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La gran batalla de Alarcos

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La batalla de Alarcos fue una batalla que se libró junto al castillo de Alarcos, situado en lo alto de un cerro junto al río Guadiana, cerca de la actual ciudad española de Ciudad Real, el 19 de julio de 1195, entre las tropas cristianas de Alfonso VIII de Castilla y las almohades de Abū Ya’qūb Yūsuf al-Mansūr (Yusuf II). La batalla se saldó con la derrota de las tropas cristianas, lo cual desestabilizó al Reino de Castilla y frenó el avance de la reconquista unos años, hasta que tuvo lugar la batalla de Las Navas de Tolosa en 1212.

En 1177 el monarca castellano Alfonso VIII conquistó Cuenca con ayuda de Aragón. Inquieto, el califa Abū Yūsuf Ya’qūb al-Mansūr pactó en 1190 un periodo de paz para frenar el avance castellano sobre al-Ándalus. Cuando expiraba el trato, recibió noticias de que habían surgido revueltas en sus posesiones del norte de África. Alfonso VIII había empezado a levantar en una elevación sobre el río Guadiana la ciudad de Alarcos, que no tenía terminada su muralla, ni aún asentados todos sus nuevos pobladores, cuando una expedición, dirigida por el belicoso arzobispo de Toledo, Martín López de Pisuerga, penetró en las coras de Jaén y Córdoba y saqueó las cercanías de la capital almohade (Sevilla). Este desafío de la fuerza castellana enfureció sobremanera a Ya’qub, quien decidió mandar todas sus fuerzas disponibles para contener al monarca castellano. El historiador Vicente Silió (1892-1972) narra cuál fue el pretexto oficial para la invasión:

En 1194, el rey Alfonso VIII cometió la imprudencia de retar a Yasub enviándole un mensaje en tono altanero, por el cual le retaba a que mandase sus tropas a batirse en España o le facilitase navíos para que los cristianos pudiesen embarcar y derrotarle en África. Hacía treinta y un años que Yasub gobernaba el Imperio almohade. Contestó al de Castilla con unas breves líneas al dorso de su mensaje: «Estas son las palabras que ha pronunciado Alá, el Todopoderoso: Me lanzaré sobre ellos, les convertiré en polvo sirviéndome de ejércitos que no han visto nunca y de cuya fuerza no podrán librarse». Leyó a sus tribus el desafío de Alfonso y escuchó en respuesta un gran clamorío, exigiendo venganza. Con un poderoso ejército salió Yasub para Algeciras.
Vicente Silió

El 1 de junio de 1195 desembarcó sus tropas en la línea de costa entre Alcazarseguir y Tarifa con su ejército almohade.4​ El emir almohade llegó hasta Sevilla, donde logró reunir un ejército de treinta mil hombres, entre caballería y peones, formado por todo tipo de mercenarios, tropas regulares, etc. Alcanzó Córdoba el 30 de junio, donde se hallaban las tropas de Pedro Fernández de Castro “el Castellano”, señor de la Casa de Castro y del Infantado de León, quien había roto sus vínculos de vasallaje con su primo el rey Alfonso VIII. Pedro Fernández de Castro era hijo de Fernando Rodríguez de Castro “el Castellano”, señor de Trujillo, que, al igual que su hijo hacía ahora, había combatido en el pasado junto a los almohades.

El 4 de julio Abū Yūsuf partió de Córdoba cruzando Despeñaperros y avanzando sobre la explanada donde se alzaba el castillo de Salvatierra, enfrente del de Calatrava. Allí se aposentaban las huestes de la Orden de Santiago, con su tercer Maestre D. Sancho Fernández de Lemos a la cabeza; y las de la naciente Orden de San Julián del Pereiro, filial de Calatrava, que luego había de denominarse definitivamente Orden de Alcántara.5​ Un destacamento de la Orden de Calatrava, junto con algunos caballeros de fortalezas cercanas que intentaron dar con las fuerzas almohades, se toparon con ellas pero tuvieron la mala fortuna de encontrar un ejército muy superior al destacamento y fueron casi exterminados por completo. Alfonso VIII se alarmó tras lo acontecido y se apresuró a reunir todas las tropas posibles en Toledo y a marchar hacia Alarcos. El monarca castellano consiguió atraer la ayuda de los reyes de León, Navarra y Aragón, puesto que el poderío almohade amenazaba a todos por igual. Esta ciudad fortaleza estaba aún en construcción y era el extremo de las posesiones de Castilla formando frontera con al-Ándalus. Era determinante impedir el acceso al fértil valle del Tajo y, por darse prisa en presentar batalla, no esperó los refuerzos de Alfonso IX de León ni los de Sancho VII de Navarra que estaban de camino. El 16 de julio el gran ejército almohade fue avistado y era tan numeroso que no llegaron a saber cuántos hombres lo formaban. Cuenta el arzobispo Rodrigo Ximénez de Rada en su De rebus Hispaniae que:

