Categoría: Reino de Castilla

  • Gonzalo Núñez, primer señor de la Casa de Lara

    Gonzalo Núñez, primer señor de la Casa de Lara

    Gonzalo Núñeza​ (fl. 1059–1106) fue el primer personaje de la Casa de Lara, en el cual «coinciden historiadores y genealogistas antiguos y modernos pues con él se inicia la historia documentalmente probada del linaje».2​3​b​ La casa de Lara fue una de las principales de los reinos de Castilla y de León, y varios de sus miembros desempeñaron un papel de máxima relevancia en la historia de la España medieval. Posiblemente emparentado con los Salvadórez, hijos de Salvador González, y por matrimonio con el poderoso linaje de los Alfonso en Tierra de Campos y Liébana, así como los Álvarez, Gonzalo fue muy probablemente descendiente de los condes de Castilla.

    La genealogía propuesta por Luis de Salazar y Castro en su obra sobre la Casa de Lara ha sido aceptada durante siglos, aunque varios historiadores modernos la han puesto en duda. Según Salazar y Castro, Gonzalo, el tercero de su nombre, era descendiente de los condes de Castilla, hijo de un Nuño o Munio González quien sería, a su vez, hijo de Gonzalo Fernández, el primogénito del conde Fernán González. El autor, sin embargo, confunde a varios homónimos, asume que son la misma persona, y no aporta prueba documental para sostener esta filiación.​ Además, según consta en la documentación medieval, Gonzalo Fernández, hijo del conde Fernán González, aparece por última vez en la documentación el 29 de junio de 959 y en febrero de 984 su viuda Fronilde Gómez hace una donación al Monasterio de San Pedro de Cardeña en sufragio por el alma de su marido y en el documento consta que solamente tuvieron un hijo llamado Sancho.

    Ramón Menéndez Pidal en La España del Cid (1929) consideró a Gonzalo como hijo de Nuño o Munio Salvadórez, hermano de Gonzalo Salvadórez.​ La historiadora María del Carmen Carlé en «Gran Propiedad y grandes propietarios» (1973) sugirió la relación con los Salvadores. Según su hipótesis el parentesco vendría por Goto González, a quien hace hija de Gonzalo Salvadórez y esposa de Nuño Álvarez, quien, según la autora, sería el padre de Gonzalo Núñez de Lara. Sin embargo, según referencias documentales, Goto González Salvadórez fue la esposa del conde asturiano Fernando Díaz,​ hermano de Jimena Díaz la mujer de Rodrigo Díaz de Vivar. Nuño Álvarez, fallecido en 1065, probablemente fue teniente en Amaya y su familia tenía propiedades entre el Arlanzón y el Duero, lo cual explicaría el «poderío de los Lara en la región».

    Otra de las filiaciones propuestas sería la de la historiadora Julia Montenegro en su estudio sobre el Monasterio de Santa María la Real de Piasca, que demuestra la relación con los Alfonso,​ origen de los linajes Osorio, Villalobos y Froilaz.​ Según su teoría, el conde Gutierre Alfonso y su esposa Goto fueron padres de María Gutiérrez, quien contrajo matrimonio con Nuño Álvarez, y estos serían los padres de Gonzalo Núñez de Lara.​

    La medievalista Margarita Torres Sevilla-Quiñones de León concuerda que existió un parentesco con los Alfonso, no obstante, según esta historiadora, María Gutiérrez y Nuño Álvarez no fueron los padres de Gonzalo Núñez de Lara, sino de su esposa Goto Núñez,​ según se desprende de una donación en 1087 al Monasterio de San Millán de la Cogolla donde Gonzalo Núñez de Lara con su esposa Goto y su cuñada Urraca donan al monasterio dos terceras partes del Monasterio de San Martín de Marmellar.​ Un año más tarde, la Urraca mencionada en la donación anterior, ofreció al mismo monasterio una heredad que había sido de su tío, Munio Álvarez y de su madre María, hija del conde Gutierre Alfonso.​ En 1097 aparece otra vez Urraca donando otras propiedades al Monasterio de Sahagún, donación confirmada por Gonzalo Núñez, y en 1088, junto a su madre María Gutiérrez, hizo donación de una divisa en Villa Fitero al Monasterio de San Millán.

    Una de las hipótesis es la de Margarita Torres, quien opina que el padre de Gonzalo Núñez de Lara fue Munio González, hijo de Gonzalo García, hijo a su vez del conde de Castilla García Fernández.​ Munio González, probablemente conde en Álava en la década de 1030, era hermano de Salvador González, lo cual explicaría el parentesco entre los Lara y los Salvadórez.​ Ambos hermanos fueron vasallos del rey Sancho Garcés III de Pamplona.​ Munio González, el hermano de Salvador, aparece frecuentemente en la documentación junto con sus sobrinos, Gonzalo y Álvaro Salvadórez.

    Aunque «no cabe duda de que hubo vínculos estrechos entre esta familia (los Salvadórez) y los Lara a lo largo del siglo XII» no existe ningún documento que confirme la filiación paterna del primer señor de Lara. El historiador Carlos Estepa Díez también difiere y no comparte la filiación paterna propuesta por Margarita Torres. Sin embargo, Antonio Sánchez de Mora opina que, aunque «queda por definir la filiación de Gonzalo Núñez de Lara», la hipótesis de Margarita Torres según la cual Gonzalo era hijo de Munio González, hermano de Salvador González, es la «más certera». Lo único que se ha podido demostrar es que Goto Núñez, la esposa de Gonzalo, era del linaje de los Alfonso y de los Álvarez y, aunque «parece que existen estrechos lazos entre los Lara y los Salvadórez (…) aún faltan pruebas documentales para poder establecer la ascendencia precisa.»

    Semblanza biográfica

    Gonzalo Núñez gozó del favor real y «ascendió a grandes alturas gracias a las mercedes del rey». En 1098, Alfonso VI en una donación al Monasterio de San Millán de Suso se refiere a él como su «bien amado Gonzalo Núñez».​ Aunque no ostentó el título condal, figura frecuentemente en la documentación con el apelativo «senior», igual que otros magnates castellanos del siglo XI. Aparte de confirmar como senior Gondissalvo Munnioz, también aparece con el título de potestas y dominante Lara, topónimo que dio nombre a su linaje, aunque no fue hasta el siglo XII que sus miembros lo añadieron a respectivos patronímicos.

    Su presencia en la curia regia se constata desde 1059 cuando aparece en varias ocasiones confirmando diplomas reales, junto con Gonzalo Salvadórez, de los reyes Fernando I, Sancho II, y Alfonso VI,​ aunque en algunos casos, al no mencionar la tenencia que gobernaba, podría tratarse de un homónimo.

    Ejerció varias tenencias, incluyendo Carazo, Huerta, Osma y Lara, esta última gobernada durante catorce años desde 1081 hasta 1095. Sus propiedades se encontraban en Castilla la Vieja, Tierra de Campos y en Asturias, y tenía derechos en Hortigüela,​ así como en los pueblos de Duruelo de la Sierra, y Covadela.

    En 1067, acompañó a Gonzalo Salvadórez, al conde Fernando Ansúrez y a los obispos de León y de Astorga a la ciudad de Sevilla, siguiendo las órdenes del rey Fernando I, quien les había encomendado la misión de traer el cuerpo de santa Justa.

    Participó en una campaña en tierras portuguesas en 1093 y en 1095 desempeñó un papel relevante en la cerca de Huesca.​ Tres años más tarde, en 1096 acudió con sus mesnadas y otros nobles, tal como el conde García Ordóñez, al socorro de Huesca en la batalla de Alcoraz, que pertenecía al rey de la taifa de Zaragoza Al-Musta’in II y estaba siendo sitiada por Pedro I de Aragón. La ayuda castellana al rey musulmán fue infructuosa, pues Huesca fue conquistada el 15 de noviembre de ese año. En 1098 tuvo una intervención importante en la repoblación de Almazán y Medinaceli después que fuese conquistada en 1104 así como en Andaluz, esta última plaza posiblemente parte de su señorío.

    Fue patrono de varios monasterios a los que hizo donación y él y su esposa Goto estuvieron muy vinculados al Monasterio de Santa María la Real de Piasca, que había sido de la familia de Goto, los Alfonso. Su hijo Rodrigo en una donación efectuada en 1122 recordaba que había sido edificado por sus abuelos y que sus padres habían sido patronos del cenobio: edificaberunt abios et patronos atque parentes nostros.​

    Su última aparición en la documentación medieval fue el 12 de diciembre de 1105 en el Monasterio de San Salvador de Oña y probablemente falleció poco después.​ Sus hijos Pedro y Rodrigo «fueron los principales artífices del ascenso del linaje de Lara».

    Matrimonio y descendencia

    Gonzalo Núñez se casó con Goto Núñez, hija del magnate castellano Nuño Álvarez y de María Gutiérrez, hija de Gutierre Alfonso, conde en Grajal, y de la condesa Goto,​ De este matrimonio nacieron los siguientes hijos que están documentados:

    • Pedro González de Lara (m. 1130),​ uno de los magnates castellanos más poderosos de su tiempo y amante de la reina Urraca con quien, según el arzobispo de Santiago Diego Gelmírez, «mantuvo una relación escandalosa» a partir de 1112 y con quien tuvo descendencia.
    • Rodrigo González de Lara (m. después de 1144),​ conde y miembro destacado de la casa de Lara.
    • Teresa González de Lara. En 1095, sus padres ofrecieron a su hija Teresa al abad Domingo y al Monasterio de Sahagún y al de San Pedro de los Molinos y donaron varias propiedades, entre ellas, la parte que les correspondía en Melgar de Abduz, Gordaliza, Fonte Oria, Vecilla, y otras villas, todas relacionadas con el linaje de los Alfonso. Teresa profesó en el Monasterio de San Pedro de Los Molinos y llegó a ser abadesa en el de San Pedro de las Dueñas por lo menos entre 1126 y 1137.
    • María González de Lara (m. después de 1141), quien contrajo matrimonio con Íñigo Jiménez, señor de los Cameros y del valle de Arnedo antes de junio de 1109,​ año en que ambos otorgaron testamento. Aparece con su hijo, también señor de los Cameros, Jimeno Íñiguez confirmando una donación hecha por su hermano Rodrigo al Monasterio de San Pedro de Arlanza de la villa de Huérmeces.

    Pudo ser padre también de una Goto González, quien aparece con su sobrino, Manrique Pérez de Lara en 1143 cuando este otorgó fuero a Los Ausines. Algunos genealogistas opinan que estuvo casada con Rodrigo Muñoz, señor de Guzmán y de Roa, aunque según las fuentes medievales, Rodrigo Muñoz, cabeza del linaje de los Guzmán, estuvo casado con Mayor Díaz.

    Salazar y Castro añadió a otras hijas cuya existencia es dudosa, entre ellas Elvira González de Lara —que dice fue la esposa de Pedro Núñez de Fuentearmegil— y a una Sancha González, a quien casa con el conde Fernando Pérez de Traba, aunque la esposa documentada del conde gallego fue realmente hija de Gonzalo Ansúrez y de Urraca Bermúdez.

