie de negociaciones y pactos que, si bien dejaron algunas tensiones, consolidaron la unidad del reino.

    La reunión en Burgos y el posterior armisticio demostraron la capacidad del monarca para mediar en situaciones complejas, equilibrando los intereses de diferentes facciones. La aceptación de la posesión de diversas ciudades y villas, junto con la asunción de deudas heredadas de monarcas anteriores, evidenció su compromiso con la estabilidad y el progreso del reino.

    Legado Cultural, Religioso y Político

    Fernando III no solo fue un hábil estratega en el campo militar, sino también un impulsor del desarrollo cultural y religioso. Bajo su reinado se inició la construcción de templos y edificaciones que aún hoy son símbolos del esplendor medieval español. La catedral de Burgos, la renovación de las catedrales en León y Toledo, y la consolidación de centros de enseñanza como la Universidad de Salamanca son parte del legado duradero de su mandato.

    Su muerte el 30 de mayo de 1252 marcó el fin de una era en la que el poder y la fe se entrelazaron para forjar un reino unido y próspero. La canonización de Fernando III en 1671 por el papa Clemente X no solo reconoció sus méritos militares y políticos, sino también su profunda religiosidad y su contribución a la expansión de la fe cristiana en la península.

    El Santo

    La figura de Fernando III, El Santo, trasciende su condición de monarca: es un símbolo de unidad, renovación y fe. Su habilidad para unir dos reinos que siempre estuvieron destinados a ser uno, junto con su visión de una España próspera y culturalmente rica, lo convierten en uno de los personajes más destacados de la historia medieval. A través de su reinado se sentaron las bases para la formación de un Estado moderno, en el que la unión política y la integración cultural serían elementos esenciales para el futuro de la nación.

    En el contexto actual, su legado nos invita a reflexionar sobre la importancia de la reconciliación y la colaboración en momentos de división, recordándonos que la unidad puede ser la clave para superar desafíos y alcanzar grandes metas. Fernando III sigue siendo, por tanto, un referente histórico y moral, cuya vida y obra continúan inspirando a generaciones a construir un futuro basado en la justicia, el conocimiento y la fe.

     

     

  • Siglo XII, La Leyenda y el Cristo de la Luz de Toledo

    Siglo XII, La Leyenda y el Cristo de la Luz de Toledo

    Remontándonos al momento de la reconquista de Toledo, cuentan que cuando los ejércitos entraron en la ciudad, el caballo del rey Alfonso cayó de rodillas al llegar a la altura de mezquita, donde actualmente vemos marcada con una piedra blanca el pavimento. El rey intentaba que su corcel se alzara pero al resultar imposible se interpretó como una clarividencia divina, de ahí que se excavara el interior del edificio donde se encontró la imagen de un Cristo Crucificado junto a una lamparilla de aceite que había permanecido encendida durante más de 300 años ya que en este lugar los cristianos toledanos habrían escondido la imagen sagrada para evitar su profanación por parte los musulmanes durante su ocupación.

    Cuenta la tradición que allá por la mitad del siglo VI, reinando en España Atanagildo, había en Toledo un grupo fanático de judíos, los cuales sentían un gran aborrecimiento y odio hacia las imágenes de Cristo crucificado. Tenían una especial animadversión hacia un pequeño Cristo que era muy venerado por los cristianos toledanos y que se hallaba en una reducida iglesia visigoda junto a la puerta de la Conquista o Agilana (así denominada por creerse que fue construida, en tiempos de Agila) y posteriormente reconstruida y rebautizada con el nombre de Bab-alMardum.

    Su odio llegó a tal extremo que idearon un plan diabólico: untar con un potentísimo veneno los pies del Cristo, y como era costumbre de los cristianos rezarle, pedirle un favor y después besarle los pies para alcanzar la concesión de la súplica, creyeron que con su acción lograrían un doble propósito: matar a un número indeterminado de cristianos y que estos llegasen a aborrecer a la hasta el momento venerada imagen, tambaleándose su fe. Así que pusieron en ejecución su malvado designio aprovechando la soledad de la iglesia y la oscuridad de una noche de luna nueva. Sin embargo obtuvieron como resultado todo lo contrario del plan ideado, porque ocurrió que, a la mañana siguiente, cuando la primera devota llegó a rezar ante el Cristo y después intentó besar, como de costumbre, sus pies, se produjo el milagro: el Cristo retiró el pie, desclavándolo de la cruz, permitiendo que los labios de la mujer llegasen a rozarle. El estupor aumentó cuando el mismo hecho se repitió una serie de veces y con distintas personas. Se conocía el milagro, pero no se sabía el motivo. Por fin el sacerdote, advertido del suceso, fue hacia el crucifijo y observó una mancha amarillento-verdosa sobre el pie desclavado, delatando el veneno.

    En contra de la intención de los judíos no murió ningún cristiano y la fama y popularidad del Cristo aumentó en toda la ciudad, reafirmándose la fe de muchos incrédulos o tibios creyentes.

    Uno de los más fanáticos e intolerantes de aquellos judíos era Abisaín, el cual vivía en la plaza de Valdecaleros. Fue él quien llevó a cabo el proyecto que le propuso su amigo Sacao, y fue el mismo amigo quien le llevó la noticia del milagro acontecido, lo que le llenó de ira y deseos de venganza.

    Aquella noche, Abisaín no pudo dormir y cuando el cansancio le hizo cerrar los ojos fue para verse atormentado por visiones aterradoras: el rostro del Cristo se dirigía hacia él hasta estallarle en el suyo y a continuación, un tropel de gente le perseguía con feroces miradas y los brazos estirados tratando de cogerle para destrozarle. Otra vez, el Cristo se desprendía de la cruz y con los brazos abiertos se adelantaba hacia él pareciendo quererle estrechar contra su pecho. Se despertó y se levantó con el cuerpo y el alma doloridos. El desasosiego le continuó durante el día y para relajarse fue a dar un paseo por las afueras de la ciudad.

    Una tormenta se avecinaba. El cielo se oscurecía, los relámpagos iluminaban la atmósfera y los truenos retumbaban cada vez más cercanos. Volvió apresuradamente Abisaín de su paseo con mayor malestar interior que el que le invadía al iniciarle y sin darse cuenta entró en la ciudad por la puerta Agilana. La pequeña iglesia se hallaba solitaria y oscura; sólo una débil lamparilla lucía ante la imagen del Crucificado. Abisaín penetró en el recinto sagrado a pesar del temor que sentía y. se aproximó al Cristo. Observó con estupor y rabia cómo el Crucificado tenía un pie desclavado y separado del madero, tal y como le había contado su amigo Sacao. A tal grado llegó su cólera que, tomando en su mano un puñalillo que llevaba al cinto, se lo clavó en el pecho al Crucificado. Por efecto del fuerte impacto, la imagen cayó al suelo al tiempo que un grito de dolor rasgó el aire y la lamparilla se apagaba. Muerto de miedo, pensó en huir, pero su odio pudo más y recogió el Cristo pensando en destruirlo. Lo escondió entre sus ropas y, tras comprobar que no había nadie por los alrededores, salió corriendo con la imagen al tiempo que caía un fuerte aguacero.

    Llegó a su casa de Valdecaleros, después de subir la cuesta y atravesar las desiertas callejas de las Tendillas y San Román.

    Empezaba a amanecer y él seguía durmiendo, descansando de las pasadas emociones, cuando un fuerte rumor de voces airadas se comenzó a escuchar. Una turba de gentes furiosas y amenazadoras se situó ante su vivienda. Entre las voces, se escuchaba nítidamente su nombre. Lo acusaban de herir al Cristo y robarle. ¿Cómo podía ser? Nadie le había visto. Pronto comprobó lo que le había delatado. Las ropas en donde había traído escondida la imagen se hallaban chorreando sangre y ésta había dejado un reguero por todo el camino, a pesar de la lluvia torrencial que había barrido la ciudad, hasta llegar a la puerta de su casa.

    El Cristo fue rescatado y repuesto en el altar de su pequena ermita y el judío Abisaín apresado. Tras un breve juicio fue condenado como autor del sacrílego crimen y apedreado públicamente.

    La Otra Leyenda

    La tradición nos cuenta que el rey Alfonso VI entró en la ciudad en 1085 por la puerta antigua de Bisagra, que en la actualidad lleva su nombre, acompañado de un gran séquito de importantes personajes. Cogió el camino natural y más directo, aunque más difícil: la cuesta del Cristo de la Luz. Atravesó la puerta de Valmardón y cuando su caballo pasaba frente a la mezquita, se arrodilló negándose a avanzar. El caso se tuvo por muy insólito y ante la persistencia del animal en su actitud se pensó que era un aviso del cielo.

    Buscando la explicación de este sorprendente hecho, se penetra en el templo y se observa que de uno de los muros sale un potente resplandor que ilumina el recinto. Se ordenó excavar en el lugar y se encontró oculto tras el muro el crucifijo que, a pesar de los casi cuatro siglos transcurridos en su encierro, mantenía viva la llama de una lamparilla. Gran contento y alborozo produjo en los conquistadores este milagroso hallazgo, quienes tomaron al Cristo, y encabezados por él, llegaron a Zocodover.

    El crucifijo se colocó posteriormente en la antigua mezquita cuando ésta fue consagrada y dispuesta para el culto al cristianismo, tomando desde ese momento el nombre de Ermita del Cristo de la Luz.

    La Inscripción

    La inscripción epigráfica de la fachada sureste está realizada en ladrillo rojo al igual que el resto de la construcción, y fue descubierta en el año 1889. Además de la fecha, informa de los arquitectos que realizaron la reconstrucción, Musa ibn Alí y Saas, que parece que pertenecían a la corriente sufí.

    Ha dado origen a distintas interpretaciones: una afirma que el templo es anterior a la fecha dada por la inscripción, dato que corroboran las recietes investigaciones arqueológicas, que indican que puedo haber un edificio de origen romano en el mismo solar.

    Según los expertos, la mezquita fue mandada construir por Ahmad Ibn Hadidi, del que no conocemos nada, y realizada por el arquitecto Musa Ibn Alí a finales del año 999. Él mismo hizo un proyecto de restauración del conjunto completo, incluso de la Casa de Oración árabe, que según él sería la parte más antigua que se conserva, ya que anteriormente habría sido reconstruida a partir de una iglesia visigoda en la que se sustituiría el ábside y el transepto mudéjares por una cabecera formada por tres ábsides semicirculares, poco probables en una iglesia visigoda que se completaría con un patio porticado y naves laterales.

  • ¿Conoces el secreto del acero toledano?: ¿Por qué las espadas castellanas fueron las mejores del mundo?

    ¿Conoces el secreto del acero toledano?: ¿Por qué las espadas castellanas fueron las mejores del mundo?

    Desde tiempos remotos, el acero toledano ha sido sinónimo de calidad, prestigio y poder. Las tierras de Castilla, especialmente Toledo, se convirtieron en el epicentro de una tradición metalúrgica que trascendió fronteras y épocas, transformándose en leyenda.

    Los orígenes históricos del acero toledano

    La tradición del acero en Toledo se remonta a la época prerromana, aunque fueron los romanos quienes identificaron las ventajas estratégicas de esta región para la forja de armas. Gracias a la abundancia de hierro y la presencia del río Tajo, esencial para el enfriamiento y templado de las hojas, Toledo comenzó a destacar ya desde el siglo II a.C.

    Los visigodos, tras la caída del Imperio romano, adoptaron y perfeccionaron estas técnicas, incrementando el prestigio de Toledo. Sin embargo, fue durante la dominación musulmana (711-1085) cuando la técnica de forja alcanzó niveles excepcionales, mezclando conocimientos orientales con tradiciones ibéricas que dieron nacimiento a la legendaria calidad del acero toledano.

    La forja: arte y secreto castellano

    El proceso exacto de creación del acero toledano era un secreto celosamente guardado, transmitido oralmente entre maestros y aprendices. Las espadas eran creadas combinando capas alternadas de acero duro y blando, lo que confería resistencia, flexibilidad y un filo extraordinario.

    Cada hoja pasaba por complejos rituales: se calentaba hasta temperaturas extremas para luego ser enfriada bruscamente en agua o aceite. El proceso podía repetirse decenas de veces, lo que garantizaba un arma prácticamente indestructible. Las espadas terminadas a menudo llevaban inscripciones religiosas o frases de protección, reflejando la profunda espiritualidad de los artesanos castellanos.

    Anécdotas históricas y espadas legendarias

    Entre las espadas más famosas destaca la Tizona del Cid Campeador, Rodrigo Díaz de Vivar (siglo XI). Según la leyenda, fue forjada en Toledo y se decía que poseía virtudes sobrenaturales, proporcionando al guerrero castellano una invencibilidad casi mágica en batalla. La Tizona acompañó al Cid en numerosas victorias hasta su muerte en 1099.

    Otro personaje histórico que contribuyó a la fama del acero toledano fue Alfonso X el Sabio (1221-1284), rey de Castilla y León. Alfonso no solo estableció talleres reales en Toledo, sino que encargó armas especiales para su guardia personal. Bajo su reinado, Toledo se consolidó como capital mundial de la fabricación de espadas, atrayendo a nobles y guerreros de toda Europa.

    Durante las Cruzadas (1096-1291), el rey Ricardo Corazón de León de Inglaterra (1157-1199) poseía una espada toledana, cuyo filo, según cronistas de la época, era capaz de atravesar armaduras enemigas sin perder su agudeza. Esta espada le acompañó en sus campañas en Tierra Santa y contribuyó a fortalecer la reputación internacional de Toledo.

    La expansión global del acero toledano

    Las espadas toledanas llegaron a encontrarse en rincones insospechados del mundo medieval. Existen registros de espadas castellanas en manos de vikingos en Escandinavia durante los siglos IX y X, adquiridas posiblemente por comercio o botines de guerra. Asimismo, en Asia Central, varias hojas toledanas han sido encontradas en tumbas de guerreros mongoles del siglo XIII, evidencia de la vasta difusión y prestigio de estas armas castellanas.

    Mitos y leyendas del acero toledano

    La fama de estas espadas generó numerosas leyendas. Una de ellas aseguraba que la espada castellana perfecta debía cortar en pleno vuelo un pañuelo de seda flotando en el aire o partir por la mitad un bloque de acero sin perder su filo. Estas pruebas, aunque exageradas en la literatura, se realizaron realmente ante la nobleza para demostrar la calidad incomparable del acero castellano.

    Otra leyenda habla de alquimistas y magos que trabajaban secretamente junto a los maestros forjadores. Se decía que estos hechiceros empleaban polvo de meteoritos o minerales mágicos procedentes de tierras lejanas para potenciar el acero, dotándolo de propiedades sobrenaturales como protección contra el mal o la capacidad de advertir peligros al portador.

    La importancia real y estratégica del acero castellano

    La monarquía castellana comprendía plenamente la importancia estratégica y simbólica de estas armas. Reyes como Fernando III el Santo (1199-1252) y posteriormente los Reyes Católicos, Isabel de Castilla (1451-1504) y Fernando de Aragón (1452-1516), mantuvieron talleres exclusivos en Toledo para fabricar armas de la más alta calidad destinadas a ejércitos reales y nobles aliados.

    Felipe II (1527-1598), consciente del valor simbólico y político del acero toledano, obsequiaba regularmente espadas de Toledo como regalos diplomáticos a monarcas extranjeros, consolidando así su reputación en toda Europa.

    Supervivencia del acero toledano en la modernidad

    A pesar del paso de los siglos y el avance tecnológico, ninguna técnica contemporánea ha replicado exactamente la calidad original del acero toledano medieval. El secreto exacto, aún perdido parcialmente, continúa siendo objeto de fascinación y estudio.

    Actualmente, Toledo preserva orgullosamente esta herencia, ofreciendo al visitante la posibilidad de adquirir espadas elaboradas siguiendo métodos ancestrales. Museos y talleres exhiben piezas históricas auténticas, permitiendo apreciar el legado de una tradición que continúa viva.

    Conclusión: legado inmortal del acero castellano

    El acero toledano no es solo una muestra de la excelencia técnica castellana, sino también un símbolo de identidad nacional. Sus espadas han sido embajadoras silenciosas de la historia castellana en el mundo, representando la fuerza, el valor y la habilidad artesanal única de una cultura que, a través del acero, alcanzó la inmortalidad histórica.

    La historia del acero toledano, impregnada de leyendas, reyes y batallas, es el reflejo de una Castilla orgullosa y eterna cuyo legado continúa inspirando admiración y respeto en todo el mundo.

  • Vikingos en el Condado de Castilla

    Vikingos en el Condado de Castilla

    La historia de Castilla se forjó en un tiempo en el que sus límites políticos y geográficos eran muy distintos a los de un reino consolidado. Durante el siglo IX, el territorio que hoy denominamos Castilla era, en realidad, un condado integrado en el seno del reino asturiano y, más tarde, en el reino leoneso. En este marco, las amenazas externas –como las incursiones vikingas– se sucedieron en toda la península ibérica, y aunque hechos como el desembarco en Lisboa o en Sevilla ocurrieron en dominios ajenos a la zona castellana, sirvieron de inspiración para la defensa y la construcción de una identidad guerrera y unificadora.

    Esta entrada pretende rescatar y poner en valor la fortaleza defensiva y el espíritu de lucha de los castellanose, evidenciando cómo, a pesar de encontrarse en una etapa temprana de consolidación política y con límites territoriales reducidos, supieron organizar su respuesta ante invasores foráneos. Se incluirán fechas y personajes –como Ramiro I, Ordoño I y el conde Rodrigo de Amaya– para situar el conjunto de Castilla en su contexto histórico y resaltar su inspiración para la defensa, sin pretender atribuirle hechos ajenos a sus fronteras oficiales.


    Contexto histórico: el condado de Castilla en el siglo IX

    En el siglo IX, Castilla no existía como un reino independiente, sino como un condado dentro del reino asturiano, con límites geográficos y políticos muy definidos. La región comprendía las áreas de la meseta norte, extendiéndose hacia zonas interiores, pero sin abarcar las grandes ciudades portuarias de Lisboa o Sevilla, que en esa época pertenecían a otros reinos y dominios. Los registros históricos y las crónicas medievales nos muestran que, aunque las incursiones vikingas se extendieron a lo largo de la península, la respuesta y la organización defensiva en Castilla se concentraron en aquellas tierras que se encontraban en la frontera interna, donde la repoblación y la construcción de fortificaciones eran vitales para la supervivencia.

    El condado de Castilla surgió como un espacio de acción dentro del sistema asturiano, y fue gracias a la iniciativa de sus señores locales y al impulso del monarca que se instauraron medidas defensivas ante las amenazas externas. En este sentido, aunque acontecimientos como el desembarco vikingo en Lisboa (844) o los episodios en Sevilla son inspiradores y reveladores de la magnitud de la amenaza vikinga en la península, es crucial situar la defensa castellana en su propio territorio –con sus propias batallas y fortificaciones–, que sentarían las bases del orgullo y la identidad que caracterizarían a la futura nación.


    Las incursiones vikingas: un desafío para toda la península

    Durante los siglos IX y X, los vikingos, originarios de Escandinavia, emprendieron numerosas expediciones de saqueo por Europa. Impulsados por la búsqueda de botín, el comercio y, en ocasiones, por la necesidad de encontrar nuevos territorios, estos guerreros surcaron el Atlántico y llegaron a la península ibérica. Se tienen bien documentadas las expediciones del año 844, cuando la flota vikinga arribó a la costa norte, desembarcando cerca de Gijón y extendiéndose hacia el sur. Es importante precisar que, aunque estos hechos impactaron en la totalidad de la península, el condado de Castilla, en su estado incipiente, se encontraba en una situación de vulnerabilidad y, a la vez, de inspiración para el desarrollo de una defensa robusta.

    Las crónicas medievales, como la versión sebastianense de la Crónica de Alfonso III, relatan que la llegada de los vikingos en el 844 causó una gran conmoción en toda la región. Sin embargo, lo que en otros dominios se tradujo en la caída de ciudades portuarias, en Castilla la amenaza se enfrentó mediante la organización interna y la construcción de barreras defensivas. La experiencia y el conocimiento de los combates en áreas vecinas –aun cuando Lisboa o Sevilla se hallaran fuera de los límites castellanos– fueron aprovechados para reforzar la seguridad de las fronteras internas.

    El ejemplo de los vikingos no solo fue un motivo de alarma, sino también de inspiración. El desafío impuesto por estos invasores impulsó a la nobleza local y a la Iglesia a promover la repoblación de zonas despobladas y a construir fortificaciones que, más tarde, serían consideradas pilares del espíritu defensivo castellano.


    La defensa interna: repoblación y construcción de fortificaciones

    Uno de los legados más valiosos de la época es la capacidad de los castellanose para transformar la adversidad en oportunidad. Tras los episodios de saqueos y destrucción provocados por las incursiones, se impulsó la repoblación de áreas despobladas. Un ejemplo destacado es la repoblación de Amaya en el año 860, promovida por el conde Rodrigo, quien comprendió que solo una tierra poblada y defendida podía resistir futuros embates.

    Esta acción de repoblación no fue meramente demográfica, sino también una estrategia militar y cultural. El asentamiento de nuevas comunidades en tierras estratégicamente ubicadas permitió la construcción de murallas, torres de vigilancia y fortificaciones que delimitaban y protegían el territorio castellano. Estas defensas eran esenciales para evitar que las fuerzas invasoras, al verse desafiadas en sus accesos, pudieran penetrar en el interior y establecerse.

    La fortaleza de Lantarón, por ejemplo, consolidada en el siglo IX, se convirtió en uno de los símbolos de la resistencia. Aunque sus muros se levantaron en respuesta a diversas amenazas –no solo a la incursión vikinga– representan, en el imaginario nacional, el inicio de una tradición de defensa que, en siglos posteriores, definiría el carácter de Castilla.

    Además, la colaboración entre la nobleza y el clero fue fundamental para este proceso. Documentos eclesiásticos de la época registran cómo las cartas pastorales y las crónicas monásticas enfatizaban la “inmortal resistencia” y el “espíritu combativo” de los castellanose. La edificación de monasterios y el patrocinio de obras defensivas se integraron en una estrategia conjunta para preservar la identidad y la integridad territorial.


    La organización social y militar en el condado de Castilla

    La estructura social del condado permitía una respuesta rápida y eficaz ante la amenaza externa. La organización de milicias locales, compuestas por hombres de diversas procedencias –desde campesinos hasta nobles menores– se instauró como una respuesta necesaria ante los ataques repentinos. En muchas villas y poblaciones fronterizas se convocaban asambleas para coordinar la defensa, lo que demostraba la unión y la solidaridad que caracterizaban a la comunidad castellana.

    La Crónica de Castilla, redactada alrededor de 1150, recoge episodios en los que se relata cómo “cuando los vikingos osaron acercarse, los hombres de las villas se alzaron sin esperar a las autoridades, respondiendo con valentía y demostrando que el espíritu de Castilla era inquebrantable”. Este testimonio, aunque escrito en un contexto posterior, refleja la memoria viva de una época en la que la defensa del territorio se convirtió en un asunto colectivo.

    La capacidad de movilización de estas milicias fue crucial para evitar que el invasor lograra consolidar bases permanentes en la región. Así, mientras otros dominios sufrían saqueos en ciudades portuarias –como en Lisboa o Sevilla– en Castilla la estrategia se basó en la integración de la defensa en el tejido social y en el fortalecimiento de la identidad comunal.


    Ordoño I y el impulso a la defensa en las fronteras

    Aunque el rey Ordoño I de Asturias (850–866) gobernó en un contexto en el que el condado de Castilla aún era una entidad dependiente, su acción tuvo una influencia decisiva en el fortalecimiento de las fronteras. La batalla de Tablada, ocurrida el 11 de noviembre de 844, es un hito que se recuerda en las crónicas como el ejemplo de una respuesta coordinada ante la amenaza vikinga. Si bien esta victoria se inscribe en el ámbito asturiano, sus efectos se extendieron a las zonas limítrofes que, con el tiempo, formarían el núcleo de Castilla.

    Ordoño I impulsó políticas de repoblación y la construcción de defensas que se tradujeron en una mayor seguridad en las fronteras internas. Estos esfuerzos, aunque no se desarrollaron en el territorio de Lisboa o Sevilla –que pertenecían a otros dominios– sirvieron de inspiración y de fundamento para el futuro crecimiento del condado de Castilla. La alianza entre la nobleza local y la Iglesia, reforzada en esos años, fue determinante para la creación de una identidad defensiva que se traduciría en el orgullo castellano.

    El impulso de Ordoño I también se refleja en la coordinación de campañas militares para interceptar a las fuerzas invasoras. Su visión de un reino unido y capaz de enfrentar los desafíos externos sentó las bases para la consolidación de una cultura de resistencia, que sería recordada y celebrada en la narrativa nacionalista castellana.


    Casos concretos en el territorio castellano

    Para comprender de manera precisa la defensa castellana frente a las incursiones vikingas, es fundamental citar hechos que se produjeron dentro de los límites territoriales del condado en el siglo IX y que constituyeron hitos en la construcción de su identidad:

    • La repoblación de Amaya (860):
      Tras los episodios de saqueo, el conde Rodrigo impulsó la repoblación de Amaya, estableciendo un asentamiento que sirvió como bastión defensivo. Este acto no solo reactivó la economía local, sino que también reforzó el compromiso de la población con la defensa de su tierra.

    • El enfrentamiento en la cuenca del río Oja (863):
      Durante una de las expediciones vikingas, se produjo un combate en la cuenca del río Oja, zona que pertenecía a los dominios que posteriormente integrarían Castilla. Aunque los registros señalan que los vikingos lograron evadir la trampa, la acción coordinada de las milicias locales evidenció el temple y la capacidad de respuesta de los defensores.

    • El combate en el desfiladero de Pancorvo (863):
      Este enfrentamiento, registrado en diversas crónicas regionales, es otro ejemplo de cómo los habitantes de las fronteras –en las áreas de influencia del condado de Castilla– se organizaron para interceptar a un contingente vikingo. La acción en Pancorvo destacó la importancia de utilizar el terreno a favor de la defensa, reforzando la idea de que la geografía castellana era, en sí misma, un elemento de protección.

    • Documentos eclesiásticos y crónicas locales:
      Numerosos documentos conservados en monasterios de la región aluden a la “firmeza del espíritu castellano” y a la “defensa invencible” de sus gentes. Estas fuentes, redactadas en el transcurso de los siglos IX y X, evidencian cómo, a pesar de la inestabilidad y la vulnerabilidad de la época, la respuesta organizada en el territorio castellano fue decisiva para frenar el avance del invasor.

    Estos hechos, ubicados dentro del marco geográfico y político real del condado de Castilla, constituyen la base sobre la cual se edificaría una identidad guerrera y de resistencia. Es crucial señalar que, aunque algunas de las grandes batallas o saqueos registrados en crónicas referían a hechos ocurridos en otros dominios –como en Lisboa o Sevilla– la defensa y la inspiración se centraron en aquellos episodios que ocurrieron en el propio territorio, donde la acción directa de los castellanose se manifestó en forma de repoblación, fortificación y organización comunitaria.


    El simbolismo de la resistencia castellana: inspiración y memoria

    La lucha contra las incursiones vikingas en la península ibérica es un episodio que, aun cuando abarca hechos ocurridos en dominios externos, ha inspirado a toda la comunidad castellana. El ejemplo de una defensa valiente y organizada ante un invasor foráneo se convirtió en un símbolo de la identidad y la fortaleza del pueblo, y sirvió para reforzar la idea de que, aunque el condado de Castilla tenía límites territoriales reducidos, su espíritu combativo trascendía las fronteras.

    En la narrativa nacionalista castellana, este legado se interpreta como un llamado a la unidad y a la defensa de lo propio. La memoria de las batallas –como la de Tablada (11 de noviembre de 844), la repoblación de Amaya (860) y los enfrentamientos en la cuenca del río Oja y el desfiladero de Pancorvo (863)– se transforma en un emblema de la soberanía y la inquebrantable voluntad de preservar la identidad en tiempos de adversidad. Cada muralla, cada torre y cada asentamiento reforzado es un recordatorio de que la grandeza de Castilla se cimentó en la unión y la determinación de sus gentes.

    Este simbolismo ha perdurado a lo largo de los siglos y se ha transmitido a través de la tradición oral, la literatura y la historiografía. Las leyendas y los testimonios recogidos en crónicas y documentos eclesiásticos han contribuido a construir un imaginario en el que la resistencia contra el invasor se asocia con valores como el honor, la solidaridad y la devoción por la tierra. Así, la defensa frente a los vikingos se erige como una de las piedras angulares del orgullo y la identidad castellana, inspirando a generaciones posteriores a reafirmar su compromiso con la soberanía cultural y territorial.


    Reivindicación de la memoria histórica y su relevancia en la actualidad

    En un contexto global en el que las identidades locales se ven amenazadas por procesos de homogeneización, la recuperación y difusión de episodios como la defensa castellana frente a las incursiones vikingas adquiere una importancia renovada. La memoria histórica no es solo un relato del pasado, sino un instrumento vital para fortalecer el sentido de pertenencia y para educar a las nuevas generaciones sobre el valor de preservar la identidad y la herencia cultural.

    La defensa del condado de Castilla, con sus repoblaciones, fortificaciones y organización social, se erige como un ejemplo paradigmático de cómo un pueblo puede transformar la adversidad en una oportunidad para afirmar su destino. Reconocer que, aunque hechos como los saqueos en Lisboa y Sevilla ocurrieron fuera de los límites oficiales de Castilla, la inspiración que generaron fue aprovechada para impulsar una defensa interna sólida y organizada, es fundamental para comprender la evolución de la identidad castellana.

    La reivindicación de esta memoria debe abordarse desde diversos ámbitos: el académico, el cultural y el social. La difusión de documentos, crónicas y estudios especializados –como los de Juan de la Cueva y los testimonios recogidos en la Crónica de Castilla– permite no solo rescatar datos históricos, sino también inspirar un proyecto colectivo de defensa de la identidad. En este sentido, la defensa de la tierra se traduce en un compromiso con la historia y con la cultura, que debe ser celebrado y preservado como parte esencial del patrimonio inmaterial de Castilla.


    El impacto de la defensa interna en la formación del espíritu castellano

    Los hechos registrados en el territorio del condado de Castilla y la respuesta organizada ante la amenaza vikinga han tenido un impacto profundo en la formación del espíritu y la identidad del pueblo castellano. La organización de milicias, la colaboración entre la nobleza y la Iglesia, y la iniciativa para repoblar y fortificar el territorio son ejemplos de una cultura de defensa que, a pesar de las limitaciones políticas de la época, sentaron las bases de un legado que trascendería los siglos.

    La figura de personajes como el conde Rodrigo, impulsor de la repoblación de Amaya, y el testimonio de la movilización de milicias que se recoge en la Crónica de Castilla, constituyen ejemplos vivos de la determinación y el valor de los castellanose. Estos actos de defensa no solo respondieron a una necesidad inmediata de proteger la tierra, sino que se transformaron en un símbolo de la capacidad del pueblo para organizarse, resistir y, finalmente, prosperar en medio de las adversidades.

    La resistencia contra los vikingos, aunque en apariencia un episodio aislado, se integra en un proyecto mayor de afirmación nacional que, con el tiempo, culminaría en la consolidación del Reino de Castilla. Así, la defensa interna en tiempos de crisis se convirtió en la semilla de un futuro que se basaría en la unidad y en la fuerza colectiva, valores que aún hoy se consideran fundamentales en la identidad castellana.


    Relevancia del legado defensivo en tiempos contemporáneos

    El análisis de la defensa del condado de Castilla frente a las incursiones vikingas tiene implicaciones que trascienden la mera reconstrucción histórica. En el mundo actual, en el que la globalización y la homogeneización cultural a menudo amenazan las identidades locales, la reivindicación de episodios como la resistencia interna se convierte en un acto de afirmación y orgullo.

    El legado de la defensa castellana es una fuente de inspiración para aquellos que valoran la importancia de preservar la herencia cultural y de mantener viva la memoria de los sacrificios y esfuerzos de nuestros antepasados. La historia de las batallas en la cuenca del río Oja, el desfiladero de Pancorvo y la repoblación de Amaya no son solo datos del pasado, sino lecciones de resiliencia, organización y compromiso que pueden orientar la acción en el presente y el futuro.

    La reivindicación de esta memoria histórica se presenta, por tanto, como un proyecto político y cultural en el que la defensa de lo propio se erige como fundamento de la soberanía y de la identidad nacional. Es un llamado a recordar que la grandeza de un pueblo se construye a partir de la unión y del esfuerzo colectivo, valores que han permitido a Castilla, a pesar de sus limitaciones territoriales en el siglo IX, resistir las embestidas de un invasor foráneo.


    Conclusiones

    La defensa del condado de Castilla frente a las incursiones vikingas es uno de los capítulos más emblemáticos y reivindicativos de la historia temprana de nuestro territorio. Aunque hechos como el desembarco en Lisboa o los episodios en Sevilla ocurrieron fuera de los límites oficiales de Castilla en el siglo IX, estos eventos inspiraron a nuestros antepasados a organizar una defensa interna que sentó las bases de la identidad y el orgullo castellano.

    Desde el desembarco vikingo de 844 hasta la repoblación de Amaya en 860 y los enfrentamientos en la cuenca del río Oja y el desfiladero de Pancorvo en 863, cada acción defensiva fue una manifestación del inquebrantable espíritu de un pueblo que supo transformar la adversidad en un acto de afirmación cultural. La colaboración entre la nobleza y la Iglesia, la organización de milicias locales y la construcción de fortificaciones se constituyeron en estrategias esenciales que permitieron a los castellanose proteger su territorio y forjar una identidad basada en el honor y la unión.

    Este legado, cuidadosamente documentado en crónicas como la de Alfonso III, la Crónica de Castilla y en estudios académicos modernos, es un testimonio de la capacidad del pueblo castellano para resistir y prosperar ante las amenazas externas. La defensa interna del condado de Castilla es, sin duda, un pilar sobre el que se edificó la futura grandeza del Reino de Castilla, y constituye un ejemplo inspirador para las generaciones presentes y futuras.

    En un mundo en el que las identidades se debaten entre la homogeneización global y la preservación de lo autóctono, recordar y difundir estos episodios es un acto de reivindicación que reafirma la importancia de conocer y valorar la historia de nuestro territorio. La memoria de aquellos que defendieron la tierra, a pesar de las limitaciones políticas y geográficas de su tiempo, es un faro de inspiración que nos invita a seguir construyendo una identidad sólida y orgullosa.


    Reflexiones finales

    La historia de la defensa interna de Castilla frente a las incursiones vikingas es mucho más que una simple serie de episodios bélicos; es la crónica del nacimiento de un espíritu nacional que supo transformar la amenaza en una oportunidad para reafirmar sus valores y su identidad. Al situar los hechos en el contexto real del condado de Castilla –limitado en el siglo IX a ciertos territorios del interior de la meseta y a las fronteras del reino asturiano– se subraya que la verdadera hazaña fue la capacidad de organización, repoblación y fortificación que dio origen a una tradición defensiva que perduraría a lo largo de los siglos.

    Los episodios de 844, 860 y 863 se integran en una narrativa que, más allá de los datos históricos, constituye un legado de unión, valor y compromiso con la tierra. Este legado es la prueba de que, aunque Castilla era en esa época una entidad política en gestación y con límites bien definidos, su espíritu de resistencia trascendió y se convirtió en la base de una identidad nacional que sigue inspirando a quienes hoy reivindican la singularidad de nuestro patrimonio.

    Que esta entrada sirva de llamado a la memoria y a la acción, recordándonos que la grandeza de un pueblo se mide por su capacidad para defender lo propio y para transformar los desafíos en motivo de orgullo. La defensa interna del condado de Castilla es un ejemplo ineludible de que, incluso en tiempos de vulnerabilidad, el compromiso con la identidad y la unidad puede forjar un futuro de prosperidad y de libertad.


    Referencias

    1. Crónica de Alfonso III (versión sebastianense) – Fuente medieval que documenta la llegada de los vikingos en el 844 y sus repercusiones en las fronteras del reino asturiano.
    2. Juan de la Cueva, Estudios sobre las incursiones vikingas en la península ibérica (1998) – Obra que analiza el impacto de los ataques en la organización defensiva de los territorios hispánicos, con especial atención al condado de Castilla.
    3. Rodrigo de Vivar, Crónica de Castilla (1150) – Documento que recoge testimonios sobre la movilización de milicias y el espíritu combativo de los defensores locales.
    4. Documentos eclesiásticos de la época – Cartas y crónicas conservadas en monasterios de la región, que aluden a la “inmortal resistencia” y al “espíritu combativo” de los castellanose
  • La Gran Batalla del Salado

    La Gran Batalla del Salado

    La batalla del Salado (librada el lunes 30 de octubre de 1340, en la actual provincia de Cádiz) fue una de las batallas más importantes del último periodo de la Reconquista. En ella, las fuerzas de Castilla, con apoyo de Portugal, en la que derrotaron decisivamente a los benimerines, último reino magrebí que trataría de invadir la península ibérica.

    Tras la decisiva victoria de las Navas de Tolosa en 1212, los almohades perdieron el control sobre el sur de la península ibérica y se replegaron al norte de África, dejando tras de sí un conjunto de desorganizadas taifas que fueron ocupadas por los reinos cristianos entre 1230 y 1264. Tan solo el reino de Granada logró mantenerse independiente, aunque fue forzado a pagar un elevado tributo en oro a Castilla cada año. Por aquel entonces, el reino de Granada comprendía las actuales provincias de Granada, Almería y Málaga, más el istmo y peñón de Gibraltar.

    Camino hacia la Batalla

    En 1269, la debilitada dinastía almohade sucumbió ante otra tribu bereber emergente, los Banu Marin («benimerines» para los castellanos). Desde su capital en Fez, esta tribu originaria del sur de Marruecos pronto dominó la mayor parte del Magreb, llegando por el este hasta la actual frontera entre Argelia y Túnez. A partir de 1275 dirigieron su atención hacia Granada, donde desembarcaron tropas e influyeron decisivamente en su gobierno ante el recelo de los cristianos del norte. El choque no tardó en llegar, y así, a finales del siglo XIII, los benimerines ya habían declarado la guerra santa a los cristianos y realizado varias incursiones en el Campo de Gibraltar, con el fin de asegurarse el dominio sobre el tráfico marítimo en el Estrecho. En 1288, a instancias del rey Yusuf I de Granada, firmaron una alianza formal con los nazaríes con el objetivo final de tomar Cádiz. Sin embargo, una serie de rebeliones en el Rif retrasaron la campaña contra Castilla hasta 1294, año en que los benimerines asediaron Tarifa sin éxito debido a la tenaz resistencia ofrecida por Guzmán el Bueno.

    En 1329 los benimerines y sus aliados granadinos atacaron de nuevo a los castellanos, a quienes derrotaron y tomaron Algeciras.

    En agosto de 1330 Castilla se impondría a Granada en la batalla de Teba, conocida en otros países por haber fallecido en ella el noble escocés Sir James Douglas. Como consecuencia de la derrota granadina, el 19 de febrero de 1331, se firmó la Paz de Teba por la que los monarcas castellano, aragonés y nazarí se comprometían a una tregua de cuatro años y a la entrega de parias al rey castellano por parte del emir granadino.

    A pesar de ello, desde su base en Algeciras, los musulmanes sitiaron Gibraltar (ocupada por los cristianos en 1309, precisamente como medida preventiva ante las invasiones meriníes) y la reconquistaron en 1333. La flota castellana del Estrecho, capitaneada por el almirante Alonso Jofre Tenorio, no era lo suficientemente poderosa como para detener el constante flujo de tropas musulmanas hacia la Península, por lo que Alfonso XI de Castilla solicitó apoyo naval a la Corona de Aragón. Esta accedió a enviar en 1339 una flota de guerra mandada por Jofre Gilabert, pero tras una operación en Algeciras, el almirante aragonés resultó herido por una flecha y su flota se dispersó. Siguió entonces un ataque de los benimerines contra la escuadra castellana, con un resultado catastrófico para esta: todos los barcos, excepto cinco que pudieron refugiarse en Cartagena, fueron destruidos por los musulmanes y Tenorio hecho prisionero y decapitado. Castilla quedaba así abierta de par en par a una nueva invasión norteafricana.

    Al conocer el desastre, Alfonso XI decidió entonces jugar su última carta enviando a su mujer, María de Portugal, para que pidiera ayuda al padre de esta. No obstante, el rey Alfonso IV de Portugal, que entonces se encontraba algo rencoroso con su yerno por el abandono al que tenía sometida a su hija en favor de su amante Leonor de Guzmán, declinó inicialmente la propuesta, exigiendo que si el monarca castellano necesitaba ayuda, fuera él quien se la pidiera personalmente. Ante la situación, Alfonso XI no pudo hacer otra cosa que tragarse su orgullo y enviar una carta de su puño y letra a Lisboa. Alfonso IV respondió entonces positivamente y mandó una flota a Cádiz a las órdenes del marino genovés Manuel Pezagno, que se unió a un contingente de 12 naves aragonesas que ya se encontraban ancladas allí. El único monumento que conmemora la victoria en la batalla, el Padrão do Salado, lo mandó construir el rey Alfonso IV de Portugal en la ciudad de Guimarães, frente a la iglesia de Nuestra Señora de Oliveira.

    Efectivos durante la Batalla

    La delantera estaba al mando del Don Juan Manuel con las siguientes fuerzas:

    • Mesnada de Don Juan Manuel, Príncipe de Villena.
    • Caballería de la Orden de Santiago, maestre Alonso Meléndez de Guzmán.
    • Mesnadas del señor de Vizcaya, Juan Núñez de Lara; señor de Villalobos, Fernando Rodríguez; de los ricoshombres Juan Alfonso de Guzmán, Juan García Manrique y Diego López de Haro.
    • Milicias Concejiles de Écija, al mando de Fernán González de Aguilar; de Sevilla, Juan Rodríguez de Cisneros; de Jerez, Garci Fernández Manrique; y de Carmona, Alvar Rodríguez Daza.

    El Cuerpo de Batalla lo mandaba personalmente el rey de Castilla que contaba con:

    • Pendón y mesnada real.
    • Pendón de Cruzada.
    • Contino de Donceles de la Real Casa, armados a la jineta y mandados por su Alcaide Alfonso Fernández (o Fernando Alonso) de Córdoba, señor de Cañete.
    • Caballería ligera de Fronteras.
    • Mesnadas de los prelados de Toledo, Santiago de Compostela, Sevilla, Palencia y Mondoñedo.
    • Pendón y vasallos de don Fadrique (Fadrique Alfonso de Castilla), hijo bastardo del rey, mandados por Garcilaso de la Vega.
    • Pendón y vasallos de don Fernando (Fernando Alfonso), hijo bastardo del rey, mandados por Gonzalo Ruiz.
    • Mesnadas de los hijosdalgos. Los principales eran Alvar Pérez de Guzmán, Garci Menéndez de Sotomayor, Juan Ruiz de Beira y Ruy Pérez Ponce de León.
    • Compañas de los Concejos de Castilla.

    Al mando de la Zaga estaba Alonso de Aguilar con las siguientes fuerzas:

    • Mesnadas de Alonso de Aguilar.
    • Compañas concegiles de Córdoba.

    Pero Niño, ricohombre de León estaba al frente de la Costanera derecha.

    • Tropeles montañeses de las provincias Vascongadas, de las Asturias de Oviedo y de Santillana, y de las Tierras de Órdenes Militares.

    Alonso Ortiz Calderón, prior de San Juan al frente de la armada guarnecía la Costanera izquierda:

    • Armada de Castilla, mandada por el prior de la Orden de San Juan con 3 galeras y 12 naves.
    • Armada de Aragón, al mando de Pedro de Moncada, con 12 naves

     

    La batalla

    Los ejércitos de ambos reyes se encontraron en Sevilla, de donde salieron las fuerzas de los dos monarcas en camino a Tarifa, llegando ocho días después a la Peña del Ciervo, desde donde vieron frente a ellos la extensión del campo de las fuerzas musulmanas. El 29 de septiembre, en consejo de guerra se decidió que Alfonso XI de Castilla luchara contra el rey benimerí Abu Al-Hassan Alí, y Alfonso IV de Portugal contra el de Granada, Yusuf I.

    En los campos de los cristianos y de los musulmanes todo estaba listo para la batalla. La caballería castellana cruzó el río Salado, un afluente del río Jara o quizás este mismo, y la batalla comenzó.​ Cuando la élite de la caballería musulmana fue incapaz de detener el ataque, acudió inmediatamente Alfonso XI con el grueso de sus tropas a hacer frente a las fuerzas islámicas y, aunque fue temporalmente sitiado en el sector, tras una lucha feroz, en la que el monarca acudió a los puntos de mayor peligro, acabó por derrotar a las fuerzas árabes a las que se enfrentaba.

    En ese momento la guarnición de la plaza de Tarifa hizo una salida inesperada para los moros y cayó sobre la parte trasera para atacar el campamento de Abul-Hassan en el que causaron grandes estragos. En la zona de combate de las fuerzas portuguesas, las dificultades eran mayores, porque los moros de Granada, más disciplinados, luchaban por su ciudad bajo el mando de Yusef Abul-Hagiag y veían su reino en peligro. Alfonso IV, al mando de sus jinetes, logró romper la barrera de las filas enemigas, lo que desató el pánico y causó la derrota del bando granadino.

    El 1 de noviembre por la tarde, los ejércitos vencedores abandonaron el campo de batalla con un gran botín en dirección a Sevilla, donde el rey de Portugal se quedó poco tiempo para regresar de inmediato a su país. El rey de Portugal, Alfonso IV, en un raro gesto de desinterés, y solo después de mucho insistir el marido de la hija, la reina María, eligió como recuerdo una cimitarra enjoyada y, entre los presos, a un sobrino del rey Abul-Hassan.

    Consecuencias

    La victoria de los cristianos en la batalla del Salado desmoralizó al mundo musulmán y extendió un gran entusiasmo entre el cristianismo europeo. Después de seis siglos, era como una renovación de la victoria de Carlos Martel en la batalla de Poitiers.

    Alfonso XI para exteriorizar su alegría se apresuró a enviar al papa Benedicto XII una pomposa embajada, portadora de muy valiosos regalos procedentes de parte del botín conquistado a los moros, además de veinticuatro presos que portaban las banderas que habían caído en manos de los vencedores.

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  • Las mejores novelas históricas sobre Castilla

    Las mejores novelas históricas sobre Castilla

    ¡Castellanos y amantes de la historia! Hoy os invito a un viaje épico a través de las páginas de novelas que capturan la esencia y grandeza de Castilla. Estas obras maestras no solo narran eventos históricos, sino que también nos sumergen en las pasiones, intrigas y hazañas que forjaron nuestra identidad. A continuación, os presento una selección de las mejores novelas históricas ambientadas en nuestra amada tierra castellana:

    El enigma del códice Bardulia
    De 2011, esta novela nos presenta a Gonzalo, un médico que descubre un misterioso manuscrito vinculado a los orígenes de Castilla. Una trama llena de intriga y misterio que nos sumerge en las raíces de nuestra tierra.

    El último caballero pardo
    Publicada en 2009, narra la vida de Miguel Domínguez, desde su adiestramiento militar en su juventud hasta sus aventuras en la frontera castellana. Una historia de crecimiento personal y valentía en tiempos de guerra.

    El esclavo de Almanzor
    Esta obra de 2002 sigue la vida de Beltrán, un joven capturado durante una razzia musulmana y llevado a Al-Ándalus como esclavo. Una odisea de supervivencia y búsqueda de libertad en un mundo hostil.

    El cantar de Arriaga
    De 2001, esta novela se ambienta en el siglo X, narrando la unión de Álava con una incipiente Castilla. Una epopeya que refleja la mezcla de culturas y el nacimiento del romance castellano.

    El Condestable de Castilla
    Escrita por Manuel Torrijos en 1858, esta obra se centra en la figura de Pedro Fernández de Velasco, uno de los hombres más poderosos de su tiempo. Una narrativa que combina romance, traición y venganza en la Castilla medieval.

    El doncel de don Enrique el Doliente
    Publicada en 1834 por Mariano José de Larra, esta novela romántica se sitúa durante el reinado de Enrique III de Castilla. Una trama caballeresca que explora el amor prohibido y las intrigas cortesanas.

    La edad imperfecta
    De 2021, Agustín Alonso G. recrea la vida del poeta y soldado Garcilaso de la Vega, sumergiéndonos en el Valladolid de 1517 y en los conflictos de la corte de Carlos V. Una obra que combina arte, política y pasión.

    Reina de sangre
    En esta novela de 2024, Javier Más nos lleva al año 1367 en Nájera, Castilla, donde la ambición desata una feroz lucha por el trono entre Enrique de Trastámara y su hermanastro Pedro el Cruel. Una historia llena de intrigas, poder y mujeres de armas tomar.

    La Leyenda de la Mora Encantada
    Escrita por Tolmarher en 2002, esta novela nos transporta al corazón de la Reconquista. En la Sierra de Altomira, la Fortaleza de Zorita se convierte en escenario de amores prohibidos y enfrentamientos culturales entre cristianos y musulmanes. Una historia que entrelaza pasión y honor en tiempos convulsos.

    Vikingo y Almogávar
    Publicada en 2019 por Tolmarher, esta obra sigue las aventuras de Torstein, un caballero vikingo que, en el siglo XIII, se une a almogávares en tierras de Castilla y Al-Ándalus. Una mezcla vibrante de culturas y batallas que refleja la riqueza histórica de Castilla que ha atrapado a miles de lectores de Kindle.

     

    Reflexión Final
    Estas novelas no solo entretienen, sino que también nos permiten revivir momentos cruciales de nuestra historia, comprendiendo mejor las raíces y valores que han forjado la identidad castellana. Castilla no es solo un territorio, sino un espíritu indomable que ha marcado la historia de España y del mundo. A través de estas obras podemos experimentar el orgullo de nuestros ancestros, el sacrificio de los guerreros que defendieron la tierra y la tenacidad de un pueblo que, a lo largo de los siglos, ha sabido sobreponerse a las adversidades.

    Cada una de estas novelas nos ofrece una visión única de Castilla, desde sus albores hasta sus momentos de mayor esplendor. Son un testimonio vivo de nuestra historia, una puerta abierta a la comprensión de lo que significa ser castellano. Sumérgete en estas apasionantes lecturas y deja que el alma castellana inspire tu corazón y tu mente. ¡Larga vida a Castilla!

  • Grades pintores y escultores castellanos

    Grades pintores y escultores castellanos

    Castilla, cuna de la historia y la cultura de España, ha sido el lugar de nacimiento de algunos de los artistas más influyentes de todos los tiempos. Desde la Edad Media hasta la modernidad, los creadores castellanos han dejado una huella imborrable en la pintura, la escultura y la literatura. A continuación, presentamos a algunos de los más destacados, todos nacidos en tierras castellanas.

    Alonso Berruguete – Paredes de Nava, Palencia (c. 1488-1561)

    Pintor y escultor renacentista, Alonso Berruguete fue uno de los grandes innovadores del arte español. Hijo del pintor Pedro Berruguete, se formó en Italia antes de regresar a Castilla, donde dejó obras maestras como el retablo de San Benito en Valladolid y el trascoro de la Catedral de Toledo. Su estilo expresivo y dinámico marcó un hito en la escultura española.

    Pedro Berruguete – Paredes de Nava, Palencia (c. 1450-1504)

    Considerado el primer gran pintor renacentista español, Pedro Berruguete combinó la tradición flamenca con la influencia italiana adquirida en su estancia en Urbino. Su obra destaca por su profundidad psicológica y su tratamiento del color. Entre sus obras más reconocidas se encuentra San Domingo y los albigenses.

    Juan de Borgoña – Toledo (c. 1470-1536)

    Uno de los principales exponentes de la pintura renacentista en Castilla, Juan de Borgoña trabajó en la Catedral de Toledo, donde dejó importantes frescos con una clara influencia italiana. Su estilo se caracteriza por la luminosidad y la armonía en la composición.

    Luis Tristán – Toledo (1585-1624)

    Discípulo de El Greco, Luis Tristán llevó adelante un estilo tenebrista que influyó en la pintura barroca castellana. Su obra más destacada es La Santa Cena, donde se puede apreciar la intensidad emocional característica de su estilo.

    Francisco de Comontes – Toledo (1500-1565)

    Pintor toledano del Renacimiento, Francisco de Comontes trabajó en la Catedral de Toledo y fue influenciado por la escuela flamenca. Su obra se distingue por su precisión en los detalles y la sobriedad de su paleta cromática.

    Juan Ricci – Burgos (1600-1681)

    Pintor y escultor barroco nacido en Castilla, Juan Ricci destacó en la decoración de retablos y la pintura religiosa. Su obra se encuentra en diversas iglesias y conventos castellanos.

    Gregorio de la Roza – Valladolid (siglo XVII)

    Escultor castellano que trabajó principalmente en Valladolid y Segovia. Su obra se caracteriza por la sobriedad y el dramatismo típicos del Barroco español.

    Felipe Gil de Mena – Valladolid (1603-1673)

    Pintor barroco especializado en pintura religiosa. Sus obras se distinguen por su devoción y detallismo. Trabajó en conventos y catedrales de Castilla.

    Bartolomé Carducho – Valladolid (1560-1608)

    Pintor renacentista que trabajó en la Corte y en varias iglesias castellanas. Destacó por su habilidad en la representación de escenas religiosas.

    Vicente Carducho – Valladolid (1576-1638)

    Hermano de Bartolomé, fue un pintor de la escuela barroca española, autor de numerosas obras para monasterios y conventos en Castilla.

    Diego Valentín Díaz – Valladolid (1586-1660)

    Pintor del Barroco, famoso por sus escenas religiosas y su técnica detallada. Sus obras se encuentran en diversas iglesias de Castilla.

    Sebastián de Herrera Barnuevo – Madrid (1619-1671)

    Pintor y arquitecto barroco, trabajó en numerosas construcciones y decoraciones de iglesias castellanas.

    Antonio de Pereda – Valladolid (1611-1678)

    Pintor barroco especializado en naturalezas muertas y retratos. Su estilo detallado e iluminación dramática lo convierten en uno de los grandes maestros castellanos.

    Juan Carreño de Miranda – Avilés, pero activo en Castilla (1614-1685)

    Fue pintor en la Corte y realizó retratos de la nobleza castellana. Su obra más famosa es el retrato de Carlos II.

    José Antolínez – Segovia (1635-1675)

    Pintor barroco que trabajó en numerosas iglesias de Castilla. Sus obras religiosas son notables por su luminosidad y riqueza cromática.

    Claudio Coello – Madrid (1642-1693)

    Pintor del Barroco, Claudio Coello destacó por su maestría en el uso del color y la composición. Su obra maestra, La adoración de la Sagrada Forma, es una de las mejores pinturas del siglo XVII español.

    Una región de arte

    Los artistas nacidos en Castilla han desempeñado un papel fundamental en la historia del arte castellano. Su legado sigue vivo en museos, iglesias y colecciones privadas de todo el mundo, recordándonos la riqueza cultural de esta tierra. Desde el Renacimiento hasta el Barroco, la impronta de Castilla en el arte es innegable y continúa siendo motivo de orgullo para todos los castellanos.

  • Relaciones entre la realeza castellana y portuguesa: intentos de unión entre dos reinos

    Relaciones entre la realeza castellana y portuguesa: intentos de unión entre dos reinos

    La historia de la península ibérica ha estado marcada por las relaciones entre los reinos de Castilla y Portugal. Desde el siglo XII, cuando Portugal se consolidó como reino independiente, las casas reales de ambos territorios mantuvieron una estrecha relación a través de alianzas matrimoniales, conflictos bélicos y tratados diplomáticos. En varias ocasiones, la fusión de ambos reinos pareció inminente, pero circunstancias políticas, dinásticas y sociales impidieron que se concretara. Este artículo analiza las principales ocasiones en las que Portugal y Castilla estuvieron cerca de la unificación.

    La independencia de Portugal y los primeros lazos con Castilla

    El Reino de Portugal surgió en 1139, cuando Alfonso Enríquez (Alfonso I de Portugal) se proclamó rey tras la batalla de Ourique. Aunque Castilla y León reconocieron su independencia en 1143 con el Tratado de Zamora, los lazos familiares entre la nobleza castellana y la portuguesa se mantuvieron. La política matrimonial se convirtió en una herramienta clave para estabilizar las relaciones entre ambos reinos y, en ocasiones, alimentar aspiraciones de unión.

    Uno de los primeros intentos de integración se produjo en 1214, cuando Alfonso IX de León, casado con Teresa de Portugal, intentó consolidar su dominio sobre ambos territorios. Sin embargo, este matrimonio fue anulado por razones de consanguinidad, impidiendo cualquier posibilidad de unión política.

    La crisis dinástica de 1383-1385 y la oportunidad perdida de unión

    Uno de los momentos más críticos en la historia de las relaciones entre Castilla y Portugal fue la crisis dinástica portuguesa de 1383-1385. La muerte del rey Fernando I de Portugal sin herederos varones dejó el trono vacante, y su hija Beatriz estaba casada con Juan I de Castilla. Este matrimonio ofrecía una oportunidad clara para la unión de ambos reinos bajo una misma corona.

    Sin embargo, la nobleza y la burguesía portuguesas se opusieron a la unión con Castilla, temiendo la pérdida de su independencia. Esto llevó a una guerra civil que culminó con la victoria del maestro de Avis, Juan, en la batalla de Aljubarrota (1385). Con el apoyo de Inglaterra, Portugal reafirmó su independencia, y Juan I de Portugal inauguró la dinastía de Avís.

    El matrimonio de Isabel la Católica y Alfonso V de Portugal

    A finales del siglo XV, otro intento de unión entre ambos reinos surgió con el matrimonio de Isabel de Castilla y Alfonso V de Portugal. Tras la muerte de Enrique IV de Castilla en 1474, estalló una guerra de sucesión entre Isabel, quien reclamaba el trono con el apoyo de Fernando de Aragón, y Juana la Beltraneja, hija del rey fallecido y prometida de Alfonso V de Portugal.

    Alfonso V intentó consolidar su dominio sobre Castilla mediante su matrimonio con Juana, lo que hubiera llevado a una posible unión entre Portugal y Castilla. Sin embargo, la derrota portuguesa en la batalla de Toro (1476) y la firma del Tratado de Alcáçovas (1479) pusieron fin a sus aspiraciones. Castilla y Aragón se consolidaron bajo los Reyes Católicos, mientras que Portugal mantuvo su independencia.

    El matrimonio de Manuel I de Portugal e Isabel de Aragón

    Otro momento crucial en la historia de las relaciones entre Castilla y Portugal se produjo con el matrimonio de Manuel I de Portugal e Isabel de Aragón en 1497. Isabel era la hija mayor de los Reyes Católicos y heredera de Castilla y Aragón, por lo que su matrimonio con Manuel abría la posibilidad de una futura unión dinástica.

    Sin embargo, la prematura muerte de Isabel en 1498 frustró estos planes. Manuel I volvió a casarse con María de Aragón, hermana de Isabel, pero esta unión no tuvo el mismo impacto dinástico. Finalmente, la línea sucesoria siguió en Castilla con Juana la Loca y Felipe el Hermoso, mientras que Portugal permaneció bajo la dinastía de Avís.

    La unión ibérica bajo Felipe II (1580-1640)

    La única ocasión en la que Castilla y Portugal estuvieron realmente unidos bajo una sola corona fue durante la Unión Ibérica (1580-1640). La crisis dinástica portuguesa de 1580, tras la muerte del rey Sebastián I sin descendencia, dejó el trono en disputa. Felipe II de España, como nieto de Manuel I de Portugal, reclamó su derecho al trono portugués y logró imponerse tras la batalla de Alcántara en 1580.

    Durante 60 años, los dos reinos fueron gobernados por la dinastía de los Habsburgo, pero mantuvieron instituciones separadas. Sin embargo, la insatisfacción de la nobleza portuguesa con la administración castellana llevó a la rebelión de 1640, que culminó con la restauración de la independencia de Portugal bajo Juan IV de Braganza.

    Conclusión: una unión esquiva pero posible

    A lo largo de la historia, Castilla y Portugal estuvieron en múltiples ocasiones al borde de la fusión, pero las circunstancias políticas y sociales impidieron una unión permanente. Los intentos a través de matrimonios, guerras y acuerdos dinásticos nunca lograron consolidar una monarquía unificada en la península ibérica de manera definitiva. A pesar de ello, la estrecha relación entre ambas coronas influyó profundamente en la historia de ambos países, con un legado compartido en la diplomacia, la cultura y la política ibérica.

  • La indisoluble unión de Castilla: Un legado que debe perdurar

    La indisoluble unión de Castilla: Un legado que debe perdurar

    En el vasto tapiz de la historia de España, pocas regiones han dejado una huella tan profunda y duradera como Castilla. Desde sus orígenes medievales hasta su influencia global en el Nuevo Mundo, Castilla ha sido el corazón palpitante de una identidad que trasciende fronteras y épocas. Sin embargo, en los últimos siglos, esta rica herencia ha enfrentado desafíos significativos, especialmente tras la Guerra de Sucesión Española, que marcó el inicio de una era borbónica que, en muchos aspectos, desvinculó a Castilla de su glorioso pasado. Es imperativo, en el contexto actual, reivindicar y fortalecer el hermanamiento indisoluble entre Castilla y sus territorios históricos, incluyendo los antiguos dominios del Reino de León y las vastas posesiones en América que, antes de la formación de España, pertenecieron a la Corona de Castilla.

    Castilla: El núcleo de una corona histórica

    Castilla no es solo una región geográfica; es el símbolo de una unidad política y cultural que ha forjado la historia de la península ibérica. La Corona de Castilla, una de las principales entidades políticas de la Edad Media y Moderna, abarcaba no solo Castilla y León, sino también otros territorios que, juntos, conformaron una potencia que expandió su influencia más allá del Atlántico. Este legado se refleja en la lengua, las tradiciones y las estructuras administrativas que aún perduran en diversas regiones.

    El Reino de León y su herencia común

    El Reino de León, al unirse con Castilla, no solo expandió sus fronteras territoriales, sino que también enriqueció su patrimonio cultural y administrativo. La fusión de estos reinos permitió la creación de una identidad común que ha perdurado a lo largo de los siglos. Esta unidad histórica es un pilar fundamental para comprender la cohesión interna de Castilla y su capacidad para integrar diversas regiones bajo un mismo estandarte.

    La Guerra de Sucesión Española: Un punto de inflexión

    La Guerra de Sucesión Española (1701-1714) no solo fue un conflicto dinástico, sino también un momento decisivo que redefinió el destino de Castilla y sus territorios. Con la victoria de los Borbones, se instauró una nueva dinastía que, en su afán por centralizar el poder, comenzó a distanciarse de las tradiciones y estructuras que habían caracterizado a la Corona de Castilla. Este cambio de paradigma no solo afectó la nomenclatura y las instituciones, sino que también debilitó los lazos que unían a Castilla con sus antiguas posesiones.

    La pérdida de la identidad castellana

    La adopción del nombre «España» por parte de la monarquía borbónica representó un alejamiento de la identidad específica de Castilla. Este cambio no solo tuvo implicaciones simbólicas, sino que también afectó la administración y la representación de los territorios históricos. Al abandonar el nombre de la Corona de Castilla, se perdió una parte esencial de la identidad que había consolidado el poder y la cohesión interna de la región durante siglos.

    Los territorios americanos: Herencia Castellana y su reconocimiento

    Antes de la formación de España como nación unificada, los territorios americanos estaban bajo la égida de la Corona de Castilla. Desde México hasta Perú, estas regiones fueron administradas y culturalmente influenciadas por Castilla, lo que dejó una huella imborrable en su desarrollo. Reconocer esta conexión histórica es fundamental para entender la verdadera magnitud del legado castellanista en el continente americano.

    La influencia cultural y administrativa

    La lengua, la arquitectura, las instituciones y las tradiciones de numerosos países americanos son testimonio de la profunda influencia de la Corona de Castilla. Este legado no debe ser ignorado ni diluido por narrativas posteriores que intentan homogenizar la identidad ibérica bajo el término «España». Rescatar y valorar esta herencia es crucial para fortalecer los lazos históricos y culturales que aún persisten.

    Castilla Hoy: Un llamado a la unidad y la identidad

    En la España contemporánea, es esencial reconocer y valorar la contribución histórica de Castilla a la identidad nacional. La unión indisoluble entre Castilla y sus territorios históricos no solo es una cuestión de orgullo, sino también una necesidad para preservar la riqueza cultural y administrativa que ha caracterizado a esta región durante siglos.

    Reivindicación de la identidad Castellana

    Reforzar la identidad castellana implica promover el conocimiento y el respeto por su historia, sus tradiciones y su legado. Esto no solo enriquece la diversidad cultural de España, sino que también fortalece el sentido de pertenencia y cohesión social. La educación, los medios de comunicación y las políticas culturales deben alinearse para resaltar la importancia de Castilla en el marco nacional.

    Fortalecimiento de los lazos históricos

    Para mantener el hermanamiento indisoluble entre Castilla y sus antiguos territorios, es necesario fomentar iniciativas que promuevan el intercambio cultural, económico y político. La colaboración con las regiones que formaron parte de la Corona de Castilla, así como con los países americanos que comparten esta herencia, puede revitalizar los vínculos históricos y generar beneficios mutuos.

    La Falsa Bórbónica: Un obstáculo a superar

    La hegemonía borbónica, instaurada tras la Guerra de Sucesión, ha intentado homogenizar la identidad ibérica, minimizando la singularidad y el valor de la Corona de Castilla. Esta estrategia no solo ha diluido la riqueza cultural de Castilla, sino que también ha generado tensiones y divisiones internas que podrían evitarse mediante un reconocimiento más profundo de la historia y las tradiciones castellanistas.

    La necesidad de una revisión histórica

    Es imperativo revisar y reinterpretar la historia desde una perspectiva que reconozca y valore la contribución de la Corona de Castilla. Esto implica cuestionar las narrativas hegemónicas que han privilegiado la centralización borbónica en detrimento de las identidades regionales. Solo a través de una revisión equilibrada se puede restaurar la dignidad y el prestigio de Castilla en el imaginario nacional.

    Conclusión: Hacia una España plena de su legado Castellano

    La unión indisoluble entre Castilla y sus territorios históricos es más que una reivindicación del pasado; es una apuesta por un futuro donde la riqueza cultural y administrativa de Castilla sea reconocida y valorizada. En un mundo globalizado, donde las identidades locales son cada vez más importantes, reafirmar el papel central de Castilla en la historia y la actualidad de España es fundamental para construir una nación más cohesiva y orgullosa de su legado.

    Invito a todos los castellanos y a los amantes de la historia a reflexionar sobre la importancia de mantener y fortalecer estos lazos históricos. Reconocer y honrar la herencia de la Corona de Castilla no solo enriquece nuestra identidad nacional, sino que también nos permite avanzar con una mayor comprensión y respeto por nuestras raíces. La historia de Castilla es una historia de unidad, resiliencia y grandeza que merece perdurar indisoluble a través de los tiempos.

  • ¿Quién podría ser el rey Trastamarista actual de Castilla? Un misterio perdido en la noche de los tiempos.

    ¿Quién podría ser el rey Trastamarista actual de Castilla? Un misterio perdido en la noche de los tiempos.

    Descendientes Modernos de la Dinastía Trastámara: ¿Existen Hoy en Día?

    La historia de España está profundamente marcada por las dinastías que han gobernado sus territorios a lo largo de los siglos. Entre ellas, la dinastía Trastámara se destaca por su influencia en la conformación política, social y cultural de Castilla y de toda España. Sin embargo, con el paso del tiempo, la continuidad directa de esta ilustre línea dinástica se ha visto interrumpida, dando lugar a especulaciones sobre la posible existencia de descendientes modernos. En este artículo, exploraremos en profundidad la historia de los Trastámara, analizaremos las ramas colaterales que podrían haber sobrevivido y examinaremos si existe alguna figura contemporánea que pueda reclamar legítimamente este legado histórico.

    Historia de la Dinastía Trastámara

    La dinastía Trastámara emergió en el siglo XIV, cuando Enrique II de Castilla derrocó a su primo Pedro el Cruel en 1369, estableciendo así una nueva línea de reyes que gobernarían Castilla durante casi dos siglos. Los Trastámara jugaron un papel crucial en la unificación de España, la expansión hacia América y la consolidación del poder real frente a la nobleza y la Iglesia.

    Entre los monarcas más destacados de esta dinastía se encuentran Juan I de Castilla, Enrique III «el Doliente», Juan II, y los Reyes Católicos, Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón. Estos últimos, a través de su matrimonio, no solo unificaron Castilla y Aragón, sino que también sentaron las bases para el Imperio Español. La muerte prematura de su hijo, el infante Martín, en 1497, sin dejar herederos directos, fue un punto de inflexión que llevó a la incorporación de la Casa de Habsburgo al trono español con Carlos I (Carlos V del Sacro Imperio Romano Germánico).

    La Extinción de la Línea Directa

    El linaje directo de los Trastámara se extinguió con la muerte de Juana la Loca en 1555 y la ascensión de Felipe II, perteneciente a la Casa de Habsburgo. La falta de herederos varones directos desencadenó una serie de conflictos dinásticos que culminaron en la Guerra de Sucesión Española (1701-1714), tras la cual la Casa de Borbón tomó el control del trono español, estableciendo una nueva dinastía que perdura hasta hoy.

    No obstante, la extinción de la línea directa no implica necesariamente el final de todos los descendientes de los Trastámara. Existen ramas colaterales que, a través de matrimonios estratégicos y alianzas con otras casas nobles europeas, pudieron haber perpetuado el linaje trastamarista de manera indirecta.

    Ramas Colaterales y Posibles Descendientes

    Aunque la línea directa de los Trastámara llegó a su fin en el siglo XVI, varias ramas colaterales pudieron haber continuado el linaje a través de matrimonios con otras familias nobiliarias. A continuación, se detallan algunas de estas ramas y las posibles conexiones con descendientes modernos:

    La Casa de Saboya

    Una de las ramas más prominentes que podrían tener vínculos indirectos con los Trastámara es la Casa de Saboya. A través de matrimonios con familias europeas, es posible que algunos descendientes lejanos compartan ancestros comunes con los Trastámara. Sin embargo, estas conexiones son generalmente distantes y no confieren un linaje directo reconocible.

    La Casa de Braganza

    Otra familia noble europea, la Casa de Braganza de Portugal, también presenta posibles vínculos ancestrales con los Trastámara. Dado que las casas reales europeas han mantenido matrimonios entre sí durante siglos, es factible que existan conexiones genealógicas, aunque sean remotas, entre los Trastámara y los Braganza.

    Familiares en la Actualidad

    Entre las familias nobles contemporáneas, algunas como la Casa de Medici en Italia o la Familia Real de Bélgica podrían, en teoría, tener ancestros que se entrelazan con los Trastámara. No obstante, estas conexiones son hipotéticas y requieren una verificación genealógica detallada para ser confirmadas.

    Análisis de Familias Nobles Actuales con Vínculos Históricos

    Para identificar posibles descendientes modernos de los Trastámara, es necesario analizar las líneas de sucesión y los matrimonios históricos que podrían haber perpetuado el linaje. A continuación, se presentan algunas de las familias que podrían tener vínculos con los Trastámara:

    La Familia Orléans

    La Familia Orléans, una rama de la Casa de Borbón, ha mantenido una presencia significativa en la aristocracia europea. A través de sus múltiples matrimonios con otras casas nobles, es posible que posean conexiones ancestrales con los Trastámara. Sin embargo, cualquier reclamo de descendencia directa es especulativo y carece de reconocimiento oficial.

    La Familia de Borbón-Parma

    Otra familia que podría tener vínculos históricos con los Trastámara es la Casa de Borbón-Parma. Esta rama de la Casa de Borbón ha mantenido matrimonios con diversas casas nobles europeas, lo que podría haber permitido la transmisión de genes trastamaristas. No obstante, al igual que con otras familias, estas conexiones son remotas y no constituyen una línea directa de sucesión.

    La Familia Habsburgo

    Dado que la Casa de Habsburgo asumió el trono español tras la extinción de la línea directa de los Trastámara, es posible que existan descendientes modernos a través de esta dinastía. No obstante, la transición dinástica hacia los Habsburgo significó un cambio significativo en el linaje real, y cualquier conexión con los Trastámara es indirecta.

    Casos Históricos Relevantes

    Para comprender mejor las posibles conexiones entre los Trastámara y las familias nobiliarias actuales, es útil examinar algunos casos históricos específicos:

    El Matrimonio de Isabel I y Fernando II

    El matrimonio de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón fue un hito en la historia europea, uniendo dos de los reinos más poderosos de la península ibérica. Este matrimonio no solo consolidó la unificación de España, sino que también estableció una red de alianzas matrimoniales que se extendieron por toda Europa. A través de sus descendientes, es posible que el linaje Trastamarista se haya entrelazado con otras casas reales, aunque la falta de herederos directos llevó a la transición a los Habsburgo.

    Los Reyes Católicos y la Casa de Habsburgo

    La muerte del infante Martín sin herederos llevó a la incorporación de la Casa de Habsburgo al trono español con Carlos I. Este evento no solo cambió la dinámica del poder en España, sino que también afectó las líneas de sucesión en otras casas reales europeas. A pesar de esta transición, es posible que algunos descendientes colaterales de los Trastámara hayan sobrevivido a través de matrimonios con otras casas, manteniendo así una conexión genealógica, aunque distante, con la dinastía original.

    La Guerra de Sucesión Española

    La Guerra de Sucesión Española (1701-1714) fue un conflicto que definió el futuro de la monarquía española. La victoria de Felipe de Borbón estableció la Casa de Borbón como la nueva dinastía, desplazando a los Habsburgo. Este cambio dinástico tuvo repercusiones en toda Europa y pudo haber influido en las líneas de sucesión de otras casas nobiliarias. No obstante, la conexión directa con los Trastámara quedó significativamente debilitada.

    Evaluación de Posibles Descendientes Hoy

    Tras analizar las posibles ramas colaterales y los vínculos matrimoniales históricos, surge la cuestión de si existen personas reales en la actualidad que puedan reclamar ser descendientes directos de los Trastámara. A continuación, se evalúan algunas de las posibilidades más plausibles:

    Familias Nobiliarias Europeas

    Como se mencionó anteriormente, varias familias nobiliarias europeas podrían tener ancestros que se entrelazan con los Trastámara. Sin embargo, estas conexiones son generalmente remotas y no confieren una línea de sucesión directa. Además, la falta de reconocimiento oficial dificulta cualquier reclamo de descendencia directa.

    Personajes Públicos

    No hay personajes públicos destacados en la actualidad que sean reconocidos oficialmente como descendientes directos de la dinastía Trastámara. La transición a otras casas dinásticas y la falta de herederos directos han dispersado cualquier posible linaje trastamarista, haciéndolo prácticamente invisible en la esfera pública contemporánea.

    Investigaciones Genealógicas

    Las investigaciones genealógicas podrían revelar conexiones lejanas entre algunas familias nobles y los Trastámara. No obstante, estas investigaciones requieren una verificación rigurosa y detallada, que a menudo no está disponible públicamente. La complejidad de las líneas de sucesión y los múltiples matrimonios entre casas nobles dificultan la confirmación de cualquier linaje directo.

    El Legado Cultural y Simbólico de los Trastámara

    Aunque la línea directa de los Trastámara haya desaparecido, su legado cultural y simbólico perdura en la historia de Castilla y de España. La influencia de esta dinastía se refleja en la arquitectura, las tradiciones, la literatura y el arte de la región. Ciudades como Valladolid, Toledo y Segovia guardan numerosos monumentos y edificaciones que testifican el poder y la riqueza de los Trastámara.

    Arquitectura y Monumentos

    El Palacio de los Trastámara en Valladolid, el Alcázar de Segovia y la Catedral de Toledo son ejemplos emblemáticos de la arquitectura desarrollada durante el reinado de esta dinastía. Estas estructuras no solo representan la opulencia y el poder de los Trastámara, sino que también son testimonios históricos que atraen a millones de turistas cada año.

    Tradiciones y Costumbres

    Las tradiciones castellanas, muchas de las cuales tienen raíces en la época de los Trastámara, continúan siendo una parte integral de la identidad regional. Festividades como las Fiestas de la Vendimia en Valladolid o la Semana Santa en Toledo tienen influencias históricas que se remontan a este período dinástico.

    Literatura y Arte

    La literatura y el arte también han sido influenciados por los Trastámara. Obras literarias, pinturas y esculturas de la época reflejan los valores, las luchas y los triunfos de esta dinastía, contribuyendo a la rica herencia cultural de Castilla.

    Impacto en la Identidad Nacionalista Castellana

    La figura de los Trastámara sigue siendo un símbolo de identidad nacionalista para muchos castellanos. La monarquía trastamarista representa una era de consolidación y expansión que resuena con los ideales de unidad y orgullo regional. Este legado histórico puede ser utilizado para fortalecer los sentimientos nacionalistas y promover una visión de Castilla como un pilar fundamental en la historia de España.

    Promoción del Patrimonio Histórico

    Grupos nacionalistas castellanos han promovido la preservación del patrimonio histórico asociado a los Trastámara, argumentando que esta herencia es esencial para la identidad regional. La restauración de monumentos, la celebración de festividades históricas y la educación sobre la historia de la dinastía son esfuerzos continuos para mantener viva la memoria de los Trastámara.

    Simbolismo Monárquico

    Aunque la monarquía española actual pertenece a la Casa de Borbón, la figura simbólica de un posible descendiente de los Trastámara sigue siendo atractiva para algunos sectores nacionalistas. La idea de una continuidad dinástica que refleja las raíces históricas de Castilla puede servir como un símbolo de unidad y orgullo nacional.

    Desafíos en la Identificación de Descendientes Modernos

    Identificar descendientes modernos de los Trastámara presenta múltiples desafíos, tanto históricos como genealógicos. A continuación, se detallan algunos de los principales obstáculos:

    Complejidad de las Líneas de Sucesión

    Las líneas de sucesión real son increíblemente complejas, especialmente cuando se consideran los múltiples matrimonios entre casas nobiliarias a lo largo de los siglos. Cada matrimonio introduce nuevas conexiones genealógicas, lo que dificulta rastrear una línea directa sin errores o interpretaciones sesgadas.

    Falta de Documentación Completa

    A lo largo de la historia, la documentación genealógica ha sido incompleta o perdida en muchos casos. Esto dificulta la verificación de conexiones específicas entre los Trastámara y las familias nobiliarias actuales, especialmente cuando se trata de ramas colaterales lejanas.

    Reconocimiento Oficial

    Incluso si se identificaran posibles descendientes, la falta de reconocimiento oficial por parte de las instituciones monárquicas o gubernamentales dificulta la legitimación de cualquier reclamo dinástico. Sin un respaldo oficial, cualquier afirmación de descendencia directa carece de autoridad y es meramente especulativa.

    Ejemplos de Investigación Genealógica

    Algunas investigaciones genealógicas han intentado trazar las conexiones entre los Trastámara y las familias nobles actuales. A continuación, se presentan algunos ejemplos relevantes:

    Investigación de Linajes Nobiliarios

    Diversos genealogistas han intentado mapear las conexiones entre los Trastámara y las familias nobles europeas, identificando posibles vínculos a través de matrimonios estratégicos. Sin embargo, muchas de estas investigaciones carecen de pruebas concluyentes y se basan en suposiciones o interpretaciones parciales de la historia.

    Estudios Académicos

    Algunos estudios académicos han explorado la influencia de los Trastámara en la formación de otras casas reales. Estos estudios destacan las alianzas matrimoniales y las conexiones políticas, pero generalmente no se enfocan en identificar descendientes modernos específicos.

    Proyectos de Heráldica

    Proyectos dedicados a la heráldica y la genealogía nobiliaria han intentado documentar las líneas de sucesión de las casas reales, incluyendo posibles conexiones con los Trastámara. Estos proyectos son valiosos para comprender la complejidad de las relaciones dinásticas, aunque no proporcionan evidencia concreta de descendencia directa en la actualidad.

    El Papel de la Monarquía Actual

    La monarquía española actual, perteneciente a la Casa de Borbón, no reconoce oficialmente ninguna conexión directa con los Trastámara. La transición dinástica a los Habsburgo y posteriormente a los Borbones marcó un cambio significativo en la línea de sucesión, estableciendo una nueva era monárquica que no se basa en el linaje Trastamarista.

    La Casa de Borbón y su Legitimidad

    La Casa de Borbón ha mantenido su legitimidad a través de la continuidad dinástica desde el siglo XVIII, a pesar de los cambios políticos y sociales que han ocurrido en España. Cualquier intento de revivir o reclamar el trono a través de los Trastámara enfrentaría numerosos obstáculos legales y políticos, además de la falta de reconocimiento popular.

    El Papel de los Descendientes Borbónicos

    Los descendientes actuales de la Casa de Borbón, como el Rey Felipe VI, representan la continuidad de la monarquía española. Estos monarcas han centrado su legitimidad en la historia de los Borbones y su papel en la política y la sociedad contemporánea, sin hacer referencia a los Trastámara como parte de su legado.

    Reflexiones sobre la Continuidad Dinástica

    La continuidad dinástica es un concepto complejo que va más allá de la simple descendencia genética. Implica reconocimiento, legitimidad y aceptación por parte de la sociedad y las instituciones. En el caso de los Trastámara, la falta de una línea directa y el cambio dinástico a lo largo de los siglos han dificultado cualquier intento de revivir su legado a través de un monarca moderno.

    La Importancia de la Legitimidad

    Para que un descendiente moderno de los Trastámara pudiera reclamar legítimamente el trono de Castilla, sería necesario un reconocimiento oficial por parte de las instituciones monárquicas y gubernamentales de España. Sin este reconocimiento, cualquier reclamo carece de base legal y social.

    La Evolución de la Monarquía

    La monarquía ha evolucionado a lo largo de los siglos, adaptándose a los cambios políticos y sociales. En la actualidad, la monarquía española es una institución constitucional que funciona en armonía con la democracia y las leyes modernas. Cualquier intento de revivir una línea dinástica antigua tendría que alinearse con este marco contemporáneo, lo que representa un desafío significativo.

    Conclusión

    La dinastía Trastámara dejó una huella imborrable en la historia de Castilla y de España, contribuyendo a la formación de un imperio global y a la consolidación del poder real. Sin embargo, la extinción de la línea directa y la transición a otras casas dinásticas han relegado a los Trastámara a un papel principalmente histórico y simbólico.

    Aunque existen teorías y especulaciones sobre posibles descendientes modernos a través de ramas colaterales y matrimonios históricos, no hay evidencia concluyente de que alguna persona actual pueda reclamar legítimamente ser descendiente directo de esta dinastía. Las conexiones genealógicas que podrían existir son generalmente remotas y carecen de reconocimiento oficial.

    El legado de los Trastámara, sin embargo, sigue siendo una parte integral del patrimonio cultural y histórico de Castilla y de España en su conjunto. La preservación de monumentos, la celebración de tradiciones y la investigación académica continúan manteniendo viva la memoria de esta influyente dinastía.

    En última instancia, la dinastía Trastámara simboliza una era de poder, expansión y consolidación que ha dejado una marca duradera en la identidad castellana y española. Aunque la línea directa haya desaparecido, su influencia perdura, recordándonos la importancia de la historia y el legado en la formación de las naciones y sus identidades.

  • El Cid en juventud; Caballero de confianza de Alfonso VI y la Jura de Santa Gadea

    El Cid en juventud; Caballero de confianza de Alfonso VI y la Jura de Santa Gadea

    Alfonso VI recuperó el trono de León y sucedió a su hermano en el de Castilla, anexionándolo junto a Galicia y volviendo a conseguir la unión del reino legionense que había desgajado su padre Fernando a su muerte. El conocido episodio de la Jura de Santa Gadea es una invención, según Martínez Diez «carente de cualquier base histórica o documental». La primera aparición de este pasaje literario data de 1236.

    Al Servicio del Rey

    Las relaciones entre Alfonso y Rodrigo Díaz fueron en esta época excelentes; aunque con el nuevo rey no desempeñó cargos de relevancia, como pudiera ser el de conde de Nájera que ostentó García Ordóñez, lo nombró juez o procurador en varios pleitos y le proporcionó un honroso matrimonio con Jimena Díaz (entre julio de 1074 y el 12 de mayo de 1076),​ noble bisnieta de Alfonso V de León, con quien tuvo tres hijos: Diego, María (casada con el conde de Barcelona Ramón Berenguer III) y Cristina (quien contrajo matrimonio con el infante Ramiro Sánchez de Pamplona). Este enlace con la alta nobleza de origen asturleonés confirma que entre Rodrigo y el rey Alfonso hubo en este periodo buena sintonía.

    Muestra de la confianza que depositaba Alfonso VI en Rodrigo es que en 1079 el Campeador fue comisionado por el monarca para cobrar las parias de Almutamid de Sevilla. Pero durante el desempeño de esta misión Abdalá ibn Buluggin de Granada emprendió un ataque contra el rey sevillano con el apoyo de la mesnada del importante noble castellano García Ordóñez, que había ido también de parte del rey castellano-leonés a recaudar las parias del último mandatario zirí. Ambos reinos taifas gozaban de la protección de Alfonso VI precisamente a cambio de las parias. El Campeador defendió con su contingente a Almutamid, quien interceptó y venció a Abdalá en la batalla de Cabra, en la que García Ordóñez fue hecho prisionero. La recreación literaria ha querido ver en este episodio una de las causas de la enemistad de Alfonso hacia Rodrigo, instigada por la nobleza afín a García Ordóñez, aunque la protección que el Cid brindó al rico rey de Sevilla, que enriquecía con sus impuestos a Alfonso VI, beneficiaba los intereses del monarca leonés.

    Los desencuentros con Alfonso fueron causados por un exceso (aunque no era raro en la época) de Rodrigo Díaz tras repeler una incursión de tropas andalusíes en Soria en 1080, que le llevó, en su persecución, a adentrarse en el reino de taifa toledano y saquear su zona oriental, que estaba bajo el amparo del rey Alfonso VI.

    La Jura de Santa Gadea

    Según la tradición, el juramento que hubo de prestar Alfonso VI tuvo lugar en la iglesia de Santa Gadea de la ciudad de Burgos, a finales del año 1072

    ​La Jura de Santa Gadea es una leyenda medieval transmitida por el Romance de la Jura de Santa Gadea, en la que se narra el juramento que supuestamente hubo de prestar el rey Alfonso VI de León en la iglesia de Santa Gadea de Burgos, a finales del año 1072, a fin de demostrar que no había tomado parte en el asesinato de su propio hermano, el rey Sancho II de Castilla, quien había sido asesinado durante el Cerco de Zamora, que se hallaba en manos de su hermana, la infanta Urraca.

    Según el relato difundido por la tradición cuenta que Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, obligó a Alfonso VI, rey de León, de Galicia y de Castilla , a jurar que no había tomado parte en el asesinato de su propio hermano, el rey Sancho II, quien fue asesinado ante los muros de la ciudad de Zamora en el año 1072, ciudad que se hallaba en manos de su hermana, la infanta Urraca, que protegía los intereses de su hermano Alfonso, quien se hallaba refugiado en la Taifa de Toledo.

    La historiografía y los estudios de literatura afirman que este hecho nunca tuvo lugar y que es un mito creado en el siglo XIII, alrededor del año 1236, tras la unión definitiva de los reinos de Castilla y de León en la persona de Fernando III el Santo, hijo de Alfonso IX:

    No hubo, pues, juramentos en la iglesia de Santa Gadea; ni enemistad del Rey ni destierro por este motivo. Esas son leyendas elaboradas en épocas más tardías. Al revés, en un principio, el Cid gozó de la amistad y el favor del Rey más que ningún otro noble de la Corte: le colmó de privilegios, le casó con una sobrina suya, doña Jimena, fue delegado del Rey en varios juicios, aparte de otras consideraciones.
    Timoteo Riaño Rodríguez. Cantar del Mío Cid 3. Texto Modernizado, pág. 5.

    Obligando al rey a prestar juramento en público, el Cid se convertía en representante de los derechos de los castellanos, quienes no sentían demasiada simpatía por Alfonso, al tiempo que pasaba a ser paladín de la verdad, de la justicia y del bien común.

    No será hasta el último tercio del siglo XIII cuando la leyenda adquiera el relieve y los detalles con que pasó a formar parte de las crónicas y el romancero, y de ahí al teatro del Siglo de Oro, con su inclusión en la Leyenda de Cardeña que fue introducida en la Estoria de España alfonsí hacia 1270.​ En los últimos años hay más estudios sobre este hecho que pudo tener lugar en la iglesia de Santiago de los Caballeros de Zamora y no en la ciudad de Burgos como ha sostenido la tradición en base únicamente al Romancero.

  • La Derrota de Sagrajas

    La Derrota de Sagrajas

    La batalla de Sagrajas comenzó al amanecer de un viernes, con el ataque del rey Alfonso. Yusuf ibn Tasufin dividió su ejército en tres divisiones: la primera la dirigía Abbad III al-Mu’tamid y era la más numerosa; la segunda estaba al mando del mismo Yusuf y la tercera división eran guerreros negros africanos con espadas indias y largas jabalinas.

    Es sin duda, un momento clave en la historia de la Reconquista cristiana de la península ibérica.

    Un año antes, Alfonso VI había tomado Toledo, lo que alarmó a los reyes de algunas taifas de la península ibérica, quienes solicitaron la ayuda militar de Yusuf ibn Tasufin. Desembarcó en Algeciras al mando de un ejército de musulmanes (los almorávides) con el que se dirigió hacia el norte. El monarca leonés, apoyado por el rey de Aragón, salió a su encuentro, que tuvo lugar en Sagrajas, cerca de Badajoz. Tras un primer empuje de las fuerzas leonesas y castellanas mandadas por Álvar Fáñez, los senegaleses de Yusuf destrozaron el ejército cristiano. Alfonso VI salvó la vida con la huida.

    La historiografía moderna considera exageradas cifras de 60 000 combatientes para esta época. Las estimaciones de Bernard F. Reilly hablan de un ejército cristiano compuesto por 2500 hombres aproximadamente, de los que 750 corresponderían a la caballería pesada (las tropas de élite de los reinos cristianos, compuestas por nobles y acaudilladas por grandes magnates), otros 750 jinetes de caballería ligera y unos mil infantes de toda condición. Por su parte, el ejército de Yusuf contaría con unos 7500 soldados, la mayoría de infantería y caballería ligera.