Llenó los campos de varias lenguas, pues se formaba su ejército de partos, árabes, africanos, almohades… Su ejército era innumerable y como la arena del mar la muchedumbre.

Probablemente el obispo Juan de Soria describió la batalla en la anónima Crónica latina de los reyes de Castilla / Chronica latina regum Castellae.7​Igualmente el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada.8​ También los historiadores musulmanes dieron su testimonio, en especial el granadino Ibn Abdel Halim, compilador del Rawd al-Qirtas, que apenas difiere y fue extractado por el arabista decimonónico José Antonio Conde:

Obscureciose el día con la polvareda y vapor de los que peleaban, que parecía noche. Las cabilas de voluntarios alárabes, algazaces y ballesteros acudieron con admirable constancia y rodearon con su muchedumbre a los cristianos y los envolvieron por todas partes. Senanid, con sus andaluces Cenetes, Musamudes, Gomares y otros se adelantó al collado donde estaba Alfonso, y allí venció, rompió y deshizo sus tropas infinitas, que eran más de trescientos mil, entre caballería y peones. Allí fue muy sangrienta la pelea para los cristianos y en ellos hicieron horrible matanza. Había entre ellos como diez mil caballeros de los armados de hierro como los primeros que habían acometido, que eran la flor de la caballería de Alfonso y habían hecho su azala cristianesca y jurado por sus cruces que no huirían de la pelea hasta que no quedase hombre a vida; y Dios quiso cumplir y verificar su promesa en favor de los suyos. Cuando la batalla andaba muy recia, y trabada contra los infieles [cristianos], viéndose ya perdidos comenzaron a huir y acogerse al collado en que estaba Alfonso para valerse de su amparo y encontraron allí a los muslimes, que entraban rompiendo y destrozando y daban cabo de ellos. Entonces volvieron brida y tornaron sobre sus pasos, y huyeron desordenadamente hacia sus tierras y donde podían. Entraron por fuerza en la fortaleza los vencedores quemando sus puertas y matando a los que las defendían, apoderándose de cuanto allí había y en campo de armas, riquezas, mantenimientos, provisiones, caballos y ganado; cautivaron muchas mujeres y niños y mataron muchos enemigos, que no se pudieron contar, pues su número cabal solo Dios que los crio lo sabe. Halláronse en Alarcos veinte mil cautivos, a los cuales dio libertad Amir Amuminin después de tenerlos en su poder, cosa que desagradó a los almohades y a los otros muslimes; y lo tuvieron todos por una de las extravagancias caballerescas de los reyes. (José Antonio Conde, Historia de la Dominación de los Árabes en España, sacada de varios manuscritos y memorias arábigas, 1820-1821).

Los cristianos disponían de dos regimientos de caballería: en primera línea estaba la caballería pesada (de unos 10 000 hombres) al mando de don Diego López de Haro y sus tropas, seguida después de la segunda línea, donde se encontraba el propio Alfonso VIII con su caballería e infantería.

Por parte de las tropas almohades, en vanguardia se hallaban la milicia de voluntarios benimerines, alárabes, algazaces y ballesteros, que eran unidades básicas y muy maniobrables. Inmediatamente tras ellos estaban Abu Yahya ibn Abi Hafs (Abu Yahya) y los Henteta, la tropa de élite almohade. En los flancos, su caballería ligera equipada con arco y en la retaguardia el propio Al-Mansur con su guardia personal.[cita requerida]

Ya’qub siguió los consejos del qā’id andalusí Abū ‘abd Allāh ibn Sanadí y dividió su numeroso ejército, dejando que el ğund andaluz (soldados de las provincias militarizadas) y los cuerpos de voluntarios del ğihād sufrieran la embestida del ejército cristiano y que más adelante, aprovechando la superioridad del ejército almohade, y el agotamiento del ejército cristiano, atacaría con las tropas de refresco que mantenía en reserva, la guardia negra y los almohades.9​