    Algunas apariciones en la documentación del monasterio de San Millán

    • 1086. Participa en la donación de Diego Gustioz y su mujer Elo y dona su cuarta parte en San Felices de Dávalos: Militer ego senior Gondissalvo Munioz, cum coniuge mea Goto donamus nostram quartam quam habemus in Sancti Felicis de Davalos cum quantum ad nos pertinet, ab omni integritate.
    • 1087: Gundissalvo Nunnez una cum uxore mea dompna Goto et mea cognata dompna Urraca et dompna Ariel Nunniz… donan al monasterio las dos terceras partes del Monasterio de San Martín de Marmellar.
    • 1089, noviembre 25: Alfonso VI confirma al monasterio la exención de fonsado. Entre los confirmantes, sennor Gonçalvo Nunnez de Lara.
    • 1089: Gonzalvo Nunnez dominante Lara ofrece a San Millán el monasterio de San Millán de Revenga con sus dependencias, donación confirmada por el rey Alfonso VI.
    • 1094, febrero 28: Confirma donación de Juliana Fortúnez domno Gundissalvo Nunnez regente Lara et Auxunia (Los Ausines).
    • 1095:Senior Gonzalvo Nunnez et uxor mea domna Goto, dominantes Lara dona a San Millán la iglesia de San Millán de Velilla con sus dependencias.
    • 1098, abril 7: Alfonso VI dona a San Millán la iglesia de Santa María de dos Ramas en Almazán. En este documento, el rey se refiere a Gonzalo como dilectus meus Gonzalvus Nunnez («mi muy amado Gonzalo Núñez»).
  • La dinastía borbónica y la desaparición de Castilla: el misterio oculto de España

    La dinastía borbónica y la desaparición de Castilla: el misterio oculto de España

    La dinastía borbónica y la desintegración de Castilla: un proyecto para construir España y borrar su identidad

    La historia de España está marcada por una serie de procesos políticos y sociales que han configurado la identidad del país tal y como la conocemos hoy. Uno de los más significativos fue la unificación de los reinos de Castilla y Aragón bajo la dinastía de los Borbones en el siglo XVIII. Sin embargo, esta unificación no fue un proceso neutral ni simplemente administrativo. Desde la llegada de los Borbones, se observa una clara intención de desintegrar la estructura e identidad política de Castilla, enterrando su legado e imponiendo una nueva narrativa nacional centrada en una visión homogénea de España que ha persistido hasta la actualidad.

    El contexto: los Austrias, los Borbones y la Guerra de Sucesión

    Para entender cómo y por qué los Borbones emprendieron este proceso de centralización, primero debemos retroceder al siglo XVII. Durante el reinado de los Austrias, los reinos de Castilla y Aragón mantenían sus propias leyes, fueros y estructuras de gobierno. Castilla era el reino predominante en términos de influencia económica y política, pero cada territorio conservaba su autonomía relativa. Con la llegada de Felipe V, primer monarca de la dinastía Borbónica, la Guerra de Sucesión (1701-1714) no solo se trató de una lucha por el trono, sino también de un conflicto que marcó la desaparición de la estructura política que sustentaba a Castilla como entidad autónoma.

    Tras la victoria en la guerra, Felipe V implantó los Decretos de Nueva Planta (1707-1716), un conjunto de leyes que, en esencia, abolieron las instituciones propias de la Corona de Aragón, pero, al mismo tiempo, integraron sus estructuras bajo un modelo centralizado que se inspiró en la Corona de Castilla. Aunque esto podría interpretarse como un triunfo de Castilla, en realidad significó la dilución de su identidad en favor de una noción más abstracta y centralizada de España, en la que la cultura y la identidad castellanas quedaban subsumidas y diluidas en una nueva estructura política. La intención era clara: Felipe V, siguiendo el modelo absolutista francés, pretendía construir un Estado centralizado y uniforme que eliminara cualquier vestigio de autonomía regional, pero, en el proceso, desintegró también la estructura que había dado forma a la Castilla histórica.

    De los comuneros a la dinastía borbónica: el intento de borrar a Castilla

    La rebelión de los comuneros en 1520-1521 fue un levantamiento significativo que buscaba defender las libertades y las instituciones castellanas frente a la centralización y el poder creciente de Carlos I. Este levantamiento fue reprimido brutalmente, y la Corona comenzó entonces a erosionar sistemáticamente las bases de lo que constituía la identidad política y social de Castilla. Con los Borbones, esta tendencia se acentuó. Los Decretos de Nueva Planta no solo desmantelaron las Cortes y las instituciones aragonesas; también impusieron un sistema político que neutralizaba cualquier forma de resistencia castellana y la convertía en parte de un nuevo Estado absolutista.

    A partir de entonces, Castilla dejó de ser un reino con entidad propia para convertirse en el núcleo administrativo del proyecto borbónico, una especie de «masa» homogénea que absorbía las diferencias regionales en favor de la centralización. Las instituciones castellanas que habían sobrevivido se transformaron en órganos al servicio del nuevo Estado español, dejando atrás cualquier atisbo de identidad independiente.

    La Transición y la continuidad de un proyecto borbónico

    Este proceso no se detuvo en los siglos XVIII y XIX. Durante la transición democrática en la década de 1970, la identidad castellana continuó siendo ignorada y subsumida en el proyecto nacional español. La Constitución de 1978 reconoció a diversas regiones y nacionalidades históricas, pero Castilla fue fragmentada en varias comunidades autónomas, como Castilla-La Mancha, Castilla y León, y Madrid. Este proceso fragmentó aún más la entidad histórica de Castilla y, al mismo tiempo, desdibujó su identidad y la convirtió en una serie de entidades políticas dispersas sin conexión histórica ni cultural clara.

    La Transición, en teoría, debía ser un proceso de descentralización y reconocimiento de identidades históricas, pero en la práctica, Castilla quedó relegada.

  • Sancho II de Castilla, El Fuerte

    Sancho II de Castilla, El Fuerte

    Sancho II de Castilla, llamado «el Fuerte» (Zamora, 1038 o 1039-ibíd., 7 de octubre de 1072), fue el primer rey de Castilla, entre 1065 y 1072, y, por conquista, de Galicia (1071-1072) y de León (1072). Consiguió reunificar la herencia de su padre Fernando I de León y Castilla. Sin embargo, no disfrutó mucho tiempo de ello, puesto que murió meses después en el cerco de Zamora, heredando los tres reinos unidos su hermano Alfonso.

    Hijo varón primogénito del rey Fernando I de León y Castilla y de su esposa, la reina Sancha de León, fue el primer vástago nacido cuando sus padres eran ya reyes de León.​ Sus hermanos fueron Alfonso VI de León, las infantas Elvira de Toro y Urraca de Zamora, y el rey García de Galicia, a quien despojó del trono gallego. Pasó los primeros años en Castilla donde aparece confirmando documentos en varios monasterios.

    Su padre lo destinó a la frontera oriental del reino entre 1060 y 1065. En 1063 dirigió una expedición de ayuda al sultán de la Taifa de Zaragoza Al-Muqtadir en la batalla de Graus contra Ramiro I de Aragón, quien falleció en la batalla. Dos años más tarde participó junto a su padre en una batalla contra Zaragoza por su negativa a pagar las parias y, desde allí, partieron con el objetivo de sitiar Valencia, aunque la enfermedad de su padre Fernando les hizo regresar a León.

    El Rey

    Como hijo primogénito, le habría correspondido heredar la totalidad de los reinos de sus padres. Sin embargo, a finales de 1063, Fernando I convocó una Curia Regia para dar a conocer sus disposiciones testamentarias en las cuales, siguiendo la ley navarra, decidió repartir su patrimonio entre sus hijos:

    • A Sancho le correspondió el estado patrimonial de su padre, el Condado de Castilla, elevado a categoría de reino, y las parias sobre el reino taifa de Zaragoza.
    • A su hermano Alfonso, el favorito de su padre, le correspondió el Reino de León que llevaba incorporado el título de emperador y los derechos sobre el reino taifa de Toledo.
    • A su hermano García le correspondió el Reino de Galicia creado a tal efecto y los derechos sobre los reinos taifas de Sevilla y de Badajoz.
    • A sus hermanas Urraca y a Elvira les correspondió el infantazgo, o sea «el patronato y las rentas de todos los monasterios pertenecientes al patrimonio regio»​ con la condición de que no podrían contraer matrimonio.

     

    Tras acceder al trono castellano el 27 de diciembre de 1065, nombró alférez a Rodrigo Díaz el Campeador y una de sus primeras acciones fue renovar el vasallaje del rey de la taifa de Zaragoza, Al-Muqtadir, para lo cual puso sitio a la ciudad en 1067, acto que le llevaría en 1068 a participar en la conocida como Guerra de los tres Sanchos que le enfrentaría a sus primos Sancho Garcés IV de Pamplona y Sancho Ramírez de Aragón, y que le permitió recuperar parte de los territorios fronterizos con el Reino de Pamplona que habían sido conquistados por los navarros.

    El reparto de la herencia entre todos los hijos de Fernando I nunca satisfizo a Sancho, que siempre se consideró como el único heredero legítimo, por lo que inmediatamente se movilizó para intentar hacerse con los reinos que habían correspondido a sus hermanos en herencia. Se inicia así un periodo de siete años de guerras protagonizadas por los tres hijos varones de Fernando I.

    Al fallecer en 1067 la reina Sancha se iniciaron las disputas con su hermano Alfonso, al que se enfrentó el 19 de julio de 1068 en Llantada en un juicio de Dios, en el que ambos hermanos pactan que el que resultase victorioso obtendría el reino del derrotado. Aunque Sancho venció, Alfonso no cumplió con lo acordado, a pesar de lo cual las relaciones entre ambos se mantienen como demuestra el hecho de que Alfonso acudiera, el 26 de mayo de 1069, a la boda de Sancho con una noble inglesa llamada Alberta y donde ambos decidieron unirse para hacerse con el reino de Galicia que le había correspondido a García, el menor de los hijos de Fernando el Grande, contando con la aceptación de sus hermanas Urraca y Elvira, así como de la nobleza de ambos reinos.3​

    Con la complicidad de su hermano Alfonso, Sancho entró en Galicia y, tras derrotar a su hermano García, lo apresó en Santarém encarcelándolo el castillo de Burgos hasta que es exiliado a la taifa de Sevilla. Tras eliminar a su hermano, Alfonso y Sancho se titulan reyes de Galicia en 1071 y firman una tregua que se mantendrá durante tres años. La tregua se rompe cuando Sancho, que no renuncia al reino de León, que entre otras cosas llevaba aparejado el título imperial, marcha contra su hermano con un ejército al mando de su brazo derecho el Cid que derrota al ejército leonés en la batalla de Golpejera en 1072. Mientras que su hermano Alfonso es trasladado preso a Burgos, Sancho entra en León y es coronado como rey de León el 12 de enero de 1072, a pesar de la negativa del obispo de León y de la nobleza, con lo que vuelve a unificar en su persona el reino que su padre había dividido. Tras encarcelar a Alfonso, la mediación de su hermana Urraca hizo que le permitiera instalarse en el Monasterio de Sahagún, de donde el leonés huyó, temiendo por su vida, refugiándose en la corte de su vasallo el rey al-Mamún de Toledo. La nobleza leonesa estaba descontenta con el castellano, y su miembro más destacado, Pedro Ansúrez, siguió a Alfonso al exilio.3​

    En Zamora se reunieron numerosos nobles contrarios a Sancho que apoyaron a su hermana Urraca, propietaria de la ciudad. Consciente del peligro que esto suponía para su gobierno, Sancho reunió a su ejército y marchó hacia la ciudad, pasando por Carrión de los Condes donde se le negó acceso y ayuda para sus huestes.3​ Según el relato recogido en la Crónica najerense, que podría provenir de un cantar de gesta,8​ Sancho II fue asesinado por Vellido Dolfos mientras llevaba a cabo el cerco de Zamora, donde se hallaba su hermana la infanta Urraca de Zamora, el 7 de octubre de 1072.9​ El lugar del ataque regicida es señalado con una cruz de piedra en una pared y el de la muerte con la Cruz del Rey Don Sancho en un menhir.

    El 26 de agosto de 1066, Sancho había señalado al monasterio de San Salvador de Oña para su sepultura, otorgándole el derecho para poblar la villa de Piérnagas y para darle el fuero que quisiese, gozando de exención de derechos reales. Obedeciendo sus disposiciones, recibió sepultura en dicho monasterio. El sarcófago de madera que contiene sus restos está situado bajo el baldaquino del lado de la Epístola, en la iglesia del Monasterio de Oña, junto a los de sus abuelos paternos, el rey Sancho Garcés III el Mayor de Pamplona y su esposa, la reina Muniadona de Castilla, estando colocados los sarcófagos sobre una superficie decorada con motivos vegetales y animales exóticos.