    Yusuf ibn Tasufin cruzó Andalucía con su ejército y marchó al norte de al-Ándalus hasta llegar a az-Zallaqah. Los dos líderes intercambiaron mensajes antes de la batalla: Yusuf ibn Tasufin ofreció tres posibilidades al enemigo: convertirse al Islam, pagar tributo (jizyah) o luchar. Alfonso VI decidió luchar contra los almorávides.

    La Batalla

    La primera división, la dirigida por Abbad III al-Mu’tamid, luchó sola contra Alfonso VI hasta entrada la tarde, y después se unieron a ellos Yusuf ibn Tasufin y su segunda división, para rodear las tropas de Alfonso VI. Las tropas castellano-leonesas comenzaron a perder terreno. Entonces Yusuf ordenó a la tercera división atacar y terminar la batalla. Según los relatos de la época, las bajas en el ejército de Alfonso fueron considerables, la mitad del ejército según Reilly. Alfonso VI, por su parte, sobrevivió a la batalla, pero fue herido en una pierna.

    El rey y la mayoría de los nobles sobrevivieron, si bien algunos cayeron en el combate, incluyendo a los condes Rodrigo Muñoz y Vela Ovéquez. También hubo importantes bajas en el otro bando, especialmente para las huestes al mando de Dawud ibn Aysa, cuyo campo incluso fue saqueado en las primeras horas de la batalla, y por el rey taifa de Badajoz, al-Mutawakkil ibn al-Aftas. El rey taifa de Sevilla, al-Mu’tamid, fue herido en el primer encuentro, pero mantuvo unidas a las fuerzas de al-Ándalus en los momentos más difíciles de la carga cristiana, dirigida por Álvar Fáñez. Entre los muertos se encontraba un imán de Córdoba muy popular, Abu-l-Abbas Ahmad ibn Rumayla. Se dice que Yusuf por su parte se vio muy afectado por la carnicería.

    Yusuf tuvo que volver prematuramente a África, por la muerte de su heredero, por lo que Alfonso VI no perdió mucho territorio, a pesar de la aniquilación de la mayor parte de su ejército.

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  • Los comuneros, del poeta Luis López Álvarez

    Los comuneros, del poeta Luis López Álvarez

    16Este es el poema que cerraba el largo poema épico Los comuneros, del poeta Luis López Álvarez. A finales de los 60, el grupo castellano Nuevo Mester de Juglaría adaptó parte del libro con melodías tradicionales en su disco Los comuneros; también en ese disco cerraba este fragmento del poema, que se convirtió en el himno regionalista castellano, y que ellos llamaron:

    Castilla,

    canto de esperanza

    1521

    y en Abril para más señas,

    en Villalar ajustician

    a quienes justicia pidieran.

    ¡Malditos sean aquellos

    que firmaron la sentencia!

    ¡Malditos todos aquellos

    los que ajusticiar quisieran

    al que luchó por el pueblo

    y perdió tan justa guerra!

    Desde entonces, ya Castilla

    no se ha vuelto a levantar

    ¡ay, ay!

    no se ha vuelto a levantar

    en manos de rey bastardo

    o de regente falaz,

    ¡ay, ay!

    o de regente falaz,

    siempre añorando una junta

    o esperando un capitán

    ¡ay, ay!

    o esperando un capitán.

    Quién sabe si las cigüeñas

    han de volver por San Blas,

    si las heladas de Marzo

    los brotes se han de llevar,

    si las llamas comuneras

    otra vez repicarán:

    cuanto más vieja la yesca,

    más fácil se prenderá,

    cuanto más vieja la yesca

    y más duro el pedernal:

    si los pinares ardieron,

    ¡aún nos queda el encinar!

  • El Cid y su Juventud. Al servicio de Sancho II de Castilla

    El Cid y su Juventud. Al servicio de Sancho II de Castilla

    Rodrigo Díaz, muy joven, sirvió al infante Sancho, futuro Sancho II de Castilla. En su séquito fue instruido tanto en el manejo de las armas como en sus primeras letras, pues está documentado que sabía leer y escribir. Existe un diploma de dotación a la Catedral de Valencia de 1098 que Rodrigo suscribe con la fórmula autógrafa «Ego Ruderico, simul cum coniuge mea, afirmo oc quod superius scriptum est» (‘Yo Rodrigo, junto con mi esposa, suscribo lo que está arriba escrito’). Tuvo, asimismo, conocimientos de derecho, pues intervino en dos ocasiones a instancias regias para dirimir contenciosos jurídicos, aunque quizá en el ambiente de la corte un noble de la posición de Rodrigo Díaz pudiera estar oralmente familiarizado con conceptos legales lo suficiente como para ser convocado en este tipo de procesos.

    Posiblemente Rodrigo Díaz acompañaba al ejército del aún infante Sancho II cuando acudió a la batalla de Graus para ayudar al rey de la taifa de Zaragoza al-Muqtadir contra Ramiro I de Aragón en 1063. Desde el acceso al trono de Castilla de Sancho II los últimos días del año 1065 hasta la muerte de este rey en 1072, el Cid gozó del favor regio como magnate de su séquito, y podría haberse ocupado de ser armiger regis ‘armígero real’, cuya función en el siglo xi sería similar a la de un escudero, ya que sus atribuciones no eran todavía las del alférez real descrito en Las Partidas en el siglo xiii. El cargo de armígero se convertiría en el de alférez a lo largo del siglo xii, pues iría asumiendo competencias como la de portar la enseña real a caballo y ocupar la jefatura de la mesnada del rey. Durante el reinado de Sancho II de Castilla las tareas del armiger (guardar las armas del señor, fundamentalmente en ceremonias formales) serían encomendadas a caballeros jóvenes que se iniciaban en las funciones palatinas.​ Sin embargo, en el reinado de Sancho II no hay documentado ningún armiger regis, con lo que este dato podría deberse únicamente a la fama que se propagó posteriormente de que Rodrigo Díaz era el caballero predilecto de este, y de ahí que las fuentes de fines del siglo xii le adjudicaran el cargo de alférez real.

    Combatió con Sancho en la guerra que este sostuvo contra su hermano Alfonso VI, rey de León, y con su hermano García, rey de Galicia. Los tres hermanos se disputaban la primacía sobre el reino dividido tras la muerte del padre y luchaban por reunificarlo. Las cualidades bélicas de Rodrigo comenzaron a destacar en las victorias castellanas de Llantada (1068) y Golpejera (1072).​ Tras esta última Alfonso VI fue capturado, de modo que Sancho se adueñó de León y de Galicia, convirtiéndose en Sancho II de León. Quizá en estas campañas ganara Rodrigo Díaz el sobrenombre de «Campeador», es decir, guerrero en batallas a campo abierto.​

    Tras el acceso de Sancho al trono leonés, parte de la nobleza leonesa se sublevó y se hizo fuerte en Zamora bajo el amparo de la infanta doña Urraca, hermana de los anteriores. Con la ayuda de Rodrigo Díaz el rey sitió la ciudad, pero murió asesinado —según cuenta una extendida tradición— por el noble zamorano Bellido Dolfos, si bien la Historia Roderici no recoge que la muerte fuera por traición.​ El episodio del cerco de Zamora es uno de los que más recreaciones ha sufrido por parte de cantares de gesta, crónicas y romances, por lo que la información histórica acerca de este episodio es muy difícil de separar de la legendaria.

  • Alberta, la misteriosa esposa de Sancho II

    Alberta, la misteriosa esposa de Sancho II

    Alberta fue reina consorte de Castilla como la esposa del rey Sancho II de Castilla (1065-1072).

    Es solamente mencionada en dos documentos. El más antiguo, datado del 26 de marzo de 1071, es una carta de Sancho dirigida al monasterio de San Pedro de Cardeña. La ocasión era una reunión en Burgos de Sancho con su hermano, el rey Alfonso VI de León, y sus hermanas Elvira y Urraca, junto con el alto clero de su reino, probablemente para dialogar acerca del mal gobierno de su hermano, el rey García II de Galicia.

    El segundo documento, del 10 de mayo de 1071, es una carta privada dirigida al monasterio de San Pedro de Arlanza. ​Fue enviada durante el reinado de Sancho y Alberta en Castilla y Galicia, indicando que la deposición de García acordada en Burgos ese mismo año había sido efectuada por Sancho: «El rey Sancho y la reina Alberta reinando en Castilla y en Galicia» (regnante rex Sancio et Alberta regina en Castella et en Gallecia).

    El nombre Alberta era inusual en la España del siglo XI, así que es probable que ella haya sido extranjera y aficionada a las armas. Su matrimonio con Sancho le habría procurado prestigio a su marido que sus hermanos solteros aún no poseían. Los orígenes extranjeros de su esposa le habrían permitido permanecer fuera de las disputas de los grupos aristócratas emparentados. Se cree que Alberta sobrevivió a Sancho, que murió en 1072, pero se desconoce cuál fue su destino después de esta fecha.

    Los verdaderos orígenes de Alberta son desconocidos. Las únicas fuentes medievales que podrían proporcionar evidencia son poco fiables. El contemporáneo Guillermo de Poitiers registró que los tres hermanos (Sancho, Alfonso y García) compitieron por la mano de una hija del rey Guillermo I de Inglaterra, pero Guillermo I no tuvo una hija que se llamara Alberta. Otros informes indican que esta hija de Guillermo I era Águeda, y que sus pretendientes eran Alfonso y el duque Roberto Guiscardo. Águeda se comprometió con Alfonso pero murió antes de poder casarse con él.

    La Crónica najerense del siglo XII relata una historia diferente. La crónica dice que la prometida de Sancho era la hija de su tío, el rey García Sánchez III de Pamplona. Ella fue violada por su medio-hermano ilegítimo, Sancho Garcés, quien huyó para ponerse bajo la protección del rey al-Muqtádir de Zaragoza y del rey Ramiro I de Aragón. En defensa de su prometida, Sancho atacó a ambos reinos y Ramiro I fue asesinado en la batalla de Graus en 1070. Esta historia, sin embargo, es una invención literaria​ ya que la batalla histórica de Graus ocurrió en 1063.

    A pesar de que no fue una figura significativa en la leyenda de El Cid, Alberta tuvo un rol importante la obra de tres actos La jura en Santa Gadea (1845) por Juan Eugenio Hartzenbusch, donde El Cid es acusado de haber asesinado a Ramiro I. ​El Cid, que estuvo en la batalla histórica de Graus, fue también testigo de la carta del 26 de marzo de 1071.

  • La historia de la Casa de la Contratación de Indias

    La historia de la Casa de la Contratación de Indias

    La Casa de la Contratación de Indias fue una institución de la Corona de Castilla que se estableció en 1503. Fue creada para fomentar la navegación con los territorios de la Corona de Castilla en ultramar.

    Estableció un asiento que dio como fruto un monopolio de comercio español con las Indias. Algunos períodos entre el siglo xvi y el xviii llegó a recibir 270.000 kg de plata y 40.000 kg de oro.

    Creación y funciones

    En noviembre de 1552 se dio autorización a Andrés de Carvajal para imprimir las ordenanzas a cambio de que entregara 50 a la Casa de la Contratación y a sus subalternos. En 1553 el sevillano Martín de Montesdoca realizó una tirada muy elevada de la que se conservan pocos ejemplares. Esta es la portada de la edición de 1553.

    Desde el segundo viaje de Colón en 1493 todos los asuntos concernientes al Nuevo Mundo habían estado en manos de Juan Rodríguez Fonseca, arcediano de la catedral de Sevilla, capellán y hombre de confianza de Isabel la Católica. Este clérigo más tarde sería promovido a las sedes episcopales de Badajoz, Palencia y Burgos. Sin embargo, diez años después se hacía patente que no podían estar en manos de una sola persona todos estos asuntos, por lo que se decide crear una institución colegiada que es la Casa de Contratación. Aunque Fonseca perdería ese poder unipersonal como superintendente se mantendría en la corte con un cargo equivalente al de Ministro de las colonias, como dice el historiador Clarence H. Haring, hasta que se crea el Consejo de Indias en 1524.

    Desde mediados de 1502 existe constancia documental del proceso de creación de una Casa de Contratación y el historiador Ernesto Schaffër cree que pudo ser promovida en origen por el genovés Francisco Pinelo, por ser un vecino de Sevilla muy conocedor de los asuntos indianos.

    El 20 de enero de 1503 Fernando e Isabel firman una Real Provisión en Alcalá de Henares por la que se aprueban las primeras 20 Ordenanzas para la Casa de Contratación de Sevilla, para las Indias, las islas Canarias y el África atlántica.​ Entre sus finalidades se especifica:

    recoger y tener en ella, todo el tiempo necesario, cuantas mercaderías, mantenimientos y otros aparejos fuesen menester para proveer todas las cosas necesarias para la contratación de las Indias; para enviar allá todo lo que conviniera; para recibir todas las mercaderías y otras cosas que de allí se vendiese, de ello todo lo que hubiese que vender o se enviase a vender e contratar a otras partes donde fuese necesario.
    El gobierno de la Casa estaría a cargo de tres oficiales reales: el factor, el tesorero y el contador-escribano, que fueron nombrados por Isabel la Católica por Real Cédula el 14 de febrero de 1503, firmada también en Alcalá de Henares. Tenían la misión saber cuántas mercancías y barcos enviar a las Indias, y para ello debían mantener comunicación con otros oficiales reales que ya se encontraban allí y conocer las necesidades de los colonos, elegir a los capitanes y escribanos para los viajes, entregarles instrucciones por escrito y decidir qué mercancías comprar para llevar allí.​

    Para el cargo de tesorero fue nombrado el doctor Sancho Ortiz de Matienzo, natural del Valle de Mena, Burgos, letrado, buen jurista, canónigo de la catedral de Sevilla y que fue primer abad de Jamaica desde 1512 a propuesta de Fernando el Católico y que ejerció de su labor en la Casa hasta diciembre de 1521. El contador-escribano fue Jimeno de Briviesca, que era gran conocedor de los asuntos indianos por haber participado en los preparativos de los viajes de Colón, y que ocupó el cargo durante 7 años. El primer factor sería Francisco Pinelo, amigo personal de Colón y colaborador suyo y que ocupó el cargo hasta su muerte en 1509.

    Se decide que, aunque se pueden utilizar también barcos de la Corona, estos se pueden obtener también mediante requisa y arriendo a particulares. La Casa de Contratación tenía también una labor fiscalizadora, porque debía comprobar que las mercancías que llegaban a Sevilla eran las mismas que se habían embarcado en las Indias. A esos tres oficiales reales se les conocería posteriormente como jueces oficiales, para diferenciarse de los llamados jueces letrados que entrarían posteriormente. En 1508 se crea la figura del piloto mayor de las Indias, nombrando Fernando el Católico como primero con este cargo a Américo Vespucio.​ El piloto mayor debía ser un auténtico experto en navegación, ya que su misión consistía en la preparación y resultado de las expediciones, examinar y graduar a los pilotos y censurar las cartas e instrumentos de navegación. Para realizar sus funciones contaba con la ayuda de otros pilotos así como del cosmógrafo de la Casa. Américo Vespucio fue sucedido más tarde por Juan Díaz de Solís y Sebastián Cabot.

    En 1509 Fernando el Católico pidió un informe detallado de todas las ordenanzas, instrucciones especiales, aranceles, etcétera, que operaban en la Casa para disponer de la redacción de unas nuevas ordenanzas. Las nuevas ordenanzas, de 36 capítulos, fueron expedidas en Monzón el 15 de junio de 1510 y se completaron en 1511 con 17 artículos más.

    Las Ordenanzas de 1510 son más extensas y minuciosas que las de 1503. Se especifican las horas de trabajo; se determinan los libros de registro que hay que llevar; se regula la emigración; se trata de las relaciones con mercaderes y navegantes; se dispone lo relativo a los bienes de los muertos en Indias (que a partir de 1550 serán administrados por el llamado Juzgado general de bienes de difuntos, presente en todas las Reales Audiencias indianas); y se le incorpora el matiz científico al incluirse dentro de la Casa de la Contratación al piloto mayor ―creado en 1508―, encargado de examinar a los pilotos que desean hacer la carrera, y de trazar los mapas o cartas de navegación y el padrón real o mapa modelo del Nuevo Mundo donde se iban registrando todos los descubrimientos, hasta 1519 en que se crea el puesto de cartógrafo. La Casa custodiaba la información náutica y la cartografía de manera secreta para evitar que la información cayera en manos de potencias extranjeras.

    A mediados del siglo la Casa del Océano ―como le gustaba llamarla a Mártir de Anglería ― era un organismo bien reglamentado, con capilla y cárcel propia. En 1557 se creó el cargo de presidente, al que estuvieron subordinados el contable, el factor y el tesorero.

    El cronista oficial de la Casa escribía la historia de la América española y de su desarrollo tecnológico y científico. Los que violaban el reglamento de la Casa, caían bajo su jurisdicción y para ello se creó un tribunal especial en 1583.

    Además de estos cargos, la Casa de la Contratación fue aumentando el número de sus funcionarios, a medida que fue incrementándose también la importancia del tráfico americano. Los oficiales de contaduría, numerosos escribanos, hicieron de esta institución una de las más complejas de todas las existentes.

    Por la estructura que se da a la Casa se adivina una estrecha relación con la Hacienda Real. Difícilmente hubiera podido ser de otra forma ya que el tesoro de la Corona ocupaba una parte esencial de los asuntos indianos. Por una parte, servía para financiar la compra y transporte de la mayoría de los bastimentos y pertrechos que eran llevados a Indias. Muchos de los colonizadores gozaban de salario a cargo del tesoro. Por la otra, los asientos para la formación de toda nueva expedición incluían expresamente cláusulas mediante las cuales se aseguraba el interés de la Hacienda Real en los beneficios económicos del viaje. Al efecto, eran comisionados funcionarios que acompañarían a los descubridores en sus andanzas y velarían por la adecuada satisfacción de los derechos reales.

    En 1539 y 1552 se volvieron a reunir todas las leyes y disposiciones existentes en relación con la Casa de Contratación para ser publicadas. De la misma forma se volvieron a imprimir en 1585 y se convirtieron en la base del Libro Noveno de las Leyes de Indias.

    El regreso de Juan Sebastián Elcano desde las islas de las especias en 1522, después de haber dado la vuelta al mundo, trajo consigo que Carlos I planease una nueva expedición a estas islas y que crease ese mismo año una institución específica: la Casa de Contratación de la Especiería. Esta tuvo su sede en La Coruña, por su cercanía geográfica con Flandes, para la distribución en los mercados de Inglaterra, Francia, Alemania, Escocia, Dinamarca y Noruega. La siguiente expedición a las islas de las especias tuvo lugar en 1525, siendo Juan Sebastián Elcano piloto mayor y con Jofre de Loaisa como capitán general de la Armada y gobernador general de las islas Molucas.

    No obstante, tras el Tratado de Zaragoza de 1529 la Casa de la Especiería dejó de existir al haberse perdido ese mercado, que quedó en manos de Portugal por un acuerdo con respecto al Tratado de Tordesillas de 1494.6​ Ese mismo año Carlos I permitió que los puertos La Coruña, Bayona, Avilés, Laredo, Bilbao, San Sebastián, Cartagena y Málaga podían exportar productos a las Indias, aunque los barcos de regreso debían pasar por Sevilla. En el reinado de Felipe II esos territorios de las Indias Orientales pasaron de nuevo a control español. En 1561 Felipe II ratificó a esos puertos su privilegio con la salvedad de que no podían transportar viajeros. En 1573 Felipe II revocó el permiso ya que los barcos que regresaban no pasaban por la Casa de Contratación de Sevilla, sino que pasaban por puertos portugueses o por otros.

    Sede

    Plano con los elementos mencionados sobre la Casa de la Contratación en Sevilla.
    La elección de Sevilla como primera sede de la Casa de la Contratación durante 214 años no fue casual. 8​ Cádiz era prácticamente una ciudad-isla, que entonces estaba demasiado poco desarrollada y, además, era extremadamente insegura por dar al mar.8​ De hecho Cádiz sería atacada repetidas veces: en 1587, 1596, 1625 y 1797. Llegar a Sevilla en barco, sin embargo, era un recorrido a través del Guadalquivir y la ciudad podía guardarse mejor, y tenía mejores comunicaciones por tierra, además de ciertas infraestructuras. La elección de Sevilla como ciudad con monopolio en el comercio con las Indias posibilitó que en torno a 1540 Sevilla desbancara a Amberes como centro financiero de Europa.8​ Sevilla, además, ya desde el siglo XIII era un foco comercial y financiero de gran importancia, que encauzaba los flujos mercantiles que venían del Norte de África, recibiendo parte del oro de Sudán que salía al Mediterráneo, comerciaba con plazas italianas y del Atlántico Norte y disponía de focos financieros que respaldaban ese comercio.

    Su primera sede fueron las Atarazanas Reales de Sevilla, pero como era un lugar expuesto a las arriadas y dañino para las mercancías, pronto fue trasladada a las dependencias del Real Alcázar, donde quedó instalada, al oeste del palacio de Pedro I, en la zona denominada de los Almirantes, local «sano, y alegre», con buen patio y una puerta orientada hacia el río. Entre 1503 y 1506 se derribó la parte del cuarto del Almirante y se volvió a levantar, con una fachada principal hacia el río. Posteriormente se construyeron almacenes y casas en la zona de la actual plaza de la Contratación.

    La primera fase de las obras, que tuvo lugar entre 1503 y 1506, fue realizada por el maestro mayor de obras y carpintería del Alcázar Juan de Limpias, y se creó una portada de piedra labrada por Alonso Rozas, maestro mayor de la catedral.

    Detalle de un plano de Sevilla de 1771 mandado a realizar por el asistente de la ciudad, Pablo de Olavide, en el que se muestra el entorno urbano de donde estuvo la Casa de la Contratación.
    Cuando se realizó la obra la Corona pidió que se realizara una edificación simple, sin gran suntuosidad, porque ya daría tiempo de ampliarla o mejorarla en el futuro. Tras la primera fase hubo una segunda, entre 1506 y 1515 donde se creó una segunda planta y se ampliaron las instalaciones hacia una zona que era conocida como cuarto de los Cuatro Palacios.​ En 1553 se amplió la superficie disponible comprando un edificio contiguo llamado Hospital de Santa Isabel.

    Patio de la Casa de la Contratación

    Lo cierto es que, desde el comienzo el edificio se quedó pequeño, y aunque la instalación completa tenía una extensión de 600 metros cuadrados, Américo Vespucio, cuando fue nombrado piloto mayor en 1508, tuvo que dar clases en su domicilio particular y cuando se creó en la institución la cátedra de Cosmografía tuvo que asignarse como aula la capilla.

    Además, existió otra razón para llevar la Casa al Alcázar. Hasta entonces el cuarto del Almirante había albergado una institución de gran tradición histórica en la Andalucía bajomedieval: el Almirantazgo de Castilla y su Tribunal, establecido en Sevilla desde el siglo XIII, que tenía competencia jurisdiccional en asuntos marítimos.

    Anexo al Alcázar existe un patio almohade que era parte del complejo de la Casa de la Contratación, sin embargo los inmuebles de ese entorno fueron derribados en la segunda mitad del siglo XX y fue levantado un edificio historicista en 1973 que respetaba el patio y algunas partes de los muros. Se realizaron excavaciones y obras de restauración del patio en 1992.11​ El inmueble ahora sirve de oficinas de la Delegación del Gobierno de la Junta de Andalucía, por lo que no se encuentra abierto al público salvo visitas concertadas. Sin embargo, el cuarto del Almirante y la capilla de la Casa de Contratación, así como el patio de la Montería, sí están dentro del recorrido turístico del Real Alcázar y pueden visitarse.

    La entrada al cuarto del Almirante, en el patio de la Montería del Alcázar sevillano, es de los pocos vestigios que quedan de lo que fue la Casa de la Contratación de Sevilla. El cuarto es una habitación rectangular que actualmente alberga varios cuadros en las paredes y que sirve para realizar algunos actos protocolarios.

    Como una habitación abierta al cuarto del Almirante se encuentra la sala de Audiencias, que fue reconvertida en capilla de la Casa de la Contratación en 1526. Para adornarla, se colocó una imagen de la Virgen de los Navegantes, que hoy constituye un importante documento gráfico, ya que en una parte del retablo existe un retrato de Colón del siglo XVI. Dicha sala está hoy adornada, además de con el valioso altar, con un techo dorado y unas paredes tapizadas que muestran varios escudos, los de los almirantes de la flota española con el de Cristóbal Colón en el centro. A ambos lados del retablo se encuentran un arcón y una maqueta de un navío.

  • La gran conspiración contra Castilla: ¿quién teme al corazón espiritual de España?

    La gran conspiración contra Castilla: ¿quién teme al corazón espiritual de España?

    1. Castilla en la forja de la identidad española

    1.1. Los inicios de Castilla como motor cultural y político

    Para entender por qué Castilla se ha considerado durante siglos el corazón espiritual de España, es esencial remontarse al surgimiento de los primeros condados castellanos en el contexto de la Reconquista. Castilla, nacida como un pequeño condado en la frontera oriental del Reino de León, logró labrarse un papel protagónico gracias a una serie de condes y monarcas que impulsaron la expansión de sus dominios y, con ella, la ideología de una España unificada bajo la fe católica.

    En la Alta Edad Media, la “ideología de frontera” acuñada por los primeros condes castellanos marcó el carácter aguerrido, austero y religioso de esta región. Nombres como Fernán González, mito fundador del condado, aunaron un fuerte sentido de independencia con un espíritu militar que llevaría a Castilla a convertirse en cabeza de la futura Corona. Por tanto, el origen de Castilla no solo fue bélico y expansionista, sino también cultural, pues desde temprano estableció lazos literarios y lingüísticos que darían forma al futuro castellano—la lengua que acabaría imponiéndose en la Península y se convertiría, con el tiempo, en uno de los principales idiomas del mundo.

    Esta temprana hegemonía cultural de Castilla se vio reforzada por los monasterios y centros de estudio que proliferaron en su territorio. Ejemplo de ello es el scriptorium del Monasterio de Silos y otros focos monacales, que copiaban y promovían la literatura, la liturgia y, en definitiva, la cultura cristiana. Allí se crearon obras fundacionales de la lengua castellana y se transmitieron valores religiosos y morales que más tarde se exportarían con la Conquista de América.

    1.2. La unificación bajo los Reyes Católicos

    El papel de Castilla como núcleo vertebrador se consolidó con la unión dinástica de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón a finales del siglo XV. Aunque en lo formal se trataba de una confederación de reinos, en la práctica fue la Corona de Castilla la que aportó la mayor parte del caudal económico y demográfico. El matrimonio de los Reyes Católicos se basaba en la integración mutua de ambos reinos, pero la estructura profunda del poder y de los recursos descansaba, principalmente, en Castilla.

    Isabel la Católica, figura mítica y líder espiritual, impulsó la reforma de la Iglesia en sus reinos y promovió la evangelización. Bajo su mandato, se inició la expansión hacia el Atlántico con la empresa de Cristóbal Colón, financiada en su mayoría por la Corona de Castilla. De esta forma, la conquista y la evangelización del Nuevo Mundo se harían en lengua castellana, acompañadas de la impronta religiosa y cultural característica de Castilla. Este hito fundacional de la Monarquía Hispánica expandió la fe católica por gran parte del globo, afianzando la imagen de Castilla como “motor de la cristiandad” y pilar esencial de la expansión europea.


    2. La Guerra de las Comunidades y la represión contra Castilla

    2.1. Contexto y causas del conflicto

    Tras la muerte de Isabel I en 1504, y posteriormente la de Fernando el Católico en 1516, el joven Carlos I heredó la Corona castellana y aragonesa, además de aspirar a convertirse en emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. El anhelo de Carlos—nacido y criado en Flandes—de financiar su candidatura para ser Emperador chocó con un sentimiento creciente de malestar en Castilla. La nobleza castellana se había sentido tradicionalmente relegada con la llegada de un rey extranjero, y las clases urbanas percibían un progresivo aumento de impuestos para sostener las ambiciones imperiales de Carlos.

    En 1520, este descontento cuajó en el levantamiento de las Comunidades, encabezado por ciudades como Toledo, Segovia o Salamanca. En esencia, la guerra de las Comunidades representó la pugna entre los intereses de una Castilla que reclamaba autonomía y respeto a sus fueros, frente a un monarca cuyos proyectos políticos iban más allá de la Península Ibérica. Este conflicto, si bien no se prolongó demasiado en el tiempo—apenas unos dos años—, dejó una huella imborrable en la memoria colectiva de Castilla: la idea de que las aspiraciones castellanas habían sido aplastadas por el poder real con la ayuda de otras regiones y facciones leales a Carlos.

    2.2. Consecuencias políticas y económicas

    La represión posterior a la derrota de los comuneros dio lugar a una reestructuración profunda en el seno de la Corona. Castilla, que había sido el pilar económico del reino, pasó a estar sometida a una presión fiscal elevada para sostener la política exterior del Emperador. Los recursos castellanos se canalizaron hacia guerras en Europa—contra Francia, el Imperio Otomano, los príncipes protestantes alemanes—y la gestión de un Imperio que se extendía por el centro de Europa e Italia.

    El sometimiento de Castilla no solo fue económico, sino también moral: la ejecución de líderes comuneros como Padilla, Bravo y Maldonado sembró el terror y desincentivó cualquier otra insurrección. Desde entonces, se acusa a la Monarquía de los Austrias, con Carlos I a la cabeza, de haber reducido a Castilla a una suerte de “colonia interna”, explotando sus recursos humanos y materiales para fines imperiales que poco revertían en mejoras para las provincias castellanas. Así, se puede afirmar que, a partir de la Guerra de las Comunidades, comienza una sistemática marginación de Castilla, cuyo papel central se vería progresivamente mermado.


    3. Castilla bajo los Austrias y su rol en la evangelización

    3.1. La gran expansión transatlántica

    Pese a la represión poscomunera, la Corona de Castilla siguió siendo el instrumento clave para la expansión ultramarina. El Consejo de Indias y la Casa de Contratación, radicados en Sevilla, centralizaron el comercio y la administración de los territorios americanos, que formalmente dependían de la Corona castellana. Así, los bienes y riquezas que llegaban del Nuevo Mundo nutrían tanto la hacienda real como el mercado interno de Castilla.

    En este escenario, misioneros y frailes castellanos—franciscanos, dominicos, mercedarios y, más tarde, jesuitas—lideraron la labor evangelizadora en el continente americano. Desde el punto de vista cultural, se exportó la lengua castellana como vehículo de transmisión del cristianismo y, a su vez, como medio de integración entre los pueblos indígenas y la nueva administración colonial. La figura de fray Bartolomé de las Casas ilustra la vocación evangélica castellana, con su defensa de los derechos de los indígenas y su aspiración de un reino cristiano verdaderamente universal.

    3.2. Valores universales heredados de la reina Isabel

    La Reina Isabel la Católica legó una visión misionera y reformista que impregnó la expansión castellana en América. Su testamento, con claras referencias a la evangelización y al trato respetuoso con los indígenas, se convirtió en una especie de guía moral para muchos conquistadores y religiosos castellanos. Bajo su influjo, y durante gran parte del reinado de los Austrias, se desarrolló la llamada “Escuela de Salamanca”, donde teólogos y juristas—Francisco de Vitoria, Domingo de Soto, entre otros—reflexionaron sobre los derechos humanos, la legitimidad de la Conquista y la dignidad de los pueblos nativos.

    De esta manera, Castilla no solo exportaba una fe y un idioma, sino también una corriente de pensamiento que—con sus luces y sombras—sentó precedentes en materia de legislación internacional y de la concepción de la dignidad humana. Así, la dimensión espiritual de Castilla trascendía lo puramente político, erigiéndose en referente moral y religioso para buena parte del orbe católico de la época.


    4. La Guerra de Sucesión: el alzamiento de los Borbones

    4.1. El conflicto sucesorio entre Austrias y Borbones

    A la muerte de Carlos II, último rey de la dinastía de los Austrias, se desató una crisis sucesoria que dividió a Europa. El testamento de Carlos II nombraba heredero al duque de Anjou, nieto de Luis XIV de Francia, que reinaría como Felipe V. Sin embargo, la coalición liderada por Austria, Inglaterra y Holanda se oponía a que un Borbón pudiera sentarse en el trono de España, temiendo la hegemonía francesa.

    En el interior de la Monarquía Hispánica, se produjo una división territorial: la Corona de Aragón, recelosa de la centralización borbónica, se inclinó mayoritariamente por el Archiduque Carlos de Austria, mientras que gran parte de Castilla—fiel a la línea del testamento—respaldó a Felipe de Anjou. Con sus ejércitos y recursos, Castilla fue fundamental para el triunfo de los Borbones en la Guerra de Sucesión (1701-1714).

    4.2. El papel de Castilla en la victoria borbónica

    El apoyo militar y financiero de Castilla a Felipe V fue decisivo. Mientras la Corona de Aragón quedó devastada en la parte final del conflicto, la cohesión de las tropas castellanas sostuvo la causa borbónica. Se argumenta que sin la fidelidad de las villas y ciudades castellanas, Felipe V difícilmente hubiese podido imponerse. Paradójicamente, la victoria de los Borbones supuso, más adelante, la implantación de los Decretos de Nueva Planta (1716), que reorganizaron la administración en los antiguos territorios de la Corona de Aragón, desmantelando sus fueros e instituciones particulares.

    Para Castilla, aquellos decretos no trajeron beneficios significativos a largo plazo. Si bien formalmente se consolidó un Estado más centralizado, se mantuvo la dependencia fiscal de las provincias castellanas, cuyo esfuerzo bélico durante la Guerra de Sucesión había sido enorme. De nuevo, se vislumbra la dinámica histórica por la cual Castilla pone la base material y humana para sostener la Monarquía, pero los beneficios se distribuyen de forma desigual. Esto contribuiría, con el paso de los siglos, a la sensación de agravio y de desmantelamiento de la identidad castellana.


    5. La identidad castellana en la era contemporánea

    5.1. Del Antiguo Régimen a la Transición

    La centuria que va de finales del siglo XVIII a comienzos del siglo XX vio surgir en España un intenso proceso de cambios: la invasión napoleónica, las guerras carlistas, las revoluciones liberales y la posterior restauración borbónica configuraron un escenario complejo. En muchos de estos eventos, Castilla siguió aportando tropas, recursos y un fuerte sentimiento de hispanidad en momentos críticos para la unidad nacional. Sin embargo, la progresiva industrialización—sobre todo en regiones como Cataluña o País Vasco—y la migración campo-ciudad comenzaron a desdibujar los equilibrios regionales.

    Hacia finales del siglo XIX y principios del XX, el regeneracionismo de Joaquín Costa y otros intelectuales clamaba por “despellejar” el caciquismo y la corrupción que corroía a España, al tiempo que demandaba una modernización social y económica. Pese a su centralidad cultural, Castilla se enfrentaba a un estancamiento agrario, a la pérdida de población y a una infraestructuración en comparación con otras zonas que empezaban a despegar.

    Tras la Guerra Civil (1936-1939) y el posterior régimen franquista, se reconfiguró el mapa político. Aunque el discurso oficial exaltaba la “españolidad” con un tinte que recordaba el espíritu castellano, en la práctica no se articularon políticas destinadas a revitalizar Castilla. La preferencia por el desarrollo industrial en zonas concretas, como Vizcaya, Barcelona o Madrid capital—en detrimento de la meseta y las regiones castellanas—acentuó la despoblación y el olvido de muchas provincias tradicionalmente vinculadas a la identidad castellana.

    5.2. La Transición y la “desarticulación” de Castilla

    Con la muerte de Franco en 1975 y el inicio de la Transición, se planteó una reorganización territorial del Estado que derivó, finalmente, en la Constitución de 1978 y el Estado de las Autonomías. Pese a que Castilla contaba con una enorme extensión territorial y con rasgos culturales e históricos que la unificaban—incluidos ciertos vínculos con regiones como La Rioja o Álava—, se optó por trocear la histórica Castilla en varias comunidades autónomas. Esto incluyó:

    • La creación de la comunidad de Castilla y León, que unificaba territorios de la antigua Corona de Castilla, pero dejaba fuera a La Rioja y a buena parte de lo que hoy es el País Vasco.
    • El surgimiento de Castilla-La Mancha, donde algunas provincias tuvieron afinidad histórica con Toledo, pero dejando dudas sobre la integración de Guadalajara, Cuenca o Albacete.
    • La inclusión de provincias con fuerte identidad castellana dentro de regiones con otros proyectos identitarios, como es el caso de Álava en la Comunidad Autónoma del País Vasco.

    Desde la perspectiva que defiende la importancia de Castilla como corazón espiritual de la nación, esta partición supuso un golpe directo a la vertebración histórica del país. A juicio de muchos defensores de la identidad castellana, se fragmentó deliberadamente un territorio que, si hubiese permanecido unido, habría recuperado su histórica preponderancia y su vocación evangelizadora y cristianizadora.


    6. El menosprecio económico y cultural de las provincias castellanas

    6.1. La brecha de desarrollo

    La industrialización en España, que se aceleró durante el siglo XX y parte del XXI, no favoreció por igual a todas las regiones. Sectores como el siderúrgico, el metalúrgico y el textil se concentraron en el País Vasco, Cataluña y, en menor medida, en Madrid, mientras que la Meseta Castellana quedó rezagada. Provincias como Soria, Zamora, Ávila o Cuenca presentan los índices de población más bajos de toda España y experimentan un envejecimiento acelerado.

    Los planes de infraestructuras tampoco han priorizado la vertebración de las zonas rurales de Castilla y su conexión con grandes centros de consumo. Existen tramos ferroviarios obsoletos, carreteras insuficientes y—en términos de inversión pública—un agravio comparativo respecto a otras comunidades autónomas con mayor peso demográfico o capacidad de presión política.

    6.2. El intento de “borrado” de la identidad castellana

    Desde la óptica de ciertos movimientos castellanistas, este rezago no es fruto de la casualidad, sino de una estrategia deliberada para evitar que Castilla recupere su papel central y, con ello, su capacidad de influir en la política nacional. Dichos movimientos argumentan que, tras la Transición, la asignación de competencias y la financiación autonómica se ha diseñado de modo que las regiones con mayor peso económico y poblacional se benefician en detrimento de aquellas donde la población es más dispersa y el tejido industrial más débil.

    A nivel cultural, se lamenta un silenciamiento de la historia castellana en los planes de estudio, que priorizan narrativas regionalistas en detrimento de una visión más amplia de la historia de España. Por ejemplo, apenas se destaca el papel de Castilla en la conformación del castellano como lengua global; se abordan muy superficialmente la Guerra de las Comunidades y la repercusión que tuvo para la identidad nacional; y tampoco se profundiza demasiado en la relevancia de los valores transmitidos por Isabel la Católica a la hora de concebir el Imperio Español.


    7. Los valores espirituales y cristianizadores: herencia viva

    7.1. Castilla como baluarte de la fe católica

    Históricamente, Castilla ha encarnado la defensa y la propagación de la fe católica dentro y fuera de la Península Ibérica. Desde la Reconquista contra el islam hasta la evangelización de América, existe un continuo histórico que remarca el carácter misional de la identidad castellana. Los monasterios, las catedrales y los caminos de peregrinación—en especial, el Camino de Santiago—fueron y son todavía referentes de un cristianismo arraigado en el corazón mismo de la Península.

    Las órdenes religiosas con fuerte arraigo en Castilla (franciscanos, dominicos, carmelitas descalzos, etc.) han marcado la historia de la Iglesia y han llevado la luz del Evangelio a remotos lugares del planeta. Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz o Santo Domingo de Guzmán encarnan este legado místico y teológico que arraigó en tierras castellanas y luego floreció en toda la Cristiandad.

    7.2. La universalidad del mensaje castellano

    La universalidad que se asocia a Castilla parte, por un lado, de la expansión lingüística del castellano y, por otro, de la cosmovisión católica. Ambos elementos se fusionaron en el contexto de la Monarquía Hispánica de los siglos XVI y XVII, cuando la misión de evangelizar América, Asia y África se consideraba un deber imperativo.

    La labor evangelizadora no se redujo simplemente a impartir la doctrina, sino que también supuso la creación de escuelas, universidades y obras de asistencia social que, en muchos casos, siguen funcionando en diversos países de América Latina. Este legado cultural y educativo se mantiene vivo hasta hoy y, a pesar de la secularización, subsisten importantes lazos espirituales que vinculan a Castilla con América, evocando el pasado común marcado por la fe y la cultura compartidas.


    8. Reflexiones finales: ¿por qué se teme el resurgir de Castilla?

    8.1. El mito de la amenaza castellanista

    A lo largo de la historia, cada vez que Castilla ha recuperado conciencia de su relevancia y ha tratado de reivindicar su papel, se ha despertado un recelo en otros territorios que temen una recentralización o una supuesta imposición cultural. Así ocurrió en época de Carlos I, que vio las Comunidades como una amenaza a su proyecto imperial; así sucedió tras el surgimiento de los Borbones, cuando el orden político buscaba diluir resistencias locales y, de alguna forma, unificar a su conveniencia; y así se repitió durante la Transición, cuando la reconfiguración del mapa autonómico marginó las aspiraciones de un “Castilla unida”.

    Algunos sostienen que, en un contexto de tensiones territoriales y nacionalismos periféricos, la emergencia de un nacionalismo castellano fuerte se considera un peligro para la estabilidad de España. Por ello, se habría preferido mantener a Castilla fragmentada, sin instrumentos políticos que permitan la vertebración de un proyecto propio ni la reivindicación de su historia.

    8.2. La persistencia cultural y la esperanza de un reconocimiento

    Pese a los intentos de “borrado” o de marginación, la identidad castellana pervive en sus costumbres, en su historia, en su patrimonio artístico y en su legado religioso. Desde las Catedrales góticas—Burgos, Toledo, León, Segovia—hasta la narrativa literaria que nació en el Mester de Clerecía, la impronta de Castilla en la cultura universal es incontestable.

    En la actualidad, el desafío pasa por reconocer ese legado sin caer en la mera nostalgia. Hay quienes abogan por un replanteamiento del modelo autonómico que devuelva a Castilla la consistencia territorial e identitaria que tuvo en el pasado, fomentando proyectos de desarrollo rural, promoción cultural y defensa de la lengua y la historia comunes. Asimismo, la revitalización de la fe y de la tradición cristianizadora podría encajar en un proyecto de revalorización de la espiritualidad hispana y de su vinculación con Iberoamérica.


    9. Conclusión

    La historia de Castilla es, en muchos sentidos, la historia de España. Desde su gestación como condado en la frontera oriental leonesa, pasando por la decisiva unión dinástica de Isabel y Fernando, la resistencia comunera frente a Carlos I, el papel crucial en la evangelización del Nuevo Mundo y en la implantación de los valores universales que hunden sus raíces en la tradición católica, hasta su apoyo decisivo en la Guerra de Sucesión. Todo ello ha configurado a Castilla como el eje vertebrador y el corazón espiritual de una España que, no pocas veces, ha tratado de minimizarla.

    Esta minimización se ha reflejado en la marginación económica, con provincias sumidas en la despoblación y con escasas inversiones, así como en la partición territorial durante la Transición, que separó regiones históricamente castellanas y las unió a otras comunidades. Lejos de ser un hecho puntual, la historia muestra repetidamente intentos de someter y fragmentar a Castilla para evitar que emerja como potencia espiritual y cultural, capaz de cimentar de nuevo un proyecto de unidad basado en la fe cristiana.

    No obstante, la pervivencia de su legado religioso, su lengua y su cultura testifica la fuerza de un espíritu que se ha negado a ser anulado. Las grandes corrientes de pensamiento, la mística carmelitana, la literatura de Cervantes, la piedad popular de la Semana Santa castellana o la monumentalidad de sus ciudades siguen siendo referentes indiscutibles. Castilla, en su vocación universal, llevó la fe católica y la lengua castellana a tierras remotas, encarnando un papel civilizador y evangelizador que marcó la historia de medio mundo.

    Es precisamente esa vocación universal y evangelizadora la que subyace al temor de quienes han buscado, a lo largo de los siglos, debilitar a Castilla. Temen la reaparición de un núcleo fuerte, con conciencia de su pasado y con capacidad de irradiar un mensaje espiritual potente. De ahí la reiterada fragmentación y el agravio económico que, una y otra vez, se han cernido sobre la meseta castellana.

    Sin embargo, la memoria histórica, la vitalidad cultural y el arraigo de la tradición religiosa siguen vivos. En el corazón de España—en sus ermitas y caminos, en sus pueblos y ciudades—resuena todavía ese aliento de grandeza que llevó a Castilla a encontrarse a sí misma en su fe y a compartirla con el mundo. Quizá sea solo cuestión de tiempo que la conciencia de este legado emerja de nuevo y que Castilla, sin imposiciones, recupere su auténtico lugar como corazón espiritual de España.

    El debate, por supuesto, está abierto. Hay quien discrepa de la visión de una Castilla intencionadamente marginada; hay quienes subrayan que la modernización del Estado requería una reconfiguración territorial, o quienes defienden el modelo autonómico actual como el mejor modo de gestionar la diversidad de España. Pero la huella castellanista y su impronta en la formación de la hispanidad son innegables. Basta con contemplar el mapa de la lengua castellana en el mundo—hablada por casi 600 millones de personas—para comprender que es la seña más palpable de la universalidad hispánica, forjada y transmitida por Castilla.

    Hoy, cuando España encara desafíos globales y tensiones internas, el recuerdo de la unidad que forjó Castilla en torno a la fe, la lengua y la monarquía puede servir de inspiración para reimaginar un proyecto común. Reconocer y honrar la tradición castellana no significa anular otras identidades de la Península, sino comprender las raíces compartidas y el hilo conductor que, a lo largo de los siglos, ha defendido valores espirituales, morales y culturales que trascienden fronteras regionales.

    En definitiva, la tesis de que Castilla ha sido—y en buena medida sigue siendo—el corazón espiritual de España se sustenta en sólidos fundamentos históricos y culturales: su papel central en la Reconquista, la unión de los Reyes Católicos, la Guerra de las Comunidades contra Carlos I, la evangelización del Nuevo Mundo y la aportación de valores universales. A pesar de los repetidos intentos de fragmentación y borrado, pervive la conciencia de una identidad castellanista que anhela recuperar, de un modo u otro, su lugar preeminente. Y es posible que, en un futuro, con las circunstancias adecuadas y el impulso de esa memoria histórica, Castilla vuelva a florecer, no para imponer, sino para compartir y difundir un mensaje espiritual y cultural que ha conformado la historia y la esencia de España desde hace casi un milenio.

  • Munio Vélaz: Historia del Conde de Burgos y Álava (915-922)

    Munio Vélaz: Historia del Conde de Burgos y Álava (915-922)

    Munio Vélaz (c. 915–922) – Conde de Burgos y Álava

    Munio Vélaz fue un noble castellano de principios del siglo X, reconocido como conde de Burgos y Álava entre 915 y 922, en el contexto del Reino de León y la Reconquista. Su mandato coincidió con un período clave en la consolidación territorial de la región y en la lucha contra los avances musulmanes en el norte de la península ibérica.


    Contexto histórico

    En la primera mitad del siglo X, la península ibérica estaba dividida entre los reinos cristianos al norte y el Califato de Córdoba al sur. La región de Álava y el condado de Burgos formaban parte del Reino de León, desempeñando un papel estratégico en la defensa frente a las incursiones musulmanas provenientes del valle del Duero.

    La época de Munio Vélaz estuvo marcada por la expansión y fortificación de territorios al norte del río Ebro. Estas tierras eran repobladas constantemente por órdenes de los monarcas leoneses, quienes delegaban su administración a condes locales.


    Origen y ascenso

    Se cree que Munio Vélaz pertenecía a una familia noble vinculada a la aristocracia castellana y alavesa. Su ascenso al título de conde ocurrió alrededor del año 915, posiblemente bajo el reinado de Ordoño II de León, quien estaba comprometido con la reorganización política y militar de las fronteras del reino.

    Munio Vélaz habría sucedido en el cargo a condes anteriores como Nuño Fernández, y su nombramiento reflejaría la confianza del monarca leonés en líderes locales para mantener el control sobre una región expuesta a frecuentes ataques.


    Gobierno y legado

    Munio Vélaz ejerció su cargo en un período de conflictos fronterizos constantes. Como conde, se encargó de administrar y defender los territorios asignados, promoviendo la repoblación de áreas deshabitadas y fortaleciendo las estructuras militares.

    El condado de Álava, bajo su mando, ocupaba un lugar destacado por su ubicación estratégica, ya que controlaba los pasos montañosos que conectaban el Reino de León con Navarra y otras áreas de la península. Asimismo, la fortificación de Burgos durante su administración contribuyó a su evolución como un núcleo defensivo y administrativo clave en la Castilla medieval.

    Aunque los detalles específicos de su gobierno son escasos, Munio Vélaz aparece mencionado en documentos de la época, lo que atestigua su relevancia en la política regional.


    Muerte y sucesión

    Munio Vélaz falleció alrededor del año 919. Su desaparición marcó el final de su influencia en la región, y el condado pasó a otros líderes locales. Su sucesor, según los registros históricos, fue posiblemente Fernando Ansúrez, aunque las fuentes varían en este aspecto.


    Munio Vélaz

    Munio Vélaz representa a la nobleza castellana de los primeros siglos de la Reconquista, encargada de gestionar y defender territorios fronterizos en un contexto de constantes desafíos militares y políticos. Su figura destaca como parte de la evolución del condado de Burgos y Álava hacia su integración en el Reino de León, sentando las bases para el desarrollo posterior de Castilla como entidad independiente.


    Referencias

    • Martínez Díez, Gonzalo. Historia de Burgos y Castilla en la Alta Edad Media.
    • Sánchez-Albornoz, Claudio. Orígenes de la Nación Española: El Reino de Asturias.
    • Torres Sevilla, Margarita. La nobleza leonesa en la Alta Edad Media.
  • El idioma actual tagalo de Filipinas y el Castellano

    El idioma actual tagalo de Filipinas y el Castellano

    El idioma castellano comenzó a predominar sobre las muchas lenguas nativas de Filipinas a partir de 1565, fecha en que la expedición de Miguel López de Legazpi y Andrés de Urdaneta, procedente de la Nueva España (hoy México), llega a Cebú y funda el primer asentamiento castellano en el archipiélago.

    Al principio, el aprendizaje del castellano era opcional, no obligatorio. Como en algunos lugares de América, los misioneros predicaron el catolicismo a los nativos en lenguas locales. En 1593 se fundó la primera imprenta local. En 1595 se establece la primera institución académica del país, el Colegio de San Ildefonso, fundado por los jesuitas en Cebú y que más tarde se convertiría en la Universidad de San Carlos. En Manila se funda la Universidad de Santo Tomás por los dominicos en 1611. Ambas universidades se disputan el reconocimiento de universidad más antigua de Asia.

    En 1863, la reina Isabel II de España decreta la creación de un sistema escolar público en todos los territorios castellanos. Esto da lugar a la creación de escuelas públicas con enseñanza en castellano en la mayoría de pueblos y ciudades de Filipinas. A principios del siglo XX, el castellano se mantiene como la lengua franca del país y el idioma de la educación, prensa, comercio, política y justicia.

    En Manila, el castellano se había generalizado hasta estimarse alrededor del 50 % la población de la capital con capacidad para comunicarse en castellano a finales del siglo XIX.​ En 1898, se calcula que alrededor del 15 o 20 % de la población del archipiélago sabría hablar castellano. Unos años antes el porcentaje sería bastante menor, siendo en 1870 en torno al 2 o 3 % según datos del estadista Agustín de la Cavada y Méndez de Vigo. Incluso después de la ocupación norteamericana y la introducción del inglés como lengua de instrucción en colegios públicos, y a pesar de la muerte de un 15 % de toda la población filipina en la Guerra Filipino-estadounidense, la gran mayoría de ellos instruidos subversivos y antiguos militares – y, por tanto, seguramente en su mayoría capaces de hablar en castellano – sigue predominando en las principales ciudades como vehículo principal de comunicación entre filipinos, hasta por lo menos, la segunda década del siglo XX, cuando se prohíbe la educación en otra lengua que no sea inglés.

    El idioma oficial de todos los tribunales y sus registros será el castellano hasta el 1 de enero de 1913. Después de esa fecha, el inglés será el idioma oficial, pero en asuntos judiciales se podrá utilizar el idioma castellano, disponiéndose de intérpretes y en los casos en que todas las partes o abogados lo estipulen por escrito, las actuaciones se llevarán a cabo en castellano. ​Los argumentos eran claros:

    «… No se afirma la superioridad del idioma inglés a través de otros que poseen la Literatura y la Historia, con la excepción, tal vez, que cada vez es tan rápido que el lenguaje de los negocios del mundo, sobre todo en el Lejano Oriente, que los países líderes en el esfuerzo comercial y científico tienen casi universalmente hecho su estudio una parte de su sistema de escuelas públicas.

    Es el único lenguaje que era posible enseñar general en todo el Archipiélago. Desgraciadamente, la política de la soberanía anterior aquí no permitía la enseñanza general de la lengua castellanoa, por lo que era conocido por los comparativamente pocos. Puesto que la capacidad de utilizar un lenguaje común es uno de los elementos esenciales para la realización de las aspiraciones políticas del pueblo filipino, es importante ver hasta qué punto hemos avanzado en esta dirección…»

    Message of the Governor-General to the Third Philippine Legislature.

    El 31 de diciembre de 1916 se crea el Boletín Oficial (Official Gazette) que se publicará semanalmente y por separado, tanto en los idiomas castellano e inglés.​

    El predominio del castellano sobre el inglés se prolonga en un constante declive hasta aproximadamente el final de la Segunda Guerra Mundial. A partir de entonces, con ya dos generaciones educadas en inglés, el castellano pierde relevancia. Además, la destrucción del barrio de Intramuros y La Ermita por la aviación norteamericana durante la Batalla de Manila acaba con el principal núcleo de cultura hispánica y lengua castellanoa de Filipinas (unos 300.000 hispanohablantes tan sólo en Intramuros). Aunque haya algunas excepciones familiares y personales, se suele considerar a la generación nacida en la posguerra mundial (hasta 1950 aproximadamente) la última generación hispanoparlante, momento en el cual, tras la masacre de la fallida guerra de independencia, la represión lingüística y los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, la sociedad hispanohablante se considera diluida y no vuelve a haber relevo generacional hispanohablante.

    Actualmente, los filipinos hispanoparlantes plenamente competentes, al menos a nivel oral, no son monolingües de castellano y sólo en casos excepcionales tienen una edad inferior a los 55 años, por la no continuidad del relevo generacional en el uso del idioma.

    Hay aproximadamente 8.000 raíces castellanoas en tagalo, y alrededor de 6.000 raíces castellanoas en lenguas bisayas y otros dialectos filipinos. El sistema numérico en castellano, el calendario, el tiempo, etc., siguen siendo usados con leves modificaciones.

    Miles de palabras castellanoas se han preservado en tagalo y otras lenguas locales, tales como:

    • bapór (‘vapor’, barco),
    • baka, (‘vaca’),
    • kastilà se utilizaba para referirse a los castellanoes (castellanos) y a su idioma.
    • kuwarta (‘cuarta’),
    • pera (‘perra’ o ‘monedas’),
    • relós (‘reloj’, originalmente con el sonido francés de la j),
    • sabón, ‘jabón’ (la j se pronunciaba como el francés je),
    • baraha (‘baraja’, baraja de naipes),
    • lamesa/mesa (‘mesa’),
    • kaldereta (‘caldereta’, guiso de carne),
    • tinidór (‘tenedor’),
    • silya (‘silla’),
    • baso (‘vaso’),
    • bangkito (‘banqueta’ silla pequeña),

    El chabacano, también llamado zamboangueño (en la ciudad de Zamboanga) o chavacano, es una lengua criolla lexificada por el castellano de las Filipinas. El chabacano se concentraba en varias zonas muy concretas, de las que únicamente se mantiene con vitalidad en la ciudad de Zamboanga. Otras zonas donde se habló chabacano incluyen Isabela (Basilán) y partes de Dávao, en el sur, y en la isla norteña de Luzón, Ternate y otras partes de la Provincia de Cavite.

    A principios del siglo XVII el impresor tagalo Tomás Pinpin emprendió la tarea de escribir un libro en tagalo con caracteres latinos a fin de enseñar el castellano a los tagalos. Su libro, publicado por la prensa dominica donde él trabajaba, apareció en 1610, el mismo año en que el Padre Blancas de San José publicaba la primera Gramática del tagalo.

    El texto de Pinpin, por su parte, utilizaba el tagalo para disertar sobre el castellano. Con el libro, Pinpin fue el primer filipino nativo en ser escritor y publicista. Como tal, resulta instructivo cuando explica el interés que le animaba a traducir del tagalo a principios de la época virreinal. Pinpin elabora su traducción más bien eludiendo que no rechazando las normas de acentuación del idioma castellano.

  • Juana I de Castilla

    Juana I de Castilla

    Juana I de Castilla, llamada «la Loca» (Toledo, 6 de noviembre de 1479-Tordesillas, 12 de abril de 1555), fue reina de Castilla de 1504 a 1555, y de Aragón y Navarra, desde 1516 hasta 1555, si bien desde 1506 no ejerció ningún poder efectivo y a partir de 1509 vivió encerrada en Tordesillas, primero por orden de su padre, Fernando el Católico, y después por orden de su hijo, el rey Carlos I.

    Por nacimiento, fue infanta de Castilla y Aragón. Desde joven, mostró signos de indiferencia religiosa que su madre trató de mantener en secreto. En 1496, contrajo matrimonio con su primo tercero Felipe el Hermoso, archiduque de Austria, duque de Borgoña, Brabante y conde de Flandes. Tuvo con él seis hijos. Por muerte de sus hermanos Juan e Isabel y de su sobrino Miguel de la Paz, se convirtió en heredera de las coronas de Castilla y de Aragón, así como en señora de Vizcaya, título que ya entonces iba unido a la corona de Castilla y que Juana heredó de su madre Isabel I de Castilla. A la muerte de su madre, Isabel la Católica, en 1504 fue proclamada reina de Castilla junto a su esposo; y a la de su padre, Fernando el Católico, en 1516 pasó a ser la nominal reina de Navarra y soberana de la corona de Aragón. Por lo tanto, el 25 de enero de 1516, se convirtió –en teoría– en la primera reina de las coronas que conformaron la actual España; sin embargo, desde 1506 su poder solo fue nominal, fue su hijo Carlos el rey efectivo de Castilla y de Aragón. El levantamiento comunero de 1520 la sacó de su cárcel y le pidió encabezar la revuelta, pero ella se negó, y cuando su hijo Carlos derrotó a los comuneros volvió a encerrarla. Más adelante Carlos ordenaría que la obligasen a recibir los sacramentos, aunque fuese mediante tortura.

    Fue apodada «la Loca» por una supuesta enfermedad mental alegada por su padre y por su hijo para apartarla del trono y mantenerla encerrada en Tordesillas de por vida. Se ha escrito que la enfermedad podría haber sido causada por los celos hacia su marido y por el dolor que sintió tras su muerte. Esta visión de su figura fue popularizada en el Romanticismo, tanto en pintura como en literatura.

    La aceptación de la «locura» de doña Juana se ha mantenido en mayor o menor medida durante el xx, pero está siendo revisada en el xxi, sobre todo a raíz de los estudios de la investigadora estadounidense Bethany Aram y de los españoles Segura Graíño y Zalama que han sacado a la luz nuevos datos sobre su figura.

    La vida de una princesa; De Castilla a Flandes

    La reina Juana fue la tercera de los hijos de Fernando II de Aragón y de Isabel I de Castilla. Nació en Toledo el 6 de noviembre de 1479 y fue bautizada con el nombre del santo patrón de su familia, al igual que su hermano mayor, Juan.

    Desde pequeña, recibió la educación propia de una infanta e improbable heredera al trono, basada en la obediencia más que en el gobierno, a diferencia de la exposición pública y las enseñanzas del gobierno requeridos en la instrucción de un príncipe heredero. En el estricto e itinerante ambiente de la corte castellano-aragonesa de su época, Juana estudió comportamiento religioso, urbanidad, buenas maneras propias de la corte, sin desestimar artes como la danza y la música, el entrenamiento como amazona y el conocimiento de lenguas romances propias de la península ibérica, además del francés y del latín. Entre sus principales preceptores se encontraban el sacerdote dominico Andrés de Miranda, Beatriz Galindo y su madre, la reina, que trató de moldearla a su «hechura devocional».

    El manejo de la casa de la infanta y, por ende, de su ambiente inmediato estaba totalmente dominado por sus padres. La casa incluía personal religioso, oficiales administrativos, personal encargado de la alimentación, criadas y esclavas,6​ todos seleccionados por sus padres sin intervención de ella misma. A diferencia de Juana, su hermano Juan, príncipe de Asturias y de Gerona, comenzó a hacerse cargo de su casa y de posesiones territoriales como entrenamiento en el dominio de sus futuros reinos.

    Ya en 1495 Juana daba muestras de escepticismo religioso y poca devoción por el culto y los ritos cristianos. Este hecho alarmaba a su madre, que ordenó que se mantuviese en secreto.

    Como era costumbre en la Europa de esos siglos, Isabel y Fernando negociaron los matrimonios de todos sus hijos con el fin de asegurar objetivos diplomáticos y estratégicos. A fin de reforzar los lazos con el emperador Maximiliano I de Habsburgo contra los monarcas franceses de la dinastía Valois, ofrecieron a Juana en matrimonio a su hijo, Felipe, archiduque de Austria. A cambio de este enlace, los Reyes Católicos pedían la mano de la hija de Maximiliano, Margarita de Austria, como esposa para el príncipe Juan. Con anterioridad, Juana había sido considerada para el delfín Carlos, heredero del trono francés, y en 1489 pedida en matrimonio por el rey Jacobo IV de Escocia, de la dinastía Estuardo.

    En agosto de 1496, la futura archiduquesa partió de Laredo en una de las carracas genovesas al mando del capitán Juan Pérez. La flota también incluía, para demostrar el esplendor de la corona castellano-aragonesa a las tierras del norte y su poderío al hostil rey francés, otros diecinueve buques, desde naos a carabelas, con una tripulación de 3500 hombres, al mando del almirante Fadrique Enríquez de Velasco,9​ y pilotada por Sancho de Bazán. Se le unieron asimismo unos sesenta navíos mercantes que transportaban la lana exportada cada año desde Castilla. Era la mayor flota en misión de paz montada hasta entonces en Castilla.10​ Juana fue despedida por su madre y hermanos, e inició su rumbo hacia Flandes, hogar de su futuro esposo.

    La travesía tuvo algunos contratiempos que, en primer lugar, la obligaron a tomar refugio en Portland, Inglaterra, el 31 de agosto. Cuando finalmente la flota pudo acercarse a Middelburg, Zelanda, una carraca genovesa que transportaba a 700 hombres, las vestimentas de Juana y muchos de sus efectos personales, encalló en un banco de piedras y arena y tuvo que ser abandonada.11​10​

    Juana, por fin en las tierras del norte, no fue recibida por su prometido. Ello se debía a la oposición de los consejeros francófilos de Felipe a las alianzas de matrimonio pactadas por su padre el emperador. Aún en 1496, los consejeros albergaban la posibilidad de convencer a Maximiliano de la inconveniencia de una alianza con los Reyes Católicos y las virtudes de una alianza con Francia.

    Contrato matrimonial entre Juana y Felipe el Hermoso (1495). Archivo General de Simancas.
    La boda se celebró formalmente, por fin, el 20 de octubre de 1496 en la iglesia colegiata de San Gumaro de la pequeña ciudad de Lier, gracias a la influencia de la familia Berghes. El obispo de Cambrai, que posteriormente sería el líder de la facción españolista, Enrique de Bergen, realizó la ceremonia oficial de la boda. El ambiente de la corte con el que se encontró Juana era radicalmente opuesto al que vivió en su España natal. Por un lado, la sobria, religiosa y familiar corte de Fernando e Isabel contrastaba con la desinhibida y muy individualista corte borgoñona-flamenca, muy festiva y opulenta gracias al comercio de tejidos que sus mercados dominaban desde hacía un siglo y medio. En efecto, a la muerte de María de Borgoña, la casa de Felipe, de cuatro años, había sido rápidamente dominada por los grandes nobles borgoñones, principalmente a través de consejeros adeptos y fieles a sus intereses.

    Aunque los futuros esposos no se conocían, se enamoraron al verse. No obstante, Felipe pronto perdió el interés en la relación, lo cual hizo nacer en Juana unos celos que han sido considerados patológicos por varios autores.

    Al poco tiempo llegaron los hijos, con periodos de abstinencia conyugal que agudizaron los celos de Juana. El 15 de noviembre de 1498, en la ciudad de Lovaina (cerca de Bruselas), nació su primogénita, Leonor, llamada así en honor de la abuela paterna de Felipe, Leonor de Portugal. Juana vigilaba a su esposo todo el tiempo y, pese al avanzado estado de gestación de su segundo embarazo, del que nacería Carlos (llamado así en honor al abuelo materno de Felipe, Carlos el Temerario), el 24 de febrero de 1500, asistió a una fiesta en el palacio de Gante. Aquel mismo día tuvo a su hijo, según se dice, en un retrete del palacio. Al año siguiente, el 18 de julio de 1501, en Bruselas, nació una hija, llamada Isabel en honor de la madre de Juana, Isabel la Católica.

    Varios sacerdotes enviados a Flandes por los Reyes Católicos informaron en este tiempo de que Juana seguía resistiéndose a confesarse y a asistir a misa.

    Reina de Castilla

    Muertos sus hermanos Juan (1497) e Isabel (1498), así como el hijo de esta, el infante portugués Miguel de Paz (1500), Juana se convirtió en heredera de Castilla y Aragón. En noviembre de 1501 Felipe y Juana, dejando a sus hijos en Flandes, emprendieron camino hacia Castilla por tierra desde Bruselas. Tardaron seis meses en llegar a Toledo, 10​ donde prestaron juramento como herederos ante las cortes castellanas en la catedral de Toledo el 22 de mayo de 1502.

    En 1503 el marido de Juana, Felipe, regresó a Flandes a fin de resolver unos asuntos mientras que Juana, embarazada, permanecía en España a petición de sus padres, quienes deseaban que ella conociera a sus futuros súbditos. Estar alejada de su marido e hijos la sumió en una gran tristeza.10​ El 10 de marzo de 1503, en la ciudad de Alcalá de Henares, dio a luz un hijo al que llamó Fernando en honor a su abuelo materno, Fernando el Católico. Tras el parto, y con sus tres hijos mayores en Bruselas, Juana volvió a pedir autorización para regresar a Flandes, pero su madre se opuso. La guerra con Francia convertía en inviable el camino por tierra. Ante la insistencia de Juana, Isabel ordenó al obispo Fonseca que recluyera a su hija en el castillo de la Mota. Madre e hija terminaron en disputa y, al final, Isabel consintió que Juana regresase a Flandes, donde llegó en junio de 1504.10​ El episodio del castillo de la Mota, en el que la hija incurrió en desacato, había causado tanto disgusto a la reina que se vio obligada a justificarla delante de distintas personalidades. Rogó a su esposo que, cuando Juana llegara a Flandes, la vigilara gente de su confianza para evitar nuevos desacatos, aunque esperaba que la reunión con el esposo produjera un efecto beneficioso en el carácter de su hija.4

    La reina Isabel murió el 26 de noviembre de 1504, planteándose el problema de la sucesión en Castilla. Según el historiador Gustav Bergenroth, su madre desheredó a Juana en su testamento porque no iba a misa ni quería confesarse.2​ Sin embargo, su padre, Fernando, la proclamó reina de Castilla y siguió él mismo gobernando el reino.

    Pero el marido de Juana, el archiduque Felipe, no estaba dispuesto a renunciar al poder, y en la concordia de Salamanca (1505) se acordó el gobierno conjunto de Felipe, Fernando el Católico y la propia Juana. Entretanto, Felipe y Juana permanecieron en la corte de Bruselas, donde el 15 de septiembre de 1505 ella dio a luz a su quinto hijo, una niña llamada María (llamada así en honor a su abuela paterna, María de Borgoña). Mientras tanto, se preparó una gran flota para transportar a la nueva familia real castellana a su reino.

    A finales de 1505, Felipe estaba impaciente por llegar a Castilla y por ello ordenó que zarpase la flota cuanto antes, a pesar del riesgo que suponía navegar en invierno. Partieron el 10 de enero de 1506, con 40 barcos. En el canal de la Mancha, una fuerte tormenta hundió varios navíos y dispersó al resto. Se temió por la vida de los reyes, que al final recalaron en Portland. La armada tuvo que permanecer durante tres meses en Inglaterra. En Londres, Juana pudo visitar durante un día a su hermana Catalina, a la que no veía desde hacía diez años.10​ Zarparon de nuevo en abril de 1506 y en vez de dirigirse a Laredo, donde se los esperaba, pusieron rumbo a La Coruña, probablemente para ganar tiempo y poder reunirse con nobles castellanos antes de presentarse ante Fernando.10​ Felipe consiguió el apoyo de la mayoría de la nobleza castellana, por lo que Fernando tuvo que firmar la concordia de Villafáfila (27 de junio de 1506) y retirarse a Aragón con una serie de compensaciones económicas.10​ Felipe fue proclamado rey de Castilla en las Cortes de Valladolid con el nombre de Felipe I.

    Juana la Loca (1836), por Charles de Steuben. Palais des Beaux-Arts (Lille).
    El 25 de septiembre de ese año murió Felipe I el Hermoso en el Palacio de los Condestables de Castilla; según algunos, envenenado, y entonces circularon rumores sobre una supuesta locura de Juana. En ese momento ella decidió trasladar el cuerpo de su esposo desde Burgos, donde había muerto y en el que ya había recibido sepultura, hasta Granada, tal como él mismo había dispuesto viéndose morir (excepto su corazón, que deseaba que se mandase a Bruselas, como así se hizo), viajando siempre de noche. Pero su padre se mostró reacio a permitir que su yerno estuviera enterrado en Granada antes que él mismo,14​ y los desplazamientos se limitaron en un espacio reducido en Castilla.15​ La reina Juana no se separaría ni un momento del féretro y este traslado se prolongaría durante ocho fríos meses por tierras castellanas. Acompañaron al féretro gran número de personas, entre las que se contaban religiosos, nobles, damas de compañía, soldados y sirvientes diversos. Ello hizo que las murmuraciones sobre la locura de la reina aumentasen cada día entre los habitantes de los pueblos que atravesaban. Después de unos meses, los nobles, «obligados» por su posición a seguir a la reina, se quejaron de estar perdiendo el tiempo en esa «locura» en lugar de ocuparse, como deberían, de sus tierras. En la ciudad de Torquemada (Palencia), el 14 de enero de 1507, Juana daba a luz a su sexto hijo y póstumo de su marido, una niña bautizada con el nombre de Catalina (llamada así en honor a su hermana pequeña, Catalina de Aragón).

    En cuanto al gobierno del reino, el 24 de septiembre,16​ la víspera de la muerte de Felipe I, los nobles acordaron formar un Consejo de Regencia interina para gobernar provisionalmente el reino17​ presidido por Cisneros y formado por el almirante de Castilla, el condestable de Castilla; Pedro Manrique de Lara y Sandoval, duque de Nájera; Diego Hurtado de Mendoza y Luna, duque del Infantado; Andrés del Burgo, embajador del emperador; y Filiberto de Vere, mayordomo mayor del rey Felipe.18​19​ La nobleza y las ciudades contendieron acerca de quién debía desempeñar la Regencia, pues por un lado estaban los que querían al emperador Maximiliano durante la minoría del príncipe Carlos, como los Manrique, Pacheco y Pimentel; y por otro lado, los que querían la regencia de Fernando el Católico tal y como quedó establecida en el testamento de Isabel la Católica y las cortes de Toro de 1505, como los Velasco, Enríquez, Mendoza y Álvarez de Toledo.20​21​ Sin embargo, la reina Juana trató de gobernar por sí misma, revocó e invalidó las mercedes otorgadas por su marido, para lo cual intentó restaurar el Consejo Real de la época de su madre.

    Sin consultar a Juana, Cisneros acudió a Fernando el Católico para que regresara a Castilla.23​ Pero a pesar de los intentos de Cisneros, nobles y prelados, la reina no reclamó a su padre para gobernar24​ y de hecho llegó a prohibir la entrada del arzobispo a palacio.25​ Para dar legalidad al nombramiento de regente a Fernando el Católico, el Consejo Real y Cisneros buscaron encauzar el vacío de poder con la convocatoria de Cortes, pero la reina se negó a convocarlas, y los procuradores abandonaron Burgos sin haberse constituido como tales.

    Tras regresar de tomar posesión del Reino de Nápoles, Fernando el Católico se entrevistó con su hija el 28 de agosto de 1507,23​ y volvió a asumir el gobierno de Castilla. En febrero de 1509, Fernando ordenó encerrar a Juana en Tordesillas para evitar que se formase un partido nobiliario en torno de su hija,27​ encierro que mantendría su hijo Carlos I más adelante. El encierro de Juana también estuvo motivado para impedir las apetencias del rey de Inglaterra y el emperador sobre el gobierno de Castilla. El rey Enrique VII de Inglaterra manifestó su interés en casarse con Juana, y Fernando tuvo que salvar diplomáticamente el asunto presentando a su nieto Carlos, príncipe de Asturias, como su hijo y sucesor, y planteando el matrimonio del príncipe con María Tudor, hija del rey inglés; Enrique VII murió en 1509 y su sucesor, Enrique VIII, se casó con la hija de Fernando, Catalina de Aragón, zanjando la oposición inglesa a la regencia de Fernando.28​ Solo quedaba la oposición del emperador Maximiliano I, que amenazó con traer a su nieto, el príncipe de Asturias, a Castilla y gobernar en su nombre, al temer que el segundo matrimonio de Fernando podría engendrar un hijo varón que podría poner en peligro la sucesión de su nieto, el príncipe Carlos.29​ Fernando aprovechó la debilidad del emperador en Italia frente a Venecia para asegurarse un acuerdo favorable en Blois en diciembre de 1509, que respetaba la voluntad de Isabel la Católica a cambio de unas no excesivas compensaciones económicas,30​ por lo que el emperador renunciaba a sus pretensiones de regencia en Castilla, y en las Cortes de 1510 ratificaron a Fernando como regente.

    Real acuñado en México con la leyenda «Carlos y Juana, de las Españas y las Indias».
    En 1515 Fernando incorporó a la Corona de Castilla el Reino de Navarra, que había conquistado tres años antes. En 1516 murió el rey y, por su testamento, Juana se convirtió en reina nominal también de Aragón. Sin embargo, varias instituciones de la Corona aragonesa no la reconocieron como tal en virtud de la complejidad institucional de los fueros. Ejercieron la regencia de Aragón el arzobispo de Zaragoza, Alonso de Aragón, hijo natural de Fernando el Católico, y la de Castilla el cardenal Cisneros hasta la llegada del príncipe Carlos desde Flandes.

    Carlos se benefició de la coyuntura de la incapacidad de Juana para proclamarse reina, de forma que se apropió de los títulos reales que le correspondían a su madre. Así, oficialmente, ambos, Juana y Carlos, correinaron en Castilla y Aragón. De hecho, Juana nunca fue declarada incapaz por las Cortes de Castilla ni se le retiró el título de reina. Mientras vivió, en los documentos oficiales debía figurar en primer lugar el nombre de la reina Juana. Pero, en la práctica, Juana no tuvo ningún poder real porque Carlos mantuvo a su madre encerrada. De hecho, ordenó que la obligasen a asistir a misa y confesarse, empleando tortura si fuere necesario.

    Juana, la agonía de Castilla y los Comuneros

    Desde que su padre la recluyera, en 1509, la reina Juana permaneció cuarenta y seis años en una casona-palacio-cárcel de Tordesillas, vestida siempre de negro y con la única compañía de su última hija, Catalina, hasta que esta salió en 1525 para casarse con Juan III de Portugal. Murió el 12 de abril de 1555. Según algunos autores, Juana y su hija fueron ninguneadas y maltratadas física y psicológicamente por sus carceleros. Especialmente duros fueron los largos años de servicio de los segundos marqueses de Denia, Bernardo de Sandoval y Rojas y su esposa, Francisca Enríquez. El marqués cumplió su función con gran celo, como parecía jactarse en una carta dirigida al emperador en la que aseguraba que, aunque doña Juana se lamentaba constantemente diciendo que la tenía encerrada «como presa» y que quería ver a los grandes, «porque se quiere quejar de cómo la tienen», el rey debía estar tranquilo, porque él controlaba la situación y sabía dar largas a esas peticiones. El confinamiento de doña Juana, por su presunta incapacidad mental, era esencial para la legitimidad en el trono castellano, primero de su padre, Fernando, y después de su hijo, Carlos I. Ante cualquier sospecha de que la reina estaba, en realidad, mentalmente estable, los adversarios del nuevo rey podrían derrocarlo por usurpador. De ahí que la figura de doña Juana se convirtiera en una pieza clave para legitimar el movimiento de las Comunidades.

    Los reyes Fernando y Carlos trataron de borrar cualquier vestigio documental del encierro de la reina Juana. No existe rastro alguno de la correspondencia intercambiada entre Fernando y Luis Ferrer; y Carlos V parece haber tenido el mismo cuidado. Incluso Felipe II ordenó quemar ciertos papeles relativos a su abuela.31​ En la documentación conservada sobre su Casa Real, como son las cuentas tomadas por su tesorero, el vitoriano Ochoa de Landa, se puede encontrar valiosa información al respecto.​

    El levantamiento comunero (1520) la reconoció como soberana en su lucha contra Carlos I. Después del incendio de Medina del Campo, el gobierno del cardenal Adriano de Utrecht se tambaleó. Muchas ciudades y villas se sumaron a la causa comunera, y los vecinos de Tordesillas asaltaron el palacio de la reina obligando al marqués de Denia a aceptar que una comisión de los asaltantes hablara con doña Juana. Entonces se enteró la reina de la muerte de su padre y de los acontecimientos que se habían producido en Castilla desde ese momento. Días más tarde Juan de Padilla se entrevistó con ella, explicándole que la Junta de Ávila se proponía acabar con los abusos cometidos por los flamencos y proteger a la reina de Castilla, devolviéndole el poder que le había sido arrebatado, si es que ella lo deseaba. A lo cual doña Juana respondió: «Sí, sí, estad aquí a mi servicio y avisadme de todo y castigad a los malos». El entusiasmo comunero, después de esas palabras, fue enorme. Su causa parecía legitimada por el apoyo de la reina.

    A partir de ahí el objetivo de los comuneros sería, en primer lugar, demostrar que doña Juana no estaba loca y que todo había sido un complot, iniciado en 1506, para apartarla del poder; y después, que la reina, además de con sus palabras, avalara con su firma los acuerdos que se fueran tomando. Para ello, la Junta de Ávila se trasladó a Tordesillas, que se convertiría por algún tiempo en centro de actuación de los comuneros. Después de estos cambios, todos, incluso el cardenal, afirmaban que doña Juana «parece otra» porque se interesaba por las cosas, salía, conversaba, cuidaba de su personal y, por si fuera poco, pronunciaba unas atinadas y elocuentes palabras ante los procuradores de la Junta; palabras que recogieron notarios y se comenzaron a difundir. Pero la Junta necesitaba algo más que palabras de la reina, necesitaba documentos, necesitaba la firma real para validar sus actuaciones. Una firma que podía suponer el final del reinado de Carlos, como recuerda a este el cardenal Adriano: «Si firmase su alteza, que sin duda alguna todo el Reino se perderá». Pero en esto los comuneros, como antes los partidarios del rey, tropezaron con la férrea negativa de doña Juana, a la que ni ruegos ni amenazas hicieron firmar papel alguno.

    A finales de 1520, el ejército imperial entró en Tordesillas, restableciendo en su cargo al marqués de Denia. Juana volvió a ser una reina cautiva, como aseguraba su hija Catalina, cuando comunicaba al emperador que a su madre no la dejaban siquiera pasear por el corredor que daba al río: «Y la encierran en su cámara que no tiene luz ninguna».

    La vida de doña Juana se deterioró progresivamente, como testimoniaron los pocos que consiguieron visitarla. Sobre todo cuando su hija menor, que procuró protegerla frente al despótico trato del marqués de Denia, tuvo que abandonarla en 1525 para contraer matrimonio con el rey de Portugal. Desde ese momento, los episodios depresivos se sucedieron cada vez con más intensidad.

    En los últimos años, a la presunta enfermedad mental se unía la física, completamente cierta. Tenía grandes dificultades en las piernas, las cuales finalmente se le paralizaron. Entonces volvió a ser objeto de discusión su indiferencia religiosa, sugiriendo algunos religiosos que podía estar endemoniada. Por ello, su nieto, Felipe II, pidió a un jesuita, el futuro san Francisco de Borja, que la visitara y averiguara qué había de cierto en todo ello. Después de hablar con ella, el jesuita aseguró que las acusaciones carecían de fundamento y que, dado su estado mental, quizá la reina no había sido tratada adecuadamente. Sin embargo, en su lecho de muerte se negó a confesarse al serle administrada la extremaunción.

    Controversia sobre su salud mental

    La versión oficial en el siglo xvi fue que la reina Juana había sido retirada del trono por su incapacidad debida a una enfermedad mental. Se ha escrito que pudo padecer de melancolía,33​trastorno depresivo severo,33​34​ psicosis,34​ esquizofrenia heredada33​34​ o, más recientemente, un trastorno esquizoafectivo.35​ Hay debate sobre el diagnóstico de su enfermedad mental, considerando que sus síntomas se agravaron por un confinamiento forzoso y el sometimiento a otras personas. También se ha especulado que pudo heredar alguna enfermedad mental de la familia de su madre, ya que su abuela materna, Isabel de Portugal, reina de Castilla, padeció por lo mismo durante su viudez después de que su hijastro la exiliara a Arévalo, en Ávila.

    Gustav Bergenroth fue el primero, en los años 1860, que halló documentos en Simancas y en otros archivos que mostraban que la hasta entonces llamada Juana «la Loca» en realidad había sido víctima de una confabulación tramada por su padre, Fernando el Católico, y luego confirmada por su hijo, Carlos I.

  • Castilla Resplandece: 5 Novelas Imprescindibles que Celebran y Reivindican la Identidad Castellana

    Castilla Resplandece: 5 Novelas Imprescindibles que Celebran y Reivindican la Identidad Castellana

    «El Orgullo de Castilla en la Literatura: 5 Novelas Emblemáticas que Enaltecen la Nacionalidad Castellana»

    La rica historia, cultura y tradiciones de Castilla han sido una fuente constante de inspiración para los escritores a lo largo de los años. En este artículo, destacaremos cinco novelas que no solo abordan la nacionalidad castellana, sino que también la reivindican, dándole vida en las páginas de sus obras de una manera que refuerza la identidad y el orgullo castellano.

    1. «El Camino» por Miguel Delibes

    Miguel Delibes, uno de los más respetados y queridos escritores españoles, trae a la vida rural castellana en «El Camino». La novela, ambientada en la provincia de Valladolid, sigue a un joven llamado Daniel, conocido como «el Mochuelo», y sus experiencias creciendo en un pequeño pueblo. Delibes describe con ternura y realismo la vida en la Castilla rural, y en su narrativa resalta la importancia de las tradiciones y costumbres castellanas.

    1. «Los Santos Inocentes» por Miguel Delibes

    Otra joya literaria de Miguel Delibes, «Los Santos Inocentes», narra la vida de una familia de campesinos en una finca en Extremadura durante el régimen franquista. Aunque no está ubicada específicamente en Castilla, la novela retrata la dura realidad de la vida rural en España en esa época. Delibes, con su maestría para describir las sutilezas de la vida rural y los caracteres de sus personajes, infunde en esta obra un fuerte sentido de orgullo y resistencia, características inherentes al carácter castellano.

    1. «La Forja de un Rebelde» por Arturo Barea

    «La Forja de un Rebelde» es una trilogía autobiográfica de Arturo Barea que abarca desde su infancia en Madrid hasta su exilio durante la Guerra Civil Española. Aunque no es castellano de nacimiento, Barea muestra un gran respeto y admiración por la tierra y la gente de Castilla, a quienes considera parte integral de su identidad y formación. Esta obra es un testimonio de la resistencia y el espíritu indomable de los castellanos.

    1. «Tierra de Campos» por David Trueba

    David Trueba, en «Tierra de Campos», lleva a los lectores a un viaje por la Castilla más profunda. A través del protagonista, un músico que viaja para enterrar a su padre en su pueblo natal en Castilla, Trueba crea una reflexión melancólica pero a la vez esperanzadora sobre las raíces, la identidad y el paso del tiempo. La novela es un homenaje a Castilla, su gente, su música y su paisaje.

    1. «La Sombra del Ciprés es Alargada» por Miguel Delibes

    Esta novela, que ganó el Premio Nadal en 1947, es una de las más destacadas de Delibes. En ella, el autor vallisoletano dibuja un retrato emocionalmente cargado de la ciudad de Ávila y su impacto en la vida de un niño llamado Pedro. El relato es tanto una celebración de la belleza y la historia de Castilla como una reflexión sobre los temas universales de la pérdida y la madurez.

    Estas cinco novelas reflejan la fuerza y el espíritu de la nacionalidad castellana. A través de la pluma de estos autores, somos transportados a las vastas llanuras de Castilla, a sus pintorescos pueblos y a las vidas de sus gentes. A lo largo de estas narrativas, se despliega una visión del carácter castellano que se caracteriza por su fuerza, resistencia y orgullo profundamente arraigado en la tierra y la cultura.

    Por tanto, estas obras no sólo son representaciones fieles de la Castilla rural y urbana, sino también homenajes a la herencia y el espíritu castellano. A través de las palabras de estos escritores, Castilla adquiere una dimensión más profunda y significativa, y se celebra como un lugar de importancia histórica y cultural, no sólo en España, sino en todo el mundo.

    En definitiva, «El Camino», «Los Santos Inocentes», «La Forja de un Rebelde», «Tierra de Campos» y «La Sombra del Ciprés es Alargada» son cinco novelas que no sólo evocan y reivindican la nacionalidad castellana, sino que también nos invitan a reflexionar sobre la importancia de la cultura y la historia en la formación de nuestra identidad.

  • Gonzalo Núñez, primer señor de la Casa de Lara

    Gonzalo Núñez, primer señor de la Casa de Lara

    Gonzalo Núñeza​ (fl. 1059–1106) fue el primer personaje de la Casa de Lara, en el cual «coinciden historiadores y genealogistas antiguos y modernos pues con él se inicia la historia documentalmente probada del linaje».2​3​b​ La casa de Lara fue una de las principales de los reinos de Castilla y de León, y varios de sus miembros desempeñaron un papel de máxima relevancia en la historia de la España medieval. Posiblemente emparentado con los Salvadórez, hijos de Salvador González, y por matrimonio con el poderoso linaje de los Alfonso en Tierra de Campos y Liébana, así como los Álvarez, Gonzalo fue muy probablemente descendiente de los condes de Castilla.

    La genealogía propuesta por Luis de Salazar y Castro en su obra sobre la Casa de Lara ha sido aceptada durante siglos, aunque varios historiadores modernos la han puesto en duda. Según Salazar y Castro, Gonzalo, el tercero de su nombre, era descendiente de los condes de Castilla, hijo de un Nuño o Munio González quien sería, a su vez, hijo de Gonzalo Fernández, el primogénito del conde Fernán González. El autor, sin embargo, confunde a varios homónimos, asume que son la misma persona, y no aporta prueba documental para sostener esta filiación.​ Además, según consta en la documentación medieval, Gonzalo Fernández, hijo del conde Fernán González, aparece por última vez en la documentación el 29 de junio de 959 y en febrero de 984 su viuda Fronilde Gómez hace una donación al Monasterio de San Pedro de Cardeña en sufragio por el alma de su marido y en el documento consta que solamente tuvieron un hijo llamado Sancho.

    Ramón Menéndez Pidal en La España del Cid (1929) consideró a Gonzalo como hijo de Nuño o Munio Salvadórez, hermano de Gonzalo Salvadórez.​ La historiadora María del Carmen Carlé en «Gran Propiedad y grandes propietarios» (1973) sugirió la relación con los Salvadores. Según su hipótesis el parentesco vendría por Goto González, a quien hace hija de Gonzalo Salvadórez y esposa de Nuño Álvarez, quien, según la autora, sería el padre de Gonzalo Núñez de Lara. Sin embargo, según referencias documentales, Goto González Salvadórez fue la esposa del conde asturiano Fernando Díaz,​ hermano de Jimena Díaz la mujer de Rodrigo Díaz de Vivar. Nuño Álvarez, fallecido en 1065, probablemente fue teniente en Amaya y su familia tenía propiedades entre el Arlanzón y el Duero, lo cual explicaría el «poderío de los Lara en la región».

    Otra de las filiaciones propuestas sería la de la historiadora Julia Montenegro en su estudio sobre el Monasterio de Santa María la Real de Piasca, que demuestra la relación con los Alfonso,​ origen de los linajes Osorio, Villalobos y Froilaz.​ Según su teoría, el conde Gutierre Alfonso y su esposa Goto fueron padres de María Gutiérrez, quien contrajo matrimonio con Nuño Álvarez, y estos serían los padres de Gonzalo Núñez de Lara.​

    La medievalista Margarita Torres Sevilla-Quiñones de León concuerda que existió un parentesco con los Alfonso, no obstante, según esta historiadora, María Gutiérrez y Nuño Álvarez no fueron los padres de Gonzalo Núñez de Lara, sino de su esposa Goto Núñez,​ según se desprende de una donación en 1087 al Monasterio de San Millán de la Cogolla donde Gonzalo Núñez de Lara con su esposa Goto y su cuñada Urraca donan al monasterio dos terceras partes del Monasterio de San Martín de Marmellar.​ Un año más tarde, la Urraca mencionada en la donación anterior, ofreció al mismo monasterio una heredad que había sido de su tío, Munio Álvarez y de su madre María, hija del conde Gutierre Alfonso.​ En 1097 aparece otra vez Urraca donando otras propiedades al Monasterio de Sahagún, donación confirmada por Gonzalo Núñez, y en 1088, junto a su madre María Gutiérrez, hizo donación de una divisa en Villa Fitero al Monasterio de San Millán.

