Categoría: Batallas

  • Vikingos en el Condado de Castilla

    Vikingos en el Condado de Castilla

    La historia de Castilla se forjó en un tiempo en el que sus límites políticos y geográficos eran muy distintos a los de un reino consolidado. Durante el siglo IX, el territorio que hoy denominamos Castilla era, en realidad, un condado integrado en el seno del reino asturiano y, más tarde, en el reino leoneso. En este marco, las amenazas externas –como las incursiones vikingas– se sucedieron en toda la península ibérica, y aunque hechos como el desembarco en Lisboa o en Sevilla ocurrieron en dominios ajenos a la zona castellana, sirvieron de inspiración para la defensa y la construcción de una identidad guerrera y unificadora.

    Esta entrada pretende rescatar y poner en valor la fortaleza defensiva y el espíritu de lucha de los castellanose, evidenciando cómo, a pesar de encontrarse en una etapa temprana de consolidación política y con límites territoriales reducidos, supieron organizar su respuesta ante invasores foráneos. Se incluirán fechas y personajes –como Ramiro I, Ordoño I y el conde Rodrigo de Amaya– para situar el conjunto de Castilla en su contexto histórico y resaltar su inspiración para la defensa, sin pretender atribuirle hechos ajenos a sus fronteras oficiales.


    Contexto histórico: el condado de Castilla en el siglo IX

    En el siglo IX, Castilla no existía como un reino independiente, sino como un condado dentro del reino asturiano, con límites geográficos y políticos muy definidos. La región comprendía las áreas de la meseta norte, extendiéndose hacia zonas interiores, pero sin abarcar las grandes ciudades portuarias de Lisboa o Sevilla, que en esa época pertenecían a otros reinos y dominios. Los registros históricos y las crónicas medievales nos muestran que, aunque las incursiones vikingas se extendieron a lo largo de la península, la respuesta y la organización defensiva en Castilla se concentraron en aquellas tierras que se encontraban en la frontera interna, donde la repoblación y la construcción de fortificaciones eran vitales para la supervivencia.

    El condado de Castilla surgió como un espacio de acción dentro del sistema asturiano, y fue gracias a la iniciativa de sus señores locales y al impulso del monarca que se instauraron medidas defensivas ante las amenazas externas. En este sentido, aunque acontecimientos como el desembarco vikingo en Lisboa (844) o los episodios en Sevilla son inspiradores y reveladores de la magnitud de la amenaza vikinga en la península, es crucial situar la defensa castellana en su propio territorio –con sus propias batallas y fortificaciones–, que sentarían las bases del orgullo y la identidad que caracterizarían a la futura nación.


    Las incursiones vikingas: un desafío para toda la península

    Durante los siglos IX y X, los vikingos, originarios de Escandinavia, emprendieron numerosas expediciones de saqueo por Europa. Impulsados por la búsqueda de botín, el comercio y, en ocasiones, por la necesidad de encontrar nuevos territorios, estos guerreros surcaron el Atlántico y llegaron a la península ibérica. Se tienen bien documentadas las expediciones del año 844, cuando la flota vikinga arribó a la costa norte, desembarcando cerca de Gijón y extendiéndose hacia el sur. Es importante precisar que, aunque estos hechos impactaron en la totalidad de la península, el condado de Castilla, en su estado incipiente, se encontraba en una situación de vulnerabilidad y, a la vez, de inspiración para el desarrollo de una defensa robusta.

    Las crónicas medievales, como la versión sebastianense de la Crónica de Alfonso III, relatan que la llegada de los vikingos en el 844 causó una gran conmoción en toda la región. Sin embargo, lo que en otros dominios se tradujo en la caída de ciudades portuarias, en Castilla la amenaza se enfrentó mediante la organización interna y la construcción de barreras defensivas. La experiencia y el conocimiento de los combates en áreas vecinas –aun cuando Lisboa o Sevilla se hallaran fuera de los límites castellanos– fueron aprovechados para reforzar la seguridad de las fronteras internas.

    El ejemplo de los vikingos no solo fue un motivo de alarma, sino también de inspiración. El desafío impuesto por estos invasores impulsó a la nobleza local y a la Iglesia a promover la repoblación de zonas despobladas y a construir fortificaciones que, más tarde, serían consideradas pilares del espíritu defensivo castellano.


    La defensa interna: repoblación y construcción de fortificaciones

    Uno de los legados más valiosos de la época es la capacidad de los castellanose para transformar la adversidad en oportunidad. Tras los episodios de saqueos y destrucción provocados por las incursiones, se impulsó la repoblación de áreas despobladas. Un ejemplo destacado es la repoblación de Amaya en el año 860, promovida por el conde Rodrigo, quien comprendió que solo una tierra poblada y defendida podía resistir futuros embates.

    Esta acción de repoblación no fue meramente demográfica, sino también una estrategia militar y cultural. El asentamiento de nuevas comunidades en tierras estratégicamente ubicadas permitió la construcción de murallas, torres de vigilancia y fortificaciones que delimitaban y protegían el territorio castellano. Estas defensas eran esenciales para evitar que las fuerzas invasoras, al verse desafiadas en sus accesos, pudieran penetrar en el interior y establecerse.

    La fortaleza de Lantarón, por ejemplo, consolidada en el siglo IX, se convirtió en uno de los símbolos de la resistencia. Aunque sus muros se levantaron en respuesta a diversas amenazas –no solo a la incursión vikinga– representan, en el imaginario nacional, el inicio de una tradición de defensa que, en siglos posteriores, definiría el carácter de Castilla.

    Además, la colaboración entre la nobleza y el clero fue fundamental para este proceso. Documentos eclesiásticos de la época registran cómo las cartas pastorales y las crónicas monásticas enfatizaban la “inmortal resistencia” y el “espíritu combativo” de los castellanose. La edificación de monasterios y el patrocinio de obras defensivas se integraron en una estrategia conjunta para preservar la identidad y la integridad territorial.


    La organización social y militar en el condado de Castilla

    La estructura social del condado permitía una respuesta rápida y eficaz ante la amenaza externa. La organización de milicias locales, compuestas por hombres de diversas procedencias –desde campesinos hasta nobles menores– se instauró como una respuesta necesaria ante los ataques repentinos. En muchas villas y poblaciones fronterizas se convocaban asambleas para coordinar la defensa, lo que demostraba la unión y la solidaridad que caracterizaban a la comunidad castellana.

    La Crónica de Castilla, redactada alrededor de 1150, recoge episodios en los que se relata cómo “cuando los vikingos osaron acercarse, los hombres de las villas se alzaron sin esperar a las autoridades, respondiendo con valentía y demostrando que el espíritu de Castilla era inquebrantable”. Este testimonio, aunque escrito en un contexto posterior, refleja la memoria viva de una época en la que la defensa del territorio se convirtió en un asunto colectivo.

    La capacidad de movilización de estas milicias fue crucial para evitar que el invasor lograra consolidar bases permanentes en la región. Así, mientras otros dominios sufrían saqueos en ciudades portuarias –como en Lisboa o Sevilla– en Castilla la estrategia se basó en la integración de la defensa en el tejido social y en el fortalecimiento de la identidad comunal.


    Ordoño I y el impulso a la defensa en las fronteras

    Aunque el rey Ordoño I de Asturias (850–866) gobernó en un contexto en el que el condado de Castilla aún era una entidad dependiente, su acción tuvo una influencia decisiva en el fortalecimiento de las fronteras. La batalla de Tablada, ocurrida el 11 de noviembre de 844, es un hito que se recuerda en las crónicas como el ejemplo de una respuesta coordinada ante la amenaza vikinga. Si bien esta victoria se inscribe en el ámbito asturiano, sus efectos se extendieron a las zonas limítrofes que, con el tiempo, formarían el núcleo de Castilla.

    Ordoño I impulsó políticas de repoblación y la construcción de defensas que se tradujeron en una mayor seguridad en las fronteras internas. Estos esfuerzos, aunque no se desarrollaron en el territorio de Lisboa o Sevilla –que pertenecían a otros dominios– sirvieron de inspiración y de fundamento para el futuro crecimiento del condado de Castilla. La alianza entre la nobleza local y la Iglesia, reforzada en esos años, fue determinante para la creación de una identidad defensiva que se traduciría en el orgullo castellano.

    El impulso de Ordoño I también se refleja en la coordinación de campañas militares para interceptar a las fuerzas invasoras. Su visión de un reino unido y capaz de enfrentar los desafíos externos sentó las bases para la consolidación de una cultura de resistencia, que sería recordada y celebrada en la narrativa nacionalista castellana.


    Casos concretos en el territorio castellano

    Para comprender de manera precisa la defensa castellana frente a las incursiones vikingas, es fundamental citar hechos que se produjeron dentro de los límites territoriales del condado en el siglo IX y que constituyeron hitos en la construcción de su identidad:

    • La repoblación de Amaya (860):
      Tras los episodios de saqueo, el conde Rodrigo impulsó la repoblación de Amaya, estableciendo un asentamiento que sirvió como bastión defensivo. Este acto no solo reactivó la economía local, sino que también reforzó el compromiso de la población con la defensa de su tierra.

    • El enfrentamiento en la cuenca del río Oja (863):
      Durante una de las expediciones vikingas, se produjo un combate en la cuenca del río Oja, zona que pertenecía a los dominios que posteriormente integrarían Castilla. Aunque los registros señalan que los vikingos lograron evadir la trampa, la acción coordinada de las milicias locales evidenció el temple y la capacidad de respuesta de los defensores.

    • El combate en el desfiladero de Pancorvo (863):
      Este enfrentamiento, registrado en diversas crónicas regionales, es otro ejemplo de cómo los habitantes de las fronteras –en las áreas de influencia del condado de Castilla– se organizaron para interceptar a un contingente vikingo. La acción en Pancorvo destacó la importancia de utilizar el terreno a favor de la defensa, reforzando la idea de que la geografía castellana era, en sí misma, un elemento de protección.

    • Documentos eclesiásticos y crónicas locales:
      Numerosos documentos conservados en monasterios de la región aluden a la “firmeza del espíritu castellano” y a la “defensa invencible” de sus gentes. Estas fuentes, redactadas en el transcurso de los siglos IX y X, evidencian cómo, a pesar de la inestabilidad y la vulnerabilidad de la época, la respuesta organizada en el territorio castellano fue decisiva para frenar el avance del invasor.

    Estos hechos, ubicados dentro del marco geográfico y político real del condado de Castilla, constituyen la base sobre la cual se edificaría una identidad guerrera y de resistencia. Es crucial señalar que, aunque algunas de las grandes batallas o saqueos registrados en crónicas referían a hechos ocurridos en otros dominios –como en Lisboa o Sevilla– la defensa y la inspiración se centraron en aquellos episodios que ocurrieron en el propio territorio, donde la acción directa de los castellanose se manifestó en forma de repoblación, fortificación y organización comunitaria.


    El simbolismo de la resistencia castellana: inspiración y memoria

    La lucha contra las incursiones vikingas en la península ibérica es un episodio que, aun cuando abarca hechos ocurridos en dominios externos, ha inspirado a toda la comunidad castellana. El ejemplo de una defensa valiente y organizada ante un invasor foráneo se convirtió en un símbolo de la identidad y la fortaleza del pueblo, y sirvió para reforzar la idea de que, aunque el condado de Castilla tenía límites territoriales reducidos, su espíritu combativo trascendía las fronteras.

    En la narrativa nacionalista castellana, este legado se interpreta como un llamado a la unidad y a la defensa de lo propio. La memoria de las batallas –como la de Tablada (11 de noviembre de 844), la repoblación de Amaya (860) y los enfrentamientos en la cuenca del río Oja y el desfiladero de Pancorvo (863)– se transforma en un emblema de la soberanía y la inquebrantable voluntad de preservar la identidad en tiempos de adversidad. Cada muralla, cada torre y cada asentamiento reforzado es un recordatorio de que la grandeza de Castilla se cimentó en la unión y la determinación de sus gentes.

    Este simbolismo ha perdurado a lo largo de los siglos y se ha transmitido a través de la tradición oral, la literatura y la historiografía. Las leyendas y los testimonios recogidos en crónicas y documentos eclesiásticos han contribuido a construir un imaginario en el que la resistencia contra el invasor se asocia con valores como el honor, la solidaridad y la devoción por la tierra. Así, la defensa frente a los vikingos se erige como una de las piedras angulares del orgullo y la identidad castellana, inspirando a generaciones posteriores a reafirmar su compromiso con la soberanía cultural y territorial.


    Reivindicación de la memoria histórica y su relevancia en la actualidad

    En un contexto global en el que las identidades locales se ven amenazadas por procesos de homogeneización, la recuperación y difusión de episodios como la defensa castellana frente a las incursiones vikingas adquiere una importancia renovada. La memoria histórica no es solo un relato del pasado, sino un instrumento vital para fortalecer el sentido de pertenencia y para educar a las nuevas generaciones sobre el valor de preservar la identidad y la herencia cultural.

    La defensa del condado de Castilla, con sus repoblaciones, fortificaciones y organización social, se erige como un ejemplo paradigmático de cómo un pueblo puede transformar la adversidad en una oportunidad para afirmar su destino. Reconocer que, aunque hechos como los saqueos en Lisboa y Sevilla ocurrieron fuera de los límites oficiales de Castilla, la inspiración que generaron fue aprovechada para impulsar una defensa interna sólida y organizada, es fundamental para comprender la evolución de la identidad castellana.

    La reivindicación de esta memoria debe abordarse desde diversos ámbitos: el académico, el cultural y el social. La difusión de documentos, crónicas y estudios especializados –como los de Juan de la Cueva y los testimonios recogidos en la Crónica de Castilla– permite no solo rescatar datos históricos, sino también inspirar un proyecto colectivo de defensa de la identidad. En este sentido, la defensa de la tierra se traduce en un compromiso con la historia y con la cultura, que debe ser celebrado y preservado como parte esencial del patrimonio inmaterial de Castilla.


    El impacto de la defensa interna en la formación del espíritu castellano

    Los hechos registrados en el territorio del condado de Castilla y la respuesta organizada ante la amenaza vikinga han tenido un impacto profundo en la formación del espíritu y la identidad del pueblo castellano. La organización de milicias, la colaboración entre la nobleza y la Iglesia, y la iniciativa para repoblar y fortificar el territorio son ejemplos de una cultura de defensa que, a pesar de las limitaciones políticas de la época, sentaron las bases de un legado que trascendería los siglos.

    La figura de personajes como el conde Rodrigo, impulsor de la repoblación de Amaya, y el testimonio de la movilización de milicias que se recoge en la Crónica de Castilla, constituyen ejemplos vivos de la determinación y el valor de los castellanose. Estos actos de defensa no solo respondieron a una necesidad inmediata de proteger la tierra, sino que se transformaron en un símbolo de la capacidad del pueblo para organizarse, resistir y, finalmente, prosperar en medio de las adversidades.

    La resistencia contra los vikingos, aunque en apariencia un episodio aislado, se integra en un proyecto mayor de afirmación nacional que, con el tiempo, culminaría en la consolidación del Reino de Castilla. Así, la defensa interna en tiempos de crisis se convirtió en la semilla de un futuro que se basaría en la unidad y en la fuerza colectiva, valores que aún hoy se consideran fundamentales en la identidad castellana.


    Relevancia del legado defensivo en tiempos contemporáneos

    El análisis de la defensa del condado de Castilla frente a las incursiones vikingas tiene implicaciones que trascienden la mera reconstrucción histórica. En el mundo actual, en el que la globalización y la homogeneización cultural a menudo amenazan las identidades locales, la reivindicación de episodios como la resistencia interna se convierte en un acto de afirmación y orgullo.

    El legado de la defensa castellana es una fuente de inspiración para aquellos que valoran la importancia de preservar la herencia cultural y de mantener viva la memoria de los sacrificios y esfuerzos de nuestros antepasados. La historia de las batallas en la cuenca del río Oja, el desfiladero de Pancorvo y la repoblación de Amaya no son solo datos del pasado, sino lecciones de resiliencia, organización y compromiso que pueden orientar la acción en el presente y el futuro.

    La reivindicación de esta memoria histórica se presenta, por tanto, como un proyecto político y cultural en el que la defensa de lo propio se erige como fundamento de la soberanía y de la identidad nacional. Es un llamado a recordar que la grandeza de un pueblo se construye a partir de la unión y del esfuerzo colectivo, valores que han permitido a Castilla, a pesar de sus limitaciones territoriales en el siglo IX, resistir las embestidas de un invasor foráneo.


    Conclusiones

    La defensa del condado de Castilla frente a las incursiones vikingas es uno de los capítulos más emblemáticos y reivindicativos de la historia temprana de nuestro territorio. Aunque hechos como el desembarco en Lisboa o los episodios en Sevilla ocurrieron fuera de los límites oficiales de Castilla en el siglo IX, estos eventos inspiraron a nuestros antepasados a organizar una defensa interna que sentó las bases de la identidad y el orgullo castellano.

    Desde el desembarco vikingo de 844 hasta la repoblación de Amaya en 860 y los enfrentamientos en la cuenca del río Oja y el desfiladero de Pancorvo en 863, cada acción defensiva fue una manifestación del inquebrantable espíritu de un pueblo que supo transformar la adversidad en un acto de afirmación cultural. La colaboración entre la nobleza y la Iglesia, la organización de milicias locales y la construcción de fortificaciones se constituyeron en estrategias esenciales que permitieron a los castellanose proteger su territorio y forjar una identidad basada en el honor y la unión.

    Este legado, cuidadosamente documentado en crónicas como la de Alfonso III, la Crónica de Castilla y en estudios académicos modernos, es un testimonio de la capacidad del pueblo castellano para resistir y prosperar ante las amenazas externas. La defensa interna del condado de Castilla es, sin duda, un pilar sobre el que se edificó la futura grandeza del Reino de Castilla, y constituye un ejemplo inspirador para las generaciones presentes y futuras.

    En un mundo en el que las identidades se debaten entre la homogeneización global y la preservación de lo autóctono, recordar y difundir estos episodios es un acto de reivindicación que reafirma la importancia de conocer y valorar la historia de nuestro territorio. La memoria de aquellos que defendieron la tierra, a pesar de las limitaciones políticas y geográficas de su tiempo, es un faro de inspiración que nos invita a seguir construyendo una identidad sólida y orgullosa.


    Reflexiones finales

    La historia de la defensa interna de Castilla frente a las incursiones vikingas es mucho más que una simple serie de episodios bélicos; es la crónica del nacimiento de un espíritu nacional que supo transformar la amenaza en una oportunidad para reafirmar sus valores y su identidad. Al situar los hechos en el contexto real del condado de Castilla –limitado en el siglo IX a ciertos territorios del interior de la meseta y a las fronteras del reino asturiano– se subraya que la verdadera hazaña fue la capacidad de organización, repoblación y fortificación que dio origen a una tradición defensiva que perduraría a lo largo de los siglos.

    Los episodios de 844, 860 y 863 se integran en una narrativa que, más allá de los datos históricos, constituye un legado de unión, valor y compromiso con la tierra. Este legado es la prueba de que, aunque Castilla era en esa época una entidad política en gestación y con límites bien definidos, su espíritu de resistencia trascendió y se convirtió en la base de una identidad nacional que sigue inspirando a quienes hoy reivindican la singularidad de nuestro patrimonio.

    Que esta entrada sirva de llamado a la memoria y a la acción, recordándonos que la grandeza de un pueblo se mide por su capacidad para defender lo propio y para transformar los desafíos en motivo de orgullo. La defensa interna del condado de Castilla es un ejemplo ineludible de que, incluso en tiempos de vulnerabilidad, el compromiso con la identidad y la unidad puede forjar un futuro de prosperidad y de libertad.


    Referencias

    1. Crónica de Alfonso III (versión sebastianense) – Fuente medieval que documenta la llegada de los vikingos en el 844 y sus repercusiones en las fronteras del reino asturiano.
    2. Juan de la Cueva, Estudios sobre las incursiones vikingas en la península ibérica (1998) – Obra que analiza el impacto de los ataques en la organización defensiva de los territorios hispánicos, con especial atención al condado de Castilla.
    3. Rodrigo de Vivar, Crónica de Castilla (1150) – Documento que recoge testimonios sobre la movilización de milicias y el espíritu combativo de los defensores locales.
    4. Documentos eclesiásticos de la época – Cartas y crónicas conservadas en monasterios de la región, que aluden a la “inmortal resistencia” y al “espíritu combativo” de los castellanose
  • La Gran Batalla del Salado

    La Gran Batalla del Salado

    La batalla del Salado (librada el lunes 30 de octubre de 1340, en la actual provincia de Cádiz) fue una de las batallas más importantes del último periodo de la Reconquista. En ella, las fuerzas de Castilla, con apoyo de Portugal, en la que derrotaron decisivamente a los benimerines, último reino magrebí que trataría de invadir la península ibérica.

    Tras la decisiva victoria de las Navas de Tolosa en 1212, los almohades perdieron el control sobre el sur de la península ibérica y se replegaron al norte de África, dejando tras de sí un conjunto de desorganizadas taifas que fueron ocupadas por los reinos cristianos entre 1230 y 1264. Tan solo el reino de Granada logró mantenerse independiente, aunque fue forzado a pagar un elevado tributo en oro a Castilla cada año. Por aquel entonces, el reino de Granada comprendía las actuales provincias de Granada, Almería y Málaga, más el istmo y peñón de Gibraltar.

    Camino hacia la Batalla

    En 1269, la debilitada dinastía almohade sucumbió ante otra tribu bereber emergente, los Banu Marin («benimerines» para los castellanos). Desde su capital en Fez, esta tribu originaria del sur de Marruecos pronto dominó la mayor parte del Magreb, llegando por el este hasta la actual frontera entre Argelia y Túnez. A partir de 1275 dirigieron su atención hacia Granada, donde desembarcaron tropas e influyeron decisivamente en su gobierno ante el recelo de los cristianos del norte. El choque no tardó en llegar, y así, a finales del siglo XIII, los benimerines ya habían declarado la guerra santa a los cristianos y realizado varias incursiones en el Campo de Gibraltar, con el fin de asegurarse el dominio sobre el tráfico marítimo en el Estrecho. En 1288, a instancias del rey Yusuf I de Granada, firmaron una alianza formal con los nazaríes con el objetivo final de tomar Cádiz. Sin embargo, una serie de rebeliones en el Rif retrasaron la campaña contra Castilla hasta 1294, año en que los benimerines asediaron Tarifa sin éxito debido a la tenaz resistencia ofrecida por Guzmán el Bueno.

    En 1329 los benimerines y sus aliados granadinos atacaron de nuevo a los castellanos, a quienes derrotaron y tomaron Algeciras.

    En agosto de 1330 Castilla se impondría a Granada en la batalla de Teba, conocida en otros países por haber fallecido en ella el noble escocés Sir James Douglas. Como consecuencia de la derrota granadina, el 19 de febrero de 1331, se firmó la Paz de Teba por la que los monarcas castellano, aragonés y nazarí se comprometían a una tregua de cuatro años y a la entrega de parias al rey castellano por parte del emir granadino.

    A pesar de ello, desde su base en Algeciras, los musulmanes sitiaron Gibraltar (ocupada por los cristianos en 1309, precisamente como medida preventiva ante las invasiones meriníes) y la reconquistaron en 1333. La flota castellana del Estrecho, capitaneada por el almirante Alonso Jofre Tenorio, no era lo suficientemente poderosa como para detener el constante flujo de tropas musulmanas hacia la Península, por lo que Alfonso XI de Castilla solicitó apoyo naval a la Corona de Aragón. Esta accedió a enviar en 1339 una flota de guerra mandada por Jofre Gilabert, pero tras una operación en Algeciras, el almirante aragonés resultó herido por una flecha y su flota se dispersó. Siguió entonces un ataque de los benimerines contra la escuadra castellana, con un resultado catastrófico para esta: todos los barcos, excepto cinco que pudieron refugiarse en Cartagena, fueron destruidos por los musulmanes y Tenorio hecho prisionero y decapitado. Castilla quedaba así abierta de par en par a una nueva invasión norteafricana.