    El sarcófago que contiene los restos del rey Sancho, es de forma rectangular, siendo su cubierta piramidal y de madera de nogal. En la base del arca hay un zócalo con decoración vegetal y animalística, y en los lados mayores aparecen sendos escudos, rodeados por círculos que enmarcan cuadrilóbulos. Las vertientes de la cubierta están ornamentadas con centauros, rodeados por abundante decoración, que recubre todo el sarcófago. En la zona correspondiente a la cabecera del sarcófago se encuentra colocado el escudo cuartelado de Castilla y León, entre tenantes que portan mazas en sus manos, y en el espacio existente sobre el escudo figura, en madera taraceada de distinto tono, la siguiente inscripción:

    aqui yaze el rey dõ ſãcho que matarõ ſobre zamora​ (aquí yace el rey don Sancho que mataron sobre Zamora).

     

  • Alfonso VII de León y Castilla

    Alfonso VII de León y Castilla

    Alfonso VII de León, llamado «el Emperador» (Caldas de Reyes, 1 de marzo de 1105–Santa Elena,​ 21 de agosto de 1157), fue rey de León entre 1126 y 1157. Hijo de la reina Urraca I de León y del conde Raimundo de Borgoña, fue el primer rey leonés miembro de la Casa de Borgoña, que se extinguió en la línea legítima con la muerte de Pedro I en 1369, quien fue sucedido por su hermano de padre Enrique, primer rey Trastámara.

    Retomando la vieja idea imperial de Alfonso III y Alfonso VI, el 26 de mayo de 1135 fue coronado Imperator totius Hispaniae (Emperador de toda España) en la Catedral de León,​ recibiendo homenaje, entre otros, de su cuñado Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona.

    Origen y familia

    Alfonso era el segundo hijo de Urraca, hija de Alfonso VI de León, y de su primer esposo, Raimundo de Borgoña.​ Nació el 1 de marzo de 1105, apenas dos años antes de la muerte de su padre en septiembre del 1107. Tenía una hermana mayor, Sancha, que había nacido antes del 1095.

    Conflictos en Galicia

    Tras la muerte del padre de Alfonso, Raimundo de Borgoña en 1107, y de su abuelo Alfonso VI en 1109, su madre Urraca contrajo un nuevo matrimonio para poder acceder a los tronos del Reino de León y del Reino de Castilla.​ El elegido por Alfonso VI resultó ser el rey aragonés Alfonso I el Batallador y provocó el rechazo de amplios sectores de la nobleza.

    Entre los contrarios a este enlace matrimonial se destacaron los nobles gallegos, debido a la pérdida del entonces infante de cinco años Alfonso Raimúndez de los derechos al trono del Reino de León y Castilla tras el pacto matrimonial firmado entre Urraca y Alfonso I de Aragón, que estipulaba que los derechos de sucesión pasarían al hijo que pudieran tener. La nobleza gallega encabezada por el obispo de Santiago de Compostela, Diego Gelmírez, y el tutor del infante, Pedro Froilaz, el conde de Traba, se rebelaron y el ayo del joven príncipe proclamó a Alfonso Raimúndez con siete años de edad rey de Galicia el 17 de septiembre de 1111,​ lo que obligó a Alfonso el Batallador a intervenir para restablecer el orden. Es discutido el sentido de esta proclamación, sin que pueda dilucidarse si se pretendía con ello establecer un reino independiente o no; es más probable que simplemente se tratara de otorgar la categoría de correinante a Alfonso Raimúndez con un grado igual al de su madre.​ La inhábil política de Gelmírez al no facilitar la sumisión de Portugal, cerró el camino para el triunfo de la revuelta, que obtuvo apoyo entre la nobleza gallega, pero que también generó opositores entre los sectores partidarios de Alfonso el Batallador, como ocurrió en Lugo.​ El Batallador actuó en Galicia, pues estaba incorporada de derecho a su reino por las capitulaciones matrimoniales, que establecían que el hijo de Alfonso y Urraca podría reinar en la mayoría de los territorios de la España cristiana: Aragón, Pamplona, León y Castilla; a excepción solo del condado de Barcelona y otros condados pirenaicos, como el de Urgel, entre otros, que eran feudatarios del rey de Francia, no pasando a serlo del Reino de Aragón hasta la firma del Tratado de Corbeil en 1258.

    Alfonso I, finalmente, se dirigió contra los partidarios de Alfonso Raimúndez derrotándolos en Villadangos en octubre o noviembre de 1111 con la ayuda del conde de Portugal, Enrique de Borgoña, tío de Alfonso VII.​ Con esta victoria el Batallador desbarató el intento político del obispo de Santiago de Compostela y sus partidarios, capturó​ a Pedro Froilaz (que sería liberado poco después) y debilitó a sus oponentes. Sin embargo, Gelmírez y Alfonso Raimúndez consiguieron huir.​ La actitud de Urraca I en todo el conflicto es discutida, mientras que la Historia compostelana (que es una fuente parcial, pues se trata de una biografía dedicada a exaltar la política del obispo Gelmírez) señala que Urraca estuvo de acuerdo con la coronación de Alfonso Raimúndez (pese a que ello hubiera supuesto aceptar una corregencia dirigida por Gelmírez y sus colaboradores), existe un documento que manifiesta que el 2 de septiembre de 1111 (solo quince días antes del acto de la proclamación de su hijo como «rey de Galicia») Urraca firmaba en Burgos junto con su esposo Alfonso el Batallador una donación a favor del monasterio de Oña, y en octubre lo hacía del mismo modo en otra suscrita en Briviesca. Ambos documentos fueron redactados por el canónigo de Santiago de Compostela, cuyo cargo lo hace cercano al obispo, por lo que el juego de alianzas políticas dista de ser sencillo.

    Señor al sur del Duero

    En 1116 Urraca hizo una jugada maestra para debilitar tanto al rey aragonés como a sus opositores leoneses: cedió el gobierno de los territorios al sur del Duero, dominados en esencial por el Batallador, a su hijo.​ Alfonso marcharía a Toledo, donde quedaría bajo la tutela del fiel arzobispo Bernardo, se alejaría de sus problemáticos partidarios gallegos y disputaría la región al monarca aragonés. A finales de noviembre de ese año, Alfonso ya se hallaba al sur del Duero.​ El 16 de noviembre de 1117, entró en Toledo; la ciudad dejó de estar dominada por el Batallador y la zona volvió a someterse fundamentalmente a Urraca. El joven Alfonso, por su parte, comenzó a emplear el título de emperador.

    El 25 de mayo del 1124 se encontraba en Santiago de Compostela, donde el obispo Gelmírez le armó caballero, ceremonia mediante la cual alcanzó la mayoría de edad. Aunque su madre no estuvo presente, parece que el acto contó con su anuencia.

    Cuando su madre falleció el 8 de marzo del 1126 en Saldaña, Alfonso se encontraba en el cercano Sahagún. Al día siguiente, marchó a León para recibir la sumisión de la nobleza, el clero y el pueblo. Salvo en el caso del castillo leonés, que hubo de tomarse al asalto, el reconocimiento de la autoridad de Alfonso fue general y rápido.

    Rey de León y Castilla

    El 10 de marzo de 1126, tras la muerte de su madre, Alfonso VII fue coronado rey de León en la catedral de León y de inmediato emprendió la reclamación del Reino de Castilla, en el que su padrastro, Alfonso I de Aragón, contaba con importantes guarniciones militares que le aseguraban su dominio. Entre estas destacan Burgos y Carrión de los Condes, cuya población se decanta por el nuevo rey y en 1127 entregan las plazas a Alfonso VII.

    Alfonso el Batallador reacciona y se dirige contra Alfonso VII al frente de un numeroso ejército. Ambos se encuentran en el valle de Támara. Sin embargo no se produce un enfrentamiento entre los ejércitos debido a que los dos monarcas tienen situaciones más graves a las que hacer frente: Alfonso VII debe atender las veleidades territoriales de su tía Teresa de León y Alfonso I a las amenazas de los almorávides. Se llega entonces a un acuerdo que se plasma en un pacto conocido como las Paces de Támara, en el que se establecen las fronteras entre el reino leonés y el aragonés, volviendo a los límites fijados por Sancho III el Mayor, y se zanjan las disputas entre ambos firmatarios renunciando el monarca aragonés al título de emperador, que había utilizado entre 1109–1114 tras su matrimonio con Urraca I de León. Este matrimonio se había anulado al considerarse que no fue consumado, por lo que fue necesario esperar tres siglos para ver realizada la unión de los reinos hispánicos, aunque ya sin Portugal, en las figuras de los Reyes Católicos.

    Tras el pacto alcanzado con el rey de Aragón, Alfonso VII se dirige hacia Galicia desde donde se interna en el Condado Portucalense, que rige su tía Teresa, y tras arrasarlo vuelve a León para casarse con Berenguela, hija de Ramón Berenguer III en 1128.

    Ese mismo año logra que su tía Teresa de León reconociera su soberanía, aunque dicho reconocimiento sería efímero porque el 24 de junio Teresa se ve obligada a huir a Galicia cuando su hijo, Alfonso Enríquez, la derrota en la batalla de San Mamede, que será el origen de la futura independencia del reino portugués.

    En 1130 depone a los obispos de León, Salamanca y Oviedo que se habían mostrado opuestos a su matrimonio con Berenguela. Esto provoca el rechazo de parte de la nobleza encabezada por Pedro González de Lara, Beltrán de Risnel y Pedro Díaz de Aller que se rebelan contra el monarca y toman Palencia. Alfonso VII acude a la ciudad y restablece el orden apresando a los cabecillas.

    Aspiraciones territoriales

    Tras la muerte sin descendencia del rey de aragoneses y pamploneses Alfonso I el Batallador (1134), Alfonso VII reclamó el trono de su padrastro alegando para ello ser tataranieto de Sancho III el Mayor. La candidatura de Alfonso no fue aceptada, ni por los nobles aragoneses, que nombraron rey de Aragón al hermano de Alfonso I, Ramiro II el Monje, ni por los nobles pamploneses que eligieron como rey de Pamplona a García Ramírez.

    A pesar de ello Alfonso ocupa La Rioja y Zaragoza, ciudad que entregaría al recién nombrado rey aragonés a cambio de su juramento de vasallaje.

    Posteriormente, apoyado por nobles del norte de los Pirineos, controló amplios territorios del sur de Francia, llegando hasta el río Ródano, lo que le valió para retomar la vieja idea imperial de Alfonso III y, el 26 de mayo de 1135, se hace coronar, en la Catedral de León, Imperator totius Hispaniae (Emperador de toda España) por el obispo Arriano ante Guido de Vico, legado del papa Inocencio II. En dicha ceremonia recibirá el homenaje, entre otros, de su cuñado Ramón IV, conde de Barcelona, de su primo el rey García Ramírez de Pamplona, del conde Alfonso Jordán de Tolosa y otros señores y embajadores de Gascuña y del Mediodía francés, como el conde de Cominges,​ el conde de Foix y el señor de Montpellier, de Ermengol VI de Urgel, y de representantes de varios de los principales linajes musulmanes, como el caudillo ismaelita Sayf al-Dawla más conocido como Zafadola. No asisten su también primo Alfonso Enríquez ni el rey aragonés Ramiro II de Aragón con el que se encuentra enemistado por la ocupación de Zaragoza.

    La enemistad con el monarca aragonés se resuelve en 1136 cuando Alfonso VII desposee del señorío zaragozano al rey navarro y se lo ofrece a Ramiro II el Monje en el pacto por el que llegan tras acordar la boda de sus hijos Petronila y Sancho, aunque finalmente el matrimonio no se celebrará ya que Petronila se casa con el conde barcelonés Ramón Berenguer IV, lo que va a suponer la unión entre el condado de Barcelona y el reino de Aragón.