    Una de las hipótesis es la de Margarita Torres, quien opina que el padre de Gonzalo Núñez de Lara fue Munio González, hijo de Gonzalo García, hijo a su vez del conde de Castilla García Fernández.​ Munio González, probablemente conde en Álava en la década de 1030, era hermano de Salvador González, lo cual explicaría el parentesco entre los Lara y los Salvadórez.​ Ambos hermanos fueron vasallos del rey Sancho Garcés III de Pamplona.​ Munio González, el hermano de Salvador, aparece frecuentemente en la documentación junto con sus sobrinos, Gonzalo y Álvaro Salvadórez.

    Aunque «no cabe duda de que hubo vínculos estrechos entre esta familia (los Salvadórez) y los Lara a lo largo del siglo XII» no existe ningún documento que confirme la filiación paterna del primer señor de Lara. El historiador Carlos Estepa Díez también difiere y no comparte la filiación paterna propuesta por Margarita Torres. Sin embargo, Antonio Sánchez de Mora opina que, aunque «queda por definir la filiación de Gonzalo Núñez de Lara», la hipótesis de Margarita Torres según la cual Gonzalo era hijo de Munio González, hermano de Salvador González, es la «más certera». Lo único que se ha podido demostrar es que Goto Núñez, la esposa de Gonzalo, era del linaje de los Alfonso y de los Álvarez y, aunque «parece que existen estrechos lazos entre los Lara y los Salvadórez (…) aún faltan pruebas documentales para poder establecer la ascendencia precisa.»

    Semblanza biográfica

    Gonzalo Núñez gozó del favor real y «ascendió a grandes alturas gracias a las mercedes del rey». En 1098, Alfonso VI en una donación al Monasterio de San Millán de Suso se refiere a él como su «bien amado Gonzalo Núñez».​ Aunque no ostentó el título condal, figura frecuentemente en la documentación con el apelativo «senior», igual que otros magnates castellanos del siglo XI. Aparte de confirmar como senior Gondissalvo Munnioz, también aparece con el título de potestas y dominante Lara, topónimo que dio nombre a su linaje, aunque no fue hasta el siglo XII que sus miembros lo añadieron a respectivos patronímicos.

    Su presencia en la curia regia se constata desde 1059 cuando aparece en varias ocasiones confirmando diplomas reales, junto con Gonzalo Salvadórez, de los reyes Fernando I, Sancho II, y Alfonso VI,​ aunque en algunos casos, al no mencionar la tenencia que gobernaba, podría tratarse de un homónimo.

    Ejerció varias tenencias, incluyendo Carazo, Huerta, Osma y Lara, esta última gobernada durante catorce años desde 1081 hasta 1095. Sus propiedades se encontraban en Castilla la Vieja, Tierra de Campos y en Asturias, y tenía derechos en Hortigüela,​ así como en los pueblos de Duruelo de la Sierra, y Covadela.

    En 1067, acompañó a Gonzalo Salvadórez, al conde Fernando Ansúrez y a los obispos de León y de Astorga a la ciudad de Sevilla, siguiendo las órdenes del rey Fernando I, quien les había encomendado la misión de traer el cuerpo de santa Justa.

    Participó en una campaña en tierras portuguesas en 1093 y en 1095 desempeñó un papel relevante en la cerca de Huesca.​ Tres años más tarde, en 1096 acudió con sus mesnadas y otros nobles, tal como el conde García Ordóñez, al socorro de Huesca en la batalla de Alcoraz, que pertenecía al rey de la taifa de Zaragoza Al-Musta’in II y estaba siendo sitiada por Pedro I de Aragón. La ayuda castellana al rey musulmán fue infructuosa, pues Huesca fue conquistada el 15 de noviembre de ese año. En 1098 tuvo una intervención importante en la repoblación de Almazán y Medinaceli después que fuese conquistada en 1104 así como en Andaluz, esta última plaza posiblemente parte de su señorío.

    Fue patrono de varios monasterios a los que hizo donación y él y su esposa Goto estuvieron muy vinculados al Monasterio de Santa María la Real de Piasca, que había sido de la familia de Goto, los Alfonso. Su hijo Rodrigo en una donación efectuada en 1122 recordaba que había sido edificado por sus abuelos y que sus padres habían sido patronos del cenobio: edificaberunt abios et patronos atque parentes nostros.​

    Su última aparición en la documentación medieval fue el 12 de diciembre de 1105 en el Monasterio de San Salvador de Oña y probablemente falleció poco después.​ Sus hijos Pedro y Rodrigo «fueron los principales artífices del ascenso del linaje de Lara».

    Matrimonio y descendencia

    Gonzalo Núñez se casó con Goto Núñez, hija del magnate castellano Nuño Álvarez y de María Gutiérrez, hija de Gutierre Alfonso, conde en Grajal, y de la condesa Goto,​ De este matrimonio nacieron los siguientes hijos que están documentados:

    • Pedro González de Lara (m. 1130),​ uno de los magnates castellanos más poderosos de su tiempo y amante de la reina Urraca con quien, según el arzobispo de Santiago Diego Gelmírez, «mantuvo una relación escandalosa» a partir de 1112 y con quien tuvo descendencia.
    • Rodrigo González de Lara (m. después de 1144),​ conde y miembro destacado de la casa de Lara.
    • Teresa González de Lara. En 1095, sus padres ofrecieron a su hija Teresa al abad Domingo y al Monasterio de Sahagún y al de San Pedro de los Molinos y donaron varias propiedades, entre ellas, la parte que les correspondía en Melgar de Abduz, Gordaliza, Fonte Oria, Vecilla, y otras villas, todas relacionadas con el linaje de los Alfonso. Teresa profesó en el Monasterio de San Pedro de Los Molinos y llegó a ser abadesa en el de San Pedro de las Dueñas por lo menos entre 1126 y 1137.
    • María González de Lara (m. después de 1141), quien contrajo matrimonio con Íñigo Jiménez, señor de los Cameros y del valle de Arnedo antes de junio de 1109,​ año en que ambos otorgaron testamento. Aparece con su hijo, también señor de los Cameros, Jimeno Íñiguez confirmando una donación hecha por su hermano Rodrigo al Monasterio de San Pedro de Arlanza de la villa de Huérmeces.

    Pudo ser padre también de una Goto González, quien aparece con su sobrino, Manrique Pérez de Lara en 1143 cuando este otorgó fuero a Los Ausines. Algunos genealogistas opinan que estuvo casada con Rodrigo Muñoz, señor de Guzmán y de Roa, aunque según las fuentes medievales, Rodrigo Muñoz, cabeza del linaje de los Guzmán, estuvo casado con Mayor Díaz.

    Salazar y Castro añadió a otras hijas cuya existencia es dudosa, entre ellas Elvira González de Lara —que dice fue la esposa de Pedro Núñez de Fuentearmegil— y a una Sancha González, a quien casa con el conde Fernando Pérez de Traba, aunque la esposa documentada del conde gallego fue realmente hija de Gonzalo Ansúrez y de Urraca Bermúdez.

    Algunas apariciones en la documentación del monasterio de San Millán

    • 1086. Participa en la donación de Diego Gustioz y su mujer Elo y dona su cuarta parte en San Felices de Dávalos: Militer ego senior Gondissalvo Munioz, cum coniuge mea Goto donamus nostram quartam quam habemus in Sancti Felicis de Davalos cum quantum ad nos pertinet, ab omni integritate.
    • 1087: Gundissalvo Nunnez una cum uxore mea dompna Goto et mea cognata dompna Urraca et dompna Ariel Nunniz… donan al monasterio las dos terceras partes del Monasterio de San Martín de Marmellar.
    • 1089, noviembre 25: Alfonso VI confirma al monasterio la exención de fonsado. Entre los confirmantes, sennor Gonçalvo Nunnez de Lara.
    • 1089: Gonzalvo Nunnez dominante Lara ofrece a San Millán el monasterio de San Millán de Revenga con sus dependencias, donación confirmada por el rey Alfonso VI.
    • 1094, febrero 28: Confirma donación de Juliana Fortúnez domno Gundissalvo Nunnez regente Lara et Auxunia (Los Ausines).
    • 1095:Senior Gonzalvo Nunnez et uxor mea domna Goto, dominantes Lara dona a San Millán la iglesia de San Millán de Velilla con sus dependencias.
    • 1098, abril 7: Alfonso VI dona a San Millán la iglesia de Santa María de dos Ramas en Almazán. En este documento, el rey se refiere a Gonzalo como dilectus meus Gonzalvus Nunnez («mi muy amado Gonzalo Núñez»).
  • El conde Nuño Fernández: El legado y gobierno de Castilla

    El conde Nuño Fernández: El legado y gobierno de Castilla

    Nuño Fernández
    Conde de Castilla (c. 920 – 927)

    Nuño Fernández fue un conde de Castilla durante un breve pero significativo período a comienzos del siglo X. Aunque su mandato es relativamente corto y las fuentes históricas que detallan su vida son limitadas, se le reconoce como una figura influyente dentro del contexto de la reconquista cristiana de la Península Ibérica y la consolidación de los territorios castellanos.

    Contexto histórico

    El siglo X en la Península Ibérica fue una época marcada por las tensiones entre los reinos cristianos del norte y el Califato de Córdoba en el sur. Durante este tiempo, la figura de los condes de Castilla comenzó a ganar importancia, sirviendo como líderes de un territorio que aún estaba en proceso de formación y consolidación.

    Ascenso al condado de Castilla

    Nuño Fernández se convirtió en conde de Castilla alrededor del año 920. No existen muchos detalles acerca de su ascenso, pero se presume que pudo haber tenido apoyo de sectores nobiliarios o vínculos familiares con figuras de poder, dado que los títulos y territorios eran a menudo disputados y controlados por la nobleza.

    El rol de Nuño Fernández

    Como conde, Nuño Fernández tuvo que enfrentar los desafíos derivados del constante avance musulmán en la península y las disputas internas que caracterizaban a la nobleza cristiana. Si bien no se tienen registros de grandes campañas militares o acciones relevantes como las de otros condes más prominentes, su gobierno representó un periodo de transición y resistencia para mantener el control de la región. Es posible que estuviera implicado en la defensa de las fronteras castellanas y en asegurar alianzas con otras figuras políticas cercanas, aunque los detalles exactos son oscuros.

    Descendencia y sucesión

    Los registros históricos no son claros sobre si Nuño Fernández dejó descendencia directa ni sobre su familia, ya que muchas de las crónicas se centran más en sus sucesores inmediatos, quienes consolidaron aún más la autonomía de Castilla respecto a León y otras entidades. Su tiempo como conde terminó alrededor de 927, y es sucedido por otros nobles que continúan con el proceso de fortalecimiento de Castilla como una entidad política.

    Legado

    Aunque no es uno de los condes más destacados por sus logros específicos, Nuño Fernández representa el tipo de liderazgo que fue necesario para la supervivencia de los territorios cristianos en una época de gran fragilidad y constante lucha. Su mandato puede ser visto como parte de la evolución que llevaría a Castilla a convertirse en una fuerza dominante dentro de los reinos cristianos medievales.

    Fuentes y referencias:

    • Crónicas de los siglos IX y X
    • Documentación de la Reconquista
    • Estudios sobre la nobleza castellana en la Edad Media
  • Fernando Ansúrez: El Conde de Castilla que Marcó la Historia en el Siglo X

    Fernando Ansúrez: El Conde de Castilla que Marcó la Historia en el Siglo X

    Fernando Ansúrez (a. 917 – c. 920), Conde de Castilla: Contexto, Vida y Legado Histórico

    Fernando Ansúrez es una figura histórica que, aunque a menudo permanece en las sombras de los grandes relatos medievales, tuvo un papel fundamental en la consolidación temprana de Castilla como un bastión en la frontera contra al-Ándalus. Fue conde de Castilla a principios del siglo X, en un momento crucial para el territorio, cuando las pequeñas comunidades cristianas luchaban por resistir y expandirse frente al poder del Califato de Córdoba. Este artículo explorará en profundidad la vida de Fernando Ansúrez, su contexto histórico, su gobierno, así como su impacto en el desarrollo de Castilla.

    Contexto Histórico de Castilla en el Siglo X

    A inicios del siglo X, la Península Ibérica estaba dividida en varias entidades políticas. En el norte cristiano, emergían reinos como León, Asturias y Navarra, mientras que el sur estaba dominado por el Califato Omeya de Córdoba, uno de los estados islámicos más poderosos de su época. Castilla, que en ese momento aún no había adquirido el estatus de reino, era una región fronteriza del Reino de León, gobernada por condes que debían proteger el territorio de las incursiones musulmanas.

    La posición estratégica de Castilla, entre las montañas y el río Duero, convertía a la región en un área de constantes enfrentamientos. Los condes eran figuras de autoridad militar, pero también administradores locales con la misión de repoblar y organizar el territorio. En este contexto, surge Fernando Ansúrez como uno de los condes que desempeñaron un papel destacado.

    Origen y Familia de Fernando Ansúrez

    Fernando Ansúrez era miembro de la poderosa familia Ansúrez, que controlaba varias regiones dentro del Reino de León. Su padre, Ansur Fernández, también había sido un destacado conde de Castilla. La sucesión de Fernando Ansúrez al frente del condado estuvo influida tanto por las relaciones familiares como por la política de la época. Su linaje le permitía ser un hombre de relevancia en la corte leonesa, y su liderazgo en Castilla lo convirtió en una figura influyente en los acontecimientos que marcarían el destino de la región.

    Fernando Ansúrez como Conde de Castilla

    Fernando Ansúrez asumió el cargo de conde de Castilla en una etapa en la que el condado aún no poseía la autonomía y la fuerza que mostraría bajo líderes como Fernán González, su posterior y más famoso sucesor. Durante su gobierno, Castilla estaba inmersa en una lucha continua por la supervivencia y expansión, con constantes enfrentamientos con las fuerzas musulmanas que buscaban mantener su influencia sobre la frontera norte.

    Uno de los principales objetivos de Fernando Ansúrez como conde fue consolidar el control cristiano sobre las tierras al sur del río Ebro. Las incursiones y razias eran frecuentes, lo que requería una constante movilización militar. Además, Fernando debió lidiar con las intrigas políticas internas, tanto dentro del Reino de León como entre otros nobles castellanos, que buscaban ampliar su poder.

    Políticas de Gobierno

    Fernando Ansúrez no solo se destacó por su papel militar, sino también por su esfuerzo en consolidar las estructuras administrativas y sociales del condado. La repoblación de tierras desiertas y la creación de nuevas aldeas y villas eran aspectos cruciales de su mandato. A través de estos esfuerzos, buscó no solo fortalecer la defensa del territorio, sino también atraer pobladores para estabilizar y desarrollar la economía local.

    Se cree que Fernando promovió acuerdos de vasallaje y concesiones a los pobladores, garantizando privilegios y protección a cambio de su servicio militar y fidelidad al condado. Este tipo de políticas contribuyeron a la expansión de la influencia cristiana y al desarrollo de una identidad castellana cada vez más diferenciada.

    Relación con el Reino de León

    El condado de Castilla estaba subordinado al Reino de León, lo que implicaba que Fernando Ansúrez tenía que mantener buenas relaciones con el monarca leonés para conservar su posición y poder. Las crónicas mencionan que Fernando participó en las campañas militares organizadas por el rey contra el Califato de Córdoba y otras fuerzas musulmanas, contribuyendo con tropas y recursos para la causa común de la Reconquista.

    Sin embargo, las tensiones entre los condes castellanos y la autoridad real eran inevitables. Castilla se encontraba geográficamente alejada del centro del poder leonés y, debido a su constante estado de guerra, desarrollaba una cierta autonomía que desafiaba ocasionalmente la autoridad del rey. Este conflicto entre la lealtad al reino y la independencia del condado sería un tema recurrente en la historia de Castilla, y Fernando Ansúrez jugó un papel en este proceso inicial de búsqueda de autonomía.

    Conflictos y Enfrentamientos

    Durante el mandato de Fernando Ansúrez, Castilla enfrentó numerosas incursiones por parte de las fuerzas de al-Ándalus, que buscaban mantener el control sobre las zonas fronterizas. Las crónicas medievales mencionan batallas y escaramuzas constantes en las que el conde tuvo que liderar a sus fuerzas para proteger el territorio. La resistencia de Castilla y su habilidad para defenderse fueron factores clave que contribuyeron a la consolidación de la región como una frontera fuerte y resiliente.

    La habilidad militar de Fernando Ansúrez, combinada con su capacidad para forjar alianzas con otros nobles cristianos y coordinar con el Reino de León, permitió que el condado resistiera las presiones externas. Este legado militar sería uno de los pilares sobre los que construirían sus sucesores.

    El Legado de Fernando Ansúrez

    El gobierno de Fernando Ansúrez marcó un punto intermedio en la transición de Castilla hacia un territorio con una identidad más definida y un liderazgo más autónomo. Aunque su mandato fue breve y su figura ha quedado eclipsada por líderes posteriores como Fernán González, su contribución fue clave en el proceso de consolidación de Castilla como una entidad fuerte en la frontera cristiana.

    El linaje Ansúrez continuaría teniendo influencia en la política castellana y leonesa, y su esfuerzo en la defensa y repoblación del territorio allanó el camino para el fortalecimiento y crecimiento de la región en los siglos siguientes.

    Supervivencia y expansión

    Fernando Ansúrez, conde de Castilla entre los años 917 y 920, fue un líder cuya vida estuvo marcada por la lucha por la supervivencia y la expansión de un pequeño territorio fronterizo. Enfrentado a la amenaza constante del Califato de Córdoba y a las intrigas de la nobleza cristiana, supo dirigir a Castilla en un período turbulento, dejando un legado de resistencia, lealtad y consolidación territorial. Aunque su figura haya sido, en ocasiones, relegada a un segundo plano, su impacto en la historia temprana de Castilla merece ser reconocido como un testimonio del coraje y la determinación de los líderes que forjaron los cimientos de lo que más tarde sería una de las entidades más importantes de la Península Ibérica.

  • Gonzalo Fernández (c. 912 – d. 915) – Señor de Lara y Conde de Burgos: Un Gran Señor de Castilla

    Gonzalo Fernández (c. 912 – d. 915) – Señor de Lara y Conde de Burgos: Un Gran Señor de Castilla

    I. Contexto histórico

    En los inicios del siglo X, la región de Castilla, ubicada en la frontera noreste del Reino de León, se encontraba en un periodo de consolidación territorial y resistencia frente a las incursiones musulmanas. Los nobles locales desempeñaban un papel clave en la defensa y repoblación de estas tierras. Gonzalo Fernández emergió como una figura destacada en este contexto, liderando las fuerzas de la región y consolidando su posición como gran señor de Castilla.

    II. Orígenes y Familia

    Gonzalo Fernández nació alrededor del año 912 en una familia noble castellana, posiblemente vinculada a la poderosa casa de Lara. Aunque se sabe poco de sus primeros años, su linaje le permitió acceder a importantes cargos y participar en la vida política de la región. Se le asocia con el condado de Lara, una de las principales fortalezas en la región castellana.

    III. Ascenso al Poder

    • Conde de Burgos: Gonzalo Fernández se convirtió en conde de Burgos, una de las demarcaciones más estratégicas de Castilla. Burgos servía como bastión defensivo y centro administrativo clave para repoblar y proteger la región frente a las incursiones musulmanas.
    • Señor de Lara: El título de señor de Lara le proporcionaba un control adicional sobre una de las áreas más influyentes de Castilla, fortaleciendo su posición como líder militar y político.

    IV. Logros y Contribuciones

    1. Defensa de Castilla: Como gran señor de Castilla, Gonzalo Fernández jugó un papel crucial en las campañas militares contra los musulmanes que amenazaban los territorios cristianos. Su liderazgo en la defensa de estas tierras le valió un lugar destacado en la historia castellana.
    2. Reorganización y repoblación: Gonzalo también participó activamente en la repoblación de las tierras reconquistadas, fortaleciendo la presencia cristiana en la región. Bajo su liderazgo, se consolidaron numerosos asentamientos, asegurando una base sólida para futuras generaciones de castellanos.
    3. Consolidación del poder castellano: En un momento donde la lealtad a la Corona leonesa era precaria, Gonzalo Fernández supo manejar con destreza su lealtad al monarca y la autonomía de su poder local. Su influencia marcó el inicio de un proceso que, siglos después, llevaría a la independencia del Condado de Castilla como reino.

    V. Muerte y legado

    Gonzalo Fernández falleció alrededor del año 915. Su muerte marcó el fin de una etapa importante para Castilla, pero su legado continuó a través de sus descendientes y la influencia que ejerció sobre la región. El linaje de los Lara seguiría siendo fundamental en la política castellana durante siglos.

    VI. Importancia Histórica

    La figura de Gonzalo Fernández es recordada como uno de los primeros grandes señores de Castilla, contribuyendo al fortalecimiento de una identidad que, con el tiempo, se convertiría en el motor de la Reconquista y en el núcleo de lo que sería la España medieval. Aunque su vida estuvo marcada por luchas constantes, su legado se mantiene vivo en la historia de Castilla como uno de los pilares en la construcción de la región y la defensa de los territorios cristianos frente a la amenaza musulmana.

    VII. Conclusión

    Gonzalo Fernández, señor de Lara y conde de Burgos, desempeñó un papel crucial en el desarrollo de Castilla como región fronteriza del Reino de León. Sus esfuerzos por proteger y expandir las tierras cristianas, así como su influencia política, le convierten en una figura relevante en la historia de la Península Ibérica medieval. A través de su linaje, consolidó el poder castellano que eventualmente se independizaría como uno de los reinos más influyentes de la historia española.

  • Gonzalo Téllez, Conde de Castilla

    Gonzalo Téllez, Conde de Castilla

    Gonzalo Téllez (aprox. c. 901 – c. 904) fue un destacado noble castellano y conde de Cerezo y Lantarón, desempeñando un papel crucial en los primeros años de consolidación del condado de Castilla. Este personaje, aunque menos conocido en comparación con otros condes de la época, fue un pionero en la estructuración de la región como una entidad autónoma dentro del Reino de León, contribuyendo a sentar las bases para el desarrollo y expansión de Castilla.

    Contexto histórico

    En el siglo IX y principios del siglo X, el norte de la Península Ibérica estaba en un constante estado de conflicto y reorganización debido a la resistencia cristiana frente al dominio musulmán de Al-Ándalus. En esta época, el territorio castellano, originalmente una franja fronteriza dependiente del Reino de León, comenzó a desarrollar una identidad propia y a expandirse territorialmente. Los condes como Gonzalo Téllez jugaron un papel fundamental en este proceso, tanto en la defensa como en la colonización y repoblación de estas tierras.

    Orígenes y familia

    Aunque los detalles exactos sobre sus orígenes familiares son escasos y en algunos casos ambiguos, Gonzalo Téllez es conocido por su linaje noble, probablemente ligado a otras familias influyentes del norte de la Península Ibérica. Es posible que formara parte de la nobleza militar que surgió en la frontera entre el Reino de León y los territorios musulmanes, cuyo rol principal era la defensa y expansión de estas tierras.

    Títulos y señoríos

    Gonzalo Téllez fue nombrado conde de Cerezo y Lantarón, dos fortalezas importantes en la frontera castellana de la época. Este título le confería autoridad sobre una región estratégica para la defensa del naciente condado de Castilla. Además, algunos documentos sugieren que pudo haber ejercido una influencia en otros territorios colindantes, aunque siempre bajo la supervisión del rey de León, ya que Castilla aún no era un reino independiente.

    Como conde, Gonzalo Téllez no solo tenía responsabilidades militares sino también administrativas, supervisando la repoblación de los territorios reconquistados y organizando la defensa ante incursiones musulmanas.

    Gonzalo Téllez y el desarrollo de Castilla

    El conde Gonzalo Téllez, junto a otros nobles contemporáneos, contribuyó significativamente al fortalecimiento de Castilla como una región semiautónoma dentro del Reino de León. Este proceso de consolidación incluyó la construcción y el fortalecimiento de castillos, la creación de estructuras administrativas locales y la repoblación de áreas deshabitadas para asegurar la continuidad de la ocupación cristiana. Su labor como conde de Cerezo y Lantarón habría sido clave para el establecimiento de una frontera defensiva y la creación de un entorno seguro para los habitantes de estas tierras.

    Muerte y legado

    Se cree que Gonzalo Téllez falleció alrededor del año 904, dejando tras de sí un legado de consolidación territorial y fortalecimiento defensivo en la frontera castellana. Si bien su figura es menos recordada que la de otros condes y monarcas posteriores, su rol como uno de los primeros condes de Castilla lo sitúa como un precursor en la historia de la región. Su vida y obra forman parte de los cimientos sobre los que posteriormente se construiría el Reino de Castilla, y su legado perdura en la historia de la nobleza castellana de la Edad Media.

    Fuentes y referencias históricas

    La información sobre Gonzalo Téllez proviene en gran medida de documentos medievales y crónicas que registran la genealogía y los movimientos de la nobleza castellana. A pesar de la escasez de detalles, su existencia y contribución al desarrollo de Castilla son reconocidos en las investigaciones de historiadores medievales y en estudios sobre la nobleza leonesa y castellana en los siglos IX y X.

    Gonzalo Téllez representa a una generación de líderes cuyo trabajo fue esencial para el establecimiento de Castilla como un ente territorial y cultural distintivo en la Península Ibérica.

  • Munio Núñez, conde de Castilla

    Munio Núñez, conde de Castilla

    Munio Núñez, conde de Castilla (899-c. 901 y c. 904-c. 909),​ fue un noble que parece casi seguro que fuera hijo de un Nuño Muñoz, hijo a su vez de Munio Núñez quien, junto con su mujer Argilo, concedió la Carta Puebla de Brañosera en 824.

    Su primera aparición histórica en 882 está relacionada con la repoblación y defensa de la fortaleza de Castrogeriz desde Amaya. En ese año, el conde Diego Rodríguez Porcelos se encontraba defendiendo el desfiladero de Pancorbo de las fuerzas musulmanas mientras, según las crónicas, Munio estaba en Castrogeriz intentando fortificar el castillo. En la primera incursión del ejército emiral, tuvo que huir mientras que ya en la segunda ocasión, en el año 883, con las obras más adelantadas, pudo resistir tras los nuevos muros.

    La importancia del desfiladero hizo que la villa de Pancorbo haya tenido un importante papel en la historia de Castilla desde su incorporación al, entonces condado, en el siglo IX. Durante la invasión musulmana fue lugar de refugio de la población cristiana. En el año 803 el general Abd-al-Karim entra a tierras de Álava por aquí y poco después en el año 816 es derrotado en el propio desfiladero, dándose más batallas en el mismo en años posteriores

    En enero de 885, falleció el conde Diego Porcelos en Cornudilla sin que parezca que haya dejado a un hijo con edad para sucederle. No fue hasta el 1 de marzo de 899 cuando Munio Núñez aparece por primera vez como conde en Castilla mientras que el conde Gonzalo Fernández gobernaba Burgos.

    Desde sus bases de Castrogeriz y Muñó —cuyo castillo y comarca le deben su nombre—, en el bajo Arlanzón, Munio fue uno de los tres condes castellanos a los que el rey rey García de León encomendó la repoblación de la línea del Duero. Munio repobló Roa, Gonzalo Fernández se encargó de repoblar Burgos, Clunia y San Esteban de Gormaz, y el conde Gonzalo Téllez Osma.

    Según algunos autores, tuvo una hija, llamada Muniadona casada con el hijo primogénito del rey Alfonso III, García, el futuro García I de León. El historiador Manuel Carriedo Tejedo sugiere, que la esposa del rey García fue hija de Nuño Ordóñez, hermano de Alfonso III.

  • Diego Rodríguez Porcelos, Segundo Conde de Castilla y fundador de Burgos

    Diego Rodríguez Porcelos, Segundo Conde de Castilla y fundador de Burgos

    Diego Rodríguez, también conocido con el sobrenombre de Porcelos,​ fue conde de Castilla (873-885) tras la muerte de su padre, el conde Rodrigo.​ Fundó la ciudad de Burgos en el año 884.

    Diego fue el repoblador de Ubierna y Burgos entre los años 882 y 884 bajo mandato de Alfonso III. Así lo indican los Anales Castellanos Primeros:

    In era DCCCCXX · populavit Didacus commes Burgus et Auvirna · pro iussionem domno Adefonso. Regnavit Adefonsus rex annos XVI · et migravit a secculo in mense decembris· et suscepit ipso regno filio eius Garsea.
    En la era 920 (año 882) el conde Diego pobló Burgos y Ubierna por mandato del señor Alfonso. El rey Alfonso reinó dieciséis años y se fue por los siglos en el mes de diciembre y le sucedió en el reino su hijo García.

    y los Anales Castellanos Segundos:

    Sub era DCCCCXX populavit Didacus comes Burgus et Oiurna.
    Bajo la era 920 (año 882) el conde Diego pobló Burgos y Ubierna.

    Poco antes de 882 construyó el castillo de Pancorbo, donde resistió el ataque de un gran ejército árabe en las primaveras de 882 y 883. Con su resistencia desde su base de Pancorbo, logró afianzar la frontera en el valle del Ebro y creó una línea defensiva en el río Arlanzón. Además, parece que durante su gobierno se restauró la sede episcopal de Oca (antigua Auca) o al menos aparece cierta actividad.

    Al contrario que su padre, no tenía el gobierno sobre el condado de Álava, territorio que estaba en manos del conde Vela Jiménez.

    Según la Crónica najerense, «Didacus comes…et interfectus est in Cornuta era DCCCCXXIII, secundo kalendas febroarii»; es decir, el 31 de enero de 885 el conde cayó muerto en la localidad burgalesa de Cornudilla, probablemente en batalla contra las fuerzas musulmanas fieles a Muhammad ibn Lubb, miembro de los Banu Qasi. Según algunas fuentes, su cuerpo se encuentra enterrado en las ruinas de la ermita de San Felices de Oca (actual Villafranca Montes de Oca).

    Después de su muerte, el condado de Castilla se divide en varios condados entre los años 885 y 931, fecha en que toma el control de todos los condados el conde Fernán González.

    No se conoce el nombre de la madre de sus hijos, que probablemente eran pequeños cuando murió su padre y por eso ninguno fue conde de Castilla. Estos fueron:

    • Gómez Díaz, que no debe confundirse con su homónimo, Gómez Díaz, conde en Saldaña. Aparece en 932 como alférez del conde Fernán González. Pudo ser el padre de Fronilde Gómez, la mujer del conde Gonzalo Fernández, hijo primogénito del conde Fernán González.
    • Gonzalo Díaz, quien no alcanzó la dignidad condal, aparece el 3 de febrero de 921 con su esposa María en el monasterio de San Pedro de Cardeña cediendo al monasterio unos molinos en el río Arlanzón y declarándose hijo del conde Diego (Gundessalbus, Didaci comite filius).
    • Fernando Díaz, conde y tenente en Lantarón y Cerezo.

     

  • Rodrigo, El primer Conde de Castilla

    Rodrigo, El primer Conde de Castilla

    Rodrigo (murió en el año 873, se desconoce su nacimiento) fue un noble y primer conde de Castilla que gobernó entre los años 860-873. Algunos investigadores lo suponen hijo de Ramiro I de Asturias y Paterna, su segunda mujer, por lo que sería hermanastro de Ordoño I. Sin embargo, su filiación como hijo del rey Ramiro no consta en la documentación medieval y, además, es improbable que un hijo de un matrimonio que se celebró no antes de 842 haya repoblado Amaya en 860, aunque debido a las misiones que le fueron encomendadas, es muy probable que fuese una persona muy cercana a la familia real.

    Vida y gobierno

    El rey Ordoño le encomendó el gobierno de la marca oriental del reino de Asturias, el territorio que los árabes llamaban Al-Qila, «los Castillos», que anteriormente había sido conocido como Bardulia. misión que acometió con una gran libertad de acción unida a una fidelidad ejemplar al monarca.

    «Hasta este momento no conocemos el nombre de ningún conde de Castilla ni cual era la situación administrativa de esta parte importante del reino astur, si estaba vinculada a Álava constituyendo un condado formado por Álava y los Castillos o si Castilla era un condado y Álava otro.»

    En 860 repobló Amaya —la ciudad patricia, llamada así por haber sido la capital de una de las ocho provincias del reino visigodo de Toledo— que había sido conquistada en 711-12 por Táriq: In era DCCCLCLVIII populavit Rudericus comes Amaya et fregit Talamanca y construyó una muralla con torres alrededor de la ciudad.

    Luchó al lado de Ordoño I contra los musulmanes en distintas batallas, destacando la de Morcuera en 863 donde las tropas musulmanas resultaron victoriosas​.

    El rey Ordoño falleció el 27 de mayo de 866 y fue sucedido por su hijo Alfonso, que en esas fechas tenía unos dieciocho años de edad. Alfonso fue destronado y se refugió en Castilla. El conde Rodrigo entró con sus huestes en Asturias para apoyar al joven rey y permaneció ahí algún tiempo al lado de Alfonso.

    Entre los años 867 y 868 sofocó la rebelión del magnate alavés Egilón y obtuvo el gobierno del condado de Álava, territorio que rigió hasta en torno el 870. A partir de 880 aparece Vela Jiménez como conde de Álava. Tras su muerte le sucedió en el gobierno de Castilla su hijo Diego Rodríguez Porcelos.

    Territorio

    El señorío del conde Rodrigo, según fray Justo Pérez de Urbel, quedaba limitado al norte por las montañas de Santander y al sur por la línea de fortalezas levantadas sobre el Ebro, comprendiendo al occidente los montes de Brañosera, Reinosa y Campoo, «donde antes habíamos visto actuar a Munio Núñez»; en el centro, los valles de Bricia, Sotoscueva, Villarcayo y Valdivielso; y en el este, el valle de Tobalina hasta Larrate, hoy Puentelarrá. Esta zona protegía la entrada de los invasores sarracenos y estaba erizada de fortalezas. Incorpora al condado los valles de Mena y Losa.

    Documentación

    A pesar de la existencia de un documento fechado en 852 en el que aparece el nombre de Rodrigo como conde de Castilla, esta carta es una falsificación. Por ello se considera que el primer documento, más o menos fiable, en realidad es de 862.

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  • Los Jueces de Castilla

    Los Jueces de Castilla

    Los jueces de Castilla son dos figuras legendarias del Condado de Castilla, que los castellanos eligieron como jueces propios para resolver sus pleitos, evitando así acudir a la corte leonesa. Los castellanos se resistían a concurrir a León para solucionar sus conflictos conforme al Liber Iudiciorum, debido a la lejanía de esta y la complejidad del texto.

    En el año 920, cuando era rey de Galicia (910–924) y León (914–924), Ordoño II sufrió la derrota de Valdejunquera. El monarca atribuyó el desastre a la negativa de los magnates castellanos de acompañarle en la guerra de Navarra y se propuso castigarlos con máximo rigor. Los cuatro condes más poderosos de la época eran Nuño Fernández, Fernando Ansúrez, Abolmondar Albo y su hijo Diego. Sabedor Ordoño de que los cuatro se hallaban reunidos en Burgos, los invitó a una conferencia en Tejares, a orillas del río Carrión, adonde acudieron sin desconfianza. Allí los tomó presos y los condujo a León, donde los ejecutó.

    Indignados los castellanos por esta acción y no pudiendo levantarse en armas acordaron proveer por sí mismos su gobierno, eligiendo entre los nobles dos magistrados, uno civil y otro militar, con el nombre de Jueces, para recordarles que su misión era de hacer justicia y no la de oprimir a los pueblos con su autoridad, o menoscabar su libertad.

    Estos jueces ejercieron su oficio basándose en los usos y costumbres de Castilla (juicio o fuero del albedrío) y sus sentencias se denominaron fazañas. Juzgaban a la manera de los visigodos y en esta forma de semirrepública se erigió Castilla hasta que se convirtió en un condado independiente.

    Los Dos primeros jueces

    Para este honroso cargo fueron nombrados en el año 842 los dos primeros jueces castellanos: Nuño Rasura y Laín Calvo, quienes según la tradición, crónicas y obras literarias posteriores (como el Poema de Fernán González) eran antepasados directos de Fernán González (en el caso de Rasura) y del Cid Campeador (en el de Calvo). Tal parentesco está apoyado únicamente en documentos literarios y no tiene aval histórico cierto.

    Et los Castellanos que vivían en las montañas de Castiella, faciales muy grave de yr à Leon porque era muy luengo, è el camino era luengo, è avian de yr por las montañas, è quando allà llegagan asoverviavan los Leoneses, è por esta raçon ordenaron dos omes buenos entre si los quales fueron estos Muño Rasuella, è Laín Calvo, è estos que aviniesen los pleytos porque non oviesen de yr à Leon, que ellos no podian poner Jueçes sin mandado del Rey de Leon. Et ese Muñyo Rasuella era natural de Catalueña, è Laín Calvo de Burgos, è usaron asi fasta el tiempo del Conde Ferrant Gonçalvez que fue nieto de Nuño Rasuella.

    Quema del Liber

    Tras la independencia del condado, en tiempos de Fernán González, y la subsecuente liberación de la autoridad leonesa, los castellanos quemaron los ejemplares del Liber Iudiciorum en Burgos y designaron alcaldes en las diversas comarcas para que juzgaran conforme al sistema del albedrío (juicio del albedrío).

    Bisjueces

    La tardía tradición sitúa el estrado de los dos famosos y primeros jueces castellanos, Laín Calvo y Nuño Rasura en el paraje de Fuente Zapata, en la localidad de Bisjueces en la Merindad de Castilla la Vieja.

    En la antigua iglesia de San Andrés de Cigüenza se lee este epitafio: «Hic jacet Nunius, Rasura, judex Castellanorum».

     

  • La dinastía borbónica y la desaparición de Castilla: el misterio oculto de España

    La dinastía borbónica y la desaparición de Castilla: el misterio oculto de España

    La dinastía borbónica y la desintegración de Castilla: un proyecto para construir España y borrar su identidad

    La historia de España está marcada por una serie de procesos políticos y sociales que han configurado la identidad del país tal y como la conocemos hoy. Uno de los más significativos fue la unificación de los reinos de Castilla y Aragón bajo la dinastía de los Borbones en el siglo XVIII. Sin embargo, esta unificación no fue un proceso neutral ni simplemente administrativo. Desde la llegada de los Borbones, se observa una clara intención de desintegrar la estructura e identidad política de Castilla, enterrando su legado e imponiendo una nueva narrativa nacional centrada en una visión homogénea de España que ha persistido hasta la actualidad.

    El contexto: los Austrias, los Borbones y la Guerra de Sucesión

    Para entender cómo y por qué los Borbones emprendieron este proceso de centralización, primero debemos retroceder al siglo XVII. Durante el reinado de los Austrias, los reinos de Castilla y Aragón mantenían sus propias leyes, fueros y estructuras de gobierno. Castilla era el reino predominante en términos de influencia económica y política, pero cada territorio conservaba su autonomía relativa. Con la llegada de Felipe V, primer monarca de la dinastía Borbónica, la Guerra de Sucesión (1701-1714) no solo se trató de una lucha por el trono, sino también de un conflicto que marcó la desaparición de la estructura política que sustentaba a Castilla como entidad autónoma.

    Tras la victoria en la guerra, Felipe V implantó los Decretos de Nueva Planta (1707-1716), un conjunto de leyes que, en esencia, abolieron las instituciones propias de la Corona de Aragón, pero, al mismo tiempo, integraron sus estructuras bajo un modelo centralizado que se inspiró en la Corona de Castilla. Aunque esto podría interpretarse como un triunfo de Castilla, en realidad significó la dilución de su identidad en favor de una noción más abstracta y centralizada de España, en la que la cultura y la identidad castellanas quedaban subsumidas y diluidas en una nueva estructura política. La intención era clara: Felipe V, siguiendo el modelo absolutista francés, pretendía construir un Estado centralizado y uniforme que eliminara cualquier vestigio de autonomía regional, pero, en el proceso, desintegró también la estructura que había dado forma a la Castilla histórica.

    De los comuneros a la dinastía borbónica: el intento de borrar a Castilla

    La rebelión de los comuneros en 1520-1521 fue un levantamiento significativo que buscaba defender las libertades y las instituciones castellanas frente a la centralización y el poder creciente de Carlos I. Este levantamiento fue reprimido brutalmente, y la Corona comenzó entonces a erosionar sistemáticamente las bases de lo que constituía la identidad política y social de Castilla. Con los Borbones, esta tendencia se acentuó. Los Decretos de Nueva Planta no solo desmantelaron las Cortes y las instituciones aragonesas; también impusieron un sistema político que neutralizaba cualquier forma de resistencia castellana y la convertía en parte de un nuevo Estado absolutista.

    A partir de entonces, Castilla dejó de ser un reino con entidad propia para convertirse en el núcleo administrativo del proyecto borbónico, una especie de «masa» homogénea que absorbía las diferencias regionales en favor de la centralización. Las instituciones castellanas que habían sobrevivido se transformaron en órganos al servicio del nuevo Estado español, dejando atrás cualquier atisbo de identidad independiente.

    La Transición y la continuidad de un proyecto borbónico

    Este proceso no se detuvo en los siglos XVIII y XIX. Durante la transición democrática en la década de 1970, la identidad castellana continuó siendo ignorada y subsumida en el proyecto nacional español. La Constitución de 1978 reconoció a diversas regiones y nacionalidades históricas, pero Castilla fue fragmentada en varias comunidades autónomas, como Castilla-La Mancha, Castilla y León, y Madrid. Este proceso fragmentó aún más la entidad histórica de Castilla y, al mismo tiempo, desdibujó su identidad y la convirtió en una serie de entidades políticas dispersas sin conexión histórica ni cultural clara.

    La Transición, en teoría, debía ser un proceso de descentralización y reconocimiento de identidades históricas, pero en la práctica, Castilla quedó relegada.

  • Sancho II de Castilla, El Fuerte

    Sancho II de Castilla, El Fuerte

    Sancho II de Castilla, llamado «el Fuerte» (Zamora, 1038 o 1039-ibíd., 7 de octubre de 1072), fue el primer rey de Castilla, entre 1065 y 1072, y, por conquista, de Galicia (1071-1072) y de León (1072). Consiguió reunificar la herencia de su padre Fernando I de León y Castilla. Sin embargo, no disfrutó mucho tiempo de ello, puesto que murió meses después en el cerco de Zamora, heredando los tres reinos unidos su hermano Alfonso.

    Hijo varón primogénito del rey Fernando I de León y Castilla y de su esposa, la reina Sancha de León, fue el primer vástago nacido cuando sus padres eran ya reyes de León.​ Sus hermanos fueron Alfonso VI de León, las infantas Elvira de Toro y Urraca de Zamora, y el rey García de Galicia, a quien despojó del trono gallego. Pasó los primeros años en Castilla donde aparece confirmando documentos en varios monasterios.

    Su padre lo destinó a la frontera oriental del reino entre 1060 y 1065. En 1063 dirigió una expedición de ayuda al sultán de la Taifa de Zaragoza Al-Muqtadir en la batalla de Graus contra Ramiro I de Aragón, quien falleció en la batalla. Dos años más tarde participó junto a su padre en una batalla contra Zaragoza por su negativa a pagar las parias y, desde allí, partieron con el objetivo de sitiar Valencia, aunque la enfermedad de su padre Fernando les hizo regresar a León.

    El Rey

    Como hijo primogénito, le habría correspondido heredar la totalidad de los reinos de sus padres. Sin embargo, a finales de 1063, Fernando I convocó una Curia Regia para dar a conocer sus disposiciones testamentarias en las cuales, siguiendo la ley navarra, decidió repartir su patrimonio entre sus hijos:

    • A Sancho le correspondió el estado patrimonial de su padre, el Condado de Castilla, elevado a categoría de reino, y las parias sobre el reino taifa de Zaragoza.
    • A su hermano Alfonso, el favorito de su padre, le correspondió el Reino de León que llevaba incorporado el título de emperador y los derechos sobre el reino taifa de Toledo.
    • A su hermano García le correspondió el Reino de Galicia creado a tal efecto y los derechos sobre los reinos taifas de Sevilla y de Badajoz.
    • A sus hermanas Urraca y a Elvira les correspondió el infantazgo, o sea «el patronato y las rentas de todos los monasterios pertenecientes al patrimonio regio»​ con la condición de que no podrían contraer matrimonio.

     

    Tras acceder al trono castellano el 27 de diciembre de 1065, nombró alférez a Rodrigo Díaz el Campeador y una de sus primeras acciones fue renovar el vasallaje del rey de la taifa de Zaragoza, Al-Muqtadir, para lo cual puso sitio a la ciudad en 1067, acto que le llevaría en 1068 a participar en la conocida como Guerra de los tres Sanchos que le enfrentaría a sus primos Sancho Garcés IV de Pamplona y Sancho Ramírez de Aragón, y que le permitió recuperar parte de los territorios fronterizos con el Reino de Pamplona que habían sido conquistados por los navarros.

    El reparto de la herencia entre todos los hijos de Fernando I nunca satisfizo a Sancho, que siempre se consideró como el único heredero legítimo, por lo que inmediatamente se movilizó para intentar hacerse con los reinos que habían correspondido a sus hermanos en herencia. Se inicia así un periodo de siete años de guerras protagonizadas por los tres hijos varones de Fernando I.

    Al fallecer en 1067 la reina Sancha se iniciaron las disputas con su hermano Alfonso, al que se enfrentó el 19 de julio de 1068 en Llantada en un juicio de Dios, en el que ambos hermanos pactan que el que resultase victorioso obtendría el reino del derrotado. Aunque Sancho venció, Alfonso no cumplió con lo acordado, a pesar de lo cual las relaciones entre ambos se mantienen como demuestra el hecho de que Alfonso acudiera, el 26 de mayo de 1069, a la boda de Sancho con una noble inglesa llamada Alberta y donde ambos decidieron unirse para hacerse con el reino de Galicia que le había correspondido a García, el menor de los hijos de Fernando el Grande, contando con la aceptación de sus hermanas Urraca y Elvira, así como de la nobleza de ambos reinos.3​

    Con la complicidad de su hermano Alfonso, Sancho entró en Galicia y, tras derrotar a su hermano García, lo apresó en Santarém encarcelándolo el castillo de Burgos hasta que es exiliado a la taifa de Sevilla. Tras eliminar a su hermano, Alfonso y Sancho se titulan reyes de Galicia en 1071 y firman una tregua que se mantendrá durante tres años. La tregua se rompe cuando Sancho, que no renuncia al reino de León, que entre otras cosas llevaba aparejado el título imperial, marcha contra su hermano con un ejército al mando de su brazo derecho el Cid que derrota al ejército leonés en la batalla de Golpejera en 1072. Mientras que su hermano Alfonso es trasladado preso a Burgos, Sancho entra en León y es coronado como rey de León el 12 de enero de 1072, a pesar de la negativa del obispo de León y de la nobleza, con lo que vuelve a unificar en su persona el reino que su padre había dividido. Tras encarcelar a Alfonso, la mediación de su hermana Urraca hizo que le permitiera instalarse en el Monasterio de Sahagún, de donde el leonés huyó, temiendo por su vida, refugiándose en la corte de su vasallo el rey al-Mamún de Toledo. La nobleza leonesa estaba descontenta con el castellano, y su miembro más destacado, Pedro Ansúrez, siguió a Alfonso al exilio.3​

    En Zamora se reunieron numerosos nobles contrarios a Sancho que apoyaron a su hermana Urraca, propietaria de la ciudad. Consciente del peligro que esto suponía para su gobierno, Sancho reunió a su ejército y marchó hacia la ciudad, pasando por Carrión de los Condes donde se le negó acceso y ayuda para sus huestes.3​ Según el relato recogido en la Crónica najerense, que podría provenir de un cantar de gesta,8​ Sancho II fue asesinado por Vellido Dolfos mientras llevaba a cabo el cerco de Zamora, donde se hallaba su hermana la infanta Urraca de Zamora, el 7 de octubre de 1072.9​ El lugar del ataque regicida es señalado con una cruz de piedra en una pared y el de la muerte con la Cruz del Rey Don Sancho en un menhir.

    El 26 de agosto de 1066, Sancho había señalado al monasterio de San Salvador de Oña para su sepultura, otorgándole el derecho para poblar la villa de Piérnagas y para darle el fuero que quisiese, gozando de exención de derechos reales. Obedeciendo sus disposiciones, recibió sepultura en dicho monasterio. El sarcófago de madera que contiene sus restos está situado bajo el baldaquino del lado de la Epístola, en la iglesia del Monasterio de Oña, junto a los de sus abuelos paternos, el rey Sancho Garcés III el Mayor de Pamplona y su esposa, la reina Muniadona de Castilla, estando colocados los sarcófagos sobre una superficie decorada con motivos vegetales y animales exóticos.

    El sarcófago que contiene los restos del rey Sancho, es de forma rectangular, siendo su cubierta piramidal y de madera de nogal. En la base del arca hay un zócalo con decoración vegetal y animalística, y en los lados mayores aparecen sendos escudos, rodeados por círculos que enmarcan cuadrilóbulos. Las vertientes de la cubierta están ornamentadas con centauros, rodeados por abundante decoración, que recubre todo el sarcófago. En la zona correspondiente a la cabecera del sarcófago se encuentra colocado el escudo cuartelado de Castilla y León, entre tenantes que portan mazas en sus manos, y en el espacio existente sobre el escudo figura, en madera taraceada de distinto tono, la siguiente inscripción:

    aqui yaze el rey dõ ſãcho que matarõ ſobre zamora​ (aquí yace el rey don Sancho que mataron sobre Zamora).

     

  • La conquista de Cuenca

    La conquista de Cuenca

    A finales del siglo XII, eran tiempos difíciles entre reinos. Castilla, Francia, Inglaterra, Navarra, León, Aragón, Aquitania, todos y cada uno de ellos luchaban por mantener la hegemonía de poder, su territorialidad, su expansión y su identidad, legitimando su herencia, estableciendo alianzas matrimoniales y buscando el apoyo nobiliario o eclesiástico. Mientras, Al-Ándalus seguía manteniendo a raya su islamización y provocando, a su vez, enfrentamientos entre los enemigos.

    Alfonso VIII decide atacar Cuenca, conquistarla y así poder saltar la línea del Tajo, hasta ahora inexpugnable por esos pactos y alianzas. Conseguirá el apoyo del rey aragonés Alfonso II y con ello, afrontará la decisión. Sabedor de las graves dificultades que arrastraría la toma de aquella plaza, Alfonso VIII reunió en la corte burgalesa a todos sus nobles y a los obispos de Palencia, Burgos, Calahorra y Toledo.

    Eran sus más fieles asesores y ellos determinarían cuántos hombres podían disponer y dar tiempo a que los ingenieros reales preparasen todo tipo de planimetría y bocetos de diseño para las armas de asalto necesarias para su consecución. Había que tener en cuenta que las dificultades por la estructura de la ciudad, serían grandes, que deberían utilizar máquinas muy pesadas y de gran altura. Se les encargó a sus ingenieros preparar en la corte todo tipo de maquetas, una vez estudiada la estructura de la ciudad, para luego proceder a su hechura in situ, pues debían llevar a cabo su construcción en las inmediaciones de la villa, aprovechando de esa manera el fácil transporte y la materia prima, esa rica madera de sus grandes bosques.

    Los preparativos militares y la concentración de sus huestes lo harían en pleno invierno, a finales del año 1176, para así poder asediar la ciudad a principios de año, una vez pasadas las nieves.

    Cuenca estaba franqueada por una fuerte muralla y nueve puertas, de las que tres eran principales y estaban muy bien custodiadas. La defensa natural de sus ríos, con esas depresiones que le daban forma, la hacían mucho más difícil en provocar el sitio, máxime cuando era una ciudad bastante desconocida para los castellanos. Los precipicios era inmensos, demasiado escabrosos, los postigos estaban elevados y para acceder había que utilizar tremendas escalas. Solamente la puerta más alta, franqueada por dos altos torreones y la alcazaba al lado, permitía un paso estrecho que además defendía un puente levadizo que tenia bajo de sí un canal estrecho y un espacio subterráneo hasta el mismo río Júcar que les permitía obtener con facilidad el agua necesaria para su sustento.

    Vivían unos 700 habitantes, de los cuales solamente 300 eran varones y disponían de armas para su custodia. Los defensores tenían colocadas más de veinte catapultas en los flancos hacia el río Júcar y en la parte del Alcázar para, con ello, controlar el ataque por los flancos del poniente. Además, contaban con dos grandes silos en el centro de la ciudad, uno de ellos en la misma parte del Alcázar, difícil de llegar a él por estar bien resguardado ya que esa parte era donde se encontraba la zona noble de control de la misma. Con esas reservas tenían sus habitantes para bastantes meses, pues al ser una población escasa podía abastecerse con mayor facilidad.

    Alfonso VIII sabía que la ayuda que podía tener la guarnición de la ciudad de Cuenca iba a ser mínima, pues el grueso del ejército almohade, sobre todo el que podía acceder a los lugares de necesidad, se encontraba inmerso en una epidemia de cólera provocada por la llegada de barcos tunecinos infectados desde Sicilia, en la zona norte de África.

    Habría también una importante ayuda cristiana que sería definitiva en aquellos momentos. La plaza de Uclés, donde se encontraba la capital de la Orden de Santiago, se había fortalecido gracias a la ayuda prestada por el rey Lobo antes de morir. Por otro lado, las órdenes militares de Alcántara y Calatrava, ya creadas, habían ido fortaleciendo su ejército de freires y podían servir de fuerte apoyo a cualquier acción a tomar.
    Si a esto añadimos los caballeros del Temple que, desde su tierra de Aragón y Cataluña, estaban dispuestos a ayudar a su rey aragonés en su alianza con el castellano, las fuerzas empezaron a multiplicarse en poco tiempo.

    El potente ejército en número y armas estableció su campamento en los llanos de la aldea de Jábaga, desde donde se divisaba fácilmente toda la ciudad de las Hoces. Mientras, un destacamento de cien hombres realizaba diariamente un recorrido por la parte del río Huécar, sobre todo para advertir a la guarnición musulmana que seguían estando allí para conseguir su propósito. Con ello, controlaban la posible salida de emisarios que pudieran marchar para pedir ayuda a las guarniciones andaluzas.1

    El rey castellano convocó a todos los nobles que quisieran unirse al ejército para llevar a cabo tal hecho. Gentes de Guipúzcoa y Vizcaya se unieron a sus tropas. Al llamamiento acudieron sus más fieles aliados, como Pedro Ruiz de Azagra, el señor de Albarracín, los reyes Fernando de León y Alfonso de Aragón; y luego los nobles, como el conde Nuño Pérez de Lara, don Pedro Gutiérrez, los magnates don Tello Pérez y Nuño Sánchez, los frailes de las órdenes y gentes de Almoguera, Ávila, Atienza, Segovia, Molina, Zamora, la Transierra y, por supuesto, Cáceres. Desde las tierras de Segovia vinieron muchos caballeros y entre ellos destacaría Gutierre Gutiérrez de Cuenca, hijo de don Rodrigo Gutiérrez de las Asturias, llamado Gutiérrez de Bezudo, un ricohome que había sido uno de los primeros corregidores que había tenido la ciudad segoviana, por los años 1085.

    Durante el primer mes de asedio, las tropas cristianas con el rey Alfonso VIII a la cabeza, pusieron en marcha la fabricación de diferentes armas de asalto en función de los estudios que los ingenieros allí desplazados fueron analizando. Se estudió al detalle cada posible acceso, la parte oriental y la occidental. Tal vez, la parte que mira al Júcar pudiera ser más asequible en la zona baja, pero había que superar una albuhaira o albufera de gran cantidad de agua que les servía de fuerte defensa. Para ello, debían preparar dos balsas de transporte para salvar la empalizada de trinchera que bordeaba la misma. El único lugar franqueable era la unión de las aguas de los dos ríos, concretamente, en la desembocadura del Huécar en el Júcar, aunque allí había una fuerte guarnición musulmana.

    Fabricaron trabuquetes, dos onagros y una balista, sin olvidarse de tener un par de catapultas. No era necesario tener ni tortugas, ni pluteos, ni músculos, sobre todo porque este tipo de emplazamiento de ciudad no lo permitía.
    Muy pronto, el rey castellano se dio cuenta de que la toma de aquella ciudad se debía llevar a cabo por el hambre de sus habitantes y no por el ataque directo de batalla.

    La estrategia debía cambiar y, durante varios días, sus jefes y el rey dilucidaron cómo poder llevarlo a cabo. El asedio se prolongó en demasía, habían pasado ya cinco meses y todo seguía igual. Las tropas cristianas estaban un poco desmoralizadas por ver cómo podían resistir tanto sus habitantes y temían que les diera tiempo a las tropas del califa Yacub en llegar a socorrerles y provocar un enfrentamiento a cuerpo.

    Decidió Alfonso VIII colocar dos campamentos de asedio. Por un lado, en las tierras de Jábaga estableció el campamento real, donde se ubicaba su tienda y la de su aliado Alfonso II de Aragón. Desde el altozano en que se divisa toda la extensa panorámica, podían analizar la evolución de la ciudad sitiada sin que el peligro directo pudiera ser un inconveniente para establecer la estrategia de ataque.

    Por otro lado, en la llanura del Cerro Molina, muy próximo a la albuhayra, colocó el campamento de ataque directo, para utilizar sus hombres en caso de romperse el cerco y abrirse un espacio de entrada a la ciudad amurallada. Allí estaban los soldados acorazados, la caballería ligera y los freires de las Órdenes de Santiago y de Calatrava, aliados desde el primer momento que se estableció la guerra como Cruzada del sur con bendición papal.
    El propio maestre don Giraldo, canciller real, nos cuenta en su crónica de la toma de la ciudad de Cuenca: «… e los moros cada día daban en ellos e mataban muchos homes.»

    Tan largo asedio estaba castigando en exceso las arcas reales, pues eran muchos los gastos que suponía mantener en pie a dos mil soldados castellanos, mil quinientos aragoneses, doscientos calatravos y otros trescientos santiaguistas. Estos últimos, iban y venían hasta Uclés para seguir manteniendo defendida su capital del priorato.

    Por otro lado, el desgaste de la tropa de ingenieros era altamente significativo. Durante tres meses dedicaron su tiempo y esfuerzo a preparar más de cuarenta armas de asalto, talando una extensa zona de pinar y transportando con los mulos de carga, en un ir y venir constante. El abastecimiento de comida era un inconveniente, a pesar de que desde las aldeas colindantes les llegaban rebaños de ovejas, quesos y bastante grano de cereal para su consumo diario.

    Mandó el rey Alfonso a su escolta construir un pequeño altar en piedra, junto a la tienda donde guardaban los enseres religiosos, para colocar allí a la Virgen del Sagrario, imagen que portaba siempre consigo en todos y cada uno de sus viajes.

    Era una imagen en talla de madera, pequeña, dedicada a Santa María, con una devoción profunda desde que llegó a Toledo traída por san Eugenio y que –según la tradición–, había pertenecido a los Apóstoles. Allí la recibió su bisabuelo Alfonso VI, el cual la había colocado como patrona de su trono real.
    Esta imagen era una talla románica en madera, policromada en los talleres de Monfort de Lemos, dedicada a Santa María como advocación de todos los reyes cristianos en sus conquistas y repoblaciones. Tiene la imagen al Niño sentado en sus rodillas con una bola del universo con cruz en su mano izquierda; y tal era su devoción, que corría entre los devotos ese rumor penitencial de que «el día que al Niño Dios se le cayese la bola sobrevendrá la destrucción del mundo.»

    El canciller Giraldo en su citada crónica, comenta minuciosamente la disposición de las tropas de Alfonso VIII en su cerco a la ciudad. Hace una perfecta descripción táctica:
    «Las colocó en cuatro partes para bien distribuir a los sitiadores evitando así la salida de los moros; colocó un grupo en el puente del Júcar, con 200 caballeros y pedreros al mando de Martín de Sacedón; otro, en la loma del Cerrillo, con otros tantos guerreros al mando de Hernán Martínez de Ceballos, el mismo que luego tomaría Alarcón; otros 50 empedradores de caballería corrían de un lado para otro, capitaneados por Alonso Pérez de Chirino, y otro puesto, al mando de Andrés de Cañizares, guardando el Real, en la puerta llana, donde están las tiendas de Alonso de Castilla y sus caballeros. Por otro lado, Diego Jiménez y sus ballesteros.

    Debajo de las cuesta de Conca, en un punto que pasa el Huécar, hicieron los moros un muelle y taparon de modo que el agua salía por encima del puente, obligando casi a su huída, apartándose e lugar seguro y pasaron mucho mal por donde iban las aguas, quedando pantanos y zanjas por las que no se podía pasar. el 12 de julio los moros hicieron una salida y consiguieron avituallarse a costa de grandes pérdidas, aunque luego ya fracasarían.»
    De una u otra manera, sin saber exactamente cómo y cuándo, la ciudad caía en las manos cristianas, la madrugada del 21 de aquel mes de septiembre (algunos cronistas hablan de unos días antes). Un griterío ensordecedor advirtió al rey y a su Corte de que el triunfo estaba a punto de conseguirse y que la ciudad de las Hoces, la que tanto y tanto había costado rendir, estaba a punto de ofrecer su vasallaje al rey de Castilla.

    Así sucedía y así quedaba escrito. Una copia de un diploma regio lo advertía:
    «Facta carta in Conca, quando fui capta.»

    Cuenca era la primera conquista del rey Alfonso VIII cuando aún no había cumplido los veintidós años. Después de nueve meses de asedio se le entregó la plaza y con ella, «la fortaleza de Cuenca y sus torres se le sometieron. Sus roquedales se hicieron accesibles y su escabrosidad llanura. La consiguió tras muchos trabajos y la convirtió en ciudad regia.»

    Alfonso VIII hizo de su nueva conquista la capital y plaza fuerte avanzada de la frontera castellana con el reino de Aragón y con las tierras almohades de Valencia; dotó a Cuenca de concejo y trató de darle todo lo necesario para el buen gobierno.

    No se conocen las capitulaciones con que se rindió Cuenca, pero según los cronistas del momento, debieron de ser las mismas que con las que se rindió Toledo. De una u otra manera, el texto estaría redactado de esta manera:

    «Mando que se aseguren las vidas y haciendas a los moradores muzlimes y judíos en quieta y pacífica posesión; que no arruinaría las mezquitas ni estorbaría el uso y ejercicio público de su religión; que tendrían sus cadíes que juzgasen sus pleitos y sus causas conforme a sus leyes, y que serían libres en permanecer o en retirarse a otra parte que quisieran.»

     

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  • Alfonso VII de León y Castilla

    Alfonso VII de León y Castilla

    Alfonso VII de León, llamado «el Emperador» (Caldas de Reyes, 1 de marzo de 1105–Santa Elena,​ 21 de agosto de 1157), fue rey de León entre 1126 y 1157. Hijo de la reina Urraca I de León y del conde Raimundo de Borgoña, fue el primer rey leonés miembro de la Casa de Borgoña, que se extinguió en la línea legítima con la muerte de Pedro I en 1369, quien fue sucedido por su hermano de padre Enrique, primer rey Trastámara.

    Retomando la vieja idea imperial de Alfonso III y Alfonso VI, el 26 de mayo de 1135 fue coronado Imperator totius Hispaniae (Emperador de toda España) en la Catedral de León,​ recibiendo homenaje, entre otros, de su cuñado Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona.

    Origen y familia

    Alfonso era el segundo hijo de Urraca, hija de Alfonso VI de León, y de su primer esposo, Raimundo de Borgoña.​ Nació el 1 de marzo de 1105, apenas dos años antes de la muerte de su padre en septiembre del 1107. Tenía una hermana mayor, Sancha, que había nacido antes del 1095.

    Conflictos en Galicia

    Tras la muerte del padre de Alfonso, Raimundo de Borgoña en 1107, y de su abuelo Alfonso VI en 1109, su madre Urraca contrajo un nuevo matrimonio para poder acceder a los tronos del Reino de León y del Reino de Castilla.​ El elegido por Alfonso VI resultó ser el rey aragonés Alfonso I el Batallador y provocó el rechazo de amplios sectores de la nobleza.

    Entre los contrarios a este enlace matrimonial se destacaron los nobles gallegos, debido a la pérdida del entonces infante de cinco años Alfonso Raimúndez de los derechos al trono del Reino de León y Castilla tras el pacto matrimonial firmado entre Urraca y Alfonso I de Aragón, que estipulaba que los derechos de sucesión pasarían al hijo que pudieran tener. La nobleza gallega encabezada por el obispo de Santiago de Compostela, Diego Gelmírez, y el tutor del infante, Pedro Froilaz, el conde de Traba, se rebelaron y el ayo del joven príncipe proclamó a Alfonso Raimúndez con siete años de edad rey de Galicia el 17 de septiembre de 1111,​ lo que obligó a Alfonso el Batallador a intervenir para restablecer el orden. Es discutido el sentido de esta proclamación, sin que pueda dilucidarse si se pretendía con ello establecer un reino independiente o no; es más probable que simplemente se tratara de otorgar la categoría de correinante a Alfonso Raimúndez con un grado igual al de su madre.​ La inhábil política de Gelmírez al no facilitar la sumisión de Portugal, cerró el camino para el triunfo de la revuelta, que obtuvo apoyo entre la nobleza gallega, pero que también generó opositores entre los sectores partidarios de Alfonso el Batallador, como ocurrió en Lugo.​ El Batallador actuó en Galicia, pues estaba incorporada de derecho a su reino por las capitulaciones matrimoniales, que establecían que el hijo de Alfonso y Urraca podría reinar en la mayoría de los territorios de la España cristiana: Aragón, Pamplona, León y Castilla; a excepción solo del condado de Barcelona y otros condados pirenaicos, como el de Urgel, entre otros, que eran feudatarios del rey de Francia, no pasando a serlo del Reino de Aragón hasta la firma del Tratado de Corbeil en 1258.

    Alfonso I, finalmente, se dirigió contra los partidarios de Alfonso Raimúndez derrotándolos en Villadangos en octubre o noviembre de 1111 con la ayuda del conde de Portugal, Enrique de Borgoña, tío de Alfonso VII.​ Con esta victoria el Batallador desbarató el intento político del obispo de Santiago de Compostela y sus partidarios, capturó​ a Pedro Froilaz (que sería liberado poco después) y debilitó a sus oponentes. Sin embargo, Gelmírez y Alfonso Raimúndez consiguieron huir.​ La actitud de Urraca I en todo el conflicto es discutida, mientras que la Historia compostelana (que es una fuente parcial, pues se trata de una biografía dedicada a exaltar la política del obispo Gelmírez) señala que Urraca estuvo de acuerdo con la coronación de Alfonso Raimúndez (pese a que ello hubiera supuesto aceptar una corregencia dirigida por Gelmírez y sus colaboradores), existe un documento que manifiesta que el 2 de septiembre de 1111 (solo quince días antes del acto de la proclamación de su hijo como «rey de Galicia») Urraca firmaba en Burgos junto con su esposo Alfonso el Batallador una donación a favor del monasterio de Oña, y en octubre lo hacía del mismo modo en otra suscrita en Briviesca. Ambos documentos fueron redactados por el canónigo de Santiago de Compostela, cuyo cargo lo hace cercano al obispo, por lo que el juego de alianzas políticas dista de ser sencillo.

    Señor al sur del Duero

    En 1116 Urraca hizo una jugada maestra para debilitar tanto al rey aragonés como a sus opositores leoneses: cedió el gobierno de los territorios al sur del Duero, dominados en esencial por el Batallador, a su hijo.​ Alfonso marcharía a Toledo, donde quedaría bajo la tutela del fiel arzobispo Bernardo, se alejaría de sus problemáticos partidarios gallegos y disputaría la región al monarca aragonés. A finales de noviembre de ese año, Alfonso ya se hallaba al sur del Duero.​ El 16 de noviembre de 1117, entró en Toledo; la ciudad dejó de estar dominada por el Batallador y la zona volvió a someterse fundamentalmente a Urraca. El joven Alfonso, por su parte, comenzó a emplear el título de emperador.

    El 25 de mayo del 1124 se encontraba en Santiago de Compostela, donde el obispo Gelmírez le armó caballero, ceremonia mediante la cual alcanzó la mayoría de edad. Aunque su madre no estuvo presente, parece que el acto contó con su anuencia.

    Cuando su madre falleció el 8 de marzo del 1126 en Saldaña, Alfonso se encontraba en el cercano Sahagún. Al día siguiente, marchó a León para recibir la sumisión de la nobleza, el clero y el pueblo. Salvo en el caso del castillo leonés, que hubo de tomarse al asalto, el reconocimiento de la autoridad de Alfonso fue general y rápido.

    Rey de León y Castilla

    El 10 de marzo de 1126, tras la muerte de su madre, Alfonso VII fue coronado rey de León en la catedral de León y de inmediato emprendió la reclamación del Reino de Castilla, en el que su padrastro, Alfonso I de Aragón, contaba con importantes guarniciones militares que le aseguraban su dominio. Entre estas destacan Burgos y Carrión de los Condes, cuya población se decanta por el nuevo rey y en 1127 entregan las plazas a Alfonso VII.

    Alfonso el Batallador reacciona y se dirige contra Alfonso VII al frente de un numeroso ejército. Ambos se encuentran en el valle de Támara. Sin embargo no se produce un enfrentamiento entre los ejércitos debido a que los dos monarcas tienen situaciones más graves a las que hacer frente: Alfonso VII debe atender las veleidades territoriales de su tía Teresa de León y Alfonso I a las amenazas de los almorávides. Se llega entonces a un acuerdo que se plasma en un pacto conocido como las Paces de Támara, en el que se establecen las fronteras entre el reino leonés y el aragonés, volviendo a los límites fijados por Sancho III el Mayor, y se zanjan las disputas entre ambos firmatarios renunciando el monarca aragonés al título de emperador, que había utilizado entre 1109–1114 tras su matrimonio con Urraca I de León. Este matrimonio se había anulado al considerarse que no fue consumado, por lo que fue necesario esperar tres siglos para ver realizada la unión de los reinos hispánicos, aunque ya sin Portugal, en las figuras de los Reyes Católicos.

    Tras el pacto alcanzado con el rey de Aragón, Alfonso VII se dirige hacia Galicia desde donde se interna en el Condado Portucalense, que rige su tía Teresa, y tras arrasarlo vuelve a León para casarse con Berenguela, hija de Ramón Berenguer III en 1128.

    Ese mismo año logra que su tía Teresa de León reconociera su soberanía, aunque dicho reconocimiento sería efímero porque el 24 de junio Teresa se ve obligada a huir a Galicia cuando su hijo, Alfonso Enríquez, la derrota en la batalla de San Mamede, que será el origen de la futura independencia del reino portugués.

    En 1130 depone a los obispos de León, Salamanca y Oviedo que se habían mostrado opuestos a su matrimonio con Berenguela. Esto provoca el rechazo de parte de la nobleza encabezada por Pedro González de Lara, Beltrán de Risnel y Pedro Díaz de Aller que se rebelan contra el monarca y toman Palencia. Alfonso VII acude a la ciudad y restablece el orden apresando a los cabecillas.

    Aspiraciones territoriales

    Tras la muerte sin descendencia del rey de aragoneses y pamploneses Alfonso I el Batallador (1134), Alfonso VII reclamó el trono de su padrastro alegando para ello ser tataranieto de Sancho III el Mayor. La candidatura de Alfonso no fue aceptada, ni por los nobles aragoneses, que nombraron rey de Aragón al hermano de Alfonso I, Ramiro II el Monje, ni por los nobles pamploneses que eligieron como rey de Pamplona a García Ramírez.

    A pesar de ello Alfonso ocupa La Rioja y Zaragoza, ciudad que entregaría al recién nombrado rey aragonés a cambio de su juramento de vasallaje.

    Posteriormente, apoyado por nobles del norte de los Pirineos, controló amplios territorios del sur de Francia, llegando hasta el río Ródano, lo que le valió para retomar la vieja idea imperial de Alfonso III y, el 26 de mayo de 1135, se hace coronar, en la Catedral de León, Imperator totius Hispaniae (Emperador de toda España) por el obispo Arriano ante Guido de Vico, legado del papa Inocencio II. En dicha ceremonia recibirá el homenaje, entre otros, de su cuñado Ramón IV, conde de Barcelona, de su primo el rey García Ramírez de Pamplona, del conde Alfonso Jordán de Tolosa y otros señores y embajadores de Gascuña y del Mediodía francés, como el conde de Cominges,​ el conde de Foix y el señor de Montpellier, de Ermengol VI de Urgel, y de representantes de varios de los principales linajes musulmanes, como el caudillo ismaelita Sayf al-Dawla más conocido como Zafadola. No asisten su también primo Alfonso Enríquez ni el rey aragonés Ramiro II de Aragón con el que se encuentra enemistado por la ocupación de Zaragoza.

    La enemistad con el monarca aragonés se resuelve en 1136 cuando Alfonso VII desposee del señorío zaragozano al rey navarro y se lo ofrece a Ramiro II el Monje en el pacto por el que llegan tras acordar la boda de sus hijos Petronila y Sancho, aunque finalmente el matrimonio no se celebrará ya que Petronila se casa con el conde barcelonés Ramón Berenguer IV, lo que va a suponer la unión entre el condado de Barcelona y el reino de Aragón.

    Asegurado el flanco aragonés de su reino Alfonso centra su mirada en la reconquista de las tierras en manos de los musulmanes.

    Reconquista

    Desde 1138 Alfonso VII centra su atención en el sur peninsular ocupado por los almorávides y los almohades. Para ello intervino activamente en los enfrentamientos entre las dos dinastías bereberes y llevó a cabo expediciones y ataques de saqueo incitando a las poblaciones a sublevarse contra ellos, para lo cual contó con la ayuda de dos caudillos hispanomusulmanes: el ya citado Zafadola e Ibn Mardanish conocido como «el rey Lobo».

    En 1139 tomó la fortaleza de Oreja desde la que se amenazaba Toledo,​ en 1142 se hace con Coria,​ en 1144 con Jaén y Córdoba, aunque esta última volverá a caer ese mismo año en manos musulmanas.

    En 1146 se produce una invasión almohade que tras desembarcar en Algeciras se hace con importantes territorios, por lo que Alfonso VII se ve obligado a pactar con el caudillo almorávide Ibn Ganiya para organizar la resistencia. Se entrevista con Ramón Berenguer IV y con García Ramírez y acuerdan la conquista de Almería en poder de los almohades. Para ello cuentan además con el apoyo de la flota genovesa y con cruzados franceses que responden al llamamiento que ha realizado el papa Eugenio III. Almería es tomada en octubre de 1147.

    En 1150 falleció el monarca pamplonés García Ramírez y Alfonso VII firma, el 27 de enero de 1151, con Ramón Berenguer IV, princeps de Aragón, el Tratado de Tudilén, un acuerdo por el que ambos acuerdan repartirse el reino de Pamplona y se reconoce a Ramón Berenguer IV el derecho de conquista sobre Valencia, Denia y Murcia.

    En 1157, los almohades recuperaron el control de la ciudad de Almería y Alfonso VII parte para intentar reconquistarla. Fracasa en el intento y cuando regresaba a León, muere el 21 de agosto. Su hijo Fernando le sucedió en el trono de León mientras que su otro hijo Sancho ocupó el trono de Castilla.

    Lugar de fallecimiento

    El lugar exacto del fallecimiento de Alfonso VII está en duda, aunque existe constancia histórica de que acaeció en el paraje de «La Fresneda»​ a su regreso del sitio de Almería, el 21 de agosto de 1157. Así se puede leer en la versión que ofrece la Crónica de Castilla escrita hacia el año 1300:

    […] E tornóse el emperador para Baeça con grande onrra e dexó ý a su fijo, el ynfante don Sancho, por guarda de su tierra. E passó el puerto del Muradal e llegó a vn lugar que llaman las Feynedas. E ferióle ý el mal de la muerte, e morió ý so vna enzina. E leuáronlo a Toledo e enterráronlo aý muy honrradamente […]

    En coherencia con este texto, la tradición sostiene que se corresponde con el actual paraje conocido como «Fuente del Emperador» situado en el municipio de El Viso del Marqués (hasta el S.XVI, «Viso del Puerto», provincia de Ciudad Real) en cuyo extenso término municipal se halla el Puerto Muradal que nombran las crónicas y que ya había traspasado el rey antes de morir (antesala de Sierra Morena desde La Mancha y principal paso natural hacia el desfiladero de Despeñaperros, pero no parte integrante de este). Las aguas y torrentes de esta localidad confluyen en el río llamado Fresnedas (cabecera del Jándula en la vertiente Norte de Sierra Morena).

    Escritores posteriores renacentistas introdujeron elementos nuevos que modifican la historia. El talaverano Juan de Mariana en su Historia General de Castilla (1601) refiere que el emperador cae enfermo en el «bosque de Cazlona» (que se ha querido identificar con Cástulo), aunque no dice en absoluto que muriese allí. Sin embargo, esta referencia topográfica hacia la Alta Andalucía es aprovechada por el jienense Martín Ximena Jurado para redactar motu proprio en sus «Anales del municipio Albense Urgavonense o villa de Arjona» (1643) que la localización de la muerte tuvo lugar «en el término de Baeza (adonde bolviéndose con su ejército […]) le asaltó la muerte» en un paraje que se quiere hacer corresponder con el actual de «La Aliseda» en Santa Elena. Estas circunstancias (que reubican el emplazamiento decenas de leguas hacia el sur y nos hablan de un retroceso no justificado de las tropas alfonsinas) no están recogidas en la revisiones de los más importantes historiadores de la actualidad: no figuran en «Noticias y documentos para la historia de Baeza» (2007) de Fernando de Cózar Martínez, ni tampoco aparecen en ninguno de los ensayos acerca de Baeza de José Rodríguez Molina.

    Sepultura

    Después de su defunción en agosto de 1157, el cadáver de Alfonso VII el Emperador fue conducido a la ciudad de Toledo, donde recibió sepultura en la Catedral de la ciudad, siendo el primer soberano leonés en ser inhumado allí.

    Los restos mortales del rey fueron depositados en un sepulcro, que probablemente sería colocado en el presbiterio de la primitiva catedral toledana. Décadas más tarde, el rey Sancho IV de Castilla ordenó edificar en el interior de la Catedral de Toledo la Capilla de la Santa Cruz, a la que el 21 de noviembre de 1289 fueron trasladados los restos de los reyes Alfonso VII el Emperador, Sancho III de Castilla y Sancho II de Portugal, que se encontraban sepultados en la capilla del Espíritu Santo de la catedral.​ Posteriormente, en 1295, Sancho IV el Bravo fue sepultado en la Catedral de Toledo, en un sepulcro colocado junto al que contenía los restos de Alfonso VII.

    A finales del siglo XV, el cardenal Cisneros ordenó edificar la actual capilla mayor de la Catedral de Toledo, en el lugar que ocupaba la capilla de Santa Cruz. Una vez obtenido el consentimiento de los Reyes Católicos, la capilla de Santa Cruz fue demolida y, los restos de los reyes allí sepultados, fueron trasladados a los sepulcros que el Cardenal Cisneros ordenó labrar al escultor Diego Copín de Holanda, y que fueron colocados en el nuevo presbiterio de la catedral toledana. Debido a la nueva colocación de los mausoleos reales, Alfonso VII compartió mausoleo, en el lado del Evangelio del presbiterio, con el infante Pedro de Aguilar, hijo ilegítimo de Alfonso XI de Castilla, cuya estatua yacente aparece colocada por encima de la que representa a Alfonso VII el Emperador.

    La estatua yacente representa a Alfonso VII con barba, ceñida la frente con corona real y descansando la cabeza sobre dos almohadones recamados. El monarca aparece vestido con una túnica de amplios pliegues y cubierto por un manto real. Las manos aparecen cruzadas sobre el regazo y sus pies, que calzan chapines, se apoyan sobre una figura de león. La caja del sepulcro presenta dos escenas simétricas entre columnas, en las que se representan sendos ángeles afrontados sujetando entre sus manos el escudo de Castilla y el de León.

    Matrimonios y descendencia

    Entre finales de 1127 y principios de 1128​ contrajo matrimonio, en el Castillo de Saldaña, con Berenguela de Barcelona, hija del conde Ramón Berenguer III. Fruto del primer matrimonio del rey nacieron los siguientes hijos:

    • Ramón de Castilla, vivía en 1136 y falleció en la infancia.
    • Sancho III de Castilla (1133-1158). Sucedió a su padre como rey de Castilla.
    • Fernando II de León (1137–1188). Sucedió a su padre como rey de León.
    • Constanza de Castilla​ (ca. 1136/1141–1160). Contrajo matrimonio en 1154 con el rey Luis VII de Francia.
    • Sancha de Castilla (1137–1179), contrajo matrimonio con el rey Sancho VI el Sabio, rey de Navarra.
    • García de Castilla (1142–1146).
    • Alfonso de Castilla (1144/1146–c. 1149]). Fue sepultado en el monasterio de San Clemente en Toledo.

    Volvió a casarse en la ciudad de Soria​ en 1152​ con Riquilda de Polonia, hija del duque Vladislao II el Desterrado. Tuvieron dos hijos:

    • Fernando de Castilla (1153-1157), muerto a los cuatro años
    • Sancha de Castilla ​ (1154–1208). Contrajo matrimonio en la ciudad de Zaragoza en 1174 con Alfonso II de Aragón.

    De su relación extramatrimonial con Gontrodo Pérez​ nació:

    • Urraca Alfonso la Asturiana​ (1133–1189). Contrajo matrimonio en 1144 con el rey García Ramírez de Pamplona. 

    De su relación extramatrimonial con Urraca Fernández de Castro,​ hija de Fernando García de Hita y de Estefanía Armengol y viuda del conde Rodrigo Martínez, fue padre de:

    • Estefanía Alfonso la Desdichada, nacida entre 1139 y 1148 y fallecida en 1180. Contrajo matrimonio con Fernando Rodríguez de Castro el Castellano, quien la asesinó en 1180, hecho que inspiró la tragicomedia titulada La desdichada Estefanía, escrita por Félix Lope de Vega y Carpio en 1604.
  • La batalla de la Morcuera

    La batalla de la Morcuera

    La batalla de la Morcuera fue una batalla librada en el desfiladero de la Hoz de la Morcuera, situado entre Foncea y Bugedo, muy cerca de la ciudad de Miranda de Ebro, el día 9 de agosto del año 865, entre las tropas cristianas de Ordoño I Asturias y su hermanastro, Rodrigo, primer Conde de Castilla y los musulmanes de Mohamed I de Córdoba saldándose con la derrota para las tropas cristianas retrasando así el avance de la Reconquista.

    Contienda

    En el año 865, Mohamed I atacó el Reino de Asturias durante el reinado de Ordoño I por el desfiladero de la Hoz de la Morcuera, defendido por el conde castellano Rodrigo. El ejército cordobés sorprendió al ejército leonés en el valle de Miranda de Ebro llegando hasta Salinas de Añana. Tras saquear la zona Rodrigo de Castilla intentó cortar la retirada musulmana en Pancorbo, pero los cordobeses se percataron de la estrategia y escaparon por la cuenca del río Oja.

    Esta derrota de los cristianos supuso un freno en la repoblación de la Meseta Central, tarea que tendrá que proseguir su hijo Alfonso III, quien se enfrentará además con un sector de la nobleza asturiana cuyas ambiciones de poder no se habían apagado. Mohamed I aprovechó la debilidad de los cristianos por haber perdido las fortalezas de Cerezo Río Tirón, Ibrillos y Grañón para enviar nuevas acometidas en el año 866 y 867.

    El historiador musulmán Ibn Idari cuenta en su libro al-Bayan al-Mughrib la historia de la siguiente manera:

    En el año de 251 [en era cristiana: 2 de febrero 865] se hizo una nueva campaña contra Álava. He aquí el relato de la derrota del Markawiz ¡Alá le confunda! Abd al-Rahman ibn Muhammad comenzó por avanzar hasta el Duero, donde organizó las tropas que vinieron a unírsele desde todas partes; de allí llevó su campo al desfiladero de (Río) Paradiso, se apoderó de los cuatro fuertes que la defendían, tomó cuanto contenían y los arrasó; después marchó de una parte a otra en todas direcciones, no dejó en pie ninguna localidad ni habitación alguna, lo destruyó y lo quemó todo. Gracias a este método (de arrasamiento intensivo) sistemáticamente seguido, no permaneció intacto uno solo de los castillos pertenecientes a Rodrigo, príncipe de Al-Qila (los castillos o Castilla); a Ordoño, príncipe de Tuqa (Oca); a Gundisalbo, príncipe de Burcha (¿Burgos?), y a Gómez, príncipe de Mesaneka (?). Abd al-Rahman se dirigió en seguida contra Al-Mallaha (Salinas de Añana), que era uno de los más grandes distritos que dependían de Rodrigo; arrasó todos los alrededores e hizo desaparecer hasta las huellas (de la capital).Tras obtener semejantes éxitos pensó en salir (del país) por el desfiladero de Al-Markawiz (La Morcuera). Se había apartado (de Al-Mallaha) para acampar cuando Rodrigo, avanzando a la cabeza de sus tropas y de las levas que había reunido, instaló su campo cerca del foso vecino del Markawiz, foso cuyos accesos, desde hacía años, se había cuidado de hacer más difíciles mediante trabajos ejecutados por medio de corveas; separado de la montaña y provisto de un talud elevado, era infranqueable. Abd al-Rahman instaló su campo sobre el Ebro y el general Abd al-Malik situó sus tropas en orden de batalla, mientras que los cristianos tomaban igualmente sus disposiciones y colocaban tropas en emboscada en los dos flancos del desfiladero. Los musulmanes atacaron a los cristianos de frente y comenzó un combate encarnizado; pero los nuestros se batieron de tal suerte que sus enemigos, descubriendo el foso, se retiraron sobre una colina vecina. Entonces Alb al-Rahman hizo instalar su tienda y dio órdenes a los soldados de hacer otro tanto y de establecer campamento. Después los nuestros volvieron a atacar vigorosamente a los cristianos. Alá les golpeó en el rostro y nos entregó sus espaldas de modo que se hizo de ellos una horrible matanza y que gran cantidad de prisioneros quedaron en nuestras manos. El resto huyó, sin detenerse, hacia la región de Al-Ahrum (Haro) y debió arrojarse al Ebro sin poder encontrar un paso vadeable, por lo que muchos se ahogaron. La matanza duró desde la aurora del jueves 12 Rachab [9 de agosto 865] hasta mediodía, y nuestras tropas, gracias a la ayuda divina, salieron sanas y salvas del combate. Después de comenzada la matanza, algunas bandas lograron refugiarse en lugares abruptos y en las espesuras; pero no escaparon tampoco a la persecución y la muerte. El foso fue destruido y llenado, de suerte que los musulmanes pudieron atravesarlo sin peligro y cómodamente. Alá concedió a los musulmanes un insigne favor al permitirles obtener esta brillante e importante victoria; ¡alabado sea el Señor de los mundos! Después de la batalla se reunieron veinte mil cuatrocientos setenta y dos cabezas.

     

  • Los Alumbrados, la secta mística Castellana

    Los Alumbrados, la secta mística Castellana

    Los alumbrados fueron un movimiento religioso en la Corona de Castilla del siglo XVI en forma de secta mística, que fue perseguida por considerarse herética y relacionada con el protestantismo. Tuvo su origen en pequeñas ciudades del centro de Castilla alrededor de 1511, si bien adquiere carta de naturaleza a partir del Edicto de Toledo de 1525, promulgado por el inquisidor general, el erasmista Alonso Manrique.

    Los alumbrados pueden englobarse dentro de una corriente mística similar desarrollada en Europa en los siglos XVI y XVII, denominada iluminismo que no debe ser confundida con la secta de los iluministas bávaros (o illuminati), ni, evidentemente, con la Ilustración. Es muy habitual utilizar el nombre de iluminista como sinónimo de alumbrado. También se utilizó en la época el nombre de dejado.

    Los franciscanos abogaban por un método místico llamado «recogimiento» –la unión del alma con Dios- y los que lo practicaban «recogidos». Su versión más radical, que fue condenada por los propios franciscanos, resaltaba la unión pasiva del alma con Dios, método que era conocido con el nombre de «dejamiento» y a sus seguidores como «dejados» o «alumbrados». Algunos nobles protegieron a estos grupos que buscaban una religión interior más auténtica. Destacaron el que estuvo bajo el mecenazgo del duque del Infantado en su palacio de Guadalajara y el de Escalona, protegido por el marqués de Villena.

    Según Joseph Pérez, los alumbrados o iluministas, «preconizan un abandono sin control a la inspiración divina y una interpretación libre de los textos evangélicos. Los alumbrados afirman que actúan movidos únicamente por el amor de Dios y que de él procede su inspiración; carecen de voluntad propia: es Dios el que dicta su conducta; de ello se sigue que no pueden pecar. Los alumbrados rechazan la autoridad de la Iglesia, su jerarquía y sus dogmas, así como las formas de piedad tradicional que consideran ataduras: prácticas religiosas (devociones, obras de misericordia y de caridad), sacramentos…».

    Los alumbrados se reunían en conventículos en pequeñas localidades del centro de Castilla, como Pastrana o Escalona, leían e interpretaban personalmente la Biblia y preferían la oración mental a la vocal, como hicieron posteriormente los quietistas. Los alumbrados creían en el contacto directo con Dios a través del Espíritu Santo mediante visiones y experiencias místicas. Por eso algunos místicos como Teresa de Ávila fueron inicialmente sospechosos de pertenecer a los alumbrados.

    Pedro Ruiz de Alcaraz, Isabel de la Cruz y Bedoya formaron el núcleo de Escalona de 1511, que algunos han considerado como un precedente del pensamiento de Juan de Valdés al proclamar el “amor de Dios” no como idea mística, sino como certeza absoluta de que Dios guía a la mente humana para poder leer la Escrituras con entera libertad.