El califa le dio a su visir, Abu Yahya Ibn Abi Hafs, el mando de la vanguardia: en la primera línea de los voluntarios benimerín. A Abu Jalil Mahyu ibn Abi Bakr, con un gran cuerpo de arqueros y las cabilas zeneta; detrás de ellos, en la colina antes mencionada, Abu Yahya con el estandarte del califa y su guardia personal, de las cabilas Henteta; a la izquierda los árabes a las órdenes de Yarmun ibn Riyah, y a la derecha, las fuerzas de al-Ándalus mandadas por el popular qā’id ibn Sanadid. El propio califa llevaba el mando de la retaguardia, que comprende las mejores fuerzas almohades (las comandadas por Yabir Ibn Yusuf, Abdel Qawi, Tayliyun, Mohammed ibn Munqafad y Abu Jazir Yajluf al Awrabi) y la guardia negra de los esclavos. Se trataba de un formidable ejército, cuyos efectivos el rey Alfonso VIII había subestimado gravemente.[cita requerida]

La carga cristiana no se hizo esperar, fue un tanto desordenada pero su impulso fue formidable. La primera carga fue rechazada por los zenetas y los benimerín, retrocedieron y volvieron a cargar para volver a ser rechazados. Solo a la tercera carga consiguió la caballería cristiana romper la formación del centro de la vanguardia almohade, haciéndolos retroceder colina arriba, donde habían formado sus haces antes de la batalla, y causando numerosas bajas entre los benimerín (voluntarios), zenetas (que trataron de proteger al visir, Abu Yahya) y la élite Henteta donde se encontraba el visir, que cayó en combate. Las tribus Motavah y Henteta sufrieron enormes bajas, tantas, que dice el historiador granadino Ibn Abdel Halim que Allah les anticipó aquel día las delicias del martirio.10​ A pesar de la muerte del visir, el ejército almohade no vaciló y prosiguió con el ataque. La caballería cristiana maniobró hacia la izquierda para enfrentarse con las tropas de al-Ándalus al mando de ibn Sanadid, pero el ejército castellano había quedado copado en el collado de Alarcos, según el imán granadino Ibn Abdel Halim.

Tres horas habían pasado ya desde el comienzo de la batalla; era entonces mediodía, pero la polvareda levantada dificultaba la visión. El calor y la fatiga acumulada en pesadas armaduras comenzaron a debilitar la caballería pesada castellana, que se movía ya más lentamente, fieramente menguada y con dificultad. Aun tras haber sufrido numerosas bajas en las tres acometidas, los musulmanes no tardaron en reagruparse cerrando del todo la salida a la caballería cristiana en el collado del cerro de Alarcos, y haciendo uso de su caballería ligera al mando de Yarmun, rebasaron a las tropas cristianas por los flancos y empezaron a atacarlas por su retaguardia, lo que, junto a la constante y concentrada lluvia de flechas de los arqueros, que se aprovechaban de ese estancamiento,11​ y las maniobras de desgaste, acabó por encoger aún más el cerco. Fue entonces cuando Ya’qub decidió enviar el resto de sus tropas. El ejército castellano no estaba preparado para aquella nueva táctica, y finalmente se vio en la necesidad de huir admitiendo la derrota. Diego López de Haro, por su parte, trató de abrirse paso a toda costa y finalmente tuvo que refugiarse en el inacabado castillo, el cual, tras haber sido cercado por 5000 agarenos, tuvo que rendirse. Pedro Fernández “el Castellano”, cuyas fuerzas apenas habían combatido en la batalla, fue enviado por el califa para negociar la rendición. A unos pocos supervivientes, entre ellos López de Haro, se les permitió marchar, pero doce caballeros fueron retenidos como rehenes a cambio del pago de un rescate.c​ Nadie vino a pagarlo y estos caballeros fueron decapitados.