    Asegurado el flanco aragonés de su reino Alfonso centra su mirada en la reconquista de las tierras en manos de los musulmanes.

    Reconquista

    Desde 1138 Alfonso VII centra su atención en el sur peninsular ocupado por los almorávides y los almohades. Para ello intervino activamente en los enfrentamientos entre las dos dinastías bereberes y llevó a cabo expediciones y ataques de saqueo incitando a las poblaciones a sublevarse contra ellos, para lo cual contó con la ayuda de dos caudillos hispanomusulmanes: el ya citado Zafadola e Ibn Mardanish conocido como «el rey Lobo».

    En 1139 tomó la fortaleza de Oreja desde la que se amenazaba Toledo,​ en 1142 se hace con Coria,​ en 1144 con Jaén y Córdoba, aunque esta última volverá a caer ese mismo año en manos musulmanas.

    En 1146 se produce una invasión almohade que tras desembarcar en Algeciras se hace con importantes territorios, por lo que Alfonso VII se ve obligado a pactar con el caudillo almorávide Ibn Ganiya para organizar la resistencia. Se entrevista con Ramón Berenguer IV y con García Ramírez y acuerdan la conquista de Almería en poder de los almohades. Para ello cuentan además con el apoyo de la flota genovesa y con cruzados franceses que responden al llamamiento que ha realizado el papa Eugenio III. Almería es tomada en octubre de 1147.

    En 1150 falleció el monarca pamplonés García Ramírez y Alfonso VII firma, el 27 de enero de 1151, con Ramón Berenguer IV, princeps de Aragón, el Tratado de Tudilén, un acuerdo por el que ambos acuerdan repartirse el reino de Pamplona y se reconoce a Ramón Berenguer IV el derecho de conquista sobre Valencia, Denia y Murcia.

    En 1157, los almohades recuperaron el control de la ciudad de Almería y Alfonso VII parte para intentar reconquistarla. Fracasa en el intento y cuando regresaba a León, muere el 21 de agosto. Su hijo Fernando le sucedió en el trono de León mientras que su otro hijo Sancho ocupó el trono de Castilla.

    Lugar de fallecimiento

    El lugar exacto del fallecimiento de Alfonso VII está en duda, aunque existe constancia histórica de que acaeció en el paraje de «La Fresneda»​ a su regreso del sitio de Almería, el 21 de agosto de 1157. Así se puede leer en la versión que ofrece la Crónica de Castilla escrita hacia el año 1300:

    […] E tornóse el emperador para Baeça con grande onrra e dexó ý a su fijo, el ynfante don Sancho, por guarda de su tierra. E passó el puerto del Muradal e llegó a vn lugar que llaman las Feynedas. E ferióle ý el mal de la muerte, e morió ý so vna enzina. E leuáronlo a Toledo e enterráronlo aý muy honrradamente […]

    En coherencia con este texto, la tradición sostiene que se corresponde con el actual paraje conocido como «Fuente del Emperador» situado en el municipio de El Viso del Marqués (hasta el S.XVI, «Viso del Puerto», provincia de Ciudad Real) en cuyo extenso término municipal se halla el Puerto Muradal que nombran las crónicas y que ya había traspasado el rey antes de morir (antesala de Sierra Morena desde La Mancha y principal paso natural hacia el desfiladero de Despeñaperros, pero no parte integrante de este). Las aguas y torrentes de esta localidad confluyen en el río llamado Fresnedas (cabecera del Jándula en la vertiente Norte de Sierra Morena).

    Escritores posteriores renacentistas introdujeron elementos nuevos que modifican la historia. El talaverano Juan de Mariana en su Historia General de Castilla (1601) refiere que el emperador cae enfermo en el «bosque de Cazlona» (que se ha querido identificar con Cástulo), aunque no dice en absoluto que muriese allí. Sin embargo, esta referencia topográfica hacia la Alta Andalucía es aprovechada por el jienense Martín Ximena Jurado para redactar motu proprio en sus «Anales del municipio Albense Urgavonense o villa de Arjona» (1643) que la localización de la muerte tuvo lugar «en el término de Baeza (adonde bolviéndose con su ejército […]) le asaltó la muerte» en un paraje que se quiere hacer corresponder con el actual de «La Aliseda» en Santa Elena. Estas circunstancias (que reubican el emplazamiento decenas de leguas hacia el sur y nos hablan de un retroceso no justificado de las tropas alfonsinas) no están recogidas en la revisiones de los más importantes historiadores de la actualidad: no figuran en «Noticias y documentos para la historia de Baeza» (2007) de Fernando de Cózar Martínez, ni tampoco aparecen en ninguno de los ensayos acerca de Baeza de José Rodríguez Molina.

    Sepultura

    Después de su defunción en agosto de 1157, el cadáver de Alfonso VII el Emperador fue conducido a la ciudad de Toledo, donde recibió sepultura en la Catedral de la ciudad, siendo el primer soberano leonés en ser inhumado allí.

    Los restos mortales del rey fueron depositados en un sepulcro, que probablemente sería colocado en el presbiterio de la primitiva catedral toledana. Décadas más tarde, el rey Sancho IV de Castilla ordenó edificar en el interior de la Catedral de Toledo la Capilla de la Santa Cruz, a la que el 21 de noviembre de 1289 fueron trasladados los restos de los reyes Alfonso VII el Emperador, Sancho III de Castilla y Sancho II de Portugal, que se encontraban sepultados en la capilla del Espíritu Santo de la catedral.​ Posteriormente, en 1295, Sancho IV el Bravo fue sepultado en la Catedral de Toledo, en un sepulcro colocado junto al que contenía los restos de Alfonso VII.

    A finales del siglo XV, el cardenal Cisneros ordenó edificar la actual capilla mayor de la Catedral de Toledo, en el lugar que ocupaba la capilla de Santa Cruz. Una vez obtenido el consentimiento de los Reyes Católicos, la capilla de Santa Cruz fue demolida y, los restos de los reyes allí sepultados, fueron trasladados a los sepulcros que el Cardenal Cisneros ordenó labrar al escultor Diego Copín de Holanda, y que fueron colocados en el nuevo presbiterio de la catedral toledana. Debido a la nueva colocación de los mausoleos reales, Alfonso VII compartió mausoleo, en el lado del Evangelio del presbiterio, con el infante Pedro de Aguilar, hijo ilegítimo de Alfonso XI de Castilla, cuya estatua yacente aparece colocada por encima de la que representa a Alfonso VII el Emperador.

    La estatua yacente representa a Alfonso VII con barba, ceñida la frente con corona real y descansando la cabeza sobre dos almohadones recamados. El monarca aparece vestido con una túnica de amplios pliegues y cubierto por un manto real. Las manos aparecen cruzadas sobre el regazo y sus pies, que calzan chapines, se apoyan sobre una figura de león. La caja del sepulcro presenta dos escenas simétricas entre columnas, en las que se representan sendos ángeles afrontados sujetando entre sus manos el escudo de Castilla y el de León.

    Matrimonios y descendencia

    Entre finales de 1127 y principios de 1128​ contrajo matrimonio, en el Castillo de Saldaña, con Berenguela de Barcelona, hija del conde Ramón Berenguer III. Fruto del primer matrimonio del rey nacieron los siguientes hijos:

    • Ramón de Castilla, vivía en 1136 y falleció en la infancia.
    • Sancho III de Castilla (1133-1158). Sucedió a su padre como rey de Castilla.
    • Fernando II de León (1137–1188). Sucedió a su padre como rey de León.
    • Constanza de Castilla​ (ca. 1136/1141–1160). Contrajo matrimonio en 1154 con el rey Luis VII de Francia.
    • Sancha de Castilla (1137–1179), contrajo matrimonio con el rey Sancho VI el Sabio, rey de Navarra.
    • García de Castilla (1142–1146).
    • Alfonso de Castilla (1144/1146–c. 1149]). Fue sepultado en el monasterio de San Clemente en Toledo.

    Volvió a casarse en la ciudad de Soria​ en 1152​ con Riquilda de Polonia, hija del duque Vladislao II el Desterrado. Tuvieron dos hijos:

    • Fernando de Castilla (1153-1157), muerto a los cuatro años
    • Sancha de Castilla ​ (1154–1208). Contrajo matrimonio en la ciudad de Zaragoza en 1174 con Alfonso II de Aragón.

    De su relación extramatrimonial con Gontrodo Pérez​ nació:

    • Urraca Alfonso la Asturiana​ (1133–1189). Contrajo matrimonio en 1144 con el rey García Ramírez de Pamplona. 

    De su relación extramatrimonial con Urraca Fernández de Castro,​ hija de Fernando García de Hita y de Estefanía Armengol y viuda del conde Rodrigo Martínez, fue padre de:

    • Estefanía Alfonso la Desdichada, nacida entre 1139 y 1148 y fallecida en 1180. Contrajo matrimonio con Fernando Rodríguez de Castro el Castellano, quien la asesinó en 1180, hecho que inspiró la tragicomedia titulada La desdichada Estefanía, escrita por Félix Lope de Vega y Carpio en 1604.
  • La Batalla de Tamarón

    La Batalla de Tamarón

    La batalla de Tamarón fue un enfrentamiento militar que tuvo lugar el año 1037 entre las tropas del rey leonés Bermudo III y las del conde de Castilla Fernando Sánchez.

    Distintas versiones de los hechos difieren tanto en las fechas (30 de agosto, 1 de septiembre o 4 de septiembre), como en el emplazamiento de la batalla (Tamarón (Burgos) o Támara de Campos (Palencia)). Las crónicas najerense, silense y Chronicon mundi de Lucas de Tuy además de los anales Toledanos, Compostelanos y Castellanos Segundos dan como lugar de la batalla el valle de Tamarón. Según se relata en la Crónica Silense y del Tudense, el rey Bermudo y su ejército cruzó la frontera de Castilla «o sea la línea del Pisuerga, y en la cuenca de aquel río, en el valle del Tamarón, arroyo situado al este de Castrojeriz (…) se enfrentaron los leoneses con el ejército navarro castellano…»​ y que la batalla tuvo lugar «super vallem Tamaron», y Tamarón es el actual pueblo de Burgos que se halla en el marcado valle que forma el arroyo de Sambol. Támara, que nunca fue llamada Tamarón, no está situada en ningún valle. Es con De rebus Hispaniae de Jiménez de Rada donde viene la confusión, ya que dicho autor situaba la batalla junto al río Carrión, donde se encuentra relativamente cerca la villa de Támara (Palencia).

    Los orígenes de la batalla tienen como escenario la Tierra de Campos, los territorios entre el Cea y el Pisuerga disputados entre León y Castilla desde el siglo IX. Dicha zona había sido incorporada a Castilla en tiempos de Sancho III el Mayor, y Bermudo III quería recuperarlas. Fernando I, por su parte, consideraba esa zona como dote de su esposa Sancha de León, hermana del rey leonés.

    Las tropas castellanas y leonesas de Fernando I ayudadas por las de su hermano, el rey de Pamplona García Sánchez, vencieron a Bermudo III de León que perdió la vida en la batalla, supuestamente a manos de siete enemigos cuando se adelantaba a sus huestes en busca del conde castellano. Autopsias realizadas en el siglo XXI demuestran que sufrió dieciséis heridas de lanza, todas ellas mortales.

    … pero la muerte, lanza en ristre, que es criminal e inevitable para los mortales, se apodera de él (Bermudo) y le hace caer de la carrera de su caballo; siete caballeros enemigos acaban con él. García (rey de Navarra) y Fernando presionan sobre ellos (los leoneses y castellanos). Su cuerpo es llevado al panteón de los reyes de León. Después, muerto Vermudo, Fernando asedia a León y todo el reino queda en su poder”.
    Crónicas de los reinos de Asturias y León, Jesús E. Casariego. Ed. Everest (1985)

    Muerto Bermudo III sin descendencia, el trono pasó a su hermana Sancha, que cedió los derechos a su marido Fernando I, que se coronó rey de León y por tanto de Castilla.