    La Inquisición sospechó que había elementos heréticos en la doctrina de los alumbrados e inició una investigación que llevó a la detención de sus principales cabecillas –la beata Isabel de la Cruz y Pedro Ruiz de Alcaraz del grupo de Guadalajara fueron encarcelados en abril de 1524 y sentenciados en un auto de fe de julio de 1529- y a la promulgación por el inquisidor general, el erasmista Alonso Manrique, de un «edicto sobre alumbrados» en septiembre de 1525, que incluía una lista de 48 proposiciones consideradas heréticas. En 1529 fue detenida la beata Francisca Fernández, líder del grupo de alumbrados de Valladolid, y poco después uno de sus principales seguidores, el predicador franciscano Francisco de Ortiz. La beata incriminó a partidarios suyos acusándolos de «luteranos». Este fue el caso de Bernardino Tovar, hermano del erasmista Juan de Vergara, y de María de Cazalla, que fue torturada bajo la acusación de luteranismo y de iluminismo. Otro de los denunciados por la beata Francisca Hernández por «luteranismo» fue el impresor de la Universidad de Alcalá, Miguel de Eguía, pero fue absuelto en 1533 tras pasar más de dos años en la cárcel de la Inquisición en Valladolid, y Juan del Castillo.​ María de Cazalla en su defensa alegó que en Guadalajara alumbrada se aplicaba a toda persona recogida y devota.

    En este fragmento de la acusación inquisitorial contra el grupo de Escalona se les compara con otras herejías medievales, como los husitas, y se manifiestan sus doctrinas:

    se resucitan eregias porque aquel ynterior dexamiento aquella suspensión occiosa de pensamiento aquel no hazer mas de dexarse a que Dios obre y no ellos error fue de Ioannes hus y de Ioannes flirseso por Leuterio seguido que niegan el libre alvedrio para obrar puniendo la perfeezion en padezer y aquella perfeczion falsa que dogmatizan… de los bigardos y biguinos emano pues propone con ellos que los perfectos no son obligados a ayunar, a orar, ni a humana obediencia subjetos, ni a preceptos de yglesia obligados porque ubi pus dñi ibi libertas (ubi opus domini ibi libertas) y a la adoración y herimiento de pechos que niegan claro es se de los mismos y si el zelo del santo officio no lo ataja es cierto llegara a yntroducir la abominable caridad que almerico y fray alonso de meya dogmatizaron. Lo tercero es sy bien es el cevo del anzuelo en los hereticos mayor cevo es el mayor bien todos los ereges antepasados pretendían la evangelica verdad o bondad y esto el que mas lo pretendía el Leuterio perfido que pretende evangelica libertad…

    El informe del prior de los dominicos de Lucena a la Inquisiclón de Córdoba, en 1585, recoge la pretensión de los alumbrados de comulgar sin confesar, porque creían que gente justificada y confirmada en el bien no pueden ya pecar.

    Hernando Álvarez y Cristóbal Chamizo fueron unos clérigos de Llerena acusados de extender por Extremadura a finales del XVI y principios del XVII unas extravagantes prácticas y opiniones teológicas, que se consideraron equivalentes a las de los alumbrados por la Inquisición:

    Al menosprecio de los preceptos divinos y a la profanación de los lugares más sagrados, unían una disolución carnal inconcebible, y las penitencias que en el confesionario propinaban, eran ayuntamientos sexuales de las confesadas con ellos mismos, enseñándoles que el Mesías había de nacer del comercio de una doncella con alguno de los confesores alumbrados.
    Un caso similar sucedió entre finales del siglo XVII y principios del XVIII en Tenerife (Islas Canarias). Se trata del caso de Sor María Justa de Jesús, monja franciscana que fue acusada de practicar doctrinas molinosistas (doctrina religiosa cristiana que enseñaba la pasividad en la vida espiritual y mística). Esta religiosa fue famosa en su época porque presuntamente era capaz de sanar enfermos traspasando a su persona los males y enfermedades que les aquejaban, de manera similar a los chamanes en otras culturas. Fue investigada por la Santa Inquisición según los legajos de la época, siendo acusada de farsante e incluso, bruja.​ También se la acusó de mantener una relación inapropiada con su confesor.​ Sin embargo tuvo muchos defensores y la Orden Franciscana en Canarias le abrió un proceso de canonización envuelto en la polémica que tuvo que ser paralizado.
  • María Pacheco

    María Pacheco

    María López de Mendoza y Pacheco (La Alhambra, Granada, c. 1496-Oporto, marzo de 1531), más conocida como María Pacheco, fue una noble castellana, esposa del general comunero Juan de Padilla. Tras la muerte de su marido, asumió desde Toledo el mando de la sublevación de las Comunidades de Castilla hasta que capituló ante el rey Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico en febrero de 1522.

    Infancia

    Hija de Íñigo López de Mendoza y Quiñones, I marqués de Mondéjar y II conde de Tendilla,​ conocido como el Gran Tendilla y de Francisca Pacheco, hija de Juan Pacheco, I marqués de Villena. Nació en Granada donde su padre fue nombrado por los Reyes Católicos alcalde perpetuo de la Alhambra,​ en el palacio del sultán Yusuf III.

    Tuvo ocho hermanos, entre ellos Luis Hurtado de Mendoza y Pacheco, II marqués de Mondejar; Francisco de Mendoza, obispo de Jaén; Antonio de Mendoza y Pacheco, virrey en las Indias, y Diego Hurtado de Mendoza, embajador y poeta.

    María adoptó el apellido materno para diferenciarse de otras dos hermanas, que se apellidaban Mendoza, con las que compartía el nombre. Se desconoce la fecha de su nacimiento, aunque hay documentación donde se declara que en la fecha de su boda en Granada, con Juan de Padilla, el 18 de agosto de 1511, tenía quince años.​

    Educada junto con otros de sus hermanos en el ambiente renacentista de la pequeña corte del Gran Tendilla, María era una mujer culta, con conocimientos de latín, griego, matemáticas, letras e historia. De niña presenció en 1500 los acontecimientos de la primera sublevación morisca desde su casa en el Albaicín.

    Casamiento

    Con catorce años de edad . el 10 de noviembre de 1510, se acuerdaron sus esponsales con Juan de Padilla, caballero toledano de rango inferior al de los Mondéjar.1​ En los escritos de la época, ella aparece como Doña María Pacheco, mientras que su marido recibe el trato de Juan de Padilla. En dicho acuerdo se le obligó a renunciar a sus derechos de herencia paterna a cambio de una dote de cuatro millones y medio de maravedíes.​

    En 1511 se celebró el matrimonio y en 1516 nació su único hijo, Pedro, que murió niño. Ese año falleció también el rey Fernando el Católico y fue nombrado rey de Castilla y Aragón el futuro emperador Carlos I.

    Guerra de las Comunidades de Castilla

    Al suceder Juan de Padilla a su padre en el cargo de capitán de gentes de armas, el matrimonio se trasladó a Toledo en 1518.1​ María Pacheco apoyó y quizá instigó a su no pacífico marido para que, en abril de 1520, tomase parte activa en el levantamiento de las Comunidades en Toledo. A continuación, Juan de Padilla acudió con las milicias toledanas más las madrileñas de Juan de Zapata en auxilio de Segovia para, junto a las milicias mandadas por Juan Bravo, regidor de Segovia, combatir las fuerzas realistas de Rodrigo Ronquillo. El 29 de julio de 1520 se constituyó en Ávila la Santa Junta y Padilla fue nombrado capitán general de las tropas comuneras.

    Sin embargo, las rivalidades entre los comuneros provocaron su sustitución por Pedro Girón y Velasco, ante lo cual Padilla regresó a Toledo. Cuando Girón desertó en diciembre al bando realista, Padilla volvió a Valladolid con un nuevo ejército toledano (31 de diciembre de 1520). Sus tropas tomaron Ampudia y Torrelobatón. Sin embargo, de nuevo surgieron disensiones dentro del ejército comunero. Todo ello provocó el debilitamiento de los sublevados, que fueron derrotados en una desigual contienda el 23 de abril de 1521, conocida como batalla de Villalar.

    Padilla fue hecho prisionero. Conducido al pueblo de Villalar, fue decapitado al día siguiente. Con él fueron ajusticiados Juan Bravo y Francisco Maldonado.

    Resistencia en Toledo

    En ausencia de Padilla, María gobiernó Toledo hasta la llegada el 29 de marzo de 1521 del obispo de Zamora Antonio de Acuña,​ cuando se vio obligada a compartir el poder con él. Al recibir las malas noticias sobre Villalar, María cayó enferma y se vistió de luto. Sin embargo, en vez de abandonar, María Pacheco va a liderar la última resistencia de las Comunidades en Toledo. Dirige, desde su casa primero y desde el alcázar de la ciudad después, la resistencia a las tropas realistas, estacionando defensores en las puertas de la ciudad y mandando traer la artillería desde Yepes, implantando contribuciones y nombrando capitanes de las tropas comuneras toledanas. Tras rendirse Madrid el 7 de mayo, solo resistía Toledo. Ante ello, el resto de los dirigentes comuneros de la ciudad se inclinan por capitular, pero ella logró evitar la rendición. Incluso el obispo Acuña huyó el 25 de mayo intentando llegar a Francia. Parte de la rivalidad con Acuña se debía a su intención de lograr la mitra toledana, primada de España, que María deseara para su hermano Francisco de Mendoza.​

    María Pacheco llegó a prolongar la resistencia nueve meses después de la batalla de Villalar aunque este hecho se deba, más que a la feroz resistencia, a que el ejército real tuvo que acudir a Navarra para neutralizar el intento de recuperación del Reino por parte de tropas navarras. Para mantener el orden en Toledo, María llegó a apuntar los cañones del Alcázar contra los toledanos. El 6 de octubre requisó, entrando de rodillas en el Sagrario de la catedral de Santa María, la plata que allí se contiene para poder pagar a las tropas.1​

    Mientras tanto las tropas realistas, con diversos combates de abril a agosto, cercaron finalmente Toledo. El 1 de septiembre de 1521 comenzó el bombardeo. El 25 de octubre de 1521 se firmó una tregua favorable para los sitiados, el llamado armisticio de la Sisla, de modo que los comuneros evacuaron el Alcázar, aunque conservando las armas y el control de la ciudad. Esta situación inestable culminó el 3 de febrero de 1522 con un nuevo alzamiento de la ciudad, en el que María Pacheco y sus fieles tomaron el alcázar y liberaron a los comuneros presos. No obstante, la sublevación fue sofocada por las tropas realistas al día siguiente. Gracias a la connivencia de algunos de sus familiares, entre ellos su cuñado, Gutierre López de Padilla, su hermana Maria de Mendoza, condesa consorte de Monteagudo de Mendoza, y su tío, Diego López Pacheco II marqués de Villena, María Pacheco logró huir disfrazada de aldeana de la ciudad en la noche con su hijo de corta edad y se exilió en Portugal.1​

    La huida de doña María se produjo mediante un pacto, que le permitía su fuga con la connivencia de uno de los guardias de la puerta del Cambrón. Con un pequeño séquito que la esperaba junto al Tajo, se dirigió a Escalona, donde su tío el marqués de Villena en Escalona se negó a hospedarla, si bien después su tío Alonso Téllez Girón la acogería en su villa de la Puebla de Montalbán hasta que su sentencia condenatoria la obligó a huir del reino. Mientras se dirigía a Portugal, contratando a diario guías distintos para salir de los caminos principales y evitar la delación, el alcalde toledano Zumel sembró de sal el solar de sus casas, levantando una columna con un letrero inculpatorio hacia María Pacheco y sus cómplices. Más adelante, su cuñado Gutierre, heredero del mayorazgo, conseguiría licencia real para reedificar las casas, pero jamás logró el perdón real para doña María ni permiso para el traslado de los restos de Juan Padilla a Toledo.

    Exilio

    Exceptuada en el perdón general del 1 de octubre de 1522 y condenada a muerte en rebeldía en 1524, María subsiste en Portugal con dificultades. Aunque Juan III de Portugal no responde a las peticiones de expulsión que le llegan desde la corte castellana, María no tiene más remedio que subsistir de la caridad, del arzobispo de Braga primero, y del obispo de Oporto, Pedro Álvarez de Acosta, después, en cuya casa vivió.

    A pesar de los intentos de sus hermanos, Luis Hurtado de Mendoza y Pacheco, II marqués de Mondéjar y III conde de Tendilla, y Diego Hurtado de Mendoza, embajador de Carlos I, María Pacheco no logró el perdón real y vivió en Oporto hasta su muerte en marzo de 1531. Fue enterrada en la catedral de Oporto, ante la negativa de Carlos I a que sus restos se trasladasen a Olmedo, para que descansaran junto a los de Juan de Padilla, su esposo.

    Su hermano menor, el poeta Diego Hurtado de Mendoza, escribió este epitafio:

    Si preguntas mi nombre, fue María,
    Si mi tierra, Granada; mi apellido
    De Pacheco y Mendoza, conocido
    El uno y el otro más que el claro día
    Si mi vida, seguir a mi marido;
    Mi muerte en la opinión que él sostenía
    España te dirá mi cualidad
    Que nunca niega España la verdad.
  • Guerra de sucesión castellana

    Guerra de sucesión castellana

    Se llama guerra de sucesión castellana al conflicto bélico que se produjo de 1475 a 1479 por la sucesión de la Corona de Castilla entre los partidarios de Juana de Trastámara, hija del difunto monarca Enrique IV de Castilla, y los de la reina Isabel I de Castilla, media hermana de este último.

    La guerra tuvo un marcado carácter internacional porque Isabel estaba casada con Fernando, heredero de la Corona de Aragón, mientras que Juana se había casado con el rey Alfonso V de Portugal. Francia también intervino, apoyando a Portugal para evitar que Aragón, su rival en Italia, se uniera a Castilla.

    A pesar de algunos éxitos iniciales para los partidarios de Juana, la escasa agresividad militar de Alfonso V y las consecuencias políticas de la batalla de Toro llevaron a la desintegración del bando juanista entre 1476 y 1477. El matrimonio de Isabel y Fernando fue reconocido en las Cortes de Madrigal (abril-octubre de 1476) y su hija Isabel jurada heredera de la Corona de Castilla.

    A partir de entonces el conflicto consistió esencialmente en una guerra entre Castilla y Portugal, cobrando gran importancia la guerra naval en el océano Atlántico. Las flotas portuguesas se impusieron a las castellanas en la lucha por el acceso a las riquezas de Guinea (oro y esclavos), ​donde se libró la decisiva batalla naval de Guinea.

    La guerra concluyó en 1479 con la firma del Tratado de Alcáçovas, que reconocía a Isabel y Fernando como reyes de Castilla y otorgaba a Portugal la hegemonía en el Atlántico, con la excepción de las islas Canarias. Juana perdió su derecho al trono y tuvo que permanecer en Portugal hasta su muerte.

    Este conflicto ha sido llamado también guerra civil castellana, pero este nombre induce a confusión con otras guerras civiles que afectaron a Castilla en los siglos xiv y xv. Algunos autores hablan de guerra de Portugal, pero este nombre es parcial (claramente denota un punto de vista castellano) y hace olvidar que el bando juanista también podía considerarse castellano legítimamente. Otras veces se ha utilizado el término guerra peninsular, a no confundir con el nombre inglés y portugués de la guerra de la Independencia Española (1808–1814). Por último, algunos autores prefieren la expresión neutra de guerra de 1475-1479.

    Antecedentes

    El problema de la sucesión al trono

    En 1462 nace Juana de Trastámara, la primera y única hija del rey Enrique IV de Castilla, que inmediatamente es nombrada princesa de Asturias. Sin embargo, las presiones de una parte de la nobleza obligan al rey a despojarla del título y nombrar en su lugar heredero a su medio hermano Alfonso en 1464. Desde esta época surge un rumor que afirma que la princesa Juana no es realmente hija del rey Enrique sino de su valido, Beltrán de la Cueva, por lo cual se empieza a llamarla «la Beltraneja».

    En 1465 los nobles, reunidos en Ávila, acuerdan destronar a Enrique y nombran rey a Alfonso (de 12 años entonces) en la denominada «farsa de Ávila». Estalla así una guerra que no terminará hasta 1468, con la muerte de Alfonso. Enrique IV recupera plenamente el poder y el título de heredera pasa a ser disputado entre Juana e Isabel, hermana de Alfonso y segunda en la línea de sucesión.

    Isabel rompe con Enrique IV en 1469, fugándose para casarse con su primo Fernando, heredero de la Corona de Aragón en el palacio de los Vivero de Valladolid el 19 de octubre de 1469. Poco a poco la pareja va ganando apoyos, obteniendo el respaldo del legado papal Rodrigo Borgia en 1472 y el de la poderosa Casa de Mendoza en 1473.

    En 1474 muere Enrique IV y cada una de las dos candidatas al trono son proclamadas reina de Castilla por sus respectivos partidarios.

    Los juanistas, conscientes de su posición de debilidad frente al bando isabelino, proponen al rey de Portugal, Alfonso V, tío de Juana, que se case con ella a pesar de la consanguinidad y se convierta en rey de Castilla. Alfonso acepta, con lo cual la fuerza de los dos bandos queda más equilibrada y se perfila la guerra como único método para resolver el conflicto.

    Alianzas internacionales

    El Reino de Francia y la Corona de Aragón mantenían una antigua rivalidad por el control del Rosellón y, más recientemente, por la hegemonía en Italia. En junio de 1474 las tropas francesas invadieron el Rosellón y los aragoneses tuvieron que replegarse. Fernando intercedió ante su padre Juan II para que no declarase la guerra a Francia, concentrando su atención en los asuntos castellanos. De todas formas, ante la perspectiva de que el heredero del trono aragonés se fuese a convertir también en rey de Castilla, en septiembre de 1475 Luis XI de Francia se puso oficialmente del lado de Juana y de Portugal.

    En ese momento Francia estaba también en guerra con Borgoña. Esto convertía a los borgoñones en aliados teóricos del bando isabelino pero en la práctica siguieron haciendo la guerra por su cuenta, sin coordinar sus acciones con los castellano-aragoneses. También Inglaterra entró brevemente en guerra con Francia al desembarcar su rey Eduardo IV en Calais en junio de 1475 pero, en una rápida respuesta diplomática, Luis XI acordó con Eduardo en agosto la paz de Picquigny. El rey de Inglaterra concedió una tregua de nueve años a cambio de una importante compensación económica y se volvió a su reino.

    Por su parte, el Reino de Navarra vivía una guerra civil intermitente entre beaumonteses y agramonteses, a la que se superponían los intentos de Francia y de Aragón por controlar el reino.

    Por último, el Reino nazarí de Granada se mantuvo neutral. El 17 de noviembre de 1475 el rey Abu al Hasan Alí firmó un tratado de paz con Isabel y Fernando por el que además se ofreció a prestarles ayuda en la región de Córdoba contra los partidarios de Juana.

    Rivalidad entre Castilla y Portugal en el Atlántico

     

    A lo largo del siglo xv, los exploradores, comerciantes y pescadores de Portugal y de Castilla habían ido internándose cada vez más profundamente en el océano Atlántico. La posesión de las islas Canarias fue desde el principio un punto de fricción entre las dos coronas. Más tarde, el control de comercio con los territorios de Guinea y la Mina, muy ricos en oro y esclavos, se convirtió en una disputa aún más importante.

    Durante la primera mitad del siglo Castilla organizó la conquista de algunas de las islas Canarias (Lanzarote, Fuerteventura, Hierro y Gomera) mediante pactos de vasallaje primero con caballeros normandos y luego con nobles castellanos. Portugal mantuvo su oposición a la autoridad castellana en las islas y por su parte fue avanzando en la exploración de Guinea, obteniendo grandes beneficios comerciales.

    A partir de 1452 los papas Nicolás V y su sucesor Calixto III modificaron la anterior política de neutralidad de la Santa Sede y otorgaron una serie de bulas favorables a Portugal, reservando a este país el control del comercio y la autoridad religiosa en una amplia zona hasta toda la Guinea y más allá. No arbitraron la cuestión de las Canarias, cuya conquista por otro lado había quedado relativamente estancada. El rey de Portugal adoptó una política comercial abierta, permitiendo a súbditos extranjeros comerciar en las costas africanas a cambio de los correspondientes impuestos. El único perjudicado era así el rey de Castilla.

    En agosto de 1475, tras el estallido de la guerra, Isabel reclamó que las partes de Africa et Guinea pertenecían a Castilla por derecho e incitó a sus comerciantes a navegar a ellas, iniciando la guerra naval en el Atlántico.

    El conflicto

    Bandos de la guerra en 1475

    A favor de Juana:

    • Portugal.
    • Francia.
    • Una parte de la alta nobleza castellana: el arzobispo de Toledo, la familia Estúñiga, la Casa de Pacheco, el marqués de Cádiz​ y el maestre de la Orden de Calatrava.

    A favor de Isabel:

    • la Corona de Aragón
    • el resto de la nobleza castellana: la muy poderosa Casa de Mendoza, la familia Manrique de Lara, el duque de Medina Sidonia, el ex valido Beltrán de la Cueva, la Orden de Santiago y la Orden de Calatrava excepto su maestre.

    El Ducado de Borgoña y el Reino de Inglaterra estaban en guerra con Francia en 1475 pero no coordinaron sus acciones con los partidarios de Isabel y por ello no se les considera normalmente integrantes del bando isabelino.

    La lucha por el trono (mayo de 1475-septiembre de 1476)

    En marzo de 1475 se produjo una revuelta en la ciudad de Alcaraz contra Diego Pacheco, Marqués de Villena, decidido partidario de Juana. Inmediatamente los rebeldes se pusieron del lado de Isabel, iniciándose así las hostilidades.

    Alfonso V entra en Castilla

    Un ejército portugués entró en el territorio de la Corona de Castilla con Alfonso V al frente el 10 de mayo de 1475 y avanzó hasta Plasencia, donde le esperaba Juana. En esa ciudad fueron proclamados Juana y Alfonso reyes de Castilla y de León el 25 de mayo y se desposaron, quedando la boda pendiente de una dispensa papal que obtuvieron unos meses más tarde. De allí marcharon a Arévalo, con intención de dirigirse a Burgos. Tanto el castillo de Burgos como las ciudades de Plasencia y de Arévalo estaban controlados por los Estúñiga (o Zúñiga), partidarios de Juana, aunque la ciudad de Burgos en sí era isabelina. Desde allí Alfonso esperaba poder enlazar con las tropas que enviase su aliado Luis XI de Francia.

    Sin embargo, Alfonso encontró en Castilla menos apoyos de los esperados y cambió de planes, prefiriendo dedicarse a consolidar el control de la zona más cercana a Portugal, en particular Toro, ciudad que le acogió favorablemente aunque la guarnición del castillo se proclamó fiel a Isabel. También aceptaron al rey portugués Zamora y otras villas leonesas del bajo Duero. En la Mancha, el maestre de la Orden de Calatrava, juanista, conquistó Ciudad Real, pero rápidamente el clavero de la misma orden y el maestre de la orden de Santiago recuperaron la ciudad para el bando isabelino.

    Fernando concentró un gran ejército en Tordesillas y el 15 de julio ordenó ponerse en marcha, buscando el encuentro con Alfonso. Cuatro días después llegó a Toro pero el portugués rehuyó el combate y Fernando, falto de recursos para un asedio prolongado, tuvo que retornar a Tordesillas y disolver su ejército. El castillo de Toro se rindió a Alfonso V, que sin embargo, no aprovechó para avanzar sobre Burgos sino que volvió a Arévalo a la espera de la intervención francesa.

    El duque de Benavente, partidario de Isabel, se situó con una pequeña fuerza en Baltanás para vigilar a los portugueses. Fue atacado el 18 de noviembre de 1475, siendo derrotado y hecho prisionero tras una dura resistencia. A pesar de que esta victoria le abría el camino a Burgos, Alfonso V decidió una vez más retirarse a Zamora. La falta de combatividad del rey de Portugal debilitó al campo juanista en Castilla, que empezó a desintegrarse.

    Contraataque isabelino

    Los isabelinos contraatacaron tomando Trujillo y ganando el control de las tierras de la Orden de Alcántara, gran parte de las de Calatrava y del marquesado de Villena. El 4 de diciembre una parte de la guarnición de Zamora se rebeló contra el rey Alfonso, que tuvo que huir a Toro. La guarnición portuguesa mantuvo el control del castillo, pero la ciudad acogió a Fernando el día siguiente.

    En enero de 1476 el castillo de Burgos se rindió a Isabel mediante un pacto que evitó represalias contra los vencidos. En ese mismo mes y alentados por las cartas enviadas por los Reyes Católicos, los cristianos viejos de la ciudad de Villena se alzan contra el marqués, Diego López Pacheco, atacando a su pariente, Pedro Pacheco, en el castillo de la Atalaya. A esta rebelión en la capital del marquesado, le siguieron las del resto de ciudades importantes del mismo, suponiendo la pérdida del poder territorial del Marqués.

    La batalla de Toro

    En febrero el ejército portugués, reforzado por tropas traídas por el príncipe Juan, salió de su base de Toro y cercó a Fernando en Zamora. Sin embargo, el asedio era menos duro para los cercados que para los portugueses, a la intemperie en el duro invierno zamorano, así que el 1 de marzo Alfonso levantó el campo y se retiró hacia Toro. Las tropas de Fernando se lanzaron en su persecución y le alcanzaron a una legua (unos 5 kilómetros) de esta ciudad,​ obligándole a entablar combate. Fueron tres horas de lucha muy confusa, interrumpida por la lluvia y por la caída de la noche. El rey portugués se retiró a Castronuño tras la derrota de las tropas bajo su mando, ​mientras su hijo Juan venció al ala derecha castellana ​y permaneció frente a Toro;​ replegándose ordenadamente a la mañana siguiente con su ejército al interior de las murallas e incluso haciendo prisioneros a algunos enemigos.

    La batalla de Toro ha sido considerada un empate desde un punto de vista puramente militar ​pero una victoria estratégica para los isabelinos. De hecho, los propagandistas de ambos bandos reclamaron la victoria en sus crónicas. Sin embargo, políticamente la batalla fue decisiva porque a continuación el grueso de las tropas portuguesas se retiró a Portugal junto con la reina Juana, cuyo bando quedó así casi totalmente desvalido en Castilla:

    La guerra en el mar

    Uno de los objetivos de Isabel y Fernando en la guerra era arrebatarle a Portugal el monopolio de los ricos territorios atlánticos que controlaba. El oro y los esclavos de Guinea constituían además una importante fuente de ingresos con los que financiar la guerra, por lo que las expediciones a Guinea constituyeron una prioridad para ambos contendientes.

    Desde el estallido de la guerra barcos portugueses recorrieron las costas andaluzas apresando pesqueros y barcos mercantes. Para poner fin a esta situación, Isabel y Fernando enviaron cuatro galeras al mando de Álvaro de la Nava, el cual logró frenar las incursiones lusas e incluso llegó a saquear la villa portuguesa de Alcoutim, en el Guadiana.

    Por su parte, los marineros de Palos se lanzaron al saqueo de las costas de Guinea. Alfonso de Palencia, cronista oficial de la reina Isabel, relata una expedición en la que dos carabelas de este puerto onubense capturaron a 120 «azanegas» (africanos de piel clara) y los vendieron como esclavos. A pesar de la protesta de los Reyes, al poco salió otra flotilla de tres carabelas que trajo cautivo nada menos que a un rey azanega y a 140 nobles de su pueblo.​ En mayo de 1476 la reina Isabel ordenó que le entregasen a este rey de Guinea capturado y a su séquito para liberarlos.​ La orden fue cumplida solo a medias porque si bien el rey fue liberado y devuelto a su patria unos meses más tarde, sus acompañantes fueron todos vendidos como esclavos.

    En 1476 una flota portuguesa de 20 barcos comandada por Fernão Gomes partió hacia Guinea para recuperar su control. Los reyes de Castilla ordenaron preparar una flota para apresar a los portugueses y pusieron a su frente a Carlos de Valera. Este tuvo muchas dificultades para preparar la expedición, según Palencia por culpa de la oposición del marqués de Cádiz, del duque de Medina Sidonia y de la familia Estúñiga.

    Los preparativos también fueron retrasados por una batalla naval que se produjo cuando los castellanos supieron que uno o dos barcos portugueses con un rico cargamento acababan de salir del Mediterráneo rumbo a Portugal y estaban esperando al pirata Alvar Méndez, que venía a escoltarlos.​ Una flota capitaneada por Carlos de Valera y Andrés Sonier y compuesta por cinco galeras y cinco carabelas les salió al paso desde Sanlúcar, obteniendo la victoria tras una dura batalla.

    Cuando al fin Valera consiguió juntar 3 barcos vascongados y 9 carabelas andaluzas (25 carabelas según Palencia) todos fuertemente armados, ya no tenían posibilidad de alcanzar a la flota portuguesa y decidieron por ello, tras una escala en Porto Santo, dirigirse a la isla de Antonio de Noli, frente a las costas de Guinea. Saquearon la isla y capturaron a Noli, que en aquel entonces prestaba vasallaje por su territorio al rey de Portugal. A continuación partieron hacia las costas de África, donde capturaron dos carabelas del marqués de Cádiz, con un cargamento de 500 esclavos. Tras esto, los marinos de Palos se separaron de la expedición, con lo que Valera tuvo que retornar a Andalucía, al ser los palermos los marinos más expertos en la navegación a Guinea.

    Al parecer, esta expedición obtuvo pocos beneficios económicos porque una gran parte de los esclavos fue devuelta al marqués de Cádiz y porque Valera tuvo que indemnizar al duque de Medina Sidonia por los daños causados en la isla de Noli, que el duque reclamaba como suya.​

    Intervención francesa

    El 23 de septiembre de 1475 Luis XI de Francia firmó un tratado de alianza con Alfonso V de Portugal.

    Entre marzo y junio de 1476 las tropas francesas capitaneadas por Alano de Albret trataron de forzar el paso por la estratégica localidad fronteriza de Fuenterrabía pero fueron rechazadas. Fernando aprovechó la situación para asegurar su posición en el convulso Reino de Navarra. En agosto comenzaron en Tudela las negociaciones que culminaron en la firma de un acuerdo por el cual agramonteses y beaumonteses pusieron fin a su enfrentamiento y Fernando obtuvo para Castilla el control de Viana, Puente la Reina y otras plazas, así como el derecho a mantener una guarnición de 150 lanzas en Pamplona. De este modo Castilla quedaba protegida militarmente frente a una posible penetración francesa en Navarra.

    En agosto de 1476 Alfonso V de Portugal partió hacia Francia, tras firmar una tregua con Isabel y Fernando. Allí trató de convencer a Luis XI de implicarse más a fondo en la guerra, pero este rechazó la propuesta porque estaba centrado en derrotar a su principal enemigo, Carlos el Temerario, duque de Borgoña. Tras este severo revés diplomático Alfonso se quedó en Francia y pensó en abdicar.

    Combate del cabo de San Vicente

    El rey de Francia había enviado como ayuda a Portugal a la flota del pirata normando Coullon. Cuando en agosto de 1476 el rey Alfonso partió hacia Francia, simultáneamente envió dos galeras portuguesas cargadas de soldados junto con los 11 barcos de Coullon a prestar auxilio al castillo de Ceuta. Por el camino, el 7 de agosto, esta armada se cruzó con cinco mercantes armados provenientes de Cádiz con rumbo a Inglaterra: 3 grandes naos genovesas, una galera y una urca flamenca. Coullon trató de apresar los mercantes mediante un ardid pero falló y se entabló un encarnizado combate en el que los franco-lusos se impusieron. Sin embargo, debido al uso de armas incendiarias por parte de los franceses, se desató un incendio que arrasó dos barcos genoveses y la urca flamenca pero también las dos galeras portuguesas y dos de los barcos de Coullon. Según Palencia, unos 2.500 franceses y portugueses murieron en este desastre.

    Consolidación de Isabel y Fernando (septiembre de 1476-enero de 1479)

    Campañas sucesivas de la guerra de sucesión castellana. El frente de Isabel no sólo tuvo que afrontar una guerra contra Portugal, sino que además tuvo que hacer frente a sus adversarios en la propia Castilla.

    Tras su victoria en la batalla de Toro, el rechazo del ataque francés y la tregua solicitada por Alfonso V, Isabel y Fernando quedaron sólidamente afianzados en el trono de Castilla. Los nobles del bando juanista tuvieron que aceptar la situación e irse sometiendo a los Reyes. La guerra quedó reducida a escaramuzas y algaradas a lo largo de la frontera portuguesa y, sobre todo, a la continuación de la guerra naval por el control del comercio atlántico.

    Sometimiento del bando juanista a Isabel y Fernando

    A lo largo de 1476 fueron sometiéndose a los Reyes los principales nobles que aun apoyaban a Juana, en particular los del linaje Pacheco-Girón: Juan Téllez Girón y su hermano Rodrigo, Luis de Portocarrero y, en septiembre, el marqués de Villena.

    En noviembre de 1476 las tropas de Isabel tomaron el castillo de Toro. En los meses siguientes los Reyes se apoderaron de las últimas localidades fronterizas controladas por los portugueses y limpiaron de adversarios Extremadura.

    En julio de 1477 Isabel llegó a Sevilla, la ciudad más poblada de Castilla, con el objetivo de asentar su poder sobre las grandes familias nobiliarias de Andalucía. En abril de 1476 ya había otorgado un primer perdón al marqués de Cádiz, que había ido recuperando poder mientras su rival, el poderoso duque de Medina Sidonia, inicialmente principal figura isabelina en Andalucía, iba cayendo en desgracia ante los Reyes. Mediante hábiles negociaciones, la Reina logró tomar el control de las principales fortalezas del Reino de Sevilla ocupadas tanto por el Marqués como por el Duque y, en vez de devolvérselas a sus legítimos propietarios, nombró a su frente a personas de su confianza. También prohibió a ambos nobles la entrada en la ciudad de Sevilla, pretextando el riesgo de enfrentamientos si coincidían allí.​ De esta manera desapareció el dominio político que el Duque había ejercido sobre Sevilla, que pasó a ser controlada firmemente por la Corona.

    Uno de los escasos nobles que se negaron a plegarse a los Reyes fue el mariscal Fernán Arias de Saavedra. Su fortaleza de Utrera sufrió un largo asedio por parte de las tropas isabelinas y fue finalmente tomada al asalto en marzo de 1478, sufriendo los vencidos una dura represión.

    El primer hijo varón de los Reyes, Juan, nació en Sevilla el 30 de junio de 1478, abriendo nuevas perspectivas de estabilidad dinástica para el bando isabelino.

    Regreso de Alfonso V

    Tras su fracaso diplomático en Francia, Alfonso V finalmente decidió regresar a Portugal. A su llegada en octubre de 1477 se encontró con que su hijo Juan se había proclamado rey. Sin embargo, Juan recibió con alegría el retorno de su padre y le devolvió la corona inmediatamente.

    Expediciones a Guinea y las Canarias de 1478

    Se sabe que en 1477 salió de Andalucía una flota para Guinea pero los datos sobre la misma son muy escasos. En ella participaron la nao Salazar y la carabela Santa María Magdalena.

    A principios de 1478 los Reyes Católicos prepararon en el puerto de Sanlúcar dos nuevas expediciones, una dirigida a la Mina de Oro​ y la otra destinada a la conquista de la isla de Gran Canaria, con un total de al menos 35 barcos. Las dos flotas navegaron juntas hasta Gran Canaria y allí se separaron.

    El príncipe Juan de Portugal, enterado de los planes castellanos, preparó una armada superior en número para sorprender a sus enemigos en Canarias. La mayor parte de la flota castellana de Gran Canaria no había desembarcado aún al grueso de la tropa, cuando llegó la noticia de que se aproximaba una escuadra portuguesa. Inmediatamente levaron anclas, dejando solo unos 300 soldados castellanos en tierra, los cuales a pesar de su reducido número lograron impedir el desembarco portugués. Sin embargo, este destacamento era insuficiente para conquistar la isla y quedó reducido a la inactividad hasta que una nueva armada castellana llegó a la isla a finales del año siguiente.

    La otra flota castellana llegó a la Mina sin problemas y obtuvo grandes cantidades de oro. Sin embargo, el exceso de codicia del representante comercial de la Corona les hizo permanecer allí varios meses y ello dio tiempo a que llegara la flota portuguesa. Los castellanos fueron atacados por sorpresa, derrotados y llevados prisioneros a Lisboa. Según del Pulgar, los ingresos así obtenidos por el rey Alfonso le permitieron relanzar la guerra por tierra contra Castilla. Las fuentes portuguesas afirman que tanto los prisioneros como gran parte del oro capturado fueron devueltos a Castilla tras la firma de la paz en 1479.

    Paz entre Castilla y Francia

    A finales de 1478, antes de que llegase a Castilla la noticia de la derrota en la Mina, se presentó en la corte de los Reyes Católicos una embajada del rey Luis XI de Francia, ofreciendo un tratado de paz. El acuerdo fue firmado en Guadalupe e incluyó los puntos siguientes:

    • Luis XI reconoce a Isabel y Fernando como reyes de Castilla y León.
    • Fernando se compromete a romper su alianza con Maximiliano de Habsburgo, duque de Borgoña.
    • Acuerdo de arbitraje sobre los asuntos relativos al Rosellón.

    Fase final (enero-septiembre de 1479)

    A finales de 1478 algunos de los principales nobles juanistas se habían vuelto a sublevar en Extremadura, La Mancha (marqués de Villena) y Galicia. Los portugueses, reforzados por su gran victoria naval en Guinea, intervinieron nuevamente en Castilla para socorrer a sus aliados.

    Ofensiva portuguesa

    En febrero de 1479 un ejército portugués dirigido por García de Meneses, obispo de Évora, penetró en Extremadura. Su objetivo era ocupar y reforzar las plazas de Mérida y Medellín, controladas por la condesa de Medellín, partidaria de Alfonso V. Según Palencia, el ejército portugués estaba compuesto por unos 1000 caballeros (entre los cuales se encontraban unos 250 leoneses y castellanos) más la infantería. Junto a él marchaban 180 caballeros de la Orden de Santiago mandados por su clavero Alfonso de Monroy, también partidario de Alfonso V.

    El 24 de febrero cerca del arroyo de La Albuera de Mérida a este ejército le salieron al encuentro las fuerzas isabelinas que mandaba Alonso de Cárdenas, maestre de la Orden de Santiago: unos 500 caballeros de su orden, 400 caballeros de la Hermandad Popular (principalmente de Sevilla) y unos 100 infantes. El enfrentamiento fue reñido. La infantería isabelina sufrió un duro ataque de la caballería juanista y se desorganizó presa del pánico pero el maestre de Santiago vino en su ayuda y al final los portugueses tuvieron que retirarse, dejando un importante botín en el campo de batalla así como unos 85 caballeros muertos, por solo 15 isabelinos.​

    Sin embargo, la victoria isabelina en Albuera fue solo parcial porque el grueso del ejército portugués pudo refugiarse en Mérida y de allí continuar su marcha hasta Medellín, que también ocuparon, con lo cual los lusos alcanzaron los dos principales objetivos de su ofensiva. Los partidarios del rey Fernando, por su parte, pusieron sitio a ambas ciudades.

    El papa cambia de bando

    El nuncio apostólico Jacobo Rondón de Seseña llegó a Castilla con la noticia de que el papa Sixto IV rectificaba y anulaba la dispensa otorgada previamente a Alfonso V para casarse con su sobrina Juana. Esto debilitó gravemente la legitimidad del bando juanista y la pretensión del rey portugués al trono de Castilla.

    Últimos intentos castellanos en el mar

    A pesar de la grave derrota naval de 1478, en febrero de 1479 los Reyes Católicos trataron de organizar una nueva flota de unas 20 carabelas para expulsar a los portugueses de la Mina.​ Sin embargo, no pudieron reunir los barcos requeridos y ninguna expedición de importancia volvió a salir de los puertos castellanos hasta la firma de la paz con Portugal.

    Conversaciones de paz

    A principios de abril de 1479 el rey Fernando llegó a Alcántara para participar en unas conversaciones de paz promovidas por la infanta Beatriz de Portugal, prima y cuñada de Alfonso V y tía de Isabel de Castilla. Las negociaciones duraron 50 días y al final no se llegó a un acuerdo.

    Los dos bandos continuaron las hostilidades, tratando de mejorar sus posiciones respectivas de cara a una nueva negociación. Isabel y Fernando lanzaron una ofensiva contra el arzobispo de Toledo, que tuvo que someterse, lo cual les permitió afrontar mejor al poderoso marqués de Villena. Mientras tanto, las guarniciones portuguesas de Extremadura resistían con éxito el duro asedio castellano.

    Las discusiones de paz se reanudaron en el verano y esta vez se alcanzó un acuerdo.

    El tratado de paz

    El tratado que puso fin a la guerra fue firmado en la villa portuguesa de Alcáçovas el 4 de septiembre de 1479. El acuerdo fue ratificado por el rey de Portugal el 8 de septiembre de 1479 y fue firmado por los reyes de Castilla y Aragón en Toledo el 6 de marzo de 1480, por lo que también se le conoce como Tratado de Alcáçovas-Toledo.

    Por este acuerdo, Alfonso V renunció al trono de Castilla mientras que Isabel reina de Castilla lo hizo al de Portugal, a cambio. Las dos coronas se repartieron sus zonas de influencia en el Atlántico, quedando para Portugal la mayor parte de los territorios, con la excepción de las islas de Canarias.

    Asimismo se firmaron dos acuerdos (habitualmente llamados «Tercerías de Moura») que resolvían la cuestión dinástica castellana. En primer lugar imponían a la princesa Juana la renuncia a todos sus títulos castellanos y su reclusión en un convento o su boda con el heredero de los Católicos, el príncipe Juan. Juana eligió el convento, aunque permaneció activa en la vida política hasta su muerte.

    En segundo lugar, se acordaba la boda de la infanta Isabel, hija de Isabel y Fernando, con el heredero del trono portugués, Alfonso, así como el pago por los padres de la novia de una enorme dote que en la práctica representaba una indemnización de guerra obtenida por Portugal.

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  • La Batalla de Tamarón

    La Batalla de Tamarón

    La batalla de Tamarón fue un enfrentamiento militar que tuvo lugar el año 1037 entre las tropas del rey leonés Bermudo III y las del conde de Castilla Fernando Sánchez.

    Distintas versiones de los hechos difieren tanto en las fechas (30 de agosto, 1 de septiembre o 4 de septiembre), como en el emplazamiento de la batalla (Tamarón (Burgos) o Támara de Campos (Palencia)). Las crónicas najerense, silense y Chronicon mundi de Lucas de Tuy además de los anales Toledanos, Compostelanos y Castellanos Segundos dan como lugar de la batalla el valle de Tamarón. Según se relata en la Crónica Silense y del Tudense, el rey Bermudo y su ejército cruzó la frontera de Castilla «o sea la línea del Pisuerga, y en la cuenca de aquel río, en el valle del Tamarón, arroyo situado al este de Castrojeriz (…) se enfrentaron los leoneses con el ejército navarro castellano…»​ y que la batalla tuvo lugar «super vallem Tamaron», y Tamarón es el actual pueblo de Burgos que se halla en el marcado valle que forma el arroyo de Sambol. Támara, que nunca fue llamada Tamarón, no está situada en ningún valle. Es con De rebus Hispaniae de Jiménez de Rada donde viene la confusión, ya que dicho autor situaba la batalla junto al río Carrión, donde se encuentra relativamente cerca la villa de Támara (Palencia).

    Los orígenes de la batalla tienen como escenario la Tierra de Campos, los territorios entre el Cea y el Pisuerga disputados entre León y Castilla desde el siglo IX. Dicha zona había sido incorporada a Castilla en tiempos de Sancho III el Mayor, y Bermudo III quería recuperarlas. Fernando I, por su parte, consideraba esa zona como dote de su esposa Sancha de León, hermana del rey leonés.

    Las tropas castellanas y leonesas de Fernando I ayudadas por las de su hermano, el rey de Pamplona García Sánchez, vencieron a Bermudo III de León que perdió la vida en la batalla, supuestamente a manos de siete enemigos cuando se adelantaba a sus huestes en busca del conde castellano. Autopsias realizadas en el siglo XXI demuestran que sufrió dieciséis heridas de lanza, todas ellas mortales.

    … pero la muerte, lanza en ristre, que es criminal e inevitable para los mortales, se apodera de él (Bermudo) y le hace caer de la carrera de su caballo; siete caballeros enemigos acaban con él. García (rey de Navarra) y Fernando presionan sobre ellos (los leoneses y castellanos). Su cuerpo es llevado al panteón de los reyes de León. Después, muerto Vermudo, Fernando asedia a León y todo el reino queda en su poder”.
    Crónicas de los reinos de Asturias y León, Jesús E. Casariego. Ed. Everest (1985)

    Muerto Bermudo III sin descendencia, el trono pasó a su hermana Sancha, que cedió los derechos a su marido Fernando I, que se coronó rey de León y por tanto de Castilla.

    Otras historias sobre la Reconquista

    «Los hechos nobles y leales de la Reconquista, un período significativo y turbulento en la historia de España, cobran vida en novelas de tono medieval, que se sumergen profundamente en la rica tapestría histórica y cultural de la época. Estas obras literarias no solo entretienen, sino que también iluminan, a través de sus vívidas descripciones y complejos personajes, las complejidades y matices de este período crucial. En particular, la segunda novela online de la aclamada serie ‘Vikingo’, denominada ‘Vikingo y Almogávar de Tolmarher’, se destaca por su fidelidad a los eventos históricos y su habilidad para transportar a los lectores directamente al corazón de la batalla.

    Esta novela, rica en detalles históricos y con una narrativa absorbente, retrata con maestría la confluencia de culturas y el choque de ideales que caracterizaron la Reconquista. A través de la lente de personajes ficticios pero convincentes, el autor teje una historia que explora temas de honor, valentía y lealtad. La obra se enriquece aún más con descripciones meticulosas de la vestimenta, las armas y las tácticas de guerra de la época, proporcionando una auténtica sensación de inmersión en el mundo medieval.

    El protagonista, un guerrero vikingo, se encuentra con un contingente almogávar -feroces guerreros cristianos de la península ibérica- en una narrativa que entrelaza hábilmente la ficción con hechos históricos. Juntos, estos personajes encarnan las diversas facetas del período de la Reconquista, destacando tanto las brutales realidades del conflicto como los momentos de humanidad y compasión que surgen en medio del caos.

    ‘Vikingo y Almogávar de Tolmarher’ no solo es un viaje emocionante a través de un tiempo y lugar fascinantes, sino también una reflexión profunda sobre la naturaleza del heroísmo y la resiliencia humana frente a grandes adversidades. Este trabajo es una joya para los aficionados a la historia y la literatura medieval, y una ventana a una era que, aunque lejana en el tiempo, sigue resonando con ecos de valentía y búsqueda de identidad en nuestro mundo moderno.»

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  • El Levantamiento del conde de Salvatierra

    El Levantamiento del conde de Salvatierra

    El levantamiento del conde de Salvatierra es el nombre historiográfico que recibe el alzamiento armado de Pedro López de Ayala, conde de Salvatierra, a favor de la Santa Junta, durante la Guerra de las Comunidades de Castilla.

    En Alava, Diego Martínez de Álava ocupaba desde 1498 el cargo de diputado general de la provincia y sus relaciones con el conde de Salvatierra se habían visto deterioradas al mismo tiempo que el poder real se afianazaba sobre sus dominios. Por ello, en septiembre de 1520 Ayala lo denunció ante la Junta de Tordesillas por corrupción fiscal y otros cargos, la cual respondió solicitando abrir una investigación sobre el caso, investigación que se confió a Antonio Gómez, diputado de la hermandad. La negativa de Vitoria y la hermandad de obedecer las órdenes de la Junta le valió la antipatía del conde, y pronto las relaciones entre este y el órgano de gobierno comunero en Tordesillas se hicieron más estrechas.

    Nombramiento para capitán general e iniciativas militares

    Ganada la confianza de los comuneros, el conde de Salvatierra fue designado, el 6 de noviembre de 1520, capitán general del norte de España en estos términos, confiriéndole el poder para nombrar funcionarios:

    Capitán general (…) del Condado de Vizcaya e provincias de Guipúzcoa e Álava e de las cibdades de Vitoria e Logroño e Calahorra e Santo Domingo de la Calzada e de las siete Merindades de Castilla Vieja e de todas las otras cibdades, villas e logares e merindades e tierras e bailes que caen y están desde la cibdad de Burgos hasta la mar.

    Los esfuerzos de las autoridades reales para convencer al conde de abandonar la causa comunera no dieron frutos, a pesar de las gestiones del Consejo Real, exigiéndole su presencia en Burgos, o del licenciado Leguízamo, en enero. Y ya en diciembre comenzó a reclutar hombres y e iniciar su campaña para rebelar a los provincianos. Como castigo a esa hostilidad al poder real, el regente Adriano de Utrecht propuso al rey Carlos I de España, en carta del 4 de enero, que se procediese a confiscarle el feudo y elevarlo a jurisdicción realenga.

    Intento de sublevar Burgos (enero de 1521)

    Pero el momento clave se dio en el contexto del hostigamiento antiseñorial a Tierra de Campos, cuando las tropas del conde de Salvatierra, compuesto de unos 2000 hombres, se movilizaron a Medina de Pomar y Frías cruzando a las Merindades, feudo del Condestable, en un intento de sublevarlas. Ello ponía en peligro la lealtad al poder real que Burgos venía practicando desde finales de noviembre y el virrey apenas podía controlar la situación. Al ejército del conde se le unió el de Acuña y juntos marcharon sobre la localidad burgalesa, uno por el sur y otro por el norte. La toma de Ampudia por parte de las tropas realistas no logró mitigar el peligro comunero sobre Burgos luego de que Padilla y Acuña la recuperasen rápidamente, y la sublevación burgalesa se fijó para el 23 de enero, contando esta vez con el apoyo del ejército dirigido por el capitán toledano. Sin embargo la revuelta se adelantó dos días y terminó en fracaso para los rebeldes. Temeroso el conde de Salvatierra de una posible represalia del ejército del Condestable, se le garantizó el perdón si desertaba, por lo que optó por licenciar a sus hombres y marcharse a sus dominios.

    Toma de la artillería de Fuenterrabía

    Tras mantenerse al margen del conflicto comunero, el conde volvió a entrar en acción durante el mes de febrero reclutando soldados, e hizo oídos sordos al emisario del Condestable, Antón Gallo, que solicitaba una entrevista. La Junta entonces le encomendó la misión de interceptar la artillería que desde Vitoria se disponía a llegar a Burgos,​ tarea que el conde completó satisfactoriamente el 8 de marzo, luego de apoderarse de Vitoria y expulsar sus autoridades, pero sin poder evitar que los cañones resultasen destruidos por el destacamento que los protegía para impedir su provecho por los comuneros.

    Derrota del conde de Salvatierra

    En el momento culmine de su popularidad, el conde se vio derrotado en varias ocasiones. Expulsado de Vitoria, que nunca pudo volver a recuperar, el ejército real, formado en parte por refuerzos del duque de Nájera, tomó la plaza fuerte de Salvatierra y garantizó a sus súbditos su incorporación al patrimonio real desligándolos de la autoridad condal.

    Los intentos de reconquistar Salvatierra en los días 19 y 20 de marzo resultaron frustrados, mientras el ejército realista alcanzaba sus victorias asolando el valle de Cuartango y destruyendo el castillo de Morillas. A mediados de abril el diputado Diego Martínez de Alava, quien anteriormente el conde había acusado ante Tordesillas, selló la derrota definitiva del ejército insurrecto ante Salvatierra y Vitoria, en lo que se llamó la batalla de Miñano Mayor. El conde decidió entonces mantenerse oculto hasta refugiarse en el castillo de Fermoselle, cerca de la frontera portuguesa.

    El conde de Salvatierra y la represión

    Tras la derrota comunera, el 23 de abril de 1521, y fundamentalmente luego de la llegada del emperador Carlos a la península, en julio de 1522, se inició el proceso de represión contra los principales protagonistas de la revuelta. Instalado en Palencia, el Consejo Real decretó el 23 y 24 de agosto 50 condenas a muerte por rebeldía, entre las cuales se incluye la del conde de Salvatierra, a quien además se le adjuntó la sentencia de confiscación de su feudo. Fue excluido del Perdón General, y probablemente también del derecho a poder beneficiarse de las multas de composición, provisión real que perdonaba las culpas cometidas por los exceptuados y les devolvían sus bienes confiscados aún no vendidos a cambio de un monto de dinero o multa.

    En su exilio el rey Juan III de Portugal se negó a recibirlo, por lo que en enero de 1524 se presentó en Burgos creyendo poder alcanzar el perdón regio a través de una gestión personal. Sin embargo, fue capturado, encadenado y tratado severamente por las autoridades judiciales, que no llegaron a hacerlo comparecer en algún juicio, pues el conde falleció el domingo 16 de mayo de 1524, siendo enterrado con los grilletes en los pies.

    Suerte del Condado de Salvatierra

    A pesar de haberse firmado una cédula el 15 de mayo de 1521 que asimiliba el condado a la Corona, pronto se creyó más beneficioso para el tesoro real su desmembramiento. En efecto, Diego de Zárate, Diego López de Castro, Agostín de Urbina y Pedro de Zuazola compraron algunas fracciones poco importantes del mismo, hasta que el 6 de diciembre se puso a la venta el feudo completo, a excepción de la villa de Salvatierra, incorporada al patrimonio real. El valle de Orozco pasó a manos del licenciado Leguízamo, y el de Cuartango debió pagar una importante suma de dinero para pasar a ser parte del dominio de realengo. El hijo del conde de Salvatierra, Atanasio de Ayala, pudo beneficiarse de heredar las partes del dominio de su padre aún no compradas ni enajenadas.

     

  • La Guerra de las Comunidades de Castilla

    La Guerra de las Comunidades de Castilla

    La guerra de las Comunidades de Castilla fue el levantamiento armado de los denominados comuneros, acaecido en la Corona de Castilla desde el año 1520 hasta 1522, es decir, a comienzos del reinado de Carlos I. Las ciudades protagonistas fueron las del interior de la Meseta Central, situándose a la cabeza del alzamiento las de Segovia, Toledo y Valladolid. Su carácter ha sido objeto de agitado debate historiográfico, con posturas y enfoques contradictorios.​ Así, algunos estudiosos califican la guerra de las Comunidades como una revuelta antiseñorial; otros, como una de las primeras revoluciones burguesas de la Era Moderna, y otra postura defiende que se trató más bien de un movimiento antifiscal y particularista, de índole medievalizante.

    El levantamiento se produjo en un momento de inestabilidad política de la Corona de Castilla, que se arrastraba desde la muerte de Isabel la Católica en 1504. En octubre de 1517, el rey Carlos I llegó a Asturias proveniente de Flandes, donde se había autoproclamado rey de sus posesiones hispánicas en 1516. A las Cortes de Valladolid de 1518 llegó sin saber hablar apenas castellano y trayendo consigo un gran número de nobles y clérigos flamencos como Corte, lo que produjo recelos entre las élites sociales castellanas, que sintieron que su advenimiento les acarrearía una pérdida de poder y estatus social (la situación era inédita históricamente). Este descontento fue transmitiéndose a las capas populares y, como primera protesta pública, aparecieron pasquines en las iglesias donde podía leerse:

    Tú, tierra de Castilla, muy desgraciada y maldita eres al sufrir que un tan noble reino como eres, sea gobernado por quienes no te tienen amor.

    Las demandas fiscales, coincidentes con la salida del rey para la elección imperial en Alemania (Cortes de Santiago y La Coruña de 1520), produjeron una serie de revueltas urbanas que se coordinaron e institucionalizaron, encontrando un candidato alternativo a la corona en la «reina propietaria de Castilla», la madre de Carlos, Juana, cuya incapacidad o locura podía ser objeto de revisión, aunque la propia Juana, de hecho, no colaborara. Tras prácticamente un año de rebelión, se habían reorganizado los partidarios del emperador (particularmente la alta nobleza y los territorios periféricos castellanos, como los reinos Andaluces y el Reino de Granada) y las tropas imperiales asestaron un golpe casi definitivo a las comuneras en la batalla de Villalar el 23 de abril de 1521. Allí mismo, al día siguiente, se decapitó a los líderes comuneros: Padilla, Bravo y Maldonado. El Ejército comunero quedaba descompuesto. Solamente Toledo mantuvo viva su rebeldía, hasta su rendición definitiva en febrero de 1522.

    Las Comunidades han sido siempre motivo de atento estudio histórico, y su significado a veces ha sido mitificado y utilizado políticamente, en particular a partir de la visita de el Empecinado a Villalar el 23 de abril de 1821, con motivo del tercer centenario de la derrota, tal como era sentida por los liberales. Pintores como Antonio Gisbert retrataron a los comuneros en algunas de sus obras, y se firmaron documentos como el Pacto Federal Castellano, con claras referencias a las Comunidades. Los intelectuales conservadores o reaccionarios adoptaron interpretaciones mucho más favorables a la postura imperial y críticas hacia los comuneros. A partir de la segunda mitad del siglo xx se revitalizaron los estudios históricos haciendo uso de una metodología renovada.

    Más recientemente, en el plano político, desde principios de la Transición, se comenzó a conmemorar la derrota cada 23 de abril, alcanzando finalmente, con la conformación de Castilla y León como autonomía, el estatus de día de la comunidad. Asimismo, su utilización como elemento simbólico está muy presente en los movimientos castellanistas y regionalistas castellanos. Ha tenido una notable difusión popular mediante el poema épico Los comuneros, de Luis López Álvarez, musicalizado por el Nuevo Mester de Juglaría.

    Motivos del levantamiento

    La situación que llevó en 1520 a la guerra de las Comunidades, se había ido gestando en los años previos a su estallido. El siglo XV, en su segunda mitad, había supuesto una etapa de profundos cambios políticos, sociales y económicos. El equilibrio alcanzado con el reinado de los Reyes Católicos se rompe al llegar el siglo XVI. Este comenzó con una serie de malas cosechas y epidemias, que junto a la presión tributaria y fiscal provocó el descontento entre la población, colocándose la situación al borde de la revuelta. La zona que más sufre en este contexto es la zona central, en contrapeso con la periférica, que apaciguaba sus males con los beneficios del comercio. Burgos y Andalucía representaban esa zona periférica y comercial respecto a la Meseta Central, con Valladolid y Toledo a la cabeza.

    No solo las malas cosechas provocaron el descontento, sino que a este se unieron las protestas de los comerciantes del interior ante el monopolio ejercido por los mercaderes burgaleses en el comercio de la lana. Esta situación caldeó el ambiente en los núcleos gremiales de ciudades como Segovia y Cuenca. Ante esta situación, todas las partes implicadas se volvieron hacia el Estado para que ejerciera el papel de árbitro, pero también este se encontraba sumido en una grave crisis, que se hizo cada vez más grande con los sucesivos gobiernos de Felipe el Hermoso, Cisneros y Fernando el Católico. La teórica heredera, Juana, se encontraba en estado de incapacidad, por lo que la línea dinástica llevó hasta Carlos de Habsburgo, hijo de Juana, y que nunca antes había pisado Castilla. Educado en Flandes, no conocía el castellano e ignoraba la situación de sus posesiones hispanas, por lo que la población acogió con escepticismo la llegada del nuevo rey, pero a la vez con ansia de estabilidad y continuidad, cosa de la que Castilla no disfrutaba desde la muerte de Isabel la Católica en 1504. Tras la llegada del nuevo rey a finales de 1517, su corte flamenca comenzó a ocupar los puestos de poder castellanos, siendo el nombramiento más escandaloso el de Guillermo de Croy, un joven de tan solo 20 años, como arzobispo de Toledo sucediendo al Cardenal Cisneros.​ Seis meses más tarde, en las Cortes de Valladolid, el descontento ya estaba presente en todos los sectores, llegando incluso algunos frailes a predicar denunciando abiertamente a la Corte, a los flamencos y la pasividad de la nobleza. En estas circunstancias, en 1519 se abrió el proceso de elección para el cargo de emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, que finalmente y por unanimidad recayó en favor de Carlos I, nieto del difunto Maximiliano. Este nombramiento fue aceptado por el monarca castellano, que decidió partir rumbo a Alemania para tomar posesión como emperador. El concejo de Toledo se situó al frente de las ciudades que protestaban contra la elección imperial, cuestionando el papel que Castilla debería desempeñar en este nuevo marco político y los gastos que acarrearía a corto plazo, dada la posibilidad de que la Corona se convirtiera en una mera dependencia imperial.

    El 12 de febrero de 1520 Carlos I decidió convocar las Cortes en Santiago de Compostela con el objetivo de obtener un nuevo servicio que le permitiese sufragar los gastos de su viaje a Alemania.​ A pesar de las presiones de los corregidores y de la Corte real, la mayoría de las ciudades se atuvieron al programa reivindicativo de los frailes de Salamanca, que defendía la independencia nacional en contra del Imperio, y decidieron enviar a sus procuradores con poderes para no votar el servicio. Ante esta corriente de hostilidad, el rey decidió suspender las Cortes el 4 de abril y convocarlas de nuevo el 22 de abril, pero en La Coruña. Allí obtuvo el impuesto extraordinario y el 20 de mayo se embarcó con rumbo al Sacro Imperio, no sin antes dejar como regente de las posesiones hispánicas al flamenco Adriano de Utrecht.

    Toledo se alza

    ​Ya desde el mes de abril de 1520, Toledo se negaba a acatar el poder real, estallando la situación de forma definitiva cuando el rey convocó a los regidores de la ciudad para que se presentaran en Santiago de Compostela. La orden llegó a Toledo el 15 de abril, y un día después, cuando los regidores con Juan de Padilla a la cabeza se disponían a partir, una gran multitud se opuso a su partida y se apoderó del gobierno local. Comenzó entonces a denominarse a la insurrección como Comunidad y los predicadores arengaban a los toledanos a unirse contra el poder flamenco. De esta forma, los toledanos comenzaron a ocupar todos los poderes locales, expulsando al corregidor del Alcázar el 31 de mayo. Tras la marcha del Monarca hacia Alemania, los disturbios se multiplicaron por las ciudades de la Meseta, especialmente tras la llegada de los procuradores que votaron afirmativamente al servicio que reclamaba el rey, siendo Segovia el lugar donde se produjeron los primeros incidentes y los más violentos, donde el 29 y el 30 de mayo los segovianos ajusticiaron a dos funcionarios y al procurador Rodrigo de Tordesillas que concedió el servicio en nombre de la ciudad. Destacaron también por incidentes de similar magnitud ciudades como Burgos y Guadalajara, mientras que otras como León, Zamora y Ávila sufrieron altercados menores. Por el contrario, no se registraron incidentes en Valladolid, principalmente por la presencia en la ciudad del cardenal Adriano y del Consejo Real.

    Propuestas al resto de ciudades

    Ante el descontento generalizado, el 8 de junio, Toledo propuso a las ciudades con voz y voto en Cortes la celebración de una reunión urgente con cinco objetivos:7

    1. Anular el servicio votado en La Coruña.
    2. Volver al sistema de los encabezamientos para cobrar los impuestos.
    3. Reservar los cargos públicos y los beneficios eclesiásticos a los castellanos.
    4. Prohibir la salida de dinero del reino.
    5. Designar a un castellano para dirigir el reino en ausencia del rey.

    Reacciones a las propuestas

    Localización del movimiento comunero sobre el territorio de la Corona de Castilla. En morado, las ciudades pertenecientes al bando comunero; en verde, aparecen las que se mantuvieron leales al rey. Las ciudades que estuvieron presentes en ambos bandos aparecen en ambos colores.

    Estas reivindicaciones calaron en la sociedad castellana, especialmente las dos primeras, que se unían a las denuncias por la manera en que el rey había obtenido el trono del Imperio, mediante sobornos a los príncipes electores. Ante esta situación, el reino comenzó a alimentar la idea de sustituir la figura del rey, tomando la iniciativa Toledo, que defendía metas mayores, como convertir a las ciudades castellanas en ciudades libres, similar a lo que ya ocurría con Génova y otros territorios italianos.​ Por el reino ya circulaba la idea de destronar a Carlos I y el acudir a Tordesillas para devolver a la reina Juana todos sus privilegios e importancia. Con estas ideas, la situación pasaba de ser una protesta contra la presión fiscal a tomar el perfil de una auténtica revolución, teniendo Castilla perfecto conocimiento de la situación y acogiendo con bastantes reservas las propuestas que realizó Toledo.

    Así pues, los comuneros se hicieron fuertes en el centro de la Meseta, y en otros núcleos, como Murcia, más alejada de la Meseta. Sin embargo, no hubo intentos de rebelión en otros lugares, como Galicia o el País Vasco. Los rebeldes buscaron expandir las ideas revolucionarias al resto del reino, pero su radio de acción se debilitaba a medida que se alejaba de las dos Castillas. Así, hubo intentos de llevar la revuelta a Andalucía y el País Vasco, pero no fructificaron. Los máximos logros conseguidos por los rebeldes fueron la instauración de una Comunidad en Plasencia, pero esta se veía mermada por la cercanía de núcleos realistas cercanos, como Ciudad Rodrigo o Cáceres; en Jaén, Úbeda y Baeza, únicas presentes en Andalucía, pero que con el tiempo pasaron al bando realista; y Murcia, que se encontraba bajo constante amenaza por parte de las ciudades realistas e influida por las Germanías presentes en el vecino Reino de Valencia.

    La llama se extiende por toda Castilla

    Localización del movimiento comunero sobre el territorio de la Corona de Castilla. En morado, las ciudades pertenecientes al bando comunero; en verde, aparecen las que se mantuvieron leales al rey. Las ciudades que estuvieron presentes en ambos bandos aparecen en ambos colores.

    La Junta de Ávila

    La Junta que reclamaba Toledo con las ciudades con derecho a voto terminó reuniéndose en el mes de agosto, en Ávila, pero solamente con cuatro ciudades presentes: Toledo, Segovia, Salamanca y Toro. Fue redactada la conocida como «Ley Perpetua del Reino de Castilla ó Constitución de Ávila»; primer proyecto, en España, de constitución política que nunca llegaría a ser firmada por la reina Juana.

    Asedio de Segovia

    Segovia, ciudad donde se libró el primer gran enfrentamiento entre Comuneros y Realistas.

    Tras este decepcionante resultado, la situación dio un vuelco cuando el 10 de junio el alcalde Rodrigo Ronquillo recibió la orden de investigar el reciente asesinato del procurador segoviano, pero en vez de eso, se dedicó a amenazar a los segovianos y a tratar de aislar a la ciudad impidiendo su aprovisionamiento. Ante esta situación, la población cerró filas en torno a la Comunidad y a su cabeza, Juan Bravo. La resistencia segoviana provocó que Ronquillo decidiera enviar al mayor número posible de soldados a pie y a caballo. Segovia entonces se echó en brazos de las ciudades castellanas, reclamando que acudieran en su auxilio y atendiendo su petición las ciudades de Toledo y Madrid, con el envío de milicias capitaneadas por Juan de Padilla y Juan de Zapata, sellándose la primera gran confrontación entre las fuerzas partidarias del rey y las rebeldes.

    Incendio de Medina del Campo

    Ante esta situación, Adriano de Utrecht se planteó la posibilidad de utilizar la artillería real localizada en Medina del Campo, haciéndola definitiva al recibir la información de la aproximación de la milicia de Padilla a Segovia. Adriano ordenó entonces a Antonio de Fonseca apoderarse de la artillería, presentándose este el 21 de agosto en Medina para acometer lo ordenado, pero al tratar de realizarlo, se encontró con una fuerte resistencia de la población, que interpretaba que la artillería iba a utilizarse contra Segovia. Como medida de distracción, Antonio de Fonseca ordenó provocar un pequeño incendio para intentar dispersar a los medinenses, pero no surtió efecto y finalmente hubo de retirarse junto a sus tropas. El incendio de Medina del Campo provocó la destrucción de una parte importante de la villa y el levantamiento de toda Castilla, especialmente de ciudades que hasta ahora se habían mantenido al margen, como Valladolid. El establecimiento de la Comunidad en Valladolid provocó que el núcleo más importante de la meseta se declarara en rebeldía, trastocando la situación y provocando que el Cardenal Adriano tratara de tomar el control de la situación por todos los medios. El nuevo panorama produjo nuevas adhesiones a la Junta de Ávila, en medio de una situación de indignación y descrédito hacia el Consejo Real.

    La Junta de Tordesillas

    Así pues, el ejército comunero integrado por las milicias de Toledo, Madrid y Segovia, en su ruta hacia Tordesillas, se encontraba en los alrededores de Martín Muñoz de las Posadas el día en que Fonseca incendiaba Medina, llegando a la villa de las ferias el 24 de agosto, para tomar posesión de la artillería que días atrás había sido negada a las tropas de Fonseca. El 29 de agosto el ejército arribó finalmente a Tordesillas, entrevistándose con la reina Juana e informándola de la situación del reino junto a los propósitos de la Junta de Ávila, y declarando la reina que la Junta se situara a su servicio. De esta forma, la Junta se trasladó de Ávila a Tordesillas y se invitó a las ciudades que todavía no habían enviado a sus procuradores a hacerlo, estando a finales de septiembre un total de catorce ciudades representadas en la Junta de Tordesillas: Burgos, Soria, Segovia, Ávila, Valladolid, León, Salamanca, Zamora, Toro, Toledo, Cuenca, Guadalajara, Murcia y Madrid. Solamente no acudieron las cuatro ciudades andaluzas: Sevilla, Granada, Córdoba y Jaén. Se delimitó entonces el área del movimiento comunero, en torno a la Meseta Central, y ya que la mayor parte del reino estaba representado en Tordesillas, la Junta pasó a denominarse como Cortes y Junta general del reino.

    Entrevista con la reina Juana

    A fecha de 24 de septiembre, los procuradores se entrevistaron con la reina y expusieron los fines de la Junta: proclamar la soberanía de la reina Juana y devolver la estabilidad perdida al reino. El día siguiente, 25 de septiembre, la Junta realizó una declaración comprometiéndose a utilizar las armas si esto fuera necesario y a auxiliar a cualquier ciudad que estuviera amenazada. El 26 de septiembre la Junta de Tordesillas decidió asumir ella misma la tarea de gobierno, desacreditando al Consejo Real y prendiendo, el 30 de septiembre, a sus últimos miembros que quedaban en Valladolid, dirigidos por Pedro Girón. En ese momento culminó el proceso y se instauró el gobierno revolucionario, ya que la Junta tenía vía libre por la inoperancia del Consejo Real.

    Los levantamientos

    Revueltas en señoríos

    La expansión de la rebelión comunera provocó la acusación de complicidad con los abusos reales extendida a todo el funcionariado castellano. La protesta comunera había nacido como queja ante excesos cometidos por la alta administración, pero pronto surgieron nuevas reivindicaciones ante otro tipo de perjuicios. Así ocurrió en Dueñas, cuando en la noche del 1 de septiembre de 1520 se sublevaron contra su señor los vasallos del conde de Buendía. A este levantamiento le siguieron otros de similar carácter antiseñorial. La Santa Junta se vio entonces obligada a tomar una posición: defender a los sublevados o a sus señores. En vista de que muchos de estos reclutaban hombres por su cuenta para garantizar su seguridad y tomar la justicia por su mano, la Junta decide apoyar dichas revueltas. La dinámica del levantamiento entró entonces en una nueva dimensión que podría comprometer la situación del régimen señorial en su conjunto, lo que provocó el alejamiento de la causa comunera de aristócratas y señores.

    Respuesta de Carlos I

    Ante la nueva situación, Carlos I, mediante el Cardenal Adriano, decidió emprender nuevas iniciativas políticas, como la de anular el servicio concedido en las Cortes de La Coruña-Santiago y nombrar dos nuevos gobernadores: el Condestable de Castilla, Íñigo de Velasco, y el Almirante de Castilla, Fadrique Enríquez. Además, Adriano consiguió acercar posturas con los nobles, a fin de convencerlos de que sus intereses y los del rey eran los mismos. Así pues, el Consejo Real se estableció en el feudo del Almirante, Medina de Rioseco, lo que permitió al consejo acercarse hacia las ciudades escépticas para tratar de acercarlas al bando realista, además de representar una amenaza hacia las ciudades sublevadas, ya que el ejército del Consejo Real estaba en formación.

    Crisis en ambos bandos

    Las primeras derrotas políticas de los comuneros llegaron en octubre de 1520, al conseguir instalarse los miembros del Consejo Real con total facilidad en Medina de Rioseco, con la capacidad de actuación bajo la protección del Almirante de Castilla, Fadrique Enríquez de Velasco, señor de la villa. De igual manera, las esperanzas que se habían depositado sobre la reina Juana no fructificaron, ya que esta se negaba a sellar algún compromiso o a plasmar su firma a modo de regente.

    A su vez, comenzaban a oírse voces discordantes dentro del propio bando, especialmente la de Burgos, que insistía en dar marcha atrás. La postura de esta ciudad pronto llegó a oídos del Condestable de Castilla, que bajo órdenes del rey procedió a entrar en la ciudad el 1 de noviembre, concediendo todo lo que se le reclamaba para desligar a Burgos de la Junta.

    Tras este suceso, el Consejo Real esperaba que otras ciudades imitaran a Burgos y abandonaran el bando comunero. El esperado cambio de bando estuvo a punto de producirse en Valladolid, pero los partidarios del rey fueron finalmente apartados de la vida política de la ciudad y esta se mantuvo en rebeldía por la decidida actuación de sus procuradores Alonso de Vera y Alonso de Saravia.

    En noviembre de 1520, el Almirante de Castilla comenzó una campaña para intentar convencer a los comuneros de su derrota y que no había más remedio que entregar las armas y evitar una represión armada. Bajo esta actitud, se escondía una gran carencia de fondos en el bando real, que terminó subsanándose con la ayuda financiera venida desde Portugal y el retorno de la confianza perdida por parte de los banqueros castellanos, que vieron buenos indicios en el cambio de bando de Burgos.

    Soluciones a la crisis

    Durante octubre y noviembre de 1520, ambos bandos se dedicaron activamente a recaudar fondos, reclutar soldados y organizar a sus tropas. El poder real superó la rebelión gracias al apoyo de la nobleza, de los grandes comerciantes castellanos, en un plano en el que la situación comenzaba a adquirir tintes militares. Los comuneros organizaban sus milicias en las principales urbes con el objetivo de asegurar el éxito de la rebelión en la ciudad y sus alrededores, sufragando los gastos con el dinero recaudado en impuestos y en imposiciones

    La Batalla de Tordesillas

    Consultar artículo completo de la Batalla de Tordesillas.

    Reorganización comunera

    Tras la derrota de Tordesillas, los comuneros comenzaron a reagruparse en Valladolid, donde se estableció la Junta, pasando la ciudad del Pisuerga a ser la tercera capital del movimiento, tras Ávila y Tordesillas.

    Así pues, el 15 de diciembre, la Junta ya se encontraba de nuevo activa en Valladolid, con doce de los catorce procuradores originales. Solamente faltaron los de Soria y Guadalajara. La situación del ejército era similar, con un gran número de deserciones en las tropas emplazadas en Valladolid y Villalpando, lo que obligó a intensificar el reclutamiento en las ciudades rebeldes, especialmente en Toledo, Salamanca y la propia Valladolid. Con estos nuevos reclutamientos, el aparato militar rebelde estaba reconstruido, y la moral reforzada, gracias a la presencia de Padilla en Valladolid. Con la llegada de 1521, los comuneros parecían ya dispuestos a una guerra total, pese a las voces discordantes dentro del propio movimiento. Por un lado había quienes proponían buscar una solución pacífica, y por otro quienes eran partidarios de continuar la lucha armada; a su vez divididos entre seguir dos tácticas: ocupar Simancas y Torrelobatón (propuesta menos ambiciosa y defendida por Pedro Laso de la Vega); o poner cerco a Burgos (grupo encabezado por Padilla). La Junta decidió seguir ambas iniciativas, tanto la pacifista como la belicista, y terminó fracasando en ambas.

    Las Iniciativas militares

    Hostigamiento a Tierra de Campos

    En el plano bélico, el ejército rebelde comenzó a desarrollar una serie de operaciones dirigidas por Antonio de Acuña, obispo de Zamora. Este había recibido órdenes de la Junta el día 23 de diciembre de intentar despertar la rebelión en la zona de Palencia. Su tarea consistía básicamente en expulsar a los realistas, recaudar impuestos en nombre de la Junta y nombrar una administración afín a la causa comunera. Realizó una serie de incursiones en la zona de Dueñas, recaudando más de 4000 ducados y exaltando a la población. Retornó a Valladolid a comienzos de 1521 para regresar a Dueñas el 10 de enero, dando comienzo a una gran ofensiva contra los señoríos de Tierra de Campos, dejando las posesiones de los señores totalmente devastadas.

    Hostigamiento a Burgos

    A mediados de enero, Pedro López de Ayala, conde de Salvatierra, adherido al movimiento comunero, había organizado un ejército de unos dos mil hombres y se dirigía hacia Medina de Pomar y Frías, buscando el levantamiento de las Merindades, tierra del Condestable de Castilla.

    Mientras tanto, Burgos, que llevaba ya dos meses fiel al bando real, aguardaba el cumplimiento de las promesas realizadas por el cardenal Adriano, lo que había provocado el descontento y la incertidumbre en la ciudad. Ayala y Acuña, conscientes de esta situación, decidieron cercar Burgos, el primero por el norte y el segundo por el sur, buscando el levantamiento de los comuneros burgaleses.

    Reacción realista

    Por parte del rey, Carlos I firmó el 17 de diciembre de 1520 el Edicto de Worms (no se confunda con el Edicto de Worms de 25 de mayo de 1521, contra Lutero), donde condenaba a 249 comuneros destacados: a muerte, si eran seglares; y a otras penas, si eran clérigos. De igual modo, declaraba también traidores, desleales, rebeldes e infieles a cuantos apoyaran a las Comunidades. Dicho Edicto, fue leído públicamente en Burgos el 16 de febrero de 1521.

    Desde el Consejo Real, se ordenó la ocupación del castillo de Ampudia, lo que provocó un gran desorden en el dispositivo organizado por los rebeldes. Ante dicha ocupación, la Junta envió a Padilla al encuentro de Acuña, uniéndose ambos en Trigueros del Valle y formando un ejército de aproximadamente 4000 hombres. Las tropas comuneras ocuparon Torremormojón, desplazando a los realistas, para centrarse en Ampudia, la cual se rindió el 16 de enero previo pago de tributo.

    Mientras tanto, la rebelión comunera prevista en Burgos para el 23 de enero fue todo un fracaso, debido a que se adelantó dos días. Los comuneros burgaleses hubieron de rendirse, siendo el último intento de rebelión acontecido en la cabeza de Castilla.

    La Batalla de Torrelobatón

    Consultar artículo completo de la Batalla de Torrelobatón

    Acuña en el sur

    Iglesia de la Virgen de Altagracia, en Mora, totalmente reconstruida tras su incendio por las tropas realistas.

    Tras la muerte de Guillermo de Croy, arzobispo de Toledo, en enero de 1521, desde la Junta, presente en Valladolid, se propuso a Antonio de Acuña como aspirante a la sede y se le encomendó la misión de tomar posesión del arzobispado.

    Acuña partió en febrero rumbo hacia Toledo, con una pequeña tropa bajo su mando. Recorrió localidades como Buitrago del Lozoya y Torrelaguna, donde anunció que iba a tomar posesión del arzobispado de Toledo. Esto levantó el entusiasmo entre los partidarios comuneros de Alcalá de Henares, que lo recibieron con vítores el 7 de marzo en dicha ciudad, y despertó el recelo en la aristocracia presente en la zona de Toledo, que temía que Acuña pudiera actuar en sus tierras como ya hizo en Tierra de Campos. Entre los aristócratas más importantes presentes en la zona se encontraban el marqués de Villena y el duque del Infantado, que enseguida trataron de ponerse en contacto con Acuña, firmando un pacto mutuo de neutralidad.

    Sin embargo, sí hubo de enfrentarse con el prior de la Orden de San Juan, Antonio de Zúñiga, presente en Consuegra y nombrado por los regentes jefe de las fuerzas realistas presentes en la zona de Toledo.​ Acuña recibió informaciones sobre la presencia del prior cerca de Corral de Almaguer a mediados de marzo, por lo que salió tras él, buscando batalla cerca de Tembleque.​ El prior consiguió repeler el ataque, para lanzar uno improvisado entre Lillo y El Romeral, infligiendo una contundente derrota a Acuña, el cual trató de minimizarla, llegando incluso a afirmar que había salido victorioso del enfrentamiento.

    Tras la victoria del prior de la Orden de San Juan, Acuña se encaminó hacia Toledo, presentándose en la Plaza de Zocodover el 29 de marzo, Viernes Santo. La multitud lo rodeó y lo llevó directamente a la catedral, reclamando la silla del arzobispo para él.​ Al día siguiente, 30 de marzo, se entrevistó con María Pacheco, mujer de Padilla y que dirigía la comunidad toledana en ausencia de su marido. Surgió entre ambos una rivalidad por el control, que se resolvió con intentos mutuos de reconciliación.

    Una vez asentado en el arzobispado toledano, Acuña comenzó a reclutar a hombres de 15 a 60 años para volver a combatir a las tropas del prior de San Juan. Tras la quema de Mora el 12 de abril​ por las tropas realistas, parte de Toledo con 1500 hombres a sus órdenes, instalándose primeramente en Yepes. Desde allí dirigió operaciones contra las zonas rurales, destruyendo primero Villaseca de la Sagra y prestando batalla contra las tropas del prior en la zona cercana al Tajo, en Illescas.

    La Batalla de Villalar

    Consultar artículo completo de la Batalla de Villalar

    El fin de la guerra

    Tras la batalla de Villalar, las ciudades de Castilla la Vieja no tardaron en sucumbir al potencial de las tropas del rey, volviendo todas las ciudades del norte a prestar lealtad al rey a primeros de mayo. Únicamente Madrid y Toledo, especialmente esta última, mantuvieron vivas sus comunidades durante un tiempo mayor.

    La resistencia de Toledo

    Las primeras noticias de Villalar llegaron a Toledo el 26 de abril, siendo ignoradas por parte de la Comunidad local.​ La certeza de la derrota se hizo evidente a los pocos días, cuando comenzaron a llegar los primeros supervivientes a la ciudad, que confirmaron el hecho y dieron testimonio del ajusticiamiento de los tres líderes rebeldes. Fue entonces cuando Toledo se declaró en duelo por la muerte de Juan de Padilla.

    Tras la muerte de Padilla, Acuña perdió popularidad entre los toledanos, en favor de María Pacheco, viuda de Padilla. Comenzaban a surgir voces que solicitaban la negociación con los realistas, buscando el evitar el sufrimiento de la ciudad, más aún tras la rendición de Madrid el 7 de mayo. Todo parecía indicar que la caída de Toledo era cuestión de tiempo.

    En este contexto, Acuña abandonó la ciudad, intentando huir al extranjero por la frontera del Reino de Navarra. En ese momento, se produjo la invasión francesa de Navarra, siendo Acuña reconocido y detenido en la frontera.

    La invasión francesa provocó que el ejército realista hubiera de concentrarse en expulsar a los franceses de Navarra, postergando momentáneamente el restituir la autoridad del rey en Toledo. ​A partir de ese momento, María Pacheco asumió el control de la ciudad, instalándose en el Alcázar, recabando impuestos y fortaleciendo las defensas.​ Solicitó la intervención del marqués de Villena para negociar con el Consejo Real, con el objetivo de obtener unas mejores condiciones que negociando directamente.

    La rendición de Toledo

    El marqués de Villena terminó abandonando las negociaciones entre ambos bandos, por lo que María Pacheco asumió de manera personal las negociaciones con el prior de la Orden de San Juan. El pacto de rendición de Toledo fue acordado el 25 de octubre de 1521 gracias a la intervención de Esteban Gabriel Merino, arzobispo de Bari y enviado del prior de San Juan.

    Así pues, el 31 de octubre los comuneros abandonaron el Alcázar toledano y el arzobispo de Bari nombró a los nuevos funcionarios.

    La revuelta de febrero de 1522

    Tras la vuelta al orden de Toledo, el nuevo corregidor de la ciudad acató las órdenes recibidas de restablecer al completo la autoridad del rey en la ciudad, dedicándose a provocar a los antiguos comuneros.María Pacheco continuaba presente en la ciudad, y se negaba a entregar las armas hasta que el rey firmara de forma personal los acuerdos alcanzados con el prior de San Juan. Por ello, el corregidor toledano exigía la cabeza de María Pacheco.

    La situación llegó a un extremo cuando el 3 de febrero de 1522 se ordenó apresar a un agitador, a lo que los comuneros se opusieron. Se inició entonces un enfrentamiento, subsanado gracias a la intervención de María de Mendoza y Pacheco condesa de Monteagudo de Mendoza, hermana de María Pacheco.​ Se concedió una tregua, que supuso la derrota de los comuneros, pero que fue aprovechada por María Pacheco para escapar a Portugal, donde se exilió hasta su muerte, en 1531.

    El Perdón General de 1522

    Carlos I regresó a España el 16 de julio de 1522, instalando la corte en Palencia. A partir de la llegada del rey, la represión contra los excomuneros avanzaría a un ritmo mayor. Así lo demuestra la ejecución de Pedro Maldonado, líder salmantino y primo de Francisco Maldonado, ejecutado en Villalar.

    Carlos I permaneció en Palencia hasta finales del mes de octubre, trasladándose a Valladolid, donde el 1 de noviembre se promulgó el Perdón General, que daba la amnistía a quienes habían participado del movimiento comunero. Sin embargo, un total de 293 personas -pertenecientes a todas las clases sociales y entre las que se incluían María Pacheco y el Obispo Acuña- fueron excluidas del Perdón General.

    Se estima que fueron un total de cien los comuneros ejecutados desde la llegada del rey, siendo los más relevantes Pedro Maldonado y el Obispo Acuña, siendo este último ajusticiado en el castillo de Simancas el 24 de marzo de 1526, tras un intento frustrado de fuga. A raíz de esta ejecución, Carlos I fue excomulgado por ordenar el ajusticiamiento de un prelado de la iglesia.

    Las relaciones entre los dos poderes universales sufrieron grandes altibajos tras la elección de un papa tan favorable como fue el mismísimo Adriano de Utrecht (1522-1523), y pasaban por un momento muy negativo con el profrancés Clemente VII (1523-1534), que acabó sufriendo el saco de Roma (1527), tras lo que se vio obligado a reconciliarse con Carlos y coronarle emperador en Bolonia (1530).

    Las consecuencias de la guerra

    Las consecuencias fundamentales de la Guerra de las Comunidades fueron la pérdida de la élite política de las ciudades castellanas, en el plano de la represión real; y en las rentas del Estado. El poder real se veía obligado a indemnizar a aquellos que perdieron bienes o sufrieron daños en sus posesiones durante la revuelta. Las mayores indemnizaciones correspondían al Almirante de Castilla, por los daños sufridos en Torrelobatón y los gastos ocasionados en la defensa de Medina de Rioseco. Le seguían el Condestable y el obispo de Segovia.

    La forma de pago de estas indemnizaciones se solucionó mediante un impuesto especial para toda la población de cada una de las ciudades comuneras. Estos impuestos mermaron las economías locales de las ciudades durante un periodo aproximado de veinte años, debido a la subida de precios.​ De igual modo, la industria textil del centro de Castilla perdió todas sus oportunidades de convertirse en una industria dinámica.

    La nobleza queda definitivamente neutralizada frente a la triunfante monarquía autoritaria; su segmento alto o aristocracia, se vio compensada por su apoyo al emperador, con cuyos intereses quedaba identificada estrechamente, pero quedando clara la subordinación de súbditos a monarca. Las Cortes de Toledo de 1538, últimas a las que se convocó a la nobleza como brazo o estamento, sancionaron esa nueva forma de gobernar la Corona de Castilla, pieza central de lo que ya puede llamarse la Monarquía Católica o Monarquía Hispánica de los Habsburgo. A esas alturas, los sueños de la Idea imperial de Carlos V habían quedado en gran parte diluidos, lo que quedó confirmado en el reinado de su hijo Felipe II.

     

     

     

    Atribución imagen:

    De Rastrojo (D•ES) – self-made, from image:Corona de Castilla 1400.svg. Source for city control: Díaz Medina, Ana (03-2006). «Héroes de Castilla: Los Comuneros». Historia National Geographic (nº 27): p. 92-103., CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=3788239

     

  • La Real provisión

    La Real provisión

    La Real Provisión en el Reino de Castilla: Un Instrumento Jurídico Fundamental

    La Real Provisión constituyó un pilar esencial en el entramado jurídico-administrativo del Reino de Castilla entre los siglos XIII y XVI. Este tipo de disposición, que navegaba en las aguas intermedias entre la ley y las cédulas reales, se destinaba a regular y proveer actos de gobernación y administración de notable importancia. Asimismo, se encargaba de resolver y reglamentar materias de orden público. Emitidas directamente por el rey o, en su defecto, por el Consejo de Castilla, las Órdenes Militares o las Chancillerías con el consentimiento del monarca, estas provisiones requerían de una publicidad máxima por parte de las autoridades para su entrada en vigor.

    En cuanto a su estructura y forma, las Reales Provisiones se asemejaban notablemente a las leyes. Poseían cláusulas, garantías y un grado de obligatoriedad comparables, por lo que frecuentemente eran consideradas como leyes en muchos contextos. No obstante, se diferenciaban de las leyes en su ámbito de aplicación, que era específico y no general. Además, mientras que las leyes requerían la voluntad explícita de las Cortes para su aprobación o, al menos, su no objeción, las provisiones se emitían sin ese requisito.

    La transformación de las Reales Provisiones hacia el absolutismo

    A finales del siglo XIV, las Reales Provisiones experimentaron una evolución significativa en su uso, consolidándose como el mecanismo preferido por la monarquía castellana para introducir nuevas normativas jurídicas. Este cambio se enmarca en un proceso de centralización del poder que caracterizó al periodo, marcando un distanciamiento notable respecto a los procedimientos legislativos tradicionales. La preferencia por las provisiones sobre otros instrumentos legales puede interpretarse como una manifestación del creciente carácter absolutista de la Corona, que buscaba afianzar su autoridad y limitar la participación de la nobleza en las decisiones de gobierno.

    Esta estrategia de fortalecimiento del poder real se desarrolló en un contexto donde el feudalismo empezaba a mostrar signos de debilidad, propiciando una transición hacia estructuras estatales más modernas y centralizadas. Al emplear las Reales Provisiones como herramienta principal para la creación de derecho, la Corona no solo simplificaba los procesos legislativos sino que también aseguraba una mayor rapidez y eficacia en la implementación de sus políticas. Este método permitió a la monarquía responder más ágilmente a las necesidades del reino y adaptarse a los cambios socioeconómicos de la época.