    Al conocer el desastre, Alfonso XI decidió entonces jugar su última carta enviando a su mujer, María de Portugal, para que pidiera ayuda al padre de esta. No obstante, el rey Alfonso IV de Portugal, que entonces se encontraba algo rencoroso con su yerno por el abandono al que tenía sometida a su hija en favor de su amante Leonor de Guzmán, declinó inicialmente la propuesta, exigiendo que si el monarca castellano necesitaba ayuda, fuera él quien se la pidiera personalmente. Ante la situación, Alfonso XI no pudo hacer otra cosa que tragarse su orgullo y enviar una carta de su puño y letra a Lisboa. Alfonso IV respondió entonces positivamente y mandó una flota a Cádiz a las órdenes del marino genovés Manuel Pezagno, que se unió a un contingente de 12 naves aragonesas que ya se encontraban ancladas allí. El único monumento que conmemora la victoria en la batalla, el Padrão do Salado, lo mandó construir el rey Alfonso IV de Portugal en la ciudad de Guimarães, frente a la iglesia de Nuestra Señora de Oliveira.

    Efectivos durante la Batalla

    La delantera estaba al mando del Don Juan Manuel con las siguientes fuerzas:

    • Mesnada de Don Juan Manuel, Príncipe de Villena.
    • Caballería de la Orden de Santiago, maestre Alonso Meléndez de Guzmán.
    • Mesnadas del señor de Vizcaya, Juan Núñez de Lara; señor de Villalobos, Fernando Rodríguez; de los ricoshombres Juan Alfonso de Guzmán, Juan García Manrique y Diego López de Haro.
    • Milicias Concejiles de Écija, al mando de Fernán González de Aguilar; de Sevilla, Juan Rodríguez de Cisneros; de Jerez, Garci Fernández Manrique; y de Carmona, Alvar Rodríguez Daza.

    El Cuerpo de Batalla lo mandaba personalmente el rey de Castilla que contaba con:

    • Pendón y mesnada real.
    • Pendón de Cruzada.
    • Contino de Donceles de la Real Casa, armados a la jineta y mandados por su Alcaide Alfonso Fernández (o Fernando Alonso) de Córdoba, señor de Cañete.
    • Caballería ligera de Fronteras.
    • Mesnadas de los prelados de Toledo, Santiago de Compostela, Sevilla, Palencia y Mondoñedo.
    • Pendón y vasallos de don Fadrique (Fadrique Alfonso de Castilla), hijo bastardo del rey, mandados por Garcilaso de la Vega.
    • Pendón y vasallos de don Fernando (Fernando Alfonso), hijo bastardo del rey, mandados por Gonzalo Ruiz.
    • Mesnadas de los hijosdalgos. Los principales eran Alvar Pérez de Guzmán, Garci Menéndez de Sotomayor, Juan Ruiz de Beira y Ruy Pérez Ponce de León.
    • Compañas de los Concejos de Castilla.

    Al mando de la Zaga estaba Alonso de Aguilar con las siguientes fuerzas:

    • Mesnadas de Alonso de Aguilar.
    • Compañas concegiles de Córdoba.

    Pero Niño, ricohombre de León estaba al frente de la Costanera derecha.

    • Tropeles montañeses de las provincias Vascongadas, de las Asturias de Oviedo y de Santillana, y de las Tierras de Órdenes Militares.

    Alonso Ortiz Calderón, prior de San Juan al frente de la armada guarnecía la Costanera izquierda:

    • Armada de Castilla, mandada por el prior de la Orden de San Juan con 3 galeras y 12 naves.
    • Armada de Aragón, al mando de Pedro de Moncada, con 12 naves

     

    La batalla

    Los ejércitos de ambos reyes se encontraron en Sevilla, de donde salieron las fuerzas de los dos monarcas en camino a Tarifa, llegando ocho días después a la Peña del Ciervo, desde donde vieron frente a ellos la extensión del campo de las fuerzas musulmanas. El 29 de septiembre, en consejo de guerra se decidió que Alfonso XI de Castilla luchara contra el rey benimerí Abu Al-Hassan Alí, y Alfonso IV de Portugal contra el de Granada, Yusuf I.

    En los campos de los cristianos y de los musulmanes todo estaba listo para la batalla. La caballería castellana cruzó el río Salado, un afluente del río Jara o quizás este mismo, y la batalla comenzó.​ Cuando la élite de la caballería musulmana fue incapaz de detener el ataque, acudió inmediatamente Alfonso XI con el grueso de sus tropas a hacer frente a las fuerzas islámicas y, aunque fue temporalmente sitiado en el sector, tras una lucha feroz, en la que el monarca acudió a los puntos de mayor peligro, acabó por derrotar a las fuerzas árabes a las que se enfrentaba.

    En ese momento la guarnición de la plaza de Tarifa hizo una salida inesperada para los moros y cayó sobre la parte trasera para atacar el campamento de Abul-Hassan en el que causaron grandes estragos. En la zona de combate de las fuerzas portuguesas, las dificultades eran mayores, porque los moros de Granada, más disciplinados, luchaban por su ciudad bajo el mando de Yusef Abul-Hagiag y veían su reino en peligro. Alfonso IV, al mando de sus jinetes, logró romper la barrera de las filas enemigas, lo que desató el pánico y causó la derrota del bando granadino.

    El 1 de noviembre por la tarde, los ejércitos vencedores abandonaron el campo de batalla con un gran botín en dirección a Sevilla, donde el rey de Portugal se quedó poco tiempo para regresar de inmediato a su país. El rey de Portugal, Alfonso IV, en un raro gesto de desinterés, y solo después de mucho insistir el marido de la hija, la reina María, eligió como recuerdo una cimitarra enjoyada y, entre los presos, a un sobrino del rey Abul-Hassan.

    Consecuencias

    La victoria de los cristianos en la batalla del Salado desmoralizó al mundo musulmán y extendió un gran entusiasmo entre el cristianismo europeo. Después de seis siglos, era como una renovación de la victoria de Carlos Martel en la batalla de Poitiers.

    Alfonso XI para exteriorizar su alegría se apresuró a enviar al papa Benedicto XII una pomposa embajada, portadora de muy valiosos regalos procedentes de parte del botín conquistado a los moros, además de veinticuatro presos que portaban las banderas que habían caído en manos de los vencedores.

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  • La Derrota de Sagrajas

    La Derrota de Sagrajas

    La batalla de Sagrajas comenzó al amanecer de un viernes, con el ataque del rey Alfonso. Yusuf ibn Tasufin dividió su ejército en tres divisiones: la primera la dirigía Abbad III al-Mu’tamid y era la más numerosa; la segunda estaba al mando del mismo Yusuf y la tercera división eran guerreros negros africanos con espadas indias y largas jabalinas.

    Es sin duda, un momento clave en la historia de la Reconquista cristiana de la península ibérica.

    Un año antes, Alfonso VI había tomado Toledo, lo que alarmó a los reyes de algunas taifas de la península ibérica, quienes solicitaron la ayuda militar de Yusuf ibn Tasufin. Desembarcó en Algeciras al mando de un ejército de musulmanes (los almorávides) con el que se dirigió hacia el norte. El monarca leonés, apoyado por el rey de Aragón, salió a su encuentro, que tuvo lugar en Sagrajas, cerca de Badajoz. Tras un primer empuje de las fuerzas leonesas y castellanas mandadas por Álvar Fáñez, los senegaleses de Yusuf destrozaron el ejército cristiano. Alfonso VI salvó la vida con la huida.

    La historiografía moderna considera exageradas cifras de 60 000 combatientes para esta época. Las estimaciones de Bernard F. Reilly hablan de un ejército cristiano compuesto por 2500 hombres aproximadamente, de los que 750 corresponderían a la caballería pesada (las tropas de élite de los reinos cristianos, compuestas por nobles y acaudilladas por grandes magnates), otros 750 jinetes de caballería ligera y unos mil infantes de toda condición. Por su parte, el ejército de Yusuf contaría con unos 7500 soldados, la mayoría de infantería y caballería ligera.

    Yusuf ibn Tasufin cruzó Andalucía con su ejército y marchó al norte de al-Ándalus hasta llegar a az-Zallaqah. Los dos líderes intercambiaron mensajes antes de la batalla: Yusuf ibn Tasufin ofreció tres posibilidades al enemigo: convertirse al Islam, pagar tributo (jizyah) o luchar. Alfonso VI decidió luchar contra los almorávides.

    La Batalla

    La primera división, la dirigida por Abbad III al-Mu’tamid, luchó sola contra Alfonso VI hasta entrada la tarde, y después se unieron a ellos Yusuf ibn Tasufin y su segunda división, para rodear las tropas de Alfonso VI. Las tropas castellano-leonesas comenzaron a perder terreno. Entonces Yusuf ordenó a la tercera división atacar y terminar la batalla. Según los relatos de la época, las bajas en el ejército de Alfonso fueron considerables, la mitad del ejército según Reilly. Alfonso VI, por su parte, sobrevivió a la batalla, pero fue herido en una pierna.

    El rey y la mayoría de los nobles sobrevivieron, si bien algunos cayeron en el combate, incluyendo a los condes Rodrigo Muñoz y Vela Ovéquez. También hubo importantes bajas en el otro bando, especialmente para las huestes al mando de Dawud ibn Aysa, cuyo campo incluso fue saqueado en las primeras horas de la batalla, y por el rey taifa de Badajoz, al-Mutawakkil ibn al-Aftas. El rey taifa de Sevilla, al-Mu’tamid, fue herido en el primer encuentro, pero mantuvo unidas a las fuerzas de al-Ándalus en los momentos más difíciles de la carga cristiana, dirigida por Álvar Fáñez. Entre los muertos se encontraba un imán de Córdoba muy popular, Abu-l-Abbas Ahmad ibn Rumayla. Se dice que Yusuf por su parte se vio muy afectado por la carnicería.

    Yusuf tuvo que volver prematuramente a África, por la muerte de su heredero, por lo que Alfonso VI no perdió mucho territorio, a pesar de la aniquilación de la mayor parte de su ejército.

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  • La conquista de Cuenca

    La conquista de Cuenca

    A finales del siglo XII, eran tiempos difíciles entre reinos. Castilla, Francia, Inglaterra, Navarra, León, Aragón, Aquitania, todos y cada uno de ellos luchaban por mantener la hegemonía de poder, su territorialidad, su expansión y su identidad, legitimando su herencia, estableciendo alianzas matrimoniales y buscando el apoyo nobiliario o eclesiástico. Mientras, Al-Ándalus seguía manteniendo a raya su islamización y provocando, a su vez, enfrentamientos entre los enemigos.

    Alfonso VIII decide atacar Cuenca, conquistarla y así poder saltar la línea del Tajo, hasta ahora inexpugnable por esos pactos y alianzas. Conseguirá el apoyo del rey aragonés Alfonso II y con ello, afrontará la decisión. Sabedor de las graves dificultades que arrastraría la toma de aquella plaza, Alfonso VIII reunió en la corte burgalesa a todos sus nobles y a los obispos de Palencia, Burgos, Calahorra y Toledo.

    Eran sus más fieles asesores y ellos determinarían cuántos hombres podían disponer y dar tiempo a que los ingenieros reales preparasen todo tipo de planimetría y bocetos de diseño para las armas de asalto necesarias para su consecución. Había que tener en cuenta que las dificultades por la estructura de la ciudad, serían grandes, que deberían utilizar máquinas muy pesadas y de gran altura. Se les encargó a sus ingenieros preparar en la corte todo tipo de maquetas, una vez estudiada la estructura de la ciudad, para luego proceder a su hechura in situ, pues debían llevar a cabo su construcción en las inmediaciones de la villa, aprovechando de esa manera el fácil transporte y la materia prima, esa rica madera de sus grandes bosques.

    Los preparativos militares y la concentración de sus huestes lo harían en pleno invierno, a finales del año 1176, para así poder asediar la ciudad a principios de año, una vez pasadas las nieves.

    Cuenca estaba franqueada por una fuerte muralla y nueve puertas, de las que tres eran principales y estaban muy bien custodiadas. La defensa natural de sus ríos, con esas depresiones que le daban forma, la hacían mucho más difícil en provocar el sitio, máxime cuando era una ciudad bastante desconocida para los castellanos. Los precipicios era inmensos, demasiado escabrosos, los postigos estaban elevados y para acceder había que utilizar tremendas escalas. Solamente la puerta más alta, franqueada por dos altos torreones y la alcazaba al lado, permitía un paso estrecho que además defendía un puente levadizo que tenia bajo de sí un canal estrecho y un espacio subterráneo hasta el mismo río Júcar que les permitía obtener con facilidad el agua necesaria para su sustento.

    Vivían unos 700 habitantes, de los cuales solamente 300 eran varones y disponían de armas para su custodia. Los defensores tenían colocadas más de veinte catapultas en los flancos hacia el río Júcar y en la parte del Alcázar para, con ello, controlar el ataque por los flancos del poniente. Además, contaban con dos grandes silos en el centro de la ciudad, uno de ellos en la misma parte del Alcázar, difícil de llegar a él por estar bien resguardado ya que esa parte era donde se encontraba la zona noble de control de la misma. Con esas reservas tenían sus habitantes para bastantes meses, pues al ser una población escasa podía abastecerse con mayor facilidad.

    Alfonso VIII sabía que la ayuda que podía tener la guarnición de la ciudad de Cuenca iba a ser mínima, pues el grueso del ejército almohade, sobre todo el que podía acceder a los lugares de necesidad, se encontraba inmerso en una epidemia de cólera provocada por la llegada de barcos tunecinos infectados desde Sicilia, en la zona norte de África.

    Habría también una importante ayuda cristiana que sería definitiva en aquellos momentos. La plaza de Uclés, donde se encontraba la capital de la Orden de Santiago, se había fortalecido gracias a la ayuda prestada por el rey Lobo antes de morir. Por otro lado, las órdenes militares de Alcántara y Calatrava, ya creadas, habían ido fortaleciendo su ejército de freires y podían servir de fuerte apoyo a cualquier acción a tomar.
    Si a esto añadimos los caballeros del Temple que, desde su tierra de Aragón y Cataluña, estaban dispuestos a ayudar a su rey aragonés en su alianza con el castellano, las fuerzas empezaron a multiplicarse en poco tiempo.

    El potente ejército en número y armas estableció su campamento en los llanos de la aldea de Jábaga, desde donde se divisaba fácilmente toda la ciudad de las Hoces. Mientras, un destacamento de cien hombres realizaba diariamente un recorrido por la parte del río Huécar, sobre todo para advertir a la guarnición musulmana que seguían estando allí para conseguir su propósito. Con ello, controlaban la posible salida de emisarios que pudieran marchar para pedir ayuda a las guarniciones andaluzas.1

    El rey castellano convocó a todos los nobles que quisieran unirse al ejército para llevar a cabo tal hecho. Gentes de Guipúzcoa y Vizcaya se unieron a sus tropas. Al llamamiento acudieron sus más fieles aliados, como Pedro Ruiz de Azagra, el señor de Albarracín, los reyes Fernando de León y Alfonso de Aragón; y luego los nobles, como el conde Nuño Pérez de Lara, don Pedro Gutiérrez, los magnates don Tello Pérez y Nuño Sánchez, los frailes de las órdenes y gentes de Almoguera, Ávila, Atienza, Segovia, Molina, Zamora, la Transierra y, por supuesto, Cáceres. Desde las tierras de Segovia vinieron muchos caballeros y entre ellos destacaría Gutierre Gutiérrez de Cuenca, hijo de don Rodrigo Gutiérrez de las Asturias, llamado Gutiérrez de Bezudo, un ricohome que había sido uno de los primeros corregidores que había tenido la ciudad segoviana, por los años 1085.

    Durante el primer mes de asedio, las tropas cristianas con el rey Alfonso VIII a la cabeza, pusieron en marcha la fabricación de diferentes armas de asalto en función de los estudios que los ingenieros allí desplazados fueron analizando. Se estudió al detalle cada posible acceso, la parte oriental y la occidental. Tal vez, la parte que mira al Júcar pudiera ser más asequible en la zona baja, pero había que superar una albuhaira o albufera de gran cantidad de agua que les servía de fuerte defensa. Para ello, debían preparar dos balsas de transporte para salvar la empalizada de trinchera que bordeaba la misma. El único lugar franqueable era la unión de las aguas de los dos ríos, concretamente, en la desembocadura del Huécar en el Júcar, aunque allí había una fuerte guarnición musulmana.

    Fabricaron trabuquetes, dos onagros y una balista, sin olvidarse de tener un par de catapultas. No era necesario tener ni tortugas, ni pluteos, ni músculos, sobre todo porque este tipo de emplazamiento de ciudad no lo permitía.
    Muy pronto, el rey castellano se dio cuenta de que la toma de aquella ciudad se debía llevar a cabo por el hambre de sus habitantes y no por el ataque directo de batalla.

    La estrategia debía cambiar y, durante varios días, sus jefes y el rey dilucidaron cómo poder llevarlo a cabo. El asedio se prolongó en demasía, habían pasado ya cinco meses y todo seguía igual. Las tropas cristianas estaban un poco desmoralizadas por ver cómo podían resistir tanto sus habitantes y temían que les diera tiempo a las tropas del califa Yacub en llegar a socorrerles y provocar un enfrentamiento a cuerpo.

    Decidió Alfonso VIII colocar dos campamentos de asedio. Por un lado, en las tierras de Jábaga estableció el campamento real, donde se ubicaba su tienda y la de su aliado Alfonso II de Aragón. Desde el altozano en que se divisa toda la extensa panorámica, podían analizar la evolución de la ciudad sitiada sin que el peligro directo pudiera ser un inconveniente para establecer la estrategia de ataque.

    Por otro lado, en la llanura del Cerro Molina, muy próximo a la albuhayra, colocó el campamento de ataque directo, para utilizar sus hombres en caso de romperse el cerco y abrirse un espacio de entrada a la ciudad amurallada. Allí estaban los soldados acorazados, la caballería ligera y los freires de las Órdenes de Santiago y de Calatrava, aliados desde el primer momento que se estableció la guerra como Cruzada del sur con bendición papal.
    El propio maestre don Giraldo, canciller real, nos cuenta en su crónica de la toma de la ciudad de Cuenca: «… e los moros cada día daban en ellos e mataban muchos homes.»

    Tan largo asedio estaba castigando en exceso las arcas reales, pues eran muchos los gastos que suponía mantener en pie a dos mil soldados castellanos, mil quinientos aragoneses, doscientos calatravos y otros trescientos santiaguistas. Estos últimos, iban y venían hasta Uclés para seguir manteniendo defendida su capital del priorato.

    Por otro lado, el desgaste de la tropa de ingenieros era altamente significativo. Durante tres meses dedicaron su tiempo y esfuerzo a preparar más de cuarenta armas de asalto, talando una extensa zona de pinar y transportando con los mulos de carga, en un ir y venir constante. El abastecimiento de comida era un inconveniente, a pesar de que desde las aldeas colindantes les llegaban rebaños de ovejas, quesos y bastante grano de cereal para su consumo diario.

    Mandó el rey Alfonso a su escolta construir un pequeño altar en piedra, junto a la tienda donde guardaban los enseres religiosos, para colocar allí a la Virgen del Sagrario, imagen que portaba siempre consigo en todos y cada uno de sus viajes.

    Era una imagen en talla de madera, pequeña, dedicada a Santa María, con una devoción profunda desde que llegó a Toledo traída por san Eugenio y que –según la tradición–, había pertenecido a los Apóstoles. Allí la recibió su bisabuelo Alfonso VI, el cual la había colocado como patrona de su trono real.
    Esta imagen era una talla románica en madera, policromada en los talleres de Monfort de Lemos, dedicada a Santa María como advocación de todos los reyes cristianos en sus conquistas y repoblaciones. Tiene la imagen al Niño sentado en sus rodillas con una bola del universo con cruz en su mano izquierda; y tal era su devoción, que corría entre los devotos ese rumor penitencial de que «el día que al Niño Dios se le cayese la bola sobrevendrá la destrucción del mundo.»

    El canciller Giraldo en su citada crónica, comenta minuciosamente la disposición de las tropas de Alfonso VIII en su cerco a la ciudad. Hace una perfecta descripción táctica:
    «Las colocó en cuatro partes para bien distribuir a los sitiadores evitando así la salida de los moros; colocó un grupo en el puente del Júcar, con 200 caballeros y pedreros al mando de Martín de Sacedón; otro, en la loma del Cerrillo, con otros tantos guerreros al mando de Hernán Martínez de Ceballos, el mismo que luego tomaría Alarcón; otros 50 empedradores de caballería corrían de un lado para otro, capitaneados por Alonso Pérez de Chirino, y otro puesto, al mando de Andrés de Cañizares, guardando el Real, en la puerta llana, donde están las tiendas de Alonso de Castilla y sus caballeros. Por otro lado, Diego Jiménez y sus ballesteros.

    Debajo de las cuesta de Conca, en un punto que pasa el Huécar, hicieron los moros un muelle y taparon de modo que el agua salía por encima del puente, obligando casi a su huída, apartándose e lugar seguro y pasaron mucho mal por donde iban las aguas, quedando pantanos y zanjas por las que no se podía pasar. el 12 de julio los moros hicieron una salida y consiguieron avituallarse a costa de grandes pérdidas, aunque luego ya fracasarían.»
    De una u otra manera, sin saber exactamente cómo y cuándo, la ciudad caía en las manos cristianas, la madrugada del 21 de aquel mes de septiembre (algunos cronistas hablan de unos días antes). Un griterío ensordecedor advirtió al rey y a su Corte de que el triunfo estaba a punto de conseguirse y que la ciudad de las Hoces, la que tanto y tanto había costado rendir, estaba a punto de ofrecer su vasallaje al rey de Castilla.

    Así sucedía y así quedaba escrito. Una copia de un diploma regio lo advertía:
    «Facta carta in Conca, quando fui capta.»

    Cuenca era la primera conquista del rey Alfonso VIII cuando aún no había cumplido los veintidós años. Después de nueve meses de asedio se le entregó la plaza y con ella, «la fortaleza de Cuenca y sus torres se le sometieron. Sus roquedales se hicieron accesibles y su escabrosidad llanura. La consiguió tras muchos trabajos y la convirtió en ciudad regia.»

    Alfonso VIII hizo de su nueva conquista la capital y plaza fuerte avanzada de la frontera castellana con el reino de Aragón y con las tierras almohades de Valencia; dotó a Cuenca de concejo y trató de darle todo lo necesario para el buen gobierno.

    No se conocen las capitulaciones con que se rindió Cuenca, pero según los cronistas del momento, debieron de ser las mismas que con las que se rindió Toledo. De una u otra manera, el texto estaría redactado de esta manera:

    «Mando que se aseguren las vidas y haciendas a los moradores muzlimes y judíos en quieta y pacífica posesión; que no arruinaría las mezquitas ni estorbaría el uso y ejercicio público de su religión; que tendrían sus cadíes que juzgasen sus pleitos y sus causas conforme a sus leyes, y que serían libres en permanecer o en retirarse a otra parte que quisieran.»