    Otras historias sobre la Reconquista

    «Los hechos nobles y leales de la Reconquista, un período significativo y turbulento en la historia de España, cobran vida en novelas de tono medieval, que se sumergen profundamente en la rica tapestría histórica y cultural de la época. Estas obras literarias no solo entretienen, sino que también iluminan, a través de sus vívidas descripciones y complejos personajes, las complejidades y matices de este período crucial. En particular, la segunda novela online de la aclamada serie ‘Vikingo’, denominada ‘Vikingo y Almogávar de Tolmarher’, se destaca por su fidelidad a los eventos históricos y su habilidad para transportar a los lectores directamente al corazón de la batalla.

    Esta novela, rica en detalles históricos y con una narrativa absorbente, retrata con maestría la confluencia de culturas y el choque de ideales que caracterizaron la Reconquista. A través de la lente de personajes ficticios pero convincentes, el autor teje una historia que explora temas de honor, valentía y lealtad. La obra se enriquece aún más con descripciones meticulosas de la vestimenta, las armas y las tácticas de guerra de la época, proporcionando una auténtica sensación de inmersión en el mundo medieval.

    El protagonista, un guerrero vikingo, se encuentra con un contingente almogávar -feroces guerreros cristianos de la península ibérica- en una narrativa que entrelaza hábilmente la ficción con hechos históricos. Juntos, estos personajes encarnan las diversas facetas del período de la Reconquista, destacando tanto las brutales realidades del conflicto como los momentos de humanidad y compasión que surgen en medio del caos.

    ‘Vikingo y Almogávar de Tolmarher’ no solo es un viaje emocionante a través de un tiempo y lugar fascinantes, sino también una reflexión profunda sobre la naturaleza del heroísmo y la resiliencia humana frente a grandes adversidades. Este trabajo es una joya para los aficionados a la historia y la literatura medieval, y una ventana a una era que, aunque lejana en el tiempo, sigue resonando con ecos de valentía y búsqueda de identidad en nuestro mundo moderno.»

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  • La Reina Berenguela de Castilla

    La Reina Berenguela de Castilla

    La historia de Berenguela no es un caso aislado, pues no fueron pocas, las mujeres que en algún momento dirigieron el destino de Castilla. Un reino mucho más igualitario en cuanto a derechos y libertades, así como en lo relativo al liderazgo de sus mujeres, que muchos otros reinos coheteanos e incluso muy posteriores no tenían. 

    Berenguela de Castilla (nació en Segovia en el año 1179 y murió en Burgos el ​8 de noviembre de 1246). Había nacido como hija primogénita del rey castellano Alfonso VIII y de su esposa, Leonor Plantagenet, bisnieta de otra Berenguela, la esposa de Alfonso VII de León, y hermana de Ramón Berenguer IV de Barcelona. Por línea materna era nieta de Enrique II de Inglaterra y de otra importante mujer de la época, Leonor de Aquitania.

    Durante los primeros años de su vida, Berenguela fue la heredera nominal al trono castellano, pues los infantes nacidos posteriormente no habían sobrevivido; esto la convierte en un partido muy deseado en toda Europa.

    El primer compromiso matrimonial de Berenguela se acordó en 1187 con Conrado, duque de Rothenburg y quinto hijo del emperador germánico Federico I Barbarroja.​ Al año siguiente, 1188, en Seligenstadt, se firmó el contrato matrimonial, incluyendo una dote de 42000 maravedíes, tras lo cual Conrado marchó a Castilla, donde celebraron los esponsales en Carrión de los Condes, en junio de 1188.​ El 29 de noviembre de 1189 nació el infante Fernando, hermano menor de Berenguela, que fue designado heredero al trono. El emperador Federico, viendo frustradas sus aspiraciones en Castilla perdió todo interés en mantener el compromiso de su hijo y los esponsales fueron cancelados, a pesar de la dote de 42 000 áureos de la infanta. Conrado y Berenguela jamás volverían a verse. Berenguela solicitó al papa la anulación del compromiso, seguramente influida por agentes externos, como su abuela Leonor de Aquitania, a quien no interesaba tener a un Hohenstaufen como vecino de sus feudos franceses. Pero estos temores se verían posteriormente neutralizados cuando el duque fue asesinado en 1196.

    En 1197, Berenguela se casó en la ciudad de Valladolid con el rey de León Alfonso IX, pariente suyo en tercer grado. De este matrimonio nacieron cinco hijos. Pero en 1204, el papa Inocencio III anuló el matrimonio alegando el parentesco de los cónyuges,​ a pesar de que Celestino III lo había permitido en su momento. Esta era la segunda anulación para Alfonso y ambos solicitaron vehementemente una dispensa para permanecer juntos. Pero este papa fue uno de los más duros en cuestiones matrimoniales, así que se les denegó, aunque consiguieron que su descendencia fuese considerada como legítima. Disuelto el lazo matrimonial, Berenguela regresó a Castilla al lado de sus padres,​ donde se dedicó al cuidado de sus hijos.

    Regente y Reina

    Al morir Alfonso VIII en 1214, heredó la corona el joven infante Enrique que tan solo contaba con diez años de edad, por lo que se abrió un período de regencia, primero bajo la madre de rey, que duró exactamente veinticuatro días, hasta su muerte; y luego bajo la de su hermana Berenguela. Comenzaron entonces disturbios internos ocasionados por la nobleza, principalmente por la casa de Lara y que obligaron a Berenguela a ceder la tutoría del rey y la regencia del reino al conde Álvaro Núñez de Lara​ para evitar conflictos civiles en el reino.

    En febrero de 1216, se celebró en Valladolid una curia extraordinaria a la que asistieron magnates castellanos como Lope Díaz de Haro, Gonzalo Rodríguez Girón, Álvaro Díaz de Cameros, Alfonso Téllez de Meneses y otros, que acordaron, con el apoyo de Berenguela, hacer frente común ante Álvaro Núñez de Lara. A finales de mayo de este mismo año, la situación se tornó peligrosa en Castilla para Berenguela que decidió refugiarse en el castillo de Autillo de Campos cuyo tenente era el noble Gonzalo Rodríguez Girón –uno de los fieles a la regente– y enviar a su hijo Fernando, el futuro rey, a la corte de León, con su padre, Alfonso IX. El 15 de agosto de 1216 se reunieron todos los magnates del reino de Castilla para intentar llegar a un acuerdo que evitase la guerra civil, pero las desavenencias llevaron a los Girón, los Téllez de Meneses y los Haro a alejarse definitivamente del Lara.

    Enrique falleció el 6 de junio de 1217 después de recibir una herida en la cabeza por una teja que se desprendió accidentalmente cuando se encontraba jugando con otros niños en el palacio del obispo de Palencia, quien en esas fechas era Tello Téllez de Meneses.​ El conde Álvaro Núñez de Lara se llevó el cadáver de Enrique al castillo de Tariego para ocultar su muerte, aunque la noticia llegó a Berenguela.​ Esto hizo que el trono de Castilla pasara a Berenguela, quien el 2 de julio hizo la cesión del trono en favor de su hijo Fernando.

    La Consejera Real 

    Pese a que no quiso ser reina, Berenguela estuvo siempre al lado de su hijo, como consejera, interviniendo en la política del reino, aunque de forma indirecta.

    Destacó la mediación de Berenguela en 1218 cuando la intrigante familia nobiliaria de los Lara con el antiguo regente, Álvaro Núñez de Lara, a la cabeza conspiró para que el padre de Fernando III y rey de León, Alfonso IX, penetrara en Castilla para hacerse con el trono de su hijo. Sin embargo, el fallecimiento del conde de Lara facilitó la intervención de Berenguela, que logró que padre e hijo firmaran el 26 de agosto de 1218 el pacto de Toro que pondría fin a los enfrentamientos castellano-leoneses.

    Concertó el matrimonio de su hijo con la princesa Beatriz de Suabia, hija del duque Felipe de Suabia, y nieta de dos emperadores: Federico Barbarroja e Isaac II Ángelo. Este matrimonio con una familia tan importante elevaba la alcurnia de los reyes de Castilla y abría la puerta para que Fernando participase en los asuntos europeos de forma activa. El matrimonio se celebró el 30 de noviembre de 1219 en la catedral de Burgos.

    En 1222, Berenguela intervino nuevamente a favor de su hijo, al conseguir la firma del Convenio de Zafra que puso fin al enfrentamiento con los Lara al concertarse el matrimonio entre Mafalda, hija y heredera del señor de Molina, Gonzalo Pérez de Lara, y su hijo y hermano de Fernando, Alfonso.

    En 1224 logró el matrimonio de su hija Berenguela con Juan de Brienne​ en una maniobra que acercaba a Fernando III al trono leonés, ya que Juan de Brienne era el candidato que Alfonso IX había pensado para que contrajera matrimonio con una de sus hijas. Al adelantarse Berenguela, evitaba que las hijas de su anterior esposo tuvieran un marido que pudiera reclamar el trono leonés.

    Pero quizás la intervención más decisiva de Berenguela a favor de su hijo Fernando se produjo en 1230 cuando falleció Alfonso IX y designó como herederas al trono a sus hijas Sancha y Dulce, frutos de su primer matrimonio con Teresa de Portugal, en detrimento de los derechos de Fernando III. Berenguela se reunió en Benavente con la madre de las infantas y consiguió la firma de la Concordia de Benavente, por la que éstas renunciaban al trono en favor de su hermanastro a cambio de una sustanciosa cantidad de dinero y otras ventajas. De ese modo se unieron para siempre León y Castilla en la persona de Fernando III el Santo.

    Intervino también en el segundo matrimonio de Fernando III tras la muerte de Beatriz de Suabia, aunque habían tenido suficiente descendencia, pero «con el fin de que la virtud del rey no se menoscabase con relaciones ilícitas». En esta ocasión, la elegida fue una noble francesa, Juana de Danmartín, candidata de la tía del rey y hermana de Berenguela, Blanca de Castilla, reina de Francia por su matrimonio con Luis VIII de Francia.

    Berenguela ejerció como una auténtica reina mientras su hijo Fernando se encontraba en el sur, en sus largas campañas de reconquista de Al-Ándalus. Gobernó Castilla y León con la habilidad que siempre la caracterizó, asegurándole el tener las espaldas bien cubiertas. Se entrevistó por última vez con su hijo en Pozuelo de Calatrava en 1245, tras lo cual volvió a Castilla donde falleció al año siguiente.

    Se la retrata como una mujer virtuosa por los cronistas de la época. Fue protectora de monasterios y supervisó personalmente las obras de las catedrales de Burgos y Toledo. Del mismo modo, también se preocupó de la literatura, encargando al cronista Lucas de Tuy una crónica sobre los reyes de Castilla y León, siendo asimismo mencionada en las obras de Rodrigo Jiménez de Rada.

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  • Fernando I de León y Castilla

    Fernando I de León y Castilla

    03Fernando I de León, llamado «el Magno» o «el Grande» ( 1016-León, 27 de diciembre de 1065), fue conde de Castilla desde 1029 y rey de León desde el año 1037 hasta su muerte, siendo ungido como tal el 22 de junio de 1038.

    Era hijo de Sancho Garcés III de Pamplona, llamado «el Mayor», rey de Pamplona, y de Muniadona, hermana de García Sánchez de Castilla. Fue designado conde de Castilla en 1029,​ si bien no ejerció el gobierno efectivo hasta la muerte de su padre en 1035. Se convirtió en rey de León por su matrimonio con Sancha, hermana de su rey y señor, Bermudo III, contra el que se levantó en armas, el cual murió sin dejar descendencia luchando contra Fernando en la batalla de Tamarón.