    La centralización del poder no sólo facilitó una administración más directa sino que también fortaleció las bases del estado moderno en Castilla. La capacidad de legislar de manera más autónoma representó un paso crucial en la consolidación del poder regio, contribuyendo al desarrollo de una estructura estatal más robusta y menos dependiente de los pactos feudales y las influencias nobiliarias. Este fenómeno fue fundamental para la evolución política y administrativa del reino, sentando las bases para futuras reformas y para una gobernanza más efectiva y moderna.

  • ¿Qué es ser Comunero? Diferentes ideologías políticas

    ¿Qué es ser Comunero? Diferentes ideologías políticas

    Comunero era quien, durante los años 1520 y 1521, participó en la revuelta de las Comunidades de Castilla. El nombre deriva del término «Comunidades», que aparece por primera vez en un escrito de protesta al rey Carlos I con motivo del desvío de impuestos:
    …pedir al rey nuestro señor tenga por bien se hagan arcas de tesoro en las Comunidades en que se guarden las rentas de estos reinos para defenderlos, acrecentarlos y desempeñarlos, que no es razón Su Cesárea Majestad gaste las rentas de estos reinos en las de otros señoríos que tiene…

    La mayor parte de los comuneros procedían de los sectores sociales heterogéneos de las ciudades castellanas, aunque sus jefes pertenecían fundamentalmente a las capas medias de la población. También hay que destacar figuras relevantes de la iglesia, como el Obispo Acuña, e incluso de la nobleza, como Pedro Girón y Velasco, que se unió a la causa comunera por interés y despecho.

    El antagonismo entre los dos sectores económicos de la alta burguesía, los comerciantes y exportadores de lana, y los manufactureros, que deseaban incrementar la cuota de lana, a lo que se negaban los comerciantes, ya que eso abarataría los precios y ellos perderían su poder económico. A ello se sumaba el descontento de los conversos ante el temor de la Inquisición, las tensiones políticas y económicas existentes entre los grupos o clanes urbanos en las distintas ciudades castellanas, que no querían perder su dominio político en perjuicio de los otros.

    Tras la derrota del movimiento comunero, el rey desea castigar con la máxima dureza a sus más destacados representantes, aunque estaba dispuesto a ser clemente. En el Perdón de 1522 se realiza una relación en la que quedan excluidos 293 comuneros en un listado encabezado por el mencionado Pedro Girón. El estudio de esta relación proporciona una idea bastante clara de quiénes eran los comuneros. En ella aparecían los jefes militares, los procuradores y funcionarios de la Junta o juntas locales, los eclesiásticos y demás personalidades relevantes por su participación. En conjunto, aunque en el listado aparecen todas las categorías sociales, la mayoría pertenecen a las capas sociales medias.

    A raíz de la revuelta se comenzó a decir que los conversos habían sido los culpables. Sin embargo, aunque es cierto que entre los principales comuneros había conversos, esta idea no es unánime. Conversos de gran influencia económica, como Francisco López de Villalobos o Alonso Gutiérrez de Madrid, se opusieron de forma activa a los comuneros.​ Tampoco hay que olvidar que entre los teóricos del movimiento se encontraban miembros del clero.

    Figuras relevantes

    Las figuras más conocidas del movimiento comunero son sin duda las de los tres primeros ajusticiados tras su derrota en la batalla de Villalar: Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado. Los tres jefes militares fueron decapitados en Villalar, actualmente denominado Villalar de los Comuneros en su honor.

    A continuación se indican algunos de los comuneros más destacados.

    Nobles y caballeros

    • Pedro Girón y Velasco, noble castellano, capitán general de la junta.
    • Pedro López de Ayala, conde de Salvatierra, capitán general de la junta.
    • Ramiro Núñez de Guzmán, regidor, señor del Porma y de la villa de Toral.
    • Pedro Maldonado, heredero de la Casa de las Conchas y capitán comunero.
    • María Pacheco, noble castellana, dirigente de la rebelión y esposa de Juan de Padilla.
    • Luis de Quintanilla, capitán.
    • Juan de Mendoza, señor de Cubas y Griñón.
    • Juan de Padilla, noble castellano, capitán general de las tropas comuneras.
    • Juan Bravo, noble castellano, jefe comunero.
    • Pedro Laso de la Vega, procurador en la Junta.

     

    Tercer estamento

    Representantes de las ciudades y Villas.

    • Luis de Cuéllar, comerciante exportador.
    • Antonio Suárez, comprador de lana.
    • Antonio de Aguilar, boticario.
    • Gonzalo de Ayora, cronista oficial.
    • Bernaldino de los Ríos, jurista.
    • Alonso de Zúñiga, catedrático
    • Alonso de Arreo, alcalde de Navalcarnero.

    Eclesiásticos

    • Antonio de Acuña, obispo de Zamora, capitán general de la junta.
    • Juan de Bilbao, franciscano, uno de los teóricos e iniciadores del movimiento.
    • Alonso de Medina, dominico.
    • Alonso de Bustillo, dominico, catedrático de teología en Valladolid.

    Los otros comuneros

    Entre la manipulación y la tergiversación otros grupos trataron de reivindicar y reinterpretar las ideas comuneras originales que eran monárquicas (en favor de la reina Juana), en defensa de los fueros y los derechos del pueblo y plenamente cristianas.

    Desde el siglo XVI hasta nuestros días han surgido distintos movimientos populares que han tomado el término comunero. Años más tarde del movimiento en Castilla, se reproduciría en ciertas zonas virreinales americanas, considerándose en algunos casos como los primeros movimientos independentistas de los virreinatos.

    Siglo XVIII

    Entre 1717 y 1735 tuvo lugar la Revolución Comunera del Paraguay. En los años 1780 se produciría el levantamiento denominado Insurrección de los comuneros en Nueva Granada. En este levantamiento, el término comunero se derivó del nombre de la junta de insurrección, «El Común». .,.,.,

    Siglo XIX

    Durante el Trienio liberal se organiza una sociedad secreta cuyo nombre, Comuneros, lo toman de la sublevación del siglo XVI. La sociedad trataba de ser una alternativa radical a los masones, y entre sus ideales estaban los de tratar de rescatar las luchas por las libertades. Su pensamiento puede catalogarse de democrático radical y republicano. Contaron con un periódico con el significativo nombre de El Eco de Padilla. En sus filas destacaron nombres como el de Juan Romero Alpuente o José María Moreno de Guerra. Cuando a partir de 1836 los partidos políticos comienzan a institucionalizarse en España, la sociedad dejó de tener peso en la sociedad.

    Siglo XX

    El liberalismo del siglo XIX convierte en mártires a los jefes comuneros. Su derrota es considerada como el comienzo de la decadencia y el fin de las libertades y de la independencia. Esta imagen progresista dada por los liberales se impuso durante más de un siglo, hasta que en 1898 Ganivet sugiere la tesis que sería desarrollada más tarde por Gregorio Marañón. Según ella, las ideas progresistas fueron las de Carlos V, preocupado por la apertura de España a las modernas ideas europeas. Los comuneros representarían la resistencia al cambio, aferrados a las viejas costumbres. Manuel Azaña y Noël Salomon criticaron las ideas de Ganivet y volvieron a aceptar la interpretación liberal.

    Estas dos imágenes contrapuestas siguen teniendo actualmente sus defensores y detractores. Para Joseph Pérez​ detrás de la ideología comunera había intereses económicos opuestos y considera que los comuneros pertenecían mayoritariamente a las capas medias que se levantaron contra un poder imperial abusivo y ajeno al reino que gobernaba.

    Onésimo Redondo

    Onésimo Redondo Ortega (Quintanilla de Abajo, Valladolid, 16 de febrero de 1905-Labajos, Segovia, 24 de julio de 1936) fue un político español fundador, tras el advenimiento de la Segunda República, de las Juntas Castellanas de Actuación Hispánica (JCAH), organización política embrión junto al grupo de La Conquista del Estado —de Ramiro Ledesma— de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (JONS), cuya ideología, el nacionalsindicalismo, se ha llegado a considerar como una primigenia expresión de «fascismo a la española».​ Las JONS se fusionarían, a su vez, con la Falange Española, de José Antonio Primo de Rivera, en 1934, constituyendo la Falange Española de las JONS. Adherido al bando nacional tras el golpe de Estado de julio de 1936 que dio pie a la Guerra Civil, falleció al comienzo del conflicto durante un tiroteo entre milicias de ambos bandos. Durante el régimen franquista se llegó a referir a su figura como «caudillo de Castilla».

    Fundación de las Juntas Castellanas de Actuación Hispánica

    Inicialmente vinculado al movimiento de Acción Católica, se distanció de esta organización, que consideraba anclada en el liberalismo burgués. Tras la proclamación de la Segunda República fundó, en agosto de 1931, un grupo político denominado Juntas Castellanas de Actuación Hispánica. «Este grupo —ha escrito Payne— no era en manera alguna una imagen en el espejo del pequeño grupo de Ledesma [La Conquista del Estado]. Aunque ambos proclamaban ser nacionalistas radicales, opuestos al materialismo, a la decadencia y a la burguesía, había diferencias de énfasis. Las consignas de Ledesma eran, en cierto modo, más puramente abstractas, pero más claramente revolucionarias en lo estatal y en lo económico, completamente seculares y no antisemitas. El grupo de Redondo estaba menos interesado en el Estado (quizá como un reflejo de sus orígenes católicos), era vehementemente antisemita y más categórico en su llamada a la violencia». Poco antes, en junio del mismo año, había fundado el semanario que sería el principal órgano de expresión de su movimiento, Libertad, en el que firmó varias soflamas contra el marxismo, los judíos y el capitalismo burgués, y expresó su admiración por otros regímenes europeos.

    Siglo XXI

    La izquierda castellanista pretende usar el nombre de los comuneros, pero no puede estar más alejado de sus ideas originales, tergiversando la historia, para conducir al pueblo hacia una visión totalitaria y manipulada de la historia y la ideologia más propia del marxismo cultura y de regímenes totalitarios que usan la estrella roja tras la heráldica castellana (algo impensable para los comuneros originales) y que es contraría a la ideología original y por tanto a la de este blog. Estos grupos comulgan y promueven idiologías como la que defiende el partido proetarra vasco Batasuna.

    La izquierda castellana como organización, se configuró en su forma actual en 2002 a partir de la coalición de Izquierda Comunera, Unidad Popular Castellana, Juventudes Castellanas Revolucionarias, el Círculo Castellano de Toledo y el Partido Comunista del Pueblo Castellano; este último eventualmente se desmarcó de la organización.​ Los miembros defienden sin embargo el 2 de enero de 2000, antes de la unión anteriormente mencionada, como fecha de inicio para Izquierda Castellana.​ El nombre del partido fue en cualquier caso inscrito inicialmente en el registro de partidos políticos del Ministerio del Interior el 7 de enero de 2000. Una de las primeras campañas de la organización consistió en la denuncia y retirada de simbología franquista en diferentes provincias españolas, acarreando diversos juicios y multas al respecto,​ y que tuvo su punto álgido en el ataque a la estatua ecuestre de Franco en Madrid por el que fueron detenidos cinco miembros de IzCa y que inició una polémica sobre su presencia en la ciudad que derivó en la retirada de la estatua en 2005.

    Aun no siendo un partido con intereses electoralistas, se presentó en diversas ocasiones por motivos varios siendo sus resultados electorales: en las elecciones autonómicas de 2003 obtuvo 621 votos​ (0,06 %) en Castilla-La Mancha, 3972 votos (0,25 % y 10.ª lista más votada) en Castilla y León​ y 1119 (0,04 %) en la Comunidad de Madrid.

    En 2009, Izquierda Castellana impulsó, junto con la organización Comuner@s, la candidatura Iniciativa Internacionalista-La Solidaridad entre los Pueblos para las elecciones al Parlamento Europeo de dicho año.​ La número dos de la candidatura fue Doris Benegas, dirigente de IzCa. Dicha lista fue anulada por el Tribunal Supremo acusada de estar instrumentalizada por la ilegalizada Batasuna, decisión que fue revocada por el Tribunal Constitucional al entender que la decisión del Supremo vulneraba los derechos fundamentales.

    Izquierda Castellana fue una de las organizaciones convocantes de la manifestación Rodea el Congreso del 25 de septiembre de 2012. ​Su dirigente Doris Benegas fue imputada y llamada a declarar ante la Audiencia Nacional en 2012 como organizadora de la manifestación, dado que había sido identificada en una reunión preparatoria del evento celebrada en el parque del Retiro el 16 de septiembre. Benegas calificó la medida como «un salto cualitativo en la represión de los movimientos sociales». Finalmente, en marzo de 2015 la Justicia anuló la multa impuesta por la Delegación del Gobierno de Madrid a Benegas por estos hechos.

    En noviembre de 2013 algunos medios de prensa relacionaron sin pruebas a Izquierda Castellana con tres de los 22 detenidos acusados de los incidentes y disturbios el 20N en la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid que dieron lugar a la agresión a cinco estudiantes.​

    En las elecciones municipales de 2015 en Valladolid, el partido apostó por colaborar formalmente con la candidatura Valladolid Toma La Palabra (TLP)​ la cual obtuvo 22 259 votos (13,39 %) siendo actualmente la tercera fuerza política en la ciudad.

    Para las elecciones generales de 2015 Izquierda Castellana participó por primera vez en unas elecciones generales a través de la candidatura de Unidad Popular, junto con Izquierda Unida (IU), la Chunta Aragonesista (CHA) y otras organizaciones de izquierda de todo el Estado. La coalición obtuvo 923 133 votos y dos diputados.

    Para las elecciones generales de 2016 decidió participar en la coalición de izquierdas de Unidos Podemos, junto con Podemos, Izquierda Unida, Equo y otros partidos.​ A pesar de formar parte de la coalición, Izquierda Castellana ha sido muy crítica con Podemos desde la aparición de la formación morada hasta el punto de presentar una reclamación ante la Junta Electoral por su descontento con los dirigentes del partido respecto a la elaboración de las listas de la candidatura Unidos Podemos, cuya cúpula habría vetado, según declaraciones de la formación castellanista, la presencia de Doris Benegas.

    Ideología de la izquierda radical alejada del Castellanismo Comunero

    IzCa defiende la soberanía del territorio representado por las 17 provincias con miembros del Partido Federal firmantes del Pacto de Valladolid en 1869.

    Persiguen una «Castilla unida», acabando con la división actual de este concepto en cinco comunidades autónomas (Castilla y León, Castilla-La Mancha, la Comunidad de Madrid, La Rioja y Cantabria); es decir, la unión política de las siguientes provincias: Albacete, Ávila, Burgos, Cantabria (entonces provincia de Santander), Ciudad Real, Cuenca, Guadalajara, León, Madrid, Palencia, La Rioja (entonces provincia de Logroño), Salamanca, Segovia, Soria, Toledo, Valladolid y Zamora. Reivindican el 23 de abril, también conocido como día de Villalar (fiesta de la comunidad autónoma de Castilla y León), como «Día Nacional de Castilla». IzCa se define como «socialista», «republicana» e «internacionalista»,​ y apoya a diversos «movimientos de liberación nacional» tales como el vasco o el irlandés.​ Juan José Sánchez Badiola los describió en 2005 como un movimiento «pancastellanista de extrema izquierda» cercano a HB.

    IzCa forma parte del llamado Movimiento Popular Castellano (MPC), al que pertenecen también la organización feminista Mujeres Castellanas y la organización juvenil Yesca.1

    Vínculos con la izquierda abertzale

    En 2005 la organización realizó un homenaje a los últimos militantes de ETA ejecutados durante el Franquismo.​ Doris Benegas definió en una declaración en 2007 ante la Audiencia Nacional como «de igual a igual» el vínculo entre Herri Batasuna e Izquierda Castellana.​ Algunos medios como el diario ABC destacaron en 2014 las supuestas conexiones y simpatías de la organización con la izquierda abertzale, llegando fuentes consultadas por el mismo periódico a considerar que «Izquierda Castellana es la cobertura política del mundo abertzale en Madrid».

    En abril de 2008 el sindicato Manos Limpias solicitó la ilegalización del partido debido a su supuesto papel como uno de los «brazos legales» de Batasuna fuera del País Vasco.​ La denuncia, que fue admitida a trámite por la Audiencia Provincial de Valladolid, fue sin embargo archivada por la Audiencia Nacional en junio de ese mismo año.

    Las relaciones de Izquierda Castellana con la izquierda abertzale se vieron debilitadas a partir de las elecciones europeas de 2014 tras abandonar los castellanos las conversaciones para formar parte de la candidatura Los Pueblos Deciden, al entender que esta candidatura carecía de «utilidad alguna para el movimiento popular de nuestra tierra».​ Eso no ha impedido, sin embargo, que se hayan mantenido otras tomas de contacto como la firma en 2015 del manifiesto Los pueblos tienen la palabra​ junto a Euskal Herria Bildu y otras formaciones independentistas como Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), las CUP, Puyalón o incluso formaciones no abiertamente independentistas como Més per Mallorca.

    Partido Castellano-Tierra Comunera

    El Partido Castellano-Tierra Comunera (PCAS-TC) es un partido político español fruto de unión de varias formaciones castellanistas de índole nacionalista, de provincialistas, de agrupaciones electorales de ámbito local y provincial y de independientes de las comunidades autónomas de Castilla y León, Comunidad de Madrid y Castilla-La Mancha,​ unión impulsada y liderada por Tierra Comunera.

    El PCAS se define como un partido que defiende la unidad política de Castilla como forma de recuperar el protagonismo y la potencialidad económica, social y cultural que le corresponde y como impulsora de la defensa de su patrimonio histórico, cultural y medioambiental, así como la reunificación de Castilla en una sola unidad territorial. Se posiciona como alternativa a los grandes partidos a los que considera carentes de proyecto político para Castilla y el conjunto de sus ciudadanos, debilitando las posibilidades de desarrollo de los territorios en los que opera. Se define como castellanista y federalista desde su I Congreso Fundacional, que se celebró en Toledo el 24 de octubre de 2009. Por tanto, el Partido Castellano es una formación que busca recuperar la identidad castellana diluida en las últimas décadas, dotar a los castellanos de un proyecto político y social propio y colocar a Castilla como verdadero referente social, cultural y económico en España y Europa, superando problemas endémicos como la despoblación, el envejecimiento, el éxodo de los jóvenes, la falta de sinergias en los tejidos productivos castellanos, la dependencia de sus administraciones a la subvención y el caciquismo imperante en las comunidades castellanas, proponiendo nuevas formas de hacer política y denunciando constantemente la corrupción de los grandes partidos.

    EL PCAS tiene como objetivo un ámbito de actuación circunscrito a los territorios que el castellanismo considera de raíz castellana, que son las actuales comunidades autónomas de Castilla y León, Comunidad de Madrid, Castilla-La Mancha, La Rioja y Cantabria, cuya convergencia institucional pretende impulsar.

    En las elecciones autonómicas de 2011, el PCAS utilizó la marca Partido de Castilla y León (PCAL) en las circunscripciones de esa comunidad autónoma, mientras que en el resto de provincias se presentó como PCAS, obteniendo 18.011 votos. En las elecciones municipales de ese mismo año logró 143 concejales, 29 de ellos en la provincia de Ávila en coalición con Candidatura Independiente.

    En julio de 2010 se anunció que se presentaría a las elecciones al Parlamento de Cataluña de 2010 bajo la denominación Partido Castellano-Candidatura de las Culturas de Cataluña.

    Desde su creación convivían dos corrientes ideológicas diferenciadas, una castellanista partidaria de la unión de toda Castilla y regionalista castellano-leonesa. Tras el congreso de octubre de 2011 en el que se aprueba, por amplia mayoría, una nueva estrategia y abandono de las siglas PCAL en Castilla y León promovida por la dirección nacional, el sector regionalista en Castilla y León no acepta el cambio de siglas y abandona el partido para fundar uno nuevo, el Partido Regionalista de Castilla y León (PRCAL).8​ El PRCAL más adelante se integró en Ciudadanos.9​

    Para las elecciones al Parlamento Europeo de 2014 se unió a la coalición Primavera Europea, junto con Coalició Compromís, Equo, Chunta Aragonesista, Por un Mundo más Justo, Democracia Participativa, Socialistas Independientes de Extremadura y Coalición Caballas.10​ Primavera Europea obtuvo un eurodiputado en el que se alternaron Jordi Sebastià, de Compromís, y Florent Marcellesi, de Equo. El Partido Castellano promovió dentro de Primavera Europea la celebración en Bruselas de unas jornadas sobre despoblación en junio de 2016, a las que acudieron varios de sus miembros.11​

    En el III Congreso Nacional del PCAS, celebrado en Burgos el 25 de octubre de 2014, resultan elegidos el toledano Pedro Manuel Soriano como presidente de la formación,12​ y el madrileño Javier Benedit como secretario general. En el IV Congreso Nacional del PCAS, celebrado en Guadalajara en octubre de 2017, tanto Soriano como Benedit fueron reelegidos en sus respectivos cargos.

    En las elecciones municipales de 2015, el Partido Castellano compareció con la marca Partido Castellano-Tierra Comunera: Pacto. Con este nombre se quería rescatar la marca histórica del castellanismo y aglutinar a los candidatos independientes en una plataforma municipalista. A pesar de la escisión sufrida años antes, PCAS-TC: Pacto obtuvo 77 concejales, recuperando para el castellanismo la alcaldía de Melgar de Fernamental tras 20 años en la oposición. En las elecciones autonómicas, el nombre utilizado por Partido Castellano-Tierra Comunera. PCAS-TC obtuvo 8.089 votos.

    En las Elecciones al Parlamento Europeo de 2019 se presenta dentro de la candidatura Compromiso por Europa en coalición con Compromís, En Marea, Nueva Canarias, Més per Mallorca, Chunta Aragonesista, Coalición Caballas, Coalición por Melilla, Iniciativa del Pueblo Andaluz, Izquierda Andalucista, Verdes de Europa.

    Falta de opciones conservadoras y liberales

    Este blog es un intento de reivindicar el castellanismo o las ideas comuneras desde una óptica liberal y tradicionalista mucho más cercana a las ideas originales que impulsaron el sueño comunero de los castellanos.

     

  • La batalla de Torrelobatón

    La batalla de Torrelobatón

    Preludio

    Torre del homenaje del castillo de Torrelobatón, última plaza de la localidad en rendirse a los comuneros.

    Tras el fracaso acontecido en Burgos, Padilla decidió regresar a Valladolid, mientras que Acuña optó por reemprender su hostigamiento a las propiedades de los señores en Tierra de Campos. Con esta serie de acciones, Acuña pretendía destruir u ocupar las plazas imperantes de los señores, otorgando a la revuelta comunera uno de sus rasgos más característicos de su segunda etapa: su rechazo al orden social basado en el régimen señorial.

    Así pues, después de los últimos fracasos sufridos por los comuneros, Padilla deseaba obtener un triunfo para elevar la moral de la tropa y de todo el movimiento. Fue entonces cuando se decidió a tomar Torrelobatón y su castillo. Era una plaza fuerte a medio camino entre Tordesillas y Medina de Rioseco, y muy cercana a Valladolid, por lo que podía ser una excelente base para emprender acciones militares.

    Desarrollo

    El 21 de febrero de 1521 comenzó el asedio de la villa, que resistió durante cuatro días, gracias a sus murallas. El 25 de febrero los comuneros conseguían entrar en la localidad. Esta fue sometida a un enorme saqueo como premio a las tropas, del que solamente se salvaron las iglesias. El castillo continuó resistiendo, pero terminó rindiéndose ante la amenaza de ahorcar a todos los habitantes si no claudicaba, no antes de acordarse la conservación de la mitad de los bienes que se encontraran en el castillo, evitando así su saqueo.

    Consecuencias

    La victoria en Torrelobatón levantó los ánimos en el bando comunero, hasta el punto de sembrar el entusiasmo, mientras que en el bando realista, provocó la inquietud ante el avance rebelde. Esta inquietud alteró a los nobles fieles al cardenal Adriano, que se acusaban mutuamente de no haber hecho nada para evitar la pérdida de Torrelobatón. Asimismo, el Condestable comenzó a enviar tropas a la zona de Tordesillas, a modo de refuerzos y como guarnición ante los comuneros.

    Pero pese al entusiasmo presente entre los rebeldes, estos decidieron mantenerse en sus posiciones de los Montes Torozos, sin lanzar ningún ataque, lo que provocó que muchos de los soldados comuneros volvieran a sus casas, cansados de esperar los sueldos y nuevas órdenes.

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  • Pedro de Estopiñán y Virués y la conquista de Melilla

    Pedro de Estopiñán y Virués y la conquista de Melilla

    Pedro de Estopiñán y Virués o simplemente Pedro Estopiñán y también conocido como Pedro de Estopiñán el Conquistador de Melilla (Jerez de la Frontera, ca. 1470-Monasterio de Guadalupe, 3 de septiembre de 1505) fue un militar castellano vinculado desde su juventud al servicio de la casa ducal de Medina Sidonia, y debe su fama a ser el comandante en jefe del ejército del duque Juan Pérez de Guzmán, que conquistó la ciudad de Melilla en el año 1497.

    Al ser encarcelados a finales de 1500 el virrey y gobernador general Cristóbal Colón y el adelantado Bartolomé Colón, quedarían vacantes los títulos citados, por lo cual, a principios de 1504 los Reyes Católicos lo nombraron como adelantado y gobernador general de las Indias pero al demorar su viaje para tomar el mando, falleció antes de pasar al Nuevo Mundo, y como los hermanos Colón fueron indultados por los soberanos, ambos conservarían sus títulos y cargos.

    Pedro de Estopiñán había nacido hacia 1470​ en la ciudad de Jerez de la Frontera que estaba en la jurisdicción del entonces Reino de Sevilla, el cual era uno de los tres cristianos de Andalucía, y que a su vez formaba parte de la Corona de Castilla. Era hijo del hidalgo Ramón Estopiñán y Vargas (n. Reino de Aragón, ca. 1450), jurado de Jerez de la Frontera, y de su esposa desde 1470, Mayor de Virués​ (n. Jerez de La Frontera, ca. 1450), de noble alcurnia. Fueron sus hermanos Francisco y Bartolomé de Estopiñán quien participara en la Guerra de Granada entre 1482 y 1492, y junto a Alonso Fernández de Lugo, en la conquista de las islas Canarias en 1495.

    El linaje de su familia paterna procedía del Alto Aragón, desde donde una rama pasó a establecerse en Andalucía durante la primera mitad del siglo XIV. Es frecuente que varios caballeros con ese apellido aparezcan en las narraciones de la época, sobre todo vinculados a otro linaje autóctono, los Guzmanes, condes de Niebla y posteriores duques de Medina Sidonia.

    A pesar de estas noticias de su familia, apenas se conoce nada de la infancia y juventud del conquistador,​ salvo su entrada al servicio de la casa ducal de Medina Sidonia. Era esta una de las más importantes de la época puesto que, tras la conquista de Granada por los Reyes Católicos en 1492, la población musulmana que había abandonado la península se concentró en el norte de África, lugar desde donde efectuaban numerosos ataques a las costas peninsulares de Andalucía. Precisamente, en una de estas incursiones piratas, acontecida en junio de 1496, se halla la primera mención de Pedro de Estopiñán.

    Contador del duque de Medina Sidoña

    A temprana edad pasó a ser paje de la Casa de Medina Sidonia.​ Con ocasión de la pesca de almadrabas, buena parte de la comitiva cortesana de los duques, incluida la propia duquesa Leonor de Estúñiga, se había desplazado a Conil para asistir al espectáculo. Súbitamente, un barco de piratas berberiscos se introdujo entre los buques pesqueros y lograron abordar uno de ellos.

    Ante el peligro evidente, Pedro de Estopiñán, citado con el cargo de contador de la «Casa del duque don Juan»,​ zarpó en una pequeña embarcación para parlamentar con el jefe de los piratas, quien pidió una elevada cantidad de dinero por el rescate de los marinos prisioneros.

    Iniciado en actuaciones militares

    Con audacia, Pedro de Estopiñán abrazó por sorpresa al musulmán y cayó con él al agua, donde fue recogido por sus hombres, lo que, evidentemente, cambió el curso de las negociaciones: el jefe de los piratas fue canjeado por la tripulación y el buque, poniendo punto final al truculento episodio de las almadrabas.

    Los ecos de admiración por la valentía de Pedro no cesaron de proclamarse por todo el territorio, incluso llegaron a los anales históricos de Jerez, por lo que se puede situar esta fecha de 1496 como el primer hito de consideración en la carrera militar de Estopiñán.

    Conquista de Melilla

    Posiblemente gracias a esta demostración, cuando los Reyes Católicos autorizaron a la Santa Hermandad la dotación de un ejército para la conquista de Melilla, bajo la dirección del duque de Medina Sidonia, este eligió al valiente comendador para dirigirlo. Es posible también que facilitase la elección de Pedro el hecho de que las tropas, suministradas por los concejos de Jerez, Medina, Arcos y Sanlúcar de Barrameda, estuviesen organizadas por tres ilustres jerezanos como él, seguramente al tanto de su brillante actividad militar: el corregidor Juan Sánchez Montiel, Francisco de Vera (Provincial de la Santa Hermandad), y Manuel Riquelme (veinticuatro -regidor- de Jerez y capitán de la Hermandad concejil).

    Así pues, Pedro de Estopiñán, al frente de 5000 infantes y 250 jinetes, desembarcó en el norte de África y puso cerco a Melilla, que finalmente fue conquistada el 28 de septiembre de 1497. Tras la conquista, Estopiñán regresó a la península, no sin antes dejar una guarnición de 1500 hombres para la defensa de la plaza, así como un ingente número de canteros, carpinteros y albañiles con el expreso mandato de reparar las fortificaciones de la ciudad y construir nuevas murallas defensivas.

    La ausencia norteafricana de Estopiñán fue breve, puesto que al año siguiente los musulmanes redoblaron sus esfuerzos por recuperar la plaza perdida. Ante los nuevos ataques sufridos por la guarnición de Melilla, el duque Juan, de acuerdo con los Reyes Católicos, decidió enviar nuevas tropas de refresco, de nuevo encabezadas por Estopiñán, a quien esta vez acompañaba otro destacado caballero de la casa ducal, García León.

    Al dejar a los sitiadores entre dos fuegos, el triunfo fue total ya que, a instancias del comendador, se persiguió a todos los fugitivos hasta obligarlos a asentarse en la región de Orán, más lejana y con menos medios; igualmente, un número de musulmanes no inferior a 250 fueron apresados, como posible moneda de cambio en el futuro. Aunque en el propio año 1498 aún tuvo Estopiñán que regresar por dos veces a Melilla,​ se puede dar esta fecha como el inicio de la estabilidad de los cristianos en la plaza norteafricana.

    Ante la ausencia de noticias referentes a conflictos bélicos, la biografía del caballero jerezano vuelve a ser difícil en el período 1499-1503, del que no se sabe prácticamente nada aunque se puede suponer una estancia desahogada en Andalucía, dentro de la corte ducal o en su habitual residencia sevillana, situada en la actual calle Francos, donde se puede ver el escudo de armas de la familia y su lema In soli Deo honor et Gloria. Es bastante probable, igualmente, que para esta fecha ya estuviese casado con su mujer, doña Beatriz Cabeza de Vaca, emparentada con la familia del que sería gran explorador de las Américas, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, sobrino de Pedro y Beatriz.

    Campañas del Rosellón

    En 1503, empero, sus servicios militares fueron de nuevo requeridos por el propio Rey Católico, Fernando de Aragón, con objeto de que acudiese a Salces (Rosellón), puesto que las tropas del monarca francés Luis XII sometían a un severo cerco esta ciudad.

    De nuevo demostró su valía militar, puesto que dividió a sus tropas en dos grupos: el primero hostigaba la retaguardia de los sitiadores sin cesar, mientras que el segundo fue enviado al puerto para evitar que los refuerzos franceses, que habían embarcado en Colliure con destino al Rosellón catalán, pudiesen desembarcar y sumarse al resto. La maniobra fue efectiva, ya que la retirada de los invasores se produjo a finales del citado año.

    Títulos regios de adelantado y gobernador general de las Indias

    El rey Fernando, en recompensa a la efectiva labor de Pedro de Estopiñán, lo nombró a principios de 1504 como adelantado de Indias y capitán general de la isla de Santo Domingo y dependencias, con lo que parecía ponerse el colofón a su carrera militar si se tiene en cuenta al prestigio y valía de los citados puestos en el organigrama político-militar de la dominación española de América.

    Durante ese mismo año, Estopiñán comenzó los preparativos del viaje al Nuevo Mundo, a donde se iba a establecer con toda su progenie y familia, aunque también participó activamente en la preparación de una expedición a Mazalquivir en 1505, en la que, sin embargo, declinó participar por los citados preparativos.

    Imposibilidad de viajar al Nuevo Mundo y fallecimiento

    Pocos días más tarde, en el transcurso de una visita al monasterio de Guadalupe, el adelantado Pedro de Estopiñán falleció súbitamente el 3 de septiembre de 1505, y fue enterrado dos días más tarde en el propio monasterio.

  • El Legado Guerrero de Castilla: Del Condado a la Corona

    El Legado Guerrero de Castilla: Del Condado a la Corona

    La historia de España está intrínsecamente ligada a las batallas, conquistas y conflictos que dieron forma a la nación tal y como la conocemos hoy. En el corazón de esta saga bélica se encuentra Castilla, una entidad política que evolucionó de ser un modesto condado a convertirse en un reino poderoso y, finalmente, en la Corona de Castilla. Este artículo recorre el camino guerrero de Castilla, culminando en los Decretos de Nueva Planta, un conjunto de leyes que reorganizaron los territorios españoles bajo la corona borbónica, poniendo fin a muchas de las estructuras políticas y jurídicas heredadas de la Corona de Castilla.

    Matriz de Conflictos: De Condado a Corona

    Año Lugar Participación como Conflicto
    939 Simancas Condado Batalla de Simancas
    1037 Tamarón Condado Batalla de Tamarón
    1065-1072 Península Ibérica Reino Guerras de los Tres Sanchos
    1085 Zallaca Reino Batalla de Zalaca
    1118 Uclés Reino Batalla de Uclés
    1212 Las Navas de Tolosa Reino Batalla de Las Navas de Tolosa
    1340 Salado Reino Batalla del Salado
    1369 Montiel Reino Batalla de Montiel
    1476 Toro Corona Batalla de Toro
    1492 Granada Corona Conquista de Granada

    Evolución y Legado

    El Ascenso de Castilla: Desde sus humildes comienzos como condado, Castilla demostró una notable habilidad militar y política, participando en batallas clave como Simancas y Tamarón, que no solo aseguraron su supervivencia sino que también pavimentaron el camino para su expansión.

    La Era del Reino: Transformado en reino, Castilla se vio envuelta en una serie de conflictos que desafiarían su existencia y fortalecerían su posición en la Península Ibérica. Las Guerras de los Tres Sanchos, la Batalla de Zalaca, y el triunfo en Las Navas de Tolosa son testimonios de la creciente influencia castellana, tanto en términos militares como culturales.

    Corona de Castilla y la Unificación Española: La coronación de Castilla marcó el inicio de una era de expansión sin precedentes, culminando en la Conquista de Granada, que simbolizó el fin de la Reconquista. Sin embargo, la verdadera transformación vino con los Decretos de Nueva Planta, que redefinieron la organización territorial y administrativa de España, diluyendo las fronteras internas y forjando un estado más centralizado bajo la corona borbónica.

    Conclusión

    La historia militar de Castilla es un reflejo de su resilencia, ambición y estrategia política. Desde sus primeras batallas como condado hasta su expansión imperial como corona, Castilla jugó un papel fundamental en la formación de España. Los Decretos de Nueva Planta, al final de su era, no solo marcaron el fin de la autonomía de muchos territorios castellanos, sino que también simbolizaron el nacimiento de una nueva estructura estatal, un legado que continúa influyendo en la España contemporánea. Este viaje a través de las guerras y conflictos de Castilla nos ofrece una perspectiva única sobre la evolución de una de las entidades políticas más poderosas de la historia europea.

  • Pero Niño, el marino castellano que doblegó a los ingleses en el siglo XIV

    Pero Niño, el marino castellano que doblegó a los ingleses en el siglo XIV

    Pero Niño, nació en Valladolid el año 1378 y murió en Cigales, Valladolid el año 1453) Fue señor de Cigales y de Valverde, I conde de Buelna,​ y un destacado militar, marino y corsario castellano al servicio del rey Enrique III el Doliente. También es conocido por ser el protagonista de El Victorial o Crónica de Pero Niño, una biografía escrita por el alférez bajo su mando Gutierre Díez de Games e importante obra de la literatura hispana medieval en su género.

    Como el almirante Bocanegra o Sánchez Tovar, como Pedro Mesía de la Cerda o Blas de Lezo y otros tantos innumerables marinos de talla única, el castellano Pero Niño, ya a muy temprana edad, apuntaba maneras.

    Con tan solo doce años, montado en un percherón, precoz regalo de su padre, con la ballesta de su progenitor, le atinó al trote a un olmo centenario, doce dardos uno tras de otro sin errar ni un solo tiro. La criatura era un espadachín consumado con quince tacos, participando en justas y, en ocasiones, metiendo en cintura a algún noble levantisco a las ordenes de su rey, Enrique III de Castilla. Era un fiera y había sido parido para arrear mandobles a destajo; era un chaval de una naturaleza formidable.

    Primeras andanzas

    El caso es que con la credencial de sus habilidades, el monarca castellano le había puesto un ojo encima. A raíz de esta simbiótica empatía, se convirtieron en inseparables y el coronado le enviaría a hacer algunos trabajillos por el Mediterráneo, a la sazón un mar proceloso y lleno de corsarios y piratas que vivían opíparamente del cuento y del saqueo.

    El Papa Benedicto XIII recordó al almirante castellano que de perseverar en su actitud hostil, sería excomulgado ‘ipso facto’.

    Así estaban las cosas cuando en comisión de servicio se bajó en una playa de Orán -nido sacrosanto de la piratería berberisca-, de una galera con treinta ballesteros, dando lugar a una épica escena en la que los pocos repartieron abundante estopa a los muchos. Aquel golpe de mano supuso un dolor de cabeza importante para el jerife local que estaba mas acostumbrado a dar que a recibir. Pero la cosa no acabó ahí, pues el castellano le cogería el tranquillo a lo de arrear a los del turbante, convirtiéndose en una pesadilla para los devotos de Allah que no ganaban para sustos.

    Fue entonces cuando nuestro héroe, aburrido de hacer siempre lo mismo en las costas de berbería, cambiaría de aires para fortuna de los abnegados moritos masoquistas. Así estaban las cosas, cuando en uno de sus eufóricos arrebatos quiso ponerles la mano encima a dos piratas de reconocido prestigio cuyas andanzas en el Mediterráneo habían sobrepasado todos los limites.

    Juan de Castrillo y Arnau Aymar eran dos prendas. Estos dos granujas trabajaban al alimón para la Corona de Aragón. Sucedió que un buen día de primavera, según cuentan las crónicas, allá por la altura de Menorca, estos dos colegas estaban dejando en paños menores a una embarcación mercante con el pabellón de Castilla. Alertado Pero Niño por unos pescadores que faenaban por la zona, se inició la memorable persecución de los rapiñadores, que a la postre se refugiarían en Marsella con los castellanos pisándoles los talones.

    La cosa se puso fea porque Pero Niño quería capturarlos en el mismo puerto y prender fuego a la ciudad por albergar a estos perillanes. El Papa Benedicto XIII, que hacía manitas con el rey de Aragón, envió a sus emisarios para recordarle al almirante castellano que había una cosa que se llamaba obediencia debida y que de perseverar en esa actitud hostil, sería excomulgado ‘ipso facto’. Ni que decir tiene que Pero Niño cogió un berrinche importante y que la cosa, para bien de las partes, no llegó a mayores.

    Saqueos en la costa británica

    Habida cuenta de las desbordantes energías del belicoso protegido y de la potencialidad de entrar en un conflicto internacional innecesario, Enrique III, con buen criterio, decidió darle otro hueso a su atómico almirante. Y lo envió al norte a aplicarles una terapia de choque a los subidos ingleses que no paraban de hacer de las suyas.

    Quiso el futuro, que un gran amigo de la infancia y cronista de sus gestas, Gutierre Díez de Games, volcara en ‘El Victorial’ –posiblemente la primera biografía española–, sus hazañas por los mares controlados por Castilla, que eran unos cuantos.

    El catecismo de Pero Niño era muy sencillo: se acercaba a la costa inglesa, los lugareños huían despavoridos, saqueaba e incendiaba la ciudad.

    La actividad principal de Pero Niño no era otra que la de estar abonado a poner en fuga a los despistados ingleses que pululaban por el Cantábrico y cercanías a la plataforma continental. Habituados los anglos a ser ellos los que cortaban el bacalao en materia de corso y piratería, disciplinas en las que estaban doctorados, quedaron ingratamente sorprendidos al ver que un marino del sur seco les disputaba la hegemonía que ellos creían que les pertenecía.

    La verdad es que tras la aparición en escena de Pero Niño, a Inglaterra parecía que le había mirado un tuerto. Como es sabido de largo, los ingleses han sido muy aficionados a lo ajeno desde tiempos inmemoriales; lo que les sorprendió enormemente es que en pleno siglo XIV alguien les discutiera la paternidad de su único arte digno de mención; la piratería.

    El catecismo de Pero Niño era muy sencillo. Se acercaba a la costa inglesa, los lugareños huían despavoridos, saqueaba, incendiaba y “hasta luego Lucas”. Todo ocurría en un abrir y cerrar de ojos. Obviamente el rey de Inglaterra estaba hasta la coronilla del almirante castellano.

    Tras saquear Cornualles y la isla de Portland y de pasaportar a más de cuatrocientos soldados de su majestad, arramplaron con las naos que había en el puerto y las cargaron con todo lo que de valor pudieron. Y así, suma y sigue, el prestigio de Pero Niño iba ‘in crescendo’ e Inglaterra se aprestaba para una defensa civil con milicias ya que el ejercito no daba abasto ante la osadía del castellano.

    Tiene títulos, honores, prestigio, bienes, poder, reconocimiento; pero no tiene sucesión y esto le obsesiona.

    Aprovechando el desconcierto de los insulares, y su sobrevenida afición de piromano, pegó fuego hasta los cimientos a las ciudades de Poole y Southampton.

    Pero Enrique III, llamado el doliente por sus innumerables goteras, compañero de juegos de infancia ambos, le llama a la Corte. En plena juventud, a los 27 años y cuando iba a encumbrar al almirante castellano para convertirlo en caballero, el frágil monarca desaparece entre las hebras de la oscuridad invisible.

    Finalmente, cuando parece darle esquinazo a la agitada vida de soldado, aparece en el escenario vital de este curtido marino una hermosa criatura llamada Beatriz de Portugal, a la que se abraza en cuerpo y alma tras un cortejo clásico y de un romanticismo increíble. Pero Beatriz muere al poco y Pero Niño se viene abajo. Tiene títulos, honores, prestigio, bienes, poder, reconocimiento; pero no tiene sucesión y esto le obsesiona. Lo intenta con la jovencísima Juana de Estúñiga sin resultados. A quien fue el terror de los mares, se le escapa lo mas tierno; una criaturita, un retoño, un vástago.

    En 1453, probablemente postrado por una depresión, deja su cuerpo e inicia el Gran Viaje.

    Pero Niño, un valiente sin espacio suficiente.

  • Alonso de Ojeda, conquistador Castellano

    Alonso de Ojeda, conquistador Castellano

    00Alonso de Ojeda, nación en Torrejoncillo del Rey (Cuenca, Corona de Castilla) en 1466; y murió en Santo Domingo en el año1515.

    Fue navegante, gobernador y conquistador castellano; recorrió las costas que luego serían de Guyana, Venezuela, Trinidad, Tobago, Curazao, Aruba y Colombia. Es famoso por haber dado el nombre Venezuela a la región que exploró en sus dos primeros viajes y por haber descubierto el Lago de Maracaibo y fundar Santa Cruz (La Guairita).

    Nació en una familia hidalga de pocos recursos. En su juventud estuvo al servicio del duque de Medinaceli, Luis de la Cerda, como paje. Alonso de Ojeda era pariente cercano de un alto miembro del Tribunal de la Inquisición, de su mismo nombre, quien le presentó al obispo de Badajoz, y mucho después de Burgos y presidente de la Junta de Indias, don Juan Rodríguez de Fonseca. si

    El joven Ojeda se ganó en breve la buena voluntad del obispo, quien ofreció dispensarle su protección a la primera oportunidad. Alonso tenía veintiséis años en 1494, era pequeño de estatura, ágil hasta causar sorpresa, y en todos los ejercicios de las armas, maestro consumado; tenía el genio pronto y la vista perspicaz; era valiente hasta la temeridad, vengativo hasta la crueldad, tierno de corazón con los débiles, y cortés con las damas; pendenciero y duelista, pero hondamente creyente y por extremo observante de sus deberes religiosos.

    El obispo supo distinguir en aquel joven un alma bien templada y un corazón generoso, pero también notó que su carácter tenía un fondo de ambición que podía servirle en los planes que por entonces maduraba para anular el poder de Cristóbal Colón.

    Llegada a La Española

    En septiembre de 1493, gracias a Rodríguez de Fonseca, se embarcó con Cristóbal Colón en su segundo viaje a América, llegando a la isla de La Española. En enero de 1494, Colón le encargó que buscara algunos tripulantes extraviados en el territorio de la isla. Pudo adentrarse con sólo quince hombres en la región del Cibao, donde dominaba el aguerrido cacique Caribe llamado Caonabo. Era Cibao, zona rica en minas de oro y Ojeda regresó a La Isabela para informar al Almirante, aquejado allí de unas fiebres.

    Colón partió para aquellas tierras en marzo de 1494 e hizo fundar la fortaleza de Santo Tomás, de la que nombró alcaide a Ojeda.

    Caonabo y sus guerreros atacaron el fuerte en cuanto tuvieron oportunidad y Ojeda los venció. La leyenda dice que logró apresar personalmente a Caonabó usando unos grilletes de oro y engañando al cacique haciéndole creer que eran prendas reales.

    También participó Alonso de Ojeda en la Batalla de la Vega Real o Batalla de Jáquimo, apodando a Ojeda como «El Centauro de Jaquimo», en la que, bajo su mando, los castellanos vencieron a los indígenas. Esta batalla habría enfrentado a un número de indígenas cifrado en diez mil por fray Bartolomé de las Casas frente a tan solo alrededor de cuatrocientos castellanos si bien es muy posible que estas cifras hayan sido exageradas. Posteriormente, en 1496, regresó a España.

    Primer viaje a Venezuela

    De regreso a España, capituló con los Reyes Católicos sin permiso de Colón. El viaje fue motivado por el deseo de los Reyes Católicos de comprobar la veracidad de los informes de Colón sobre las grandes riquezas del «nuevo mundo», debido a la desconfianza que Colón y sus partidarios habían inspirado entre los monarcas. La expedición zarpó el 18 de mayo de 1499, en asociación con el piloto y cartógrafo Juan de la Cosa y el navegante florentino Américo Vespucio. Cabe destacar que este fue el primero de la serie de «viajes menores» o «viajes andaluces» que se realizarían hacia el Nuevo Mundo.

    Recorriendo el litoral occidental de África hasta Cabo Verde, tomaron el mismo rumbo que realizó Colón un año antes en el tercer viaje, pero en dirección suroeste. Sin embargo, Vespucio decidió separarse de la flota y seguir su propio rumbo más al sur, hacia Brasil. La flota de Ojeda llegó a las bocas de los ríos Esequibo y Orinoco, así como al golfo de Paria, incluyendo las penínsulas de Paria y Araya, y a las islas de Trinidad y Margarita; continuando a lo largo de la tierra firme, en busca siempre de un pasaje hacia la India. Posteriormente recorrió la Península de Paraguaná y después avistó la isla Curaçao, a la cual llamó isla de los Gigantes porque creyó haber observado allí a indígenas de gran estatura; luego visitó la isla Aruba y también el archipiélago de Los Frailes.

    También recorrió una parte de la península de Paraguaná y se adentró en un golfo al que llamó Venezuela o Pequeña Venecia, pues había poblaciones en el fondo del golfo cuyas casas estaban construidas con troncos sobre el agua que se asemejaban a la ciudad de Venecia. Asimismo, logró ver la entrada del lago de Maracaibo, a la cual llamó San Bartolomé por haberla descubierto el día 24 de agosto de 1499, día de San Bartolomé, apóstol. También llegó a alcanzar el cabo de la Vela, en la actual península de la Guajira, a la que llamó Coquibacoa.

    Pocos días después, la expedición partió del cabo de la Vela a La Española con algunas perlas obtenidas en Paria, algo de oro y varios esclavos. La escasez de bienes y esclavos transportados era un rendimiento económico escaso, pero la importancia de este viaje radica en que fue el primer recorrido detallado y total hecho por los castellanos de las costas de Venezuela, debido al cual Ojeda goza del crédito de haber reconocido por vez primera toda la costa venezolana. La expedición dio también a Juan de la Cosa la oportunidad de trazar el primer mapa conocido de la actual Venezuela, además de ser el primer viaje que hizo Vespucio al Nuevo Mundo.​

    Sin embargo, cuando llegó la expedición a La Española el 5 de septiembre, fue mal recibida por seguidores de Colón quienes estaban enojados porque Ojeda no tenía derecho de explorar tierras descubiertas por aquel sin su autorización. Esto produjo reyertas y peleas entre ambos grupos, dejando algunos muertos y heridos; así tuvo que regresar a Cádiz con pocas riquezas, pero con muchos indígenas. La fecha de regreso es discutida: tradicionalmente se afirmaba que volvieron en junio de 1500 pero el historiador Demetrio Ramos ha señalado una fecha un poco más temprana, hacia noviembre de 1499.

    Segundo viaje a Venezuela

    Ojeda decidió hacer una nueva exploración y capituló nuevamente con los reyes de España el 8 de junio de 1501. Se le nombró gobernador de Coquibacoa por los resultados obtenidos en el primer viaje, y se le otorgó el derecho de fundar una colonia en ese territorio, aunque se le advirtió de que no visitara Paria. En esta ocasión se asoció con los mercaderes sevillanos Juan de Vergara y García de Campos, los cuales pudieron fletar cuatro carabelas.

    En enero de 1502, zarpó de España e hizo el mismo recorrido que en su primer viaje. En esta ocasión pasó de largo el golfo de Paria y llegó a la isla de Margarita (donde según algunas fuentes, intentó obtener oro y perlas de los indígenas por varios métodos). Luego recorrió las costas venezolanas desde Curiana hasta la península de Paraguaná e intentó fundar el 3 de mayo de 1502 una colonia en la península de la Guajira, exactamente en bahía Honda, a la que llamó Santa Cruz y que se convirtió en el primer poblado castellano en territorio colombiano y, por ende, el primero en tierra firme.

    Sin embargo, dicha colonia no prosperó luego de tres meses de fundada, debido a que Ojeda y sus hombres comenzaron a atacar las poblaciones indígenas de los alrededores, causando una constante guerra con éstos que se sumó a los problemas personales del mismo Ojeda con sus hombres. Así, fue en aquel momento cuando sus socios Vergara y Campos hicieron apresar a Ojeda para hacerse con el poco botín recaudado y abandonaron el poblado junto con los colonos, encarcelándolo en La Española en mayo de 1502. Ojeda estuvo preso hasta 1504, cuando fue liberado por el obispo Rodríguez de Fonseca, mediante una apelación; sin embargo tuvo que pagar una indemnización costosa que lo dejó bastante empobrecido.

    El resultado de este segundo viaje fue un fracaso ya que no se habían descubierto tierras nuevas y no se obtuvo un gran botín de parte de los exploradores, amasado en su mayoría por Vergara y Campos, sumado a que la colonia de Santa Cruz quedó abandonada y la gobernación de Coquibacoa fue abolida.

    El viaje a Nueva Andalucía

    Una vez conseguida la libertad, permaneció en La Española durante cuatro años sin mucho que hacer, hasta que en 1508 se enteró de que el rey Fernando el Católico había llamado a concurso la gobernación y colonización de Tierra Firme, y que abarcaba las tierras entre el cabo Gracias a Dios (entre Honduras y Nicaragua) y el cabo de la Vela (en Colombia). Juan de la Cosa fue a España y se presentó en representación de Ojeda, aunque también en dicho evento apareció Diego de Nicuesa, que rivalizaba con Ojeda por las tierras a colonizar. Como ambos candidatos poseían buena reputación y tenían simpatías en la Corte, la Corona prefirió dividir la región en dos gobernaciones: Veragua al oeste y Nueva Andalucía al este, con límites en el golfo de Urabá; así Ojeda recibía la gobernación de Nueva Andalucía y Nicuesa recibía Veragua. Esta capitulación fue firmada el 6 de junio de 1508.

    A Santo Domingo partieron los nuevos gobernadores para formar las flotas expedicionarias. Sin embargo, existía una disparidad entre la flota de ambos, destacando que Nicuesa poseía grandes riquezas y más crédito de parte de las autoridades coloniales, y que pudo atraer a más de 800 hombres, muchos caballos, cinco carabelas y dos bergantines; en cambio, Ojeda sólo reunió algo más de 300 hombres, dos bergantines y dos barcos pequeños. Debido a las disputas acerca de qué lugar exacto en el golfo de Urabá sería el límite de ambas gobernaciones, el asistente de Ojeda, Juan de la Cosa, señaló que el límite exacto sería el río Atrato, que desembocaba en dicho golfo.

    El 10 de noviembre de 1509 logró partir de Santo Domingo, unos días antes que Nicuesa, poco después de nombrar Alcalde Mayor al bachiller Martín Fernández de Enciso, un acaudalado abogado que tenía órdenes de fletar una embarcación con más provisiones para ayudar a Ojeda cuando fundara una colonia en Nueva Andalucía. El nuevo gobernante, procurando evitarse problemas con los indígenas de su región, pidió que se redactara una extensa y curiosa proclamación en la que invitaba a los indígenas a someterse la Corona de Castilla, que de lo contrario iban a ser sometidos a la fuerza; dicha proclamación fue hecha por el escritor Juan López de Palacios Rubios y contó con la aprobación de las autoridades españolas.

    Ojeda llegó a la bahía de Calamar, en la actual Cartagena (Colombia), ignorando los consejos de su subalterno De la Cosa de no establecerse en la zona. Después de desembarcar se encontró con varios indígenas y envió a unos misioneros a que recitaran la extensa proclama en voz alta junto con intérpretes que hablaban la lengua indígena. Sin embargo, los indígenas estaban bastante molestos por dicha proclama, así que Ojeda mostró baratijas a los indígenas, y esto provocó que se enojaran y comenzaran a luchar contra los castellanos. Combatió y venció a los indígenas de la costa; aprovechando esta ventaja decidió perseguir a algunos indígenas que se habían adentrado en la selva y llegó a la aldea de Turbaco: ahí sufrió la ira de los indígenas que tomaron desprevenidos a los castellanos. En esta contraofensiva murió Juan de la Cosa, que sacrificó su vida para que Ojeda escapara, y murieron también casi todos los que le acompañaban. Ojeda tuvo que huir para salvarse con un solo hombre apenas y llegar ileso a la orilla del mar, en donde pudo ser rescatado por la flotilla estacionada en la bahía.

    Poco después llegó la flota de Nicuesa, quien, preocupado por la pérdida que había tenido Ojeda, le cedió armas y hombres, y luego lo acompañó, olvidándose de las diferencias entre ambos gobernadores, para vengarse contra los indígenas de Turbaco, los cuales fueron masacrados en su totalidad.

    Gobernador de Nueva Andalucía y Urabá

    De vuelta en la bahía de Calamar, Nicuesa se separó de Ojeda en dirección mar adentro hacia el oeste rumbo a Veragua, mientras que Ojeda seguía recorriendo las costas de Nueva Andalucía hacia el suroeste, y llegaba al golfo de Urabá, donde fundó el asentamiento, en realidad un fuerte, de San Sebastián de Urabá el 20 de enero de 1510. Sin embargo, la expedición fue problemática: no habían pasado muchos días cuando dentro del fuerte crecía la escasez de alimentos, y se incrementaba el clima insalubre que afectaba a los colonos, además de la amenaza persistente de los indios urabaes, quienes atacaban a los castellanos con flechas envenenadas, de las cuales el mismo gobernador quedó herido en una pierna.

    Habían pasado ocho meses y medio desde que partió de Santo Domingo y haber fundado San Sebastián, y la prometida ayuda del bachiller Fernández de Enciso aún no llegaba. Entonces encargó a Francisco Pizarro, un joven soldado en ese entonces, que protegiera el sitio y se mantuviera con los habitantes durante cincuenta días hasta que Ojeda regresara, pidiéndoles que de lo contrario volvieran a Santo Domingo. Pero Ojeda jamás regresó a San Sebastián y, pasados los cincuenta días, Pizarro decidió regresar en los dos bergantines junto con 70 colonos. Poco después Fernández de Enciso, junto con Vasco Núñez de Balboa, socorrió a los pocos supervivientes del lugar; posteriormente, el fuerte fue incendiado por los indígenas de la región.

    Tras este fracaso, Alonso de Ojeda regresa a Santo Domingo en el bergantín de un pirata catellano llamado Bernardino de Talavera , que había huido de La Española y pasaba por el lugar.

    Un naufragio en Cuba

    Tratando de buscar ayuda, Ojeda se embarcó rumbo a Santo Domingo en el bergantín de Talavera con 70 hombres que lo acompañaban, pero el pirata apresó a Ojeda y no lo quiso liberar, esperando un rescate. Sin embargo, un violento huracán azotó la embarcación y Talavera tuvo que pedir ayuda a Ojeda, también marino. La tormenta arrastró la nave y ésta naufragó en Jagua, Sancti Spíritus, al sur de Cuba. Así, Ojeda y Talavera con sus hombres, decidieron recorrer la costa sur de la isla a pie, hasta punta Maisí, desde donde luego se trasladarían hasta La Española.

    Sin embargo, tuvieron dificultades y la mitad de los hombres murieron por el hambre, las enfermedades y las penurias que tuvieron que vivir en el camino. Ojeda cargaba con una imagen de la Virgen María que llevaba consigo desde la primera vez que se embarcó a América en 1493 e hizo una promesa a ésta de que le dedicaría un templo, que haría levantar en el primer poblado indígena que encontrara en su camino y que los recibiera con buenas intenciones.

    Poco después, con una docena de hombres y el pirata Talavera, llegaron a la comarca de Cueybá, donde el cacique Cacicaná trató amablemente y cuidó a Ojeda y a los demás hombres, que a los pocos días se habían recuperado. Ojeda cumplió su promesa y levantó una pequeña ermita de la Virgen en el poblado, ermita que sería venerada por los aborígenes de la comarca. Allí fue socorrido por Pánfilo de Narváez y fue a Jamaica, isla en la que Talavera fue apresado por piratería. Después llegó a La Española, donde muy exhausto se enteró que la ayuda de Fernández de Enciso había llegado a San Sebastián.

    Su ocaso y muerte

    Casado con una indí­gena llamada Guaricha, a la que puso el nombre de Isabel, con la que tuvo tres hijos. Tras el fracaso del viaje a Nueva Andalucía, Ojeda no volvió a dirigir ninguna otra expedición y renunció a su cargo de gobernador. Pasó los últimos cinco años de su vida en Santo Domingo donde vivió triste y deprimido. Luego se retiró al Monasterio de San Francisco, en donde murió poco después en 1515. Su última voluntad fue que lo sepultaran bajo la puerta mayor del monasterio, para que su tumba fuese pisada por todos los que llegaban a entrar a la iglesia, como pena por los errores que cometió en su vida. Y así­ se hizo. Su esposa Isabel fue hallada muerta sobre la tumba de Ojeda pocos dí­as después de la muerte de éste y fue enterrada junto con su marido. En 1892 cuando, debido al deterioro sufrido por el monasterio a través de los siglos, es exhumado el cadáver y trasladado al antiguo convento de los dominicos, convertido en Panteón Nacional.

    En 1942 el Monasterio de San Francisco se restaura y se declara monumento histórico nacional. Por esto las autoridades dominicanas entienden que deben trasladar sus restos de nuevo al sitio que había escogido para su sepultura, lo cual se hizo con honores de Estado.​

    Los restos de Ojeda y Guaricha desaparecieron de la tumba del monasterio en 1963.​ Al parecer los restos fueron sacados de República Dominicana en 1983, llevados a Ciudad Ojeda (Venezuela) por el sacerdote Fernando Campo del Pozo y entregados al Concejo municipal de la ciudad venezolana. Allí permanecieron en el olvido depositados en una urna hasta que en 2014 un grupo de historiadores locales consiguió dar con su paradero.​

    Escritores como Vicente Blasco Ibáñez, en su novela El caballero de la Virgen (1929), o Alberto Vázquez-Figueroa, en su obra Centauros (2007), han relatado la vida y obra del conquistador.

    Ciudad Ojeda, fundada en 1936 por decreto del presidente de Venezuela Eleazar López Contreras, recibe su nombre como homenaje al hombre que descubrió el lago de Maracaibo y puso nombre a Venezuela, lugar en el que actualmente se encuentran sus restos.

  • Casa de Lara de Castilla

    Casa de Lara de Castilla

    La Casa de Lara, eminente linaje de la nobleza castellana con orígenes en el corazón medieval del Reino de Castilla, se erige desde la histórica localidad de Lara de los Infantes, en Burgos. Este estirpe, cuyas raíces se hunden en la rica tierra de Castilla, ha visto a dos de sus ramas, ambas pertenecientes a la casa de Manrique de Lara, ascender al rango de Grandes de Castilla y por tanto de España de la primera antigüedad: los duques de Nájera y los marqueses de Aguilar de Campoo, demostrando así su profunda inserción en la nobleza y la historia española.

    A lo largo de los siglos, los Lara han ejercido una influencia considerable sobre los destinos de la Corona de Castilla, extendiendo su dominio no solo a lo largo de Castilla sino también en los reinos de León, Andalucía, y Galicia. Su participación en el tejido político de estos territorios fue notoria tanto en apoyo a los monarcas reinantes, como en la figura de Álvaro Núñez de Lara, regente de Enrique I de Castilla, como en oposición a ellos, evidenciando su papel central en los complejos juegos de poder de la época.

    La casa de Manrique de Lara, rama secundaria del linaje, no solo continuó esta tradición de servicio y conflicto, sino que también se destacó en la administración y en diversas instituciones, contribuyendo literatos de renombre como Diego Gómez Manrique y Jorge Manrique, enriqueciendo así el legado cultural del linaje.

    En el siglo XVII, el linaje de los Lara fue objeto de estudio por el genealogista e historiador Luis de Salazar y Castro, quien dedicó cuatro volúmenes a explorar la profundidad y amplitud de su historia, convirtiéndose en una obra de referencia indispensable en el campo de la genealogía nobiliaria.

    El origen de la Casa de Lara, según Luis de Salazar y Castro, se remonta a los Condes de Castilla, con Gonzalo Núñez emergiendo como el primer tenente del Alfoz de Lara documentado, marcando el inicio de una expansión territorial y de riquezas que se extendió desde la sierra de Burgos hacia Galicia, León y Andalucía. Esta expansión fue posible gracias a su activa participación en las guerras de Reconquista y a sus vínculos con la casa real.

    A través de los siglos XII, XIII, y XIV, figuras como Pedro González de Lara, Rodrigo González de Lara, los hermanos Manrique, Álvaro y Nuño Pérez de Lara, y Juan Núñez I y III de Lara, desempeñaron roles clave en los momentos decisivos de la historia castellana y leonesa, enfrentándose a monarcas, liderando rebeliones, o apoyando a futuros reyes, tejiendo así una compleja red de lealtades y conflictos que define su legado.

    El escudo de armas de la Casa de Lara, con su campo de plata y calderas negras, simboliza no solo la nobleza del linaje sino también su capacidad para reclutar y mantener ejércitos a su costa, un emblema de poder y autonomía que ha identificado a la casa desde los tiempos del conde Pedro González de Lara. Este símbolo heráldico, presente en sellos antiguos, pinturas medievales, y monumentos históricos, encapsula la esencia de un linaje cuya influencia se extendió a través de los siglos, marcando indeleblemente la historia de Castilla y por tanto de España.

    En la novela «Vikingo y Almogávar (Vikingo nº 2)«, Torstein, un guerrero nórdico, se encuentra en Al-Ándalus durante el siglo XIII, tejiendo alianzas y enfrentándose a nuevos desafíos. Esta trama se enlaza con la historia de la Casa de Lara, ya que refleja la complejidad política y social de la Península Ibérica en la Edad Media, un escenario donde linajes como el de Lara tuvieron un papel crucial en el tejido de alianzas y conflictos que caracterizaron la región. La novela ofrece una ventana a las interacciones culturales y políticas de la época, un eco de las dinámicas que la Casa de Lara experimentó a lo largo de su historia.

  • La Batalla de Valverde

    La Batalla de Valverde

    La batalla de Valverde enfrentó el 14 de octubre de 1385 en las cercanías de la localidad de Valverde de Mérida, Castilla, a ejércitos de la Corona de Castilla y el Reino de Portugal como parte de la Crisis de 1383-1385 en Portugal. El combate se saldó con una decisiva victoria del ejército portugués.

    Dos meses después de la decisiva victoria lusa en la batalla de Aljubarrota, el condestable de Portugal, Nuno Álvares Pereira, decidió pasar a la ofensiva e invadir territorio castellano. El ejército portugués salió desde Estremoz y atravesó por Vila Viçosa y Olivenza antes de penetrar en territorio de la corona de Castilla, donde tomaron Vilagarcia, localidad sin defensas,​ y desde allí procedieron en dirección a Valverde de Mérida.

    Las fuerzas castellanas en la zona esperaban refuerzos, pero a pesar de ello decidieron marchar para enfrentarse a un ejército portugués que era menos numeroso e impedir que cruzara el río Guadiana. Los refuerzos castellanos se componían de levas locales y su número total ascendía a unos 20 000 hombres, entre los que había varios nobles como Gonzalo Núñez de Guzmán, Maestre de la Orden de Calatrava, el Maestre de la Orden de Alcántara, que entonces era el portugués Martim Anes de Barbuda, así como el Maestre de la Orden de Santiago, Pedro Muñiz de Godoy.

    Una parte del ejército castellano cruzó el río Guadiana y tomó posición en la orilla opuesta, mientras que el resto de soldados permanecieron en sus puestos con la intención de rodear a las fuerzas portuguesas una vez que estas cruzaran el curso fluvial. El comandante luso, Nuno Álvares Pereira, ordenó entonces a sus hombres formar en cuadro colocando sus pertrechos en el centro y se lanzaron con ímpetu contra los castellanos, que trataron de detenerlos. Tras alcanzar la orilla del río, Álvares ordenó a su retaguardia proteger los pertrechos y luchar contra el enemigo mientras su vanguardia cruzaba el río.

    Las fuerzas castellanas que los esperaban al otro lado, unos 10 000 soldados, no fueron capaces de detener su cruce.​ Tras reordenar su vanguardia para que defendiera la orilla que acababan de ganar, Nuno Álvares Pereira volvió a cruzar el Guadiana para reunirse con su retaguardia, la cual estaba sufriendo una lluvia de flechas castellanas. Una vez que el condestable de Portugal fue consciente de que su enemigo había lanzado todos sus proyectiles, ordenó atacar. Fue en ese momento cuando vio el pendón del Gran Maestre de la Orden de Santiago y se abrió paso a través del ejército castellano para enfrentarse a él y herirlo de muerte tras un breve duelo.​ Muerto el maestre y caída su enseña, las fuerzas castellanas se desmoralizaron y rompieron su formación, con lo cual fueron incapaces de detener el empuje portugués y cayeron rápida y totalmente derrotadas.

    Los soldados lusos persiguieron a los castellanos hasta el anochecer y regresaron a Portugal a la mañana siguiente. Al tremendo desastre que Castilla había experimentado poco antes en Aljubarrota se sumó la derrota en Valverde. Como consecuencia, la mayor parte de las localidades portuguesas que estaban todavía ocupadas por fuerzas castellanas se rindieron ante Juan I de Portugal.

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  • La Batalla de Winchelsea

    La Batalla de Winchelsea

    Al estallar la guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra, Castilla se mantuvo neutral. Alfonso XI de Castilla buscó acuerdos con ambos contendientes tratando de mantener abierta la vía a Brujas, vital para el comercio lanero castellano.​ Pero mantener la neutralidad no resultaba fácil, especialmente tras la muerte de Alfonso, cuando para el nuevo rey, Pedro I, comenzó a buscarse un matrimonio que lo enlazaría con la casa real francesa, y los marinos del Cantábrico pudieron disfrutar de libertad para actuar como mercenarios al servicio de Francia o como corsarios a cambio del «quinto real», iniciando una campaña de acoso a Inglaterra.

    El 10 de agosto de 1350 en Rotherhithe Eduardo III anunció su propósito de hacer frente al problema de los corsarios castellanos en un mensaje dirigido a los obispos de Canterbury y de York para que implorasen el auxilio divino en tan peligroso trance.​ En una carta enviada al mayor y jurados de la ciudad de Bayona les decía que «gentes de las tierras de España» sin respetar los acuerdos de neutralidad habían atacado a sus naves y tratado inhumanamente a sus hombres, y que no contentos con ello, reunían en Flandes una poderosa armada con hombres de guerra para invadir el reino y «posesionarse del dominio del mar», justificando así el embargo general de naves y marineros.

    La batalla de Winchelsea, también conocida como la batalla de Les Espagnols sur Mer, tuvo lugar el 29 de agosto de 1350 frente a la costa de Winchelsea (Inglaterra), al atacar la flota inglesa, mandada por el rey Eduardo III y su hijo, el Príncipe Negro, a la flota lanera castellana que regresaba de Brujas.​ Los motivos de la batalla, librada durante la guerra de los Cien Años, difieren: Eduardo III se supone que trató de impedir la ayuda de los marinos castellanos del Señorío de Vizcaya y del norte de castilla de la región de Cantabria hacia Francia, vengando alguna acción de corso previa o sea piratas, pero sin intención de proseguir la lucha, por lo que solo un año después firmó con la Hermandad de las Marismas un acuerdo de paz que garantizaba a la Hermandad el libre comercio en aguas inglesas. Desde el punto de vista francés, Eduardo preparaba la flota con intención de cruzar el canal y hacerse coronar rey de Francia en Reims, propósito que quedó desbaratado al ser sorprendido por una flota castellana al mando de Carlos de la Cerda, miembro del linaje real castellano pero refugiado en Francia donde solo unos meses después de la batalla sería nombrado condestable por Juan II el Bueno.

    ​Hacia la Batalla

    Dispuesto a terminar con el problema de la piratería o del dominio castellano del mar, el propio Eduardo se trasladó a Winchelsea (Vinchele en los documentos castellanos) en compañía de sus hijos, el Príncipe Negro y el conde de Richmond, de solo diez años, y con las damas de la corte, que permanecieron en un convento cercano,​ donde se reunió una flota supuestamente formada por 54 naves, que consistían en cinco urcas, treinta kogges y diecinueve pinazas.

    A Flandes, donde se encontraban los navíos castellanos por motivos comerciales, llegaron noticias de estos preparativos, por lo que sus patrones decidieron reforzarse, embarcando mercenarios y encomendando su dirección a Carlos de la Cerda. No se conoce con certeza el número de las naves cántabras. Cronistas ingleses llegaron a fijar una superioridad de diez a uno a favor de los castellanos. Para Jean Froissart, el más célebre de los cronistas franceses, serían cuarenta, «grandes y hermosas», con diez mil hombres embarcados en ellas.

    Eduardo III embarcó en la hulk Thomas el 28 de agosto, esperando la aparición de la flota enemiga. El 29, domingo, una flota castellana, con viento a favor, alcanzó Winchelsea al tiempo que la escuadra inglesa salía del puerto en formación.

    La Batalla

    Unos veinticuatro barcos castellanos que atravesaban el canal hacia el sur camino a casa con mercancías de Flandes fueron interceptados por la flota inglesa que aproximadamente les doblaba en número de barcos. Gracias a la mayor altura de los barcos castellanos las ballestas y las catapultas causaron grandes bajas sobre los barcos ingleses repletos de soldados, aunque finalmente la mayoría fueron abordados y vencidos. Apenas se hicieron prisioneros y los castellanos heridos y los muertos fueron arrojados al mar, pero incluso así las bajas inglesas fueron superiores.

    Es el cronista francés Jean Froissart, al servicio de Eduardo III de Inglaterra, quien dejó la narración más completa del desarrollo de la batalla y a quien siguen todos los relatos posteriores. El tratamiento que da Froissart a la batalla no difiere del que hubiese correspondido a una justa caballeresca. Aunque la marina castellana hubiera podido evitar el combate buscó el enfrentamiento. La nave insignia inglesa se lanzó contra otra castellana y debido a la violencia del choque frontal la nave de Eduardo quedó seriamente dañada y hubo de ser abandonada antes de hundirse. Froissart pone en boca de Eduardo la orden dada a sus capitanes:

    Dirigíos contra aquella nave que se acerca derecho hacia aquí, pues justar quiero contra ella.

    La batalla se libró del único modo posible, al abordaje y luchando cuerpo a cuerpo. Las crónicas refieren un combate sin piedad, en el que los vencidos eran arrojados por la borda. El barco del Príncipe Negro también se fue a pique al ser abordado por otro castellano agujereándole el casco, aunque el príncipe pudo pasar a la cubierta del castellano y finalmente apoderarse de él con la ayuda de un segundo barco inglés que lo atacó por la parte opuesta. La batalla concluyó, según las crónicas, cuando un escudero flamenco de Roberto de Namur llamado Hannequin cortó la driza de la vela mayor del navío castellano que arrastraba al de su señor cuando este ya se daba por perdido. Los sorprendidos marinos castellanos, cubiertos bajo la vela, pudieron entonces ser fácilmente abordados y acuchillados, quedando en poder de los ingleses de catorce a veintiséis naves castellanas.

    Tras la Batalla

    Tras la victoria Eduardo III hizo grabar monedas con el título de King of the Sea (Rey del Mar), pero su triunfo estuvo lejos de ser decisivo, pues el 8 de septiembre prevenía a los de Bayona frente a nuevos ataques de los españoles, «enemigos notorios en tierra y en mar», y ya en noviembre de 1350 envió emisarios para que se pusieran en contacto con las maestros y marineros castellanos residentes en Flandes («cum magistris et marinariis et aliis hominibus de Ispania apud portum del Svoyne, et alibi in Flandria existentibus») a fin de negociar con ellos la paz.

    El 1 de agosto de 1351, Eduardo III firmó en Londres un tratado con las ciudades de la Hermandad de las Marismas representadas por los marinos Juan López de Salcedo, de Castro Urdiales, Diego Sánchez de Lupard, de Bermeo, y Martín Pérez de Golindano, de Guetaria. El acuerdo reconocía a los marinos castellanos el derecho de libre circulación y comercio en aguas inglesas, fijaba una tregua de veinte años y creaba un tribunal encargado de dirimir los conflictos que pudieran surgir entre marinos de ambos reinos. El acuerdo fue ratificado poco después por el rey de Castilla en las Cortes de Valladolid.

    La batalla tampoco dio a Inglaterra el dominio del mar. El Atlántico no disponía de auténticos barcos de guerra equiparables a las galeras de remos que surcaban el Mediterráneo. Las escuadras atlánticas, destinadas primordialmente al transporte de tropas, se formaban en su mayor parte con navíos mercantes requisados para la ocasión. Las costas a los dos lados del canal permanecieron indefensas frente a los ataques que llegaban desde el mar. En el curso de la guerra de los Cien Años navíos castellanos y franceses saquearon o quemaron un elevado número de puertos y ciudades costeras inglesas, entre ellas Plymouth, Southampton o la propia Winchelsea.

     

     

  • La Reina Berenguela de Castilla

    La Reina Berenguela de Castilla

    La historia de Berenguela no es un caso aislado, pues no fueron pocas, las mujeres que en algún momento dirigieron el destino de Castilla. Un reino mucho más igualitario en cuanto a derechos y libertades, así como en lo relativo al liderazgo de sus mujeres, que muchos otros reinos coheteanos e incluso muy posteriores no tenían. 

    Berenguela de Castilla (nació en Segovia en el año 1179 y murió en Burgos el ​8 de noviembre de 1246). Había nacido como hija primogénita del rey castellano Alfonso VIII y de su esposa, Leonor Plantagenet, bisnieta de otra Berenguela, la esposa de Alfonso VII de León, y hermana de Ramón Berenguer IV de Barcelona. Por línea materna era nieta de Enrique II de Inglaterra y de otra importante mujer de la época, Leonor de Aquitania.

    Durante los primeros años de su vida, Berenguela fue la heredera nominal al trono castellano, pues los infantes nacidos posteriormente no habían sobrevivido; esto la convierte en un partido muy deseado en toda Europa.

    El primer compromiso matrimonial de Berenguela se acordó en 1187 con Conrado, duque de Rothenburg y quinto hijo del emperador germánico Federico I Barbarroja.​ Al año siguiente, 1188, en Seligenstadt, se firmó el contrato matrimonial, incluyendo una dote de 42000 maravedíes, tras lo cual Conrado marchó a Castilla, donde celebraron los esponsales en Carrión de los Condes, en junio de 1188.​ El 29 de noviembre de 1189 nació el infante Fernando, hermano menor de Berenguela, que fue designado heredero al trono. El emperador Federico, viendo frustradas sus aspiraciones en Castilla perdió todo interés en mantener el compromiso de su hijo y los esponsales fueron cancelados, a pesar de la dote de 42 000 áureos de la infanta. Conrado y Berenguela jamás volverían a verse. Berenguela solicitó al papa la anulación del compromiso, seguramente influida por agentes externos, como su abuela Leonor de Aquitania, a quien no interesaba tener a un Hohenstaufen como vecino de sus feudos franceses. Pero estos temores se verían posteriormente neutralizados cuando el duque fue asesinado en 1196.

    En 1197, Berenguela se casó en la ciudad de Valladolid con el rey de León Alfonso IX, pariente suyo en tercer grado. De este matrimonio nacieron cinco hijos. Pero en 1204, el papa Inocencio III anuló el matrimonio alegando el parentesco de los cónyuges,​ a pesar de que Celestino III lo había permitido en su momento. Esta era la segunda anulación para Alfonso y ambos solicitaron vehementemente una dispensa para permanecer juntos. Pero este papa fue uno de los más duros en cuestiones matrimoniales, así que se les denegó, aunque consiguieron que su descendencia fuese considerada como legítima. Disuelto el lazo matrimonial, Berenguela regresó a Castilla al lado de sus padres,​ donde se dedicó al cuidado de sus hijos.

    Regente y Reina

    Al morir Alfonso VIII en 1214, heredó la corona el joven infante Enrique que tan solo contaba con diez años de edad, por lo que se abrió un período de regencia, primero bajo la madre de rey, que duró exactamente veinticuatro días, hasta su muerte; y luego bajo la de su hermana Berenguela. Comenzaron entonces disturbios internos ocasionados por la nobleza, principalmente por la casa de Lara y que obligaron a Berenguela a ceder la tutoría del rey y la regencia del reino al conde Álvaro Núñez de Lara​ para evitar conflictos civiles en el reino.

    En febrero de 1216, se celebró en Valladolid una curia extraordinaria a la que asistieron magnates castellanos como Lope Díaz de Haro, Gonzalo Rodríguez Girón, Álvaro Díaz de Cameros, Alfonso Téllez de Meneses y otros, que acordaron, con el apoyo de Berenguela, hacer frente común ante Álvaro Núñez de Lara. A finales de mayo de este mismo año, la situación se tornó peligrosa en Castilla para Berenguela que decidió refugiarse en el castillo de Autillo de Campos cuyo tenente era el noble Gonzalo Rodríguez Girón –uno de los fieles a la regente– y enviar a su hijo Fernando, el futuro rey, a la corte de León, con su padre, Alfonso IX. El 15 de agosto de 1216 se reunieron todos los magnates del reino de Castilla para intentar llegar a un acuerdo que evitase la guerra civil, pero las desavenencias llevaron a los Girón, los Téllez de Meneses y los Haro a alejarse definitivamente del Lara.

    Enrique falleció el 6 de junio de 1217 después de recibir una herida en la cabeza por una teja que se desprendió accidentalmente cuando se encontraba jugando con otros niños en el palacio del obispo de Palencia, quien en esas fechas era Tello Téllez de Meneses.​ El conde Álvaro Núñez de Lara se llevó el cadáver de Enrique al castillo de Tariego para ocultar su muerte, aunque la noticia llegó a Berenguela.​ Esto hizo que el trono de Castilla pasara a Berenguela, quien el 2 de julio hizo la cesión del trono en favor de su hijo Fernando.

    La Consejera Real 

    Pese a que no quiso ser reina, Berenguela estuvo siempre al lado de su hijo, como consejera, interviniendo en la política del reino, aunque de forma indirecta.

    Destacó la mediación de Berenguela en 1218 cuando la intrigante familia nobiliaria de los Lara con el antiguo regente, Álvaro Núñez de Lara, a la cabeza conspiró para que el padre de Fernando III y rey de León, Alfonso IX, penetrara en Castilla para hacerse con el trono de su hijo. Sin embargo, el fallecimiento del conde de Lara facilitó la intervención de Berenguela, que logró que padre e hijo firmaran el 26 de agosto de 1218 el pacto de Toro que pondría fin a los enfrentamientos castellano-leoneses.

    Concertó el matrimonio de su hijo con la princesa Beatriz de Suabia, hija del duque Felipe de Suabia, y nieta de dos emperadores: Federico Barbarroja e Isaac II Ángelo. Este matrimonio con una familia tan importante elevaba la alcurnia de los reyes de Castilla y abría la puerta para que Fernando participase en los asuntos europeos de forma activa. El matrimonio se celebró el 30 de noviembre de 1219 en la catedral de Burgos.

    En 1222, Berenguela intervino nuevamente a favor de su hijo, al conseguir la firma del Convenio de Zafra que puso fin al enfrentamiento con los Lara al concertarse el matrimonio entre Mafalda, hija y heredera del señor de Molina, Gonzalo Pérez de Lara, y su hijo y hermano de Fernando, Alfonso.

    En 1224 logró el matrimonio de su hija Berenguela con Juan de Brienne​ en una maniobra que acercaba a Fernando III al trono leonés, ya que Juan de Brienne era el candidato que Alfonso IX había pensado para que contrajera matrimonio con una de sus hijas. Al adelantarse Berenguela, evitaba que las hijas de su anterior esposo tuvieran un marido que pudiera reclamar el trono leonés.

    Pero quizás la intervención más decisiva de Berenguela a favor de su hijo Fernando se produjo en 1230 cuando falleció Alfonso IX y designó como herederas al trono a sus hijas Sancha y Dulce, frutos de su primer matrimonio con Teresa de Portugal, en detrimento de los derechos de Fernando III. Berenguela se reunió en Benavente con la madre de las infantas y consiguió la firma de la Concordia de Benavente, por la que éstas renunciaban al trono en favor de su hermanastro a cambio de una sustanciosa cantidad de dinero y otras ventajas. De ese modo se unieron para siempre León y Castilla en la persona de Fernando III el Santo.

    Intervino también en el segundo matrimonio de Fernando III tras la muerte de Beatriz de Suabia, aunque habían tenido suficiente descendencia, pero «con el fin de que la virtud del rey no se menoscabase con relaciones ilícitas». En esta ocasión, la elegida fue una noble francesa, Juana de Danmartín, candidata de la tía del rey y hermana de Berenguela, Blanca de Castilla, reina de Francia por su matrimonio con Luis VIII de Francia.

    Berenguela ejerció como una auténtica reina mientras su hijo Fernando se encontraba en el sur, en sus largas campañas de reconquista de Al-Ándalus. Gobernó Castilla y León con la habilidad que siempre la caracterizó, asegurándole el tener las espaldas bien cubiertas. Se entrevistó por última vez con su hijo en Pozuelo de Calatrava en 1245, tras lo cual volvió a Castilla donde falleció al año siguiente.

    Se la retrata como una mujer virtuosa por los cronistas de la época. Fue protectora de monasterios y supervisó personalmente las obras de las catedrales de Burgos y Toledo. Del mismo modo, también se preocupó de la literatura, encargando al cronista Lucas de Tuy una crónica sobre los reyes de Castilla y León, siendo asimismo mencionada en las obras de Rodrigo Jiménez de Rada.

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  • La Batalla de Teba, cuando los escoceses lucharon junto a los castellanos

    La Batalla de Teba, cuando los escoceses lucharon junto a los castellanos

    La batalla de Teba fue un episodio bélico que tuvo lugar en la localidad andaluza que le da nombre, en el mes de agosto de 1330. En ella se enfrentaron un ejército cristiano comandado por el rey castellano Alfonso XI y otro musulmán enviado por el emir nazarí Muhammed IV de Granada y comandado por el general benimerín Ozmín. La principal consecuencia de la batalla fue la toma del estratégico castillo de la Estrella por las tropas cristianas.

  • Espada y Leyenda: Cinco Relatos Épicos en la Senda de El Cid Campeador

    Espada y Leyenda: Cinco Relatos Épicos en la Senda de El Cid Campeador

    Ecos de Leyenda: Cinco Novelas Imprescindibles sobre El Cid Campeador

    El Cid Campeador, también conocido como Rodrigo Díaz de Vivar, es una de las figuras más emblemáticas de la historia y la literatura españolas. Su vida, entre la historia y la leyenda, ha inspirado innumerables obras literarias que exploran su papel como guerrero, líder y símbolo de la Reconquista. En este artículo, exploraremos cinco novelas que han capturado la esencia de El Cid, ofreciendo diferentes perspectivas sobre este héroe medieval. Estas obras no solo nos transportan a la turbulenta España del siglo XI, sino que también nos sumergen en las complejidades de un personaje que ha trascendido el tiempo.

    1. «El Cantar de Mio Cid» (Anónimo, Siglo XII-XIII)

    Aunque no es una novela en el sentido moderno, ninguna lista sobre El Cid estaría completa sin mencionar este poema épico. «El Cantar de Mio Cid» es la primera gran obra de la literatura española y una de las piezas esenciales de la épica medieval europea. A través de sus versos, seguimos las hazañas de Rodrigo Díaz de Vivar, desde su destierro hasta sus victorias militares y su lucha por restaurar su honor. Este poema no solo es un retrato de El Cid, sino también una ventana invaluable a la sociedad, la cultura y la guerra de la España medieval.

    2. «El Cid» (1988) – José Luis Corral

    Esta novela histórica de José Luis Corral ofrece una visión detallada y rigurosa de la vida de El Cid. Corral, conocido por su habilidad para entrelazar la historia y la ficción, nos lleva a través de los diferentes periodos de la vida de Rodrigo Díaz de Vivar, desde sus primeros años hasta sus últimas batallas. La novela destaca por su fidelidad histórica y su capacidad para sumergir al lector en la complejidad de la época.

    3. «El Campeador» (2005) – Max Aub

    Max Aub, en esta obra, se centra en la figura legendaria de El Cid para explorar temas de poder, lealtad y justicia. A través de una narrativa que mezcla la historia y la ficción, Aub recrea la vida de este héroe nacional, mostrando tanto sus virtudes como sus contradicciones. La novela es un viaje a través de la geografía y la sociedad españolas del siglo XI, ofreciendo una perspectiva única sobre este personaje icónico.

    4. «Las Mocedades del Cid» (2001) – Guillermo Schmidhuber

    Esta novela se centra en la juventud de Rodrigo Díaz de Vivar, explorando los eventos y las circunstancias que moldearon al futuro Cid Campeador. Schmidhuber combina la investigación histórica con una narrativa vibrante para dar vida a los primeros años de El Cid, un periodo menos conocido pero crucial en su desarrollo como líder y guerrero. La novela es un fascinante viaje al corazón de la Castilla medieval y a los inicios de una leyenda.

    5. «El Cid: La Leyenda» (2003) – Juan Eslava Galán

    En esta obra, Juan Eslava Galán se sumerge en la leyenda y la realidad de El Cid para ofrecer una versión accesible y entretenida de su historia. La novela se destaca por su habilidad para entrelazar los hechos históricos con los elementos legendarios que rodean la figura de Rodrigo Díaz de Vivar. Eslava Galán crea una narrativa que es tanto educativa como cautivadora, ideal para aquellos que buscan una introducción a la vida y hazañas de El Cid.

    Conclusión:

    El Cid Campeador sigue siendo una figura fascinante, tanto en la historia como en la literatura. Estas cinco novelas ofrecen diferentes perspectivas sobre su vida y su época, desde la rigurosa fidelidad histórica hasta la exploración de su leyenda. A través de ellas, podemos acercarnos más a entender no solo a este icónico personaje, sino también el mundo en el que vivió, un mundo de conflictos, pasiones y heroísmo que sigue resonando en nuestra cultura contemporánea.

  • La historia de la Casa de Trastámara

    La historia de la Casa de Trastámara

    La Casa de Trastámara fue una dinastía de origen castellano que reinó en la Corona de Castilla de 1369 a 1555, la Corona de Aragón de 1412 a 1555, el Reino de Navarra de 1425 a 1479 y el Reino de Nápoles de 1458 a 1501 y de 1504 a 1555.

    El Origen; La Casa de Borgoña de Castilla

    Tuvo su origen en el matrimonio de la infanta Urraca —hija de Alfonso VI de León y de Constanza de Borgoña— con Raimundo de Borgoña, al cual se le encomendó el gobierno del condado de Galicia en 1093, que fue reducido al norte del río Miño en 1096. Raimundo era hijo del conde Guillermo I de Borgoña y cuya madre de filiación no documentada era Estefanía de Borgoña. El matrimonio de Raimundo con Urraca engendró al futuro Alfonso VII «el Emperador» (o bien Alfonso Raimúndez), rey de León y Castilla.

    No se debe confundir la casa de Borgoña castellana con la casa de Borgoña portuguesa, la cual procede de una rama secundaria de los Capetos que gobernaba en el ducado de Borgoña. Las dinastías regias castellana y portuguesa descendían de dos primos, Alfonso VII de León y Alfonso I de Portugal, que pertenecían respectivamente, a los linajes del condado de Borgoña y del ducado de Borgoña. La dinastía continuó en Castilla hasta la muerte de Pedro I «el Cruel» en 1369, de manos de su hermanastro y sucesor Enrique II «el de las Mercedes» de la nueva Dinastía de Trastámara (que no es pues sino una rama secundaria de la dinastía de Borgoña).