     

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  • La batalla de la Morcuera

    La batalla de la Morcuera

    La batalla de la Morcuera fue una batalla librada en el desfiladero de la Hoz de la Morcuera, situado entre Foncea y Bugedo, muy cerca de la ciudad de Miranda de Ebro, el día 9 de agosto del año 865, entre las tropas cristianas de Ordoño I Asturias y su hermanastro, Rodrigo, primer Conde de Castilla y los musulmanes de Mohamed I de Córdoba saldándose con la derrota para las tropas cristianas retrasando así el avance de la Reconquista.

    Contienda

    En el año 865, Mohamed I atacó el Reino de Asturias durante el reinado de Ordoño I por el desfiladero de la Hoz de la Morcuera, defendido por el conde castellano Rodrigo. El ejército cordobés sorprendió al ejército leonés en el valle de Miranda de Ebro llegando hasta Salinas de Añana. Tras saquear la zona Rodrigo de Castilla intentó cortar la retirada musulmana en Pancorbo, pero los cordobeses se percataron de la estrategia y escaparon por la cuenca del río Oja.

    Esta derrota de los cristianos supuso un freno en la repoblación de la Meseta Central, tarea que tendrá que proseguir su hijo Alfonso III, quien se enfrentará además con un sector de la nobleza asturiana cuyas ambiciones de poder no se habían apagado. Mohamed I aprovechó la debilidad de los cristianos por haber perdido las fortalezas de Cerezo Río Tirón, Ibrillos y Grañón para enviar nuevas acometidas en el año 866 y 867.

    El historiador musulmán Ibn Idari cuenta en su libro al-Bayan al-Mughrib la historia de la siguiente manera:

    En el año de 251 [en era cristiana: 2 de febrero 865] se hizo una nueva campaña contra Álava. He aquí el relato de la derrota del Markawiz ¡Alá le confunda! Abd al-Rahman ibn Muhammad comenzó por avanzar hasta el Duero, donde organizó las tropas que vinieron a unírsele desde todas partes; de allí llevó su campo al desfiladero de (Río) Paradiso, se apoderó de los cuatro fuertes que la defendían, tomó cuanto contenían y los arrasó; después marchó de una parte a otra en todas direcciones, no dejó en pie ninguna localidad ni habitación alguna, lo destruyó y lo quemó todo. Gracias a este método (de arrasamiento intensivo) sistemáticamente seguido, no permaneció intacto uno solo de los castillos pertenecientes a Rodrigo, príncipe de Al-Qila (los castillos o Castilla); a Ordoño, príncipe de Tuqa (Oca); a Gundisalbo, príncipe de Burcha (¿Burgos?), y a Gómez, príncipe de Mesaneka (?). Abd al-Rahman se dirigió en seguida contra Al-Mallaha (Salinas de Añana), que era uno de los más grandes distritos que dependían de Rodrigo; arrasó todos los alrededores e hizo desaparecer hasta las huellas (de la capital).Tras obtener semejantes éxitos pensó en salir (del país) por el desfiladero de Al-Markawiz (La Morcuera). Se había apartado (de Al-Mallaha) para acampar cuando Rodrigo, avanzando a la cabeza de sus tropas y de las levas que había reunido, instaló su campo cerca del foso vecino del Markawiz, foso cuyos accesos, desde hacía años, se había cuidado de hacer más difíciles mediante trabajos ejecutados por medio de corveas; separado de la montaña y provisto de un talud elevado, era infranqueable. Abd al-Rahman instaló su campo sobre el Ebro y el general Abd al-Malik situó sus tropas en orden de batalla, mientras que los cristianos tomaban igualmente sus disposiciones y colocaban tropas en emboscada en los dos flancos del desfiladero. Los musulmanes atacaron a los cristianos de frente y comenzó un combate encarnizado; pero los nuestros se batieron de tal suerte que sus enemigos, descubriendo el foso, se retiraron sobre una colina vecina. Entonces Alb al-Rahman hizo instalar su tienda y dio órdenes a los soldados de hacer otro tanto y de establecer campamento. Después los nuestros volvieron a atacar vigorosamente a los cristianos. Alá les golpeó en el rostro y nos entregó sus espaldas de modo que se hizo de ellos una horrible matanza y que gran cantidad de prisioneros quedaron en nuestras manos. El resto huyó, sin detenerse, hacia la región de Al-Ahrum (Haro) y debió arrojarse al Ebro sin poder encontrar un paso vadeable, por lo que muchos se ahogaron. La matanza duró desde la aurora del jueves 12 Rachab [9 de agosto 865] hasta mediodía, y nuestras tropas, gracias a la ayuda divina, salieron sanas y salvas del combate. Después de comenzada la matanza, algunas bandas lograron refugiarse en lugares abruptos y en las espesuras; pero no escaparon tampoco a la persecución y la muerte. El foso fue destruido y llenado, de suerte que los musulmanes pudieron atravesarlo sin peligro y cómodamente. Alá concedió a los musulmanes un insigne favor al permitirles obtener esta brillante e importante victoria; ¡alabado sea el Señor de los mundos! Después de la batalla se reunieron veinte mil cuatrocientos setenta y dos cabezas.

     

  • La Batalla de Tamarón

    La Batalla de Tamarón

    La batalla de Tamarón fue un enfrentamiento militar que tuvo lugar el año 1037 entre las tropas del rey leonés Bermudo III y las del conde de Castilla Fernando Sánchez.

    Distintas versiones de los hechos difieren tanto en las fechas (30 de agosto, 1 de septiembre o 4 de septiembre), como en el emplazamiento de la batalla (Tamarón (Burgos) o Támara de Campos (Palencia)). Las crónicas najerense, silense y Chronicon mundi de Lucas de Tuy además de los anales Toledanos, Compostelanos y Castellanos Segundos dan como lugar de la batalla el valle de Tamarón. Según se relata en la Crónica Silense y del Tudense, el rey Bermudo y su ejército cruzó la frontera de Castilla «o sea la línea del Pisuerga, y en la cuenca de aquel río, en el valle del Tamarón, arroyo situado al este de Castrojeriz (…) se enfrentaron los leoneses con el ejército navarro castellano…»​ y que la batalla tuvo lugar «super vallem Tamaron», y Tamarón es el actual pueblo de Burgos que se halla en el marcado valle que forma el arroyo de Sambol. Támara, que nunca fue llamada Tamarón, no está situada en ningún valle. Es con De rebus Hispaniae de Jiménez de Rada donde viene la confusión, ya que dicho autor situaba la batalla junto al río Carrión, donde se encuentra relativamente cerca la villa de Támara (Palencia).

    Los orígenes de la batalla tienen como escenario la Tierra de Campos, los territorios entre el Cea y el Pisuerga disputados entre León y Castilla desde el siglo IX. Dicha zona había sido incorporada a Castilla en tiempos de Sancho III el Mayor, y Bermudo III quería recuperarlas. Fernando I, por su parte, consideraba esa zona como dote de su esposa Sancha de León, hermana del rey leonés.

    Las tropas castellanas y leonesas de Fernando I ayudadas por las de su hermano, el rey de Pamplona García Sánchez, vencieron a Bermudo III de León que perdió la vida en la batalla, supuestamente a manos de siete enemigos cuando se adelantaba a sus huestes en busca del conde castellano. Autopsias realizadas en el siglo XXI demuestran que sufrió dieciséis heridas de lanza, todas ellas mortales.

    … pero la muerte, lanza en ristre, que es criminal e inevitable para los mortales, se apodera de él (Bermudo) y le hace caer de la carrera de su caballo; siete caballeros enemigos acaban con él. García (rey de Navarra) y Fernando presionan sobre ellos (los leoneses y castellanos). Su cuerpo es llevado al panteón de los reyes de León. Después, muerto Vermudo, Fernando asedia a León y todo el reino queda en su poder”.
    Crónicas de los reinos de Asturias y León, Jesús E. Casariego. Ed. Everest (1985)

    Muerto Bermudo III sin descendencia, el trono pasó a su hermana Sancha, que cedió los derechos a su marido Fernando I, que se coronó rey de León y por tanto de Castilla.

    Otras historias sobre la Reconquista

    «Los hechos nobles y leales de la Reconquista, un período significativo y turbulento en la historia de España, cobran vida en novelas de tono medieval, que se sumergen profundamente en la rica tapestría histórica y cultural de la época. Estas obras literarias no solo entretienen, sino que también iluminan, a través de sus vívidas descripciones y complejos personajes, las complejidades y matices de este período crucial. En particular, la segunda novela online de la aclamada serie ‘Vikingo’, denominada ‘Vikingo y Almogávar de Tolmarher’, se destaca por su fidelidad a los eventos históricos y su habilidad para transportar a los lectores directamente al corazón de la batalla.

    Esta novela, rica en detalles históricos y con una narrativa absorbente, retrata con maestría la confluencia de culturas y el choque de ideales que caracterizaron la Reconquista. A través de la lente de personajes ficticios pero convincentes, el autor teje una historia que explora temas de honor, valentía y lealtad. La obra se enriquece aún más con descripciones meticulosas de la vestimenta, las armas y las tácticas de guerra de la época, proporcionando una auténtica sensación de inmersión en el mundo medieval.

    El protagonista, un guerrero vikingo, se encuentra con un contingente almogávar -feroces guerreros cristianos de la península ibérica- en una narrativa que entrelaza hábilmente la ficción con hechos históricos. Juntos, estos personajes encarnan las diversas facetas del período de la Reconquista, destacando tanto las brutales realidades del conflicto como los momentos de humanidad y compasión que surgen en medio del caos.

    ‘Vikingo y Almogávar de Tolmarher’ no solo es un viaje emocionante a través de un tiempo y lugar fascinantes, sino también una reflexión profunda sobre la naturaleza del heroísmo y la resiliencia humana frente a grandes adversidades. Este trabajo es una joya para los aficionados a la historia y la literatura medieval, y una ventana a una era que, aunque lejana en el tiempo, sigue resonando con ecos de valentía y búsqueda de identidad en nuestro mundo moderno.»

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  • El Levantamiento del conde de Salvatierra

    El Levantamiento del conde de Salvatierra

    El levantamiento del conde de Salvatierra es el nombre historiográfico que recibe el alzamiento armado de Pedro López de Ayala, conde de Salvatierra, a favor de la Santa Junta, durante la Guerra de las Comunidades de Castilla.

    En Alava, Diego Martínez de Álava ocupaba desde 1498 el cargo de diputado general de la provincia y sus relaciones con el conde de Salvatierra se habían visto deterioradas al mismo tiempo que el poder real se afianazaba sobre sus dominios. Por ello, en septiembre de 1520 Ayala lo denunció ante la Junta de Tordesillas por corrupción fiscal y otros cargos, la cual respondió solicitando abrir una investigación sobre el caso, investigación que se confió a Antonio Gómez, diputado de la hermandad. La negativa de Vitoria y la hermandad de obedecer las órdenes de la Junta le valió la antipatía del conde, y pronto las relaciones entre este y el órgano de gobierno comunero en Tordesillas se hicieron más estrechas.

    Nombramiento para capitán general e iniciativas militares

    Ganada la confianza de los comuneros, el conde de Salvatierra fue designado, el 6 de noviembre de 1520, capitán general del norte de España en estos términos, confiriéndole el poder para nombrar funcionarios:

    Capitán general (…) del Condado de Vizcaya e provincias de Guipúzcoa e Álava e de las cibdades de Vitoria e Logroño e Calahorra e Santo Domingo de la Calzada e de las siete Merindades de Castilla Vieja e de todas las otras cibdades, villas e logares e merindades e tierras e bailes que caen y están desde la cibdad de Burgos hasta la mar.

    Los esfuerzos de las autoridades reales para convencer al conde de abandonar la causa comunera no dieron frutos, a pesar de las gestiones del Consejo Real, exigiéndole su presencia en Burgos, o del licenciado Leguízamo, en enero. Y ya en diciembre comenzó a reclutar hombres y e iniciar su campaña para rebelar a los provincianos. Como castigo a esa hostilidad al poder real, el regente Adriano de Utrecht propuso al rey Carlos I de España, en carta del 4 de enero, que se procediese a confiscarle el feudo y elevarlo a jurisdicción realenga.

    Intento de sublevar Burgos (enero de 1521)

    Pero el momento clave se dio en el contexto del hostigamiento antiseñorial a Tierra de Campos, cuando las tropas del conde de Salvatierra, compuesto de unos 2000 hombres, se movilizaron a Medina de Pomar y Frías cruzando a las Merindades, feudo del Condestable, en un intento de sublevarlas. Ello ponía en peligro la lealtad al poder real que Burgos venía practicando desde finales de noviembre y el virrey apenas podía controlar la situación. Al ejército del conde se le unió el de Acuña y juntos marcharon sobre la localidad burgalesa, uno por el sur y otro por el norte. La toma de Ampudia por parte de las tropas realistas no logró mitigar el peligro comunero sobre Burgos luego de que Padilla y Acuña la recuperasen rápidamente, y la sublevación burgalesa se fijó para el 23 de enero, contando esta vez con el apoyo del ejército dirigido por el capitán toledano. Sin embargo la revuelta se adelantó dos días y terminó en fracaso para los rebeldes. Temeroso el conde de Salvatierra de una posible represalia del ejército del Condestable, se le garantizó el perdón si desertaba, por lo que optó por licenciar a sus hombres y marcharse a sus dominios.

    Toma de la artillería de Fuenterrabía

    Tras mantenerse al margen del conflicto comunero, el conde volvió a entrar en acción durante el mes de febrero reclutando soldados, e hizo oídos sordos al emisario del Condestable, Antón Gallo, que solicitaba una entrevista. La Junta entonces le encomendó la misión de interceptar la artillería que desde Vitoria se disponía a llegar a Burgos,​ tarea que el conde completó satisfactoriamente el 8 de marzo, luego de apoderarse de Vitoria y expulsar sus autoridades, pero sin poder evitar que los cañones resultasen destruidos por el destacamento que los protegía para impedir su provecho por los comuneros.

    Derrota del conde de Salvatierra

    En el momento culmine de su popularidad, el conde se vio derrotado en varias ocasiones. Expulsado de Vitoria, que nunca pudo volver a recuperar, el ejército real, formado en parte por refuerzos del duque de Nájera, tomó la plaza fuerte de Salvatierra y garantizó a sus súbditos su incorporación al patrimonio real desligándolos de la autoridad condal.

    Los intentos de reconquistar Salvatierra en los días 19 y 20 de marzo resultaron frustrados, mientras el ejército realista alcanzaba sus victorias asolando el valle de Cuartango y destruyendo el castillo de Morillas. A mediados de abril el diputado Diego Martínez de Alava, quien anteriormente el conde había acusado ante Tordesillas, selló la derrota definitiva del ejército insurrecto ante Salvatierra y Vitoria, en lo que se llamó la batalla de Miñano Mayor. El conde decidió entonces mantenerse oculto hasta refugiarse en el castillo de Fermoselle, cerca de la frontera portuguesa.

    El conde de Salvatierra y la represión

    Tras la derrota comunera, el 23 de abril de 1521, y fundamentalmente luego de la llegada del emperador Carlos a la península, en julio de 1522, se inició el proceso de represión contra los principales protagonistas de la revuelta. Instalado en Palencia, el Consejo Real decretó el 23 y 24 de agosto 50 condenas a muerte por rebeldía, entre las cuales se incluye la del conde de Salvatierra, a quien además se le adjuntó la sentencia de confiscación de su feudo. Fue excluido del Perdón General, y probablemente también del derecho a poder beneficiarse de las multas de composición, provisión real que perdonaba las culpas cometidas por los exceptuados y les devolvían sus bienes confiscados aún no vendidos a cambio de un monto de dinero o multa.

    En su exilio el rey Juan III de Portugal se negó a recibirlo, por lo que en enero de 1524 se presentó en Burgos creyendo poder alcanzar el perdón regio a través de una gestión personal. Sin embargo, fue capturado, encadenado y tratado severamente por las autoridades judiciales, que no llegaron a hacerlo comparecer en algún juicio, pues el conde falleció el domingo 16 de mayo de 1524, siendo enterrado con los grilletes en los pies.

    Suerte del Condado de Salvatierra

    A pesar de haberse firmado una cédula el 15 de mayo de 1521 que asimiliba el condado a la Corona, pronto se creyó más beneficioso para el tesoro real su desmembramiento. En efecto, Diego de Zárate, Diego López de Castro, Agostín de Urbina y Pedro de Zuazola compraron algunas fracciones poco importantes del mismo, hasta que el 6 de diciembre se puso a la venta el feudo completo, a excepción de la villa de Salvatierra, incorporada al patrimonio real. El valle de Orozco pasó a manos del licenciado Leguízamo, y el de Cuartango debió pagar una importante suma de dinero para pasar a ser parte del dominio de realengo. El hijo del conde de Salvatierra, Atanasio de Ayala, pudo beneficiarse de heredar las partes del dominio de su padre aún no compradas ni enajenadas.

     

  • La batalla de Torrelobatón

    La batalla de Torrelobatón

    Preludio

    Torre del homenaje del castillo de Torrelobatón, última plaza de la localidad en rendirse a los comuneros.

    Tras el fracaso acontecido en Burgos, Padilla decidió regresar a Valladolid, mientras que Acuña optó por reemprender su hostigamiento a las propiedades de los señores en Tierra de Campos. Con esta serie de acciones, Acuña pretendía destruir u ocupar las plazas imperantes de los señores, otorgando a la revuelta comunera uno de sus rasgos más característicos de su segunda etapa: su rechazo al orden social basado en el régimen señorial.

    Así pues, después de los últimos fracasos sufridos por los comuneros, Padilla deseaba obtener un triunfo para elevar la moral de la tropa y de todo el movimiento. Fue entonces cuando se decidió a tomar Torrelobatón y su castillo. Era una plaza fuerte a medio camino entre Tordesillas y Medina de Rioseco, y muy cercana a Valladolid, por lo que podía ser una excelente base para emprender acciones militares.

    Desarrollo

    El 21 de febrero de 1521 comenzó el asedio de la villa, que resistió durante cuatro días, gracias a sus murallas. El 25 de febrero los comuneros conseguían entrar en la localidad. Esta fue sometida a un enorme saqueo como premio a las tropas, del que solamente se salvaron las iglesias. El castillo continuó resistiendo, pero terminó rindiéndose ante la amenaza de ahorcar a todos los habitantes si no claudicaba, no antes de acordarse la conservación de la mitad de los bienes que se encontraran en el castillo, evitando así su saqueo.

    Consecuencias

    La victoria en Torrelobatón levantó los ánimos en el bando comunero, hasta el punto de sembrar el entusiasmo, mientras que en el bando realista, provocó la inquietud ante el avance rebelde. Esta inquietud alteró a los nobles fieles al cardenal Adriano, que se acusaban mutuamente de no haber hecho nada para evitar la pérdida de Torrelobatón. Asimismo, el Condestable comenzó a enviar tropas a la zona de Tordesillas, a modo de refuerzos y como guarnición ante los comuneros.

    Pero pese al entusiasmo presente entre los rebeldes, estos decidieron mantenerse en sus posiciones de los Montes Torozos, sin lanzar ningún ataque, lo que provocó que muchos de los soldados comuneros volvieran a sus casas, cansados de esperar los sueldos y nuevas órdenes.

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  • La Batalla de Valverde

    La Batalla de Valverde

    La batalla de Valverde enfrentó el 14 de octubre de 1385 en las cercanías de la localidad de Valverde de Mérida, Castilla, a ejércitos de la Corona de Castilla y el Reino de Portugal como parte de la Crisis de 1383-1385 en Portugal. El combate se saldó con una decisiva victoria del ejército portugués.

    Dos meses después de la decisiva victoria lusa en la batalla de Aljubarrota, el condestable de Portugal, Nuno Álvares Pereira, decidió pasar a la ofensiva e invadir territorio castellano. El ejército portugués salió desde Estremoz y atravesó por Vila Viçosa y Olivenza antes de penetrar en territorio de la corona de Castilla, donde tomaron Vilagarcia, localidad sin defensas,​ y desde allí procedieron en dirección a Valverde de Mérida.

    Las fuerzas castellanas en la zona esperaban refuerzos, pero a pesar de ello decidieron marchar para enfrentarse a un ejército portugués que era menos numeroso e impedir que cruzara el río Guadiana. Los refuerzos castellanos se componían de levas locales y su número total ascendía a unos 20 000 hombres, entre los que había varios nobles como Gonzalo Núñez de Guzmán, Maestre de la Orden de Calatrava, el Maestre de la Orden de Alcántara, que entonces era el portugués Martim Anes de Barbuda, así como el Maestre de la Orden de Santiago, Pedro Muñiz de Godoy.

    Una parte del ejército castellano cruzó el río Guadiana y tomó posición en la orilla opuesta, mientras que el resto de soldados permanecieron en sus puestos con la intención de rodear a las fuerzas portuguesas una vez que estas cruzaran el curso fluvial. El comandante luso, Nuno Álvares Pereira, ordenó entonces a sus hombres formar en cuadro colocando sus pertrechos en el centro y se lanzaron con ímpetu contra los castellanos, que trataron de detenerlos. Tras alcanzar la orilla del río, Álvares ordenó a su retaguardia proteger los pertrechos y luchar contra el enemigo mientras su vanguardia cruzaba el río.

    Las fuerzas castellanas que los esperaban al otro lado, unos 10 000 soldados, no fueron capaces de detener su cruce.​ Tras reordenar su vanguardia para que defendiera la orilla que acababan de ganar, Nuno Álvares Pereira volvió a cruzar el Guadiana para reunirse con su retaguardia, la cual estaba sufriendo una lluvia de flechas castellanas. Una vez que el condestable de Portugal fue consciente de que su enemigo había lanzado todos sus proyectiles, ordenó atacar. Fue en ese momento cuando vio el pendón del Gran Maestre de la Orden de Santiago y se abrió paso a través del ejército castellano para enfrentarse a él y herirlo de muerte tras un breve duelo.​ Muerto el maestre y caída su enseña, las fuerzas castellanas se desmoralizaron y rompieron su formación, con lo cual fueron incapaces de detener el empuje portugués y cayeron rápida y totalmente derrotadas.

    Los soldados lusos persiguieron a los castellanos hasta el anochecer y regresaron a Portugal a la mañana siguiente. Al tremendo desastre que Castilla había experimentado poco antes en Aljubarrota se sumó la derrota en Valverde. Como consecuencia, la mayor parte de las localidades portuguesas que estaban todavía ocupadas por fuerzas castellanas se rindieron ante Juan I de Portugal.

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  • La Batalla de Winchelsea

    La Batalla de Winchelsea

    Al estallar la guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra, Castilla se mantuvo neutral. Alfonso XI de Castilla buscó acuerdos con ambos contendientes tratando de mantener abierta la vía a Brujas, vital para el comercio lanero castellano.​ Pero mantener la neutralidad no resultaba fácil, especialmente tras la muerte de Alfonso, cuando para el nuevo rey, Pedro I, comenzó a buscarse un matrimonio que lo enlazaría con la casa real francesa, y los marinos del Cantábrico pudieron disfrutar de libertad para actuar como mercenarios al servicio de Francia o como corsarios a cambio del «quinto real», iniciando una campaña de acoso a Inglaterra.

    El 10 de agosto de 1350 en Rotherhithe Eduardo III anunció su propósito de hacer frente al problema de los corsarios castellanos en un mensaje dirigido a los obispos de Canterbury y de York para que implorasen el auxilio divino en tan peligroso trance.​ En una carta enviada al mayor y jurados de la ciudad de Bayona les decía que «gentes de las tierras de España» sin respetar los acuerdos de neutralidad habían atacado a sus naves y tratado inhumanamente a sus hombres, y que no contentos con ello, reunían en Flandes una poderosa armada con hombres de guerra para invadir el reino y «posesionarse del dominio del mar», justificando así el embargo general de naves y marineros.