    Sus primeros dieciséis años de reinado los pasó resolviendo conflictos internos y reorganizando su reino. En 1054, las disputas fronterizas con su hermano García III de Pamplona se tornaron en guerra abierta. Las tropas leonesas dieron muerte al monarca navarro en la batalla de Atapuerca.

    Llevó a cabo una enérgica actividad de Reconquista, tomando las plazas de Lamego (1057), Viseo (1058) y Coímbra (1064). Además sometió a varios de los reinos de taifas al pago de parias al reino leonés. Al morir dividió sus reinos entre sus hijos: al primogénito, Sancho, le correspondió el estado patrimonial de su padre, el condado de Castilla, elevado a categoría de reino, y las parias sobre el reino taifa de Zaragoza; a Alfonso, el favorito, le correspondió el Reino de León y el título imperial, así como los derechos sobre el reino taifa de Toledo; García recibió el Reino de Galicia, creado a tal efecto, y los derechos sobre los reinos taifas de Sevilla y Badajoz; a Urraca y a Elvira les correspondieron las ciudades de Zamora y Toro, respectivamente, también con título real, y unas rentas adecuadas.

    Tradicionalmente, se le ha considerado el primer rey de Castilla y fundador de la monarquía castellana, y aún hay historiadores que siguen manteniendo esta tesis. No obstante, buena parte de la historiografía más actual considera que Fernando no fue rey de Castilla y que el origen de este reino se sitúa a la muerte de este monarca, con la división de sus estados entre sus hijos y el legado de Castilla al primogénito Sancho con título real. En palabras de Gonzalo Martínez Diez:

    Podemos y debemos afirmar con absoluta certeza el hecho de que Fernando nunca fue rey de Castilla, y que esta nunca cambió su naturaleza de condado, subordinado al rey de León, para convertirse en un reino, hasta la muerte de Fernando I el año 1065.

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  • Casa de Borgoña de Castilla

    Casa de Borgoña de Castilla

    La Casa de Borgoña fue una dinastía cuyos titulares reinaron en los reinos de Castilla y de León, desde 1126 hasta 1369. Fue una rama colateral de la Casa de Ivrea que gobernaba en el condado de Borgoña.

    En cualquier caso, no hay que confundirla con la otra Casa de Borgoña, una rama secundaria de los Capetos, cuyos miembros fueron soberanos del Ducado de Borgoña y del Reino de Portugal.

    Tuvo su origen en el matrimonio de la infanta Urraca —hija de Alfonso VI de León y de Constanza de Borgoña— con Raimundo de Borgoña, al cual se le encomendó el gobierno del condado de Galicia en 1093, que fue reducido al norte del río Miño en 1096.

    Raimundo era hijo del conde Guillermo I de Borgoña y cuya madre de filiación no documentada era Estefanía de Borgoña. El matrimonio de Raimundo con Urraca engendró al futuro Alfonso VII «el Emperador» (o bien Alfonso Raimúndez), rey de León.

    No se debe confundir la casa de Borgoña castellana con la casa de Borgoña portuguesa, la cual procede de una rama secundaria de los Capetos que gobernaba en el ducado de Borgoña. Las dinastías regias castellana y portuguesa descendían de dos primos, Alfonso VII de León y Alfonso I de Portugal, que pertenecían respectivamente, a los linajes del condado de Borgoña y del ducado de Borgoña.2​

    La dinastía gobernó en Castilla hasta la muerte de Pedro I de Castilla en 1369, de manos de su hermanastro y sucesor Enrique II de Castilla de la nueva Dinastía de Trastámara (que no es pues sino una rama secundaria de la dinastía de Borgoña). La dinastía se prolongó en la descendencia de Pedro I hasta principios del siglo XVIII.

    En la rama portuguesa que descendía por línea femenina de esta por varios enlaces, esta dinastía permaneció hasta Fernando I de Portugal que fue el último de su linaje ya que le sucedería el heredero Juan I maestre de Avis tras la Batalla de Aljubarrota.

  • El Libro de los Fueros de Castilla y el origen de las leyes castellanas

    El Libro de los Fueros de Castilla y el origen de las leyes castellanas

    Debió redactarse entre 1248, fecha de la conquista de Sevilla, y 1252, año de la coronación de Alfonso X pues en varios capítulos se alude a la ciudad andaluza como conquistada y se menciona al monarca no como Rey, sino como Infante. Probablemente su confección tuviese lugar en Burgos por un jurista particular dado que en esa ciudad castellana se encontraba la sede del Tribunal de Alcaldes de la Corte para el que se supone que todo este material fue recopilado.

    El Libro de los Fueros de Castilla es un antiguo documento legal del Reino de Castilla, el más antiguo que se conoce sobre derecho territorial castellano. Está compuesto por 307 capítulos, en los que desordenadamente se mezcla material jurídico preferentemente sobre derecho privado; precedidos de epígrafes que pretenden aludir a su contenido, aunque a veces no guardan relación con él, y que probablemente fueron incorporados al texto en un momento posterior al de su redacción. El descuido con que se ha redactado se manifiesta en detalles como la repetición de una misma norma que aparece expuesta unas veces como derecho local de un núcleo de población concreta y, en otras, como costumbre de toda la comarca.

    Recoge costumbres procedentes de localidades de las actuales provincias burgalesa, riojana y segoviana (Nájera, Belorado, Villafranca, Sepúlveda, Cerezo y Burgos), junto con otras que debían haber alcanzado ya una vigencia de ámbito regional. Junto a ellas, aparecen fazañas emitidas por el rey, por los adelantados, por el obispo de Burgos, el Merino Mayor de Castilla, los señores de Haro o, en una ocasión, los hombres buenos de Burgos. Hoy en día se cree que el libro trataría de dar a conocer principalmente las fazañas y privilegios, y que todo lo que aparece como fuero municipal no sería más que legislación local aplicable, en su forma original, que habría sido recopilada por una instancia judicial inferior previa al recurso de alzada ante el mencionado Tribunal de Alcaldes de la Corte o el propio monarca.

    Se desconoce el criterio de selección seguido por el recopilador.

    Fuero Viejo de Castilla

    Fuero Viejo de Castilla o Fuero de los Fijosdalgo es una recopilación legislativa del derecho medieval castellano, obra de juristas privados. La redacción más antigua, asistemática, se data en torno al año 1248. En 1356, durante el reinado de Pedro I de Castilla, se hizo una redacción sistemática en cinco libros, que es la que se ha conservado.

    Es un texto de carácter nobiliario en el que los aristócratas castellanos tratan de sustraer a los fueros locales el contenido de sus privilegios, compilándolos en un solo texto legal. De todas formas, no está claro cual era el origen cierto del texto, y la atribución es anónima. Al texto le da valor legal el Ordenamiento de Alcalá de 1348.

    Sus fuentes fueron el Libro de los Fueros de Castilla y el Ordenamiento de Nájera, documento de no establecido origen, que pretendía provenir de unas supuestas Cortes de Nájera, convocadas por Alfonso VII en 1138 o por Alfonso VIII en 1185, cuya efectiva existencia no está establecida.

    La expresión «Fuero Viejo» puede hacer referencia a muy distintos textos.

    En la era 1377 (año 1339), Alfonso XI, hallándose en Madrid, hizo llamar a los caballeros y omes buenos, y después de manifestar que era gran mengua de justicia regirse por las disposiciones del Fuero Viejo, y porque no usaban del Fuero de las leyes que les diera Alfonso el Sabio [ Fuero Real ], mandó que juzgasen y viviesen por este último código y no por otro alguno.

    El Ordenamiento de Nájera

    Ordenamiento de Nájera o Pseudo-Ordenamiento de Nájera es el nombre que se atribuye a un supuesto ordenamiento legislativo de la Corona de Castilla, documento de no establecido origen, que pretendía provenir de unas supuestas Cortes de Nájera, convocadas por Alfonso VII en 1138 o por Alfonso VIII en 1185, cuya efectiva existencia no está establecida.

    Consta de 58 leyes y se recoge como título 32 y último del Ordenamiento de Alcalá de 1348.

    En este texto se recogieron los privilegios de la nobleza castellana y las aportaciones de esta al ejército real. Sirvió de referencia para muchos fueros locales, y es una de las fuentes del Fuero Viejo de Castilla y del Ordenamiento de Alcalá de 1348.

     

    El Ordenamiento de Alcalá

    El Ordenamiento de Alcalá es un conjunto de 125 leyes, agrupadas en 32 títulos,​ promulgadas con ocasión de las Cortes reunidas por Alfonso XI en Alcalá de Henares, el 8 de febrero de 1348. Son consideradas parte importante del conjunto legislativo principal de la Corona de Castilla de la Baja Edad Media, desde entonces hasta 1505 (Leyes de Toro). El último título, compuesto de 58 leyes, se conoce con el nombre de Pseudo-Ordenamiento de Nájera.

    La obra significó el éxito de los letrados (de orientación romanista) quienes representaban el interés del rey por aumentar el poder de la monarquía (en el sentido de definir una precoz monarquía autoritaria). Debido a la dispersión legislativa y la indefinición de muchas situaciones jurisdiccionales (locales y estamentales), era necesaria la creación de un cuerpo normativo que ordenara y estableciera un estado de seguridad jurídica no conocida hasta la época.

    Además de sancionar nuevas leyes (entre las disposiciones de esas leyes se incluían muchas otras cuestiones puntuales, por ejemplo, sobre contratos y testamentos), se estableció un orden de prelación legal para la aplicación de distintos cuerpos legislativos existentes. De esta manera quedó establecido que debían aplicarse: en primer lugar, las leyes sancionadas en Alcalá; en segundo lugar, el Fuero Juzgo y los fueros locales o estamentales que se mantuvieran en uso (siempre que no se opusieran a Dios ni a la razón, y fueran probados en sentencias); y, en tercer lugar, el Código de las Siete Partidas. Por último se estaría a la interpretación que diera el rey en caso de duda o silencio de las disposiciones citadas.

    El Ordenamiento de Alcalá estaba organizado en 32 títulos y divididos en 125 leyes, con la siguiente distribución:

    • del título I al XV (29 leyes) sobre Derecho Procesal.
    • del título XVI al XIX (7 leyes) sobre Derecho Civil.
    • del título XX al XXII (18 leyes) de las penas.
    • el título XXIII (2 leyes) de la usura.
    • el título XXIV (1 ley) de las medidas y de los pesos.
    • el título XXV (1 ley) de las multas.
    • el título XXVI (1 ley) de los portazgos y peajes.
    • el título XXVII (3 leyes) de la prescripción.
    • el título XXVIII (2 leyes) del orden de prelación de las leyes.
    • el título XXIX (1 ley) de los duelos.
    • el título XXX (1 ley) de la guarda de los castillos y fuertes.
    • el título XXXI (1 ley) de los vasallos.
    • el título XXXII (58 leyes) que copia al Ordenamiento de Nájera.

    El ordenamiento de Alcalá pasó a aplicarse a las zonas con fueros locales, como Sahagún, Cuenca, León o Castilla, que paulatinamente irían adoptando el Fuero Real al serles «otorgado» éste.

    Sin embargo el rey tuvo que ceder a las presiones nobiliarias que deseaban ver reconocidas diferentes concesiones de tierras y privilegios durante las continuas revueltas y guerras civiles bajomedievales, especialmente en los turbulentos años bajo la regencia de su abuela María de Molina, durante su minoría de edad y la de su padre Fernando IV.

    Los nobles argumentaron precedentes en una asamblea en Nájera con Alfonso VII en 1138, y consiguieron finalmente disfrutar de privilegios fiscales y judiciales, conservar las tierras antes de señorío bajo determinadas condiciones, y sobre todo afianzarse como ricoshomes, nobles poderosos, que ya se distinguen claramente de los nobles caballeros y por supuesto del resto de hombres libres.

    En adelante se distinguirán claramente en la Corona de Castilla las tierras de realengo, bajo jurisdicción real, y las de señorío, bajo jurisdicción señorial (de un noble laico o eclesiástico).