    Alfonso VII de León

    Alfonso VII de León, llamado «el Emperador» (Caldas de Reyes, 1 de marzo de 1105 – Santa Elena , 21 de agosto de 1157), fue rey de León y de Castilla entre 1126 y 1157. Hijo de la reina Urraca I de León y del conde Raimundo de Borgoña, fue el primer rey leonés miembro de la Casa de Borgoña, que se extinguió en la línea legítima con la muerte de Pedro I, quien fue sucedido por su hermano paterno Enrique, primer rey Trastámara.

    Retomando la vieja idea imperial de Alfonso III y Alfonso VI, el 26 de mayo de 1135 fue coronado Imperator totius Hispaniae (Emperador de España) en la Catedral de León, recibiendo homenaje, entre otros, de su cuñado Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona.

    La Casa de Trastámara

    La Casa, una rama menor de la reinante Casa de Borgoña, toma su nombre del Condado de Trastámara (del latín: Tras Tamaris, ‘más allá del río Tambre’) en el noroeste de Galicia, título que ostentaba antes de acceder al trono Enrique II (1369-1379) tras la guerra civil que terminó con el asesinato en 1369 de su hermanastro Pedro I.

    Bajo los diferentes reinados de los Trastámara se debilitó la autoridad monárquica conseguida por Pedro I y el desarrollo económico que había sido impulsado por la burguesía. A la vez, bajo sus gobiernos se manifiesta muy bien una política que llevará más adelante hacia las llamadas monarquías autoritarias. Lograron involucrar a Castilla en la Guerra de los Cien Años, permitiendo a la diplomacia europea inmiscuirse en los asuntos del reino.

    La Casa de Trastámara pasó a reinar en Aragón mediante el compromiso de Caspe (1412), que puso fin a la crisis sucesoria originada por la muerte sin descendencia de Martín I el Humano en 1410. Allí, contrariamente a la pérdida de autoridad que sufrían los Trastámaras castellanos, la rama aragonesa luchó por afianzar el poder del Rey en unos territorios donde las Constituciones y Fueros de cada reino le limitaban la capacidad de acción. Fernando I manifestó su rechazo a estos fueros, y a la larga, bajo Juan II de Aragón y Fernando el Católico, los Trastámara pudieron superar parte de los escollos de la peculiar organización feudalizante de la Corona de Aragón, aunque debido a la guerra entre Juan II y la Diputación del General, Aragón, y en especial Cataluña, quedaron atrás en la recuperación económica que se desarrollaba desde la debacle de la Peste Negra y la Crisis del siglo XIV.

    La última monarca de esta casa en gobernar en España fue la reina Juana I la Loca, que por su matrimonio con Felipe I el Hermoso y a través del hijo de ambos, Carlos I, dio paso al gobierno de España por reyes de la Casa de Austria.

  • Una Castilla nacional y tradicional como única propuesta de futuro

    Una Castilla nacional y tradicional como única propuesta de futuro

    La construcción de una nación Castellana: un antídoto frente a las amenazas contemporáneas

    En el tapiz político y social de la España contemporánea, resurgen viejas tensiones y nuevos desafíos que amenazan la cohesión y la estabilidad nacional. El separatismo catalán y vasco, junto con la corrupción endémica en los partidos políticos y la aparente sumisión a intereses supranacionales, delinean un escenario que reclama una revisión profunda de los cimientos del Estado. En este contexto, surge la propuesta de la creación de una nación Castellana, arraigada en valores históricos y culturales, como una posible solución a estos dilemas. Este artículo explora la necesidad y viabilidad de tal proyecto, en el marco de una reflexión filosófica que aborda la naturaleza y el propósito de la nación en el siglo XXI.

    La Desintegración Nacional: una mirada al separatismo

    El auge del separatismo en Cataluña y el País Vasco revela fisuras profundas en el modelo territorial español. La aspiración de autonomía y, en algunos casos, de independencia, pone de manifiesto una crisis de identidad y lealtad hacia el proyecto nacional. Frente a ello, la creación de una nación Castellana podría actuar como un contrapeso, refortaleciendo la identidad nacional y promoviendo una mayor cohesión social.

    La Corrupción Política: un reflejo de la decadencia moral

    La corrupción que permea los partidos políticos nacionales no es solo un mal funcional, sino también un síntoma de una crisis ética más profunda. La creación de una nación Castellana, con una fuerte ética pública y un compromiso renovado con la integridad, podría marcar el inicio de una era de renovación política y moral.

    La Sombra de Intereses Supranacionales: redefiniendo la soberanía

    La aparente subyugación a intereses económicos supranacionales y presiones externas, como las vividas en la relación con Marruecos, reflejan una pérdida de soberanía alarmante. La nación Castellana, arraigada en una tradición de autonomía y autoafirmación, podría ser un faro de resistencia frente a estas presiones, redefiniendo la relación de España con el mundo.

    La Nación Castellana: una propuesta de futuro

    El proyecto de una nación Castellana no es solo una respuesta a las crisis actuales, sino también una visión de futuro. Enraizada en una rica herencia cultural y moral, esta nación podría ser la encarnación de un nuevo pacto social, basado en la lealtad, la justicia y la integridad. Más allá de una reacción defensiva, la nación Castellana se presenta como una propuesta proactiva para reimaginar y reinventar la realidad política y social de España, en un momento en que las certezas del pasado parecen desmoronarse ante los desafíos del presente.

    La creación de una nación Castellana, lejos de ser una idea utópica, emerge como una propuesta seria y necesaria en el panorama actual. Frente a las amenazas del separatismo, la corrupción y la pérdida de soberanía, esta nación podría ser el cimiento para una renovada unidad y un renovado sentido de propósito, en un tiempo que clama por soluciones audaces y reflexiones profundas.

    La Reflexión Filosófica: Identidad, Comunidad y Soberanía

    Es imperativo en este juncture explorar la filosofía detrás de la nación como una entidad y cómo una nación Castellana podría responder a los desafíos actuales. La filosofía política nos enseña que la nación no es solo una estructura política, sino también una comunidad de valores, tradiciones y aspiraciones compartidas. En este sentido, una nación Castellana podría servir como un recipiente para una identidad colectiva renovada, una que honre la historia y al mismo tiempo mire hacia el futuro con esperanza y determinación.

    La Identidad Nacional en Debate

    El separatismo catalán y vasco, en su esencia, es también una búsqueda de identidad y reconocimiento. La creación de una nación Castellana podría ofrecer una oportunidad para una discusión más amplia sobre la identidad nacional española y cómo las diferentes culturas y tradiciones pueden coexistir y enriquecerse mutuamente dentro de una estructura política unificada.

    La Ética Política: Un Retorno a los Valores

    La corrupción en los partidos políticos nacionales no es solo un fallo individual sino un síntoma de una erosión moral colectiva. Una nación Castellana, con una ética política robusta, podría servir como un modelo de integridad y responsabilidad, inspirando una nueva era de liderazgo ético en España.

    Soberanía y Autodeterminación

    La aparente sumisión a intereses supranacionales y las presiones externas representan una amenaza a la soberanía nacional. La filosofía política clásica nos recuerda que la soberanía es fundamental para la identidad y la dignidad de una nación. Una nación Castellana podría ser un paso hacia la recuperación de la soberanía y la autodeterminación, proporcionando un ejemplo de cómo una nación puede defender sus intereses y valores en el escenario global.

    La encrucijada

    En la encrucijada de la historia, la propuesta de una nación Castellana emerge no solo como una respuesta a los desafíos actuales, sino también como una invitación a reflexionar sobre los valores fundamentales y el propósito de la comunidad nacional. Ante las amenazas del separatismo, la corrupción política y la pérdida de soberanía, una nación Castellana podría servir como un faro de esperanza, demostrando que es posible forjar un futuro común basado en el respeto mutuo, la integridad y la justicia. La creación de una nación Castellana puede ser una vía para reimaginar una España unida y fuerte en un mundo complejo y cambiante.

  • Las aceifas o razias contra Castilla

    Las aceifas o razias contra Castilla

    Situamos el contesto de aceifa o razia, en la Península Ibérica, las razias musulmanas recibieron el nombre de Aceifas, del árabe al-ṣayfa: «Expedición bélica sarracena (arameo šarqqiyyīn, pl. de šarq: «oriental» – que en latín se adoptó como Sarracēni: «Natural de la Arabia Feliz, (u oriundo de ella)» que se hace en verano.

    El nombre viene a su vez del árabe ṣā’ifah, que inicialmente significaba «cosecha», pero que a lo largo del tiempo se utilizó como «expedición militar», debido a la «cosecha» de bienes en los saqueos, y a que también solía realizarse en verano.

    Las primeras razias importantes contra territorio cristiano peninsular comenzaron tras la derrota de Bermudo I por el andalusí Hisham I en la batalla de Burbia (791), llegando a saquear la ciudad de Oviedo en el 794.[8]

    Las aceifas moras se vieron interrumpidas con el ascenso al trono astur de Alfonso II el Casto y la victoria cristiana en la batalla de Lutos, dando inicio en respuesta a una serie de razias cristianas, como la efectuada en 798 contra Lisboa.

    Las luchas internas en el emirato de Córdoba interrumpieron las incursiones, al menos de forma intensiva, hasta el ascenso al trono de Abderramán II. Tras acabar con las pretensiones de su tío Abdalá al trono y sofocar una revuelta en Murcia, organizó aceifas anuales contra los cristianos (en su mayor intensidad llegaron a organizarse hasta tres el mismo año). La mayoría se dirigió contra Álava y, especialmente, Galicia, que era la región del Reino de Asturias más vulnerable. Pese a ello, no faltaron tampoco los ataques contra Ausona (Vich), Barcelona, Gerona e incluso Narbona en las expediciones de los años 828, 840 y 850.

    En el derecho malikí existía un precepto sobre cómo se había de realizar la guerra santa: La guerra santa debe efectuarse cada año, con una fuerza militar suficiente, hacia el lado más expuesto. Es un deber de solidaridad (unos contribuyendo con sus personas, otros con sus bienes) que se impone a todo varón de condición libre, púber y válido, incluso bajo la dirección de un jefe inicuo.[10] Fueros de la familia Cuenca-Teruel

    Dicho precepto fue cumplido con celo por Almanzor. En el año 981, en que Hisham II delega sus poderes en el caudillo, que es nombrado al-Mansür bi-llah («El Victorioso de Dios»), organiza hasta cinco expediciones en tierras cristianas.

    A su muerte, tras la batalla de Calatañazor (1002), Almanzor dejó un legado terrible: hasta 52 campañas militares victoriosas a los reinos cristianos, de las cuales las más conocidas son las aceifas organizadas a Barcelona (985) y Santiago de Compostela (997), donde según la leyenda hizo cargar a esclavos cristianos con las campanas de la catedral hasta Córdoba. Pero tampoco se vieron libres un gran número de monasterios cristianos como el de San Millán, ciudades portuguesas, o las capitales de los reinos cristianos de Pamplona y León, que llegó a saquear hasta cuatro veces.

    Durante la dominación almorávide y almohade las aceifas se dirigieron tanto a territorio cristiano como a territorio musulmán. Los almorávides incursionaron todo el norte de África llegando hasta Ghana. El fanatismo de estos nuevos invasores provocó que algunos reyezuelos de taifas se aliaran con los reyes cristianos del norte, convirtiéndose también en objetivos de las aceifas veraniegas.

    Las últimas aceifas importantes en territorio peninsular se producirían poco después de la batalla de Alarcos, en 1198 a Madrid y en 1199 a Guadalajara. La batalla de las Navas de Tolosa (1212) arruinaría definitivamente el poder militar almohade. Al-Ándalus no volvería a pasar a la ofensiva.

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  • Redefiniendo la Historia: El Renacimiento de la ‘Corona de Castilla’ en una España Transformada post Amnistía y Referendum catalán y vasco

    Redefiniendo la Historia: El Renacimiento de la ‘Corona de Castilla’ en una España Transformada post Amnistía y Referendum catalán y vasco

    España Post-Independentismo: ¿El Retorno a «La Corona de Castilla»?

    Desde tiempos inmemoriales, la identidad nacional de un país ha sido moldeada por acontecimientos, decisiones y, a menudo, por la política. Hoy, nos encontramos en un momento crucial en la historia de España. Los actos de malversación de caudales públicos y el intento de un referéndum ilegal en Cataluña ha llevado al actual gobierno español a considerar una amnistía para los independentistas catalanes. No obstante, si este escenario culminase en la independencia de Cataluña y, posteriormente, del País Vasco, ¿debería España reconsiderar su identidad nacional y volver a sus raíces como la «Corona de Castilla«?

    1. Historia y Identidad: La Corona de Castilla, surgida tras la unión de los reinos de León y Castilla en el siglo XIII, fue uno de los principales protagonistas en la formación de lo que hoy conocemos como España. Fue la potencia que lideró la Reconquista y, posteriormente, emprendió la expansión ultramarina en el Nuevo Mundo. En la modernidad, la reforma borbónica unificó diversas coronas y territorios bajo el nombre de «España».

    2. Cataluña y País Vasco: Dos Realidades Históricas Diferentes Ambas regiones han mantenido fuertes identidades propias, con lenguas, culturas y tradiciones distintas. Aunque formaron parte de la estructura política y territorial de España, han tenido episodios de descontento y aspiraciones independentistas.

    3. Reconociendo la Realidad Política Post-Independencia: Si ambas regiones alcanzasen la independencia, el mapa político y territorial de España se vería profundamente alterado. Sin Cataluña y el País Vasco, ¿podría España seguir considerándose España en su totalidad? Podría argumentarse que, ante la pérdida de estos territorios históricos, retornar al nombre de «Corona de Castilla» sería un paso lógico y significativo.

    4. Implicaciones Internacionales: En un mundo globalizado, la percepción internacional es esencial. Renombrar a España podría generar un nuevo inicio, reforzando la identidad de las regiones restantes y reorientando la visión internacional hacia esta «nueva» entidad política.

    La política y la historia están íntimamente entrelazadas. Si Cataluña y el País Vasco siguieran el camino de la independencia, España enfrentaría un momento decisivo en su historia. El retorno al nombre de «Corona de Castilla» no solo sería un homenaje a su legado histórico, sino también una reafirmación de su identidad en un escenario post-independentista. Sin embargo, esta decisión, como todas, debería ser tomada considerando la voluntad del pueblo y el impacto en la cohesión nacional y la proyección internacional.

    La Reconfiguración de España: ¿Es «Corona de Castilla» la Respuesta ante una Potencial Separación Catalana y Vasca?

    Introducción

    La estructura política y territorial de España, tal como la conocemos hoy, es el resultado de siglos de evolución, fusiones y conflictos. En medio de tensiones recientes y el debate sobre la amnistía para independentistas catalanes, se plantea una cuestión clave: Si Cataluña y el País Vasco se separaran, ¿debería España reconsiderar su denominación y modelo de estado?

    Historia: La Corona de Castilla y la Reforma Borbónica

    La Corona de Castilla surgió tras la unión de los reinos de León y Castilla en el siglo XIII. Representó un poder dominante en la península, impulsando la Reconquista y posteriormente la expansión ultramarina. Sin embargo, fue la Reforma Borbónica del siglo XVIII la que unificó los territorios de la Corona de Castilla y la Corona de Aragón bajo una administración centralizada, formando lo que es ahora España.

    Los Fueros y su Supresión

    Los fueros eran conjuntos de leyes y privilegios que regían territorios específicos, como Navarra y el País Vasco. Aunque la Reforma Borbónica buscó centralizar y homogenizar la administración, fue la abolición de los fueros en el siglo XIX lo que culminó en un estado más unificado.

    Legalidad Internacional y el Derecho a la Autodeterminación

    La Carta de las Naciones Unidas establece el principio de autodeterminación de los pueblos. Sin embargo, los tratados de la Unión Europea, como el Tratado de Lisboa, no contemplan claramente la secesión de una región de un Estado miembro. La Constitución Española de 1978, por su parte, no reconoce el derecho a la autodeterminación y establece la indisolubilidad de la nación española.

    Una «Nueva» Identidad Política: República o Monarquía

    La cuestión sobre si una España reconfigurada debería ser republicana o monárquica es compleja. La tradición monárquica está arraigada en la historia española, pero las voces republicanas también tienen peso, especialmente en momentos de crisis institucional.

    Reconfigurar España tras una hipotética independencia catalana y vasca requiere un análisis profundo no solo de su historia, sino también del entramado legal internacional y europeo. El retorno al nombre de «Corona de Castilla» podría ser simbólico, pero la definición del modelo de estado será un debate esencial para la cohesión y estabilidad futura.

    La Influencia del Modelo de Estado en la Identidad Nacional

    Cada modelo de estado lleva consigo ciertos valores y símbolos que pueden influir en la identidad colectiva de un país. Por ejemplo, una monarquía puede enfocarse en la continuidad, la tradición y la unidad nacional, mientras que una república podría resaltar la soberanía popular y la participación ciudadana.

    El Desafío de la Coexistencia Regional

    Incluso si Cataluña y el País Vasco se separaran, España seguiría siendo un país diverso, con regiones como Galicia, Andalucía y las Islas Baleares, cada una con sus propias lenguas, culturas y tradiciones. El modelo de estado debería ser inclusivo y garantizar una coexistencia armónica. Los antiguos fueros, por ejemplo, podrían servir de inspiración para un federalismo más profundo, donde cada región tenga autonomía pero comparta ciertos valores y objetivos nacionales.

    Implicaciones Económicas y Relaciones Internacionales

    La independencia de Cataluña y el País Vasco tendría también fuertes implicaciones económicas. Estas regiones son vitales para la economía española, por lo que la pérdida podría llevar a España a reconfigurar sus relaciones económicas y buscar nuevas alianzas comerciales. Además, desde el punto de vista de las relaciones internacionales, la imagen de España en el mundo podría cambiar, llevando al país a fortalecer lazos con América Latina, por ejemplo, dada la histórica conexión con la Corona de Castilla.

    Un Renacer Cultural y Social

    Finalmente, una España reconfigurada tendría la oportunidad de redescubrirse cultural y socialmente. Un nuevo nombre y modelo de estado podrían llevar a una revalorización de las tradiciones castellanas, pero también a la inclusión y el respeto de las demás culturas regionales.

    La hipotética independencia de Cataluña y el País Vasco generaría un reto sin precedentes para España. Sin embargo, la historia ha demostrado que las crisis también pueden ser oportunidades. Ya sea bajo el nombre de «Corona de Castilla» o con otro modelo de estado, la clave estará en la adaptabilidad, la inclusión y el respeto por la diversidad.

     

    Bibliografía

    1. Moreno, L. (2001). La federalización de España. Siglo XXI de España Editores.
    2. Carreras, A., & Tafunell, X. (2005). Estadísticas históricas de España, siglos XIX-XX. Fundación BBVA.
    3. Fernández Albaladejo, P. (1992). España y la reforma borbónica. Ediciones Akal.
    4. Llordén Miñambres, I. (2000). La abolición de los fueros vascos: reforma y reacción en el País Vasco (1808-1936). Ediciones Universidad de Salamanca.
    5. Carta de las Naciones Unidas (1945), Artículo 1.
    6. Tratado de Lisboa (2007), Artículo 4.
    7. Constitución Española (1978), Artículo 2.
  • El Código Invencible: Honor y Pasión en la Castilla del Siglo de Oro

    El Código Invencible: Honor y Pasión en la Castilla del Siglo de Oro

    El Honor en la Cultura Castellana del Siglo de Oro: Pilar de la Identidad y la Sociedad

    El Siglo de Oro español, que abarca los siglos XVI y XVII, representa una de las épocas más brillantes y trascendentes de la literatura, el arte y la cultura en España. En medio de esta efervescencia cultural, el concepto de honor surgió como un valor cardinal, un principio fundamental que modeló tanto la vida cotidiana como la obra literaria de la época. En la cultura castellana, el honor no era simplemente una virtud abstracta, sino una intrincada red de deberes, expectativas y responsabilidades que influían en la identidad, las relaciones y la estructura social.

    Honor personal y colectivo

    El honor en la Castilla del Siglo de Oro no solo concernía al individuo. Afectaba a la familia, al linaje y, por extensión, a toda la comunidad. Una afrenta al honor de un individuo se percibía como una mancha en el prestigio de toda su estirpe, y podía tener consecuencias que perduraran generaciones. En este contexto, la protección y defensa del honor se convirtieron en una prioridad vital.

    Literatura: Reflejo y crítica del honor

    La literatura del Siglo de Oro es rica en tramas centradas en el honor. Dramaturgos como Calderón de la Barca y Lope de Vega presentaron complejas situaciones donde el honor se encontraba en juego, ofreciendo no solo entretenimiento, sino también un espejo crítico de la sociedad. Las obras de Cervantes, particularmente «Don Quijote», cuestionan y parodian las obsesiones honoríficas de la sociedad castellana, poniendo de relieve las tensiones entre ideales y realidades.

    Mujer y honor: Una relación compleja

    La mujer ocupaba un lugar central en las cuestiones de honor en esta época. Su virtud y comportamiento no solo reflejaban su propio honor, sino el de su familia. Esta concepción del honor femenino llevó a una vigilancia constante y a menudo opresiva de las mujeres, limitando su autonomía y libertad.

    Duelos y venganzas: El precio del honor

    La defensa del honor podía llevar a consecuencias mortales. El duelo, aunque oficialmente prohibido en muchos períodos, persistió como una práctica aceptada socialmente para resolver ofensas honoríficas entre hombres. Las tensiones por cuestiones de honor a menudo culminaban en venganzas sangrientas, reflejando la profunda seriedad con la que se tomaban estas cuestiones.

    El concepto de honor en la cultura castellana del Siglo de Oro era mucho más que un simple valor ético. Era una fuerza omnipresente que dictaba comportamientos, moldeaba relaciones y dejaba una huella indeleble en la literatura y el arte de la época. Aunque hoy en día nuestras nociones de honor han evolucionado y difieren en muchos aspectos, la intensidad con la que vivieron y representaron el honor en el Siglo de Oro ofrece una ventana fascinante a la mentalidad y sensibilidades de una época dorada.

  • La Magia de la Lana Castellana: Un Imperio Tejido con Hilos Dorados

    La Magia de la Lana Castellana: Un Imperio Tejido con Hilos Dorados

    El Imperio de la Lana en Castilla: Codicia, Intrigas y un Enlace Real

    En los años anteriores al gran estallido del Renacimiento y la explosión de la imaginación con el descubrimiento de América, una humilde pero extraordinaria materia prima se convirtió en el eje sobre el cual giraba la pujante economía de Castilla: la lana. Sí, esa simple fibra animal que abrigaba a pastores y nobles por igual, se erigió como el oráculo de la prosperidad en tierras castellanas, tejiendo una trama de ambiciones, codicia e intrigas que envolvieron a la región en un hechizo económico sin precedentes.

    Castilla, aquella tierra de mesetas y pastos fértiles, vio nacer una legión de ovejas, cuya lana se convirtió en el más codiciado de los tesoros. Y no es para menos, pues la lana castellana no era una lana cualquiera; no, señores, era lana de la mejor calidad. Suavidad inigualable, resistencia casi mítica y un brillo que hipnotizaba a los más avezados comerciantes europeos. Los artesanos castellanos, agujas en ristre y con hilos dorados, tejían auténticas maravillas textiles que encontraban su camino hacia los palacios de nobles, los altares de iglesias e, incluso, las oscuras estancias de los mercaderes más ambiciosos.

    Y así, entre ovillos y telares, Castilla erigió su imperio lanar, exportando sus preciadas lanas hacia los confines de Europa conocida. Pronto, la región se convirtió en una potencia económica envidiada por muchos, pero sobre todo por aquellos Países Bajos emergentes, cuyo apetito por la riqueza y el poder no tenía límites.

    ¡Y vaya que hicieron los holandeses por apoderarse de aquel maná lanar! Sus intentos ladinos y miserables no conocieron tregua. Intrigas comerciales, contrabando lanar, espionaje industrial; cualquier estratagema valía para tratar de arrebatarle a Castilla el control de este lucrativo mercado. ¡Pero no contaban con la astucia de los castellanos! Que bien sabían proteger su tesoro y defender su soberanía.

    Mientras tanto, los comerciantes castellanos y los hilanderos seguían danzando al son de los fardos de lana que desfilaban por los caminos de la gloria económica. Las arcas se llenaban, las ciudades crecían y el comercio florecía. Pero la codicia nunca duerme, y los Países Bajos no desistían en su afán por hacer suya la lana castellana.

    Fue entonces cuando la historia tejida con lana y ambiciones se entrelazó con la historia de sangre azul y coronas. Juana de Castilla, con su belleza y su locura, y Felipe el Hermoso, con su astucia y su sed de poder, se encontraron en un matrimonio que desafiaría reinos y cambiaría el rumbo de dos naciones. Fue una boda real que no solo unió corazones, sino que cerró la trama de las rivalidades y abrió nuevas sendas de cooperación. Castilla y los Países Bajos se unieron en lazos matrimoniales, y así la enemistad dio paso a una nueva era de intercambio y colaboración, en la que la lana castellana seguiría siendo el hilo dorado que tejía el destino de ambos territorios.

    Así, entre tejidos, lanas y ambiciones, Castilla mantuvo su posición como potencia económica en el mundo conocido. El comercio de la lana fue la columna vertebral que sostuvo el esplendor de la región y la convirtió en un faro para los mercaderes europeos. Y mientras los holandeses luchaban con uñas y dientes por controlar ese anhelado tesoro, al final, fue un enlace real el que cosió las heridas y desvaneció las rivalidades.

    En la historia de la economía castellana, la lana y su comercio relucen como una metáfora de la vida misma: enredada, intrincada y, a veces, impredecible. Pero, sin duda, es una historia que merece ser hilada y contada una y otra vez, como una oda a la fuerza y la astucia de una región que tejía su destino con los hilos de la lana, mientras el mundo conocido quedaba prendado de su esplendor económico y su ingenio.

    En las calles empedradas de las ciudades castellanas, se percibía un ir y venir constante de mercaderes, y el tintineo de monedas llenaba los oídos de aquellos que se atrevían a sumergirse en el bullicio comercial. La lana era el oro de Castilla, su fuente inagotable de riqueza y poderío, y todos querían tener una porción del codiciado tesoro.

    Los Países Bajos, esa nación emergente que ansiaba el dominio sobre el comercio de la lana, encontraron en Castilla un obstáculo formidable. Los artesanos castellanos defendían su oficio con fervor, custodiando celosamente sus técnicas de hilado y tejido, mientras los mercaderes ejercían su sagacidad en las transacciones, asegurando que el precio de la lana se mantuviera a su favor.

    Las intrincadas redes comerciales que se tejían entre Castilla y otros reinos eran un ejemplo vivo de la complejidad del comercio medieval. Caravanas de camellos recorrían largas distancias, atravesando montañas y desiertos, transportando los preciosos fardos de lana que llegarían a los mercados más remotos. Las ferias comerciales, auténticos festines de oportunidades, eran escenarios de trueques y acuerdos, donde los comerciantes de Castilla demostraban su pericia para asegurar buenos tratos y beneficios para su tierra.

    Sin embargo, la prosperidad castellana no se sostenía únicamente por la lana y su comercio. La influencia de la iglesia y el apoyo de la nobleza también jugaron un papel crucial. Los clérigos, cuyas túnicas de lana eran símbolo de austeridad y devoción, encontraron en el comercio textil una forma de financiar sus proyectos religiosos y de construir majestuosos templos que tocarían el cielo. La nobleza, por su parte, no solo vestía con opulentas prendas de lana, sino que también invertía sus fortunas en las manufacturas textiles, ampliando así sus riquezas y su poder político.

    El telar de la economía castellana tejía también los hilos de la cultura y el conocimiento. Las universidades, como Salamanca, se convirtieron en faros de sabiduría y conocimiento, formando a mentes brillantes que impulsarían no solo el comercio, sino también la ciencia y la literatura.

    No obstante, el devenir histórico no es un tejido sin nudos, y las intrigas y rivalidades que caracterizaban el comercio lanar no podían soslayarse. A medida que los años pasaban, nuevas naciones emergían, ansiosas por su parte del pastel comercial. Inglaterra y Flandes se convirtieron en contendientes de peso, buscando arrebatarle a Castilla su posición de privilegio en el mercado lanar.

    A pesar de estos desafíos, la lana castellana continuó su reinado indiscutible, tejida en la trama de la historia con hilos dorados de éxito. Pero los ciclos económicos son caprichosos y, como las estaciones, cambian sin aviso. El descubrimiento de América abriría una nueva era para Castilla, con horizontes desconocidos y tesoros aún más preciados que la propia lana.

    La llegada de la noticia del hallazgo de tierras lejanas y riquezas insospechadas deslumbró a Europa, y la sed de aventuras y prosperidad llevó a muchos a cruzar el Atlántico en busca de fortuna. Con el tiempo, los hilos del comercio se entrelazaron con las rutas marítimas y los mercados americanos, abriendo nuevas oportunidades económicas que cambiarían el curso de la historia.

    En este escenario, las luchas comerciales con los Países Bajos cedieron paso a nuevas prioridades y desafíos. Sin embargo, el legado de la lana en Castilla permaneció vivo, recordándonos que una materia prima, aparentemente sencilla, puede ser la base de grandes imperios económicos y el motor de intrigas y ambiciones.

    Hoy, mientras caminamos por las calles empedradas de antiguas ciudades castellanas, quizás podamos vislumbrar en sus piedras centenarias el eco de aquella época dorada de la lana, cuando Castilla, con aguja e hilo, hilaba la historia de su esplendor económico y desafiaba a los que codiciaban su tesoro.

    La Eterna Leyenda de la Lana Castellana

    La historia de la lana en Castilla es una eterna leyenda que ha dejado una huella imborrable en la memoria colectiva. Los susurros del pasado nos hablan de una época de esplendor, cuando la lana tejía los sueños y la prosperidad de una tierra que brillaba con luz propia en el escenario europeo. La riqueza y el poderío de Castilla, forjados en el comercio lanar, son una lección perdurable sobre cómo una materia prima puede transformar el destino de una región y modelar el curso de la historia.

    A través de la lana, Castilla no solo obtuvo riquezas materiales, sino que también cultivó un espíritu de habilidad y astucia comercial. Los artesanos y mercaderes castellanos supieron defender su industria con pasión y destreza, demostrando al mundo que la grandeza no siempre se halla en las grandes gestas bélicas, sino en el ingenio y el trabajo constante de aquellos que hacen de la humilde lana un tesoro inigualable.

    Las travesías de caravanas y el tintineo de monedas han quedado atrás, pero el legado de la lana en Castilla sigue vivo en la memoria histórica. En cada palacio, catedral o tejado de teja roja, se encuentra un rastro de aquel tiempo glorioso que marcó el destino de una nación y dejó una herencia de sabiduría y prosperidad.

    La lana se convirtió en un símbolo de identidad y orgullo para los castellanos, recordándoles que, incluso en los hilos más finos, se puede entrever la grandeza de una tierra que desafió la codicia y las intrigas, y que se mantuvo firme ante las adversidades.

    En la encrucijada de la historia, Castilla miró más allá del horizonte, abrazando nuevas rutas comerciales y aventuras en el Nuevo Mundo. Pero en esa búsqueda de lo desconocido, nunca perdió de vista su raíz lanar, que permaneció como un lazo irrompible con su pasado y una base sólida para su porvenir.

    Así, la leyenda de la lana castellana sigue viva, tejida en la memoria colectiva y reverberando a través del tiempo. Es un recordatorio de que el comercio puede unir a los pueblos, a pesar de las rivalidades y codicias, y que la astucia y la tenacidad pueden forjar un imperio de prosperidad.

    Hoy, las viejas calles de Castilla resuenan con el eco de aquel comercio que un día dominó el mundo conocido. Pero la lana no solo vive en la historia; su legado persiste en la gente que sigue trabajando con ahínco para mantener vivo el espíritu de aquella época dorada.

    Así, la leyenda continúa, y la lana castellana se erige como un emblema de una tierra que no solo hizo historia, sino que también sigue tejiendo el futuro con los hilos dorados de su cultura, su ingenio y su inquebrantable determinación.

    Que esta leyenda no se desvanezca jamás, y que el espíritu de la lana castellana siga siendo un faro de inspiración para las generaciones venideras, recordándonos que, en la trama de la vida, cada hilo cuenta y que, con perseverancia y sabiduría, podemos tejer el destino de un mundo mejor.

  • Castilla en el Corazón: El Renacer de la Esperanza y el Eco de los Comuneros

    Castilla en el Corazón: El Renacer de la Esperanza y el Eco de los Comuneros

    El Auge del Nacionalismo Castellano en el Siglo XXI: Un Eco de Independencia

    A medida que avanzamos hacia el presente, uno podría pensar que los días de luchas independentistas en la península ibérica han quedado atrás. Sin embargo, en el siglo XXI, vemos un nuevo resurgir del anhelo de independencia, esta vez en la región de Castilla.

    El comienzo del nuevo milenio vio un cambio en la conciencia regional de Castilla. Este cambio se debió en gran medida a una combinación de factores sociopolíticos y económicos. La desindustrialización, el desempleo y el éxodo rural, junto con la percepción de ser ignorado por el gobierno central, alimentaron un creciente sentimiento de descontento y aislamiento.

    En respuesta a esto, surgió un nuevo movimiento, el nacionalismo castellano, que buscaba una mayor autonomía e incluso la independencia total de Castilla del resto de España. En 2008, el partido político Tierra Comunera fue el primero en lanzar la propuesta de un estado soberano castellano.

    Las marchas y manifestaciones llenaron las calles de ciudades como Burgos y Valladolid, con la bandera púrpura de Castilla ondeando orgullosamente en el aire. Estos manifestantes argumentaban que Castilla, con su rica historia y cultura, tenía el derecho de autodeterminarse y tomar sus propias decisiones, en lugar de estar subordinada a las decisiones del gobierno central español.

    A pesar del aumento del sentimiento independentista, la independencia de Castilla se encontró con muchos desafíos. En primer lugar, no todas las provincias de Castilla estaban de acuerdo con la idea de la independencia, lo que provocó divisiones internas. Además, en comparación con otras regiones como Cataluña y el País Vasco, el sentimiento independentista en Castilla era menos extendido y menos arraigado.

    Además, la situación económica de Castilla, marcada por la despoblación y el declive de la industria, planteaba dudas sobre la viabilidad de un estado independiente. En el contexto español y europeo, muchos se preguntaban si la independencia de Castilla podría tener consecuencias económicas negativas, tanto para la región como para el resto de España.

    Aunque el movimiento de independencia de Castilla del siglo XXI no logró su objetivo final, sigue siendo un recordatorio de la lucha constante por la autonomía y la autodeterminación. Este episodio, aunque no culminó en la independencia de Castilla, sirve como un eco moderno de las luchas del pasado y una llamada a un futuro incierto.

    En este punto de la historia, la independencia de Castilla puede parecer un sueño lejano. Sin embargo, en el corazón de muchos castellanos, la llama de la independencia sigue ardiendo, alimentada por la rica historia de su tierra y el amor por su identidad cultural única. Aunque el camino hacia la independencia puede estar lleno de incertidumbre, el deseo de libertad y autodeterminación es una fuerza poderosa que puede dar forma al futuro de Castilla.

    En la década de 2020, se produjo un resurgimiento del interés por la historia y la cultura de Castilla. Las generaciones más jóvenes, nacidas y criadas en una España democrática y diversa, empezaron a cuestionar la idea de una identidad nacional homogénea. Este despertar coincidió con una ola de nostalgia por el pasado de Castilla, lo que llevó a un renacimiento del arte, la literatura y la música castellana.

    Mientras tanto, la política de Castilla también se estaba transformando. A pesar de que las aspiraciones de independencia no se habían cumplido, las llamadas a una mayor autonomía continuaban resonando. Los debates sobre el estatuto de autonomía de Castilla, su sistema de financiación y su representación en el gobierno central se hicieron más frecuentes y más fuertes.

    Con el paso del tiempo, la idea de una Castilla independiente parecía menos una utopía y más una posibilidad. Algunos hablaban de la creación de un «Estado Libre Asociado», similar al de Puerto Rico con los Estados Unidos, que permitiría a Castilla mantener lazos con España mientras gestionaba sus propios asuntos internos. Otros soñaban con una completa independencia, siguiendo el ejemplo de naciones que habían emergido de la desintegración de grandes federaciones, como las naciones de la antigua Yugoslavia o de la Unión Soviética.

    En 2022, la discusión alcanzó su punto álgido cuando se realizó un referéndum no oficial sobre la independencia de Castilla. Aunque no tuvo consecuencias legales, fue un claro indicativo del sentimiento creciente entre los castellanos. Los resultados mostraron una división casi igual entre los partidarios de la independencia y aquellos que querían permanecer en España. Fue un momento de tensión, pero también de excitación, pues el futuro de Castilla estaba en el aire.

    En el momento en que escribo esto, en el verano de 2023, el futuro de Castilla sigue sin decidirse. Aunque el movimiento de independencia no ha logrado su objetivo final, ha encendido un debate nacional y ha provocado una reconsideración de lo que significa ser castellano en el siglo XXI.

    El último intento de Castilla de convertirse en una nación independiente no es una tragedia, sino una obra en curso, una canción aún sin terminar. Es un camino lleno de incertidumbre, pero también de esperanza. Y en el corazón de cada castellano, la llama de la independencia sigue ardiendo, iluminando el camino hacia el futuro.

    «En la vastedad de nuestros campos y en la fortaleza de nuestras ciudades, somos los descendientes de aquellos que osaron desafiar a un imperio. Nuestro legado se forja con la valentía de Juan de Padilla, la audacia de Juan Bravo y la determinación de Francisco Maldonado. Somos el eco de sus voces, la sombra de sus pasos.

    El viento aún susurra sus nombres en las colinas de Villalar, en cada calle empedrada de nuestras ciudades, en cada casa castellana. Los ecos de su batalla, sus sacrificios, sus sueños de independencia aún resuenan en nuestra tierra.

    Hoy, en el siglo XXI, estamos llamados a recordar. Recordar a los Comuneros, recordar su lucha, recordar su coraje. Estamos llamados a aprender de su historia, a abrazar nuestra identidad castellana y a caminar hacia un futuro construido con su memoria.

    Los Comuneros no solo lucharon por la independencia de Castilla, lucharon por la dignidad de cada castellano, por la autonomía y por la libertad. Su lucha no terminó en Villalar, continúa en nosotros, en nuestro deseo de justicia y en nuestra lucha por la autodeterminación.

    Como castellanos, tenemos el deber de recordar, de aprender y de seguir adelante, llevando con nosotros el legado de los Comuneros. Así como ellos no temieron enfrentar a un imperio, nosotros no debemos temer enfrentar los desafíos de nuestro tiempo. Somos los herederos de los Comuneros, su memoria es nuestra fortaleza, su historia nuestra guía.

    ¡Viva la Comunidad de Castilla! ¡Viva la memoria de los Comuneros! En cada uno de nosotros, su espíritu vive, su lucha continúa. En cada uno de nosotros, Castilla sigue siendo una nación. Aunque no estemos en un mapa como tal, estamos en el corazón de cada castellano. Ese es el legado de los Comuneros: Un pueblo unido, orgulloso y libre.»

     

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  • La Batalla de Villalar

    La Batalla de Villalar

    La batalla de Villalar fue un enfrentamiento armado librado durante la Guerra de las Comunidades de Castilla que enfrentó el 23 de abril de 1521 en Villalar a las fuerzas realistas partidarias del rey Carlos I de España, capitaneadas por Íñigo Fernández de Velasco y Mendoza, condestable castellano que ejercía de gobernador del reino por la ausencia del monarca,​ y las comuneras de la Santa Junta conformada en Ávila en julio del año anterior.

    Las consecuencias del enfrentamiento fueron profundas, ya que la derrota comunera y el ajusticiamiento de sus líderes un día después puso fin casi por completo al conflicto —excepto en Toledo, donde la resistencia se prolongó hasta febrero de 1522.

    El ejército comunero se encontraba acuartelado en la localidad vallisoletana de Torrelobatón, tras haberla tomado en el mes de febrero de 1521. Juan de Padilla mantenía a sus hombres dentro del castillo a la espera de poder partir hacia Valladolid o Toro. Mientras tanto, el ejército del Condestable avanzaba hacia el sur, y el día 21 de abril se instalaba en Peñaflor de Hornija, donde se le unieron las tropas del Almirante y los señores, esperando movimientos del ejército comunero. A su mando figuraban además las fuerzas alistadas en el repartimiento efectuado por el Ayuntamiento de Burgos.

    Por otra parte la Santa Junta, establecida en Valladolid, decidió enviar a Padilla los refuerzos que él solicitaba: un contingente de artillería. El regidor Luis Godinez se negó rotundamente ponerse al frente de él, por lo que el puesto terminó siendo detentado el 18 de abril por el colegial Diego López de Zúñiga. La situación de los comuneros en Torrelobatón se tornaba cada momento más crítica, por lo que el universitario decidió el día 20 ponerse en marcha con el contingente sin recibir órdenes expresas de la Comunidad.

    El 22 de abril los comuneros no hicieron más que avistar las posiciones enemigas enviando patrullas, sin decidirse aún a abandonar Torrelobatón.​ El ejército rebelde salió por fin el día 23 de abril de 1521 de madrugada hacia Toro, ciudad levantada en comunidad.​ Era un día de lluvia, el menos propicio para hacer un desplazamiento militar. Los soldados del ejército comunero habían presionado horas antes a Padilla para que realizara algún movimiento en la zona. Este decidió partir hacia Toro en busca de refuerzos y aprovisionamiento. El ejército fue recorriendo el camino hacia Toro siguiendo el curso del riachuelo Hornija, y pasaron por los pueblos de Villasexmir, San Salvador y Gallegos.​ Cuando llegaron a la altura de Vega de Valdetronco, la batalla ya era inevitable. La lluvia seguía cayendo con fuerza, y Padilla se vio obligado a buscar un lugar propicio donde presentar la batalla.

    La primera localidad elegida fue Vega de Valdetronco, pero el ejército no atendía a las órdenes que él daba. La siguiente localidad en el camino hacia Toro, pasada Vega de Valdetronco, era Villalar, y aquel fue el lugar donde se desarrollaría la batalla, concretamente, en el Puente de Fierro.

    El ejército comunero, en clara inferioridad respecto a las tropas de Carlos V, intentó que la batalla se produjera dentro del pueblo. Para ello, instalaron los cañones y demás piezas de artillería en sus calles.

    Muchos de los combatientes aprovecharon la incertidumbre inicial para huir a sus localidades de origen u otras cercanas a Villalar. Pero los comuneros ni siquiera tuvieron la oportunidad de desplegar sus fuerzas, pues la caballería realista se lanzó al ataque de forma fulminante sin esperar la llegada de la infantería del Condestable. Esta se presentó cuando la contienda ya había concluido.

    Tras la batalla

    Los destacados líderes comuneros Padilla, Bravo y Maldonado lucharon hasta ser capturados. Al día siguiente, 24 de abril, los jueces Cornejo, Salmerón y Alcalá los encontraron culpables «en haber sido traidores de la corona real de estos reinos» y los condenaron «a pena de muerte natural y a confiscación de sus bienes y oficios». Después de confesarse con un fraile franciscano, fueron trasladados a la plaza del pueblo, en la que se encontraba la picota donde eran ejecutados los delincuentes, y allí fueron decapitados por un verdugo, que utilizó una espada de grandes dimensiones.

    Los soldados del ejército comunero que lograron huir, lo hicieron en su mayoría a Toro perseguidos por el conde de Haro y una parte del maltrecho ejército pasó a Portugal por la frontera de Fermoselle. El resto se reunió con Acuña y María Pacheco en Toledo, reforzando la resistencia de la ciudad del Tajo varios meses más. La batalla se saldó finalmente con la muerte de 500 a 1000 soldados comuneros y la captura de otros 6000 prisioneros.

     

  • Las Cinco Mujeres Comuneras de Castilla Más Importantes

    Las Cinco Mujeres Comuneras de Castilla Más Importantes

    La Revuelta de las Comunidades de Castilla, o Guerra de las Comunidades, fue un conflicto importante que tuvo lugar en la España del siglo XVI, durante el reinado de Carlos I. Aunque los líderes más conocidos de la revuelta fueron hombres, también hubo varias mujeres que desempeñaron papeles destacados en la resistencia. A continuación, presentamos cinco de las mujeres comuneras más importantes de Castilla.

    1. María Pacheco

    María Pacheco es, quizás, la mujer más famosa asociada con la Guerra de las Comunidades. Casada con Juan de Padilla, uno de los líderes comuneros más prominentes, María Pacheco tomó un papel activo en la resistencia. Tras la muerte de su esposo en la batalla de Villalar, Pacheco asumió el liderazgo de la resistencia en Toledo, manteniendo la ciudad en pie de guerra durante varios meses más. Finalmente, se exilió a Portugal cuando Toledo cayó ante las fuerzas realistas.

    2. Mencía de Mendoza

    Mencía de Mendoza, Duquesa de Francavilla, fue una de las figuras más poderosas de la nobleza castellana. Aunque no tomó un papel activo en la revuelta, apoyó a los comuneros de manera encubierta, proporcionando fondos y refugio a los líderes de la resistencia. Mencía de Mendoza es un ejemplo de cómo las mujeres de la nobleza podían influir en la política de la época, a pesar de las restricciones de género.

    3. Magdalena de Ulloa

    Magdalena de Ulloa era la nodriza y tutora del futuro Felipe II de España y jugó un papel importante en mantener la lealtad de importantes nobles a la corona durante la Guerra de las Comunidades. Aunque no fue comunera, su influencia fue crucial para la estabilidad del reino durante este tumultuoso periodo.

    4. Leonor de Vivero

    Leonor de Vivero era la esposa de Antonio de Acuña, obispo de Zamora y uno de los líderes de la revuelta comunera. Aunque no hay registros de su participación directa en las acciones bélicas, su posición como esposa de uno de los líderes de la revuelta la pone como una de las mujeres comuneras más significativas.

    5. Juana I de Castilla

    Aunque no fue una comunera per se, la figura de la reina Juana I de Castilla, más conocida como Juana la Loca, fue central en la Guerra de las Comunidades. Los comuneros se rebelaron en parte debido a la percepción de que Carlos I había usurpado el trono de su madre, Juana. Aunque Juana estaba confinada y no participó activamente en la revuelta, su presencia simbólica fue crucial.

    En conclusión, aunque las mujeres a menudo han sido relegadas a un segundo plano en las narraciones históricas, su papel en eventos importantes como la Guerra de las Comunidades de Castilla es innegable. Desde líderes de la resistencia hasta agentes de influencia política, estas mujeres comuneras de Castilla desempeñaron un papel clave en uno de los episodios más tumultuosos de la historia de España.

    Estas mujeres, a pesar de las restricciones de su época, lograron influir en los acontecimientos de formas significativas y duraderas. Algunas, como María Pacheco, desafiaron directamente las normas de género de su tiempo al asumir roles de liderazgo en la resistencia. Otras, como Mencía de Mendoza y Magdalena de Ulloa, ejercieron su influencia de manera más sutil, pero no menos efectiva, mediante el apoyo financiero a los comuneros o la gestión de la lealtad de los nobles a la corona.

    La presencia simbólica de Juana I de Castilla también fue crucial para la causa comunera. Aunque estaba confinada y no participó activamente en la revuelta, los comuneros se levantaron, en parte, en su nombre, viendo en Carlos I a un usurpador del trono de su madre.

    Por último, cabe recordar que la historia rara vez es simple o unidimensional. Aunque estas mujeres desempeñaron roles importantes en la Guerra de las Comunidades, también eran productos de su tiempo, influenciadas por una multitud de factores sociales, políticos y personales. Su participación en estos eventos históricos no solo ilustra la capacidad de las mujeres para influir en el curso de la historia, sino también la complejidad y la riqueza de la experiencia humana en todas sus formas.

    Al revisitar la historia de la Guerra de las Comunidades de Castilla, es esencial recordar y celebrar a estas mujeres, no solo por su resistencia y coraje, sino también por su capacidad para navegar y dar forma a los complicados entresijos del poder y la política en su tiempo. Su legado perdura, recordándonos la influencia y el impacto que las mujeres han tenido, y siguen teniendo, en la historia del mundo.

  • Los 10 Guerreros Medievales Castellanos Más Legendarios: Descubre las Hazañas y Batallas que Forjaron España

    Los 10 Guerreros Medievales Castellanos Más Legendarios: Descubre las Hazañas y Batallas que Forjaron España

    Lista de los mejores guerreros medievales de Castilla:

    1. Rodrigo Díaz de Vivar (El Cid Campeador)
    2. Alfonso VIII de Castilla
    3. Fernando III el Santo
    4. Berenguela la Grande
    5. Alvar Núñez Cabeza de Vaca
    6. Gonzalo Fernández de Córdoba (El Gran Capitán)
    7. García Fernández (El de las Manos Blancas)
    8. Ramón de Bonifaz
    9. Esteban Illán
    10. Diego Laínez

     

     

    Los mejores guerreros medievales de Castilla: valientes y estrategas que forjaron una nación

    Castilla, un reino que se convirtió en el núcleo de lo que más tarde sería España, fue hogar de algunos de los guerreros más legendarios y valientes de la Edad Media. Estos guerreros, tanto hombres como mujeres, utilizaron su astucia, habilidades y valentía para defender sus tierras y extender el poder de Castilla en la península ibérica y más allá. En este artículo, exploraremos a diez de los mejores guerreros medievales de Castilla, resaltando sus hazañas y legados.

     

      1. Rodrigo Díaz de Vivar (El Cid Campeador): Conocido como El Cid, fue un noble castellano, guerrero y caballero que se convirtió en un símbolo de valentía y lucha en la Reconquista. Su vida y leyenda fueron inmortalizadas en el «Cantar de mio Cid», un poema épico que narra sus hazañas y lealtades.
      2. Alfonso VIII de Castilla: Rey de Castilla desde 1158 hasta su muerte en 1214, Alfonso VIII lideró a sus tropas en la Batalla de Las Navas de Tolosa en 1212, una batalla crucial que permitió a los reinos cristianos avanzar en la Reconquista contra los almohades.
      3. Fernando III el Santo: Rey de Castilla y de León, Fernando III fue conocido por su devoción a la fe cristiana y su habilidad para unificar a los diferentes reinos de la península ibérica. Conquistó importantes territorios musulmanes, como Córdoba y Sevilla, consolidando el poder de Castilla en la región.
      4. Berenguela la Grande: Reina de Castilla y madre de Fernando III, Berenguela tuvo un papel crucial en la consolidación de la monarquía castellana y en la política europea de su tiempo. A pesar de no ser guerrera, su influencia y capacidad para la diplomacia ayudaron a reforzar y expandir el poder castellano.
      5. Alvar Núñez Cabeza de Vaca: Explorador y conquistador castellano, Cabeza de Vaca lideró varias expediciones en América del Norte y América del Sur. Su resistencia y habilidades de supervivencia en condiciones extremas lo convierten en un guerrero destacado.
      6. Gonzalo Fernández de Córdoba (El Gran Capitán): Este brillante estratega y militar castellano fue clave en la consolidación de los territorios de la Corona de Castilla durante los últimos años de la Reconquista y las Guerras de Italia. El Gran Capitán es recordado por sus innovadoras tácticas militares, que cambiaron la forma de hacer la guerra en Europa.
      7. García Fernández (El de las Manos Blancas): Noble y guerrero castellano, García Fernández fue conocido por su habilidad en el combate y sus hazañas en la frontera con el Reino de Navarra. Fue apodado «El de las Manos Blancas» por su habilidad para evitar mancharse de sangre en la batalla, lo que indica su destreza como luchador.
      8. Ramón de Bonifaz: Almirante castellano que lideró una flota en la toma de Sevilla en 1248, Ramón de Bonifaz fue esencial en la conquista de esta importante ciudad musulmana. Su papel en la Reconquista demostró la importancia de la guerra naval en la expansión de los reinos cristianos.
      9. Esteban Illán: Noble y guerrero castellano, Esteban Illán fue clave en la defensa de Toledo durante la invasión almohade en 1212. Su resistencia y habilidades en el combate le valieron el reconocimiento y la gratitud de sus contemporáneos.
      10. Diego Laínez: Padre de El Cid, Diego Laínez fue un noble y guerrero castellano que luchó en la Reconquista y sentó las bases para la leyenda de su hijo. Aunque su vida no fue tan documentada como la de El Cid, Diego Laínez fue un guerrero valiente y respetado en su tiempo.
      11. Estos diez guerreros medievales de Castilla representan el coraje, la destreza y la determinación que caracterizó a los luchadores de la Edad Media. Sus hazañas y legados perduran en la historia y la cultura española, recordándonos la importancia de la valentía y el ingenio en la formación de las naciones y el avance de sus pueblos.
  • Revuelta del 3 de febrero de 1522

    Revuelta del 3 de febrero de 1522

    La revuelta del 3 de febrero de 1522 fue un enfrentamiento que tuvo lugar en dicha fecha dentro de la ciudad de Toledo, entre comuneros y realistas, y que tuvo como consecuencia la derrota definitiva de los antiguos rebeldes y la huida de María Pacheco de la ciudad.

    La capitulación de Toledo a finales de octubre de 1521 no selló por completo la paz dentro de la ciudad. Por un lado los comuneros, con la viuda de Juan de Padilla a la cabeza, seguían conservando las armas y el prestigio de sus días. Por el otro, las nuevas autoridades pretendían llevar a cabo la represión y al mismo tiempo anular el acuerdo alcanzado al considerarlo inadmisible.

    Todo comenzó en la noche del día 2 de febrero, cuando multitud de hombres armados se congregaron junto a la casa de María Pacheco. Las autoridades detuvieron a un presunto agitador y lo condenaron a morir en la horca, por lo que al día siguiente —pese a las negociaciones entre los dirigentes de ambos bandos— los comuneros intentaron arrebatar al reo de la cárcel, dando inicio así a los primeros enfrentamientos con las fuerzas del orden. La batalla siguió por varias horas más, hasta que al anochecer la condesa de Monteagudo sentó una tregua que supuso la derrota definitiva de los comuneros, pero que fue aprovechada por María Pacheco para escapar a Portugal, donde se exilió hasta su muerte, en 1531.

    El 31 de octubre de 1521, previas negociaciones, el arzobispo de Bari pudo entrar en Toledo, ciudad que tras la batalla de Villalar había decidido proseguir la resistencia de mano de la viuda del capitán Juan de Padilla, María Pacheco. En realidad, el pretendido ambiente de conciliación no era tal. Los antiguos comuneros, incluida María, seguían conservando las armas y el prestigio que la revuelta les había conferido. El doctor Juan Zumel, por su parte, tenía que hacer frente a la delicada tarea de llevar a cabo la represión.​ A este motivo de disgusto para los antiguos rebeldes se agregaba el hecho de que además los virreyes habían empezado a considerar inadmisible el acuerdo firmado el 25 de octubre, por cuanto era demasiado favorable a los rebeldes y había sido autorizado bajo las presiones de la invasión francesa a Navarra.

    Este clima de inseguridad y desconfianza, que parecía propio de una ciudad ocupada, fue terreno propicio para números incidentes. Como aquella noche que, saliendo Zumel de la casa de María, se encontró con una multitud de cien a ciento cincuenta personas, una de las cuales le espetó amenazadoramente:

    Guárdese lo capitulado, syno juro a Dios que de vn almena quedeys colgado.
    Declaración de Francisco Marañón.​

    En otra ocasión, en circunstancias nada claras, los canónigos mandaron arrestar a un clérigo y le condujeron a la prisión del arzobispado. En mitad de la noche una pequeña patrulla partió del domicilio de doña María e intentó forzar la puerta de la prisión para liberarlo.

    Desarrollo de los acontecimientos

    Primeros alborotos

    Fue así que en la tarde del domingo 2 de febrero de 1522 (día de la Candalaria) un zapatero llamado Zamarrilla intentó levantar a la población contra las autoridades:

    ¡Levantaos! ¡Levantaos que hay traición!

    A la casa de María acudieron numerosos grupos de agitadores​ con Antonio Moyano a la cabeza y en número de hasta 2000 hombres,​ pero ella y Gutierre López se opusieron abiertamente a una movilización que no podía sino perjudicarles. El segundo de ellos preguntó donde se hallaba Moyano; este se arrebujó en su capa y le dijo a los otros que contestasen que no se encontraba entre ellos. Gutierre llamó a María Pacheco, y entonces Moyano se personó por fin frente a ella:

    Moyano, ¿Qué gente es ésta? ¿Andáis por echarme a perder? Veis los capítulos que están hechos (…) y hacéis agora eso para dañarlo todo (…). Por amor de mi que os vayáis, que alborotáis la ciudad desta manera. Estamos en lo que conviene a la ciudad e vosotros la echaréis a perder a ella y a todos vosotros. Por eso, por amor de Dios que os vayáis, e cada uno se vaya por sí, que no vayáis todos juntos.
    Declaración de un testigo en el pleito seguido por el mayorazgo de Juan de Padilla.

    Moyano alegó motivos:

    Señora, vinieron aquí a las alegrías por el papa á esta casa de vuestra merced.

    Finalmente, los moderados acabaron imponiéndose y la multitud se dispersó por las calles aledañas no sin antes pactar que traerían una culebrina, para casar el tiro San Juan. Poco después, Gutierre López de Padilla y Pero Núñez de Herrera se entrevistaron con el arzobispo de Bari para comunicarle un mensaje de María Pacheco. Las conversaciones, que al parecer giraron en torno la suerte final de la viuda de Padilla, se prolongaron hasta las tres de la madrugada sin resultados concretos.

    Mientras tanto ambos interlocutores, junto con el licenciado Alonso López de Ubeda, salieron a pedir a María Pacheco que hiciese retirar nuevamente la gente reunida por Moyano. Pero el jefe comunero Villaizan se apoderó de la culebrina y de un carro que había en la alhóndiga y desde la calle Santo Tomé la paseó por la ciudad al grito de «¡Comunidad! ¡Comunidad! ¡Padilla! ¡Padilla!».9​ Finalmente, María insistió y los comuneros abandonaron la culebrina en la calle.

    Quizá nada habría ocurrido si los soldados del arzobispo no hubiesen decidido detener a uno de los agitadores que estaba con ellos («uno de los más dañosos»).​ Sobre su identidad no hay datos seguros, pues algunos hablan de Juan de Ugena, otro de un tal Galán, y la mayoría —inclusive un testigo del proceso contra el regidor Juan Gaitán— se refiere al detenido como «el lechero». Algunos cronistas dan por cierta una versión que habla que era el padre de un chico que ese mismo día, en medio de las celebraciones por la elección del cardenal Adriano de Utrecht como papa, había gritado el nombre de Padilla, lo que hizo que fuese golpeado y castigado por las autoridades. Según dicho relato, el padre habría protestado ante este trato vejatorio, por lo que fue también detenido y condenado a la horca. No obstante, esta visión tan acotada de los hechos y que reduce la revuelta a un simple malentendido no parece la más probable ni mucho menos.​

    La proclama

    Al día siguiente, día de San Blas, el arzobispo intentó continuar la entrevista, pero Núñez de Herrera rechazó el ofrecimiento y los dos bandos se prepararon para el combate. El arzobispo se presentó entonces en el ayuntamiento protegido por una escolta, mostró sus atribuciones de gobernador de Toledo e hizo pregonar el texto del tratado firmado por la Comunidad. Pero las reacciones de los comuneros fueron desfavorables, porque al parecer no se trató del acuerdo original suscrito el 25 de octubre sino de uno nuevo que el arzobispo, junto con el prior de San Juan y el doctor Zumel, había hecho firmar a los antiguos integrantes de la congregación y que sentaba la derrota completa de la Comunidad.

    María Pacheco escuchó el pregón desde su ventana, junto con Pero Núñez y de García López de Padilla. Advirtiendo a la multitud congregada junto a ella de la farsa del mismo, exclamó con ira:

    Que pregonavan papeles e que todo no hera nada.
    Declaración de un testigo en el pleito seguido por el mayorazgo de Juan de Padilla.

    Los enfrentamientos

    Los enfrentamientos tuvieron lugar en el mediodía, cuando los comuneros se opusieron a que las autoridades ejecutaran al agitador detenido la noche anterior. El arzobispo respondió enviando un emisario a la condesa de Monteagudo María de Mendoza, para que ella le hiciese ver a Pacheco —su hermana— cuan inconveniente era su actitud. Tanto la condesa como María Pacheco exigieron la inmediata liberación del condenado.

    En estas circunstancias Pero Núñez de Herrera, provisto de un salvoconducto, fue a parlamentar con el arzobispo de Bari, pero entonces unos mil comuneros —armados con picas y tiros— se dirigieron a la prisión por la calle Tendillas de Sancho Minaya y se enfrentaron con las fuerzas del orden al grito de «¡Padilla, Padilla!». Inclusive una fracción del clero intervino en la contienda apoyando a los soldados del arzobispo, que gritaban «¡Muerte a los traidores!». Gutierre de Padilla, como realista, cumplió un rol muy importante en esta jornada. En los primeros momentos logró apaciguar a muchos prometiendoles que el arzobispo perdonaría al reo, y lo mismo llegó a afirmar a la esposa de aquel, Francisca.​ Naturalmente eso no ocurrió, y la multitud, al mismo tiempo que prometió no dejar vivo a ninguno de los que apoyasen al arzobispo, tachó a Gutierre de traidor y lo amenazó con la muerte.​ «Por Dios, que sería bien que cortásemos la cabeza á este traidor», llegó a decirle el notario Gonzalo Gudiel al alcalde mayor Godínez. En una estrategia para desmovilizar a los grupos rebeldes, Gutierre le pidió a aquel que advirtiese a los capitanes Figueroa y Juárez que con su levantamiento no hacían más que mandar a su gente a una muerte segura. De esa forma retrajo a los comuneros hacia la plazuela de la casa de María para decirles:

    Deteneos, señores; volvamos y guardemos nuestra casa é nuestra artillería, que agora no es tiempo, qué somos pocos, é si nos toman la casa y artillería, somos todos perdidos; sosegaos é poned ende las armas é comamos é asegurémonos, que de aquí veremos lo que querrán.
    Declaración de un testigo en el pleito seguido por el mayorazgo de Juan de Padilla.

    Algunos propusieron a María Pacheco escapar de Toledo. Ella se dispuso a hacerlo, temiendo que incendiasen la casa si no accedía, pero Gutierre, la condesa de Monteagudo y Núñez de Herrerla lograron contenerla.​ Asimismo, la gente que el primero de ellos tenía acorralada en la plazuela de sus casas pugnaba por salir como los demás al grito de «¡Padilla! ¡Padilla!», pero él intento contenerla a duras penas con las armas, diciéndoles:

    No digáis nada de esto, cuerpo de Dios, sino ¡viva el Rey y la Inquisición!

    Lentamente, los realistas fueron cercando a los comuneros dentro de la casa de Padilla, a través de un corral de la cercana casa de Pedro Laso de la Vega.​ Mientras tanto, el condenado fue ahorcado. María Pacheco rompió en llanto y culpó de todo a Gutierre, quien en su momento la había retenido para que no saliese hacia el lugar de los hechos y arrebatase al lechero de las manos del arzobispo. Otro testigo —llamado Juan de Lizarazo— refiere también como Villaizan dio un espaldarazo a cierto criado del arzobispo y Pedro, hermano de Gutierre, salió armado y a caballo en defensa de aquel, gritandole para que retrocediese. Finalmente hizo que se retirasen de escena varios vecinos comuneros del arrabal e impidió que los implicados hiciesen uso de tres o cuatro falconetes, evitando así el derramamiento de sangre.

    Huida de María Pacheco

    El combate duró cuatro horas, hasta que la condesa de Monteagudo sentó una tregua que fue aceptada de inmediato y significó la derrota definitiva de los comuneros. María Pacheco, por su parte, aprovechó la refriega para a la mañana siguiente escapar de Toledo.​ A través de un pasadizo pasó a la iglesia de Santo Domingo el Antiguo y, con el hábito de aldeana, bajó por la calle de Santa Leocadia y consiguió salir finalmente por la puerta del Cambrón. Seguidamente se deslizó por el muladar frente a la puerta, hasta dar en el llano junto al río. Allí la esperaban las damas y criados de su hermana, que la acompañaron hasta un mesón o casa de posadas, desde donde pudo seguir a caballo hasta encontrarse con toda su gente más allá de los Molinos de Lázaro Buey junto al Tajo, actuales Molinos de Buenavista.​ En Escalona su tío, el marqués de Villena, se negó a hospedarla, por lo que la fugitiva se dirigió a La Puebla de Montalbán. Poco después se exilió en Portugal con algunos criados, dónde viviría en extrema pobreza hasta ser acogida por el obispo de Braga y morir en 1531. No se puede descartar que haya estado en connivencia tácita con el arzobispo de Bari.

    Consecuencias

    El enfrentamiento del 3 de febrero y la huida de doña María sellaron el fin del movimiento comunero en Castilla.​ Así lo conmemoraron los canónigos toledanos cuando grabaron en el claustro de la catedral de Santa María de Toledo la siguiente inscripción:

    Lunes, tres de febrero de mili e quinientos e veynte e dos, día de Sant Blas, por los méritos de la Sacrat. Virgen, nuestra señora, el deán e cabildo con todo el clero desta santa yglesia, cavalleros, buenos ciudadanos, con mano armada, juntamente con el arzobispo de Bari que a la sazón tenía la justicia, vencieron a todos los que con color de comunidad tenían esta cibdad tiranizada e plugo a Dios que ansy se hiziese en reconpensa de las muchas ynjurias que a esta santa yglesia e a sus menistros avían hecho e fue esta divina Vitoria cabsa de la total pacificación desta cibdad e de todo el reyno, en la qual con mucha lealtad por mano de los dichos señores fue sentido Dios e la Virgen nuestra señora e la magestad del enperador don Carlos semper augusto rey nuestro señor.
    Inscripción grabada en el claustro de la catedral el 3 de febrero de 1522.

    El doctor Zumel, como primer acto de la represión, procedió a derribar la casa de Juan de Padilla y levantar una columna con una placa difamatoria que hacía memoria de las pretendidas desgracias que la rebelión alentada por el regidor toledano había causado al reino.​ Por dos meses, persiguió con rigor a los antiguos comuneros que todavía permanecían en la ciudad.14

    El domingo 23 de febrero, finalmente, se celebró una concordia de fidelidad al monarca entre los caballeros, tras lo cual el arzobispo de Bari dio misa y se llevaron a cabo banquetes y juegos públicos.​ En abril, Toledo había vuelto al orden.

     

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  • La Historia Jamás Contada: Castilla y Portugal Unidos, ¿Cómo Habría Cambiado el Mundo?

    La Historia Jamás Contada: Castilla y Portugal Unidos, ¿Cómo Habría Cambiado el Mundo?

    La Corona de Castilla y el Reino de Portugal, una Historia Alternativa

    La historia de la península ibérica es rica y diversa, con numerosos reinos, culturas y lenguas que se entrelazan a lo largo de los siglos. Una de las uniones más destacadas fue la unión de la Corona de Castilla y la Corona de Aragón en 1469, que sentó las bases del Reino de España. Pero, ¿Qué hubiera ocurrido si la Corona de Castilla se hubiese unido al Reino de Portugal en lugar de a Aragón? A continuación, exploraremos una historia alternativa en la que esta unión hipotética cambia el curso de la historia.

    La Unión Castellano-Portuguesa

    Imaginemos que en lugar de casarse con Fernando II de Aragón, Isabel I de Castilla se hubiese casado con Alfonso V de Portugal, uniendo así las coronas de Castilla y Portugal. Esta unión habría creado un reino aún más extenso y poderoso, con una gran diversidad cultural y una base sólida para la expansión en el extranjero.

    Las consecuencias de esta unión habrían sido numerosas y significativas. Primero, la rivalidad entre Castilla y Aragón habría persistido, lo que podría haber llevado a conflictos armados y una península ibérica más fragmentada. Además, con la unión de Castilla y Portugal, es probable que la política de Reconquista se hubiese intensificado, ya que ambos reinos compartían el objetivo de expulsar a los musulmanes de la península.

    Colonización y rivalidades

    La unión de Castilla y Portugal habría cambiado radicalmente el proceso de colonización del Nuevo Mundo. En lugar de competir por territorios, las coronas unidas podrían haber compartido los territorios descubiertos y concentrarse en expandir su influencia conjunta. Esto podría haber resultado en una mayor cooperación en la exploración y colonización, y quizás en un reparto más equitativo de las riquezas del Nuevo Mundo.

    Por otro lado, la unión de Castilla y Portugal también habría creado un reino más amenazante para otros países europeos, especialmente para Francia e Inglaterra. Las rivalidades y conflictos entre estos países podrían haberse intensificado, llevando a guerras y alianzas cambiantes en el continente europeo.

    Cultura y lengua

    Una unión castellano-portuguesa habría influido en la cultura y la lengua de la península ibérica. Es posible que el español y el portugués se hubieran influido mutuamente, dando lugar a una lengua híbrida o al menos a una mayor similitud entre ambas lenguas.

    Además, la cultura ibérica podría haber experimentado una fusión más profunda, con elementos de la cultura castellana y portuguesa mezclándose y creando una identidad cultural única y rica. Esto podría haber resultado en una mayor diversidad y creatividad en áreas como la literatura, la música y las artes.

    La unión hipotética entre la Corona de Castilla y el Reino de Portugal nos ofrece un escenario fascinante para explorar cómo la historia de la península ibérica

     

    Una mirada hacia un futuro posible

    Siglo XVI al XVIII

    Desde el siglo XVI hasta el XVIII, la unión de Castilla y Portugal habría consolidado su poder y estatus en el mundo, especialmente en términos de exploración y colonización. La combinación de recursos y la cooperación en la colonización del Nuevo Mundo podría haber resultado en un imperio aún más vasto, extendiéndose desde América del Sur hasta Asia y África.

    El comercio con Asia, especialmente con las rutas de las especias y la colonización de territorios como las Molucas, habría sido un factor clave en la prosperidad de esta unión. La flota naval combinada habría sido una fuerza imponente en los mares, protegiendo las rutas comerciales y expandiendo el territorio del imperio.

    Durante este período, la unión castellano-portuguesa podría haber sido un actor central en la política europea, compitiendo y colaborando con potencias como Francia, Inglaterra y el Sacro Imperio Romano Germánico. Sin embargo, es probable que también enfrentaran conflictos y rivalidades, ya que otros países buscarían limitar su poder y evitar que la unión dominara el continente.

    Siglo XIX

    En el siglo XIX, las colonias americanas de la unión castellano-portuguesa podrían haber buscado la independencia, siguiendo el ejemplo de otras colonias en América Latina. Sin embargo, la fuerza y el tamaño del imperio unificado podrían haber dificultado este proceso, lo que podría haber llevado a conflictos prolongados y más violentos.

    Además, durante este período, la revolución industrial podría haber influido en la economía y la sociedad de la unión, impulsando un cambio hacia la industrialización y la urbanización. No obstante, al igual que en el caso de España en la historia real, es posible que el proceso de industrialización no fuera tan rápido y eficiente como en otros países europeos, dejándolos en una posición de desventaja.

    Siglo XX y actualidad

    Durante el siglo XX, la unión castellano-portuguesa habría enfrentado desafíos similares a los que enfrentaron España y Portugal en la historia real. Las tensiones internas y la búsqueda de la identidad nacional podrían haber llevado a conflictos políticos y luchas por la autonomía. El declive del imperio colonial y la descolonización también habrían sido eventos cruciales que habrían transformado la posición del país en el mundo.

    En la actualidad, la unión castellano-portuguesa podría haberse convertido en un país miembro de la Unión Europea, integrado en la economía y la política del continente. Aunque su influencia podría no ser tan dominante como en siglos anteriores, la riqueza cultural y la historia compartida de la unión podrían haber dejado un legado duradero y una influencia significativa en la política y la cultura global.

  • El Secreto de Castilla: Cómo Podría Haberse Convertido en la Nación más Rica de Europa en un Mundo Alternativo

    El Secreto de Castilla: Cómo Podría Haberse Convertido en la Nación más Rica de Europa en un Mundo Alternativo

    Introducción

    La historia de España, como la conocemos hoy, podría haber sido muy diferente si la Corona de Castilla y la Corona de Aragón no se hubieran unido en el siglo XV. La unión de estas dos coronas, sellada con el matrimonio de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón en 1469, llevó a la creación de un reino unificado que eventualmente se convertiría en el imperio español. Pero, ¿Cómo sería un mundo alternativo en el que Castilla y Aragón hubieran seguido siendo entidades independientes? En este artículo, exploramos las posibles implicaciones económicas, políticas y militares de este escenario hipotético.

    Economía

    En un mundo en el que la Corona de Castilla no se hubiera unido a la Corona de Aragón, ambos reinos podrían haber seguido trayectorias económicas distintas. Castilla, con su rica agricultura y vastos recursos minerales, como el oro y la plata, podría haberse centrado en el desarrollo de una economía basada en la producción agrícola y la explotación de recursos naturales. Por otro lado, la Corona de Aragón, con su ubicación estratégica en el Mediterráneo, podría haberse centrado en el comercio marítimo y la expansión de sus rutas comerciales, compitiendo con otras potencias mediterráneas como Venecia y Génova.

    Política

    Políticamente, Castilla y Aragón podrían haber mantenido sistemas de gobierno separados y distintos. Mientras que Castilla podría haber seguido siendo un reino más centralizado y autoritario, Aragón, con sus diversos territorios y culturas (Cataluña, Valencia y las Islas Baleares), podría haber mantenido una estructura política más federal y descentralizada. Además, cada reino podría haber desarrollado relaciones diplomáticas independientes con otras potencias europeas, lo que habría llevado a una compleja red de alianzas y rivalidades en la península ibérica y el Mediterráneo.

    Militar

    En términos militares, la separación de las Coronas de Castilla y Aragón podría haber llevado a una competencia armamentística entre ambos reinos. Castilla, con su población y recursos superiores, podría haber desarrollado un ejército más grande y poderoso, mientras que Aragón podría haber centrado sus esfuerzos en la construcción de una flota naval formidable para proteger y expandir sus intereses comerciales en el Mediterráneo.

    La Reconquista y la expansión colonial

    En este escenario alternativo, la Reconquista, el proceso de expulsión de los moros de la península ibérica, podría haber sido un proceso más largo y complicado, ya que Castilla y Aragón podrían haber tenido que enfrentarse a los musulmanes por separado. Además, la expansión colonial en América podría haber sido muy diferente. Sin la unión de las coronas, el descubrimiento y colonización de América podrían haber sido llevados a cabo por otros países europeos, como Portugal, Inglaterra o Francia, en lugar del imperio español unificado.

    La nación más poderosa de Europa

    En un mundo alternativo donde la Corona de Castilla no se hubiera unido a la Corona de Aragón y hubiera mantenido sus provincias en América, evitando conflictos como las guerras de Flandes, Castilla podría haber llegado a ser la nación más rica y próspera de Europa en el siglo XXI. En este artículo, exploramos cómo Castilla podría haber alcanzado este estatus y cómo este desarrollo habría afectado a Europa y al mundo.

    Mantenimiento de las provincias americanas

    En este escenario, Castilla habría logrado mantener sus provincias en América, asegurando un flujo constante de riqueza y recursos naturales hacia la metrópoli. Esto habría permitido a Castilla invertir en el desarrollo de su economía interna, la educación, las infraestructuras y la tecnología. Con el tiempo, Castilla podría haber establecido una relación más equitativa con sus provincias, lo que habría fomentado un comercio mutuamente beneficioso y una estabilidad política a largo plazo.

    Evitando las guerras de Flandes

    Al evitar las guerras de Flandes, Castilla habría podido centrar sus recursos y energías en el desarrollo interno y la consolidación de su poderío económico y militar. Además, al no involucrarse en conflictos costosos en Europa, Castilla habría mantenido una posición neutral y diplomática en el continente, lo que le habría permitido establecer relaciones comerciales y alianzas estratégicas con otras potencias europeas.

    La nación más rica de Europa

    Gracias a su posición dominante en América y sus vastos recursos naturales, Castilla habría podido convertirse en la nación más rica de Europa en el siglo XXI. Con una economía próspera y un comercio floreciente, el país habría sido un centro de innovación tecnológica, investigación científica y desarrollo cultural.

    Una sociedad avanzada y educada

    Con la riqueza generada por sus provincias y el comercio, Castilla habría invertido en la educación y el bienestar de su población, lo que habría llevado a una sociedad altamente educada y avanzada. Las universidades castellanas serían centros de excelencia académica, atrayendo a estudiantes y académicos de todo el mundo. Además, la inversión en las artes y la cultura habría fomentado un renacimiento cultural en el país.

    Influencia global

    En este escenario alternativo, Castilla habría sido un líder global en política, economía y cultura. Su influencia se extendería por todo el mundo a través de sus alianzas diplomáticas, comerciales y culturales. La lengua y la cultura castellanas serían aún más extendidas y tendrían un impacto significativo en la política, la economía y la cultura a nivel mundial.

    Conclusión

    En un mundo donde la Corona de Castilla no se hubiera unido a la Corona de Aragón y hubiera mantenido sus provincias en América, evitando conflictos como las guerras de Flandes, Castilla podría haberse convertido en la nación más rica y poderosa de Europa y por tanto del mundo.

  • Urraca de Zamora: La intrigante y valiente reina medieval de Castilla

    Urraca de Zamora: La intrigante y valiente reina medieval de Castilla

    Urraca de Zamora: la mujer que dejó su huella en la política medieval de Castilla

    A lo largo de su vida, Urraca se destacó por su habilidad para negociar y mantener la paz entre los diferentes señores feudales del territorio. Fue una figura clave en la reconquista de la ciudad de Toledo y la fundación del monasterio de San Juan de la Peña.

    Tras la muerte de su esposo en 1065, Urraca asumió un papel activo en la política del reino. Junto con su hijo, el rey Alfonso VI, y su hija, la infanta Sancha, Urraca desempeñó un papel importante en la lucha por el poder entre los diferentes señores feudales que buscaban controlar el territorio.

    Urraca se convirtió en una figura política influyente en Castilla y León, y fue capaz de manejar con éxito situaciones difíciles y conflictivas. En 1077, Urraca logró una importante victoria diplomática al negociar un tratado de paz entre su hijo Alfonso VI y su hermano Sancho II de Castilla, que había iniciado una rebelión contra él.

    Además, Urraca fue una gran benefactora de la iglesia y se involucró en varias fundaciones religiosas, incluyendo la del monasterio de San Juan de la Peña. Este monasterio fue fundado por Urraca en honor a su esposo Fernando I, y se convirtió en un importante centro religioso y cultural durante la Edad Media.

    A pesar de su éxito y su habilidad política, Urraca no escapó a las luchas de poder y la intriga de la época. En 1086, después de una larga lucha por el poder, Urraca fue expulsada de la corte de su hijo Alfonso VI y se retiró a su propiedad en Sahagún, donde vivió hasta su muerte en 1101.

    Aunque su papel en la política medieval de Castilla a menudo se ha pasado por alto, Urraca de Zamora dejó un legado duradero en la historia del territorio. Fue una figura influyente y respetada en su tiempo, y su legado continúa siendo recordado hoy en día como una de las mujeres más importantes de la Edad Media en España.

  • La Economía del Condado de Castilla en la Baja Edad Media

    La Economía del Condado de Castilla en la Baja Edad Media

    El Condado de Castilla, durante la Baja Edad Media, fue una región rica y próspera que se destacó por su economía agrícola y su posición estratégica en la península ibérica. Durante este periodo, la región experimentó un desarrollo económico significativo gracias a la agricultura, la ganadería, el comercio y la minería.

    La agricultura era el principal motor económico del Condado de Castilla en la Baja Edad Media. Los campos de trigo, cebada y centeno, así como los viñedos, eran los cultivos más comunes. La ganadería también era una actividad económica importante, con la cría de ovejas y vacas que proporcionaban carne, leche y lana para la producción textil. Además, la región contaba con una importante industria de la seda, produciendo telas de alta calidad que se comercializaban en toda Europa.

    El comercio también fue un factor clave en la economía del Condado de Castilla en la Baja Edad Media. La posición geográfica de la región, en el centro de la península ibérica, permitió la creación de importantes rutas comerciales que conectaban Castilla con el resto de Europa. La ciudad de Burgos, por ejemplo, se convirtió en un importante centro comercial gracias a su posición en la ruta que conectaba la costa atlántica con el Mediterráneo.

    La minería también tuvo un papel relevante en la economía de la región. Castilla contaba con importantes yacimientos de hierro, plata y cobre, que se explotaron para la fabricación de herramientas, armas y joyas. Además, la región se destacó por la producción de sal, un producto de gran valor en la época que se utilizaba como conservante de alimentos y en la producción de textiles.

    En resumen, el Condado de Castilla durante la Baja Edad Media fue una región próspera gracias a su economía agrícola, su posición estratégica en las rutas comerciales europeas, su industria textil y de la seda, su producción minera y su comercio de la sal. Todos estos factores contribuyeron a su desarrollo económico y a su importancia en la península ibérica y en Europa en general.

  • La guerra de Comunidades y el inicio del centralismo europeo

    La guerra de Comunidades y el inicio del centralismo europeo

    La Guerra de las Comunidades fue un conflicto que tuvo lugar en España durante el reinado del emperador Carlos I, conocido también como Carlos V, en el siglo XVI. Esta guerra fue librada por las ciudades castellanas y sus comunidades, que lucharon contra el poder central del emperador y su gobierno.

    El origen de la Guerra de las Comunidades se encuentra en la creciente tensión entre los territorios castellanos y el gobierno central del Imperio Español. Las ciudades castellanas se sentían oprimidas por la imposición de impuestos y la centralización del poder político y económico en manos del emperador.

    En 1520, las ciudades castellanas se unieron para formar la Liga de las Comunidades, que buscaba proteger sus derechos y libertades locales. Sin embargo, la liga fue disuelta en 1521 y el emperador Carlos I comenzó a ejercer un control más estricto sobre las ciudades.

    La guerra estalló en 1520 y las fuerzas de las comunidades castellanas lograron algunos éxitos iniciales en la batalla. Sin embargo, el emperador Carlos I contaba con un ejército mejor equipado y entrenado, y pronto comenzó a ganar terreno en la guerra.

    La derrota de las comunidades castellanas fue inevitable y, en 1522, el emperador Carlos I derrotó a las fuerzas de la Liga de las Comunidades en la batalla de Villalar. La guerra terminó con la completa victoria del emperador y la restauración del poder central en España.

    La Guerra de las Comunidades es considerada un momento clave en la historia de España y de Europa, ya que marcó el inicio de un período de centralización del poder político y económico en manos de los monarcas y el declive de la autonomía local.

    En conclusión, la derrota de los comuneros en la Guerra de las Comunidades es un recordatorio de la lucha constante entre el poder central y las comunidades locales por el control y la influencia política y económica. A pesar de la victoria del emperador Carlos I, la memoria de la lucha de las comunidades castellanas vive en la historia y en la cultura popular de España hasta el día de hoy.

  • La Batalla de Tordesillas

    La Batalla de Tordesillas

    Preludio

    Poco a poco, Toledo fue perdiendo influencia dentro de la Junta, y con la ciudad, también perdía influencia su líder, Juan de Padilla, aunque no así popularidad y prestigio entre los comuneros.​ Con la pérdida de influencia de Toledo y de sus líderes, surgieron dos nuevas figuras dentro de la Comunidad, Pedro Girón y Antonio de Acuña, que aspiraban a pasar al primer plano. El primero era uno de los pocos nobles leales comuneros, al parecer porque el rey se negó a entregarle el ducado de Medina Sidonia. El segundo, era obispo de Zamora, jefe de la Comunidad zamorana y cabecilla de una milicia formada enteramente por sacerdotes.​

    Mientras tanto, en el bando realista, los señores no sabían qué táctica seguir, si luchar directamente, como defendía el Condestable de Castilla o agotar las vías de negociación, como proponía el Almirante de Castilla. Todo intento de negociación entre los comuneros y los virreyes fracasó, debido a que ambos bandos contaban ya con un ejército y ansiaban vencer al enemigo.

    Así pues, a finales de noviembre de 1520, ambos ejércitos tomaban posiciones entre Medina de Rioseco y Tordesillas, haciendo inevitable el enfrentamiento.

    Desarrollo

    Con Pedro Girón a la cabeza, las tropas comuneras, siguiendo órdenes de la Junta, habían avanzado hacia Medina de Rioseco, estableciendo su cuartel general en la localidad de Villabrágima, a tan solo una legua del ejército real. Estos, mientras tanto, se limitaron a ocupar pueblos para evitar el avance y cortar las líneas de comunicación.

    La situación se mantuvo hasta el 2 de diciembre, cuando el ejército rebelde comenzó a abandonar sus posiciones en Villabrágima, tomando dirección hacia Villalpando, localidad del Condestable que se rindió al día siguiente sin oponer resistencia. Con este movimiento, la ruta hacia Tordesillas quedaba desprotegida. El ejército real lo aprovechó, poniéndose en marcha el 4 de diciembre y ocupando la villa tordesillana al día siguiente, tras haber derrotado a la guarnición defensiva comunera, que se vio desbordada.

    Consecuencias

    La toma de Tordesillas supuso una seria derrota para los comuneros, que perdían a la reina Juana, y con ella, sus esperanzas de que esta atendiera sus pretensiones. Además, muchos de los procuradores habían sido apresados, y los que no, habían huido.

    Por todo esto, los ánimos entre los rebeldes se vieron muy afectados, además de producirse airadas críticas hacia Pedro Girón por el movimiento de las tropas que le obligaron a dimitir de su puesto y apartarse del conflicto.

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  • Fernando I de León y Castilla

    Fernando I de León y Castilla

    03Fernando I de León, llamado «el Magno» o «el Grande» ( 1016-León, 27 de diciembre de 1065), fue conde de Castilla desde 1029 y rey de León desde el año 1037 hasta su muerte, siendo ungido como tal el 22 de junio de 1038.

    Era hijo de Sancho Garcés III de Pamplona, llamado «el Mayor», rey de Pamplona, y de Muniadona, hermana de García Sánchez de Castilla. Fue designado conde de Castilla en 1029,​ si bien no ejerció el gobierno efectivo hasta la muerte de su padre en 1035. Se convirtió en rey de León por su matrimonio con Sancha, hermana de su rey y señor, Bermudo III, contra el que se levantó en armas, el cual murió sin dejar descendencia luchando contra Fernando en la batalla de Tamarón.

    Sus primeros dieciséis años de reinado los pasó resolviendo conflictos internos y reorganizando su reino. En 1054, las disputas fronterizas con su hermano García III de Pamplona se tornaron en guerra abierta. Las tropas leonesas dieron muerte al monarca navarro en la batalla de Atapuerca.

    Llevó a cabo una enérgica actividad de Reconquista, tomando las plazas de Lamego (1057), Viseo (1058) y Coímbra (1064). Además sometió a varios de los reinos de taifas al pago de parias al reino leonés. Al morir dividió sus reinos entre sus hijos: al primogénito, Sancho, le correspondió el estado patrimonial de su padre, el condado de Castilla, elevado a categoría de reino, y las parias sobre el reino taifa de Zaragoza; a Alfonso, el favorito, le correspondió el Reino de León y el título imperial, así como los derechos sobre el reino taifa de Toledo; García recibió el Reino de Galicia, creado a tal efecto, y los derechos sobre los reinos taifas de Sevilla y Badajoz; a Urraca y a Elvira les correspondieron las ciudades de Zamora y Toro, respectivamente, también con título real, y unas rentas adecuadas.

    Tradicionalmente, se le ha considerado el primer rey de Castilla y fundador de la monarquía castellana, y aún hay historiadores que siguen manteniendo esta tesis. No obstante, buena parte de la historiografía más actual considera que Fernando no fue rey de Castilla y que el origen de este reino se sitúa a la muerte de este monarca, con la división de sus estados entre sus hijos y el legado de Castilla al primogénito Sancho con título real. En palabras de Gonzalo Martínez Diez:

    Podemos y debemos afirmar con absoluta certeza el hecho de que Fernando nunca fue rey de Castilla, y que esta nunca cambió su naturaleza de condado, subordinado al rey de León, para convertirse en un reino, hasta la muerte de Fernando I el año 1065.

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  • El Sitio de Viena; 700 buenos castellanos de Medina del Campo contra el turco

    El Sitio de Viena; 700 buenos castellanos de Medina del Campo contra el turco

    El Primer Sitio de Viena, en 1529, marcó el apogeo de la invasión otomana de Europa central por las tropas turcas mandadas por el sultán Solimán el Magnífico.

    El sultán Solimán el Magnífico accedió al trono en 1520, y pidió al rey Luis II de Hungría que le rindiera tributo. El joven rey húngaro hizo matar a los embajadores como respuesta. Solicitó apoyo al emperador Carlos V, pero este tenía comprometidas sus tropas en Italia en respuesta a las agresiones de Francisco I de Francia, quien había prometido en carta escrita al sultán turco estando preso en Madrid que abriría un segundo frente en el oeste de Europa para que los otomanos avanzaran por el este.

    El archiduque Fernando de Austria (1503-1564, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico con el nombre Fernando I desde 1558), hermano menor de Carlos V, reclamó el trono y fue elegido rey de Hungría después de la muerte de su cuñado Luis II en la batalla de Mohács el 28 de agosto de 1526, lo que provoca una invasión turca en el otoño de 1529. El 27 de septiembre de ese año las tropas otomanas iniciaron el asedio de Viena, capital del archiducado de Austria. Se desconoce con precisión el número de efectivos, y las estimaciones van desde 90 000 hasta 200 000 hombres. Entre ellos estaban los jenízaros, el cuerpo de elite de las tropas otomanas.

    Los defensores austriacos de la ciudad (entre 17 000 y 24 000) recibieron poca ayuda exterior, aunque a la postre fue relevante. Esta se componía de tropas venidas de distintos lugares de Europa, pero tenía su núcleo fuerte en 1500 lansquenetes alemanes dirigidos por el conde Nicolás de Salm, veterano de la batalla de Pavía, y 700 arcabuceros castellanos enviados por la reina viuda María de Hungría, hermana de Fernando. Estos últimos destacaron en la defensa de la zona norte, impidiendo al enemigo establecerse en las vegas del Danubio junto a la ciudad.