    La batalla de Winchelsea, también conocida como la batalla de Les Espagnols sur Mer, tuvo lugar el 29 de agosto de 1350 frente a la costa de Winchelsea (Inglaterra), al atacar la flota inglesa, mandada por el rey Eduardo III y su hijo, el Príncipe Negro, a la flota lanera castellana que regresaba de Brujas.​ Los motivos de la batalla, librada durante la guerra de los Cien Años, difieren: Eduardo III se supone que trató de impedir la ayuda de los marinos castellanos del Señorío de Vizcaya y del norte de castilla de la región de Cantabria hacia Francia, vengando alguna acción de corso previa o sea piratas, pero sin intención de proseguir la lucha, por lo que solo un año después firmó con la Hermandad de las Marismas un acuerdo de paz que garantizaba a la Hermandad el libre comercio en aguas inglesas. Desde el punto de vista francés, Eduardo preparaba la flota con intención de cruzar el canal y hacerse coronar rey de Francia en Reims, propósito que quedó desbaratado al ser sorprendido por una flota castellana al mando de Carlos de la Cerda, miembro del linaje real castellano pero refugiado en Francia donde solo unos meses después de la batalla sería nombrado condestable por Juan II el Bueno.

    ​Hacia la Batalla

    Dispuesto a terminar con el problema de la piratería o del dominio castellano del mar, el propio Eduardo se trasladó a Winchelsea (Vinchele en los documentos castellanos) en compañía de sus hijos, el Príncipe Negro y el conde de Richmond, de solo diez años, y con las damas de la corte, que permanecieron en un convento cercano,​ donde se reunió una flota supuestamente formada por 54 naves, que consistían en cinco urcas, treinta kogges y diecinueve pinazas.

    A Flandes, donde se encontraban los navíos castellanos por motivos comerciales, llegaron noticias de estos preparativos, por lo que sus patrones decidieron reforzarse, embarcando mercenarios y encomendando su dirección a Carlos de la Cerda. No se conoce con certeza el número de las naves cántabras. Cronistas ingleses llegaron a fijar una superioridad de diez a uno a favor de los castellanos. Para Jean Froissart, el más célebre de los cronistas franceses, serían cuarenta, «grandes y hermosas», con diez mil hombres embarcados en ellas.

    Eduardo III embarcó en la hulk Thomas el 28 de agosto, esperando la aparición de la flota enemiga. El 29, domingo, una flota castellana, con viento a favor, alcanzó Winchelsea al tiempo que la escuadra inglesa salía del puerto en formación.

    La Batalla

    Unos veinticuatro barcos castellanos que atravesaban el canal hacia el sur camino a casa con mercancías de Flandes fueron interceptados por la flota inglesa que aproximadamente les doblaba en número de barcos. Gracias a la mayor altura de los barcos castellanos las ballestas y las catapultas causaron grandes bajas sobre los barcos ingleses repletos de soldados, aunque finalmente la mayoría fueron abordados y vencidos. Apenas se hicieron prisioneros y los castellanos heridos y los muertos fueron arrojados al mar, pero incluso así las bajas inglesas fueron superiores.

    Es el cronista francés Jean Froissart, al servicio de Eduardo III de Inglaterra, quien dejó la narración más completa del desarrollo de la batalla y a quien siguen todos los relatos posteriores. El tratamiento que da Froissart a la batalla no difiere del que hubiese correspondido a una justa caballeresca. Aunque la marina castellana hubiera podido evitar el combate buscó el enfrentamiento. La nave insignia inglesa se lanzó contra otra castellana y debido a la violencia del choque frontal la nave de Eduardo quedó seriamente dañada y hubo de ser abandonada antes de hundirse. Froissart pone en boca de Eduardo la orden dada a sus capitanes:

    Dirigíos contra aquella nave que se acerca derecho hacia aquí, pues justar quiero contra ella.

    La batalla se libró del único modo posible, al abordaje y luchando cuerpo a cuerpo. Las crónicas refieren un combate sin piedad, en el que los vencidos eran arrojados por la borda. El barco del Príncipe Negro también se fue a pique al ser abordado por otro castellano agujereándole el casco, aunque el príncipe pudo pasar a la cubierta del castellano y finalmente apoderarse de él con la ayuda de un segundo barco inglés que lo atacó por la parte opuesta. La batalla concluyó, según las crónicas, cuando un escudero flamenco de Roberto de Namur llamado Hannequin cortó la driza de la vela mayor del navío castellano que arrastraba al de su señor cuando este ya se daba por perdido. Los sorprendidos marinos castellanos, cubiertos bajo la vela, pudieron entonces ser fácilmente abordados y acuchillados, quedando en poder de los ingleses de catorce a veintiséis naves castellanas.

    Tras la Batalla

    Tras la victoria Eduardo III hizo grabar monedas con el título de King of the Sea (Rey del Mar), pero su triunfo estuvo lejos de ser decisivo, pues el 8 de septiembre prevenía a los de Bayona frente a nuevos ataques de los españoles, «enemigos notorios en tierra y en mar», y ya en noviembre de 1350 envió emisarios para que se pusieran en contacto con las maestros y marineros castellanos residentes en Flandes («cum magistris et marinariis et aliis hominibus de Ispania apud portum del Svoyne, et alibi in Flandria existentibus») a fin de negociar con ellos la paz.

    El 1 de agosto de 1351, Eduardo III firmó en Londres un tratado con las ciudades de la Hermandad de las Marismas representadas por los marinos Juan López de Salcedo, de Castro Urdiales, Diego Sánchez de Lupard, de Bermeo, y Martín Pérez de Golindano, de Guetaria. El acuerdo reconocía a los marinos castellanos el derecho de libre circulación y comercio en aguas inglesas, fijaba una tregua de veinte años y creaba un tribunal encargado de dirimir los conflictos que pudieran surgir entre marinos de ambos reinos. El acuerdo fue ratificado poco después por el rey de Castilla en las Cortes de Valladolid.

    La batalla tampoco dio a Inglaterra el dominio del mar. El Atlántico no disponía de auténticos barcos de guerra equiparables a las galeras de remos que surcaban el Mediterráneo. Las escuadras atlánticas, destinadas primordialmente al transporte de tropas, se formaban en su mayor parte con navíos mercantes requisados para la ocasión. Las costas a los dos lados del canal permanecieron indefensas frente a los ataques que llegaban desde el mar. En el curso de la guerra de los Cien Años navíos castellanos y franceses saquearon o quemaron un elevado número de puertos y ciudades costeras inglesas, entre ellas Plymouth, Southampton o la propia Winchelsea.

     

     

  • La Batalla de Teba, cuando los escoceses lucharon junto a los castellanos

    La Batalla de Teba, cuando los escoceses lucharon junto a los castellanos

    La batalla de Teba fue un episodio bélico que tuvo lugar en la localidad andaluza que le da nombre, en el mes de agosto de 1330. En ella se enfrentaron un ejército cristiano comandado por el rey castellano Alfonso XI y otro musulmán enviado por el emir nazarí Muhammed IV de Granada y comandado por el general benimerín Ozmín. La principal consecuencia de la batalla fue la toma del estratégico castillo de la Estrella por las tropas cristianas.

  • La Batalla de Villalar

    La Batalla de Villalar

    La batalla de Villalar fue un enfrentamiento armado librado durante la Guerra de las Comunidades de Castilla que enfrentó el 23 de abril de 1521 en Villalar a las fuerzas realistas partidarias del rey Carlos I de España, capitaneadas por Íñigo Fernández de Velasco y Mendoza, condestable castellano que ejercía de gobernador del reino por la ausencia del monarca,​ y las comuneras de la Santa Junta conformada en Ávila en julio del año anterior.

    Las consecuencias del enfrentamiento fueron profundas, ya que la derrota comunera y el ajusticiamiento de sus líderes un día después puso fin casi por completo al conflicto —excepto en Toledo, donde la resistencia se prolongó hasta febrero de 1522.

    El ejército comunero se encontraba acuartelado en la localidad vallisoletana de Torrelobatón, tras haberla tomado en el mes de febrero de 1521. Juan de Padilla mantenía a sus hombres dentro del castillo a la espera de poder partir hacia Valladolid o Toro. Mientras tanto, el ejército del Condestable avanzaba hacia el sur, y el día 21 de abril se instalaba en Peñaflor de Hornija, donde se le unieron las tropas del Almirante y los señores, esperando movimientos del ejército comunero. A su mando figuraban además las fuerzas alistadas en el repartimiento efectuado por el Ayuntamiento de Burgos.

    Por otra parte la Santa Junta, establecida en Valladolid, decidió enviar a Padilla los refuerzos que él solicitaba: un contingente de artillería. El regidor Luis Godinez se negó rotundamente ponerse al frente de él, por lo que el puesto terminó siendo detentado el 18 de abril por el colegial Diego López de Zúñiga. La situación de los comuneros en Torrelobatón se tornaba cada momento más crítica, por lo que el universitario decidió el día 20 ponerse en marcha con el contingente sin recibir órdenes expresas de la Comunidad.

    El 22 de abril los comuneros no hicieron más que avistar las posiciones enemigas enviando patrullas, sin decidirse aún a abandonar Torrelobatón.​ El ejército rebelde salió por fin el día 23 de abril de 1521 de madrugada hacia Toro, ciudad levantada en comunidad.​ Era un día de lluvia, el menos propicio para hacer un desplazamiento militar. Los soldados del ejército comunero habían presionado horas antes a Padilla para que realizara algún movimiento en la zona. Este decidió partir hacia Toro en busca de refuerzos y aprovisionamiento. El ejército fue recorriendo el camino hacia Toro siguiendo el curso del riachuelo Hornija, y pasaron por los pueblos de Villasexmir, San Salvador y Gallegos.​ Cuando llegaron a la altura de Vega de Valdetronco, la batalla ya era inevitable. La lluvia seguía cayendo con fuerza, y Padilla se vio obligado a buscar un lugar propicio donde presentar la batalla.

    La primera localidad elegida fue Vega de Valdetronco, pero el ejército no atendía a las órdenes que él daba. La siguiente localidad en el camino hacia Toro, pasada Vega de Valdetronco, era Villalar, y aquel fue el lugar donde se desarrollaría la batalla, concretamente, en el Puente de Fierro.

    El ejército comunero, en clara inferioridad respecto a las tropas de Carlos V, intentó que la batalla se produjera dentro del pueblo. Para ello, instalaron los cañones y demás piezas de artillería en sus calles.

    Muchos de los combatientes aprovecharon la incertidumbre inicial para huir a sus localidades de origen u otras cercanas a Villalar. Pero los comuneros ni siquiera tuvieron la oportunidad de desplegar sus fuerzas, pues la caballería realista se lanzó al ataque de forma fulminante sin esperar la llegada de la infantería del Condestable. Esta se presentó cuando la contienda ya había concluido.

    Tras la batalla

    Los destacados líderes comuneros Padilla, Bravo y Maldonado lucharon hasta ser capturados. Al día siguiente, 24 de abril, los jueces Cornejo, Salmerón y Alcalá los encontraron culpables «en haber sido traidores de la corona real de estos reinos» y los condenaron «a pena de muerte natural y a confiscación de sus bienes y oficios». Después de confesarse con un fraile franciscano, fueron trasladados a la plaza del pueblo, en la que se encontraba la picota donde eran ejecutados los delincuentes, y allí fueron decapitados por un verdugo, que utilizó una espada de grandes dimensiones.

    Los soldados del ejército comunero que lograron huir, lo hicieron en su mayoría a Toro perseguidos por el conde de Haro y una parte del maltrecho ejército pasó a Portugal por la frontera de Fermoselle. El resto se reunió con Acuña y María Pacheco en Toledo, reforzando la resistencia de la ciudad del Tajo varios meses más. La batalla se saldó finalmente con la muerte de 500 a 1000 soldados comuneros y la captura de otros 6000 prisioneros.

     

  • Los 10 Guerreros Medievales Castellanos Más Legendarios: Descubre las Hazañas y Batallas que Forjaron España

    Los 10 Guerreros Medievales Castellanos Más Legendarios: Descubre las Hazañas y Batallas que Forjaron España

    Lista de los mejores guerreros medievales de Castilla:

    1. Rodrigo Díaz de Vivar (El Cid Campeador)
    2. Alfonso VIII de Castilla
    3. Fernando III el Santo
    4. Berenguela la Grande
    5. Alvar Núñez Cabeza de Vaca
    6. Gonzalo Fernández de Córdoba (El Gran Capitán)
    7. García Fernández (El de las Manos Blancas)
    8. Ramón de Bonifaz
    9. Esteban Illán
    10. Diego Laínez

     

     

    Los mejores guerreros medievales de Castilla: valientes y estrategas que forjaron una nación

    Castilla, un reino que se convirtió en el núcleo de lo que más tarde sería España, fue hogar de algunos de los guerreros más legendarios y valientes de la Edad Media. Estos guerreros, tanto hombres como mujeres, utilizaron su astucia, habilidades y valentía para defender sus tierras y extender el poder de Castilla en la península ibérica y más allá. En este artículo, exploraremos a diez de los mejores guerreros medievales de Castilla, resaltando sus hazañas y legados.

     

      1. Rodrigo Díaz de Vivar (El Cid Campeador): Conocido como El Cid, fue un noble castellano, guerrero y caballero que se convirtió en un símbolo de valentía y lucha en la Reconquista. Su vida y leyenda fueron inmortalizadas en el «Cantar de mio Cid», un poema épico que narra sus hazañas y lealtades.
      2. Alfonso VIII de Castilla: Rey de Castilla desde 1158 hasta su muerte en 1214, Alfonso VIII lideró a sus tropas en la Batalla de Las Navas de Tolosa en 1212, una batalla crucial que permitió a los reinos cristianos avanzar en la Reconquista contra los almohades.
      3. Fernando III el Santo: Rey de Castilla y de León, Fernando III fue conocido por su devoción a la fe cristiana y su habilidad para unificar a los diferentes reinos de la península ibérica. Conquistó importantes territorios musulmanes, como Córdoba y Sevilla, consolidando el poder de Castilla en la región.
      4. Berenguela la Grande: Reina de Castilla y madre de Fernando III, Berenguela tuvo un papel crucial en la consolidación de la monarquía castellana y en la política europea de su tiempo. A pesar de no ser guerrera, su influencia y capacidad para la diplomacia ayudaron a reforzar y expandir el poder castellano.
      5. Alvar Núñez Cabeza de Vaca: Explorador y conquistador castellano, Cabeza de Vaca lideró varias expediciones en América del Norte y América del Sur. Su resistencia y habilidades de supervivencia en condiciones extremas lo convierten en un guerrero destacado.
      6. Gonzalo Fernández de Córdoba (El Gran Capitán): Este brillante estratega y militar castellano fue clave en la consolidación de los territorios de la Corona de Castilla durante los últimos años de la Reconquista y las Guerras de Italia. El Gran Capitán es recordado por sus innovadoras tácticas militares, que cambiaron la forma de hacer la guerra en Europa.
      7. García Fernández (El de las Manos Blancas): Noble y guerrero castellano, García Fernández fue conocido por su habilidad en el combate y sus hazañas en la frontera con el Reino de Navarra. Fue apodado «El de las Manos Blancas» por su habilidad para evitar mancharse de sangre en la batalla, lo que indica su destreza como luchador.
      8. Ramón de Bonifaz: Almirante castellano que lideró una flota en la toma de Sevilla en 1248, Ramón de Bonifaz fue esencial en la conquista de esta importante ciudad musulmana. Su papel en la Reconquista demostró la importancia de la guerra naval en la expansión de los reinos cristianos.
      9. Esteban Illán: Noble y guerrero castellano, Esteban Illán fue clave en la defensa de Toledo durante la invasión almohade en 1212. Su resistencia y habilidades en el combate le valieron el reconocimiento y la gratitud de sus contemporáneos.
      10. Diego Laínez: Padre de El Cid, Diego Laínez fue un noble y guerrero castellano que luchó en la Reconquista y sentó las bases para la leyenda de su hijo. Aunque su vida no fue tan documentada como la de El Cid, Diego Laínez fue un guerrero valiente y respetado en su tiempo.
      11. Estos diez guerreros medievales de Castilla representan el coraje, la destreza y la determinación que caracterizó a los luchadores de la Edad Media. Sus hazañas y legados perduran en la historia y la cultura española, recordándonos la importancia de la valentía y el ingenio en la formación de las naciones y el avance de sus pueblos.
  • Revuelta del 3 de febrero de 1522

    Revuelta del 3 de febrero de 1522

    La revuelta del 3 de febrero de 1522 fue un enfrentamiento que tuvo lugar en dicha fecha dentro de la ciudad de Toledo, entre comuneros y realistas, y que tuvo como consecuencia la derrota definitiva de los antiguos rebeldes y la huida de María Pacheco de la ciudad.

    La capitulación de Toledo a finales de octubre de 1521 no selló por completo la paz dentro de la ciudad. Por un lado los comuneros, con la viuda de Juan de Padilla a la cabeza, seguían conservando las armas y el prestigio de sus días. Por el otro, las nuevas autoridades pretendían llevar a cabo la represión y al mismo tiempo anular el acuerdo alcanzado al considerarlo inadmisible.

    Todo comenzó en la noche del día 2 de febrero, cuando multitud de hombres armados se congregaron junto a la casa de María Pacheco. Las autoridades detuvieron a un presunto agitador y lo condenaron a morir en la horca, por lo que al día siguiente —pese a las negociaciones entre los dirigentes de ambos bandos— los comuneros intentaron arrebatar al reo de la cárcel, dando inicio así a los primeros enfrentamientos con las fuerzas del orden. La batalla siguió por varias horas más, hasta que al anochecer la condesa de Monteagudo sentó una tregua que supuso la derrota definitiva de los comuneros, pero que fue aprovechada por María Pacheco para escapar a Portugal, donde se exilió hasta su muerte, en 1531.

    El 31 de octubre de 1521, previas negociaciones, el arzobispo de Bari pudo entrar en Toledo, ciudad que tras la batalla de Villalar había decidido proseguir la resistencia de mano de la viuda del capitán Juan de Padilla, María Pacheco. En realidad, el pretendido ambiente de conciliación no era tal. Los antiguos comuneros, incluida María, seguían conservando las armas y el prestigio que la revuelta les había conferido. El doctor Juan Zumel, por su parte, tenía que hacer frente a la delicada tarea de llevar a cabo la represión.​ A este motivo de disgusto para los antiguos rebeldes se agregaba el hecho de que además los virreyes habían empezado a considerar inadmisible el acuerdo firmado el 25 de octubre, por cuanto era demasiado favorable a los rebeldes y había sido autorizado bajo las presiones de la invasión francesa a Navarra.

    Este clima de inseguridad y desconfianza, que parecía propio de una ciudad ocupada, fue terreno propicio para números incidentes. Como aquella noche que, saliendo Zumel de la casa de María, se encontró con una multitud de cien a ciento cincuenta personas, una de las cuales le espetó amenazadoramente:

    Guárdese lo capitulado, syno juro a Dios que de vn almena quedeys colgado.
    Declaración de Francisco Marañón.​

    En otra ocasión, en circunstancias nada claras, los canónigos mandaron arrestar a un clérigo y le condujeron a la prisión del arzobispado. En mitad de la noche una pequeña patrulla partió del domicilio de doña María e intentó forzar la puerta de la prisión para liberarlo.

    Desarrollo de los acontecimientos

    Primeros alborotos

    Fue así que en la tarde del domingo 2 de febrero de 1522 (día de la Candalaria) un zapatero llamado Zamarrilla intentó levantar a la población contra las autoridades:

    ¡Levantaos! ¡Levantaos que hay traición!

    A la casa de María acudieron numerosos grupos de agitadores​ con Antonio Moyano a la cabeza y en número de hasta 2000 hombres,​ pero ella y Gutierre López se opusieron abiertamente a una movilización que no podía sino perjudicarles. El segundo de ellos preguntó donde se hallaba Moyano; este se arrebujó en su capa y le dijo a los otros que contestasen que no se encontraba entre ellos. Gutierre llamó a María Pacheco, y entonces Moyano se personó por fin frente a ella:

    Moyano, ¿Qué gente es ésta? ¿Andáis por echarme a perder? Veis los capítulos que están hechos (…) y hacéis agora eso para dañarlo todo (…). Por amor de mi que os vayáis, que alborotáis la ciudad desta manera. Estamos en lo que conviene a la ciudad e vosotros la echaréis a perder a ella y a todos vosotros. Por eso, por amor de Dios que os vayáis, e cada uno se vaya por sí, que no vayáis todos juntos.
    Declaración de un testigo en el pleito seguido por el mayorazgo de Juan de Padilla.

    Moyano alegó motivos:

    Señora, vinieron aquí a las alegrías por el papa á esta casa de vuestra merced.

    Finalmente, los moderados acabaron imponiéndose y la multitud se dispersó por las calles aledañas no sin antes pactar que traerían una culebrina, para casar el tiro San Juan. Poco después, Gutierre López de Padilla y Pero Núñez de Herrera se entrevistaron con el arzobispo de Bari para comunicarle un mensaje de María Pacheco. Las conversaciones, que al parecer giraron en torno la suerte final de la viuda de Padilla, se prolongaron hasta las tres de la madrugada sin resultados concretos.

    Mientras tanto ambos interlocutores, junto con el licenciado Alonso López de Ubeda, salieron a pedir a María Pacheco que hiciese retirar nuevamente la gente reunida por Moyano. Pero el jefe comunero Villaizan se apoderó de la culebrina y de un carro que había en la alhóndiga y desde la calle Santo Tomé la paseó por la ciudad al grito de «¡Comunidad! ¡Comunidad! ¡Padilla! ¡Padilla!».9​ Finalmente, María insistió y los comuneros abandonaron la culebrina en la calle.

    Quizá nada habría ocurrido si los soldados del arzobispo no hubiesen decidido detener a uno de los agitadores que estaba con ellos («uno de los más dañosos»).​ Sobre su identidad no hay datos seguros, pues algunos hablan de Juan de Ugena, otro de un tal Galán, y la mayoría —inclusive un testigo del proceso contra el regidor Juan Gaitán— se refiere al detenido como «el lechero». Algunos cronistas dan por cierta una versión que habla que era el padre de un chico que ese mismo día, en medio de las celebraciones por la elección del cardenal Adriano de Utrecht como papa, había gritado el nombre de Padilla, lo que hizo que fuese golpeado y castigado por las autoridades. Según dicho relato, el padre habría protestado ante este trato vejatorio, por lo que fue también detenido y condenado a la horca. No obstante, esta visión tan acotada de los hechos y que reduce la revuelta a un simple malentendido no parece la más probable ni mucho menos.​

    La proclama

    Al día siguiente, día de San Blas, el arzobispo intentó continuar la entrevista, pero Núñez de Herrera rechazó el ofrecimiento y los dos bandos se prepararon para el combate. El arzobispo se presentó entonces en el ayuntamiento protegido por una escolta, mostró sus atribuciones de gobernador de Toledo e hizo pregonar el texto del tratado firmado por la Comunidad. Pero las reacciones de los comuneros fueron desfavorables, porque al parecer no se trató del acuerdo original suscrito el 25 de octubre sino de uno nuevo que el arzobispo, junto con el prior de San Juan y el doctor Zumel, había hecho firmar a los antiguos integrantes de la congregación y que sentaba la derrota completa de la Comunidad.

