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El Sitio de Viena; 700 buenos castellanos de Medina del Campo contra el turco

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El Primer Sitio de Viena, en 1529, marcó el apogeo de la invasión otomana de Europa central por las tropas turcas mandadas por el sultán Solimán el Magnífico.

El sultán Solimán el Magnífico accedió al trono en 1520, y pidió al rey Luis II de Hungría que le rindiera tributo. El joven rey húngaro hizo matar a los embajadores como respuesta. Solicitó apoyo al emperador Carlos V, pero este tenía comprometidas sus tropas en Italia en respuesta a las agresiones de Francisco I de Francia, quien había prometido en carta escrita al sultán turco estando preso en Madrid que abriría un segundo frente en el oeste de Europa para que los otomanos avanzaran por el este.

El archiduque Fernando de Austria (1503-1564, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico con el nombre Fernando I desde 1558), hermano menor de Carlos V, reclamó el trono y fue elegido rey de Hungría después de la muerte de su cuñado Luis II en la batalla de Mohács el 28 de agosto de 1526, lo que provoca una invasión turca en el otoño de 1529. El 27 de septiembre de ese año las tropas otomanas iniciaron el asedio de Viena, capital del archiducado de Austria. Se desconoce con precisión el número de efectivos, y las estimaciones van desde 90 000 hasta 200 000 hombres. Entre ellos estaban los jenízaros, el cuerpo de elite de las tropas otomanas.

Los defensores austriacos de la ciudad (entre 17 000 y 24 000) recibieron poca ayuda exterior, aunque a la postre fue relevante. Esta se componía de tropas venidas de distintos lugares de Europa, pero tenía su núcleo fuerte en 1500 lansquenetes alemanes dirigidos por el conde Nicolás de Salm, veterano de la batalla de Pavía, y 700 arcabuceros castellanos enviados por la reina viuda María de Hungría, hermana de Fernando. Estos últimos destacaron en la defensa de la zona norte, impidiendo al enemigo establecerse en las vegas del Danubio junto a la ciudad.

Por parte otomana, a pesar de su superioridad numérica, el ejército estaba mal equipado para un asedio y su tarea fue obstaculizada por la nieve y las inundaciones. Nicolás de Salm ordenó almacenar en la ciudad todas las provisiones disponibles, quemar todas las edificaciones exteriores a la antigua y desgastada muralla de la ciudad, reforzar esta, levantar empalizadas en los límites con el Danubio y la salida de la ciudad de los habitantes que no pudieran contribuir a su defensa (niños, mujeres, ancianos y clérigos). Para evitar que el rebote de los disparos hiriera a los defensores, hizo levantar los pavimentos de piedra de la ciudad y edificar con ellos una segunda muralla dentro de la antigua.

Las constantes lluvias impidieron que los musulmanes utilizaran con efectividad las armas de fuego, que habían contribuido a las tomas de Constantinopla, Rodas y Belgrado. Los jenízaros intentaron en varias ocasiones asaltar las brechas de la muralla, pero las alabardas de los lansquenetes alemanes y los arcabuceros castellanos les cerraron el paso. Por primera vez desde su formación como cuerpo militar, los jenízaros se quejaron de perder sus vidas sin nada a cambio, y obtuvieron la promesa de donativos para seguir combatiendo. La falta de provisiones, las bajas (entre 15 000 y 20 000 soldados) y la impotencia hicieron mella en las tropas otomanas.

Solimán se retiró a mediados de octubre a Constantinopla. Nicolás de Salm, que tenía 70 años en el momento del asalto turco, murió en 1530 a consecuencia de las heridas recibidas. Su sarcófago renacentista puede verse en la iglesia Votiva de Viena.

Los Castellanos de Medina del Campo

En 1529 un puñado de castellanos de la zona de Medina del Campo terminaron en las murallas de Viena haciendo frente al ejército del Sultán turco. Algo que no se entiende sin un suceso ocurrido en Castilla: la Guerra de las Comunidades.

Así tenemos que irnos hasta el 21 de agosto de 1521, cuando las tropas de Carlos llegaron a las puertas de Medina del Campo reclamando las piezas de artillería que se encontraban en la ciudad. El objetivo de esa petición era emplearlas contra las fuerzas comuneras que asediaban el Alcázar de Segovia. Los vecinos se negaron y el general realista Fonseca –que, por cierto, era el señor del castillo de Coca- no tuvo otra idea más que incendiar la ciudad.

Este “estratega” pensaba que así los vecinos abandonarían la custodia de las piezas para sofocar el incendio. Pero el caso es que se les fue de las manos y devastó la ciudad. Para ahondar en la brecha, resulta que después de la guerra se comprobó que buena parte de los que más habían perdido eran mercaderes partidarios de Carlos. En fin, toda una pifia.

Una gran plaza financiera de Europa
Lo que supuso el incendio de Medina del Campo no se entiende sin explicar que esa villa era, desde la Edad Media, el gran centro del comercio castellano de lana. Los Reyes Católicos habían instaurado en 1491 la Feria General del Reino allí y todos los historiadores coinciden en que Medina del Campo era una de las grandes plazas financieras de Europa. Con el incendio solo quedó devastación.

Con Castilla y Medina del Campo asoladas llegó la represión realista a los comuneros. No había medios de vida. Unos meses después de la batalla de Villalar se abrió un banderín de enganche en la villa para buscar soldados que acudiesen a Centroeuropa y defendiesen los intereses del hermano de Carlos V, el archiduque Fernando, que tenía problemas en Austria.

Y es que Fernando –que, curiosamente, había nacido en Alcalá de Henares y había sido criado en España como nieto predilecto de su abuelo Fernando el Católico– había sido proclamado archiduque de Austria. Al llegar a Viena, en el verano de 1522, se encontró con que los notables de la ciudad le impedían entrar en ella. Así que se retiró a una localidad cercana y pidió ayuda. Y la respuesta fueron los hombres que se alistaron en Medina del Campo

Allí se consiguió reclutar a unos setecientos hombres, la mayor parte escopeteros, que llegaron a territorio austriaco atravesando media Europa. Con esa guardia de corps Fernando entró en Viena, impartió justicia a los que le habían vetado la entrada y se asentó allí. Durante más de cinco años esa fuerza veló por Fernando I hasta que un 27 de septiembre de 1529 el ejército turco hizo su aparición ante las murallas de la capital austriaca.

El Turco a las puertas
El ejército del Turco, como era llamado el sultán otomano por los castellanos, era temible: 150.000 hombres –entre ellos tropas escogidas jenízaras–, 300 piezas de artillería y 20.000 camellos. Enfrente, el grueso de la defensa eran unos 20.000 lansquenetes alemanes y el puñado de alemanes, comandados todos por Nicolás de Salma, un belicoso veterano de 70 años.

Los de Medina eran pocos pero bragados: fueron ellos los que rechazaron la primera acción turca, el intento de desembarco en la Vega del Danubio. Una crónica turca del asedio describe una salida de castellanos al mando de Jaime García Guzmán para destruir las minas que amenazaban las murallas de Viena. Y otras crónicas señalan la presencia de los castellanos de Fernando I en la fuerza que hostigó la retirada de las tropas turcas cuando levantaron el cerco el 14 de octubre de 1529.

 

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