    Lo dispuesto en el ordenamiento de Alcalá tuvo una dilatadísima vigencia, sobre todo el sistema de prelación de fuentes (Título XXVIII, Ley I del Ordenamiento), habida cuenta de que su texto fue recogido luego por las recopilaciones de la Edad Moderna (Leyes de Toro, Nueva Recopilación, Novísima Recopilación) y se mantuvo vigente hasta la adopción del sistema constitucional a lo largo del siglo XIX; y en algunos aspectos, hasta la promulgación del Código Civil en 1889.

    Las Leyes de Toro

    Las Leyes de Toro de 1505 son el resultado de la actividad legislativa de los Reyes Católicos, fijada tras la muerte de la Reina Isabel con ocasión de la reunión de las Cortes en la ciudad de Toro en 1505 (Cortes de Toro), en un conjunto de 83 leyes promulgadas el 7 de marzo de ese mismo año en nombre de la reina Juana I de Castilla.

    La iniciativa de esta tarea legislativa había partido del testamento de Isabel la Católica, a partir del cual se creó una comisión de letrados entre los que estaban el obispo de Córdoba y los doctores Díaz de Montalvo (que previamente había recopilado el Ordenamiento de Montalvo de 1484), Lorenzo Galíndez de Carvajal y Juan López Palacios Rubio.

    La reina titular de la Corona de Castilla en ese momento era Juana (que pasó a la historia como la loca), hija de los Reyes Católicos Isabel, recientemente fallecida —26 de noviembre de 1504—, y Fernando —cuyo único título en ese momento era el de rey de Aragón—), pero se encontraba en Flandes, donde el 15 de septiembre de 1505 dio a luz a una hija. El gobierno de la Corona, según el testamento de Isabel la Católica, era ejercido por Fernando. Antes de la llegada de Juana a Castilla y León, en la Concordia de Salamanca (24 de noviembre de 1505) se acordó la continuidad del gobierno de la Corona por Fernando, reconociendo como reyes tanto a Juana como a su marido, Felipe el hermoso. Desde la Concordia de Villafáfila (27 de junio de 1506) quedó Felipe como gobernante único al ser declarada incapaz Juana y consentir Fernando en retirarse a la Corona de Aragón; pero al poco tiempo murió (25 de septiembre de 1506), y Fernando el Católico retomó el gobierno en la Corona de Castilla como regente en nombre de su hija.

    La interpretación jurídica de las Leyes de Toro suele hacerse en el sentido de que ordenan la aplicación y recogen y actualizan el corpus legislativo de la Corona de Castilla durante toda la Edad Media. Heredero del gótico Fuero Juzgo (Liber Iudiciorum) y la recepción del Derecho Romano justinianeo (Ius Commune o derecho común) a partir de la Baja Edad Media, especialmente el Código de las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio y el Ordenamiento de Alcalá; al mismo tiempo que lo coordinaba con los fueros municipales y los privilegios nobiliarios y eclesiásticos, aclarando las contradicciones existentes entre todos ellos.

    Se componen de 83 preceptos o leyes, sobre diversas cuestiones, especialmente de Derecho Civil, derecho sucesorio, derecho matrimonial, Derecho Procesal, derechos reales y de obligación y, finalmente, materias de Derecho Penal.

    Posiblemente la mayor trascendencia de las Leyes de Toro sea la regulación del mayorazgo, cuyo significado social fue garantizar el predominio social de las familias de la alta nobleza vencedoras de las guerras civiles castellanas durante todo el Antiguo Régimen.

    Las Leyes de Toro fueron la base de las siguientes recopilaciones legislativas (Nueva Recopilación y Novísima Recopilación), que a su vez estuvieron vigentes hasta la promulgación del Código Civil, en 1889.

    – Derogan La Pragmática de Madrid

    Su importancia e interés han suscitado la atención y el estudio de los más célebres jurisconsultos de España.

    Algunas de las Leyes de Toro, como la 41 sobre usucapión de títulos nobiliarios, siguen vigentes hoy en día, según la jurisprudencia del Tribunal Supremo.

  • El Reino de Castilla

    El Reino de Castilla

    https://castillacomunera.org/fernando-i-de-leon-y-castilla/El reino de Castilla (latín Regnum Castellae) fue uno de los reinos medievales de la península ibérica. Castilla surgió como entidad política autónoma en el siglo ix bajo la forma de condado vasallo de León, alcanzando la categoría de «reino» en el siglo xi. Su nombre se debió a la gran cantidad de castillos que se encontraban en la zona.

    Durante el siglo x, sus condes aumentaron su autonomía, pero no fue hasta 1065 cuando se separó del Reino de León y se convirtió en un reino por derecho propio. Entre 1072 y 1157 se volvió a unir con León, y después de 1230 esta unión se hizo permanente. A lo largo de este período, los reyes castellanos realizaron extensas conquistas en el sur de Iberia a costa de los principados islámicos. Los reinos de Castilla y León, con sus adquisiciones del sur, pasaron a ser conocidos colectivamente como Corona de Castilla, término que también llegó a englobar la expansión ultramarina.

    Antecedentes: Condado de Castilla (850-1065)

    La primera mención de «Castilla» aparece en un documento del año 800: «Hemos levantado una iglesia en honor a San Martín, en Área Patriniano, en el territorio de Castilla».

    En la Crónica de Alfonso III (rey de Asturias, siglo ix) se dice: «Las Vardulias ahora son llamadas Castilla».

    Eo tempore populantur Primorias, Lebana, Transmera, Supporta, Carranza, Bardulia quae nunc appellatur Castella.
    Crónica de Alfonso III

    El condado de la madre de Castilla se repuebla mayoritariamente por habitantes de origen cántabro, astur, vasco con un dialecto romance propio, el castellano, y con unas leyes diferenciadas.

    El primer conde de Castilla es Rodrigo en el 860 (bajo Ordoño I de Asturias y Alfonso III el Magno). El condado de Castilla experimenta una gran expansión durante el gobierno del conde Rodrigo, que se dirige hacia el sur hasta llegar a Amaya (860) y a costa de los cordobeses por la Rioja. Además, a partir de la sublevación del conde alavés Eglyón, Álava se incorpora al condado de Castilla. En el año 931, el condado de Castilla se unifica con el conde Fernán González, haciendo de sus dominios un condado hereditario a espaldas de los reyes de León.

    El reparto de los territorios de Fernando I —hijo de Sancho III de Pamplona que había sido conde de Castilla y posteriormente rey de León— entre sus hijos condujo a la creación por primera vez del reino de Castilla, recibido por Sancho II.

    En el 1028, Sancho III El Mayor de Pamplona adquiere el condado de Castilla tras la muerte del conde García Sánchez, pues está casado con la hermana de este. Como herencia, en el año 1035 deja un mermado condado de Castilla a su hijo Fernando.

    Creación del reino independiente y uniones con León (1065-1230)

    El testamento de Fernando I el Magno

    Fernando Sánchez, que había heredado en 1035 el condado de Castilla tras el reparto del reino de Pamplona a la muerte de su padre Sancho III, estaba casado con Sancha, hermana a su vez de Bermudo III de León. El conde provocó una guerra en la que falleció el soberano leonés en la batalla de Tamarón contra la coalición castellano-pamplonesa. Al no tener descendencia Bermudo III, su cuñado Fernando se apropió de la corona leonesa esgrimiendo los derechos de su mujer y el 22 de junio de 1038, fue ungido rey de León —Fernando I—. A la muerte de Fernando I en 1065, su testamento mantuvo la tradición navarra de dividir los reinos entre los herederos: al primogénito, Sancho II, le legó Castilla elevando de forma oficial su condado hereditario a condición de reino; a Alfonso VI le otorgó el territorio aportado por la madre: el reino de León; a su tercer hijo, García, le entregó el reino de Galicia; a su hija, Urraca, le cedió la plaza de Zamora y a su otra hija Elvira, la ciudad de Toro. Sancho II de Castilla se alió con Alfonso VI y entre ambos conquistaron Galicia. Sancho atacó a su hermano y ocupó León con la ayuda de El Cid, con lo que se produjo la primera unión entre los reinos de Castilla y León. Gracias a Urraca, en Zamora se refugió el grueso del ejército leonés, al que Sancho puso cerco y donde el rey castellano fue asesinado en 1072 por el noble leonés Vellido Dolfos, retirándose las tropas castellanas. De este modo Alfonso VI se hizo con todo el territorio de su padre.

    Unión con León bajo los reinados de Alfonso VI, Urraca, y Alfonso VII el Emperador

    Alfonso VI gobernó como rey de León, Castilla y Galicia manteniendo la unión de los reinos de León y Castilla efectuada por su hermano Sancho. Sin embargo, siguieron existiendo dos reinos diferenciados en administración, lenguas romances y leyes. Tras la muerte de Sancho IV de Navarra en 1076, pasaron a formar parte del reino de Castilla —entonces unido al reino de León bajo el reinado de Alfonso VI— territorios anteriormente pertenecientes al reino de Navarra: La Rioja, Álava, Vizcaya y parte de Guipúzcoa; parte de estos territorios fueron recuperados por Sancho VI de Navarra en la segunda mitad del siglo xii;​ y no retornaron a dominio castellano hasta su conquista definitiva por Alfonso VIII a finales del siglo xii.

    Con Alfonso VI se produjo también un acercamiento al resto de reinos europeos, especialmente a Francia; casó a sus hijas Urraca y Teresa con Raimundo de Borgoña y Enrique. En el concilio celebrado en Burgos en el 1080 se sustituyó el típico rito mozárabe por el romano.

    A la muerte de Alfonso VI, le sucede en el trono su hija Urraca. Esta se casó en segundas nupcias con Alfonso I de Aragón, pero al no lograr la unificación de los reinos y debido a los grandes enfrentamientos de clases entre los dos reinos, Alfonso I repudió a Urraca en 1114, lo que agudizó los enfrentamientos entre los dos reinos. Si bien el papa Pascual II había anulado el matrimonio anteriormente, ellos seguían juntos hasta esa fecha. Urraca también tuvo que enfrentarse a su hijo, Rey de Galicia, para hacer valer sus derechos sobre ese reino, y a su muerte el mismo hijo le sucede como Alfonso VII, fruto de su primer matrimonio. Alfonso VII consigue anexionarse tierras de los reinos de Navarra y Aragón (debido a la debilidad de estos reinos causada por su secesión a la muerte de Alfonso I de Aragón). Renuncia a su derecho a la conquista de la costa mediterránea en favor de la nueva unión de Aragón con el Condado de Barcelona (Petronila y Ramón Berenguer IV). Alfonso VII se intitula en 1135 Imperator Legionensis et Hispaniae en León.

    Separación de León tras el testamento de Alfonso VII el emperador

    Alfonso VII volvió a la tradición real de la división de sus reinos entre sus hijos. Sancho III pasa a ser rey de Castilla y Fernando II, rey de León. En el tratado de Sahagún de 1158 entre Sancho y Fernando se fijaron de forma oficiosa los límites con el reino de León al sur del sistema Central en la vía Guinea. ​La minoría de edad de Alfonso VIII de Castilla, que sucedió al efímero reinado de Sancho III, provocó un periodo de inestabilidad en Castilla y parte de sus territorios fueron ocupados por el reino de León.​ Ya mayor de edad el monarca comenzó un periodo de consolidación castellana; conquistó la ciudad de Cuenca en el año 1177.​ Incorporó también Álava, Guipúzcoa y el Duranguesado al reino de Castilla en 1200, saliendo estos territorios de la órbita del reino de Navarra. La derrota de Alarcos en 1195 constituyó sin embargo un severo retroceso a la expansión castellana, moviéndose al norte la línea de frontera con los almohades y siendo asediadas por estos ciudades del valle del Tajo como Toledo, Madrid y Guadalajara en el año 1197.