    María Pacheco escuchó el pregón desde su ventana, junto con Pero Núñez y de García López de Padilla. Advirtiendo a la multitud congregada junto a ella de la farsa del mismo, exclamó con ira:

    Que pregonavan papeles e que todo no hera nada.
    Declaración de un testigo en el pleito seguido por el mayorazgo de Juan de Padilla.

    Los enfrentamientos

    Los enfrentamientos tuvieron lugar en el mediodía, cuando los comuneros se opusieron a que las autoridades ejecutaran al agitador detenido la noche anterior. El arzobispo respondió enviando un emisario a la condesa de Monteagudo María de Mendoza, para que ella le hiciese ver a Pacheco —su hermana— cuan inconveniente era su actitud. Tanto la condesa como María Pacheco exigieron la inmediata liberación del condenado.

    En estas circunstancias Pero Núñez de Herrera, provisto de un salvoconducto, fue a parlamentar con el arzobispo de Bari, pero entonces unos mil comuneros —armados con picas y tiros— se dirigieron a la prisión por la calle Tendillas de Sancho Minaya y se enfrentaron con las fuerzas del orden al grito de «¡Padilla, Padilla!». Inclusive una fracción del clero intervino en la contienda apoyando a los soldados del arzobispo, que gritaban «¡Muerte a los traidores!». Gutierre de Padilla, como realista, cumplió un rol muy importante en esta jornada. En los primeros momentos logró apaciguar a muchos prometiendoles que el arzobispo perdonaría al reo, y lo mismo llegó a afirmar a la esposa de aquel, Francisca.​ Naturalmente eso no ocurrió, y la multitud, al mismo tiempo que prometió no dejar vivo a ninguno de los que apoyasen al arzobispo, tachó a Gutierre de traidor y lo amenazó con la muerte.​ «Por Dios, que sería bien que cortásemos la cabeza á este traidor», llegó a decirle el notario Gonzalo Gudiel al alcalde mayor Godínez. En una estrategia para desmovilizar a los grupos rebeldes, Gutierre le pidió a aquel que advirtiese a los capitanes Figueroa y Juárez que con su levantamiento no hacían más que mandar a su gente a una muerte segura. De esa forma retrajo a los comuneros hacia la plazuela de la casa de María para decirles:

    Deteneos, señores; volvamos y guardemos nuestra casa é nuestra artillería, que agora no es tiempo, qué somos pocos, é si nos toman la casa y artillería, somos todos perdidos; sosegaos é poned ende las armas é comamos é asegurémonos, que de aquí veremos lo que querrán.
    Declaración de un testigo en el pleito seguido por el mayorazgo de Juan de Padilla.

    Algunos propusieron a María Pacheco escapar de Toledo. Ella se dispuso a hacerlo, temiendo que incendiasen la casa si no accedía, pero Gutierre, la condesa de Monteagudo y Núñez de Herrerla lograron contenerla.​ Asimismo, la gente que el primero de ellos tenía acorralada en la plazuela de sus casas pugnaba por salir como los demás al grito de «¡Padilla! ¡Padilla!», pero él intento contenerla a duras penas con las armas, diciéndoles:

    No digáis nada de esto, cuerpo de Dios, sino ¡viva el Rey y la Inquisición!

    Lentamente, los realistas fueron cercando a los comuneros dentro de la casa de Padilla, a través de un corral de la cercana casa de Pedro Laso de la Vega.​ Mientras tanto, el condenado fue ahorcado. María Pacheco rompió en llanto y culpó de todo a Gutierre, quien en su momento la había retenido para que no saliese hacia el lugar de los hechos y arrebatase al lechero de las manos del arzobispo. Otro testigo —llamado Juan de Lizarazo— refiere también como Villaizan dio un espaldarazo a cierto criado del arzobispo y Pedro, hermano de Gutierre, salió armado y a caballo en defensa de aquel, gritandole para que retrocediese. Finalmente hizo que se retirasen de escena varios vecinos comuneros del arrabal e impidió que los implicados hiciesen uso de tres o cuatro falconetes, evitando así el derramamiento de sangre.

    Huida de María Pacheco

    El combate duró cuatro horas, hasta que la condesa de Monteagudo sentó una tregua que fue aceptada de inmediato y significó la derrota definitiva de los comuneros. María Pacheco, por su parte, aprovechó la refriega para a la mañana siguiente escapar de Toledo.​ A través de un pasadizo pasó a la iglesia de Santo Domingo el Antiguo y, con el hábito de aldeana, bajó por la calle de Santa Leocadia y consiguió salir finalmente por la puerta del Cambrón. Seguidamente se deslizó por el muladar frente a la puerta, hasta dar en el llano junto al río. Allí la esperaban las damas y criados de su hermana, que la acompañaron hasta un mesón o casa de posadas, desde donde pudo seguir a caballo hasta encontrarse con toda su gente más allá de los Molinos de Lázaro Buey junto al Tajo, actuales Molinos de Buenavista.​ En Escalona su tío, el marqués de Villena, se negó a hospedarla, por lo que la fugitiva se dirigió a La Puebla de Montalbán. Poco después se exilió en Portugal con algunos criados, dónde viviría en extrema pobreza hasta ser acogida por el obispo de Braga y morir en 1531. No se puede descartar que haya estado en connivencia tácita con el arzobispo de Bari.

    Consecuencias

    El enfrentamiento del 3 de febrero y la huida de doña María sellaron el fin del movimiento comunero en Castilla.​ Así lo conmemoraron los canónigos toledanos cuando grabaron en el claustro de la catedral de Santa María de Toledo la siguiente inscripción:

    Lunes, tres de febrero de mili e quinientos e veynte e dos, día de Sant Blas, por los méritos de la Sacrat. Virgen, nuestra señora, el deán e cabildo con todo el clero desta santa yglesia, cavalleros, buenos ciudadanos, con mano armada, juntamente con el arzobispo de Bari que a la sazón tenía la justicia, vencieron a todos los que con color de comunidad tenían esta cibdad tiranizada e plugo a Dios que ansy se hiziese en reconpensa de las muchas ynjurias que a esta santa yglesia e a sus menistros avían hecho e fue esta divina Vitoria cabsa de la total pacificación desta cibdad e de todo el reyno, en la qual con mucha lealtad por mano de los dichos señores fue sentido Dios e la Virgen nuestra señora e la magestad del enperador don Carlos semper augusto rey nuestro señor.
    Inscripción grabada en el claustro de la catedral el 3 de febrero de 1522.

    El doctor Zumel, como primer acto de la represión, procedió a derribar la casa de Juan de Padilla y levantar una columna con una placa difamatoria que hacía memoria de las pretendidas desgracias que la rebelión alentada por el regidor toledano había causado al reino.​ Por dos meses, persiguió con rigor a los antiguos comuneros que todavía permanecían en la ciudad.14

    El domingo 23 de febrero, finalmente, se celebró una concordia de fidelidad al monarca entre los caballeros, tras lo cual el arzobispo de Bari dio misa y se llevaron a cabo banquetes y juegos públicos.​ En abril, Toledo había vuelto al orden.

     

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  • La guerra de Comunidades y el inicio del centralismo europeo

    La guerra de Comunidades y el inicio del centralismo europeo

    La Guerra de las Comunidades fue un conflicto que tuvo lugar en España durante el reinado del emperador Carlos I, conocido también como Carlos V, en el siglo XVI. Esta guerra fue librada por las ciudades castellanas y sus comunidades, que lucharon contra el poder central del emperador y su gobierno.

    El origen de la Guerra de las Comunidades se encuentra en la creciente tensión entre los territorios castellanos y el gobierno central del Imperio Español. Las ciudades castellanas se sentían oprimidas por la imposición de impuestos y la centralización del poder político y económico en manos del emperador.

    En 1520, las ciudades castellanas se unieron para formar la Liga de las Comunidades, que buscaba proteger sus derechos y libertades locales. Sin embargo, la liga fue disuelta en 1521 y el emperador Carlos I comenzó a ejercer un control más estricto sobre las ciudades.

    La guerra estalló en 1520 y las fuerzas de las comunidades castellanas lograron algunos éxitos iniciales en la batalla. Sin embargo, el emperador Carlos I contaba con un ejército mejor equipado y entrenado, y pronto comenzó a ganar terreno en la guerra.

    La derrota de las comunidades castellanas fue inevitable y, en 1522, el emperador Carlos I derrotó a las fuerzas de la Liga de las Comunidades en la batalla de Villalar. La guerra terminó con la completa victoria del emperador y la restauración del poder central en España.

    La Guerra de las Comunidades es considerada un momento clave en la historia de España y de Europa, ya que marcó el inicio de un período de centralización del poder político y económico en manos de los monarcas y el declive de la autonomía local.

    En conclusión, la derrota de los comuneros en la Guerra de las Comunidades es un recordatorio de la lucha constante entre el poder central y las comunidades locales por el control y la influencia política y económica. A pesar de la victoria del emperador Carlos I, la memoria de la lucha de las comunidades castellanas vive en la historia y en la cultura popular de España hasta el día de hoy.

  • La Batalla de Tordesillas

    La Batalla de Tordesillas

    Preludio

    Poco a poco, Toledo fue perdiendo influencia dentro de la Junta, y con la ciudad, también perdía influencia su líder, Juan de Padilla, aunque no así popularidad y prestigio entre los comuneros.​ Con la pérdida de influencia de Toledo y de sus líderes, surgieron dos nuevas figuras dentro de la Comunidad, Pedro Girón y Antonio de Acuña, que aspiraban a pasar al primer plano. El primero era uno de los pocos nobles leales comuneros, al parecer porque el rey se negó a entregarle el ducado de Medina Sidonia. El segundo, era obispo de Zamora, jefe de la Comunidad zamorana y cabecilla de una milicia formada enteramente por sacerdotes.​

    Mientras tanto, en el bando realista, los señores no sabían qué táctica seguir, si luchar directamente, como defendía el Condestable de Castilla o agotar las vías de negociación, como proponía el Almirante de Castilla. Todo intento de negociación entre los comuneros y los virreyes fracasó, debido a que ambos bandos contaban ya con un ejército y ansiaban vencer al enemigo.

    Así pues, a finales de noviembre de 1520, ambos ejércitos tomaban posiciones entre Medina de Rioseco y Tordesillas, haciendo inevitable el enfrentamiento.

    Desarrollo

    Con Pedro Girón a la cabeza, las tropas comuneras, siguiendo órdenes de la Junta, habían avanzado hacia Medina de Rioseco, estableciendo su cuartel general en la localidad de Villabrágima, a tan solo una legua del ejército real. Estos, mientras tanto, se limitaron a ocupar pueblos para evitar el avance y cortar las líneas de comunicación.

    La situación se mantuvo hasta el 2 de diciembre, cuando el ejército rebelde comenzó a abandonar sus posiciones en Villabrágima, tomando dirección hacia Villalpando, localidad del Condestable que se rindió al día siguiente sin oponer resistencia. Con este movimiento, la ruta hacia Tordesillas quedaba desprotegida. El ejército real lo aprovechó, poniéndose en marcha el 4 de diciembre y ocupando la villa tordesillana al día siguiente, tras haber derrotado a la guarnición defensiva comunera, que se vio desbordada.

    Consecuencias

    La toma de Tordesillas supuso una seria derrota para los comuneros, que perdían a la reina Juana, y con ella, sus esperanzas de que esta atendiera sus pretensiones. Además, muchos de los procuradores habían sido apresados, y los que no, habían huido.

    Por todo esto, los ánimos entre los rebeldes se vieron muy afectados, además de producirse airadas críticas hacia Pedro Girón por el movimiento de las tropas que le obligaron a dimitir de su puesto y apartarse del conflicto.

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  • El Sitio de Viena; 700 buenos castellanos de Medina del Campo contra el turco

    El Sitio de Viena; 700 buenos castellanos de Medina del Campo contra el turco

    El Primer Sitio de Viena, en 1529, marcó el apogeo de la invasión otomana de Europa central por las tropas turcas mandadas por el sultán Solimán el Magnífico.

    El sultán Solimán el Magnífico accedió al trono en 1520, y pidió al rey Luis II de Hungría que le rindiera tributo. El joven rey húngaro hizo matar a los embajadores como respuesta. Solicitó apoyo al emperador Carlos V, pero este tenía comprometidas sus tropas en Italia en respuesta a las agresiones de Francisco I de Francia, quien había prometido en carta escrita al sultán turco estando preso en Madrid que abriría un segundo frente en el oeste de Europa para que los otomanos avanzaran por el este.

    El archiduque Fernando de Austria (1503-1564, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico con el nombre Fernando I desde 1558), hermano menor de Carlos V, reclamó el trono y fue elegido rey de Hungría después de la muerte de su cuñado Luis II en la batalla de Mohács el 28 de agosto de 1526, lo que provoca una invasión turca en el otoño de 1529. El 27 de septiembre de ese año las tropas otomanas iniciaron el asedio de Viena, capital del archiducado de Austria. Se desconoce con precisión el número de efectivos, y las estimaciones van desde 90 000 hasta 200 000 hombres. Entre ellos estaban los jenízaros, el cuerpo de elite de las tropas otomanas.

    Los defensores austriacos de la ciudad (entre 17 000 y 24 000) recibieron poca ayuda exterior, aunque a la postre fue relevante. Esta se componía de tropas venidas de distintos lugares de Europa, pero tenía su núcleo fuerte en 1500 lansquenetes alemanes dirigidos por el conde Nicolás de Salm, veterano de la batalla de Pavía, y 700 arcabuceros castellanos enviados por la reina viuda María de Hungría, hermana de Fernando. Estos últimos destacaron en la defensa de la zona norte, impidiendo al enemigo establecerse en las vegas del Danubio junto a la ciudad.

    Por parte otomana, a pesar de su superioridad numérica, el ejército estaba mal equipado para un asedio y su tarea fue obstaculizada por la nieve y las inundaciones. Nicolás de Salm ordenó almacenar en la ciudad todas las provisiones disponibles, quemar todas las edificaciones exteriores a la antigua y desgastada muralla de la ciudad, reforzar esta, levantar empalizadas en los límites con el Danubio y la salida de la ciudad de los habitantes que no pudieran contribuir a su defensa (niños, mujeres, ancianos y clérigos). Para evitar que el rebote de los disparos hiriera a los defensores, hizo levantar los pavimentos de piedra de la ciudad y edificar con ellos una segunda muralla dentro de la antigua.

    Las constantes lluvias impidieron que los musulmanes utilizaran con efectividad las armas de fuego, que habían contribuido a las tomas de Constantinopla, Rodas y Belgrado. Los jenízaros intentaron en varias ocasiones asaltar las brechas de la muralla, pero las alabardas de los lansquenetes alemanes y los arcabuceros castellanos les cerraron el paso. Por primera vez desde su formación como cuerpo militar, los jenízaros se quejaron de perder sus vidas sin nada a cambio, y obtuvieron la promesa de donativos para seguir combatiendo. La falta de provisiones, las bajas (entre 15 000 y 20 000 soldados) y la impotencia hicieron mella en las tropas otomanas.

    Solimán se retiró a mediados de octubre a Constantinopla. Nicolás de Salm, que tenía 70 años en el momento del asalto turco, murió en 1530 a consecuencia de las heridas recibidas. Su sarcófago renacentista puede verse en la iglesia Votiva de Viena.

    Los Castellanos de Medina del Campo

    En 1529 un puñado de castellanos de la zona de Medina del Campo terminaron en las murallas de Viena haciendo frente al ejército del Sultán turco. Algo que no se entiende sin un suceso ocurrido en Castilla: la Guerra de las Comunidades.

    Así tenemos que irnos hasta el 21 de agosto de 1521, cuando las tropas de Carlos llegaron a las puertas de Medina del Campo reclamando las piezas de artillería que se encontraban en la ciudad. El objetivo de esa petición era emplearlas contra las fuerzas comuneras que asediaban el Alcázar de Segovia. Los vecinos se negaron y el general realista Fonseca –que, por cierto, era el señor del castillo de Coca- no tuvo otra idea más que incendiar la ciudad.

    Este “estratega” pensaba que así los vecinos abandonarían la custodia de las piezas para sofocar el incendio. Pero el caso es que se les fue de las manos y devastó la ciudad. Para ahondar en la brecha, resulta que después de la guerra se comprobó que buena parte de los que más habían perdido eran mercaderes partidarios de Carlos. En fin, toda una pifia.

    Una gran plaza financiera de Europa
    Lo que supuso el incendio de Medina del Campo no se entiende sin explicar que esa villa era, desde la Edad Media, el gran centro del comercio castellano de lana. Los Reyes Católicos habían instaurado en 1491 la Feria General del Reino allí y todos los historiadores coinciden en que Medina del Campo era una de las grandes plazas financieras de Europa. Con el incendio solo quedó devastación.

    Con Castilla y Medina del Campo asoladas llegó la represión realista a los comuneros. No había medios de vida. Unos meses después de la batalla de Villalar se abrió un banderín de enganche en la villa para buscar soldados que acudiesen a Centroeuropa y defendiesen los intereses del hermano de Carlos V, el archiduque Fernando, que tenía problemas en Austria.

    Y es que Fernando –que, curiosamente, había nacido en Alcalá de Henares y había sido criado en España como nieto predilecto de su abuelo Fernando el Católico– había sido proclamado archiduque de Austria. Al llegar a Viena, en el verano de 1522, se encontró con que los notables de la ciudad le impedían entrar en ella. Así que se retiró a una localidad cercana y pidió ayuda. Y la respuesta fueron los hombres que se alistaron en Medina del Campo

    Allí se consiguió reclutar a unos setecientos hombres, la mayor parte escopeteros, que llegaron a territorio austriaco atravesando media Europa. Con esa guardia de corps Fernando entró en Viena, impartió justicia a los que le habían vetado la entrada y se asentó allí. Durante más de cinco años esa fuerza veló por Fernando I hasta que un 27 de septiembre de 1529 el ejército turco hizo su aparición ante las murallas de la capital austriaca.

    El Turco a las puertas
    El ejército del Turco, como era llamado el sultán otomano por los castellanos, era temible: 150.000 hombres –entre ellos tropas escogidas jenízaras–, 300 piezas de artillería y 20.000 camellos. Enfrente, el grueso de la defensa eran unos 20.000 lansquenetes alemanes y el puñado de alemanes, comandados todos por Nicolás de Salma, un belicoso veterano de 70 años.

    Los de Medina eran pocos pero bragados: fueron ellos los que rechazaron la primera acción turca, el intento de desembarco en la Vega del Danubio. Una crónica turca del asedio describe una salida de castellanos al mando de Jaime García Guzmán para destruir las minas que amenazaban las murallas de Viena. Y otras crónicas señalan la presencia de los castellanos de Fernando I en la fuerza que hostigó la retirada de las tropas turcas cuando levantaron el cerco el 14 de octubre de 1529.

     

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  • La Batalla de Guadalacete

    Batalla de Guadalacete

    La batalla de Guadalacetede Guadacelete o de Guazalete enfrentó, en el año 854, a la unión conjunta de los reinos astur con tropas castellanas y pamplonesas unida a la población sublevada de Toledo en contra de las tropas del emir Muhammad I de Córdoba.​ Según Eduardo Manzano Moreno la batalla tuvo lugar en el actual término municipal de Villaminaya. Este historiador solo menciona a un único rey cristiano, Ordoño I de Asturias.​

    Historia

    A la muerte del Emir Abderramán II en el año 852, la población toledana se sublevó como ya lo había hecho en otras ocasiones anteriores. Según Eduardo Manzano Moreno, lo que movía a los toledanos a rechazar la soberanía del emir de Córdoba eran» «las imposiciones fiscales… [y] la resistencia a recibir gobernadores que no hubieran sido aprobados por la ciudad». «Que lograran resistir asedios o que sólo aceptaran negociar bajo ciertas condiciones muestra hasta qué punto la comunidad toledana, profundamente arabizada y, en buena medida, islamizada, estaba unida y cohesionada». Para asegurar el triunfo de la rebelión los toledanos llamaron en su ayuda al rey del Reino de Asturias Ordoño I. Así es como se produjo la batalla que acabó con un resonante triunfo para el emir cordobés, aunque, como ha señalado Manzano Moreno, «no acabó con el foco de revuelta en la ciudad».​

    Así relató lo acontecido Ibn Jaldún, que se informó en las crónicas del siglo X:

    Los toledanos pidieron la ayuda al rey de Asturias, que acudieron a liberarlos con la ayuda de la gente de la ciudad. El ejército de Toledo formado por la unión del pueblo toledano y los reinos cristianos, viendo al del emir (muy reducido), salieron a los márgenes del río Guadalacete y combatieron con fervor derrotando al emir. Éste se retrajo hasta tierras más al sur, siendo seguido por el ejército de Toledo que cayó en una emboscada, ya que el grueso del ejército árabe estaba esperando ese movimiento. Todo esto produjo una matanza de más de ocho mil almas, dando la victoria al imperio musulmán y aplastando así la rebelión de Toledo.
  • La Batalla de Albelda

    La Batalla de Albelda

    Se conoce con el nombre de batalla de Albelda a dos acontecimientos bélicos ocurridos en las proximidades de la localidad de Albelda de Iregua en La Rioja en el marco de la reconquista cristiana de la península ibérica. El primero está datado en el 852 y el segundo en 859.

    Primera contienda

    Hacia el año 852 tropas castellanas bajo el reino Asturiano, se enfrentaron a Musa ibn Musa, de los poderosos Banu Qasi, en las proximidades de Albelda. La batalla finalizó con la victoria del ejército musulmán, lo que le posibilitó controlar la práctica totalidad del territorio de la actual La Rioja. Tras esta victoria Musa fue nombrado valí de la Marca Superior (852-859).

    Segunda contienda

    Musa ibn Musa, al apoderarse de Huesca en 855, había reunido un territorio tan extenso que se hacía llamar «tercer rey de España«. Tratando de proporcionarse una base militar en una zona estratégica de comunicación entre las actuales Soria y Logroño, mandó construir una fortaleza en Albelda o Albaida, entre Clavijo y los montes de Viguera. Según la Crónica de Alfonso III en ese momento García Íñiguez de Pamplona abandonó su tradicional alianza con los Banu Qasi para aliarse con los castellanos y asturianos. Ordoño I de Asturias se adelantó al peligro que podría suponer la nueva fortaleza y en 859 la atacó y destruyó, causando una gran derrota a los Banu Qasi.

    Tras la derrota musulmana en esta batalla, en 860 la monarquía asturiana mandó al Conde de Castilla que llevara a cabo la repoblación de Amaya, intensificando de esa manera el fenómeno repoblador en el alto Ebro y los territorios ubicados en la margen izquierda del Duero.

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  • La Batalla de Clavijo

    La Batalla de Clavijo

    La batalla de Clavijo es una batalla dirigida por el rey Ramiro I de Asturias y capitaneada por el Conde de Castilla Sancho Fernández de Tejada contra los musulmanes. Se habría producido en el denominado Campo de la Matanza, en las cercanías de Clavijo, La Rioja (España), fechada el 23 de mayo del año 844. Sus características míticas (la intervención milagrosa del apóstol Santiago), su condición de justificación del Voto de Santiago, y la revisión que desde el siglo XVIII supuso la crítica historiográfica de Juan Francisco Masdeu, la han hecho ser considerada en la actualidad una batalla legendaria, cuya inclusión en las crónicas se debería al arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada.