    Por parte otomana, a pesar de su superioridad numérica, el ejército estaba mal equipado para un asedio y su tarea fue obstaculizada por la nieve y las inundaciones. Nicolás de Salm ordenó almacenar en la ciudad todas las provisiones disponibles, quemar todas las edificaciones exteriores a la antigua y desgastada muralla de la ciudad, reforzar esta, levantar empalizadas en los límites con el Danubio y la salida de la ciudad de los habitantes que no pudieran contribuir a su defensa (niños, mujeres, ancianos y clérigos). Para evitar que el rebote de los disparos hiriera a los defensores, hizo levantar los pavimentos de piedra de la ciudad y edificar con ellos una segunda muralla dentro de la antigua.

    Las constantes lluvias impidieron que los musulmanes utilizaran con efectividad las armas de fuego, que habían contribuido a las tomas de Constantinopla, Rodas y Belgrado. Los jenízaros intentaron en varias ocasiones asaltar las brechas de la muralla, pero las alabardas de los lansquenetes alemanes y los arcabuceros castellanos les cerraron el paso. Por primera vez desde su formación como cuerpo militar, los jenízaros se quejaron de perder sus vidas sin nada a cambio, y obtuvieron la promesa de donativos para seguir combatiendo. La falta de provisiones, las bajas (entre 15 000 y 20 000 soldados) y la impotencia hicieron mella en las tropas otomanas.

    Solimán se retiró a mediados de octubre a Constantinopla. Nicolás de Salm, que tenía 70 años en el momento del asalto turco, murió en 1530 a consecuencia de las heridas recibidas. Su sarcófago renacentista puede verse en la iglesia Votiva de Viena.

    Los Castellanos de Medina del Campo

    En 1529 un puñado de castellanos de la zona de Medina del Campo terminaron en las murallas de Viena haciendo frente al ejército del Sultán turco. Algo que no se entiende sin un suceso ocurrido en Castilla: la Guerra de las Comunidades.

    Así tenemos que irnos hasta el 21 de agosto de 1521, cuando las tropas de Carlos llegaron a las puertas de Medina del Campo reclamando las piezas de artillería que se encontraban en la ciudad. El objetivo de esa petición era emplearlas contra las fuerzas comuneras que asediaban el Alcázar de Segovia. Los vecinos se negaron y el general realista Fonseca –que, por cierto, era el señor del castillo de Coca- no tuvo otra idea más que incendiar la ciudad.

    Este “estratega” pensaba que así los vecinos abandonarían la custodia de las piezas para sofocar el incendio. Pero el caso es que se les fue de las manos y devastó la ciudad. Para ahondar en la brecha, resulta que después de la guerra se comprobó que buena parte de los que más habían perdido eran mercaderes partidarios de Carlos. En fin, toda una pifia.

    Una gran plaza financiera de Europa
    Lo que supuso el incendio de Medina del Campo no se entiende sin explicar que esa villa era, desde la Edad Media, el gran centro del comercio castellano de lana. Los Reyes Católicos habían instaurado en 1491 la Feria General del Reino allí y todos los historiadores coinciden en que Medina del Campo era una de las grandes plazas financieras de Europa. Con el incendio solo quedó devastación.

    Con Castilla y Medina del Campo asoladas llegó la represión realista a los comuneros. No había medios de vida. Unos meses después de la batalla de Villalar se abrió un banderín de enganche en la villa para buscar soldados que acudiesen a Centroeuropa y defendiesen los intereses del hermano de Carlos V, el archiduque Fernando, que tenía problemas en Austria.

    Y es que Fernando –que, curiosamente, había nacido en Alcalá de Henares y había sido criado en España como nieto predilecto de su abuelo Fernando el Católico– había sido proclamado archiduque de Austria. Al llegar a Viena, en el verano de 1522, se encontró con que los notables de la ciudad le impedían entrar en ella. Así que se retiró a una localidad cercana y pidió ayuda. Y la respuesta fueron los hombres que se alistaron en Medina del Campo

    Allí se consiguió reclutar a unos setecientos hombres, la mayor parte escopeteros, que llegaron a territorio austriaco atravesando media Europa. Con esa guardia de corps Fernando entró en Viena, impartió justicia a los que le habían vetado la entrada y se asentó allí. Durante más de cinco años esa fuerza veló por Fernando I hasta que un 27 de septiembre de 1529 el ejército turco hizo su aparición ante las murallas de la capital austriaca.

    El Turco a las puertas
    El ejército del Turco, como era llamado el sultán otomano por los castellanos, era temible: 150.000 hombres –entre ellos tropas escogidas jenízaras–, 300 piezas de artillería y 20.000 camellos. Enfrente, el grueso de la defensa eran unos 20.000 lansquenetes alemanes y el puñado de alemanes, comandados todos por Nicolás de Salma, un belicoso veterano de 70 años.

    Los de Medina eran pocos pero bragados: fueron ellos los que rechazaron la primera acción turca, el intento de desembarco en la Vega del Danubio. Una crónica turca del asedio describe una salida de castellanos al mando de Jaime García Guzmán para destruir las minas que amenazaban las murallas de Viena. Y otras crónicas señalan la presencia de los castellanos de Fernando I en la fuerza que hostigó la retirada de las tropas turcas cuando levantaron el cerco el 14 de octubre de 1529.

     

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  • La Batalla de Guadalacete

    Batalla de Guadalacete

    La batalla de Guadalacetede Guadacelete o de Guazalete enfrentó, en el año 854, a la unión conjunta de los reinos astur con tropas castellanas y pamplonesas unida a la población sublevada de Toledo en contra de las tropas del emir Muhammad I de Córdoba.​ Según Eduardo Manzano Moreno la batalla tuvo lugar en el actual término municipal de Villaminaya. Este historiador solo menciona a un único rey cristiano, Ordoño I de Asturias.​

    Historia

    A la muerte del Emir Abderramán II en el año 852, la población toledana se sublevó como ya lo había hecho en otras ocasiones anteriores. Según Eduardo Manzano Moreno, lo que movía a los toledanos a rechazar la soberanía del emir de Córdoba eran» «las imposiciones fiscales… [y] la resistencia a recibir gobernadores que no hubieran sido aprobados por la ciudad». «Que lograran resistir asedios o que sólo aceptaran negociar bajo ciertas condiciones muestra hasta qué punto la comunidad toledana, profundamente arabizada y, en buena medida, islamizada, estaba unida y cohesionada». Para asegurar el triunfo de la rebelión los toledanos llamaron en su ayuda al rey del Reino de Asturias Ordoño I. Así es como se produjo la batalla que acabó con un resonante triunfo para el emir cordobés, aunque, como ha señalado Manzano Moreno, «no acabó con el foco de revuelta en la ciudad».​

    Así relató lo acontecido Ibn Jaldún, que se informó en las crónicas del siglo X:

    Los toledanos pidieron la ayuda al rey de Asturias, que acudieron a liberarlos con la ayuda de la gente de la ciudad. El ejército de Toledo formado por la unión del pueblo toledano y los reinos cristianos, viendo al del emir (muy reducido), salieron a los márgenes del río Guadalacete y combatieron con fervor derrotando al emir. Éste se retrajo hasta tierras más al sur, siendo seguido por el ejército de Toledo que cayó en una emboscada, ya que el grueso del ejército árabe estaba esperando ese movimiento. Todo esto produjo una matanza de más de ocho mil almas, dando la victoria al imperio musulmán y aplastando así la rebelión de Toledo.
  • La Batalla de Albelda

    La Batalla de Albelda

    Se conoce con el nombre de batalla de Albelda a dos acontecimientos bélicos ocurridos en las proximidades de la localidad de Albelda de Iregua en La Rioja en el marco de la reconquista cristiana de la península ibérica. El primero está datado en el 852 y el segundo en 859.

    Primera contienda

    Hacia el año 852 tropas castellanas bajo el reino Asturiano, se enfrentaron a Musa ibn Musa, de los poderosos Banu Qasi, en las proximidades de Albelda. La batalla finalizó con la victoria del ejército musulmán, lo que le posibilitó controlar la práctica totalidad del territorio de la actual La Rioja. Tras esta victoria Musa fue nombrado valí de la Marca Superior (852-859).

    Segunda contienda

    Musa ibn Musa, al apoderarse de Huesca en 855, había reunido un territorio tan extenso que se hacía llamar «tercer rey de España«. Tratando de proporcionarse una base militar en una zona estratégica de comunicación entre las actuales Soria y Logroño, mandó construir una fortaleza en Albelda o Albaida, entre Clavijo y los montes de Viguera. Según la Crónica de Alfonso III en ese momento García Íñiguez de Pamplona abandonó su tradicional alianza con los Banu Qasi para aliarse con los castellanos y asturianos. Ordoño I de Asturias se adelantó al peligro que podría suponer la nueva fortaleza y en 859 la atacó y destruyó, causando una gran derrota a los Banu Qasi.

    Tras la derrota musulmana en esta batalla, en 860 la monarquía asturiana mandó al Conde de Castilla que llevara a cabo la repoblación de Amaya, intensificando de esa manera el fenómeno repoblador en el alto Ebro y los territorios ubicados en la margen izquierda del Duero.

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  • Merindad de Trasmiera y la Cruz de Somarriba

    Merindad de Trasmiera y la Cruz de Somarriba

    Históricamente la Cruz de Somarriba, situada en la localidad del mismo nombre, ha señalado el límite occidental de Trasmiera para dar paso al territorio de las Asturias de Santillana. Este hito es considerado por tanto la divisoria entre la Cantabria oriental (que comienza en Trasmiera) y la Cantabria occidental.

    Trasmiera aparece citada en la crónica de Alfonso III, escrita en el siglo IX, y vinculada al condado de Castilla en la centuria siguiente.​ A partir del siglo XIII se estableció por orden real esta demarcación como entidad administrativa. A finales del Siglo XIV, se desarrollan en Trasmiera numerosos episodios de la guerra de bandos entre giles (de Solórzano) apoyados por los Velasco, y los Negretes (de Agüero)  como intento de restablecer el señorío de los linajes en Cantabria.

    El rey estaba representado por un merino que en un principio fue una persona de la familia burgalesa de los Lara. Pasados los años los administradores o merinos fueron elegidos en las familias autóctonas de la comarca.

    Regida por sus concejos de hombres de behetría, lograría en el siglo XIV liberarse del impuesto de la alcabala. Los Reyes Católicos ayudaron a la consolidación de su estructura interna en Juntas; Cudeyo, Ribamontán, Siete Villas, Cesto y Voto, a las que se agregaron, mediante carta de hermandad, las villas de Santoña y Escalante, así como el lugar de Argoños, en 1579. Cada junta construyó su casa de audiencia y cárcel, mientras las juntas generales de Merindad se celebraban en Hoz de Anero, siendo esta la capital de la merindad.

    Hasta la conformación de los ayuntamientos constitucionales, en 1834, gozó de considerables franquicias fiscales, un alto grado de autogobierno y exenciones militares en aras de la autodefensa (Trasmiera se guarda a sí misma).​ La unidad geográfica y administrativa le ha permitido la conservación de muchas de sus costumbres tradicionales.

    La Cruz de Somarriba

    La Cruz de Somarriba es de un claro estilo barroco aunque en ningún lugar consta fecha de su construcción.

    La Cruz de Somarriba marca el límite occidental de Trasmiera y el inicio de las tierras de las Asturias de Santillana; es decir marca la división entre Cantabria oriental y Cantabria occidental.

    Este monumento encierra una leyenda que lo hace más resaltante. La leyenda cuenta  que El Rey, como agradecimiento, le concedería a don Juan de Agüero, el privilegio de hacer noble a toda aquella tierra que pudiera recorrer en un solo día, de sol a sol, a lomos de su caballo.

    Don Juan partió de Agüero en su caballo y anduvo  cabalgando rápidamente hasta la entrada del pueblo de Pámanes, hasta donde se encuentra la Cruz del Avellano (actualmente), entre San Vitores y Pámanes. Justo ahí, su caballo agotado se tumbo sin poder andar más y murió.

    Los habitantes del pueblo vecino a donde el caballo había caído para verse beneficiados del regalo que se le hacía a Don Juan decidieron arrastrar al caballo hasta donde hoy se halla la Cruz de Somarriba consiguiendo así que su pueblo sea el limite concedido por el Rey. A partir de ese acontecimiento a los lugareños de esta zona se les llamarían “los arrastrados” y nacería el siguiente dicho popular: “Los de Pámanes trasmeranos de los arrastraos, los emboronaos de los de tercia y puñao.”

    Un hecho que se relaciona con la leyenda es la exención del impuesto de alcabalas a Trasmiera lograda por Pedro González de Agüero en el siglo XIV.

    Don José María de Pereda, escritor realista y costumbrista cántabro, en su obra Escritos de Juventud dentro del relato corto titulado La Cruz de Pámanes hace mención a la Cruz de Somarriba en un relato fechado en 1859.

    Ponemos en su conocimiento un breve extracto de dicho relato:  ” La atención de Pámanes, pues, directamente estaba fija en sus panojas, en sus ganados, en sus patatas y en su Cruz; porque sin Cruz no se concibe a Pámanes, como no se concibe a Roma sin Capitolio, a la China sin su muralla, a Rodas sin su Coloso, a España sin arrogancia, a El Escorial sin monasterio y a Cayetano sin suscriptores. La Cruz de Pámanes, tal cual hoy es, de tosca piedra, ennegrecida por los rigores de la intemperie, tiene una historia llena de interesantes episodios que se pierden entre el polvo de los más añejos pergaminos del tiempo del feudalismo.”

     

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  • La Corona de Castilla

    La Corona de Castilla

    La Corona de Castilla (en latín, Corona Castellae), como entidad histórica, se suele considerar que comienza con la última y definitiva unión de las Coronas de León y de Castilla, con sus respectivos reinos y entidades, en 1230, o bien con la unión de las Cortes, algunas décadas más tarde. En este año de 1230, Fernando III «el Santo», rey de Castilla desde 1217 (incluyendo el Reino de Toledo) e hijo de Alfonso IX de León y su segunda mujer, Berenguela de Castilla, se convirtió en rey de León (cuyo reino incluía el de Galicia), tras la renuncia de Teresa de Portugal, la primera mujer de Alfonso IX, a los derechos de sus hijas, las infantas Sancha y Dulce al trono de León en la Concordia de Benavente.

    Del reino de León a los de León y Castilla

    El Reino de León surgió a partir del Reino de Asturias, que ocupaba también la Asturias de Santillana tras el pacto entre Pedro duque de Cantabria y don Pelayo de Asturias, que sellaron con el casamiento de sus hijos. Castilla fue en principio un condado dentro del reino de León. En la segunda mitad del siglo x, durante las guerras civiles leonesas, se comportó con cada vez mayor independencia, para caer finalmente en la órbita navarra en el reinado de Sancho III el Grande, que aseguraría el condado para su hijo Fernando Sánchez a través de su esposa Muniadona, tras el asesinato del conde García Sánchez en 1028.​

    En 1037, Fernando I se rebeló contra el rey de León, Bermudo III,​ que murió en la batalla de Tamarón,​ convirtiéndose en rey de León a través de su matrimonio con la hermana de Bermudo, Sancha.​ El condado castellano se convirtió así en parte del patrimonio regio.

    Desde el comienzo de la Reconquista la frontera del Ebro había sido disputada entre musulmanes, leoneses, navarros y aragoneses. El Reino de Nájera y la Diócesis de Calahorra fue incorporado finalmente a la Corona de Castilla en 1176 después de pasar de mano en mano desde el 923, destacando su importancia en el Camino de Santiago impulsado por santo Domingo de la Calzada y por san Millán de la Cogolla.

    A la muerte de Fernando, dividió sus estados entre sus hijos. Su favorito, Alfonso, recibió el reino de León​ y la primacía que este título le otorgaba sobre sus hermanos. A Sancho le correspondió el estado patrimonial de su padre, el condado de Castilla, elevado a categoría de reino,​ y el menor, García, recibió Galicia.​ La división duró poco: entre 1071 y 1072 Sancho derrocó a sus hermanos y se anexionó sus estados,10​ pero murió asesinado este último año,​ con lo que su hermano Alfonso VI logró reunificar de nuevo la herencia de Fernando I, que permaneció indivisa hasta 1157. Este año falleció el emperador Alfonso VII, legando León a Fernando II y Castilla a Sancho III. Sancho fue sucedido por Alfonso VIII de Castilla, y Fernando II fue por Alfonso IX, de cuyo matrimonio con Berenguela de Castilla, hija de Alfonso VIII engendró a Fernando, el futuro Rey Santo.

    Al morir el hijo y sucesor de Alfonso de Castilla, Enrique I, en 1217, Fernando III heredó de su madre el Reino de Castilla y accedió en 1230, tras la muerte de su padre y renuncia de las infantas Sancha y Dulce, al de León. Asimismo, aprovechó la debilidad del reino almohade para avanzar enormemente la Reconquista, tomando el valle del Guadalquivir mientras que su hijo Alfonso conquistaba el Reino de Murcia.

    Los reyes de la Corona de Castilla (Juana I) poseían los títulos de Rey de Castilla, León, Navarra, Granada, Toledo, Galicia, Murcia, Jaén, Córdoba, Sevilla, los Algarves, Algeciras y Gibraltar y de las islas de Canaria y de las Indias e islas y Tierra Firme del mar Océano y Señor de Vizcaya y Molina.​ Su heredero portaba el título de Príncipe de Asturias.

     

    Unificación de las Cortes

    La unión de los reinos bajo un soberano, tuvo como consecuencia aunque de forma no inmediata la unión de las Cortes de León y Castilla. Se articulaban en tres brazos que correspondían respectivamente a los estamentos noble, eclesiástico y ciudadano y aunque el número de ciudades representadas en Cortes fue variando a lo largo del tiempo, fue el rey Juan I el que fijó de una manera definitiva las ciudades concretas que tendrían derecho a enviar procuradores a Cortes: Burgos, Toledo, León, Sevilla, Córdoba, Murcia, Jaén, Zamora, Segovia, Ávila, Salamanca, Cuenca, Toro, Valladolid, Soria, Madrid, Guadalajara y Granada (a partir de 1492).

    Con Alfonso X, la mayoría de las reuniones de Cortes son conjuntas para todos los reinos. Las Cortes de 1258 en Valladolid son De Castiella e de Estremadura e de tierra de León y las de Sevilla en 1261 De Castiella e de León e de todos los otros nuestros Regnos. Posteriormente se realizarían algunas Cortes separadas, como por ejemplo en 1301 (Burgos para Castilla, Zamora para León), pero los representantes de ciudades piden que se vuelva a la unificación:

    Los representantes castellanos solicitan: Pues yo agora estas cortes fazía aquí en Castiella apartada miente de los de Estremadura de tierra de León, que daquí adelante que non fiziese nin lo tomase por huso
    Al igual que los leoneses: que quando oviere de facer Cortes que las faga con todos los omnes de la mi tierra en uno en tierras leonesas.

    Aunque en un principio los reinos singulares y las ciudades conservaron sus derechos particulares (entre los cuales se hallaban el Fuero Viejo de Castilla o los diferentes fueros municipales de los concejos de Castilla, León, Extremadura y Andalucía), pronto se fue articulando un derecho territorial castellano en torno a las Partidas (h. 1265), el Ordenamiento de Alcalá (1348) y las Leyes de Toro (1505) que continuó vigente hasta 1889, año en que se promulga el Código Civil español.

    El patronazgo y el pago del Voto

    La justificación providencialista de los orígenes de cada reino y su primacía eran una cuestión importantísima (no solo en la Edad Media, sino durante todo el Antiguo Régimen), y se suscitaron debates en cuanto a la entidad sobrenatural que debía ejercer el patronazgo y en qué territorio en concreto, con consecuencias incluso fiscales. El origen se remontaba a batallas mitificadas de los siglos VIII al X, de las que las crónicas recogían intervenciones milagrosas: la batalla de Covadonga, la batalla de Clavijo o la batalla de Simancas.

    La lengua castellana y las universidades

    En el siglo XIII existían en los reinos de León y Castilla numerosas lenguas como el castellano, el astur-leonés, el euskera o el gallego. Pero en este siglo el castellano comienza a ganar terreno como instrumento vehicular y cultural (por ejemplo el Cantar de Mío Cid).

    En los últimos años de Fernando III, el castellano se comienza a utilizar para ciertos documentos. Pero la lengua castellana alcanza el título de oficial con Alfonso X. A partir de entonces todos los documentos públicos se redactarán en castellano; asimismo las traducciones en vez de verterse al latín se realizarán a dicha lengua:

    Mandólo trasladar del arábigo en lenguaje castellano porque los homnes lo entendiesen mejor et se supiesen del más aprovechar

    Hay quien considera que la sustitución del latín por el castellano se debe a la fuerza de la nueva lengua, mientras que otros consideran que se debió a la influencia de intelectuales hebreos, hostiles al latín por ser la lengua de la iglesia cristiana.

    También en el siglo XIII comenzarán a fundarse gran cantidad de universidades en los territorios que formarían la Corona de Castilla, algunas, como las de Palencia, Salamanca o Valladolid, serán de las primeras universidades europeas. En 1492 con los Reyes Católicos se publicará de la primera edición de la Gramática sobre la Lengua Castellana, de Antonio de Nebrija.

    A Alfonso X le sucedería su hijo Sancho IV en 1284 y a este, su hijo Fernando IV en 1295, que durante su minoría de edad, regentaría el Reino su madre la reina María de Molina.

    Siglos XIV-XV: reinado de los Trastámara

    Ascenso de los Trastámara al trono

    Cuando muere Fernando IV en 1312, accede al trono su hijo Alfonso XI, con otro período de regencia por minoría de edad. Para proteger sus intereses de los ataques de los nobles, las ciudades organizan en las Cortes de Burgos de 1315 una Hermandad General que sería suprimida más tarde por el monarca, además de promulgar el Ordenamiento de Alcalá de 1348 como símbolo del fortalecimiento de la autoridad real.13​ A la muerte de Alfonso en 1350 se inicia un conflicto dinástico enmarcado en la guerra de los Cien Años entre sus hijos Pedro y Enrique. Alfonso XI había contraído matrimonio con María de Portugal, de la que tuvo a su heredero, el infante Pedro. Sin embargo, el rey también tuvo con Leonor de Guzmán varios hijos naturales, entre ellos el infante Enrique, conde de Trastámara, que disputaron el reino a Pedro una vez este accedió al trono.

    En su lucha contra Enrique, Pedro se alió con Eduardo, príncipe de Gales, llamado el «Príncipe Negro». En 1367 el Príncipe Negro derrotó a los partidarios de Enrique en la Batalla de Nájera. El Príncipe Negro, viendo que el rey no cumplía sus promesas, abandonó el reino, circunstancia que aprovechó Enrique, refugiado en Francia, para retomar la lucha. Finalmente Enrique venció en 1369 en la batalla de Montiel, y dio muerte a Pedro. En 1370, al morir su hermano Tello, señor de Vizcaya, Enrique incorporó definitivamente el Señorío de Vizcaya al patrimonio real. En 1379 accede al trono su hijo Juan de Trastámara que siguiendo la estela centralizadora de sus antecesores, creará el Consejo Real en 1385.

    Como Juan de Gante, hermano del Príncipe Negro y duque de Lancáster, había contraído matrimonio en 1371 con Constanza, hija de Pedro, en 1388 reclama la Corona de Castilla para su mujer, heredera legítima según las Cortes de Sevilla de 1361. Llega a La Coruña con un ejército, toma primero esa ciudad y, más tarde, Santiago de Compostela, Pontevedra y Vigo y pide a Juan que entregue a Constanza el trono.

    Pero este no acepta y propone el matrimonio de su hijo el infante Enrique con Catalina, hija de Juan de Gante y Constanza. La propuesta es aceptada, se casan en 1388 y simultáneamente se instituye el título de Príncipe de Asturias que ostentaron por primera vez Enrique y Catalina. Esto permitió culminar el conflicto dinástico, al afianzar la Casa de Trastámara y establecer la paz entre Inglaterra y Castilla.

    Relaciones con la Corona de Aragón

    Durante el reinado de Enrique III se restaura el poder real, desplazando a la nobleza más poderosa. En sus últimos años delega parte del poder efectivo en su hermano Fernando de Antequera, quien sería regente, junto con su esposa Catalina de Lancaster, durante la minoría de edad de su hijo, el príncipe Juan. Tras el Compromiso de Caspe en 1412, el regente Fernando abandonó Castilla, pasando a ser rey de Aragón.

    A la muerte de su madre, Juan II alcanzó la mayoría de edad, con 14 años, y contrajo matrimonio con su prima María de Aragón. El joven rey confió el gobierno a Álvaro de Luna, la persona más influyente en su corte y aliado con la pequeña nobleza, las ciudades, el bajo clero y los judíos. Esto trajo las antipatías de la alta nobleza castellana y de los Infantes de Aragón, lo que provocó entre 1429 y 1430 la guerra entre Castilla y Aragón. Álvaro de Luna ganó la guerra y expulsó a los infantes.

    Segundo conflicto sucesorio

    Enrique IV intentó restablecer sin éxito la paz con la nobleza, rota por su padre. Cuando su segunda esposa, Juana de Portugal, dio a luz a la princesa Juana, esta fue atribuida a una supuesta relación adúltera de la reina con Beltrán de la Cueva, uno de los privados del monarca.

    El rey, asediado por las revueltas y las exigencias de los nobles, tuvo que firmar un tratado por el que nombraba heredero a su hermano Alfonso, dejando a Juana fuera de la sucesión. Tras la muerte de este en un accidente, Enrique IV firma con su hermanastra Isabel el Tratado de los Toros de Guisando, en el cual la nombra heredera a cambio de que se casase con el príncipe electo por Enrique.

    Los Reyes Católicos: unión con la Corona de Aragón

    En octubre de 1469 se casan en secreto, en el palacio de los Vivero, de Valladolid, Isabel y Fernando, príncipe heredero de Aragón. Este enlace tuvo como consecuencia la unión dinástica de la Corona de Castilla y la Corona de Aragón en 1479 al acceder Fernando a la corona aragonesa, aunque no se hace efectiva hasta el reinado de su nieto, Carlos I. Isabel y Fernando estaban relacionados familiarmente y se habían casado sin la aprobación papal por lo que fueron excomulgados. Posteriormente, el Papa Alejandro VI les concederá el título de Reyes Católicos.

    Debido al matrimonio de Isabel y Fernando, el rey y hermanastro de Isabel Enrique IV considera roto el Tratado de los Toros de Guisando por el cual Isabel accedería al trono de Castilla a su muerte siempre que contase con su aprobación para contraer matrimonio. Enrique IV, además, quería aliar la corona castellana con Portugal o Francia en vez de con Aragón. Por estas razones declara heredera al trono a su hija Juana la Beltraneja frente a Isabel. Al morir Enrique IV en 1474 comienza una guerra civil, que durará hasta el año 1479, por la sucesión al trono entre los partidarios de Isabel y los de Juana, en la que vencen los partidarios de Isabel.

    Así pues, tras la victoria de Isabel en la guerra civil castellana y la ascensión al trono de Fernando, las dos coronas estarán unidas bajo los mismos monarcas, pero Castilla y Aragón estarán separadas administrativamente, cada corona conservará su identidad y leyes, las cortes castellanas permanecerán separadas de las aragonesas, y la única institución común será la Inquisición. A pesar de sus títulos de Reyes de Castilla, de León, de Aragón y de Sicilia, Fernando e Isabel reinaban más cada cual en los asuntos de sus respectivas Coronas, aunque también tomaban decisiones comunes. La posición central de la Corona de Castilla, su mayor extensión (3 veces el territorio aragonés) y población (4,3 millones frente a los cerca de 1 millón de la Corona de Aragón) harán que tome el papel dominante en la unión.

    La aristocracia castellana era poderosa gracias a la Reconquista (como pudo comprobar Enrique IV). Los monarcas necesitan imponerse a los nobles y el clero. En el año 1476 se funda el Consejo de la Hermandad, que será conocido como la Santa Hermandad. Además se toman medidas contra la nobleza, se destruyen castillos feudales, se prohíben las guerras privadas y se reduce el poder de los adelantados. La monarquía incorpora a las órdenes militares bajo el Consejo de las Órdenes en el 1495, se refuerza el poder real en la justicia a expensas de los feudales y la Audiencia pasa a ser cuerpo supremo en materia judicial. El poder real también busca controlar más a las ciudades: así en las Cortes de Toledo en 1480 se crean los corregidores para supervisar los concejos de las ciudades. En el aspecto religioso se reforman las órdenes religiosas y se busca la uniformidad. Se presiona para la conversión de los judíos y en algunos casos son perseguidos por la Inquisición. Finalmente en 1492, para aquellos no conversos, se decide su expulsión, estimándose que unas 50 000 a 70 000 personas debieron abandonar la Corona de Castilla. Desde 1502 también se busca la conversión de la población musulmana.

    Entre 1478 y 1496 se conquistan las islas de Gran Canaria, La Palma y Tenerife. El 2 de enero de 1492 los reyes entran en la Alhambra de Granada, con lo que se da fin a la Reconquista. Aparecerá la importante figura de Gonzalo Fernández de Córdoba (apodado el Gran Capitán). En 1492 Cristóbal Colón descubre las Indias occidentales y en 1497 se toma Melilla. Tras la toma del reino nazarí de Granada para la Corona de Castilla, la política exterior girará hacia el Mediterráneo. Castilla ayudará con sus ejércitos a Aragón en sus problemas con Francia, lo que culminará con la recuperación de Nápoles en 1504 para la Corona de Aragón. Más tarde, en ese mismo año, fallece la reina Isabel.

    Siglos XVI-XVII: del Imperio a la crisis

    Periodo de regencia

    Isabel había excluido a su marido de la sucesión a la Corona de Castilla, la cual pasaba a manos de su hija Juana (casada con Felipe de Austria, apodado el Hermoso). Pero Isabel sabía la enfermedad que padecía su hija (por la cual era conocida como Juana la Loca) y nombra regente a Fernando en caso de que Juana no quisiere o pudiere entender en la gobernación de ellos. En la Concordia de Salamanca (1505), se acuerda el gobierno conjunto de Felipe, Fernando y la propia Juana. Sin embargo, las malas relaciones entre él (apoyado por la nobleza castellana) y su suegro, el rey Fernando el Católico, hacen que este último renuncie al poder en Castilla para evitar un enfrentamiento armado. Por la Concordia de Villafáfila (1506), Fernando se retira a Aragón y Felipe es proclamado rey de Castilla. En 1506 muere Felipe I y Fernando el Católico vuelve de nuevo a la regencia.

    Fernando continúa la política de expansión de ambas coronas, Castilla hacia el Atlántico y Aragón hacia el Mediterráneo. En 1508 se conquista el Peñón de Vélez de la Gomera para Castilla, entre 1509 y 1511 se conquistan Orán, Bugía y Trípoli y se somete a Argel. En 1515 se toma Mazalquivir. Al morir Gastón de Foix, sus derechos sucesorios al reino de Navarra pasaban a manos de Germana de Foix, esposa de Fernando. Utilizando estos presuntos derechos sucesorios, el Tratado de Blois firmado por los reyes de Navarra con Francia en 1512, y con ayuda de los navarros beaumonteses, Fernando ocupa el reino de Navarra con sus tropas, unos 20 000 soldados bien equipados bajo las órdenes del Duque de Alba y además, Fernando también tiene el apoyo de su hijo, el arzobispo de Zaragoza con más de 3000 hombres que sitiarán Tudela, donde hubo una fuerte resistencia. Las Cortes de Aragón y la propia ciudad de Zaragoza no le dieron autorización hasta principios de septiembre, tras proclamarse la bula papal Pastor Ille Caelestis, y cuando ya quedaban pocas resistencias en el Reino. No informó en cambio a las Cortes de Castilla, por lo que éstas no le dieron permiso. En 1513, Fernando es reconocido como rey de Navarra por las Cortes navarras (a las que solo asistieron beaumonteses). Entre 1512 y 1515 Navarra forma parte de la Corona de Aragón.​ Finalmente, en 1515 en las Cortes de Castilla reunidas en Burgos se acepta la anexión del territorio a la Corona de Castilla. A esta reunión no acudió ningún navarro.​

    A la muerte de Fernando en 1516, le sucede como regente el cardenal Gonzalo Jiménez de Cisneros para pasar las coronas de Navarra y Aragón a su nieto, hijo de Juana y Felipe: el futuro Carlos I

    Carlos I

    Carlos I recibe la Corona de Castilla, la de Aragón y el Imperio debido a una combinación de matrimonios dinásticos y muertes prematuras.

    • De su padre Felipe (fallecido en 1506) hereda los Países Bajos
    • Al morir Fernando el Católico (su abuelo) recibe la Corona de Aragón en 1517 y también la de Castilla (junto con América) al estar su madre (Juana I de Castilla) incapacitada para gobernar.
    • Y como nieto de Maximiliano, recibe en 1519 el Sacro Imperio Romano Germánico bajo el nombre de Carlos V.

    Carlos I no fue bien recibido en Castilla. A ello contribuía el que era un rey extranjero (nacido en Gante), y que ya antes de su llegada a Castilla, concede cargos importantes a flamencos y que dinero castellano se usa para financiar su corte. La nobleza castellana y las ciudades estaban cerca de un levantamiento para defender sus derechos. Muchos castellanos preferían a su hermano menor Fernando (criado en Castilla) y de hecho el Consejo de Castilla se opone a la idea de Carlos como rey de Castilla.

    En las Cortes castellanas en Valladolid en 1518, se nombra presidente a un valón (Jean de Sauvage). Esto provoca airadas protestas en las Cortes, que rechazan la presencia de extranjeros en sus deliberaciones. A pesar de las amenazas, las Cortes (lideradas por Juan de Zumel, representante por Burgos) resisten y consiguen que el rey jure respetar las leyes de Castilla, quitar de puestos importantes a los extranjeros y aprender a hablar castellano. Carlos, tras su juramento, consigue una subvención de 600 000 ducados.

    Carlos I es consciente de que tiene muchas opciones para ser emperador y necesita imponerse en la Corona de Castilla y acceder a su riqueza para su sueño imperial. Castilla era uno de los territorios más dinámicos, ricos y avanzados de la Europa del siglo XVI, y comienza a darse cuenta de que puede quedar inmersa en un imperio. Esto junto a la falta a su promesa por parte de Carlos, hace que la hostilidad hacia el nuevo rey aumente. En 1520 se convocan Cortes en Toledo para otra subvención (el servicio), que las Cortes rechazan. Se vuelven a convocar en Santiago con el mismo resultado. Finalmente se convocan en La Coruña, se soborna a un importante número de representantes, a otros no se les permite la entrada, y consigue que le aprueben el servicio. Los representantes que votaron a favor son atacados por el pueblo castellano y sus casas quemadas. Las Cortes no será la única oposición con la que se encontrará Carlos: al salir de Castilla en 1520, dejando como regente a su antiguo preceptor, el cardenal Adriano de Utrech, estalla la Guerra de las Comunidades de Castilla. Los comuneros fueron derrotados en Villalar un año más tarde (1521). Tras la derrota, las Cortes fueron reducidas a un mero órgano consultivo.[cita requerida]

    La guerra en Navarra se reprodujo varias veces en los años siguientes a la muerte de Fernando el Católico, debido a los intentos de reconquista de los reyes navarros, ayudados por el reino de Francia. Uno de ellos nada más acceder al trono Carlos I, en 1516, que fue pronto atajado. El más importante se produjo en 1521, donde además de la entrada de tropas por el norte se produjo un apoyo de la población navarra (incluida la beaumontesa), con una sublevación generalizada que llevó a expulsar al ejército de Carlos I de todo el territorio navarro. Seguidamente Carlos I envió un ejército de 30 000 hombres bien pertrechados, que en poco tiempo y tras la cruenta Batalla de Noáin le devolvió el control de la mayoría del territorio navarro. Aun quedaron dos focos de resistencia posteriores, en el Castillo de Maya en 1522 y en el de Fuenterrabía en 1524, además de en la Baja Navarra, donde las incursiones del ejército de Carlos I eran inestables. Finalmente, en 1528, Carlos I se retiraría del territorio de Baja Navarra al no poder defenderlo eficazmente, y abandonando sus pretensiones sobre él, y sin que existiera ningún tratado formal entre los reyes de Navarra y Carlos I.

    Política imperial de Felipe II

    Felipe II siguió la misma política que Carlos I. Pero a diferencia de su padre, hizo de Castilla el centro de su imperio, centralizando su administración en Madrid. El resto de estados mantuvieron su autonomía gobernados por virreyes.

    Desde Carlos I la carga fiscal del imperio recaía principalmente en Castilla, y con Felipe II se cuadruplicó. Durante su reinado, además de subir los impuestos existentes, implantó otros nuevos, entre ellos el excusado en 1567. Ese mismo año Felipe II ordena la proclamación la Pragmática. Este edicto limitaba las libertades religiosas, lingüísticas y culturales de la población morisca, y provoca la Rebelión de las Alpujarras (1568-1571) que Juan de Austria reduce militarmente.

    Castilla entra en recesión en 1575, lo que provoca la suspensión de pagos (la tercera de su reinado). En 1590 se aprueba en las Cortes el Servicio de Millones, un nuevo impuesto que gravaba los alimentos. Esto terminó por arruinar a las ciudades castellanas y eliminó sus débiles intentos de industrialización. En 1596 se produjo una nueva suspensión de pagos.

    Reinado de los Austrias menores

    En los reinados anteriores los cargos en las instituciones de los reinos se proveían con gentes con estudios, los administrativos de Felipe II solían provenir de las universidades de Alcalá y Salamanca. A partir de Felipe III los nobles imponen de nuevo su estatus para gobernar, al ser necesario demostrar una limpieza de sangre. La persecución religiosa llevó a Felipe III en 1609 a decretar la Expulsión de los moriscos.

    Ante el colapso de la hacienda castellana para mantener la hegemonía del Imperio español durante el reinado de Felipe IV, el Conde-duque de Olivares, valido del rey de 1621 a 1643, intenta llevar a cabo una serie de reformas. Entre estas está la Unión de Armas, un intento de que cada territorio dentro de la Monarquía Hispánica contribuyera de forma proporcional a su población en el sostenimiento del ejército, para así aliviar la carga fiscal que padecía Castilla, pero este propósito no solo no prosperó, sino que debilitó a la monarquía de Felipe IV. El Conde-duque perdió el favor real y le sucedió su sobrino Luis de Haro como valido de Felipe IV entre 1659 y 1665. Su objetivo fue acabar con los conflictos interiores levantados por su predecesor (sublevaciones de Portugal, Cataluña y Andalucía) y alcanzar la paz en Europa.

    A la muerte de Felipe IV en 1665 y ante la incapacidad de Carlos II para gobernar, se sucede el letargo económico y las luchas de poder entre los distintos validos. En 1668 la monarquía hispánica acepta la independencia de Portugal en el Tratado de Lisboa (1668); simultáneamente se hace efectiva la incorporación de Ceuta a Castilla que había escogido no sumarse a la sublevación y mantenerse fiel a Felipe IV. La muerte de Carlos II en 1700 sin descendientes provoca la Guerra de Sucesión Española.

    Entidades territoriales menores de la Corona de Castilla

    Territorios representados por las ciudades con voto en Cortes en el siglo XVI (se colorea también el territorio de las provincias vascongadas o exentas, de régimen foral propio, que no enviaban procuradores a Cortes -tampoco el reino de Navarra, que ya estaba incorporado, pero conservaba sus propias Cortes.

    El Reino de Galicia estaba representado a través de la ciudad de Zamora y Extremadura a través de la ciudad de Salamanca). Estas circunscripciones creadas a finales del siglo XVI, que reciben en ocasiones la denominación de provincias, carecían de cualquier valor jurídico o administrativo y tenían un carácter meramente fiscal, por lo que se debe evitar confundir este concepto de provincia con el actual.

     

     

    Atribución de la imagen:

    De Té y kriptonita. Based on Conquista Hispania.svg de HansenBCN – Trabajo propio. Data taken from the same titled article in wikipedia Spanish. Approximate borders only. Image renamed from Corona de Castilla 1400.svg, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=6916911
  • Casa de Borgoña de Castilla

    Casa de Borgoña de Castilla

    La Casa de Borgoña fue una dinastía cuyos titulares reinaron en los reinos de Castilla y de León, desde 1126 hasta 1369. Fue una rama colateral de la Casa de Ivrea que gobernaba en el condado de Borgoña.

    En cualquier caso, no hay que confundirla con la otra Casa de Borgoña, una rama secundaria de los Capetos, cuyos miembros fueron soberanos del Ducado de Borgoña y del Reino de Portugal.

    Tuvo su origen en el matrimonio de la infanta Urraca —hija de Alfonso VI de León y de Constanza de Borgoña— con Raimundo de Borgoña, al cual se le encomendó el gobierno del condado de Galicia en 1093, que fue reducido al norte del río Miño en 1096.

    Raimundo era hijo del conde Guillermo I de Borgoña y cuya madre de filiación no documentada era Estefanía de Borgoña. El matrimonio de Raimundo con Urraca engendró al futuro Alfonso VII «el Emperador» (o bien Alfonso Raimúndez), rey de León.

    No se debe confundir la casa de Borgoña castellana con la casa de Borgoña portuguesa, la cual procede de una rama secundaria de los Capetos que gobernaba en el ducado de Borgoña. Las dinastías regias castellana y portuguesa descendían de dos primos, Alfonso VII de León y Alfonso I de Portugal, que pertenecían respectivamente, a los linajes del condado de Borgoña y del ducado de Borgoña.2​

    La dinastía gobernó en Castilla hasta la muerte de Pedro I de Castilla en 1369, de manos de su hermanastro y sucesor Enrique II de Castilla de la nueva Dinastía de Trastámara (que no es pues sino una rama secundaria de la dinastía de Borgoña). La dinastía se prolongó en la descendencia de Pedro I hasta principios del siglo XVIII.

    En la rama portuguesa que descendía por línea femenina de esta por varios enlaces, esta dinastía permaneció hasta Fernando I de Portugal que fue el último de su linaje ya que le sucedería el heredero Juan I maestre de Avis tras la Batalla de Aljubarrota.

  • El Libro de los Fueros de Castilla y el origen de las leyes castellanas

    El Libro de los Fueros de Castilla y el origen de las leyes castellanas

    Debió redactarse entre 1248, fecha de la conquista de Sevilla, y 1252, año de la coronación de Alfonso X pues en varios capítulos se alude a la ciudad andaluza como conquistada y se menciona al monarca no como Rey, sino como Infante. Probablemente su confección tuviese lugar en Burgos por un jurista particular dado que en esa ciudad castellana se encontraba la sede del Tribunal de Alcaldes de la Corte para el que se supone que todo este material fue recopilado.

    El Libro de los Fueros de Castilla es un antiguo documento legal del Reino de Castilla, el más antiguo que se conoce sobre derecho territorial castellano. Está compuesto por 307 capítulos, en los que desordenadamente se mezcla material jurídico preferentemente sobre derecho privado; precedidos de epígrafes que pretenden aludir a su contenido, aunque a veces no guardan relación con él, y que probablemente fueron incorporados al texto en un momento posterior al de su redacción. El descuido con que se ha redactado se manifiesta en detalles como la repetición de una misma norma que aparece expuesta unas veces como derecho local de un núcleo de población concreta y, en otras, como costumbre de toda la comarca.

    Recoge costumbres procedentes de localidades de las actuales provincias burgalesa, riojana y segoviana (Nájera, Belorado, Villafranca, Sepúlveda, Cerezo y Burgos), junto con otras que debían haber alcanzado ya una vigencia de ámbito regional. Junto a ellas, aparecen fazañas emitidas por el rey, por los adelantados, por el obispo de Burgos, el Merino Mayor de Castilla, los señores de Haro o, en una ocasión, los hombres buenos de Burgos. Hoy en día se cree que el libro trataría de dar a conocer principalmente las fazañas y privilegios, y que todo lo que aparece como fuero municipal no sería más que legislación local aplicable, en su forma original, que habría sido recopilada por una instancia judicial inferior previa al recurso de alzada ante el mencionado Tribunal de Alcaldes de la Corte o el propio monarca.

    Se desconoce el criterio de selección seguido por el recopilador.

    Fuero Viejo de Castilla

    Fuero Viejo de Castilla o Fuero de los Fijosdalgo es una recopilación legislativa del derecho medieval castellano, obra de juristas privados. La redacción más antigua, asistemática, se data en torno al año 1248. En 1356, durante el reinado de Pedro I de Castilla, se hizo una redacción sistemática en cinco libros, que es la que se ha conservado.

    Es un texto de carácter nobiliario en el que los aristócratas castellanos tratan de sustraer a los fueros locales el contenido de sus privilegios, compilándolos en un solo texto legal. De todas formas, no está claro cual era el origen cierto del texto, y la atribución es anónima. Al texto le da valor legal el Ordenamiento de Alcalá de 1348.

    Sus fuentes fueron el Libro de los Fueros de Castilla y el Ordenamiento de Nájera, documento de no establecido origen, que pretendía provenir de unas supuestas Cortes de Nájera, convocadas por Alfonso VII en 1138 o por Alfonso VIII en 1185, cuya efectiva existencia no está establecida.

    La expresión «Fuero Viejo» puede hacer referencia a muy distintos textos.

    En la era 1377 (año 1339), Alfonso XI, hallándose en Madrid, hizo llamar a los caballeros y omes buenos, y después de manifestar que era gran mengua de justicia regirse por las disposiciones del Fuero Viejo, y porque no usaban del Fuero de las leyes que les diera Alfonso el Sabio [ Fuero Real ], mandó que juzgasen y viviesen por este último código y no por otro alguno.

    El Ordenamiento de Nájera

    Ordenamiento de Nájera o Pseudo-Ordenamiento de Nájera es el nombre que se atribuye a un supuesto ordenamiento legislativo de la Corona de Castilla, documento de no establecido origen, que pretendía provenir de unas supuestas Cortes de Nájera, convocadas por Alfonso VII en 1138 o por Alfonso VIII en 1185, cuya efectiva existencia no está establecida.

    Consta de 58 leyes y se recoge como título 32 y último del Ordenamiento de Alcalá de 1348.

    En este texto se recogieron los privilegios de la nobleza castellana y las aportaciones de esta al ejército real. Sirvió de referencia para muchos fueros locales, y es una de las fuentes del Fuero Viejo de Castilla y del Ordenamiento de Alcalá de 1348.

     

    El Ordenamiento de Alcalá

    El Ordenamiento de Alcalá es un conjunto de 125 leyes, agrupadas en 32 títulos,​ promulgadas con ocasión de las Cortes reunidas por Alfonso XI en Alcalá de Henares, el 8 de febrero de 1348. Son consideradas parte importante del conjunto legislativo principal de la Corona de Castilla de la Baja Edad Media, desde entonces hasta 1505 (Leyes de Toro). El último título, compuesto de 58 leyes, se conoce con el nombre de Pseudo-Ordenamiento de Nájera.

    La obra significó el éxito de los letrados (de orientación romanista) quienes representaban el interés del rey por aumentar el poder de la monarquía (en el sentido de definir una precoz monarquía autoritaria). Debido a la dispersión legislativa y la indefinición de muchas situaciones jurisdiccionales (locales y estamentales), era necesaria la creación de un cuerpo normativo que ordenara y estableciera un estado de seguridad jurídica no conocida hasta la época.

    Además de sancionar nuevas leyes (entre las disposiciones de esas leyes se incluían muchas otras cuestiones puntuales, por ejemplo, sobre contratos y testamentos), se estableció un orden de prelación legal para la aplicación de distintos cuerpos legislativos existentes. De esta manera quedó establecido que debían aplicarse: en primer lugar, las leyes sancionadas en Alcalá; en segundo lugar, el Fuero Juzgo y los fueros locales o estamentales que se mantuvieran en uso (siempre que no se opusieran a Dios ni a la razón, y fueran probados en sentencias); y, en tercer lugar, el Código de las Siete Partidas. Por último se estaría a la interpretación que diera el rey en caso de duda o silencio de las disposiciones citadas.

    El Ordenamiento de Alcalá estaba organizado en 32 títulos y divididos en 125 leyes, con la siguiente distribución:

    • del título I al XV (29 leyes) sobre Derecho Procesal.
    • del título XVI al XIX (7 leyes) sobre Derecho Civil.
    • del título XX al XXII (18 leyes) de las penas.
    • el título XXIII (2 leyes) de la usura.
    • el título XXIV (1 ley) de las medidas y de los pesos.
    • el título XXV (1 ley) de las multas.
    • el título XXVI (1 ley) de los portazgos y peajes.
    • el título XXVII (3 leyes) de la prescripción.
    • el título XXVIII (2 leyes) del orden de prelación de las leyes.
    • el título XXIX (1 ley) de los duelos.
    • el título XXX (1 ley) de la guarda de los castillos y fuertes.
    • el título XXXI (1 ley) de los vasallos.
    • el título XXXII (58 leyes) que copia al Ordenamiento de Nájera.

    El ordenamiento de Alcalá pasó a aplicarse a las zonas con fueros locales, como Sahagún, Cuenca, León o Castilla, que paulatinamente irían adoptando el Fuero Real al serles «otorgado» éste.

    Sin embargo el rey tuvo que ceder a las presiones nobiliarias que deseaban ver reconocidas diferentes concesiones de tierras y privilegios durante las continuas revueltas y guerras civiles bajomedievales, especialmente en los turbulentos años bajo la regencia de su abuela María de Molina, durante su minoría de edad y la de su padre Fernando IV.

    Los nobles argumentaron precedentes en una asamblea en Nájera con Alfonso VII en 1138, y consiguieron finalmente disfrutar de privilegios fiscales y judiciales, conservar las tierras antes de señorío bajo determinadas condiciones, y sobre todo afianzarse como ricoshomes, nobles poderosos, que ya se distinguen claramente de los nobles caballeros y por supuesto del resto de hombres libres.

    En adelante se distinguirán claramente en la Corona de Castilla las tierras de realengo, bajo jurisdicción real, y las de señorío, bajo jurisdicción señorial (de un noble laico o eclesiástico).

    Lo dispuesto en el ordenamiento de Alcalá tuvo una dilatadísima vigencia, sobre todo el sistema de prelación de fuentes (Título XXVIII, Ley I del Ordenamiento), habida cuenta de que su texto fue recogido luego por las recopilaciones de la Edad Moderna (Leyes de Toro, Nueva Recopilación, Novísima Recopilación) y se mantuvo vigente hasta la adopción del sistema constitucional a lo largo del siglo XIX; y en algunos aspectos, hasta la promulgación del Código Civil en 1889.

    Las Leyes de Toro

    Las Leyes de Toro de 1505 son el resultado de la actividad legislativa de los Reyes Católicos, fijada tras la muerte de la Reina Isabel con ocasión de la reunión de las Cortes en la ciudad de Toro en 1505 (Cortes de Toro), en un conjunto de 83 leyes promulgadas el 7 de marzo de ese mismo año en nombre de la reina Juana I de Castilla.

    La iniciativa de esta tarea legislativa había partido del testamento de Isabel la Católica, a partir del cual se creó una comisión de letrados entre los que estaban el obispo de Córdoba y los doctores Díaz de Montalvo (que previamente había recopilado el Ordenamiento de Montalvo de 1484), Lorenzo Galíndez de Carvajal y Juan López Palacios Rubio.

    La reina titular de la Corona de Castilla en ese momento era Juana (que pasó a la historia como la loca), hija de los Reyes Católicos Isabel, recientemente fallecida —26 de noviembre de 1504—, y Fernando —cuyo único título en ese momento era el de rey de Aragón—), pero se encontraba en Flandes, donde el 15 de septiembre de 1505 dio a luz a una hija. El gobierno de la Corona, según el testamento de Isabel la Católica, era ejercido por Fernando. Antes de la llegada de Juana a Castilla y León, en la Concordia de Salamanca (24 de noviembre de 1505) se acordó la continuidad del gobierno de la Corona por Fernando, reconociendo como reyes tanto a Juana como a su marido, Felipe el hermoso. Desde la Concordia de Villafáfila (27 de junio de 1506) quedó Felipe como gobernante único al ser declarada incapaz Juana y consentir Fernando en retirarse a la Corona de Aragón; pero al poco tiempo murió (25 de septiembre de 1506), y Fernando el Católico retomó el gobierno en la Corona de Castilla como regente en nombre de su hija.

    La interpretación jurídica de las Leyes de Toro suele hacerse en el sentido de que ordenan la aplicación y recogen y actualizan el corpus legislativo de la Corona de Castilla durante toda la Edad Media. Heredero del gótico Fuero Juzgo (Liber Iudiciorum) y la recepción del Derecho Romano justinianeo (Ius Commune o derecho común) a partir de la Baja Edad Media, especialmente el Código de las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio y el Ordenamiento de Alcalá; al mismo tiempo que lo coordinaba con los fueros municipales y los privilegios nobiliarios y eclesiásticos, aclarando las contradicciones existentes entre todos ellos.

    Se componen de 83 preceptos o leyes, sobre diversas cuestiones, especialmente de Derecho Civil, derecho sucesorio, derecho matrimonial, Derecho Procesal, derechos reales y de obligación y, finalmente, materias de Derecho Penal.

    Posiblemente la mayor trascendencia de las Leyes de Toro sea la regulación del mayorazgo, cuyo significado social fue garantizar el predominio social de las familias de la alta nobleza vencedoras de las guerras civiles castellanas durante todo el Antiguo Régimen.

    Las Leyes de Toro fueron la base de las siguientes recopilaciones legislativas (Nueva Recopilación y Novísima Recopilación), que a su vez estuvieron vigentes hasta la promulgación del Código Civil, en 1889.

    – Derogan La Pragmática de Madrid

    Su importancia e interés han suscitado la atención y el estudio de los más célebres jurisconsultos de España.

    Algunas de las Leyes de Toro, como la 41 sobre usucapión de títulos nobiliarios, siguen vigentes hoy en día, según la jurisprudencia del Tribunal Supremo.

  • Los caballeros pardos de Castilla; los caballeros del pueblo

    La visión liberal del mundo y de la libertad, innata en el pueblo Castellano (en lo económico y en lo social) ha sido siempre, tratada de esconderse por los enemigos de Castilla, que nunca fueron pocos; Grandes mujeres, heroínas  e incluso caudillos militares, cuyo papel fue encarnado por mujeres, en diferentes momentos de nuestra historia, escandalizaban a muchos otros reinos europeos (tambien peninsulares) y cuando siglos después se buscó esta igualdad, nadie recurrió a los ejemplos castellanos no sea, que nos volviéramos a hacer conscientes de los altos valores morales e igualitarios de esta sociedad y pueblo deliberadamente atacado y enterrado en la historia (no sea que Castilla vuelva a despertar)

    Otro ejemplo de este carácter castellano, como pueblo de frontera, donde la comunidad y el esfuerzo personal lo eran todo para sobrevivir, fueron los llamados caballeros pardos o caballeros villanos. (El pueblo podía y debía tomar las armas y defender los suyo y a los suyos).

    Los caballeros villanos fueron una tropa medieval hispánica, característica de Castilla, surgida a raíz de la concesión de fueros. El Fuero de Castrojeriz del año 974 fue el primero de ellos.

    Los caballeros villanos cumplieron una destacada actuación en campañas decisivas de la Reconquista: las batallas de Uclés (1086), Alarcos (1195), Las Navas de Tolosa (1212) y del Salado (1340). También y durante las guerras comuneras contra el Rey Déspota, las ciudades de la Santa Junta usaron a estas unidades, como tropas de choque en sus huestes.

    A cambio de los privilegios asentados en los fueros, los consejos tenían el deber de auxilium o ayuda militar para con la persona que lo hubiese concedido (principalmente el conde de Castilla o el rey de León). Esta ayuda militar, en forma de milicias concejiles, se organizó en dos tropas: los peones (a pie) y los caballeros villanos. Los habitantes del concejo que pudiesen permitirse un caballo integraban sus filas. Debido a su importancia táctica (caballería de carga con lanza) y su posición en las tierras repobladas de las extremaduras, los caballeros villanos ganaron privilegios y llegaron a ser equiparados legalmente a los infanzones, la baja nobleza (aunque sin privilegios nobiliarios).

    El caballero villano pertenecía a la clase feudal, por el lugar que ocupaba y la función que desempeñaba pero no pertenecía al estamento de la nobleza. Tenía ciertos privilegios, como la exención de tributos cuando adquiría o ganaba heredades, lo que le diferenciaba de los burgueses y campesinos. Se diferenciaban de la nobleza porque conseguían tierras por presura, a diferencia de aquella, que las conseguían por cesión real.

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  • El Reino de Castilla

    El Reino de Castilla

    https://castillacomunera.org/fernando-i-de-leon-y-castilla/El reino de Castilla (latín Regnum Castellae) fue uno de los reinos medievales de la península ibérica. Castilla surgió como entidad política autónoma en el siglo ix bajo la forma de condado vasallo de León, alcanzando la categoría de «reino» en el siglo xi. Su nombre se debió a la gran cantidad de castillos que se encontraban en la zona.

    Durante el siglo x, sus condes aumentaron su autonomía, pero no fue hasta 1065 cuando se separó del Reino de León y se convirtió en un reino por derecho propio. Entre 1072 y 1157 se volvió a unir con León, y después de 1230 esta unión se hizo permanente. A lo largo de este período, los reyes castellanos realizaron extensas conquistas en el sur de Iberia a costa de los principados islámicos. Los reinos de Castilla y León, con sus adquisiciones del sur, pasaron a ser conocidos colectivamente como Corona de Castilla, término que también llegó a englobar la expansión ultramarina.

    Antecedentes: Condado de Castilla (850-1065)

    La primera mención de «Castilla» aparece en un documento del año 800: «Hemos levantado una iglesia en honor a San Martín, en Área Patriniano, en el territorio de Castilla».

    En la Crónica de Alfonso III (rey de Asturias, siglo ix) se dice: «Las Vardulias ahora son llamadas Castilla».

    Eo tempore populantur Primorias, Lebana, Transmera, Supporta, Carranza, Bardulia quae nunc appellatur Castella.
    Crónica de Alfonso III

    El condado de la madre de Castilla se repuebla mayoritariamente por habitantes de origen cántabro, astur, vasco con un dialecto romance propio, el castellano, y con unas leyes diferenciadas.

    El primer conde de Castilla es Rodrigo en el 860 (bajo Ordoño I de Asturias y Alfonso III el Magno). El condado de Castilla experimenta una gran expansión durante el gobierno del conde Rodrigo, que se dirige hacia el sur hasta llegar a Amaya (860) y a costa de los cordobeses por la Rioja. Además, a partir de la sublevación del conde alavés Eglyón, Álava se incorpora al condado de Castilla. En el año 931, el condado de Castilla se unifica con el conde Fernán González, haciendo de sus dominios un condado hereditario a espaldas de los reyes de León.

    El reparto de los territorios de Fernando I —hijo de Sancho III de Pamplona que había sido conde de Castilla y posteriormente rey de León— entre sus hijos condujo a la creación por primera vez del reino de Castilla, recibido por Sancho II.

    En el 1028, Sancho III El Mayor de Pamplona adquiere el condado de Castilla tras la muerte del conde García Sánchez, pues está casado con la hermana de este. Como herencia, en el año 1035 deja un mermado condado de Castilla a su hijo Fernando.

    Creación del reino independiente y uniones con León (1065-1230)

    El testamento de Fernando I el Magno

    Fernando Sánchez, que había heredado en 1035 el condado de Castilla tras el reparto del reino de Pamplona a la muerte de su padre Sancho III, estaba casado con Sancha, hermana a su vez de Bermudo III de León. El conde provocó una guerra en la que falleció el soberano leonés en la batalla de Tamarón contra la coalición castellano-pamplonesa. Al no tener descendencia Bermudo III, su cuñado Fernando se apropió de la corona leonesa esgrimiendo los derechos de su mujer y el 22 de junio de 1038, fue ungido rey de León —Fernando I—. A la muerte de Fernando I en 1065, su testamento mantuvo la tradición navarra de dividir los reinos entre los herederos: al primogénito, Sancho II, le legó Castilla elevando de forma oficial su condado hereditario a condición de reino; a Alfonso VI le otorgó el territorio aportado por la madre: el reino de León; a su tercer hijo, García, le entregó el reino de Galicia; a su hija, Urraca, le cedió la plaza de Zamora y a su otra hija Elvira, la ciudad de Toro. Sancho II de Castilla se alió con Alfonso VI y entre ambos conquistaron Galicia. Sancho atacó a su hermano y ocupó León con la ayuda de El Cid, con lo que se produjo la primera unión entre los reinos de Castilla y León. Gracias a Urraca, en Zamora se refugió el grueso del ejército leonés, al que Sancho puso cerco y donde el rey castellano fue asesinado en 1072 por el noble leonés Vellido Dolfos, retirándose las tropas castellanas. De este modo Alfonso VI se hizo con todo el territorio de su padre.

    Unión con León bajo los reinados de Alfonso VI, Urraca, y Alfonso VII el Emperador

    Alfonso VI gobernó como rey de León, Castilla y Galicia manteniendo la unión de los reinos de León y Castilla efectuada por su hermano Sancho. Sin embargo, siguieron existiendo dos reinos diferenciados en administración, lenguas romances y leyes. Tras la muerte de Sancho IV de Navarra en 1076, pasaron a formar parte del reino de Castilla —entonces unido al reino de León bajo el reinado de Alfonso VI— territorios anteriormente pertenecientes al reino de Navarra: La Rioja, Álava, Vizcaya y parte de Guipúzcoa; parte de estos territorios fueron recuperados por Sancho VI de Navarra en la segunda mitad del siglo xii;​ y no retornaron a dominio castellano hasta su conquista definitiva por Alfonso VIII a finales del siglo xii.

    Con Alfonso VI se produjo también un acercamiento al resto de reinos europeos, especialmente a Francia; casó a sus hijas Urraca y Teresa con Raimundo de Borgoña y Enrique. En el concilio celebrado en Burgos en el 1080 se sustituyó el típico rito mozárabe por el romano.

    A la muerte de Alfonso VI, le sucede en el trono su hija Urraca. Esta se casó en segundas nupcias con Alfonso I de Aragón, pero al no lograr la unificación de los reinos y debido a los grandes enfrentamientos de clases entre los dos reinos, Alfonso I repudió a Urraca en 1114, lo que agudizó los enfrentamientos entre los dos reinos. Si bien el papa Pascual II había anulado el matrimonio anteriormente, ellos seguían juntos hasta esa fecha. Urraca también tuvo que enfrentarse a su hijo, Rey de Galicia, para hacer valer sus derechos sobre ese reino, y a su muerte el mismo hijo le sucede como Alfonso VII, fruto de su primer matrimonio. Alfonso VII consigue anexionarse tierras de los reinos de Navarra y Aragón (debido a la debilidad de estos reinos causada por su secesión a la muerte de Alfonso I de Aragón). Renuncia a su derecho a la conquista de la costa mediterránea en favor de la nueva unión de Aragón con el Condado de Barcelona (Petronila y Ramón Berenguer IV). Alfonso VII se intitula en 1135 Imperator Legionensis et Hispaniae en León.

    Separación de León tras el testamento de Alfonso VII el emperador

    Alfonso VII volvió a la tradición real de la división de sus reinos entre sus hijos. Sancho III pasa a ser rey de Castilla y Fernando II, rey de León. En el tratado de Sahagún de 1158 entre Sancho y Fernando se fijaron de forma oficiosa los límites con el reino de León al sur del sistema Central en la vía Guinea. ​La minoría de edad de Alfonso VIII de Castilla, que sucedió al efímero reinado de Sancho III, provocó un periodo de inestabilidad en Castilla y parte de sus territorios fueron ocupados por el reino de León.​ Ya mayor de edad el monarca comenzó un periodo de consolidación castellana; conquistó la ciudad de Cuenca en el año 1177.​ Incorporó también Álava, Guipúzcoa y el Duranguesado al reino de Castilla en 1200, saliendo estos territorios de la órbita del reino de Navarra. La derrota de Alarcos en 1195 constituyó sin embargo un severo retroceso a la expansión castellana, moviéndose al norte la línea de frontera con los almohades y siendo asediadas por estos ciudades del valle del Tajo como Toledo, Madrid y Guadalajara en el año 1197.

    Unión final con el reino de León: la Corona de Castilla (desde 1230)

    La historia de los dos reinos de Castilla y de León volvió a confluir en el año 1230, cuando Fernando III el Santo recibió de su madre Berenguela (en 1217) el reino de Castilla y de su padre fallecido Alfonso IX (en 1230) el de León. Asimismo, aprovechó el declive del imperio almohade para conquistar el valle del Guadalquivir mientras que su hijo Alfonso tomaba el Reino de Murcia. Al convertirse Fernando III en rey de León tras la muerte de Alfonso IX de León, las Cortes de León y de Castilla se fundieron, momento el que se considera que surge la Corona de Castilla, formada por dos reinos: Castilla y León, así como taifas y señoríos conquistados a los árabes (Córdoba, Murcia, Jaén, Sevilla). Los reinos conservaron su derecho (por ejemplo, a las personas del Reino de Castilla que eran juzgadas en el Reino de León se les aplicaba el derecho de aquel Reino y viceversa).[cita requerida]

    La Casa de Trastámara fue una dinastía que reinó en Castilla entre 1369 y 1555, en Aragón de 1412 a 1555, en Navarra entre 1425-1479 y 1513-1555, así como también en Nápoles entre 1458-1501 y 1504-1555. Tomó el nombre del conde (o duque) de Trastámara, título empleado por Enrique II de Castilla, el de las Mercedes, antes de llegar al trono en 1369; es decir, durante la guerra civil con su hermano legítimo Pedro I. Enrique habría sido criado y educado por el conde Rodrigo Álvarez. A la muerte de Juan II, su hija Leonor heredó Navarra y su hermanastro, Fernando llamado el Católico, la Corona de Aragón. El matrimonio de Fernando con Isabel I de Castilla, celebrado el 19 de octubre de 1469, en el Palacio de los Vivero, de Valladolid, estableció la unión entre estas dos coronas, que se hizo efectiva y definitiva cuando su hija Juana I, reina de Castilla desde 1504, recibió también la corona aragonesa en 1516, proclamándose también como rey de ambas coronas su hijo Carlos I.

    El aumento de la circulación de metales preciosos de la revolución de los precios iniciada a mediados del siglo xvi comportó un proceso inflacionario que perjudicó a las exportaciones de Castilla, por una pérdida de competitividad en precios. Eso arruinó parte de la industria manufacturera de la lana y otras industrias.

    Gobierno: monarcas, concejos y Cortes

    Como todo reino medieval, el poder supremo «por la gracia de Dios» recaía en el rey. Pero comienzan a surgir comunidades rurales y urbanas, que toman decisiones sobre sus problemas cotidianos.

    Estos cuerpos evolucionarán en concejos (o asambleas locales), en los cuales algunos vecinos representará al conjunto. Asimismo conseguirán un mayor poder, como la elección de magistrados y oficiales, alcaldes, pregoneros, escribanos, y otros funcionarios propios.

    Ante el creciente poder de estos concejos, y la necesidad de comunicación de estos con el rey, surgen las Cortes, primero en el Reino de León, en 1188; y luego su correspondiente versión en el Reino de Castilla, en 1250. En las Cortes medievales, los habitantes de las ciudades eran un grupo reducido, conocidos como laboratores. Las Cortes no tenían facultades legislativas, pero fueron un punto de unión entre el rey y el reino, algo en lo cual León y Castilla fueron reinos pioneros.

    Símbolos del Reino de Castilla

    Hacia 1175, durante el reinado de Alfonso VIII, se comenzaron a emplear las armas parlantes de Castilla —esto es, un castillo— como un símbolo heráldico en los sellos.

    Sociedad

    El desarrollo de las ciudades. Los burgos

    En la ruta del camino de Santiago surgen burgos desde La Rioja al Reino de Galicia a partir del siglo xi. El camino de Santiago es de vital importancia para el desarrollo de Burgos. A propósito de esta ciudad, el geógrafo árabe Al-Idrisi escribe en el siglo xii:

    Es una gran ciudad, atravesada por un río y dividida en barrios rodeados de muros. Uno de estos barrios está habitado particularmente por judíos. La ciudad es fuerte y acondicionada para la defensa. Hay bazares, comercio y mucha población y riquezas. Está situada sobre la gran ruta de los viajeros.

    Al sur del río Duero, en las entonces conocidas tierras Extremaduras, el nacimiento de ciudades era con un objetivo defensivo, pero con el paso del tiempo se comenzó también a desarrollar una actividad económica y comercial de importancia similar a las ciudades del norte del Duero.

    Aparecen los burgueses, que son los habitantes de los burgos (no confundir con la acepción actual del término burgués), que se añaden a clérigos y nobles. Los burgueses se dedicaban principalmente al comercio y la producción de objetos manufacturados y su crecimiento se encontraba limitado en lo económico y social por la nobleza (principalmente dedicada a la tierra). También merece atención la llegada, por la intransigencia almohade en al-Ándalus, de comunidades judaicas durante los siglos xi y xii, quienes se establecen como artesanos, mercaderes y agricultores principalmente.

    En el siglo xii, Europa contemplará un gran avance en el terreno intelectual gracias a Castilla. A través del Islam, se recuperarán obras clásicas anteriormente olvidadas en Europa y se pondrá en contacto con la sabiduría de los científicos musulmanes.

    En la primera mitad del siglo xii se crea en Toledo la Escuela de Traductores cuya principal labor era traducir al latín obras de diverso origen filosóficas y científicas de la Grecia clásica o del Islam. Muchos pensadores europeos irán a ese centro del conocimiento, como Daniel de Morley, que decepcionado de las escuelas parisinas viaja a Toledo para «escuchar las lecciones de los más sabios filósofos del mundo».

    El Camino de Santiago no hará sino potenciar el intercambio de saber entre los reinos de Castilla y León y Europa, en ambos sentidos.

    En el siglo xii también aparecerán múltiples órdenes religioso-militares a semejanza de las europeas, como las de Calatrava, Alcántara y Santiago y se fundan multitud de abadías cistercienses.

    Minorías religiosas y lingüísticas

    Desde el siglo x al siglo xiii en los reinos cristianos peninsulares habitó un número significativo de mudéjares, musulmanes que permanecieron en territorio conquistado por los cristianos y a los que al principio se les permitió mantener su religión, su lengua y sus tradiciones. Estos musulmanes se agrupaban en aljamas o morerías con diversos grados de autonomía. En la corte de Alfonso X de Castilla existió un número importante de traductores de árabe, algunos de los cuales eran precisamente mudéjares de Castilla. Así en la primera etapa de Castilla y hasta las revueltas mudéjares que se hicieron especialmente intensas hasta 1246 existió por tanto un número importante de hablantes de árabe andalusí en Castilla que además habrían profesado el islam. A partir de finales del siglo xiii con el aumento de la conflictividad entre mudéjares y cristianos, muchos de ellos fueron expulsados de Castilla, emigrando muchos de ellos a Aragón donde Jaime I de Aragón llevaba una política más tolerante hacia ellos, permitiéndoles conservar mezquitas e instituciones agrarias.​

    Igualmente está bien documentado que en el reino de Castilla existió un número importante de judíos. Si bien estos eran una minoría religiosa, no eran una minoría lingüística ya que el hebreo no era usado como una lengua vernácula entre ellos. Hasta su expulsión definitiva en 1492, cuando se estima que unos cien mil judíos fueron expulsados, debieron constituir una minoría religiosa notoria.​

    En cuanto al uso de otras lenguas, la toponimia y las informaciones esporádicas y los documentos notariales, permiten entrever que el vascuence que no solo se halla muy fragmentariamente representado en la documentación escrita se siguió usando coloquialmente en el norte de la península, obviamente se trataba de una lengua que presenta diferencias con el vasco documentado con claridad a partir del siglo xvi (la invención de la imprenta ayudó a que su publicaran un cierto número de libros en dicha lengua). Pero debido a que la corte castellana era prácticamente ajena al vascuence, no existen documentos íntegramente escritos en vascuence durante la Edad Media y por tanto solo existe una evidencia fragmentaria en menciones anecdóticas, topónimos y antropónimos.​

    En cuanto al mozárabe es conocido que hacia 1085, cuando Toledo pasa a formar parte de la corona castellana, en la ciudad habitaban un 15-25% de mozárabes,18​ por lo que temporalmente debieron existir comunidades mozárabes tras la conquista, aunque es presumible que en pocas generaciones abandonaran su lengua romance en favor del castellano (a diferencia de que pasó con las comunidades mudéjares que sí conservaron su lengua). Igualmente durante ciertos periodos de intolerancia, muchos mozárabes migraron a los reinos cristianos del norte, aunque no parece que existan demasiados testimonios de la lengua mozárabe ligada a estos migrantes.

     

    Atribución imagen

    De España1150.jpg: William R. Shepherdderivative work: Rowanwindwhistler (discusión) – España1150.jpgProjection: EPSG 2062Coast, rivers: Natural Earth, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=65284593
  • Sancho Fernández de Tejada

    Sancho Fernández de Tejada

    Sancho Fernández de Tejada (La Rioja, siglo IX), figura histórica y al mismo tiempo legendaria que encarna el fundador epónimo del linaje de Tejada, héroe de la Reconquista. Conde de Castilla y lugarteniente del rey Ramiro I en la batalla de Clavijo, el 23 de mayo del año 844.​ Sancho, sus trece hijos, más doce caballeros gallegos obtuvieron una gran victoria que liberó a los cristianos de pagar el ignominioso tributo de las cien doncellas.

    Familia y orígenes

    Cuenta la tradición que en el año 642, el Conde Don Gonzalo, Señor de los Rucones se casó con la Princesa Goda, hija de Suintila y hermana de Chindasvinto, Sancha. El hijo de ambos, Tello, según documentos guardados en el monasterio de San Millan llevó la frontera con los moros más allá de la ciudad de Oca. Su hija se casó con el Duque de Cantabria, Don Fruela, hermano del Rey Don Alfonso I, “El Católico”, que gobernó el reino de Asturias y Galicia entre 739 y el 757. Fueron padres de Ruy Floraz, Conde de Lantarón. Su nieto, Fernán Díaz contrajo nupcias con Doña Ximena, hija del Conde de la Bureba, padre y madre de Don Sancho, fundador de la Villa y Solar de Tejada.

    No se da fecha ni lugar de nacimiento, pero se le atribuye el matrimonio con María Onúñez Gundimara, de la Casa de Toral, madre de sus trece hijos.

    Por su heroísmo, se le dio por apellido Tejada, en recuerdo de la rama de tejo que utilizó cuando se le quebró su lanza en plena batalla.

    Ver artículo sobre la Batalla de Clavijo.

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  • Primus inter pares

    Primus inter pares

    La locución latina primus inter pares significa literalmente ‘el primero entre iguales’. Viene a indicar que una persona, dentro de un grupo con un nivel de poder, de autoridad, homogéneo en diferentes ámbitos –bien sea social, político, cultural, religioso, etc– es la más relevante dentro de ese grupo.

    En Castilla herencia visigótica y por tanto, también era frecuente entre tribus germánicas, que dejarían su impronta durante las primeras fases de la monarquía visigoda en la Península ibérica donde el monarca era elegido entre un grupo de nobles. Hacía referencia al estatus de un caudillo o rey en relación a un estrato inferior de vasallos, nobles por lo general, que mantenían fuertes cotas de poder, especialmente militar. Este estatus o forma de gobierno solía darse cuando el rey, por el motivo que fuere, ostentaba más bien una auctoritas, pero no tanto una potestas. Así, en la Europa medieval, en el contexto del feudalismo existente en muchos reinos de la Alta Edad Media, el rey feudal «gobierna de acuerdo con la nobleza, como un primus inter pares que no impone su auctoritas».

     

  • El desarrollo urbano del antiguo reino de Castilla

    El desarrollo urbano del antiguo reino de Castilla

    En la ruta del camino de Santiago surgen burgos desde La Rioja al Reino de Galicia a partir del siglo xi. El camino de Santiago es de vital importancia para el desarrollo de Burgos. A propósito de esta ciudad, el geógrafo árabe Al-Idrisi escribe en el siglo xii:

    Es una gran ciudad, atravesada por un río y dividida en barrios rodeados de muros. Uno de estos barrios está habitado particularmente por judíos. La ciudad es fuerte y acondicionada para la defensa. Hay bazares, comercio y mucha población y riquezas. Está situada sobre la gran ruta de los viajeros.

    Al sur del río Duero, en las entonces conocidas tierras Extremaduras, el nacimiento de ciudades era con un objetivo defensivo, pero con el paso del tiempo se comenzó también a desarrollar una actividad económica y comercial de importancia similar a las ciudades del norte del Duero.

    Aparecen los burgueses, que son los habitantes de los burgos (no confundir con la acepción actual del término burgués), que se añaden a clérigos y nobles. Los burgueses se dedicaban principalmente al comercio y la producción de objetos manufacturados y su crecimiento se encontraba limitado en lo económico y social por la nobleza (principalmente dedicada a la tierra). También merece atención la llegada, por la intransigencia almohade en al-Ándalus, de comunidades judaicas durante los siglos xi y xii, quienes se establecen como artesanos, mercaderes y agricultores principalmente.

    En el siglo xii, Europa contemplará un gran avance en el terreno intelectual gracias a Castilla. A través del Islam, se recuperarán obras clásicas anteriormente olvidadas en Europa y se pondrá en contacto con la sabiduría de los científicos musulmanes.

    En la primera mitad del siglo xii se crea en Toledo la Escuela de Traductores cuya principal labor era traducir al latín obras de diverso origen filosóficas y científicas de la Grecia clásica o del Islam. Muchos pensadores europeos irán a ese centro del conocimiento, como Daniel de Morley, que decepcionado de las escuelas parisinas viaja a Toledo para «escuchar las lecciones de los más sabios filósofos del mundo».

    El Camino de Santiago no hará sino potenciar el intercambio de saber entre los reinos de Castilla y León y Europa, en ambos sentidos.

    En el siglo siglo xii también aparecerán múltiples órdenes religioso-militares a semejanza de las europeas, como las de Calatrava, Alcántara y Santiago y se fundan multitud de abadías cistercienses.

    Minorías religiosas y lingüísticas

    Desde el siglo x al siglo xiii en los reinos cristianos peninsulares habitó un número significativo de mudéjares, musulmanes que permanecieron en territorio conquistado por los cristianos y a los que al principio se les permitió mantener su religión, su lengua y sus tradiciones. Estos musulmanes se agrupaban en aljamas o morerías con diversos grados de autonomía. En la corte de Alfonso X de Castilla existió un número importante de traductores de árabe, algunos de los cuales eran precisamente mudéjares de Castilla. Así en la primera etapa de Castilla y hasta las revueltas mudéjares que se hicieron especialmente intensas hasta 1246 existió por tanto un número importante de hablantes de árabe andalusí en Castilla que además habrían profesado el islam. A partir de finales del siglo xiii con el aumento de la conflictividad entre mudéjares y cristianos, muchos de ellos fueron expulsados de Castilla, emigrando muchos de ellos a Aragón donde Jaime I de Aragón llevaba una política más tolerante hacia ellos, permitiéndoles conservar mezquitas e instituciones agrarias.

    Igualmente está bien documentado que en el reino de Castilla existió un número importante de judíos. Si bien estos eran una minoría religiosa, no eran una minoría lingüística ya que el hebreo no era usado como una lengua vernácula entre ellos. Hasta su expulsión definitiva en 1492, cuando se estima que unos cien mil judíos fueron expulsados, debieron constituir una minoría religiosa notoria.b​

    En cuanto al uso de otras lenguas, la toponimia y las informaciones esporádicas y los documentos notariales, permiten entrever que el vascuence que no solo se halla muy fragmentariamente representado en la documentación escrita se siguió usando coloquialmente en el norte de la península, obviamente se trataba de una lengua que presenta diferencias con el vasco documentado con claridad a partir del siglo xvi (la invención de la imprenta ayudó a que se publicaran un cierto número de libros en dicha lengua). Pero debido a que la corte castellana era prácticamente ajena al vascuence, no existen documentos íntegramente escritos en vascuence durante la Edad Media y por tanto solo existe una evidencia fragmentaria en menciones anecdóticas, topónimos y antropónimos.[página requerida]28​

    En cuanto al mozárabe es conocido que hacia 1085, cuando Toledo pasa a formar parte de la corona castellana, en la ciudad habitaban un 15-25% de mozárabes,[página requerida]29​ por lo que temporalmente debieron existir comunidades mozárabes tras la conquista, aunque es presumible que en pocas generaciones abandonaran su lengua romance en favor del castellano (a diferencia de que pasó con las comunidades mudéjares que sí conservaron su lengua). Igualmente durante ciertos periodos de intolerancia, muchos mozárabes migraron a los reinos cristianos del norte, aunque no parece que existan demasiados testimonios de la lengua mozárabe ligada a estos migrantes.

  • La Batalla de Clavijo

    La Batalla de Clavijo

    La batalla de Clavijo es una batalla dirigida por el rey Ramiro I de Asturias y capitaneada por el Conde de Castilla Sancho Fernández de Tejada contra los musulmanes. Se habría producido en el denominado Campo de la Matanza, en las cercanías de Clavijo, La Rioja (España), fechada el 23 de mayo del año 844. Sus características míticas (la intervención milagrosa del apóstol Santiago), su condición de justificación del Voto de Santiago, y la revisión que desde el siglo XVIII supuso la crítica historiográfica de Juan Francisco Masdeu, la han hecho ser considerada en la actualidad una batalla legendaria, cuya inclusión en las crónicas se debería al arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada.

    Lo que sabemos, por la Crónica Najerense, es de campañas de Ramiro contra los árabes, mientras que las crónicas de Abderramán II hablan de campañas moras en la castellana región de Álava, pero unas y otras coinciden en las fuertes luchas en el área riojana. Más concretamente, las fuentes asturleonesas cuentan que Ordoño I, el hijo de Ramiro I, cercó la ciudad de Albelda y estableció su base en el monte Laturce, es decir, el mismo lugar donde la leyenda sitúa la batalla de Clavijo. Y los hallazgos arqueológicos no dejan lugar a dudas: la noticia de la batalla de Clavijo, no apareció en ninguna fuente hasta siglos después de su supuesta fecha. También es la referencia histórica que Enrique IV y posteriormente el resto de monarcas han empleado para la creación y confirmación de privilegios al Antiguo e Ilustre Solar de Tejada, único señorío que se ha mantenido desde entonces hasta la actualidad.

    Muchos debieron ser los méritos de Sancho, ya que en la Historia antigua de España casi no hay ningún acontecimiento que se magnifique tanto y tenga tanta trascendencia como la Batalla de Clavijo y en ella tiene un papel muy destacado, según las palabras de su propio Rey.

    La batalla tendría su origen en la negativa de Ramiro I de Asturias a seguir pagando tributos a los emires árabes, con especial incidencia en el tributo de las cien Doncellas. Por ello las tropas cristianas de Ramiro I, capitaneadas por Sancho, irían en busca de los musulmanes, con Abderramán II al mando, pero al llegar a Nájera y Albelda se verían rodeados por un numeroso ejército árabe formado por tropas de la península y por levas provenientes de la zona que correspondería actualmente con Marruecos, teniendo los cristianos que refugiarse en el castillo de Clavijo en Monte Laturce.

    Las crónicas cuentan que Ramiro I tuvo un sueño en el que aparecía el Apóstol Santiago, asegurando su presencia en la batalla, seguida de la victoria. De acuerdo con aquella leyenda, al día siguiente, el 23 de mayo del año 844, los ejércitos de Ramiro I, animados por la presencia del Apóstol montado en un corcel blanco y capitaneados por Sancho, se enfrentaron al ejército árabe. Sancho, sus Trece Hijos, sus caballeros castellanos y los hombres del Rey Ramiro obtienen una victoria enorme que libera a los Cristianos de pagar el ignominioso tributo de las cien doncellas “cincuenta nobles para tratar casamiento con ellas y las otras cincuenta para mancebas”.

    El Rey le da por nombre «el de Tejada», en recuerdo de la rama de un Tejo que utilizó como arma cuando se rompió su lanza en el combate y que blandía valientemente arengando a sus tropas en un último esfuerzo.

    Voto de Santiago

    El día 25 de mayo en la ciudad de Calahorra (el año no se especifica) Ramiro habrá dictado el voto de Santiago, comprometiendo a todos los cristianos de la Península a peregrinar a Santiago de Compostela portando ofrendas como agradecimiento al Apóstol por su también supuesta intervención e imponiendo un impuesto obligatorio a la Iglesia.​

    Con este suceso, el Apóstol se convirtió en símbolo del combate contra el islam, y se le reconoció desde entonces como Santiago Matamoros.

    Leyenda

    La primera crónica que cita esta legendaria aparición fue narrada (hacia 1243) por Rodrigo Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo.

    Tras la Batalla

    El Rey Ramiro quiso honrar a Sancho por su gesta mediante una serie de privilegios:
    • Le nombró Alcaide de los fuertes de Viguera y Clavijo, que junto a la inmensa fortaleza natural de los Cameros, permitió en los valles y llanuras de la Rioja vivir en paz y prosperar.
    • Le hizo señor de los Montes Cadines (que son hoy los de Tejada). En estos montes edificó su casa, la entonces llamada Casa Cadina, ahora convertida en casa Tejada.
    • Le concedió la nobleza transmisible por línea de varón y de mujer a toda su descendencia. Sus descendientes —“señoras y señores hijosdalgo diviseros”— se inscriben en los registros de los Solares de Tejada y Valdeosera, considerados como corporaciones nobiliarias de las más antiguas de España, pues su documentación histórica comprobada se remonta a 1460. En ella hombres y mujeres son iguales y libres. Son dueños y Señores de sus tierras hasta el fin de los tiempos, el Rey, así lo reconoce y respalda. Además les concede un símbolo, un escudo, que representa esta Historia para que no se olvide y sirva de ejemplo permanente. Buena prueba de ello es su confirmación y reconocimiento por todos los Reyes de España y Jefes de Estado que se han sucedido hasta la actualidad, superando incluso momentos históricos de profunda persecución contra estas distinciones nobiliarias y de ahí logrando mantener su naturaleza jurídica y que no resultaran afectados sus Privilegios y distinciones ni por las Leyes Desvinculadoras ni las Disposiciones de uno y otro Gobierno.
    • Encomendó a Sancho y sus hijos mantener libres, seguros y transitables los caminos —también a Santiago de Compostela—, fundando la primera Orden de sus caballeros, tal y como se recoge en la Carta de Confirmación de Privilegios, Gracias y Mercedes otorgada por los Reyes Católicos al Solar de Tejada, firmada el 8 de julio de 1491 en la Vega de Granada.

    Más en adelante, Sancho consigue arrebatar a los moros todas las tierras hasta el Reino de Aragón y las puso a los pies de su Rey y Señor, quién en gratificación de sus servicios le dio una villa en tierra de León. El católico Rey le dio otra montaña llamada Valdeosera, llamada así por los muchos osos que allí había. En esta montaña edificó trece casas, y a ellas envió a los Doce Caballeros y a su hijo menor llamado Sancho, como el padre. De esta forma hizo a los doce Caballeros y a su hijo Sancho Señores de ella.

    El general Sancho se quedó en el Solar de Tejada junto a cinco de sus hijos, llamados: Fernando, Mateo, Martín, Andrés, Lope, Pedro y Gonzalo. Los cinco hijos restantes los envió a la villa de León, consiguió así acomodar a sus trece hijos.

    El señorío de Tejada siguió ejerciendo eficientemente la labor de protección de los caminos encomendada por el rey Ramiro. Cien años más tarde Gotescalco, Obispo de Puy, recorre esta ruta, se desplaza a Clavijo y se detiene en el Monasterio de San Martín de Albelda, -lugar donde entonces ya reposan los restos de la esposa de Sancho, Doña María, protectora, junto a su marido Don Sancho, del Monasterio, como también lo fueron del de San Millan. Encarga una copia del libro de San Ildefonso de Toledo sobre la Virginidad de Maria, el Códice Albeldense de Gomesano, que recoge un año más tarde a su vuelta de Santiago de Compostela. Los hombres de Tejada protegieron su peregrinar.

     

  • El Castellano una de las lenguas más habladas del mundo

    El Castellano una de las lenguas más habladas del mundo

    El castellano, una lengua que hablan 580 millones de personas, 483 millones de ellos nativos

    • El Instituto Cervantes presentó hoy el Anuario «El castellano en el mundo 2019» con los últimos datos actualizados 
    • Es el tercer idioma en internet, donde tiene un gran potencial de crecimiento, y lo estudian 22 millones de personas en 110 países ·
    • La vicepresidenta Carmen Calvo lamentó que las palabras se usen como «armas de destrucción» y no para entenderse

    Un total de 580 millones de personas hablan castellano en el mundo, el 7,6% de la población mundial. De ellos, 483 millones –tres millones más que hace un año– son hispanohablantes nativos, lo que convierte al castellano en la segunda lengua materna del mundo por número de hablantes. Además, lo estudian casi 22 millones de personas en 110 países. El castellano es la tercera lengua más utilizada en internet, donde tiene un gran potencial de crecimiento.

    Son algunos de los datos más relevantes que recoge el Anuario El castellano en el mundo 2019 del Instituto Cervantes, que este mediodía presentó su director, Luis García Montero, acompañado por otros responsables de su contenido, en un acto abierto al público que clausuró la vicepresidenta del Gobierno en funciones, Carmen Calvo.

    La vicepresidenta del Gobierno en funciones, Carmen Calvo, clausura la presentación, que cuenta con la presencia del cineasta Pedro Almodóvar, uno de los principales embajadores de la cultura castellana en el exterior.

    Luis García Montero dijo que «enseñar un idioma es mucho más que enseñar un vocabulario, es compartir unos valores y mostrar una cultura de identidades abiertas y valores democráticos». Para el director del Cervantes, divulgar el castellano y su cultura contribuyen a contrarrestar problemas mundiales como «la intolerancia, los supremacismos o quimeras identitarias que consideran la diversidad como una amenaza».