Entre los castellanos que murieron en la batalla se encontraban Juan, obispo de Ávila y Gutierre, obispo de Segovia,12​ así como Pedro Rodríguez de Guzmán y su yerno, Rodrigo Sánchez, según consta en la Crónica latina de los Reyes de Castilla al mencionar algunos de los fallecidos en dicha batalla, Petrus Roderici de Guzman et Rodericus Sancii, gener eius,13​ Ordoño García de Roa, los maestres tanto de la Orden de Santiago (Sancho Fernández de Lemus) como de la portuguesa Orden de Évora (Gonçalo Viegas). Las pérdidas también resultaron elevadas para los musulmanes. No solo el visir, Abu Yahya, sino también Abi Bakr, comandante de los benimerín (voluntarios), perecieron en la batalla, o a consecuencia de las heridas sufridas. La noticia de tan gran batalla conmovió a toda Europa.[cita requerida]

Vicente Silió escribe que «las tropas de Yasub eran tan superiores como para inducir al monarca cristiano a rehusar la pelea», pero se hallaba Alfonso VIII en la plenitud de su vida, con el vigor de sus cuarenta años, y no pensó en ningún instante retroceder ante el enemigo. Hubiera preferido morir antes que contemplar la gran catástrofe que se avecinaba. Y a fe que, si no hubiese sido por la intervención de algunos nobles que muy en contra de su voluntad le sacaron del castillo por una poterna, habría sucumbido.

Como consecuencia, los almohades se adueñaron de las tierras entonces controladas por la Orden de Calatrava; seis meses después cayó la fortaleza de Calatrava la Nueva, entonces llamada castillo de Dueñas, y llegaron incluso hasta las proximidades de Toledo, donde se habían refugiado los combatientes cristianos que habían sobrevivido a la batalla. Desestabilizó al Reino de Castilla durante años. Todas las fortalezas de la región cayeron en manos almohades: Malagón, Benavente, Calatrava la Vieja, Caracuel, etc., y el camino hacia Toledo quedó despejado. Afortunadamente para Castilla, Abu Yusuf volvió a Sevilla para restablecer sus numerosas bajas y tomó el título de al-Mansur Billah (el victorioso por Alá).[cita requerida]

En los dos años siguientes a la batalla, las tropas de al-Mansur devastaron Extremadura, el valle del Tajo, La Mancha y toda el área cercana a Toledo, marcharon contra Montánchez, Trujillo, Plasencia, Talavera, Escalona y Maqueda, pero fueron rechazadas por Pedro Fernández de Castro “el Castellano”, que tras la batalla pasó a servir al rey Alfonso IX de León, quien le nombró su Mayordomo mayor. Estas expediciones no aportaron más terreno para el Califato. Aunque su diplomacia obtuvo una alianza con el rey Alfonso IX de León (que estaba enfurecido con el rey castellano por no haberle esperado antes de la batalla de Alarcos) y la neutralidad de Navarra, ambos pactos temporales. Abū Yūsuf abandonó sus asuntos en al-Ándalus volviendo enfermo al norte de África, donde acabaría muriendo.[cita requerida]

En un audaz golpe de mano de los caballeros calatravos, solo el castillo de Salvatierra, junto a Sierra Morena, pudo ser recuperado (1198) en los diecisiete años en los que la zona estuvo en poder almohade. Quedó como una posición aislada castellana en territorio almohade, hasta que fue tomado por éstos en 1211.[cita requerida]

Sin embargo, las consecuencias de la batalla demostraron ser poco duraderas cuando el nuevo Califa Muhammed al-Nasir intentó frenar el nuevo avance hispánico sobre al-Ándalus.​ Se decidió todo en la batalla de Las Navas de Tolosa que marcó un punto de inflexión en la Reconquista y que provocaría la pérdida del control en la península por parte del Imperio almohade tan solo una década después.

La leyenda de la judía Raquel y el rey Alfonso

El autor de los Castigos del rey Sancho IV, después de 1292, da cuenta de una leyenda creada ad hoc para justificar a posteriori tan gran derrota por parte del rey de Castilla, la de la judía de Toledo Raquel o Rahel la Fermosa:

Otrosí, para mientes, mío fijo, e toma ende, mío fijo, castigo de lo que contesció al rey don Alfonso de Castilla, el que venció la batalla de Úbeda. Por siete años que viscó mala vida con una judía de Toledo, diole Dios gran llaga e grand majamiento en la batalla de Alarcos en que fue vencido e fuyó e fue mal andante él e todos los de su regno […]. E porque el rey se conosció después a Dios […] e se repintió de tan mal pecado como éste que había hecho, por el cual pecado por enmienda hizo después el monasterio de las Huelgas de Burgos de Monjas de Cistel e el Hospital. E Dios diole después buena andanza contra los moros en la batalla de Úbeda.

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