    Lo que sabemos, por la Crónica Najerense, es de campañas de Ramiro contra los árabes, mientras que las crónicas de Abderramán II hablan de campañas moras en la castellana región de Álava, pero unas y otras coinciden en las fuertes luchas en el área riojana. Más concretamente, las fuentes asturleonesas cuentan que Ordoño I, el hijo de Ramiro I, cercó la ciudad de Albelda y estableció su base en el monte Laturce, es decir, el mismo lugar donde la leyenda sitúa la batalla de Clavijo. Y los hallazgos arqueológicos no dejan lugar a dudas: la noticia de la batalla de Clavijo, no apareció en ninguna fuente hasta siglos después de su supuesta fecha. También es la referencia histórica que Enrique IV y posteriormente el resto de monarcas han empleado para la creación y confirmación de privilegios al Antiguo e Ilustre Solar de Tejada, único señorío que se ha mantenido desde entonces hasta la actualidad.

    Muchos debieron ser los méritos de Sancho, ya que en la Historia antigua de España casi no hay ningún acontecimiento que se magnifique tanto y tenga tanta trascendencia como la Batalla de Clavijo y en ella tiene un papel muy destacado, según las palabras de su propio Rey.

    La batalla tendría su origen en la negativa de Ramiro I de Asturias a seguir pagando tributos a los emires árabes, con especial incidencia en el tributo de las cien Doncellas. Por ello las tropas cristianas de Ramiro I, capitaneadas por Sancho, irían en busca de los musulmanes, con Abderramán II al mando, pero al llegar a Nájera y Albelda se verían rodeados por un numeroso ejército árabe formado por tropas de la península y por levas provenientes de la zona que correspondería actualmente con Marruecos, teniendo los cristianos que refugiarse en el castillo de Clavijo en Monte Laturce.

    Las crónicas cuentan que Ramiro I tuvo un sueño en el que aparecía el Apóstol Santiago, asegurando su presencia en la batalla, seguida de la victoria. De acuerdo con aquella leyenda, al día siguiente, el 23 de mayo del año 844, los ejércitos de Ramiro I, animados por la presencia del Apóstol montado en un corcel blanco y capitaneados por Sancho, se enfrentaron al ejército árabe. Sancho, sus Trece Hijos, sus caballeros castellanos y los hombres del Rey Ramiro obtienen una victoria enorme que libera a los Cristianos de pagar el ignominioso tributo de las cien doncellas “cincuenta nobles para tratar casamiento con ellas y las otras cincuenta para mancebas”.

    El Rey le da por nombre «el de Tejada», en recuerdo de la rama de un Tejo que utilizó como arma cuando se rompió su lanza en el combate y que blandía valientemente arengando a sus tropas en un último esfuerzo.

    Voto de Santiago

    El día 25 de mayo en la ciudad de Calahorra (el año no se especifica) Ramiro habrá dictado el voto de Santiago, comprometiendo a todos los cristianos de la Península a peregrinar a Santiago de Compostela portando ofrendas como agradecimiento al Apóstol por su también supuesta intervención e imponiendo un impuesto obligatorio a la Iglesia.​

    Con este suceso, el Apóstol se convirtió en símbolo del combate contra el islam, y se le reconoció desde entonces como Santiago Matamoros.

    Leyenda

    La primera crónica que cita esta legendaria aparición fue narrada (hacia 1243) por Rodrigo Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo.

    Tras la Batalla

    El Rey Ramiro quiso honrar a Sancho por su gesta mediante una serie de privilegios:
    • Le nombró Alcaide de los fuertes de Viguera y Clavijo, que junto a la inmensa fortaleza natural de los Cameros, permitió en los valles y llanuras de la Rioja vivir en paz y prosperar.
    • Le hizo señor de los Montes Cadines (que son hoy los de Tejada). En estos montes edificó su casa, la entonces llamada Casa Cadina, ahora convertida en casa Tejada.
    • Le concedió la nobleza transmisible por línea de varón y de mujer a toda su descendencia. Sus descendientes —“señoras y señores hijosdalgo diviseros”— se inscriben en los registros de los Solares de Tejada y Valdeosera, considerados como corporaciones nobiliarias de las más antiguas de España, pues su documentación histórica comprobada se remonta a 1460. En ella hombres y mujeres son iguales y libres. Son dueños y Señores de sus tierras hasta el fin de los tiempos, el Rey, así lo reconoce y respalda. Además les concede un símbolo, un escudo, que representa esta Historia para que no se olvide y sirva de ejemplo permanente. Buena prueba de ello es su confirmación y reconocimiento por todos los Reyes de España y Jefes de Estado que se han sucedido hasta la actualidad, superando incluso momentos históricos de profunda persecución contra estas distinciones nobiliarias y de ahí logrando mantener su naturaleza jurídica y que no resultaran afectados sus Privilegios y distinciones ni por las Leyes Desvinculadoras ni las Disposiciones de uno y otro Gobierno.
    • Encomendó a Sancho y sus hijos mantener libres, seguros y transitables los caminos —también a Santiago de Compostela—, fundando la primera Orden de sus caballeros, tal y como se recoge en la Carta de Confirmación de Privilegios, Gracias y Mercedes otorgada por los Reyes Católicos al Solar de Tejada, firmada el 8 de julio de 1491 en la Vega de Granada.

    Más en adelante, Sancho consigue arrebatar a los moros todas las tierras hasta el Reino de Aragón y las puso a los pies de su Rey y Señor, quién en gratificación de sus servicios le dio una villa en tierra de León. El católico Rey le dio otra montaña llamada Valdeosera, llamada así por los muchos osos que allí había. En esta montaña edificó trece casas, y a ellas envió a los Doce Caballeros y a su hijo menor llamado Sancho, como el padre. De esta forma hizo a los doce Caballeros y a su hijo Sancho Señores de ella.

    El general Sancho se quedó en el Solar de Tejada junto a cinco de sus hijos, llamados: Fernando, Mateo, Martín, Andrés, Lope, Pedro y Gonzalo. Los cinco hijos restantes los envió a la villa de León, consiguió así acomodar a sus trece hijos.

    El señorío de Tejada siguió ejerciendo eficientemente la labor de protección de los caminos encomendada por el rey Ramiro. Cien años más tarde Gotescalco, Obispo de Puy, recorre esta ruta, se desplaza a Clavijo y se detiene en el Monasterio de San Martín de Albelda, -lugar donde entonces ya reposan los restos de la esposa de Sancho, Doña María, protectora, junto a su marido Don Sancho, del Monasterio, como también lo fueron del de San Millan. Encarga una copia del libro de San Ildefonso de Toledo sobre la Virginidad de Maria, el Códice Albeldense de Gomesano, que recoge un año más tarde a su vuelta de Santiago de Compostela. Los hombres de Tejada protegieron su peregrinar.

     

  • La Batalla de Bairén; El Cid y Pedro I de Aragón contra los Almorávides

    La Batalla de Bairén; El Cid y Pedro I de Aragón contra los Almorávides

    La batalla de Bairén se libró entre las fuerzas de Rodrigo Díaz el Campeador, en coalición con las de Pedro I de Aragón, contra los almorávides de Muhammad ibn Tasufin.

    Rodrigo Díaz, que el 17 de junio de 1094 había conquistado Valencia,​ y Pedro I de Aragón se habían reunido en junio de 1094 en Burriana para concertar una alianza a fin de hacer frente a los almorávides. En virtud de este pacto, el Cid partirá en diciembre de 1096 con ayuda de tropas aragonesas para abastecer de municiones y víveres su fortaleza del castillo de Peña Cadiella, restaurada por el propio Campeador en octubre de 1091 para dominar los accesos a Valencia desde del sur por la ruta interior en el curso de las operaciones de dominio sobre Levante que el Campeador había emprendido antes de la llegada de los norteafricanos. Cuatro años más tarde, en 1095, los almorávides controlaban Játiva y Gandía.

    Muhammad ibn Tasufin, comandante en jefe del ejército islámico, salió al encuentro de las tropas conjuntas cristianas en Játiva. Desde esa posición amenazaba al Cid y Pedro I quienes, a pesar de todo, consiguieron llegar a Peña Cadiella y abastecerla. Rápidamente, comenzaron el regreso hacia el este, tomando la ruta de la costa, pensando que era menos peligrosa que atravesar los desfiladeros situados entre Denia y Játiva, dos grandes poblaciones dominadas por los almorávides. Transcurría el mes de enero de 1097.

    Mientras el Cid y el rey de Aragón avanzaban hacia el norte, acampando en Bairén, un lugar situado pocos kilómetros al norte de Gandía, el ejército almorávide había tomado el promontorio de Mondúver (una altitud de 841 metros cercana al mar), desde donde hostigaban el campamento cidiano. Además, el general Muhámmad había conseguido llevar una flota compuesta por naves almorávides y andalusíes al mismo punto, desde donde arqueros y ballesteros islámicos combatían entre dos fuegos a las tropas cidiano-aragonesas.

    La situación parecía desesperada, pero el Cid arengó una mañana a sus tropas para conminarlas a llevar a cabo una carga frontal con toda la caballería rompiendo las filas enemigas por su centro. Al mediodía se efectuó el ataque con toda la energía posible, que sorprendió por su arrojo a las posiciones almorávides, que cedieron y posteriormente huyeron en desbandada. La desorganización de la retirada provocó que muchos guerreros musulmanes murieran ahogados en el río que tenían a su espalda o en el mar al intentar alcanzar las naves almorávides para ponerse a salvo. El ejército cristiano consiguió un gran botín en la persecución posterior a la victoria y el paso franco hacia la ciudad de Valencia.

  • El Hostigamiento a Tierra de Campos

    El Hostigamiento a Tierra de Campos

    El hostigamiento a Tierra de Campos fue una serie de incursiones bélicas de carácter marcadamente antiseñorial, dirigidas por el obispo comunero Antonio de Acuña en la región de Tierra de Campos a comienzos de 1521, en el marco de la Guerra de las Comunidades de Castilla.

    Acuña, tras afianzar la Comunidad en la ciudad de Palencia por orden de la Santa Junta, pasó a la acción directa a comienzos de enero de 1521. La primera localidad a la que acudió fue Frechilla. Allí tomó prisioneras a las autoridades de la Audiencia del Adelantamiento mayor de Castilla y nombró un corregidor comunero. A continuación, pasó a Fuentes de Valdepero y se apoderó de la fortaleza y sus bienes. El 10 de enero entró en Paredes de Nava y el 16 terminó uniéndose en Trigueros del Valle a las tropas de Juan de Padilla, quien había salido de Valladolid el día anterior con vistas a reconquistar las fortalezas de Ampudia y Torremormojón. Acuña, pues, participó en los combates entablados en estas dos localidades entre el 16 y el 21 de enero. De hecho, Torremormojón no tardó en capitular ante los rebeldes. Solamente Ampudia, gracias a sus murallas y a su castillo, pudo resistir unos cuantos días más.

    Una vez resueltos estos dos focos de resistencia, las tropas de Padilla, Acuña y el conde de Salvatierra marcharon juntas sobre Burgos, con la esperanza de que de esa manera darían coraje a los comuneros de la ciudad para levantarse contra el condestable. Finalmente, la proyectada operación no pudo concluirse porque el levantamiento se adelantó dos días. El obispo comunero, algo desanimado, regresó a Tierra de Campos y se dedicó a proseguir varios días más con la ofensiva antiseñorial. Así, el día 23 cayó sobre Magaz, pero al no poder vencer la resistencia de la fortaleza, se contentó con saquear ferozmente la villa. Siguió su recorrido hacia Cordovilla la Real y Tariego —propiedades del conde de Castro y el conde de Buendía, respectivamente—, cuyos castillos se encargó de derribar para evitar que cayeran en manos del enemigo. Finalmente, Frómista vio finalizar la exitosa campaña de Acuña, aunque no de la mejor manera, pues debió sufrir el saqueo de las tropas.

    Acuña en Palencia

    El 23 de diciembre de 1520 la Santa Junta le encomendó al obispo de Zamora, Antonio de Acuña, la tarea de establecer la Comunidad de manera definitiva en las regiones palentinas. Al mando de 4000 peones y 400 lanzas, asentó su cuartel general en la localidad de Dueñas (sublevada en septiembre contra los condes de Buendía) y marchó a Palencia. Allí arrestó a los sospechosos o indiferentes a la causa, recaudó impuestos en un monto de 4000 ducados y constituyó un aparato político local fiel al movimiento. El día 25 nombró a Antonio Vaca de Montalvo nuevo corregidor de la ciudad, y teniente al licenciado Martínez de la Torre. El 28 ambos asumieron oficialmente los cargos respectivos.

    Primeras incursiones

    Tras establecer sólidamente la comunidad en Palencia, Acuña retornó a Valladolid, ciudad que desde hacía unas pocas semanas se había convertido en la nueva capital del movimiento. No permaneció allí muchos días; a comienzos de enero retornó a las tierras palentinas para dar inicio a sus incursiones bélicas.

    Frechilla

    El obispo de Zamora, al mando de 300 hombres, entró en Frechilla el 5 de enero. Allí se apoderó de los oficiales de la Audiencia del Adelantamiento de Castilla y de la esposa del licenciado Lerma, los cuales envió prisioneros a Becerril de Campos. No contento con eso, dio permiso a los soldados para saquear sus bienes —las pérdidas se calcularon en 2000 ducados de oro—, y liberar a los presos de la ciudad. A continuación el licenciado de la Torre, Juan de Lila, Francisco Gómez y un tal Corral ocuparon la alcaldía mayor y el alguacilazgo del Adelantamiento. Finalmente, el 10 de enero el bachiller Zambrano tomó posesión del corregimiento de la villa.​

    Fuentes de Valdepero

    El 6 de enero de 1521 tropas medinenses capitaneadas por un tal Larez y mandadas por Acuña, sitiaron el castillo de Fuentes de Valdepero. Luego de dos horas de asedio, Acuña ordenó a un grupo de soldados incendiar las puertas de la fortaleza, y a otro grupo disparar ballestas con tiros que llevasen estopas encendidas, para quemar así el vigamen del tejado.​ Andrés de Ribera conferenció entonces un rato con el obispo, pero sin resultados positivos. La refriega continuó y ocho escopeteros comuneros llegaron a perder la vida, por lo que Acuña, convencido de lo dura que sería la lucha, dio garantías a los sitiados respecto a sus bienes, esperando de ese modo que se rindiesen. Ribera aceptó y permitió a los atacantes ingresar a la fortaleza.

    No obstante, Acuña no respetó el acuerdo, sino que saqueó la aldea, tomó prisioneros a los señores del lugar, el doctor Tello y su yerno Ribera (el mismo que había conferenciado con él horas antes), y los condujo a Valladolid. Los daños se calcularon en 20.000 ducados, 30.000 según el cronista Alonso de Santa Cruz.​

    Monzón y Paredes de Nava

    En Monzón de Campos Acuña entró a saco y pudo recaudar un total 20.000 maravedíes.​ Luego se presentó en Dueñas y finalmente en Paredes de Nava el 11 de enero. Allí celebró con los vecinos una concordia ofensiva y defensiva para que le auxiliasen cuando lo necesitase.

    Reacción realista y enfrentamientos en Ampudia y Torremormojón

    Cuando el condestable Iñigo Fernández de Velasco tomó conocimiento de las andadas del obispo de Zamora por Tierra de Campos, reclamó al almirante y al cardenal Adriano de Utrecht (con los que compartía la gobernación del reino), el envío de los soldados necesarios para detenerlo. Mientras llegaban, encomendó esta tarea a los condes de Castro y de Osorno, al mariscal de Frómista y a Juan de Rojas.

    Pero los capitanes Francés de Beaumont y Pedro Zapata no esperaron órdenes desde la gobernación y en la mañana del 15 de enero partieron con sus 1300 infantes, 150 lanzas y 40 escuderos en dirección a la villa de Ampudia, propiedad del rebelde conde de Salvatierra, Pedro López de Ayala. Su toma ese mismo día produjo un gran desorden en el dispositivo montado por los comuneros en Tierra de Campos.

    La Junta respondió enviando al toledano Juan de Padilla, el cual se unió con Acuña en Trigueros del Valle​ para formar un ejército de aproximadamente 4000 hombres.​ Los ocupantes de Ampudia, al tener noticias del inminente contraataque comunero, se refugiaron en Torremormojón, que los rebeldes recuperaron el 17 de enero luego de acordar con los vecinos el pago de un cuantioso tributo de guerra. Ampudia resistió varios días más gracias a la fortaleza de sus murallas y su castillo, pero finalmente capituló el 21 de enero.

    Marcha hacia Burgos

    Inmediatamente, Acuña, Padilla y el conde de Salvatierra marcharon con sus tropas en dirección a Burgos. Su plan consistía en animar a los comuneros burgaleses a levantarse contra la autoridad del condestable.​ La sublevación en cuestión tuvo lugar, pero no el 23 de enero, tal como estaba pactado, sino dos días antes, el 21. Este desfase permitió al virrey castellano al día siguiente restaurar el orden en la ciudad sin demasiados problemas. Las tropas comuneras, por otro lado, decidieron retirarse sin entablar hostilidades.

    Continuación de la ofensiva antiseñorial

    Tras el episodio de Burgos, el espacio geográfico de las incursiones de Acuña se trasladó ligeramente al este. Magaz de Pisuerga, Tariego de Cerrato, Cordovilla la Real y Frómista fueron, pues, los últimos objetivos del prelado antes de dirigirse al reino de Toledo.

    Magaz

    En la madrugada del 23 de enero Antonio de Acuña puso sitio al castillo de Magaz. Ocurrió que al verse incapaz de vencer la resistencia orquestada por García Ruiz de la Mota, dos horas antes de que amaneciese decidió ensañarse con la población. No dejó nada, ni un brocado, ni un maravedí, ni una cabeza de ganado, escriben sus enemigos. Robó los crucifijos, los ornamentos de las iglesias, inclusive el manto de la Virgen.​ De Palencia se enviaron diez escopeteros, diez caballeros y otros treinta hombres al mando del capitán Sant Román, con el fin de dar alcance a las fuerzas de Acuña y repartirse las cabezas de ganado.​ Cuando regresaban de noche a su ciudad Mota sacó al encuentro cinco caballeros, siete escopeteros y tres piqueros. El éxito fue total: recuperaron el ganado, capturaron a dos de los palentinos, mataron a otros tres, y el resto resultó herido. Mota pretendió ahorcar a uno de los prisioneros, que resultó ser el regidor Pedro de Haro, pero prefirió esperar la respuesta del condestable.

    Cordovilla la Real y Tariego

    Desde Torquemada, el obispo Acuña partió en dirección al castillo de Cordovilla la Real, propiedad del conde de Castro, y lo incendió. Tras este episodio, el 29 de enero saqueó Tariego de Cerrato, feudo del conde de Buendía. Al principio se pensó dejar una guarnición comunera en el castillo, pero ante el peligro de que cayese en manos del condestable, Acuña sugirió a la Junta la conveniencia de derribarlo y abandonarlo, junto con el castillo de Cordovilla.

    Frómista

    El próximo y último objetivo de Acuña fue la ciudad de Frómista, a la que entró el primer día de febrero. La población, envuelta en un clima de terror por la modalidad de lucha del obispo comunero, se comprometió a reunir un rescate de 500 ducados para evitar el pillaje. Pero cuando Acuña se percató de que no habían podido recaudar dicha cantidad, procedió a despojar a las iglesias de sus crucifijos, cálices, y patenas de plata.

    Consecuencias

    La muchas veces denominada «dictadura» del obispo de Zamora en Tierra de Campos permitió a los comuneros incrementar el tesoro de guerra, tanto por los impuestos que recaudaba en nombre de la Junta como por los saqueos a iglesias, castillos y aldeas pertenecientes a los señores:

    El roba todos los lugares pequeños que puede y por ser perlado atrevese a las iglesias y dejalas sin cuidado de tener que guardar y a los lugares grandes rescatalos y componelos porque no les haga guerra acá.
    Carta del licenciado Vargas al rey, fechada en Burgos el 2 de febrero de 1521.

    Sus enemigos evocaron constantemente el ambiente de descontrol e inseguridad que reinaba a la región, que hacía recordar el reinado de Enrique IV. Por otro lado, estas incursiones bélicas dotaron al movimiento comunero de una las características más notables de su segunda etapa: el rechazo de un orden social basado en el régimen señorial.

    Tras la revuelta, como fue común en todos los casos, sobrevinieron las repercusiones judiciales. Así, por ejemplo, cuando Andrés de Ribera recuperó la libertad en marzo eligió tres comisionados, Juan Álvarez de Torres, Diego Ruiz del Corral y Antonio de Miranda, para que recobrasen por su precio los objetos vendidos por los soldados de Acuña a vecinos palentinos. A principios de agosto de 1522 el juez pesquisidor Francisco Castañeda se presentó en Palencia para investigar las «cosas y cabsas tocantes» al saqueo a Fuentes de Valdepero. Acudió a la junta del cabildo celebrada el 14 de agosto, pues estaba interesado en la devolución de algunos objetos, entre ellos los tubos de un órgano, que, en cuarenta reales, compró el canónigo Lorenzo de Herrera a unos soldados. Herrera ayudó a Juan Álvarez en su comisión y se mostró dispuesto a devolver cuanto se le pedía, previo abono del importe. Hasta tanto que esto se hiciera, los bienes reclamados quedaron en depósito, según resolvieron los capitulares.

    Otro caso lo ofrecen los concejos de Monzón y Valdespina, que en noviembre de 1522 reclamaron a Acuña 160 ducados que había obtenido de la localidad a fuerza de amenazas.

  • La Batalla de Martos

    La Batalla de Martos

    La batalla de Martos fue una batalla librada durante la Reconquista española que tuvo lugar en las lindes entre Martos y Torredonjimeno, en la actual provincia andaluza de Jaén, el 21 de octubre de 1275. La batalla se libró entre las tropas del reino nazarí de Granada y las del reino de Castilla. El resultado fue una victoria de las tropas nazaríes, que aniquiló casi por completo las fuerzas castellanas.​ Existe cierta confusión en las fechas ya que diferentes autores informan fechas diferentes. Jerónimo Zurita, por ejemplo, informó que la batalla tuvo lugar entre mayo y agosto; los autores más modernos, sin embargo, la sitúan entre septiembre y octubre.

    A comienzos de la década de 1270, el reino nazarí de Granada solía pagar parias al reino cristiano de Castilla. En 1273, el rey Alfonso X de Castilla decidió aumentar la aportación que debía pagarse, hasta llegar a una suma de 300.000 maravedíes, una cifra que Muhammad II de Granada, recién ascendido al trono, consideró totalmente inaceptable. Ante esa situación, se decidió pedir ayuda a Fez (actual Marruecos), al sultán meriní Abu Yúsuf Yaqub ibn Abd al-Haqq.

    La circunstancia fue aprovechada por los miníes y en el verano del año 1275 cruzaron el estrecho de Gibraltar con un gran ejército que, junto con las tropas nazaríes, atacaron el territorio castellano. En ese momento, Alfonso X se encontraba lejos de su reino, librando en Beaucaire (Francia) los últimos conatos del pleito que tenía con la Iglesia romana y con el papa Gregorio X que le obligaría a renunciar al título de Rey de romanos. Su hijo y heredero, Fernando de la Cerda, que actuaba como regente del reino, se apresuró a reunir tropas para atajar la disputa. No obstante, falleció inesperadamente en Villa Real (actual Ciudad Real) el 25 de julio.