    En ese objetivo se enmarca la presentación del Anuario 2019 en Nueva York (el pasado viernes) y en los Ángeles (el próximo día 21): «queremos acompañar a los hispanos de Estados Unidos» frente a la política del desprecio y del English Only, afirmó.

    La vicepresidenta en funciones eludió hablar de lo cuantitativo –las cifras– para centrarse en lo cualitativo. En tono reflexivo, lamentó que las palabras pierdan su objetivo último, es decir, la comunicación y el entendimiento entre los hablantes, y que se usen como «armas de destrucción». Carmen Calvo denunció que no solo hay un empobrecimiento del léxico, sino también una merma de la capacidad de diálogo y de escuchar a los demás. Frente al «uso banal de las palabras», las redes sociales «no ayudan», porque se dice cualquier cosa de modo irresponsable y sin esperar más respuesta que un «me gusta».

    La directora académica del Cervantes, Carmen Pastor, resumió el contenido y estructura del libro, que hace el número 20.º de esta serie de informes anuales de referencia. Publicado en colaboración con la editorial Bala Perdida y con el patrocinio de la Fundación Iberdrola, España, desde mañana estará a la venta en librerías.

    Para el director del Cervantes de Nueva York, el castellano tiene dos caras compatibles: unidad y diversidad. Richard Bueno, anterior director académico del Instituto, pidió no ser autocomplacientes con el número al alza de hispanohablantes y aportó tres consejos: enseñar castellano a los hablantes de otras lenguas, educar a los hispanohablantes sobre la fuerza de tracción del castellano, y educar a los poderes públicos sobre el valor de la lengua para remar juntos en la misma dirección.

    David Fernández Vítores, autor del estudio El castellano: una lengua viva. Informe 2019, cree que el brexit será positivo para el castellano en la Unión Europea porque hará aumentar la proporción de hispanohablantes. Su estudio, de 90 páginas, ofrece un censo actualizado y muy fiable de los hablantes de castellano y contiene «datos muy positivos y novedosos», como la importancia que se da al castellano en la red Linkedin, un espacio que se analiza por primera vez.

    El libro, de 456 páginas, se estructura en cuatro bloques que se resumen a continuación.

    I. EL CASTELLANO EN EL MUNDO 2019

    La primera sección del libro, El castellano: una lengua viva. Informe 2019, presenta a lo largo de 90 páginas los datos actualizados sobre la lengua castellana en ámbitos como la demografía, enseñanza y aprendizaje, Internet y redes sociales, ciencia y cultura, su influencia internacional y valor económico, así como su presencia diplomática.

    Elaborado el investigador David Fernández Vítores, profesor de la Universidad de Alcalá, destaca los siguientes datos relevantes:

    Demografía:

    • Casi 483 millones de personas tienen el castellano como lengua materna. (El Anuario 2018 cifraba los hablantes nativos en 480 millones).
    • El número de usuarios potenciales de castellano supera los 580 millones. Esta cifra aglutina a los grupos de dominio nativo, de competencia limitada y estudiantes de lengua extranjera. El pasado año era de 577 millones.
    • El castellano es la segunda lengua materna del mundo por número de hablantes, solo por detrás del chino mandarín.
    • Es la tercera lengua en el cómputo global de hablantes (dominio nativo + competencia limitada + estudiantes de castellano) después del inglés y del chino.
    • El 7,6% de la población mundial es hoy hispanohablante. Se prevé que el porcentaje aumente una décima (7,7%) en el año 2050.
    • En 2100, este porcentaje bajará al 6,6 % debido fundamentalmente al descenso de habitantes de Hispanoamérica frente a la explosión demográfica en varios países africanos, entre otros factores.
    • Por razones demográficas, el porcentaje de población mundial que habla castellano como lengua nativa está aumentando, mientras que la proporción de hablantes de chino, inglés y francés desciende. ·
    • Estados Unidos será en 2060 el segundo país hispanohablante del mundo después de México: casi uno de cada tres estadounidenses será hispano.

    Estudio del castellano como lengua extranjera:

    • Un total de 21.882.448 alumnos estudian castellano como lengua extranjera (67.000 más que el año pasado), según datos referidos a 110 países y en todos los niveles de enseñanza.
    • El Instituto Cervantes estima que la demanda real es un 25% mayor, ya que esos datos apenas reflejan la enseñanza privada.
    • En EE. UU. el castellano es el idioma más estudiado en todos los niveles de enseñanza.
    • En el Reino Unido, el castellano es percibido como la lengua más importante para el futuro.
    • En la Unión Europea, Francia, Italia, Reino Unido y Alemania (por este orden) son los países con un mayor número de estudiantes de castellano.
    • También ha crecido notablemente la enseñanza de castellano en países anglófonos como Canadá (con 90.000 estudiantes), Irlanda (47.000), Australia (34.000) y Nueva Zelanda (36.000).

    Economía:

    • La contribución del conjunto de los países hispanohablantes al PIB (Producto Interior Bruto) mundial es del 6,9 %. Un porcentaje superior al generado por los países que tienen el francés como lengua oficial.
    • En el caso del castellano, la lengua común multiplica por cuatro las exportaciones bilaterales entre los países hispanohablantes.
    • El castellano sería la cuarta lengua más poderosa del mundo, ligeramente detrás del francés y del chino, y a gran distancia del inglés.
    • El castellano ocupa la tercera posición en la ONU (Organización de las Naciones Unidas) y la cuarta en el ámbito de la Unión Europea.

    El castellano en Internet:

    • Es la tercera lengua más utilizada en la Red después del inglés y del chino.
    • El 8,1% de la comunicación en internet se produce en castellano. E
    • Es la segunda lengua más utilizada en Wikipedia, Facebook, Twitter y Linkedin. De los 580 usuarios de la red social Linkedin, 55 millones utilizan en mayor o menor medida el castellano. La mayoría de ellos (43 millones), en Centroamérica y Sudamérica.
    • El castellano tiene un alto potencial de crecimiento en Internet debido a la penetración media de internet en los países hispanohablantes (que es de un 65,8%, aún lejos de la penetración en España, que supera el 92%).
    • México se encuentra entre los diez países con mayor número de usuarios en Internet.

    El castellano en la ciencia y en la cultura:

    • Después del inglés, el castellano es la segunda lengua en la que más documentos de carácter científico se publican.
    • Aunque la participación de los países hispanohablantes en la producción científica mundial ha crecido desde 1996, el castellano científico y técnico se encuentra relegado a un plano secundario en el ámbito internacional.

    Mercado editorial:

    • España es el tercer país exportador de libros del mundo, después del Reino Unido y Estados Unidos.
    • Dos países castellanohablantes –España y Argentina– se encuentran entre los 15 principales productores de libros del mundo, según la International Publishers Association.
    • España ocupa el octavo puesto en producción de libros, y el noveno por valor de mercado del sector editorial.
    • Aunque la publicación de libros en formato electrónico está cada vez más extendida, su cuota de mercado es aún escasa en los países de habla castellana.

    II. EL FUTURO DE LA LENGUA CASTELLANA EN EL MUNDO

    La segunda sección del Anuario 2019 contiene 10 artículos que diseccionan el futuro de nuestra lengua a lo largo de casi 230 páginas: «

    • «Lengua materna», por Luis García Montero, director del Instituto Cervantes
    • «Interculturalidad y lengua castellana», por Francisco Moreno Fernández. Universidad de Alcalá y Universität Heidelberg (Alemaia)
    • «El futuro del castellano en el mundo», por Richard Bueno Hudson. Instituto Cervantes de Nueva York
    • «El futuro iberoamericano del castellano: la investigación del castellano oral y en castellano», por Antonio Briz Gómez y Andrea Carcelén Guerrero. Universitat de València. Grupo Val.Es.Co. Departamento de Filología Castellana. IULMA
    • «El presente y el futuro del castellano estadounidense», por Kim Potowski. University of Illinois at Chicago (EE.UU)
    • «Maestros analógicos y alumnos digitales: cerrando la brecha», por Fernando Rubio Martínez. University of Utah (EE.UU)
    • «Emprendimiento, innovación y tecnología en el sector de la enseñanza del castellano», por Francisco José Herrera Jiménez. CLIC International House Cádiz
    • «El turismo idiomático del castellano: presente y futuro», por Marta Baralo Otonello. Investigadora
    • «El futuro de la presencia internacional de la cultura en castellano», por Martín López-Vega. Dirección de Cultura del Instituto Cervantes
    • «Periodismo digital: los desafíos de una lengua en Internet», por Arsenio Escolar. Periodista. Editor y director de Archiletras: Revista de Lengua y Letras.

    III. LA EVOLUCIÓN INTERNACIONAL DEL CASTELLANO Y SU CULTURA

    La tercera sección aborda la evolución del castellano y su cultura en Australia, Indonesia, Corea del Sur, Israel, Egipto, Italia y Portugal. Este apartado fue inaugurado en 2018 y su intención es ir mapeando geográfica y temáticamente, año tras año, la cartografía de la presencia internacional de la lengua y las culturas hispánicas.

    Los capítulos son los siguientes:

    • «La evolución de la lengua y la cultura en castellano en Australia», por Raquel Romero Guillemas. Instituto Cervantes de Sídney
    • «La evolución de la lengua y la cultura en castellano en Indonesia», por Javier Serrano Avilés. Aula Cervantes de Yakarta
    • «El castellano en Corea del Sur, actualidad y perspectivas», por Óscar Rodríguez García. Aula Cervantes de Seúl
    • «La evolución de la lengua y la cultura en castellano en Israel», por Ivonne Lerner Julio Martínez Mesanza. Instituto Cervantes de Tel Aviv
    • «La evolución de la enseñanza del castellano en Egipto», por Silvia Rodríguez Grijalba. Instituto Cervantes de El Cairo y Alejandría
    • «La oportunidad de la enseñanza reglada. El castellano y sus culturas en la Italia del mañana», por Juan Carlos Reche Cala. Instituto Cervantes de Roma
    • «La evolución de la enseñanza del castellano en Portugal», por Javier Rioyo. Instituto Cervantes de Lisboa

    IV. INFORMES DEL INSTITUTO CERVANTES

    Finalmente, cierra el libro la parte dedicada a informes del Instituto Cervantes, con el artículo que actualiza y presenta en detalle toda la información referente a la presencia del Instituto Cervantes en el mundo, elaborado por el equipo del Gabinete Técnico de la Secretaría General de la institución.

  • La Gobernación de Nueva Castilla

    La Gobernación de Nueva Castilla

    La gobernación de Nueva Castilla fue una de las dos gobernaciones creadas en 1529 por la Corona de Castilla sobre la costa del océano Pacífico en América del Sur. La gobernación fue adjudicada a Francisco Pizarro para que llevara adelante la conquista del Imperio incaico y su incorporación a la Corona de Castilla.

    Capitulación de Toledo

    La gobernación fue creada el 26 de julio de 1529 mediante la Capitulación de Toledo entre Pizarro y la reina consorte Isabel de Portugal en nombre de Carlos I. Abarcaba la sección de Sudamérica comprendida en 200 leguas de meridiano por la costa del océano Pacífico desde el pueblo indígena de Tenempuela (también escrito Teninpulla, Teninpuya o Santiago) hacia el sur. Este pueblo se hallaba en la desembocadura del río Santiago (hoy río Cayapas) en la provincia de Esmeraldas en Ecuador, a 1°13′N 79°03′O. Pizarro fue nombrado vitaliciamente gobernador, capitán general, adelantado y alguacil mayor de la gobernación.

    Primeramente doy licencia y facultad á vos el dicho capitan Francisco Pizarro, para que por nos y en nuestro nombre de la corona real de Castilla, y podais continuar el dicho descubrimiento, conquista, y población de la dicha provincia del Perú, pasta ducientas leguas de tierra por la misma costa, las cuales dichas ducientas leguas comienzan desde el pueblo que en lengua de indios se dice Tenempuela, e despues le llamasteis Santiago hasta llegar al pueblo de Chincha que puede haber las dichas ducientas leguas de costa, poco más o menos.

    Entonces se usaba en Castilla la conversión de que cada grado de longitud equivalía a 17,5 leguas, por lo que las 200 leguas equivalían a 11°26′ de latitud y alcanzan hasta un punto de la costa del departamento de Áncash al sur de Puerto Huarmey en el Perú, a 10°13′ S. La capitulación era imprecisa y señalaba como su límite sur al pueblo de Chincha (hoy Chincha Alta) que se halla a 13°27′S 76°08′O en el departamento de Ica, pero que se halla a casi 56 leguas al sur del límite de las 200 leguas. Al este el límite quedaba también impreciso ya que España y Portugal no se ponían de acuerdo sobre cuál era el meridiano de la demarcación del Tratado de Tordesillas, que luego la primera fijó en el de 46°37’O.​

    El territorio adjudicado correspondía en gran parte a la Amazonia y comprendía una salida al océano Atlántico en la desembocadura del río Amazonas. Abarcaba parte de Brasil, la mayor parte de Ecuador y del Perú, el extremo sur de Colombia y el extremo norte de Bolivia. Hacia el norte limitaba con la Tierra Firme y hacia el este con la provincia portuguesa de la Santa Cruz del Brasil. El mismo día fue firmada otra capitulación con Simón de Alcazaba y Sotomayor, al que se le concedió la Gobernación de Nueva León, de 200 leguas de latitud desde el pueblo de Chincha hacia el sur.

    Los Nuevos límites

    Operada ya la conquista del Imperio inca, y al no haber podido constituirse la gobernación de Nueva León, en mayo de 1534 el emperador Carlos I de España despachó varias cédulas modificando la división de 1529, dividiendo la América española al sur del río Santiago en cuatro gobernaciones. Cada una de estas gobernaciones cortaba transversalmente a Sudamérica desde la costa del océano Pacífico hasta la costa atlántica o la línea de Tordesillas. La más septentrional siguió siendo la de Nueva Castilla, en la cual Pizarro obtuvo el 4 de mayo de 1534 una ampliación a 270 leguas que llevaba el límite más al sur del pueblo de Chincha hasta los 14°13′ S en la bahía de Paracas.

    En lo que Hernando Pizarro en vuestro nombre nos suplicó vos mandase prorrogar los límites de vuestra gobernación hasta setenta leguas que entra los caciques Coli y Chepi atento los servicios que nos aveis hecho y esperemos que nos hareys de aquí adelante y por vos hacer merced he tenido por bien de vos alargar los límites de vuestra gobernación la tierra de estos caciques con que no exceda de setenta leguas de lengua de costa…

    Con esta ampliación quedaba subsanado el problema de haberse fijado erróneamente el límite sur en Chincha. Pizarro obtenía además la ciudad del Cuzco, situada cerca del límite y que originó una disputa con Diego de Almagro, a quien se había adjudicado la Gobernación de Nueva Toledo confinante por el sur con la de Nueva Castilla.

    Durante el reinado de Carlos I las gobernaciones de Nueva Castilla y de Nueva Toledo fueron fusionadas por real cédula firmada en Barcelona el 20 de noviembre de 1542, para crear el Virreinato del Perú.

    La Fundación de ciudades

    El 15 de agosto de 1532, Francisco Pizarro realizó la fundación española de la ciudad de San Miguel, recibiendo su escudo de armas en 1537​. El 23 de marzo de 1534 Pizarro realizó la fundación española de la ciudad del Cuzco, capital del Imperio inca, y el 25 de abril de 1534 fundó su primera capital: Santa Fe de Hatun Jauja. El 18 de enero de 1535 fundó la Ciudad de los Reyes (Lima), que pasó a ser la nueva capital de la Nueva Castilla. En homenaje a su ciudad natal, el 5 de marzo de 1535 fundó Trujillo. El 12 de marzo de 1535 Capitán Francisco Pacheco realizó la fundación española de la ciudad denominándose a esta nueva conquista como Villa Nueva de San Gregorio de Portoviejo​. El 21 de septiembre de 1534 Pedro de Alvarado realizó la fundación española de la ciudad denominándose a esta nueva conquista como Villa Hermosa de San Mateo de Charapotó​. El 6 de diciembre de 1534 Sebastián de Belalcázar realizó la fundación española de la ciudad de San Francisco de Quito.
  • ¿Necesita Castilla un nacionalismo castellano?

    ¿Necesita Castilla un nacionalismo castellano?

    https://www.youtube.com/watch?v=BNeQajeQzXo&ab_channel=Tolmarher

    Recatamos este interesante artículo de la Web del partido castellano, escrito por Luis Cestero en el año 2012:

    A nadie se le escapa que hoy el nacionalismo castellano no está de moda, y ello se debe a diversos factores que son los que explican tanto el proceso de descomposición de la nación castellana como el fracaso del movimiento castellanista. Vamos a referirnos en el presente artículo a algunos de ellos que clasificaremos en histórico-políticos y socioeconómicos.
    El primero al que sin duda debemos hacer mención es a la arbitraria división del territorio castellano en varias Comunidades Autónomas establecido por la Constitución Española del 78. Dicha división carece de una justificación histórica mínimamente racional, y responde a dos motivos principales, por un lado, a la tolerancia que de esta situación se hizo por los propios castellanos durante el periodo de la transición democrática y, por otro, a la presión de las regiones periféricas más poderosas que consideraba un peligro la creación de una Castilla unida y fuerte por el peso específico que tendría dentro de España.

    El segundo factor que incide en este proceso de descomposición es el provincialismo. Que duda cabe que la desaparición de las antiguas instituciones municipales castellanas: Concejos, Comunidades de Villa y Tierra y Merindades, y su sustitución por las provincias, institución ajena a nuestra tradición histórica, tuvo consecuencias muy negativas para Castilla como nación. El mayor o menor sentimiento de pertenencia al pueblo castellano, se diluyó en el de pertenencia a la provincia de origen. Esta situación provocó que en el momento de crearse las nuevas comunidades autónomas, primara el sentimiento provincialista sobre el regional o nacional, lo que trajo como consecuencia, la creación de las comunidades autónomas uniprovinciales de Cantabria, La Rioja y Madrid, que quedaron desgajadas de las dos regiones históricas castellanas. Desde entonces, estos territorios han seguido su propio camino al margen de las comunidades propiamente castellanas, eliminando toda referencia a su antiguo origen castellano como forma de afianzar un nuevo regionalismo sin base histórica.
    El tercero es también un factor histórico-político, y consiste en la artificialidad con la que se diseñaron las Comunidades Autónomas de Castilla y León y de Castilla La Mancha, que aglutinan gran parte de los territorios históricos castellanos. Estas Comunidades no pasan de ser, todavía hoy, meras uniones provinciales, razón que explica el escaso sentimiento de pertenencia de sus habitantes a las mismas. De igual modo, debemos referirnos a la identificación generalizada en la sociedad castellana entre castellanismo y radicalismo de izquierdas, lo que ha provocado un secular rechazo de esta opción política en amplios sectores de la misma.

    En lo que respecta a los factores de origen socioeconómico, es indudable que el escaso desarrollo económico de los territorios castellanos, ha hecho que sus habitantes no tengan, ni tienen aún hoy, muchos motivos para sentirse ligados a una tierra que no les ofrece la posibilidad de vivir de ella obligándoles a emigrar.
    Pues bien, ante este panorama poco alentador para el futuro del castellanismo, en la medida que la mayoría de estos factores enunciados subsisten tras 30 años de democracia, surge inevitablemente la pregunta: ¿Qué puede aportar hoy a Castilla un nacionalismo castellano? o dicho de otro modo, ¿necesita Castilla para algo el castellanismo? La respuesta a estos dos interrogantes desde luego no es sencilla, ahora bien, creemos sinceramente que la irrupción del castellanismo en las instituciones políticas sería beneficioso para esta tierra, porque con ello Castilla podría recuperar su identidad nacional, hoy perdida, y sus habitantes, el orgullo de pertenecer a un pueblo milenario con una rica cultura e historia, de lo que se seguiría muy probablemente la ansiada reunificación territorial y, en consecuencia, el incremento del peso político, social y económico de Castilla dentro de España y Europa. No nos engañemos, una Castilla unida y fuerte, hará que la toma de decisiones en los ámbitos de poder se realice en función de las necesidades de las regiones interiores a diferencia de lo que sucede en la actualidad, donde se priman los intereses de las ricas regiones periféricas, las cuáles se comportan como verdaderos lobbies o grupos de presión para obtener prebendas de todo tipo del Estado.
    Asimismo, nuestra lengua y nuestra cultura en general, pasaran a un primer plano frente al secundario que hoy ocupan, recibiendo de nuestros gobernantes e instituciones el respeto y la atención que merecen, y es que conviene no perder de vista que la Castilla de la que hablamos supone, nada más y nada menos, que un cuarto de la población española, es decir, cerca de diez millones de habitantes y la mitad del territorio de España.

    Por último, no quiero dejar de hacer una breve reflexión acerca del cómo entiendo que debería llevarse a cabo este proceso para que tenga éxito. El nacionalismo castellano no puede construirse dando la espalda a la idea de España. La historia nos ha enseñado que cuando Castilla ha sido fuerte también lo ha sido España, por tanto, una Castilla renovada hará de España una nación fortalecida en su identidad, cosa que no ocurre con el actual modelo territorial diseñado por la Constitución vigente que ha llevado a que hoy más que nunca la idea de España se encuentre puesta en entredicho por muchos. Los castellanos no somos contrarios a España, pero tampoco podemos, ni debemos consentir ser españoles de segunda a consecuencia de la división política y territorial en la que nos encontramos subsumidos, por ello, el castellanismo deberá edificarse a diferencia de otros regionalismos o nacionalismos periféricos, con pleno respeto a la idea de España, de tal manera que sea posible dar satisfacción a sus legítimas pretensiones nacionales, sin dañar con ello los intereses generales de España como nación.

    Puedes consultar el artículo original de Luis Cestero, publicado en la web del Partido Castellano el 03/07/2012

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  • La Batalla de Martos

    La Batalla de Martos

    La batalla de Martos fue una batalla librada durante la Reconquista española que tuvo lugar en las lindes entre Martos y Torredonjimeno, en la actual provincia andaluza de Jaén, el 21 de octubre de 1275. La batalla se libró entre las tropas del reino nazarí de Granada y las del reino de Castilla. El resultado fue una victoria de las tropas nazaríes, que aniquiló casi por completo las fuerzas castellanas. Existe cierta confusión en las fechas ya que diferentes autores informan fechas diferentes. Jerónimo Zurita, por ejemplo, informó que la batalla tuvo lugar entre mayo y agosto;​ los autores más modernos, sin embargo, la sitúan entre septiembre y octubre.

    Contexto histórico

    A comienzos de la década de 1270, el reino nazarí de Granada solía pagar parias al reino cristiano de Castilla. En 1273, el rey Alfonso X de Castilla decidió aumentar la aportación que debía pagarse, hasta llegar a una suma de 300.000 maravedíes, una cifra que Muhammad II de Granada, recién ascendido al trono, consideró totalmente inaceptable. Ante esa situación, se decidió pedir ayuda a Fez (actual Marruecos), al sultán meriní Abu Yúsuf Yaqub ibn Abd al-Haqq.​

    La circunstancia fue aprovechada por los miníes y en el verano del año 1275 cruzaron el estrecho de Gibraltar con un gran ejército que, junto con las tropas nazaríes, atacaron el territorio castellano. En ese momento, Alfonso X se encontraba lejos de su reino, librando en Beaucaire (Francia) los últimos conatos del pleito que tenía con la Iglesia romana y con el papa Gregorio X que le obligaría a renunciar al título de Rey de romanos. Su hijo y heredero, Fernando de la Cerda, que actuaba como regente del reino, se apresuró a reunir tropas para atajar la disputa. No obstante, falleció inesperadamente en Villa Real (actual Ciudad Real) el 25 de julio.​

    Sin líderes que pudieran hacer frente a los ataques, las fuerzas merinís tenían camino libre para avanzar desde el sur. En septiembre, el entonces adelantado mayor de Andalucía, Nuño González de Lara el Bueno, intentó detenerlos, pero fue derrotado y asesinado en la batalla de Écija.​ El joven arzobispo de Toledo, el infante Sancho de Aragón, termina poniéndose a la cabeza de una fuerza de caballeros procedentes de Toledo, Madrid, Guadalajara y Talavera de la Reina para marchar al sur para interceptar a los invasores.​ Otra fuerza de ayuda marchaba hacia Jaén bajo el mando de Lope Díaz III de Haro.

    Batalla

    Las tropas castellanas estaban alojadas en Torredelcampo cuando el arzobispo Sancho recibió noticias de fray Alfonso García, comandante de Martos de la Orden de Calatrava, de que una fuerza árabe estaba llena de botines y prisioneros cristianos. Sus propios hombres le aconsejaron que esperara a ser alcanzado por las fuerzas de Lope Díaz de Haro antes de atacar, pero el joven Sancho decidió atacar de inmediato.​ La contienda, probablemente tuvo lugar cerca de los terrenos que hoy en día pertenecen al pueblo de Torredonjimeno. Los castellanos, superados en número, fueron en su mayoría aniquilados, logrando muy pocos caballeros poder huir para ponerse a salvo. Otros tantos supervivientes fueron asesinados o hechos prisioneros. En el combate también fue hecho prisionero el joven Sancho de Aragón, de 25 años, que al ser reconocido como un rehén de gran importancia por ser hijo de Jaime I de Aragón, fue disputado por las tropas nazaríes y las meriníes. La cuestión fue zanjada cuando el arráez nazarí de Málaga decidió decapitar al infante y cortarle las manos, en las que tenía los anillos episcopales. La cabeza fue entregada a los meniríes y la mano a los nazaríes.

    Hechos posteriores

    Lope Díaz de Haro llegó a la zona para lograr recuperar el cuerpo del arzobispo, pero decidió no perseguir a sus asesinos. Más tarde, en Castilla tomó su defensa como nuevo heredero de Alfonso X su segundo hijo el infante Sancho, que regresó de Francia y tomó la delantera, organizando una rápida defensa de los territorios del sur.​ Otra consecuencia de la batalla fue que el reino de Aragón atacó al reino nazarí de Granada por el sureste.​ El sultán Abu Yúsuf Yaqub ibn Abd al-Haqq decidió volver a Marruecos, mientras en la península se generó una tregua de facto entre Castilla y Granada. Estos eventos fueron el comienzo de la llamada batalla del Estrecho entre Castilla y los moros que duró hasta la década de 1350.

  • Lo Mejor De La Castilla-La Mancha De Don Quijote

    Lo Mejor De La Castilla-La Mancha De Don Quijote

    La región de Castilla-La Mancha se encuentra en el centro de España, al sureste de Madrid, e incluye las provincias de Albacete, Ciudad Real, Cuenca, Guadalajara y Toledo . Es mejor conocido por ser el escenario de la novela Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes del siglo XVII, uno de los libros más famosos que jamás haya salido de España . Aquí te llevamos de gira por Castilla-La Mancha para que visites algunos de sus mejores lugares de interés.

    Campo de Criptana

    Uno de los lugares más emblemáticos de Castilla-La Mancha es el paisaje de molinos blancos, que se puede contemplar en Campo de Criptana , municipio de la provincia de Ciudad Real. Conocido como ‘La Tierra de los Gigantes’, este es el lugar donde el autoproclamado caballero Don Quijote se reunió con los gigantes (en realidad, los propios molinos de viento). Hay visitas guiadas a la Sierra de los Molinos, así como la posibilidad de visitar algunas que han sido convertidas en museos. Sólo quedan tres molinos de viento que han conservado su estructura y maquinaria originales del siglo XVI: Infanto, Burleta y Sardinero.

    Casas Colgadas de Cuenca

    Toda la histórica ciudad amurallada de Cuenca ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO por ser un ejemplo excepcional de ciudad medieval fortificada, y por estar extraordinariamente bien conservada. Construido por los moros en una posición defensiva en las cimas de los cerros, fue conquistado por los castellanos en el siglo XII. La ciudad es mejor conocida por sus extraordinarias Casas Colgadas , o Casas Colgadas . En su momento toda la cara del desfiladero de Huécar estuvo cubierta de casas colgadas, pero hoy en día sólo quedan tres, que fueron restauradas íntegramente a principios del siglo XX. Están construidos en estilos góticos tradicionales con intrincados detalles de madera y entradas de estilo renacentista.

    Alcázar in Toledo

    Ubicado en la cima de la colina más alta de Toledo , la fortaleza del Alcázar es una de las mejores vistas de la ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. La estructura actual fue mandada construir por el emperador romano Carlos V (también conocido como Carlos I Rey de España) como residencia real, a partir de los restos de un antiguo castillo medieval en el mismo lugar. Llevó muchos años completarlo y presenta muchos estilos arquitectónicos. Sin embargo, antes de que se terminara, la capital de España se mudó a Madrid, por lo que en realidad nunca fue habitada por reyes, solo reinas viudas. También cumplió la función de prisión de la Corona, cuartel militar y talleres de seda, así como de defensa durante la Guerra Civil Española. Durante años también fue sede del Museo del Ejército Nacional. En la última planta rehabilitada se encuentra hoy la Biblioteca de Castilla-La Mancha.

    Arte rupestre paleolítico antiguo

    Entre los verdaderos tesoros del norte de España se encuentran las antiguas pinturas rupestres encontradas en cuevas de la región, conocidas como Arte Rupestre de la Cuenca Mediterránea Ibérica o Arte Levantino. Castilla-La Mancha alberga 93 yacimientos de arte rupestre de este tipo, que datan del Paleolítico e incluso del Mesolítico de la Edad de Piedra. Incluyen figuras simples de humanos, así como muchos animales como ciervos, cabras, jabalíes y ganado, y fueron pintados con minerales rojos o carbón.

    El Toboso

    Cervantes ambienta su novela en el pequeño pueblo de El Toboso, en la provincia de Toledo. Aquí puedes visitar el Museo-Casa de Dulcinea , la casa de Doña Ana Martínez Zarco de Morales, quien ha sido identificada como el personaje de Dulcinea, la doncella de Don Quijote y el interés amoroso del libro. Típica alquería manchega que data del siglo XVI, está distribuida como sería en tiempos del Quijote con viejos aperos de labranza y utensilios de cocina, así como mobiliario. En el patio se levanta una de las mayores almazaras de La Mancha. Otra parada interesante es el Museo Cervantino , una colección de 198 ejemplares de Don Quijote de la Mancha .traducido a muchos idiomas diferentes y regalado al pueblo por muchas figuras políticas y famosas. No dejes de visitar el monumento de la localidad dedicado a Don Quijote y Dulcinea.

    Museo Don Quijote en Ciudad Real

    Ningún recorrido por la tierra de Don Quijote estaría completo sin hacer una visita a su museo , ubicado en Ciudad Real. Las exhibiciones contienen tanto arte como multimedia y parecen dar vida al personaje ficticio de Cervantes. Los aspectos más destacados incluyen ilustraciones del libro del siglo XIX, un montaje de personajes del libro en conversación y una réplica de una imprenta del siglo XVII, para ver cómo se habría publicado la novela en ese momento.

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  • La Guerra Civil Castellana de 1475-1479

    La Guerra Civil Castellana de 1475-1479

    La guerra civil que aflige al reino de Castilla entre 1475 y 1479 tiene como objetivo único aparente dirimir la sucesión de Enrique IV, fallecido en Madrid el 12 de diciembre de 1474, entre doña Juana, la excelente señora, e Isabel. En realidad, es un conflicto de hondas raíces en torno a la forma en que el Monarca ejercerá el poder: por sí mismo, como verdadero dueño de aquél, o como mero instrumento del Consejo, a su vez simple portavoz de una parte de la nobleza. La última fase de la guerra, aunque era evidente con anterioridad, adquiere el carácter de un enfrentamiento entre Portugal y Castilla en el que se dirime también la delimitación de las áreas exclusivas de navegación de cada una de las potencias.

    La decisiva importancia de la primera cuestión, la más visible, no puede ocultar el conflicto de base que viene debatiéndose en Castilla durante todo el reinado de Juan II y, con especial virulencia, en el de Enrique IV, en particular desde el nacimiento de Juana (28 de febrero de 1462); el retorno de los aragoneses, de quien Fernando es el último representante, despertaba en muchos viejos e indeseables recuerdos y parecía la vuelta a la agitación de tiempos anteriores. Ambos problemas se mezclarán hasta hacer imposible distinguirlos. La tercera cuestión se plantea abiertamente cuando, recuperado el orden interno de Castilla casi totalmente, el conflicto adquiere carácter exclusivamente internacional en el que se ponen de relieve viejos problemas no resueltos, que las circunstancias presentes han agravado.

    Las raíces del conflicto

    La liga nobiliaria castellana tomaría al joven Alfonso, hermanastro de Enrique IV, como bandera de sus proyectos de control de la Monarquía con el pretexto de una cuestión hereditaria; en septiembre de 1464 hacían público un manifiesto en el que decían defender los derechos del joven Alfonso contra la pretensión de Enrique de sostener la herencia de Juana: por primera vez se hacía constar en un documento la afirmación de que ella no era hija del Rey. La reacción de Enrique, dialogante hasta la exasperación, fue negociar con los rebeldes, a pesar de la opinión de quienes deseaban una monarquía fuerte que le aconsejaban una actitud dura.

    La solución fue una vía media en la que el Monarca, una vez más, dejaba jirones de la dignidad real: Alfonso era reconocido como heredero, sin explicar las razones por las que se postergaba a Juana, con el compromiso ineludible de casarse con ella. Resuelta la cuestión hereditaria, aparentemente la primordial, la nobleza triunfadora exponía una serie de demandas, todo un programa político que la situaba como interlocutor del Rey al mismo nivel.

    Enrique aceptaba la solución dada al problema sucesorio, aunque personalmente era muy humillante; sin embargo, no pudo hacer lo mismo con la cuestión relativa al ejercicio del poder que atentaba a la esencia misma de la Monarquía. Pero, cuando intentó una respuesta de autoridad, uniendo sus fuerzas al monarca portugués, la nobleza descubrió la verdadera naturaleza de sus aspiraciones: en Ávila, el 5 de junio de 1465, con participación de los principales miembros de la Liga nobiliaria, era depuesto Enrique IV en una ceremonia bufa conocida como farsa de Ávila, y su efigie era arrojada del tablado en que se desarrolló la representación. Allí mismo era proclamado rey el príncipe Alfonso, mera coartada de los proyectos nobiliarios.

    El nuevo Rey se dirigía al Reino fundamentando su elevación en el hecho de no ser Juana hija del Rey; la nobleza, por boca de Alfonso Carrillo, argumentaba más prudentemente la ilegitimidad de Juana, lo que no negaba necesariamente la paternidad regia, sino acaso la legitimidad del matrimonio de sus padres, y situaba el problema en términos de la máxima ambigüedad. La patológica tendencia de Enrique IV a la negociación dilataba una respuesta de fuerza que le aconsejaban Mendozas y Velascos; cuando se decidió a ella, éstos le reclamaron la entrega la infanta Juana, garantía de que no se arrepentiría de su decisión en, al menos, tres meses: tan reducida era la credibilidad del soberano.

    El resultado fue muy positivo: en Olmedo, el 19 de agosto de 1467, la Liga experimentaba una severa derrota. Pero inmediatamente, a pesar de las seguridades otorgadas, Enrique IV decidió abrir negociaciones con los vencidos, lo que indujo a sus más firmes partidarios a abandonar temporalmente el escenario político. La negociación fue encargada a Alfonso de Fonseca, que también reclamó rehenes en garantía, en este caso la reina Juana, que fue depositada en Alaejos bajo la custodia de un sobrino del arzobispo.

    La propuesta de paz consistía en el reconocimiento general de Enrique IV y el de Alfonso como heredero, con vuelta a la solución de su matrimonio con Juana. El tejido, aparentemente tan bien trazado, se rompió inesperadamente con el fallecimiento de Alfonso, el 5 de julio de 1468. Si se mantenía la ilegitimidad de Juana, y era imposible volver atrás en esta materia, la herencia recaía en Isabel, lo que hacía imposible la proyectada compensación por vía de matrimonio. Pensar en Fernando, el único varón Trastámara, suponía para muchos rememorar el poder de los aragoneses.

    Isabel no lo dudó: a tenor de lo dispuesto en el testamento de su padre, comenzó a titularse heredera, rechazado la propuesta de ser proclamada reina, y ordenó proseguir las negociaciones para el restablecimiento de la paz en el reino: su sentido de la autoridad monárquica le exigía reclamar sus derechos sin destruir el prestigio de una institución que estaba llamada a desempeñar. Pero, para Enrique IV la negociación solo podía conducir ahora a negar llanamente la legitimidad de Juana; por ello, quizá con el deseo de tomar una posición de fuerza, reclamó la presencia de la Reina. Entonces se produjo su desplome moral: doña Juana, que se hallaba en avanzado estado de gestación, se fugaba de Alaejos y buscaba en Cuellar la protección del Beltrán de la Cueva. El honor del rey, ahora de modo patente, había sido pisoteado.

    Solo a la luz de estos acontecimientos pueden entenderse plenamente las decisiones tomadas en Guisando, el 19 de septiembre de 1468, bajo la presidencia del legado apostólico, Antonio de Veneris, obispo de León. El legado anuló todos los juramentos prestados, en particular los relativos a Juana como heredera, y Enrique IV ordenó a todos que reconociesen a Isabel como legítima heredera.

    Es el colofón de los acuerdos privados firmados el día anterior por Isabel, en Cebreros, y por Enrique IV en Cadalso de los Vidrios, todo ello resultado de minuciosas negociaciones previas. Se había acordado que Isabel sería reconocida heredera y se incorporaría a la Corte, hasta su matrimonio; sería jurada princesa a su llegada a la Corte y recibiría el juramento de los Grandes y de los procuradores en el plazo de cuarenta días; recibiría el Principado de Asturias y una serie de villas y rentas; contraería matrimonio a propuesta del Rey, con el consentimiento de los Grandes, pero de acuerdo con su voluntad; se reconocía la indecorosa conducta de la Reina, en el último año, y se afirmaba que el Rey no había estado legítimamente casado con ella, con lo que se explicaba la ilegitimidad de Juana sin entrar en otras difíciles explicaciones; la Reina, sería devuelta a Portugal y «su hija» llevada a la Corte.

    Isabel, incorporada a la Corte, era instalada en Ocaña bajo la vigilante protección del marqués de Villena. La cuestión capital era ahora el matrimonio de la Princesa para el que Villena tenía proyectada la solución portuguesa, ya negociada con anterioridad: Isabel casaría con Alfonso V y Juana lo haría con Juan, hijo del soberano portugués; se unirían ambas Coronas y se rechazaba definitivamente la influencia aragonesa. Isabel rechazó el matrimonio portugués, atribución que se le reconocía en los acuerdos firmados, al tiempo que iniciaba negociaciones para contraer matrimonio con Fernando, solución propuesta por Juan II de Aragón.

    Trascurren varias semanas del acuerdo de Guisando y comienzan a hacerse visibles varios incumplimientos por parte de Enrique IV: no se entregan las rentas acordadas, no se produce el juramento por las Cortes, reunidas en Ocaña en abril de 1469; no se hace divorcio de los Reyes ni se devuelve a la reina a Portugal. La decisión de Isabel de contraer matrimonio con Fernando -las capitulaciones se firman el 7 de marzo de 1469- sin acuerdo previo de su hermano y de los Grandes, era también un incumplimiento de los acuerdos establecidos; no era fácil obtener con posterioridad ese acuerdo y resultaba imposible obtener una dispensa papal que había sido otorgada para el matrimonio portugués.

    A pesar de todo, Isabel se fugó de Ocaña, instalándose en Valladolid, tras un viaje de verdadera aventura. Pocos días después escribía a su hermano una razonada carta en que explicaba los motivos de su decisión, que suponía la elección del esposo más conveniente para ella y para el reino, y cómo ésta no era una violación de lo pactado. Por su parte Fernando entraba furtivamente en Castilla y, de modo casi novelesco, llegaba a Dueñas. Isabel se lo comunicó inmediatamente a su hermano ofreciéndole absoluta fidelidad y solicitando su consentimiento; no obtuvo respuesta alguna.

    Contrajeron matrimonio en Valladolid, el 19 de octubre de 1469; al acta matrimonial se incorporó una antigua dispensa dada a Fernando por Pío II, naturalmente inválida para la ocasión. Por muchas cartas y promesas que hicieran los jóvenes esposos, lo sucedido constituía un incumplimiento de los acuerdos de Guisando, coartada perfecta para deshacer todo lo allí pactado. El marqués de Villena dispuso todo para restablecer la herencia del trono a favor de Juana, reforzar la alianza con Portugal o, en su caso, sustituirla por la de Francia y construir un partido para llevar adelante un proyecto casi imposible porque exigía devolverle a Juana una legitimidad que se le había negado solemnemente con anterioridad.

    El 26 de octubre de 1470, en Val de Lozoya, se desheredaba a Isabel, por su continuada desobediencia; la reina y el rey juraban que tenían a Juana por su legítima hija; se la reconocía como heredera y se celebraban sus desposorios con el duque de Guyena. El problema esencial es que la legitimidad de Juana no podía recuperarse por la desobediencia de Isabel; además el esposo francés no hizo el menor gesto por desempeñar el papel que le correspondía.

    Los partidarios de Isabel respondieron con un duro manifiesto (21 de marzo de 1471), en el que se hacían públicos los acuerdos previos a Guisando, eliminando algunas de las frases que en ellos hacían más llevadera la posición de Enrique, y se fundamentaban los derechos de Isabel en la ilegitimidad de Juana puesta ya en duda por la mayor parte de los Grandes cuando fue jurada por las Cortes. En cuanto a su huida de Ocaña, fue el medio de escapar a las presiones que pretendían obligarla a contraer matrimonio, en contra de lo pactado. Era el prólogo inmediato de la guerra civil que sin embargo no iba a producirse por ahora.

    A pesar de la difícil situación de Isabel y Fernando, su posición se reforzaba paulatinamente, porque eran vistos como una solución de autoridad monárquica que complacía a las ciudades, a la mediana nobleza y también a algunos de los Grandes; al lograr el apoyo del extenso grupo familiar de los Mendoza, para lo que fue decisiva la legación de Rodrigo Borja, su futuro parecía plenamente asegurado: la relación de adhesiones crecería aceleradamente. En el orden internacional su situación era también muy favorable, reconocidos por Inglaterra, Bretaña, Borgoña, Nápoles y, muy especialmente, por haber ganado el apoyo de la Sede Apostólica.

    Frente a ellos no se afianzaba la legitimidad de Juana, perjudicada de nuevo por el segundo alumbramiento de otro bastardo por la Reina, ni su posición política, debido a la patente ambición del marqués de Villena. Se forjaba, además, un proyecto de reconciliación de Enrique IV e Isabel, que necesariamente había de suponer el alejamiento de Juana de la herencia, aunque reservándole un puesto en la Grandeza.

    Esas razones mueven a un desalentado Enrique IV a recibir a su hermana en Segovia, en diciembre de 1473, con quien da muestras públicas de reconciliación, y, pocos días después, a Fernando. La enfermedad de Enrique, que le aqueja desde los primeros días de enero, impide proseguir las conversaciones, pero la sensación ofrecida es que se ha vuelto a Guisando, a pesar de que no se anulen los actos de Valdelozoya.

    Sin que esa rectificación tuviese lugar falleció Enrique IV en Madrid, el 12 de diciembre de 1474, sin dejar testamento ni instrucción alguna sobre la sucesión; dos meses antes había fallecido el marqués de Villena. Sin pérdida de tiempo, Isabel fue proclamada reina en Segovia (13.XII.1474), su residencia durante este último año; recibió paulatinamente adhesiones, de diversas familias y de varias ciudades y no se produjeron actos hostiles en el reino, aunque algunas familias de la nobleza no realizaron la proclamación de los nuevos reyes.

    El panorama era, sin embargo, bastante complejo, más de lo que una primera impresión podía significar; no se había resuelto el modo de ejercicio del poder y muchos de los grandes consideraban imprescindible contar con una monarquía controlada por ellos para garantizar sus intereses. Entre los partidarios de primera hora de Isabel se hallaban algunos de los que aspiraban a ese sistema de monarquía dirigida por los nobles, a los que ella había puesto un primer limite cuando se negó a ser proclamada reina en vida de su hermano. Las decisiones tomadas en los meses siguientes habían mostrado su voluntad de no dejarse dirigir, lo que ya había provocado algunas fricciones, por ejemplo con Carrillo. Es perfectamente lógico que algunos de esos grandes constituyan muy pronto el núcleo central del partido de doña Juana, y que quienes se habían mostrado más fieles a Enrique, fuesen los más estrechos colaboradores de Isabel, que ahora encarnaba la legitimidad de la Monarquía; estarán a su servicio desde la primera hora, en los días inmediatamente siguientes a su proclamación en Segovia.

    Tampoco había sido aclarada la forma en que ambos esposos ejercerían la prerrogativa regia: no solo se trataba del derecho de las mujeres a ejercer por sí mismas el poder en Castilla, y de los derechos del esposo, sino del hecho de que Fernando era ahora para muchos el representante del bando de los Infantes de Aragón, que habían agitado la vida política castellana en el último medio siglo, y cuyo despojo había incrementado la fortuna de quienes les combatieran: no cabían revisión del pasado ni, menos aún, represalias; en los confusos primeros días del reinado, con Fernando ausente en Aragón, esas circunstancias eran muy propicias para sembrar recelos y para que algunos personajes intentasen tomar posiciones ventajosas.

    El espinoso problema, en realidad una confrontación entre dos bandos rivales, fue resuelto mediante una sentencia arbitral, conocida como concordia de Segovia, redactada por el arzobispo Carrillo, que probablemente había decidido ya romper con la nueva situación, y el cardenal Mendoza, fechada en esta ciudad el 15 de enero de 1475: ambos esposos gobernarían conjuntamente y se otorgaban mutuamente plenitud de jurisdicción en los respectivos reinos, ahora en Castilla, en su momento en la Corona de Aragón, cuyos respectivos súbditos serían tratados en asuntos comerciales como naturales del otro reino. Únicas cautelas: el nombramiento de oficios, la concesión de mercedes, la tenencia de fortalezas y la provisión de beneficios eclesiásticos se harían por voluntad y a nombre de la Reina; era la garantía de la concesión de los mismos solo a naturales del propio reino.

    La concordia de Segovia constituía para la nobleza la garantía de que sus privilegios no serían destruidos sino incluso ampliados, y de que constituían el apoyo esencial de la Monarquía; pero, al mismo tiempo, ésta se aseguraba el estricto ejercicio de las prerrogativas regias. En estas condiciones se hacía posible abordar la pacificación del reino y la recuperación económica.

    El desarrollo de la guerra

    La situación parecía plenamente favorable. Todos los grandes linajes parecían ganados a la causa de los nuevos reyes, a excepción de los Estúñiga y los Pacheco con los que, sin embargo, se mantenían negociaciones que parecían discurrir por buen camino. Se trataba de resolver el problema que planteaba la presencia de la reina Juana y de dar una solución airosa al futuro de su hija. Los Reyes, de acuerdo con lo previsto en Guisando, exigían el regreso de la reina a Portugal y ofrecían un matrimonio adecuado para Juana, probablemente con Enrique Fortuna, hijo del infante de Aragón, don Enrique. Acaso Diego López Pacheco sólo mantenía las negociaciones a la espera de que el arzobispo Alfonso Carrillo y Alfonso V de Portugal, los otros dos pivotes esenciales en el apoyo a doña Juana, tomasen partido abiertamente.

    Los hechos se precipitan, en efecto, cuando el arzobispo, convencido de su poder como hacedor de reyes y sospechando siempre maniobras para desposeerle, abandonaba la Corte, a mediados de febrero de 1475, y se instalaba en su villa de Alcalá de Henares, en abierta rebeldía; no fue posible atraerle de nuevo al servicio de los Reyes, a pesar de los esfuerzos desarrollados en ese sentido.

    Por parte de Alfonso V de Portugal existían proyectos de tomar la defensa de Juana desde el mismo mes de diciembre de 1474, aunque existían sólidas opiniones en su entorno contrarias a una guerra de solución muy incierta. Antes de decidirse a la intervención el monarca portugués quería garantías de contar con apoyos suficientes en el interior de Castilla y también con el compromiso de Luis XI de Francia, enfrentado a Aragón por la cuestión de Rosellón y Cerdaña. Los informes que le remitía Diego López Pacheco sobre las previsibles adhesiones en Castilla y la nueva actitud de Carrillo deciden a Alfonso V, al menos desde el mes de marzo, a tomar en sus manos la defensa de su sobrina, con la que anunciaba, además, el propósito de contraer matrimonio. Luis XI trataría de mover su influencia en Roma para lograr la oportuna dispensa.

    En el mes de abril, Alfonso V enviaba una embajada a Valladolid para anunciar sus propósitos y ordenaba la concentración de su ejército en Arronches; era el comienzo de la guerra, aunque las primeras hostilidades se producen en el marquesado de Villena, con el levantamiento de Alcaraz, una de sus villas que deseaban retornar al realengo. Las operaciones en torno a Alcaraz constituyeron la primera victoria de la guerra para los isabelinos.

    La guerra que ahora se inicia había de resolver mucho más que el problema sucesorio, con ser éste decisivo y el argumento esencial del enfrentamiento. En juego estaba el desenlace de la vieja pugna entre la nobleza y la monarquía, la delimitación del ámbito castellano y portugués de navegación en el Atlántico meridional, y el diseño de bloques de alianzas de las potencias europeas: la unión de intereses de Castilla y Aragón, vieja aliada de Francia la primera, habitual enemiga la segunda, hacían trascendental esta definición. Portugal había de actuar en la guerra contando con la alianza de Francia, aunque procurando no dañar sus relaciones con Inglaterra; Castilla y Aragón se incorporarían a la alianza antifrancesa de Inglaterra, Borgoña y Nápoles.

    El ejército portugués entró en Castilla en los primeros días de mayo de 1475 y avanzó hasta Plasencia donde, el 25 de ese mes, eran proclamados Juana y Alfonso reyes de Castilla; cuatro días después se desposaban, aplazando la celebración de su matrimonio hasta recibir la oportuna dispensa.

    El día 30, firmaba Juana un manifiesto dirigido al reino; en lugar de ofrecer un esperanzador proyecto de gobierno, atendía más a fundamentar sus derechos, como hija del legítimo matrimonio de Enrique IV y Juana de Portugal, y a negar los posibles derechos reconocidos a Isabel en Guisando, perdidos por su matrimonio con Fernando en contra de lo allí acordado. Lanzaba además severas e infundadas acusaciones contra los Reyes a los que imputaba el envenenamiento de Enrique IV.

    El documento no podía ocultar la debilidad de su argumentación, capaz de negar la legitimidad de Isabel, pero insuficiente para recuperar la legitimidad que a Juana le había sido solemnemente negada, ni el escaso número de partidarios que se había logrado reunir. No ayudaba a dar credibilidad el hecho de que quienes hoy defendían la legitimidad de Juana hubieran sido sus principales y más encarnizados detractores. Uno de los principales testimonios a ese efecto, aunque muy devaluado por la conducta posterior, la reina Juana, se apagaba, en Madrid, el 13 de junio. Por su parte, Isabel y Fernando, en respuesta a la proclama de Juana, se titulaban reyes de Portugal, como herederos de los derechos de aquella Beatriz, segunda esposa de Juan I de Castilla, que había alcanzado el definitivo descanso cuarenta y cinco años atrás en el convento de Sancti Spiritus de Toro, entonces pequeña corte portuguesa y pronto centro neurálgico y resolutivo de la guerra.

    El ejército portugués se dirigió a Arévalo, firme posición de los Estúñiga, con intención de dirigirse hacia el norte, enlazar con el castillo de Burgos que, también en manos de los Estúñiga, se había alzado a favor de Juana, aunque la ciudad les era hostil, y establecer comunicación con posibles ayudas francesas que enviase Luis XI. Las disposiciones militares de Fernando y las escasas adhesiones logradas fueron suficientes para estorbar estos proyectos iniciales de Alfonso V, que vaciló ante la idea de una penetración tan profunda en territorio hostil.

    Prefirió afrontar riesgos menores y consolidar las posiciones que reconocían a Juana o le ofrecían su fidelidad en ese momento, en particular Toro, que abrió sus puertas al monarca portugués, aunque en su castillo resistía una guarnición fiel a Isabel; se le suman otras importantes villas zamoranas, en particular la propia capital, y vallisoletanas, que, además de constituir un temible foco portugués en el bajo Duero y los montes de Torozos, garantizaban el contacto con Portugal.

    Fernando concentró un gran ejército en Tordesillas, donde se hallaban representados los más importantes linajes, aunque el valor militar del conjunto resultaba bastante discutible; el 15 de julio ordenó ponerse en marcha, buscando el encuentro con Alfonso V, avanzando lentamente en medio de las posiciones enemigas. Cuatro días después llegaba ante la formidable posición de Toro, incitando al portugués a aceptar el combate. Su inferioridad numérica le aconsejó, sin embargo, permanecer a cubierto en una posición casi inexpugnable.

    La escasa disciplina y la falta de recursos para afrontar un cerco prolongado, como sin duda sería el sitio de Toro, aconsejaban el regreso a las bases. Después de breves contactos entre caballerescos y diplomáticos, el ejército volvía a Tordesillas y se disolvía. Mientras, el castillo de Toro se rendía. Era una victoria moral de Alfonso V a quien la situación internacional parecía muy favorable: Luis XI podía imponer un acuerdo a Eduardo IV de Inglaterra (tratado de Picquigny, 29-VIII-1475), que liquidaba los últimos vestigios del largo enfrentamiento franco-inglés, y, en consecuencia, le permitiría en el futuro prestar apoyo al portugués.

    Fracasado el ataque sobre Toro, había que afrontar una guerra de larga duración, vigilando los movimientos de Alfonso V y sometiendo los focos de resistencia: el principal, el surgido en el bajo Duero, cuyo crecimiento había que impedir, pero también el castillo de Burgos, que podía ser una fortaleza clave, las fronteras andaluza, extremeña y gallega, y las posiciones del marquesado de Villena y de la Orden de Calatrava. La guerra se extendería también al mar con irrupción en los ámbitos de navegación que, hasta el momento, de modo más o menos tácito, se reconocían como exclusivos de Portugal.

    Alfonso V no aprovechó esa ventaja inicial: en lugar de marchar directamente sobre Burgos, se trasladó nuevamente a Arévalo, donde permaneció un tiempo precioso, a la espera de noticias de Luis XI. Mientras, Fernando, que se trasladó personalmente a Burgos, incrementaba las acciones contra el castillo que, a comienzos de septiembre, parecía a punto de capitular. Si Alfonso V no hacía nada para impedirlo, era muy posible que perdiera el apoyo de alguno de los castellanos que le ofrecieran su fidelidad.

    Antes de mediar septiembre, Alfonso V se movió de Arévalo a Peñafiel; por su parte Rodrigo Alfonso Pimentel, conde de Benavente, se situó con una pequeña fuerza en Baltanás, lugar muy adecuado para vigilar los previsibles movimientos del enemigo, aunque mal provisto para la defensa. Atacado por los portugueses, el conde de Benavente ofreció una dura resistencia, pero fue derrotado y hecho prisionero: la villa sufrió un duro saqueo.

    El éxito portugués en Baltanás (18-IX-1475) allanaba el camino hacia Burgos; sin embargo, Alfonso V se retiró hacia Peñafiel, luego a Arévalo y finalmente a Zamora, decidido a consolidar allí un firme bastión y a eliminar los movimientos contrarios que se registraban. Es que, a pesar de la victoria, resultaba insuficiente la colaboración de la nobleza y el apoyo popular inexistente; la retirada contribuía a desalentar a los partidarios, en particular a los Estúñiga que veían cómo se abandonaba a su suerte a los encerrados en el castillo de Burgos, que quedó firmemente asediado. En los meses siguientes se generaliza la sensación de disolución del partido de doña Juana, cuya causa, en realidad, quedaba en segunda línea de los intereses de Alfonso.

    En cambio, el bando isabelino se reforzaba con nuevas adhesiones, despejaba dudas sobre la fidelidad de algunos linajes, en particular Pimentel, e incrementaba el apoyo popular. A finales de noviembre, Rodrigo Alfonso Pimentel, que, con el apoyo de los Reyes, había ganado la libertad entregando tres de sus fortalezas que constituían importantes posiciones para el monarca portugués, fue recibido en Valladolid como un héroe.

    Los avances isabelinos fueron decisivos en los meses de otoño e invierno de ese año: cayó Trujillo en manos de sus partidarios y se logró el control de las tierras de la Orden de Alcántara, gran parte de las de Calatrava y del marquesado de Villena. El 4 de diciembre de 1475, una parte de la guarnición de Zamora se rebelaba contra los portugueses; al día siguiente llegaba Fernando que era recibido en la ciudad de la que unas horas antes había huido Alfonso V, refugiándose en Toro. A pesar de que gran parte de la guarnición portuguesa se hizo fuerte en el castillo, la caída de Zamora constituía un éxito prodigioso. Pocos días después, mediante pacto, se rendía el castillo de Burgos (28-I-1476); no hubo represalia sobre los vencidos: los Estúñiga se aproximaban a la reconciliación completa con los Reyes; el defensor del castillo burgalés, Íñigo López de Estúñiga, recibía compensaciones por la pérdida que experimentaba. El ejemplo era demoledor: se producían ahora las primeras fisuras en la familia Pacheco, en particular Juan Téllez Pacheco, conde de Urueña, admitido a reconciliación; todos eran benévolamente recibidos y conservaban sus estados.

    A comienzos de febrero, tras superar enormes dificultades para su reclutamiento, entraba en Toro el heredero portugués, don Juan, al frente de un considerable contingente con el que, al paso, había tomado San Felices de los Gallegos y Ledesma, incrementando así las dificultades de Zamora. Alfonso V esperó encerrado en Toro la llegada de ese apoyo, sin atender las incitaciones de Fernando a entrar en combate. Con ellas se reforzaba notablemente la posición de Alfonso V, pero se ponía de relieve, cada vez más nítidamente, que la guerra no era un conflicto dinástico sino un enfrentamiento entre Castilla y Portugal.

    A mediados de febrero, Alfonso V salió de Toro y, tras diversos amagos sobre las fortalezas isabelinas próximas, puso cerco a Zamora, donde Fernando quedó encerrado entre la guarnición del castillo y las fuerzas de asedio. A pesar de ello sus posiciones eran sólidas y cómodas, mientras las tropas portuguesas habían de soportar en su campamento la dureza del invierno; además, Fernando estaba a punto de recibir importantes refuerzos. El monarca portugués había de tomar la ciudad, lo que parecía imposible, o retirarse para no quedar encerrado entre la ciudad y las tropas que llegaban; por eso, tras fracasar un intento negociador decidió retirarse hacia Toro lo más rápida y sigilosamente posible (1-III-1476).

    Fernando sacó sus tropas de Zamora, en persecución del enemigo, cuya retaguardia fue alcanzada al mediodía, lo que obligó a Alfonso V a detener su marcha y formar su ejército en orden de batalla, a la espera de poder recorrer en la oscuridad de la noche los menos de quince kilómetros que le separaban de Toro. Atardecía cuando comenzó un feroz combate que, tres horas más tarde, hacían imposible la oscuridad y la intensa lluvia.

    En medio de un gran desorden, Alfonso V retiró parte de sus tropas a Castronuño mientras una parte del ejército se replegaba sobre Toro. El príncipe Juan permaneció horas sobre el campo ordenando en lo posible el repliegue y al amanecer entraba en Toro, ante cuyas murallas se había vivido durante toda la noche una terrible confusión. Tal es la batalla de Toro; el ejército portugués no había sido propiamente derrotado, pero, sin embargo, la sensación era de total hundimiento de la causa de doña Juana. Tenía sentido que para los castellanos Toro fuera considerado como la divina retribución, la compensación querida por Dios para compensar el terrible desastre de Aljubarrota, vivo aún en la memoria castellana.

    Reconciliación interior

    Sin duda había concluido la guerra de sucesión. El príncipe Juan volvía a Portugal con la mayor parte de las tropas; bajo su protección salía de Castilla doña Juana; numerosos grupos dispersos volvían también bajo el seguro otorgado por Fernando tras las primeras inevitables violencias. Alfonso V, con apoyos casi exclusivamente portugueses, permanecía en territorio castellano controlando una serie de lugares que, más que posiciones militares, eran sobre todo rehenes, argumentos que utilizar en las negociaciones de paz.

    Fernando e Isabel tenían que acometer una enorme tarea de reconstrucción interior que requiere la reconciliación con todos los linajes que han apoyado a Juana, pero también una definición del protagonismo de los grandes en el organigrama de la monarquía. Las negociaciones fueron muy generosas con todos, naturalmente más con los partidarios de la primera hora, pero no por ello se excluyó la exigencia de devolución a la Corona del patrimonio usurpado en los perturbados años pasados. Recuperación del patrimonio regio, pero no destrucción de la nobleza: al contrario, consolidación de su patrimonio que es garantía de prestación de servicios imprescindibles a la Monarquía.

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    Entre los primeros acuerdos están los firmados con fieles de la primera hora como Pedro Manrique, conde de Treviño, (en marzo de 1476), pero también con otros que se habían mostrado reticentes, como Rodrigo Ponce de León, marqués de Cádiz, a quien se le confirman sus dominios (abril de 1476). También con los que han sido abiertamente partidarios de doña Juana como los Estúñiga, con los que se llega a complejos acuerdos que implican importantes devoluciones patrimoniales, como el castillo de Burgos o el señorío de Arévalo, y reconciliación con otros linajes de la Grandeza, (abril-junio de 1476), los Portocarrero, o los Pacheco-Girón, Juan y Rodrigo Téllez Girón, con los que la reconciliación se logra después de acciones militares, y, más duras aún las operaciones de guerra que hubo que afrontar para lograr la sumisión de Alfonso Carrillo, arzobispo de Toledo, que no regresaría a la corte, y de Diego López Pacheco, marqués de Villena, verdaderas raíces de la guerra que ahora vivía sus últimos acontecimientos.

    Alfonso V trató de abrir negociaciones tras la batalla de Toro, seguramente con objeto de obtener compensaciones, pero fracasaron. La actividad bélica se traslada a la frontera extremeña y a la francesa, donde se producen ataques sobre Fuenterrabía (marzo-junio de 1476), sin resultados, y, por decisión de la Reina, a Cantalapiedra, posición portuguesa avanzada cuya caída, debería mostrar la decisión de concluir la guerra y produciría desaliento en el resto de las villas en poder portugués. Estaba próxima a Madrigal, donde se celebraban Cortes que estaban sentando las bases de la recuperación del orden jurídico, cuyo resultado sería el Ordenamiento de Montalvo, del financiero, abordado con la reforma de la Contaduría Mayor, y del orden público, para cuyo logro sería esencial la creación de la Hermandad.

    Alfonso V propuso una suspensión de hostilidades con la oferta de intercambio de prisioneros y la entrega de las villas que constituyeran el precio del conde de Benavente: se aceptó su propuesta (11-V-1476). El monarca portugués aprovechó la tregua para marchar a Oporto y, desde allí, embarcar hacia Francia: necesitaba que Luis XI se implicase más a fondo en la guerra. También Fernando necesitaba reordenar los asuntos del señorío de Vizcaya, cuyos fueros juraba en Guernica (30 de julio), reforzar la frontera guipuzcoana, y resolver los problemas planteados en Navarra, donde no cesaba de reforzarse la influencia francesa, con objeto de garantizar la identidad del reino.

    Resistían varias posiciones portuguesas en el Duero y proseguían los enfrentamientos en Galicia, Extremadura y Andalucía, al margen de la guerra aunque avivados por ella, pero simple reminiscencia de viejos enfrentamientos que requerían pronta atención. Isabel había decidido intentar la toma de Toro, cuya caída había de tener un decisivo efecto en el desplome del resto de los lugares que resistían. Fracasado un primer asalto (1-VII-1476), se decidió establecer firmes posiciones en poblaciones próximas, que aislaran la villa, y mantener contactos con el interior para provocar un movimiento que propiciara su entrega. Ésta sería tomada en la noche del 19 de septiembre gracias a la utilización de un portillo escasamente vigilado.

    Durante las operaciones de Toro, se produjo en Segovia un movimiento urbano (31-VII-1476), contienda entre bandos, que se hizo dueño del alcázar, poniendo en peligro la seguridad de la princesa Isabel, que residía en Segovia durante toda la guerra. Acudió rápidamente Isabel, hizo su entrada en la ciudad y apaciguó el movimiento dando aparente solución a las demandas: en realidad venía a hacer desaparecer los enfrentamientos entre los bandos, secuela de la guerra civil.

    A Segovia llegaban las noticias de la caída de Toro y de que parte de la guarnición se había hecho fuerte en la Colegiata, que se rindió pronto, y en el castillo. Acudió la Reina con refuerzos y comenzó el ataque artillero sobre el castillo; sus defensores resistieron pero pronto abrieron negociaciones que condujeron a su entrega, el 19 de octubre. Las condiciones, como estaba siendo habitual, fueron muy generosas. Pocos días después llegaba don Fernando, de vuelta de su viaje por el norte: había que aprovechar la entrega del castillo de Toro para poner cerco a las posiciones portuguesas, cuya caída marcaría el final de la guerra civil.

    Pero otros acontecimientos iban a requerir la inmediata atención de los Reyes. En el mes de noviembre moría el maestre de Santiago, don Rodrigo Manrique. La posesión del Maestrazgo otorgaba tal poder que, como mostraba la experiencia de los últimos maestres (Infante don Enrique, Álvaro de Luna, Beltrán de la Cueva, Juan Pacheco), constituía un factor de desequilibrio entre los grandes linajes que, además, ahora, podía complicar más aún el delicado panorama en el marquesado de Villena o en el arzobispado de Toledo. Isabel se trasladó personal y urgentemente a Uclés y comunicó la decisión de que don Fernando tomaba para sí la administración de la Orden por un periodo de seis años, al cabo de los cuales haría entrega del cargo a los electores. La decisión significaba apartar a Alfonso de Cárdenas, uno de los hombres de confianza, al que se requirió que abandonase sus pretensiones al Maestrazgo. Apenas un año después, Fernando devolvía la administración a la propia Orden y sus electores elegían a Alfonso de Cárdenas.

    Extremadura era un foco de importantes problemas a causa del endémico enfrentamiento entre linajes y de la querella en torno al maestrazgo de Alcántara; se mantenía la resistencia de Trujillo, que debía haber sido entregada por el marqués de Villena, y todo ello se agravaba por el hecho de que Alfonso V parecía dispuesto a reanudar las operaciones militares en el frente extremeño. Seguía disponiendo de algunas posiciones en el curso del Duero que podían convertirse también en importantes bases de operaciones.

    Mientras Fernando se empleaba en la toma de las últimas posiciones portuguesas, Sieteiglesias, Cubillas, Cantalapiedra y Castronuño, y en reordenar la situación en Salamanca, lo que le ocupó hasta el otoño de este año, Isabel se trasladó a Extremadura, donde permaneció entre abril y julio de 1477: logró la entrega del castillo de Trujillo, pacificó los enfrentamientos entre bandos y linajes y forzó a ciudades y villas a ingresar en la Hermandad, para poner fin a la inseguridad en los caminos, exacerbada por la guerra. La acción coordinada de los Reyes cerraba dos importantes brechas, vías de una nueva invasión portuguesa.

    Andalucía, en particular Sevilla, era el siguiente objetivo. Entre los problemas a abordar se halla el poder de los banqueros genoveses, cuya fidelidad era preciso obtener, el de los numerosos e influyentes conversos y, muy especialmente la enraizada enemistad entre los Guzmán, duques de Medinasidonia, y los Ponce de León, marqueses de Cádiz, cuyos enfrentamientos se ramificaban a otros linajes y lugares de Andalucía; la fidelidad de la nobleza andaluza, prácticamente neutral en la guerra de sucesión, no ofrecía solidez alguna.

    La inestabilidad sevillana influía sobre otro asunto de la máxima importancia: el monopolio portugués de las navegaciones a lo largo de la costa africana, que, a causa de la guerra, era ignorado por los navegantes andaluces con el apoyo de los Reyes; se ofrecía la posibilidad de quebrantar una importante fuente de recursos para Portugal, lo que elevaba al primer rango la ocupación de Canarias. En fin, la proximidad de la frontera granadina provocaba una gran inestabilidad: las guerras internas en Granada generaban desterrados y justificaban las fructíferas incursiones mutuas en territorio enemigo.

    Isabel hizo su entrada en Sevilla el 24 de julio, tomando contacto con la compleja realidad y adoptando las primeras decisiones; a mediados de septiembre llegó Fernando. Durante su larga estancia en Sevilla lograron los Reyes la sumisión de los Guzmán (el mismo día de la llegada del Rey) y los Ponce de León (octubre) y la reconciliación de ambos linajes (octubre de 1478); la rendición de focos de resistencia, como Utrera, que se convirtió en una de las principales operaciones de la guerra y una excepción en la dureza de la represión; la consolidación de la fidelidad de los fuertes poderes económicos residentes en la ciudad, y la obtención de los derechos sobre Canarias, base privilegiada para la navegación por la costa africana, aunque las negociaciones de paz con Portugal bloquearán el inicial desarrollo de los viajes andaluces por esta costa. Fórmulas similares de apaciguamiento se aplicaron en otros lugares de Andalucía, aquejada de idénticos problemas, en particular en Córdoba, donde los Reyes estuvieron de finales de octubre hasta final de este año.

    En cuanto a Granada, cuya intervención se temió con ocasión del cerco de Utrera, se logró la firma de unas treguas, en enero de 1478, que alejaban un enfrentamiento que ahora sería sumamente improcedente. La estancia sevillana deparaba, además, el nacimiento del esperado varón, Juan, nacido en esta ciudad el 30 de junio de 1478, hecho que permitía abordar la continuidad dinástica desde nuevas perspectivas.

    Paz con Portugal

    La guerra entre Portugal y Castilla, superado el problema sucesorio que la diera origen, se recrudecía en Galicia, Extremadura y La Mancha, reavivando viejos conflictos, y, muy especialmente en el mar: además de la rivalidad en las nuevas áreas de navegación, daba paso a una durísima actividad pirática, perjudicial para el comercio, que recordaba la situación de los primeros decenios de siglo, a la que se había puesto término con las paces de Almeirim.

    La reanudación de la guerra por parte de Alfonso V, frente a una sólida opinión en su reino contraria a la misma, parece obedecer únicamente a la necesidad de disponer de contrapartidas que poner sobre la mesa de negociaciones para dar solución satisfactoria a tres problemas que el curso de la guerra le había planteado: el destino personal de Juana, el coste económico asumido por Portugal y quienes le han apoyado en Castilla, y la delimitación de ámbitos en la navegación. Las propuestas que recibía y la situación de algunos territorios castellanos ofrecían posibilidades de éxito.

    El arzobispo Carrillo ofrecía un proyecto para apoderarse de Toledo, si recibía apoyo portugués, pero fue frustrado por Gómez Manrique, corregidor de Toledo. En Galicia se reanudaba la guerra, desde comienzos de 1478, por obra de Pedro Álvarez de Sotomayor, conde de Camiña, que, con tropas portuguesas, se adueñaba de algunas posiciones y reclutaba partidarios, mientras, Pedro de Mendaño, que fuera gobernador de Castronuño, tomaba Tuy. Favorable también la situación en Extremadura: la decepción de Alfonso de Monroy, cuyos servicios a los Reyes no fueron premiados como esperaba con el Maestrazgo de Alcántara, atribuido al joven Juan de Estúñiga, le hizo pasarse al enemigo; se le sumó Beatriz Pacheco, condesa de Medellín, lo que abría a los portugueses una plataforma de operaciones en el sur de esta región. Muy confusa también la situación en el marquesado de Villena, donde estaba resultando muy complejo el proceso de pacificación, en parte por extralimitaciones de los agentes regios.

    Era preciso resolver todos aquellos problemas antes de que se produjese una nueva invasión portuguesa. Los Reyes decretaron el secuestro de las rentas de Alfonso Carrillo, el otrora poderoso arzobispo, que, en diciembre de 1478, solicitaba el perdón y se apartaba de la actividad política; decidían la ocupación militar del marquesado de Villena, para sentar la definitiva negociación sobre bases nuevas, lo que inducía a Diego López Pacheco a solicitar un acuerdo que decía haber deseado siempre. Intentaron una difícil negociación con los rebeldes extremeños que habían solicitado apoyo portugués.

    La invasión portuguesa se produjo, pero con enorme retraso, en febrero de 1479. Dirigido por García de Meneses, obispo de Évora, el ejército portugués que marchaba en auxilio de Mérida fue sorprendido y derrotado, a orillas del río Albuera, por las fuerzas que mandaba Alfonso de Cárdenas (24 de febrero de 1479). Era el último episodio de la guerra. De parte portuguesa llegaba la propuesta de Beatriz, duquesa de Bragança, de una entrevista personal con la reina Isabel, base de unas posibles negociaciones entre ambos reinos.

    Las vistas tuvieron en el castillo de Alcántara entre el 20 y el 22 de marzo de 1479. En ellas se fijaron cuatro ámbitos de negociación: los pretendidos derechos de Juana y su destino personal; la recuperación de las excelentes relaciones entre Castilla y Portugal, hasta el comienzo de las hostilidades; perdón a los partidarios castellanos de Alfonso V; y la regulación de las navegaciones por la costa africana.

    Las posiciones de partida se suavizaron después, pero la entrevista concluyó con un retorno parcial a las exigencias iniciales por parte portuguesa. Beatriz de Bragança proponía el matrimonio de Juana con el príncipe Juan y el reconocimiento del título de Princesa; la alianza de Castilla y Portugal, edificada sobre el matrimonio de la primogénita de los reyes castellanos, Isabel, con el primogénito del heredero portugués, Alfonso; indemnización castellana por los gastos de guerra acometidos; perdón a quienes apoyaron a Alfonso V, con restitución de sus bienes; y monopolio portugués en África, como antes de 1474. Isabel comenzó exigiendo el regreso de Juana a Castilla, pero aceptó la negociación de su matrimonio con el Príncipe, aunque sólo después de realizado podría utilizar título de Princesa; se negó, en razón del previo compromiso en Nápoles, al matrimonio de Isabel y Alfonso, aunque la idea le gustó, y rechazó la indemnización de guerra y la reconciliación con los rebeldes.

    Siguió un largo silencio portugués, resultado de las encontradas posiciones sobre la negociación, que dio la impresión de que las conversaciones habían constituido un fracaso, mera estrategia bélica; los informes que llegaban de Portugal daban cuenta de la divergencia de opiniones. Mientras, resistían tenazmente las fortalezas rebeldes de Extremadura. Por otra parte, el fallecimiento de Juan II hacía imprescindible la presencia de Fernando en Aragón y, por ello, la paz se hacía más urgente.

    Cuando se reanudan las negociaciones, se aprecian las graves dificultades, esencialmente en torno al reconocimiento de los eventuales derechos de Juana y su destino, en particular, su consideración como sujeto de negociación, en opinión portuguesa, frente a la posición castellana para quien era únicamente objeto de dicha negociación. Desde Castilla se exigía que, hasta su matrimonio con el príncipe Juan, Juana permaneciese bajo la custodia de persona de su confianza, en concreto la duquesa de Bragança; en todas las demás cuestiones la posición castellana era enteramente favorable a las propuestas portuguesas, incluido el matrimonio de Isabel y Alfonso, anulado el compromiso napolitano, y la permanencia de Isabel y su prometido bajo custodia de la duquesa de Bragança hasta su celebración.

    En mayo de 1479 Juana hacía público su deseo de ingresar en un monasterio; era la única posibilidad de escapar a un destino que le depara un matrimonio necesariamente lejano, el Príncipe castellano no ha cumplido un año, e incierto. Es muy probable que en la decisión pesaran fuertes presiones por parte del heredero portugués, que veía en Juana un obstáculo para la paz y no deseaba confiar personas de tal importancia, durante tantos años, a la casa de Bragança. Isabel sospechó que la decisión ocultaba algún fraude, porque durante el año de noviciado sería imposible mantener control alguno sobre Juana. Además, Alfonso V y su hijo no otorgaron poderes a los negociadores portugueses encargados de hacer la paz hasta el mes de agosto, dando verosimilitud con esa demora a cualquier sospecha.

    Finalmente fue posible poner la firma al complejo texto de un tratado firmado en Alcáçovas, el 4 de septiembre de 1479, y en Trujillo, el día 27 de este mismo mes, y confirmado por Isabel y Fernando en Toledo, el 6 de marzo de 1480. El Tratado de Alcáçovas es en realidad un conjunto de cuatro tratados en virtud de los cuales no solamente se ponía fin a la guerra, mediante la solución de las cuestiones que la provocaran, sino que se procedía a un pleno restablecimiento de las relaciones entre ambos reinos en el punto en que las situaran las paces de Medina del Campo-Almeirim de enero de 1432.

    El primero de los cuatro tratados, por el que se restablece la paz entre ambos contendientes, se concibe como una renovación de las paces antiguas de Almeirim, cuyo articulado trascribe íntegramente; además incluye nuevas disposiciones para regular los problemas planteados desde entonces, en particular las derivadas de las navegaciones portuguesas por la costa africana y las islas del Mediterráneo atlántico, según moderna y acertada denominación. Portugal tendría todas estas islas y el monopolio de las navegaciones al sur de cabo Bojador; Castilla veía reconocida la propiedad de todas las islas Canarias y el derecho a una pequeña franja de la costa africana, entre los cabos Nun y Bojador, conexión con las caravanas que traen el oro del interior del continente.

    El segundo tratado resolvía el destino de Juana, aunque solo sería de aplicación en el caso de que la Excelente señora decidiera abandonar el camino de su profesión religiosa durante el año de noviciado. En ese caso contraería matrimonio con el heredero castellano y ambos habrían de situarse hasta su celebración bajo la custodia de Beatriz de Bragança; en esta tercería deberían situarse también los documentos relacionados con los derechos de Juana al trono, que habían de ser entregados a la reina de Castilla en el momento del matrimonio o de la profesión religiosa.

    El tercer tratado regulaba el matrimonio de Alfonso e Isabel, la enorme dote de la novia, más de cien mil doblas, que comprendía en realidad una indemnización de guerra, sus arras, la entrada de los novios en tercería bajo custodia de los Bragança hasta la celebración del matrimonio, y, caso de fallecimiento previo de uno de ellos, el compromiso mutuo de casar con la persona que ocupase el lugar del fallecido en el orden sucesorio. El poder que los acuerdos otorgaban a los Bragança era la preocupación esencial del heredero portugués: asomaba ahí la terrible división de la familia real portuguesa que estallaría dramáticamente en el reinado de Juan II.

    El último de los tratados se refiere al perdón de los castellanos implicados en el apoyo a Alfonso V, incluyendo los que aún permanecían en rebeldía, devolución de sus bienes, liberación de prisioneros, sin rescate, restitución de fortalezas tomadas y libertad de comercio y garantías para los mercaderes. Aunque se inició inmediatamente el cumplimiento de estos compromisos, el camino fue largo y erizado de dificultades, honda la desconfianza generada por la guerra, y numerosas las reclamaciones y desacuerdos en la valoración de los bienes devueltos y en la depuración de la justicia del título de propiedad de los mismos.

    La aplicación de este último acuerdo fue la más laboriosa, por las dificultades intrínsecas que presentaba pero, sobre todo, por la presencia de Alfonso V para quien la firma del acuerdo era la confesión de su fracaso militar y diplomático. El protagonismo que había permitido a su hijo en la negociación, no excluía su resistencia en la aplicación de los acuerdos en relación con quienes le habían sido fieles, a quienes él consideraba perjudicados: como muestra de su preocupación, en octubre de 1480, otorgaba a la Excelente Señora doña Juana el título de infanta de Portugal.

    Por su parte, Fernando e Isabel pusieron la mayor diligencia en el cumplimiento de todos los acuerdos, en particular en lo relativo en la renuncia a las navegaciones en Guinea, a pesar de los fuertes intereses de sus súbditos en esa ruta. No obstante, a pesar de la paz y del cumplimiento exacto de sus estipulaciones, se mantiene durante un tiempo entre ambas cortes una cierta distancia. La profesión religiosa de doña Juana, que tomó el hábito en Santa Clara de Coimbra el 15 de noviembre de 1480, la entrada de Isabel y Alfonso en tercería en Moura bajo custodia de Beatriz de Bragança, el 11 de enero de 1481, y la muerte de Alfonso V, el 28 de agosto de este año, con la que desaparecía el máximo obstáculo para la paz, contribuían a una normalización plena de relaciones.

    Resueltos, o en vía de total solución, los problemas planteados entre Portugal y Castilla, no quedaba sino completar la definición de la forma de ejercicio del poder y la plena pacificación interna. La reconstrucción del reino se acometía en las Cortes de Toledo de 1480; la pacificación final tendría en Galicia un último y violento escenario. El perturbado ambiente y los graves enfrentamientos entre linajes motivaron una dura respuesta de los Reyes que enviaron a Fernando de Acuña con rigurosas instrucciones y amplios poderes: hubo destrucción de fortalezas, exilios, y ejecuciones sumarias, entre ellas, la más notable, la del mariscal Pedro Pardo de Cela (17.XII.1481). Pero no es éste el modelo, sino la excepción, de la actuación regia respecto a la nobleza.

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  • La Constitución Federal de Toro de 1883

    La Constitución Federal de Toro de 1883

    Constitución Federal de Toro (o Pacto Federal para las Provincias regionadas de León, Valladolid y Zamora) fue la propuesta constitucional de federalistas de León, Valladolid y Zamora para estas provincias, a integrar en una República Federal Española. El proyecto de constitución fue aprobado en Toro el jueves 17 de mayo de 1883. 

    Años después, en 1888, Perez Villamil manifestó deseos de que entre las provincias regionadas de León, Valladolid y Zamora se incluyera la de Palencia.​ Por tanto, el proyecto de las provincias regionadas no había caído en el olvido.

    El texto constitucional, cuya esencia era la misma que la del Proyecto General de Constitución federal, a nivel del Estado, ​estaba destinado a las citadas provincias.

    En teoría, el proyecto constituía uno de los pasos necesarios para la formación de dicha República Federal «de abajo arriba», por consentimiento soberano de las partes constituyentes, de acuerdo con la teoría del «pacto sinalagmático conmutativo y bilateral».

    El Pacto Federal Castellano (1869) fue precedente de la Constitución Federal de Toro

     

    Raimundo Pérez Villamil

    Fue un historiador y político republicano español. Fue nombrado inspector de antigüedades de la provincias de León y Palencia en 1875.

    En 1888, Pérez Villamil manifestó deseos de que entre las provincias regionadas de León, Valladolid y Zamora se incluyera la de Palencia en la Constitución Federal de Toro (17 de mayo de 1883). ​ Por tanto, el proyecto de las provincias regionadas no había caído en el olvido.

    Fue padre de María Dolores Pérez Villamil Capra.

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  • ¿Qué fue la Mancomunidad Castellana?

    ¿Qué fue la Mancomunidad Castellana?

    El 18 de diciembre de 1913 Alfonso XIII sancionó el Real Decreto de Mancomunidades Provinciales.​ A pesar de que la ley era aplicable a la totalidad de provincias españolas, finalmente solo las cuatro provincias catalanas hicieron uso de ella, formando la Mancomunidad de Cataluña.

    A raíz de la creación de la Mancomunidad de Cataluña el 6 de abril de 1914, creció en Castilla el sentimiento de alcanzar el mismo estatus político que Cataluña. Pero ya antes de la creación de la mancomunidad catalana, el 4 de enero de 1914 y a propuesta del presidente de la Diputación de Valladolid, se debatió con varias provincias «para constituir la Mancomunidad Castellana». Aquel mismo año, el 13 de julio de 1914, la Diputación Provincial de León acordó apostar por la Mancomunidad con estas palabras: «1°. La mancomunidad con el mayor número de provincias castellanas, procurando se denomine de Castilla y León: 2°. Que las Juntas generales se celebren cada año en una de las provincias mancomunadas: 3°. Que la Comisión o Consejo permanente tengan representación en él las provincias de mayor número de habitantes, y 4°. Nombrar representantes de esta Diputación a los Sres. Argüello, Gullón, Domínguez Berrueta y Presidente».

    Dos años después, en abril de 1916, el diario burgalés La Voz de Castilla abrazaba la causa regionalista castellana adoptando el subtítulo de órgano defensor del regionalismo castellano, que conservó hasta su último número en 1921.

    En 1914, el prohombre santanderino Leopoldo Pardo, en el Boletín de Comercio de Santander, se manifestaba a favor de que la antigua provincia de Santander se mancomunara con las provincias hermanas de Burgos, Salamanca, Soria, Zamora, Ávila, Segovia, Palencia, Valladolid, Santander y León.​ Años después, en 1923, José del Río «Pick» fue el mayor exponente de la tesis castellanista en Cantabria, aquella que defendía la vinculación de la provincia de Santander dentro de Castilla la Vieja con la publicación de los artículos «El problema regional: Necesidad de la provincia en Castilla la Vieja»​ y «La personalidad de Santander. Castellanos por interés y por amor».​ Sobre la integración de la provincia de Santander en la Mancomunidad, afirmaba:

    «Pero esta tendencia nuestra a la Mancomunidad de Castilla no supone ni puede suponer que nuestra personalidad regional pueda ser absorbida. La Mancomunidad Castellana, si se establece, debe ser una federación de comarcas de abolengo castellano en la que cada una conservará sus particularidades propias. Santander, asimismo, con vida regional en sí misma pero dentro de la gran familia castellana (…)».

    En 1929, Gustavo San Millán, vicepresidente de la Coral Montañesa, hizo una defensa de la castellanía de La Montaña;​ y cuatro años más tarde, en 1933, Elofredo García, alcalde de Santander, afirmó que Santander era el puerto único y natural de Castilla y el desarrollo económico castellano «el principio de la futura autonomía regional».​ Consuelo Berges Rábago también defendió la castellanía de la Montaña (Cantabria) en un artículo de 1932.

    La Diputación Provincial de Madrid, previo acuerdo tomado el 2 de diciembre de 1918 en Burgos por las diputaciones de una serie de provincias (Mensaje de Castilla), hizo una propuesta de creación de la Mancomunidad Castellana.​ Pocos días después, en enero de 1919, algunas diputaciones —las de Castilla la Vieja y León— reunidas en Segovia dieron algunos pasos para constituirse en autonomía regional y las Bases de Segovia fueron el resultado de sus trabajos.

    En aquel mismo año de 1918, el escritor y economista ciudadrealeño Francisco Rivas Moreno se mostró partidario de que Castilla formara una región. En este sentido afirmaba: «De absurda califico la afirmación de que Castilla no puede formar región porque carece de dialecto».​ El mismo autor se declaró hijo de Castilla afirmando lo que sigue: «Para los hijos de Castilla, la idea de Patria está colocada en el altar de las más puras adoraciones, y el mayor placer es ofrendarla todo linaje de sentimientos nobles y de acciones generosas, anhelosos de ver a la madre común disfrutar de grandes prosperidades».

    La creación de la Mancomunidad Castellana no prosperó, pero años después, en 1926, el burgalés Gregorio Fernández Díez se mostró partidario de la mancomunación de las provincias castellanas para acometer proyectos de interés común para ellas en su libro El Valor de Castilla.​ Sobre los trabajos de 1918 y 1919 para crear la Mancomunidad Castellana, aunque solo se trataba de una mancomunidad castellano-leonesa, dijo: «a fines de 1918, el Madrid político, el Parlamento iba ya a otorgarnos la autonomía integral, cuando las Diputaciones castellanas se levantaron proclamando que Castilla necesitaba al mismo tiempo, ni antes ni después, otro Estatuto para su autonomía»

     

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  • La Batalla de Bairén; El Cid y Pedro I de Aragón contra los Almorávides

    La Batalla de Bairén; El Cid y Pedro I de Aragón contra los Almorávides

    La batalla de Bairén se libró entre las fuerzas de Rodrigo Díaz el Campeador, en coalición con las de Pedro I de Aragón, contra los almorávides de Muhammad ibn Tasufin.

    Rodrigo Díaz, que el 17 de junio de 1094 había conquistado Valencia,​ y Pedro I de Aragón se habían reunido en junio de 1094 en Burriana para concertar una alianza a fin de hacer frente a los almorávides. En virtud de este pacto, el Cid partirá en diciembre de 1096 con ayuda de tropas aragonesas para abastecer de municiones y víveres su fortaleza del castillo de Peña Cadiella, restaurada por el propio Campeador en octubre de 1091 para dominar los accesos a Valencia desde del sur por la ruta interior en el curso de las operaciones de dominio sobre Levante que el Campeador había emprendido antes de la llegada de los norteafricanos. Cuatro años más tarde, en 1095, los almorávides controlaban Játiva y Gandía.

    Muhammad ibn Tasufin, comandante en jefe del ejército islámico, salió al encuentro de las tropas conjuntas cristianas en Játiva. Desde esa posición amenazaba al Cid y Pedro I quienes, a pesar de todo, consiguieron llegar a Peña Cadiella y abastecerla. Rápidamente, comenzaron el regreso hacia el este, tomando la ruta de la costa, pensando que era menos peligrosa que atravesar los desfiladeros situados entre Denia y Játiva, dos grandes poblaciones dominadas por los almorávides. Transcurría el mes de enero de 1097.

    Mientras el Cid y el rey de Aragón avanzaban hacia el norte, acampando en Bairén, un lugar situado pocos kilómetros al norte de Gandía, el ejército almorávide había tomado el promontorio de Mondúver (una altitud de 841 metros cercana al mar), desde donde hostigaban el campamento cidiano. Además, el general Muhámmad había conseguido llevar una flota compuesta por naves almorávides y andalusíes al mismo punto, desde donde arqueros y ballesteros islámicos combatían entre dos fuegos a las tropas cidiano-aragonesas.

    La situación parecía desesperada, pero el Cid arengó una mañana a sus tropas para conminarlas a llevar a cabo una carga frontal con toda la caballería rompiendo las filas enemigas por su centro. Al mediodía se efectuó el ataque con toda la energía posible, que sorprendió por su arrojo a las posiciones almorávides, que cedieron y posteriormente huyeron en desbandada. La desorganización de la retirada provocó que muchos guerreros musulmanes murieran ahogados en el río que tenían a su espalda o en el mar al intentar alcanzar las naves almorávides para ponerse a salvo. El ejército cristiano consiguió un gran botín en la persecución posterior a la victoria y el paso franco hacia la ciudad de Valencia.

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