    Sin líderes que pudieran hacer frente a los ataques, las fuerzas merinís tenían camino libre para avanzar desde el sur. En septiembre, el entonces adelantado mayor de Andalucía, Nuño González de Lara el Bueno, intentó detenerlos, pero fue derrotado y asesinado en la batalla de Écija.​ El joven arzobispo de Toledo, el infante Sancho de Aragón, termina poniéndose a la cabeza de una fuerza de caballeros procedentes de Toledo, Madrid, Guadalajara y Talavera de la Reina para marchar al sur para interceptar a los invasores.​ Otra fuerza de ayuda marchaba hacia Jaén bajo el mando de Lope Díaz III de Haro.

    Las tropas castellanas estaban alojadas en Torredelcampo cuando el arzobispo Sancho recibió noticias de fray Alfonso García, comandante de Martos de la Orden de Calatrava, de que una fuerza árabe estaba llena de botines y prisioneros cristianos. Sus propios hombres le aconsejaron que esperara a ser alcanzado por las fuerzas de Lope Díaz de Haro antes de atacar, pero el joven Sancho decidió atacar de inmediato. La contienda, probablemente tuvo lugar cerca de los terrenos que hoy en día pertenecen al pueblo de Torredonjimeno. Los castellanos, superados en número, fueron en su mayoría aniquilados, logrando muy pocos caballeros poder huir para ponerse a salvo. Otros tantos supervivientes fueron asesinados o hechos prisioneros. En el combate también fue hecho prisionero el joven Sancho de Aragón, de 25 años, que al ser reconocido como un rehén de gran importancia por ser hijo de Jaime I de Aragón, fue disputado por las tropas nazaríes y las meriníes. La cuestión fue zanjada cuando el arráez nazarí de Málaga decidió decapitar al infante y cortarle las manos, en las que tenía los anillos episcopales. La cabeza fue entregada a los meniríes y la mano a los nazaríes.

    Lope Díaz de Haro llegó a la zona para lograr recuperar el cuerpo del arzobispo, pero decidió no perseguir a sus asesinos. Más tarde, en Castilla tomó su defensa como nuevo heredero de Alfonso X su segundo hijo el infante Sancho, que regresó de Francia y tomó la delantera, organizando una rápida defensa de los territorios del sur.​ Otra consecuencia de la batalla fue que el reino de Aragón atacó al reino nazarí de Granada por el sureste.​ El sultán Abu Yúsuf Yaqub ibn Abd al-Haqq decidió volver a Marruecos, mientras en la península se generó una tregua de facto entre Castilla y Granada. Estos eventos fueron el comienzo de la llamada batalla del Estrecho entre Castilla y los moros que duró hasta la década de 1350.

     

  • Zamora no se ganó en una hora

    Zamora no se ganó en una hora

    En una hora no se ganó Zamora (La Celestina VI 221). Esta paremia alude al largo sitio que sufrió la ciudad de Zamora durante siete meses por parte de Sancho el Bravo en el año 1072, con el objeto de arrebatársela a su hermana doña Urraca.

    El Cerco de Zamora

    A la muerte de Fernando I, Sancho II, el primogénito, recibió Castilla y se vio así desposeído de León, que había sido la cabeza del Imperio. En el año 1065 comienza a reinar Sancho II en Castilla hasta que tras la muerte de su madre la reina Sancha de León, comienza a reclamar para sí el reino de León que había sido asignado a su hermano Alfonso de León y comienzan las hostilidades entre ellos. Sancho II sorprende a Alfonso saliendo al paso en Llantada. En dicho encuentro Sancho puso en fuga a su hermano y a las tropas leonesas. Alfonso, habiendo regresado a León, se enfrenta de nuevo a Sancho en Golpejera, resultando preso Alfonso, que luego sería liberado, posiblemente por la intervención de Pedro Ansúrez, y pidió asilo en la taifa de Toledo donde reinaba Al-Mamún de Toledo. Sancho entró en la ciudad de León incorporando este reino a su jurisdicción. Mientras ocurría esto su hermano García regía Galicia. Tras la toma de la ciudad de León el rey Sancho se dirigió a Galicia, que conquista con relativa facilidad debido a la discordia entre los súbditos de García. Sancho siguió a las tropas de su hermano por Portugal y le presentó batalla en Santarém. Ahora quedaba expedito el camino a las posesiones de sus hermanas Elvira en Toro y Urraca en la vecina ciudad de Zamora. Urraca no aceptó integrarse en el reino de Castilla y Sancho asedió la plaza, que nunca se rindió.

    El Mito

    Los zamoranos, en previsión del ataque que se avecina, eligen como su caudillo a Arias Gonzalo y de esta forma pueda defender a su señora Urraca. Mostrando iniciativa Urraca desafió a Sancho antes de sufrir el ataque de las tropas de su hermano. Siete meses y seis días dura el asedio a Zamora, ganándose la frase de «Zamora no se conquista en una hora». El caballero Vellido Dolfos, partiendo desde el interior de la ciudad, consigue los favores de Sancho II y finalmente lo asesina a pie de la muralla el 6 de octubre de 1072 (en un lugar conocido en la actualidad como Cruz del Rey Don Sancho). Momentos después se adentra en la ciudad por una abertura del lienzo del muro de la ciudad, conocida tradicionalmente como Portillo de la Traición, hasta que el Ayuntamiento de Zamora decidió por unanimidad cambiarlo en 2010 por el de Portillo de la Lealtad.

    El caballero Diego Ordóñez de Lara, ante las murallas, insulta a los habitantes de la ciudad por la cobardía ante el regicidio. Arias Gonzalo recoge la afrenta, pero tiene prohibido el confrontamiento y es por esta razón por la que envía a sus hijos, que uno a uno van cayendo. Esta situación se encuentra descrita en los cantares de gesta, así como en el Cantar de Sancho II. Las consecuencias el cerco de Zamora finalizan con la denominada Jura de Santa Gadea, una leyenda medieval transmitida por el Romance de la Jura de Santa Gadea, en la que se narra el juramento que supuestamente hubo de prestar el rey Alfonso VI el Bravo en la iglesia de Santa Gadea de Burgos, a finales del año 1072, a fin de demostrar que no había tomado parte en el asesinato de su propio hermano Sancho II. Este hecho parece que no se produjo históricamente en Burgos sino en la iglesia de Santiago de los Caballeros en Zamora, la misma en la que se armó caballero el Cid Campeador y en la que Alfonso VI y el Cid asistían a misa en la infancia de ambos.

    Sancho II de Castilla

    Sancho II de Castilla, llamado «el Fuerte» (Zamora, 1038 o 1039-ibíd., 7 de octubre de 1072), fue el primer rey de Castilla, entre 1065 y 1072, y, por conquista, de Galicia (1071-1072) y de León (1072). Consiguió reunificar la herencia de su padre Fernando I de León. Sin embargo, no disfrutó mucho tiempo de ello, puesto que murió meses después en el cerco de Zamora, heredando los tres reinos unidos su hermano Alfonso. Tras acceder al trono castellano el 27 de diciembre de 1065, nombró alférez a Rodrigo Díaz el Campeador y una de sus primeras acciones fue renovar el vasallaje del rey de la taifa de Zaragoza, Al-Muqtadir, para lo cual puso sitio a la ciudad en 1067, acto que le llevaría en 1068 a participar en la conocida como Guerra de los tres Sanchos que le enfrentaría a sus primos Sancho Garcés IV de Pamplona y Sancho Ramírez de Aragón, y que le permitió recuperar parte de los territorios fronterizos con el Reino de Pamplona que habían sido conquistados por los navarros.

    El reparto de la herencia entre todos los hijos de Fernando I nunca satisfizo a Sancho, que siempre se consideró como el único heredero legítimo, por lo que inmediatamente se movilizó para intentar hacerse con los reinos que habían correspondido a sus hermanos en herencia. Se inicia así un periodo de siete años de guerras protagonizadas por los tres hijos varones de Fernando I.

    Al fallecer en 1067 la reina Sancha se iniciaron las disputas con su hermano Alfonso, al que se enfrentó el 19 de julio de 1068 en Llantada en un juicio de Dios, en el que ambos hermanos pactan que el que resultase victorioso obtendría el reino del derrotado. Aunque Sancho venció, Alfonso no cumplió con lo acordado, a pesar de lo cual las relaciones entre ambos se mantienen como demuestra el hecho de que Alfonso acudiera, el 26 de mayo de 1069, a la boda de Sancho con una noble inglesa llamada Alberta y donde ambos decidieron unirse para hacerse con el reino de Galicia que le había correspondido al menor de los hijos de Fernando el Grande.

    Con la complicidad de su hermano Alfonso, Sancho entró en Galicia y, tras derrotar a su hermano García, lo apresó en Santarém encarcelándolo en Burgos hasta que es exiliado a la taifa de Sevilla. Tras eliminar a su hermano, Alfonso y Sancho se titulan reyes de Galicia en 1071 y firman una tregua que se mantendrá durante tres años.

    La tregua se rompe cuando Sancho, que no renuncia al reino de León, que entre otras cosas llevaba aparejado el título imperial, marcha contra su hermano con un ejército al mando de su brazo derecho el Cid que derrota al ejército leonés en la batalla de Golpejera en 1072. Sancho entra en León y es coronado como rey de León el 12 de enero de 1072, con lo que vuelve a unificar en su persona el reino que su padre había dividido.

    Tras encarcelar a Alfonso, la mediación de su hermana Urraca hizo que le permitiera instalarse en el Monasterio de Sahagún, de donde el leonés huyó, temiendo por su vida, refugiándose en la corte de su vasallo el rey al-Mamún de Toledo. La nobleza leonesa estaba descontenta con el castellano, y su miembro más destacado, Pedro Ansúrez, siguió a Alfonso al exilio.

    Según el relato recogido en la Crónica najerense, que podría provenir de un cantar de gesta, Sancho II fue asesinado por Vellido Dolfos mientras llevaba a cabo el cerco de Zamora, donde se hallaba su hermana la infanta Urraca de Zamora, el 7 de octubre de 1072.6 El lugar del regicidio es señalado con la Cruz del Rey Don Sancho.

    Urraca de Zamora

    Urraca Fernández (León, 1033 – ibídem, 1101) fue una infanta de León; hija primogénita de Fernando I de León y de su esposa, la reina Sancha, heredó la plaza de Zamora tras el reparto realizado por su padre antes de fallecer.  El rey Fernando repartió sus reinos antes de morir entre sus cincos hijos: a Alfonso le otorgó el reino principal, León; a Sancho le concedió Castilla; el pequeño, García, fue nombrado rey de Galicia; Elvira heredó el señorío de la ciudad de Toro, con consideración de reino; y Urraca heredó Zamora. Cuando comenzó su soberanía en Zamora, estableció su residencia y fortaleza en los conocidos «jardines del castillo» de la ciudad y en los aledaños de la Catedral de Zamora. Este castillo es de estilo puramente medieval con cuatro torres, de las cuales se conserva la torre del homenaje recientemente restaurada para albergar el Museo Baltasar Lobo.

    Fue madrina de armas de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, quien fue investido caballero alrededor del año 1060 en la iglesia de Santiago de los Caballeros de Zamora. Además, era la hermana favorita de Alfonso, al que ayudó y aconsejó para recuperar su reino primero y para gobernar después.

    Al morir Fernando I de León, su hijo primogénito, Sancho, quedó descontento con las reparticiones hechas y entonces fue declarando la guerra a todos sus hermanos e inició una lucha sangrienta. Su reinado en Castilla fue belicoso y el primer conflicto se dio en la Guerra de los Tres Sanchos. Más tarde combatió contra su hermano Alfonso VI en una guerra sin consecuencias y posteriormente se alió con Alfonso y avanzó hacia Galicia para conquistar el reino de García de Galicia, en el año 1071. Menos de un año después le arrebató a Alfonso su reino y se coronó rey de León y de Galicia, arrebatando a continuación a su hermana doña Elvira la ciudad de Toro, situada en la provincia de Zamora. Sólo la infanta Urraca resistía tras los muros de Zamora, convirtiéndose en la principal oponente de Sancho II, pues el rey Alfonso se había refugiado en el taifa de Toledo, que posteriormente conquistaría.

    Sancho II puso sitio a la ciudad de Zamora. Pero sus murallas impidieron pasar al monarca, de ahí la denominación de Zamora de «la Bien Cercada». El asedio duró más de siete meses. Mientras continuaba el asedio de Zamora, un noble leonés, Vellido Dolfos, había salido de la ciudad con la intención de asesinar al rey Sancho II. Según la tradición, tras dos meses infiltrado en el campamento castellano y, después de trabar amistad con el monarca castellano, le acompañó a una cabalgada de exploración en la que se quedó solo con el rey Sancho, que había bajado del caballo para satisfacer una necesidad urgente. Aprovechando la situación, y para evitar que se defendiera su víctima, Dolfos atravesó a Sancho con la lanza real. Una vez cumplido su objetivo cabalgó hacia las murallas de Zamora y se introdujo en ellas a través de un portillo que el romanticismo castellano nombró «de la Traición», pero que hoy en día se denomina «de la Lealtad» tras aprobar el cambio de nombre el Pleno municipal de Zamora en 2009.

    Tras la muerte de su hermano Sancho, Urraca continuó ejerciendo su señorío sobre la ciudad de Zamora, así como sobre todos los monasterios del reino, honor que compartía con su hermana, la infanta Elvira de Toro. Fue una de las consejeras más importantes de Alfonso VI, al que siempre protegió y con el que llegó a actuar en la práctica como canciller del reino. Su inteligencia política le granjeó muchos enemigos que utilizaron las habladurías para desprestigiarla, acusándola incluso en los romances populares de mantener relaciones incestuosas con su hermano. Dos años antes de su muerte, dotó el monasterio de San Pedro de Eslonza, que había sido fundado por el rey García I de León.

     

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  • La Batalla de Golpejera

    La Batalla de Golpejera

    La batalla de Golpejera tuvo lugar el 11 de enero de 1072 y enfrentó a los ejércitos del rey de Castilla, Sancho II, y de su hermano el rey de León, Alfonso VI, aspirantes al trono de su padre, Fernando I, en un paraje llamado Golpejera, situado desde la Crónica Najerense cerca de Carrión de los Condes.

    Es uno de los episodios más conocidos de las guerras fratricidas desencadenadas tras la muerte de Fernando I, por su decisión de dividir sus reinos entre sus hijos Sancho (Castilla), Alfonso (Léon), García (Galicia), Elvira (Toro) y Urraca (Zamora). Tras un primer enfrentamiento en 1069 entre Sancho de Castilla y Alfonso de León en la llamada batalla de Llantada (en realidad, de Lantada, cerca de Lantadilla, Palencia), los dos reyes se volvieron a encontrar tres años más tarde en los campos de Golpejera, en un combate mucho más decisivo que culminó con la derrota y prisión de Alfonso VI a manos de las tropas de Sancho y el portaestandarte Rodrigo Díaz de Vivar “El Cid”. Aherrojado, Alfonso VI fue conducido hasta Burgos y posteriormente desterrado a Toledo. Los sucesos que desencadenaron el desenlace de estas guerras fratricidas son el sitio de Zamora y la muerte [«alevosa» para los castellanos (y la Corona Castellana) y «en legitima defensa» para los leoneses (y la Corona Leonesa), en interpretación de Iglesias Carreño] de Sancho II de Castilla a manos de Vellido Dolfos, con la reunificación final de los dos reinos bajo el cetro de Alfonso, tornado del exilio toledano.

    Los primeros documentos sobre esta batalla, escritos en la primera mitad del s. XII, son la Crónica de Pelayo de Oviedo1​ y la Historia de Rodrigo el Campeador.

    Parece que, de las aportaciones documentales, podría darse la situación de la existencia de una Golpejera I (que transcurre según las normas de guerra de la época, donde podría haber salido victorioso Alfonso VI de León) y una Golpejera II, subsiguiente a la anterior (que ya no transcurre según las normas de guerra de la época, donde podría haber salido victorioso Sancho II de Castilla) y que habría tenido ocasión durante el descanso (y/o nocturnidad) siguiente al desarrollo tras la Golpejera I ganada por ejército de la Corona Leonesa, en interpretación del profesor Iglesias Carreño.

    Ambas reseñan de forma muy escueta el acontecimiento, destacando respectivamente la captura de Alfonso VI y la intervención del Cid como portaestandarte castellano. La Crónica Najerense,3​ escrita ya en el último cuarto del s. XII, ofrece un relato mucho más rico y de estructura literaria, de corte más ejemplarizante que épico, y en todo caso, concebido para mayor gloria de Rodrigo Díaz de Vivar. Ya en el s. XIII, el Cronicón de Lucas de Tuy4​ y la Historia de España de Rodrigo Jiménez de Rada5​ ofrecen un relato de Golpejera lleno de pormenores nuevos, procedentes en ambos casos de una única fuente, esta sí de inequívoco sabor épico, quizá el perdido Cantar del rey Sancho.6​ En la siguiente centuria, Alfonso X en su Primera Historia General de España7​ sintetizó el relato de las crónicas de Lucas de Tuy y Rodrigo Jiménez de Rada, fundiendo en ellas algunos detalles de la Najerense, y quedando como modelo para las crónicas posteriores, así como para los romances (Entre dos reyes cristianos8​ y Don Sancho reina en Castilla9​) y demás obras literarias, ya muy posteriores, que reflejaron el suceso. Los escenarios del acontecimiento, localizados sin más precisiones en las cercanías de Carrión de los Condes desde la Crónica Najerense, fueron reducidos por el historiador Prudencio de Sandoval a un paraje llamado Villaverde de Valpellage (nombre corrompido de Golpejera, según Sandoval), a unas cinco leguas al SO de Carrión.10​ La localización de Sandoval, generalmente aceptada y particularmente refrendada por la autoridad de Menéndez Pidal,​ ha sido contestada recientemente en un estudio de José Mª Anguita y Lourdes Burgos, que sitúan la batalla de Golpejera en los términos actuales de Villarmentero de Campos y Lomas.

    La nueva localización se basa en un conjunto de microtopónimos perpetuados por la tradición local y que conforman todo un paisaje toponomástico, reflejo de los escenarios y lances de la batalla según el relato canonizado por Alfonso X: aparte de una Golpejera hoy deformada en Botijera (pero documentada como Golpexera todavía en 1554), hay hasta tres topónimos que recuerdan un incidente bélico de carácter cruento (La Reyerta, La Matanza y La Mortera), otro que refleja un elemento de gran importancia en el relato, como son las tiendas abandonadas por los castellanos en la primera jornada de la batalla, y donde sorprendieron dormidos a los leoneses al día siguiente (Las Tiendas); y finalmente un hodónimo que recuerda la prisión de Alfonso VI y su conducción hasta Burgos aherrojado (La Senda del Obligado). El estudio también propone que el crucero de Villarmentero sería un recordatorio del acontecimiento para los transeúntes del Camino Francés. De hecho, aunque hoy se alza en medio del cereal, en su momento estuvo enclavado en la antigua vía pública.

  • La gran batalla de Alarcos

    La gran batalla de Alarcos

    La batalla de Alarcos fue una batalla que se libró junto al castillo de Alarcos, situado en lo alto de un cerro junto al río Guadiana, cerca de la actual ciudad española de Ciudad Real, el 19 de julio de 1195, entre las tropas cristianas de Alfonso VIII de Castilla y las almohades de Abū Ya’qūb Yūsuf al-Mansūr (Yusuf II). La batalla se saldó con la derrota de las tropas cristianas, lo cual desestabilizó al Reino de Castilla y frenó el avance de la reconquista unos años, hasta que tuvo lugar la batalla de Las Navas de Tolosa en 1212.

    En 1177 el monarca castellano Alfonso VIII conquistó Cuenca con ayuda de Aragón. Inquieto, el califa Abū Yūsuf Ya’qūb al-Mansūr pactó en 1190 un periodo de paz para frenar el avance castellano sobre al-Ándalus. Cuando expiraba el trato, recibió noticias de que habían surgido revueltas en sus posesiones del norte de África. Alfonso VIII había empezado a levantar en una elevación sobre el río Guadiana la ciudad de Alarcos, que no tenía terminada su muralla, ni aún asentados todos sus nuevos pobladores, cuando una expedición, dirigida por el belicoso arzobispo de Toledo, Martín López de Pisuerga, penetró en las coras de Jaén y Córdoba y saqueó las cercanías de la capital almohade (Sevilla). Este desafío de la fuerza castellana enfureció sobremanera a Ya’qub, quien decidió mandar todas sus fuerzas disponibles para contener al monarca castellano. El historiador Vicente Silió (1892-1972) narra cuál fue el pretexto oficial para la invasión:

    En 1194, el rey Alfonso VIII cometió la imprudencia de retar a Yasub enviándole un mensaje en tono altanero, por el cual le retaba a que mandase sus tropas a batirse en España o le facilitase navíos para que los cristianos pudiesen embarcar y derrotarle en África. Hacía treinta y un años que Yasub gobernaba el Imperio almohade. Contestó al de Castilla con unas breves líneas al dorso de su mensaje: «Estas son las palabras que ha pronunciado Alá, el Todopoderoso: Me lanzaré sobre ellos, les convertiré en polvo sirviéndome de ejércitos que no han visto nunca y de cuya fuerza no podrán librarse». Leyó a sus tribus el desafío de Alfonso y escuchó en respuesta un gran clamorío, exigiendo venganza. Con un poderoso ejército salió Yasub para Algeciras.
    Vicente Silió

    El 1 de junio de 1195 desembarcó sus tropas en la línea de costa entre Alcazarseguir y Tarifa con su ejército almohade.4​ El emir almohade llegó hasta Sevilla, donde logró reunir un ejército de treinta mil hombres, entre caballería y peones, formado por todo tipo de mercenarios, tropas regulares, etc. Alcanzó Córdoba el 30 de junio, donde se hallaban las tropas de Pedro Fernández de Castro «el Castellano», señor de la Casa de Castro y del Infantado de León, quien había roto sus vínculos de vasallaje con su primo el rey Alfonso VIII. Pedro Fernández de Castro era hijo de Fernando Rodríguez de Castro «el Castellano», señor de Trujillo, que, al igual que su hijo hacía ahora, había combatido en el pasado junto a los almohades.

    El 4 de julio Abū Yūsuf partió de Córdoba cruzando Despeñaperros y avanzando sobre la explanada donde se alzaba el castillo de Salvatierra, enfrente del de Calatrava. Allí se aposentaban las huestes de la Orden de Santiago, con su tercer Maestre D. Sancho Fernández de Lemos a la cabeza; y las de la naciente Orden de San Julián del Pereiro, filial de Calatrava, que luego había de denominarse definitivamente Orden de Alcántara.5​ Un destacamento de la Orden de Calatrava, junto con algunos caballeros de fortalezas cercanas que intentaron dar con las fuerzas almohades, se toparon con ellas pero tuvieron la mala fortuna de encontrar un ejército muy superior al destacamento y fueron casi exterminados por completo. Alfonso VIII se alarmó tras lo acontecido y se apresuró a reunir todas las tropas posibles en Toledo y a marchar hacia Alarcos. El monarca castellano consiguió atraer la ayuda de los reyes de León, Navarra y Aragón, puesto que el poderío almohade amenazaba a todos por igual. Esta ciudad fortaleza estaba aún en construcción y era el extremo de las posesiones de Castilla formando frontera con al-Ándalus. Era determinante impedir el acceso al fértil valle del Tajo y, por darse prisa en presentar batalla, no esperó los refuerzos de Alfonso IX de León ni los de Sancho VII de Navarra que estaban de camino. El 16 de julio el gran ejército almohade fue avistado y era tan numeroso que no llegaron a saber cuántos hombres lo formaban. Cuenta el arzobispo Rodrigo Ximénez de Rada en su De rebus Hispaniae que:

    Llenó los campos de varias lenguas, pues se formaba su ejército de partos, árabes, africanos, almohades… Su ejército era innumerable y como la arena del mar la muchedumbre.

    Probablemente el obispo Juan de Soria describió la batalla en la anónima Crónica latina de los reyes de Castilla / Chronica latina regum Castellae.7​Igualmente el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada.8​ También los historiadores musulmanes dieron su testimonio, en especial el granadino Ibn Abdel Halim, compilador del Rawd al-Qirtas, que apenas difiere y fue extractado por el arabista decimonónico José Antonio Conde:

    Obscureciose el día con la polvareda y vapor de los que peleaban, que parecía noche. Las cabilas de voluntarios alárabes, algazaces y ballesteros acudieron con admirable constancia y rodearon con su muchedumbre a los cristianos y los envolvieron por todas partes. Senanid, con sus andaluces Cenetes, Musamudes, Gomares y otros se adelantó al collado donde estaba Alfonso, y allí venció, rompió y deshizo sus tropas infinitas, que eran más de trescientos mil, entre caballería y peones. Allí fue muy sangrienta la pelea para los cristianos y en ellos hicieron horrible matanza. Había entre ellos como diez mil caballeros de los armados de hierro como los primeros que habían acometido, que eran la flor de la caballería de Alfonso y habían hecho su azala cristianesca y jurado por sus cruces que no huirían de la pelea hasta que no quedase hombre a vida; y Dios quiso cumplir y verificar su promesa en favor de los suyos. Cuando la batalla andaba muy recia, y trabada contra los infieles [cristianos], viéndose ya perdidos comenzaron a huir y acogerse al collado en que estaba Alfonso para valerse de su amparo y encontraron allí a los muslimes, que entraban rompiendo y destrozando y daban cabo de ellos. Entonces volvieron brida y tornaron sobre sus pasos, y huyeron desordenadamente hacia sus tierras y donde podían. Entraron por fuerza en la fortaleza los vencedores quemando sus puertas y matando a los que las defendían, apoderándose de cuanto allí había y en campo de armas, riquezas, mantenimientos, provisiones, caballos y ganado; cautivaron muchas mujeres y niños y mataron muchos enemigos, que no se pudieron contar, pues su número cabal solo Dios que los crio lo sabe. Halláronse en Alarcos veinte mil cautivos, a los cuales dio libertad Amir Amuminin después de tenerlos en su poder, cosa que desagradó a los almohades y a los otros muslimes; y lo tuvieron todos por una de las extravagancias caballerescas de los reyes. (José Antonio Conde, Historia de la Dominación de los Árabes en España, sacada de varios manuscritos y memorias arábigas, 1820-1821).

    Los cristianos disponían de dos regimientos de caballería: en primera línea estaba la caballería pesada (de unos 10 000 hombres) al mando de don Diego López de Haro y sus tropas, seguida después de la segunda línea, donde se encontraba el propio Alfonso VIII con su caballería e infantería.

    Por parte de las tropas almohades, en vanguardia se hallaban la milicia de voluntarios benimerines, alárabes, algazaces y ballesteros, que eran unidades básicas y muy maniobrables. Inmediatamente tras ellos estaban Abu Yahya ibn Abi Hafs (Abu Yahya) y los Henteta, la tropa de élite almohade. En los flancos, su caballería ligera equipada con arco y en la retaguardia el propio Al-Mansur con su guardia personal.[cita requerida]

    Ya’qub siguió los consejos del qā’id andalusí Abū ‘abd Allāh ibn Sanadí y dividió su numeroso ejército, dejando que el ğund andaluz (soldados de las provincias militarizadas) y los cuerpos de voluntarios del ğihād sufrieran la embestida del ejército cristiano y que más adelante, aprovechando la superioridad del ejército almohade, y el agotamiento del ejército cristiano, atacaría con las tropas de refresco que mantenía en reserva, la guardia negra y los almohades.9​

    El califa le dio a su visir, Abu Yahya Ibn Abi Hafs, el mando de la vanguardia: en la primera línea de los voluntarios benimerín. A Abu Jalil Mahyu ibn Abi Bakr, con un gran cuerpo de arqueros y las cabilas zeneta; detrás de ellos, en la colina antes mencionada, Abu Yahya con el estandarte del califa y su guardia personal, de las cabilas Henteta; a la izquierda los árabes a las órdenes de Yarmun ibn Riyah, y a la derecha, las fuerzas de al-Ándalus mandadas por el popular qā’id ibn Sanadid. El propio califa llevaba el mando de la retaguardia, que comprende las mejores fuerzas almohades (las comandadas por Yabir Ibn Yusuf, Abdel Qawi, Tayliyun, Mohammed ibn Munqafad y Abu Jazir Yajluf al Awrabi) y la guardia negra de los esclavos. Se trataba de un formidable ejército, cuyos efectivos el rey Alfonso VIII había subestimado gravemente.[cita requerida]

    La carga cristiana no se hizo esperar, fue un tanto desordenada pero su impulso fue formidable. La primera carga fue rechazada por los zenetas y los benimerín, retrocedieron y volvieron a cargar para volver a ser rechazados. Solo a la tercera carga consiguió la caballería cristiana romper la formación del centro de la vanguardia almohade, haciéndolos retroceder colina arriba, donde habían formado sus haces antes de la batalla, y causando numerosas bajas entre los benimerín (voluntarios), zenetas (que trataron de proteger al visir, Abu Yahya) y la élite Henteta donde se encontraba el visir, que cayó en combate. Las tribus Motavah y Henteta sufrieron enormes bajas, tantas, que dice el historiador granadino Ibn Abdel Halim que Allah les anticipó aquel día las delicias del martirio.10​ A pesar de la muerte del visir, el ejército almohade no vaciló y prosiguió con el ataque. La caballería cristiana maniobró hacia la izquierda para enfrentarse con las tropas de al-Ándalus al mando de ibn Sanadid, pero el ejército castellano había quedado copado en el collado de Alarcos, según el imán granadino Ibn Abdel Halim.

    Tres horas habían pasado ya desde el comienzo de la batalla; era entonces mediodía, pero la polvareda levantada dificultaba la visión. El calor y la fatiga acumulada en pesadas armaduras comenzaron a debilitar la caballería pesada castellana, que se movía ya más lentamente, fieramente menguada y con dificultad. Aun tras haber sufrido numerosas bajas en las tres acometidas, los musulmanes no tardaron en reagruparse cerrando del todo la salida a la caballería cristiana en el collado del cerro de Alarcos, y haciendo uso de su caballería ligera al mando de Yarmun, rebasaron a las tropas cristianas por los flancos y empezaron a atacarlas por su retaguardia, lo que, junto a la constante y concentrada lluvia de flechas de los arqueros, que se aprovechaban de ese estancamiento,11​ y las maniobras de desgaste, acabó por encoger aún más el cerco. Fue entonces cuando Ya’qub decidió enviar el resto de sus tropas. El ejército castellano no estaba preparado para aquella nueva táctica, y finalmente se vio en la necesidad de huir admitiendo la derrota. Diego López de Haro, por su parte, trató de abrirse paso a toda costa y finalmente tuvo que refugiarse en el inacabado castillo, el cual, tras haber sido cercado por 5000 agarenos, tuvo que rendirse. Pedro Fernández «el Castellano», cuyas fuerzas apenas habían combatido en la batalla, fue enviado por el califa para negociar la rendición. A unos pocos supervivientes, entre ellos López de Haro, se les permitió marchar, pero doce caballeros fueron retenidos como rehenes a cambio del pago de un rescate.c​ Nadie vino a pagarlo y estos caballeros fueron decapitados.

    Entre los castellanos que murieron en la batalla se encontraban Juan, obispo de Ávila y Gutierre, obispo de Segovia,12​ así como Pedro Rodríguez de Guzmán y su yerno, Rodrigo Sánchez, según consta en la Crónica latina de los Reyes de Castilla al mencionar algunos de los fallecidos en dicha batalla, Petrus Roderici de Guzman et Rodericus Sancii, gener eius,13​ Ordoño García de Roa, los maestres tanto de la Orden de Santiago (Sancho Fernández de Lemus) como de la portuguesa Orden de Évora (Gonçalo Viegas). Las pérdidas también resultaron elevadas para los musulmanes. No solo el visir, Abu Yahya, sino también Abi Bakr, comandante de los benimerín (voluntarios), perecieron en la batalla, o a consecuencia de las heridas sufridas. La noticia de tan gran batalla conmovió a toda Europa.[cita requerida]

    Vicente Silió escribe que «las tropas de Yasub eran tan superiores como para inducir al monarca cristiano a rehusar la pelea», pero se hallaba Alfonso VIII en la plenitud de su vida, con el vigor de sus cuarenta años, y no pensó en ningún instante retroceder ante el enemigo. Hubiera preferido morir antes que contemplar la gran catástrofe que se avecinaba. Y a fe que, si no hubiese sido por la intervención de algunos nobles que muy en contra de su voluntad le sacaron del castillo por una poterna, habría sucumbido.

    Como consecuencia, los almohades se adueñaron de las tierras entonces controladas por la Orden de Calatrava; seis meses después cayó la fortaleza de Calatrava la Nueva, entonces llamada castillo de Dueñas, y llegaron incluso hasta las proximidades de Toledo, donde se habían refugiado los combatientes cristianos que habían sobrevivido a la batalla. Desestabilizó al Reino de Castilla durante años. Todas las fortalezas de la región cayeron en manos almohades: Malagón, Benavente, Calatrava la Vieja, Caracuel, etc., y el camino hacia Toledo quedó despejado. Afortunadamente para Castilla, Abu Yusuf volvió a Sevilla para restablecer sus numerosas bajas y tomó el título de al-Mansur Billah (el victorioso por Alá).[cita requerida]

    En los dos años siguientes a la batalla, las tropas de al-Mansur devastaron Extremadura, el valle del Tajo, La Mancha y toda el área cercana a Toledo, marcharon contra Montánchez, Trujillo, Plasencia, Talavera, Escalona y Maqueda, pero fueron rechazadas por Pedro Fernández de Castro «el Castellano», que tras la batalla pasó a servir al rey Alfonso IX de León, quien le nombró su Mayordomo mayor. Estas expediciones no aportaron más terreno para el Califato. Aunque su diplomacia obtuvo una alianza con el rey Alfonso IX de León (que estaba enfurecido con el rey castellano por no haberle esperado antes de la batalla de Alarcos) y la neutralidad de Navarra, ambos pactos temporales. Abū Yūsuf abandonó sus asuntos en al-Ándalus volviendo enfermo al norte de África, donde acabaría muriendo.[cita requerida]

    En un audaz golpe de mano de los caballeros calatravos, solo el castillo de Salvatierra, junto a Sierra Morena, pudo ser recuperado (1198) en los diecisiete años en los que la zona estuvo en poder almohade. Quedó como una posición aislada castellana en territorio almohade, hasta que fue tomado por éstos en 1211.[cita requerida]

    Sin embargo, las consecuencias de la batalla demostraron ser poco duraderas cuando el nuevo Califa Muhammed al-Nasir intentó frenar el nuevo avance hispánico sobre al-Ándalus.​ Se decidió todo en la batalla de Las Navas de Tolosa que marcó un punto de inflexión en la Reconquista y que provocaría la pérdida del control en la península por parte del Imperio almohade tan solo una década después.

    La leyenda de la judía Raquel y el rey Alfonso

    El autor de los Castigos del rey Sancho IV, después de 1292, da cuenta de una leyenda creada ad hoc para justificar a posteriori tan gran derrota por parte del rey de Castilla, la de la judía de Toledo Raquel o Rahel la Fermosa:

    Otrosí, para mientes, mío fijo, e toma ende, mío fijo, castigo de lo que contesció al rey don Alfonso de Castilla, el que venció la batalla de Úbeda. Por siete años que viscó mala vida con una judía de Toledo, diole Dios gran llaga e grand majamiento en la batalla de Alarcos en que fue vencido e fuyó e fue mal andante él e todos los de su regno […]. E porque el rey se conosció después a Dios […] e se repintió de tan mal pecado como éste que había hecho, por el cual pecado por enmienda hizo después el monasterio de las Huelgas de Burgos de Monjas de Cistel e el Hospital. E Dios diole después buena andanza contra los moros en la batalla de Úbeda.
  • El cerco de Zamora

    El cerco de Zamora

    El cerco de Zamora es un acontecimiento histórico, presuntamente sucedido en el contexto de la reconquista.

    El motivo de la duda sobre su existencia es que los textos que lo avalan constituyen ficciones literarias medievales, fundamentalmente de la leyenda del Cerco de Zamora, que fue materia de un posible cantar de gesta perdido, el Cantar de Sancho II, que habría sido prosificado en la Estoria de España de Alfonso X el Sabio. Otros documentos más fidedignos, tales como la Historia Roderici (una biografía latina de Rodrigo Díaz el Campeador), ni siquiera lo mencionan.

    El contexto

    «Portillo de la Lealtad», por el que según la tradición Vellido Dolfos regresó a la ciudad de Zamora.
    A la muerte de Fernando I de León en el año 1065, éste repartió su reino entre sus hijos, otorgando a Sancho el condado de Castilla en calidad de reino, a García el reino de Galicia, y a Alfonso el reino de León. No obstante, a Sancho, como primogénito, no le debió parecer justo que se le otorgase Castilla, al considerar que se le estaba desposeyendo de León, que había sido el reino más importante de los que integraban la corona de Fernando I, y al que consideraba tenía derecho como primogénito. Así, en el año 1065 comienza a reinar Sancho II en Castilla hasta que, tras la muerte de su madre la reina Sancha de León, comienza a reclamar para sí el reino de León que había sido asignado a su hermano Alfonso, comenzando las hostilidades entre ellos. Sancho II sorprendió a Alfonso en la Batalla de Llantada, en la cual Sancho puso en fuga a su hermano y a las tropas leonesas. Alfonso, tras regresar a León, se enfrentó de nuevo a Sancho en la Batalla de Golpejera, resultando preso Alfonso, que luego fue desterrado,​ posiblemente por la intervención de Pedro Ansúrez, y pidió asilo en la taifa de Toledo donde reinaba Al-Mamún de Toledo. Sancho entró en la ciudad de León incorporando este reino a su jurisdicción. Previamente, Sancho ya se había hecho con el control del reino de Galicia, regido hasta el año 1071 por su hermano García, habiendo seguido García con un contingente militar a las tropas de Sancho hacia Portugal, donde le presentó batalla en Santarém, hecho que acabó con el apresamiento de García de Galicia.​ Ahora quedaba expedito el camino a las posesiones de sus hermanas Elvira en Toro y Urraca en la vecina ciudad de Zamora. Urraca no aceptó integrarse en el reino de Castilla y Sancho asedió la plaza, que no se rindió ante las tropas castellanas, que la acabaron asediando.

    La leyenda

    Los zamoranos, en previsión del ataque que se avecina, eligen como su caudillo a Arias Gonzalo y de esta forma pueda defender a su señora Urraca. Mostrando iniciativa Urraca desafió a Sancho antes de sufrir el ataque de las tropas de su hermano. Siete meses y seis días dura el asedio a Zamora, ganándose la frase de «no se ganó Zamora en una hora». El caballero Vellido Dolfos, partiendo desde el interior de la ciudad, consigue los favores de Sancho II y finalmente lo asesina a pie de la muralla el 6 de octubre de 1072 (en un lugar conocido en la actualidad como Cruz del Rey Don Sancho). Momentos después se adentra en la ciudad por una abertura del lienzo del muro de la ciudad, conocida tradicionalmente como Portillo de la Traición, hasta que el Ayuntamiento de Zamora decidió por unanimidad cambiarlo en 2010 por el de Portillo de la Lealtad.

    El caballero Diego Ordóñez de Lara, ante las murallas, insulta a los habitantes de la ciudad por la cobardía ante el regicidio. Arias Gonzalo recoge la afrenta, pero tiene prohibido el confrontamiento y es por esta razón por la que envía a sus hijos, que uno a uno van cayendo. Esta situación se encuentra descrita en los cantares de gesta, así como en el Cantar de Sancho II. Las consecuencias del cerco de Zamora finalizan con la denominada Jura de Santa Gadea, una leyenda medieval transmitida por el Romance de la Jura de Santa Gadea, en la que se narra el juramento que supuestamente hubo de prestar el rey Alfonso VI el Bravo en la iglesia de Santa Gadea de Burgos, a finales del año 1072, a fin de demostrar que no había tomado parte en el asesinato de su propio hermano Sancho II. Este hecho parece que no se produjo históricamente en Burgos sino en la iglesia de Santiago de los Caballeros en Zamora, la misma en la que se armó caballero el Cid Campeador y en la que Alfonso VI y el Cid asistían a misa en la infancia de ambos.

     

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  • Conquista de Alcalá de Guadaira

    Conquista de Alcalá de Guadaira

    or los años 1245 á 1248, ocuparon los cristianos la fortaleza de Alcalá de Guadaira, que como primicias de la expedición dió el Rey Ferdeland (Fernando IIIal Rey Moro de Granada.

     Ganóla, dice Pedro León Serrano, el Santo Rey Fernando sin pelear el 21 de Septiembre de , un año y más antes que a Sevilla. Su restauración, dice Rodrigo Caro, fue principio de la ciudad; porque apoderado el Santo Rey de Alcalá, no le quedaba esperanza alguna á los moros, pues tan sobre sí tenían tan poderoso Rey con tal y tan escogido egército, haciéndole espaldas este fuerte y casi inespugnable castillo.
     Había salido el Santo Rey de Córdoba seguido de los infantes D. Enrique su hijo y D.Alonso de Molina su hermano; los Maestres de Santiago D.Pelay Pérez Correa, de Calatrava D. Fernando Ordóñez, D.Gutier Suárez de Meneses, D, Diego Sanchez de Bines, los Concejos de Córdoba y Andujar y otros de la frontera y muchos ilustres particulares que la cortedad de las historias incluye en confuso, á que se agregó con 500 de á caballo el Rey de Granada, obligado a asistir personalmente en todas las conquistas. 

    El Rey Sto. se volvió a invernar a Jaén, quedando por frontero en Alcalá de Guadaira D. Rodrigo Álvarez (Que por ella se apellido de Alcalá aunque su linage era de Lara).  Mas se debe advertir que aun estando San Fernando en Alcala,dicen sus actas y la crónica que se le anuncia la muerte de su madre Doña Berenguela, que fue llorada por todas las ciudades, villas y lugares de Castilla; más Fr. José Alvarez de la Fuente dice murió año 1245 estando San Fernando en Córdoba; añade que Alcalá se rindió por los años 1244 y 1245; que en 1246 casó D.Alonso 10 y que en 1247 entretuvo San Fernando los calores en Alcalá, en cuyo año á 20 de agosto puso sitio a Sevilla. 

    El cotejo y reflexión sobre estas citas y otras que llevo antes apuntadas, me hace fijar la época de la rendición de Alcalá en 1246. Yo á la verdad, estaba persuadido que la entrega de este pueblo había sido en 1247, fundado en la voz común de la villa y en las actas de Daniel Papebroquio que fija el año 1247, en el que también dice murió la Reina Doña Berenguela. Muchas y diferentes opiniones hay sobre la muerte de esta Reina, como puede verse en el Padre Flores, Reinas Católicas, concluyendo este fue su muerte á 8 de Noviembre de 1246, en cuyo año también la refiere Zúñiga, y el mismo pone la marcha del egército cristiano y entrega de Alcalá al Rey Moro de Granada, como queda dicho, habiendo empezado á campear en el otoño y después del 15 de septieembre. Como la marcha hasta Alcalá fue sin oposición alguna y nada resistió, no parece extraño fije yo su entrega en 21 de Septiembre, día de San Mateo, de 1246; pues siguiendo al mismo Zúñiga que en todo procede con tino y crítica dice que dicho año se volvió San Fernando a invernar a Jaén, quedando ya por frontero y que en el siguiente de 1247 al calentar la primavera, salió el egército de Córdoba, y talando los campos de Carmona, su fortaleza desvió la intención de combatirla, por lo que recibiendo parias de los moros, se asentaron treguas por seis meses, los cuales cumplidos se entregaron con favorables condiciones. 

    Juan de la Cueva, en el libro 8º Poético de la conquista de la Bética, refiere que S.Fernando mandó al Maestre de Euclés, que con su gente pusiese fuego y talase los campos de Alcalá sino se rendía; que era el moro Mulease Alcaide de su Castillo y en él estaba la infanta Alguadaira hija del rey ; para quitarla del peligro la saca su tierno amante Botalhá, y la conduce a Sevilla guardada por Molut, Hacein, Seleiman, Alcaide de la frontera y otros moros valientes; en el camino una celada de cristianos compuesta de Pedro Pérez Quintana, Guillén Piera, D.Benito, Gonzalo Pérez, Nuño Ruiz Mancilla, Rui Muñoz de Medina y Blas Gallego, les salen al encuentro dan muerte á los ocho moros; mas pierden la vida D.Benito y Guillen Piera. Laatar y Mohaydin que administraban este pueblo se dividen en opiniones y bandos sediciosos que no pueden contener el Alcalde Mulease; y entre unos y otros se revuelve tan sangrienta lid, que con furor terrible se matan y destruyen aun los amigos y parientes; que sobre el mismo muro del castillo e ciñen en torno los nerviosos brazos de Mulease y Mami Hamete (que es como si dijeramos reñir a brazo partido) y caen los dos despeñados de lo alto.
     Continúa la discordia civil y en medio de tanta confusión piden a Mohaydiu se den las llaves al Rey Cristiano:

                   Clamando que se abriese
                    la puerta y al Rey Moro por Fernando,
                    posesion de la Villa se le diese.
                    Entonces Moahidin alzando
                    una bandera blanca que se viese
                    de lejos hizo abrir la fuerte puerta, 
                   que para nadie hasta allí fue abierta.
                   Verificada la rendicion de este pueblo y su castillo, sin probar la violencia de las armas, 
                  hechos reparos, puesta diligencia
                  en el seguro del, el Rey glorioso
                  sobre Carmona vuelve victorioso.

    La conquista tuvo que llevarse a cabo en 1247 y no 1246, si aceptamos que el rey Fernando III permaneció más de ocho meses en Jaén. Coincide con el Padre Flores en el vasallaje del Rey de Granada en la conquista, que resultó de una operación de tanteo con escasas fuerzas, que no serían suficientes para tomar Sevilla.  Queda sin embargo la posibilidad de que diéramos por cierta la fecha tradicional del 21 de septiembre de 1246 -festividad de San Mateo, que se erige entonces en Patrón de la ciudad hasta nuestros días- para ser entregada al Rey de Granada que posteriormente y en fiel vasallaje la transmite a su vez al de Castilla.

    Continua el artículo con un interesante resumen sobre el estatus jurídico en que quedan los mudéjares (habitantes musulmanes de la villa una vez conquistada) si bien no conservamos el documento de las capitulaciones:

    1) Mantenimiento de su ley y fueros.
    2) Permanencia de la tradicional comunidad (aljama) con la presidencia del alcaide y el consejo de los más viejos del lugar.
    3) Mantenimiento del régimen tributario anterior a 1246.
    4) Respetar costumbres y formas de vida tradicionales de los habitantes musulmanes: tiendas, molinos, baños, alhóndigas etc.
    5) Derecho a marchar libremente a donde quisieran si fuera su deseo.

    Gran parte de la población conquistada quedó en la villa, gobernada ahora por el alcaide Hamet Aben Payat.

    Es a partir de 1253, siete años después, cuando la población musulmana es trasladada de la villa al arrabal y vienen los primeros repobladores cristianos a ocupar las tierras, como pago a los servicios prestados en la conquista de Sevilla.

     

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