    Unión final con el reino de León: la Corona de Castilla (desde 1230)

    La historia de los dos reinos de Castilla y de León volvió a confluir en el año 1230, cuando Fernando III el Santo recibió de su madre Berenguela (en 1217) el reino de Castilla y de su padre fallecido Alfonso IX (en 1230) el de León. Asimismo, aprovechó el declive del imperio almohade para conquistar el valle del Guadalquivir mientras que su hijo Alfonso tomaba el Reino de Murcia. Al convertirse Fernando III en rey de León tras la muerte de Alfonso IX de León, las Cortes de León y de Castilla se fundieron, momento el que se considera que surge la Corona de Castilla, formada por dos reinos: Castilla y León, así como taifas y señoríos conquistados a los árabes (Córdoba, Murcia, Jaén, Sevilla). Los reinos conservaron su derecho (por ejemplo, a las personas del Reino de Castilla que eran juzgadas en el Reino de León se les aplicaba el derecho de aquel Reino y viceversa).[cita requerida]

    La Casa de Trastámara fue una dinastía que reinó en Castilla entre 1369 y 1555, en Aragón de 1412 a 1555, en Navarra entre 1425-1479 y 1513-1555, así como también en Nápoles entre 1458-1501 y 1504-1555. Tomó el nombre del conde (o duque) de Trastámara, título empleado por Enrique II de Castilla, el de las Mercedes, antes de llegar al trono en 1369; es decir, durante la guerra civil con su hermano legítimo Pedro I. Enrique habría sido criado y educado por el conde Rodrigo Álvarez. A la muerte de Juan II, su hija Leonor heredó Navarra y su hermanastro, Fernando llamado el Católico, la Corona de Aragón. El matrimonio de Fernando con Isabel I de Castilla, celebrado el 19 de octubre de 1469, en el Palacio de los Vivero, de Valladolid, estableció la unión entre estas dos coronas, que se hizo efectiva y definitiva cuando su hija Juana I, reina de Castilla desde 1504, recibió también la corona aragonesa en 1516, proclamándose también como rey de ambas coronas su hijo Carlos I.

    El aumento de la circulación de metales preciosos de la revolución de los precios iniciada a mediados del siglo xvi comportó un proceso inflacionario que perjudicó a las exportaciones de Castilla, por una pérdida de competitividad en precios. Eso arruinó parte de la industria manufacturera de la lana y otras industrias.

    Gobierno: monarcas, concejos y Cortes

    Como todo reino medieval, el poder supremo «por la gracia de Dios» recaía en el rey. Pero comienzan a surgir comunidades rurales y urbanas, que toman decisiones sobre sus problemas cotidianos.

    Estos cuerpos evolucionarán en concejos (o asambleas locales), en los cuales algunos vecinos representará al conjunto. Asimismo conseguirán un mayor poder, como la elección de magistrados y oficiales, alcaldes, pregoneros, escribanos, y otros funcionarios propios.

    Ante el creciente poder de estos concejos, y la necesidad de comunicación de estos con el rey, surgen las Cortes, primero en el Reino de León, en 1188; y luego su correspondiente versión en el Reino de Castilla, en 1250. En las Cortes medievales, los habitantes de las ciudades eran un grupo reducido, conocidos como laboratores. Las Cortes no tenían facultades legislativas, pero fueron un punto de unión entre el rey y el reino, algo en lo cual León y Castilla fueron reinos pioneros.

    Símbolos del Reino de Castilla

    Hacia 1175, durante el reinado de Alfonso VIII, se comenzaron a emplear las armas parlantes de Castilla —esto es, un castillo— como un símbolo heráldico en los sellos.

    Sociedad

    El desarrollo de las ciudades. Los burgos

    En la ruta del camino de Santiago surgen burgos desde La Rioja al Reino de Galicia a partir del siglo xi. El camino de Santiago es de vital importancia para el desarrollo de Burgos. A propósito de esta ciudad, el geógrafo árabe Al-Idrisi escribe en el siglo xii:

    Es una gran ciudad, atravesada por un río y dividida en barrios rodeados de muros. Uno de estos barrios está habitado particularmente por judíos. La ciudad es fuerte y acondicionada para la defensa. Hay bazares, comercio y mucha población y riquezas. Está situada sobre la gran ruta de los viajeros.

    Al sur del río Duero, en las entonces conocidas tierras Extremaduras, el nacimiento de ciudades era con un objetivo defensivo, pero con el paso del tiempo se comenzó también a desarrollar una actividad económica y comercial de importancia similar a las ciudades del norte del Duero.

    Aparecen los burgueses, que son los habitantes de los burgos (no confundir con la acepción actual del término burgués), que se añaden a clérigos y nobles. Los burgueses se dedicaban principalmente al comercio y la producción de objetos manufacturados y su crecimiento se encontraba limitado en lo económico y social por la nobleza (principalmente dedicada a la tierra). También merece atención la llegada, por la intransigencia almohade en al-Ándalus, de comunidades judaicas durante los siglos xi y xii, quienes se establecen como artesanos, mercaderes y agricultores principalmente.

    En el siglo xii, Europa contemplará un gran avance en el terreno intelectual gracias a Castilla. A través del Islam, se recuperarán obras clásicas anteriormente olvidadas en Europa y se pondrá en contacto con la sabiduría de los científicos musulmanes.

    En la primera mitad del siglo xii se crea en Toledo la Escuela de Traductores cuya principal labor era traducir al latín obras de diverso origen filosóficas y científicas de la Grecia clásica o del Islam. Muchos pensadores europeos irán a ese centro del conocimiento, como Daniel de Morley, que decepcionado de las escuelas parisinas viaja a Toledo para «escuchar las lecciones de los más sabios filósofos del mundo».

    El Camino de Santiago no hará sino potenciar el intercambio de saber entre los reinos de Castilla y León y Europa, en ambos sentidos.

    En el siglo xii también aparecerán múltiples órdenes religioso-militares a semejanza de las europeas, como las de Calatrava, Alcántara y Santiago y se fundan multitud de abadías cistercienses.

    Minorías religiosas y lingüísticas

    Desde el siglo x al siglo xiii en los reinos cristianos peninsulares habitó un número significativo de mudéjares, musulmanes que permanecieron en territorio conquistado por los cristianos y a los que al principio se les permitió mantener su religión, su lengua y sus tradiciones. Estos musulmanes se agrupaban en aljamas o morerías con diversos grados de autonomía. En la corte de Alfonso X de Castilla existió un número importante de traductores de árabe, algunos de los cuales eran precisamente mudéjares de Castilla. Así en la primera etapa de Castilla y hasta las revueltas mudéjares que se hicieron especialmente intensas hasta 1246 existió por tanto un número importante de hablantes de árabe andalusí en Castilla que además habrían profesado el islam. A partir de finales del siglo xiii con el aumento de la conflictividad entre mudéjares y cristianos, muchos de ellos fueron expulsados de Castilla, emigrando muchos de ellos a Aragón donde Jaime I de Aragón llevaba una política más tolerante hacia ellos, permitiéndoles conservar mezquitas e instituciones agrarias.​

    Igualmente está bien documentado que en el reino de Castilla existió un número importante de judíos. Si bien estos eran una minoría religiosa, no eran una minoría lingüística ya que el hebreo no era usado como una lengua vernácula entre ellos. Hasta su expulsión definitiva en 1492, cuando se estima que unos cien mil judíos fueron expulsados, debieron constituir una minoría religiosa notoria.​

    En cuanto al uso de otras lenguas, la toponimia y las informaciones esporádicas y los documentos notariales, permiten entrever que el vascuence que no solo se halla muy fragmentariamente representado en la documentación escrita se siguió usando coloquialmente en el norte de la península, obviamente se trataba de una lengua que presenta diferencias con el vasco documentado con claridad a partir del siglo xvi (la invención de la imprenta ayudó a que su publicaran un cierto número de libros en dicha lengua). Pero debido a que la corte castellana era prácticamente ajena al vascuence, no existen documentos íntegramente escritos en vascuence durante la Edad Media y por tanto solo existe una evidencia fragmentaria en menciones anecdóticas, topónimos y antropónimos.​

    En cuanto al mozárabe es conocido que hacia 1085, cuando Toledo pasa a formar parte de la corona castellana, en la ciudad habitaban un 15-25% de mozárabes,18​ por lo que temporalmente debieron existir comunidades mozárabes tras la conquista, aunque es presumible que en pocas generaciones abandonaran su lengua romance en favor del castellano (a diferencia de que pasó con las comunidades mudéjares que sí conservaron su lengua). Igualmente durante ciertos periodos de intolerancia, muchos mozárabes migraron a los reinos cristianos del norte, aunque no parece que existan demasiados testimonios de la lengua mozárabe ligada a estos migrantes.

     

    Atribución imagen

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  • El desarrollo urbano del antiguo reino de Castilla

    El desarrollo urbano del antiguo reino de Castilla

    En la ruta del camino de Santiago surgen burgos desde La Rioja al Reino de Galicia a partir del siglo xi. El camino de Santiago es de vital importancia para el desarrollo de Burgos. A propósito de esta ciudad, el geógrafo árabe Al-Idrisi escribe en el siglo xii:

    Es una gran ciudad, atravesada por un río y dividida en barrios rodeados de muros. Uno de estos barrios está habitado particularmente por judíos. La ciudad es fuerte y acondicionada para la defensa. Hay bazares, comercio y mucha población y riquezas. Está situada sobre la gran ruta de los viajeros.

    Al sur del río Duero, en las entonces conocidas tierras Extremaduras, el nacimiento de ciudades era con un objetivo defensivo, pero con el paso del tiempo se comenzó también a desarrollar una actividad económica y comercial de importancia similar a las ciudades del norte del Duero.

    Aparecen los burgueses, que son los habitantes de los burgos (no confundir con la acepción actual del término burgués), que se añaden a clérigos y nobles. Los burgueses se dedicaban principalmente al comercio y la producción de objetos manufacturados y su crecimiento se encontraba limitado en lo económico y social por la nobleza (principalmente dedicada a la tierra). También merece atención la llegada, por la intransigencia almohade en al-Ándalus, de comunidades judaicas durante los siglos xi y xii, quienes se establecen como artesanos, mercaderes y agricultores principalmente.

    En el siglo xii, Europa contemplará un gran avance en el terreno intelectual gracias a Castilla. A través del Islam, se recuperarán obras clásicas anteriormente olvidadas en Europa y se pondrá en contacto con la sabiduría de los científicos musulmanes.

    En la primera mitad del siglo xii se crea en Toledo la Escuela de Traductores cuya principal labor era traducir al latín obras de diverso origen filosóficas y científicas de la Grecia clásica o del Islam. Muchos pensadores europeos irán a ese centro del conocimiento, como Daniel de Morley, que decepcionado de las escuelas parisinas viaja a Toledo para «escuchar las lecciones de los más sabios filósofos del mundo».

    El Camino de Santiago no hará sino potenciar el intercambio de saber entre los reinos de Castilla y León y Europa, en ambos sentidos.

    En el siglo siglo xii también aparecerán múltiples órdenes religioso-militares a semejanza de las europeas, como las de Calatrava, Alcántara y Santiago y se fundan multitud de abadías cistercienses.

    Minorías religiosas y lingüísticas

    Desde el siglo x al siglo xiii en los reinos cristianos peninsulares habitó un número significativo de mudéjares, musulmanes que permanecieron en territorio conquistado por los cristianos y a los que al principio se les permitió mantener su religión, su lengua y sus tradiciones. Estos musulmanes se agrupaban en aljamas o morerías con diversos grados de autonomía. En la corte de Alfonso X de Castilla existió un número importante de traductores de árabe, algunos de los cuales eran precisamente mudéjares de Castilla. Así en la primera etapa de Castilla y hasta las revueltas mudéjares que se hicieron especialmente intensas hasta 1246 existió por tanto un número importante de hablantes de árabe andalusí en Castilla que además habrían profesado el islam. A partir de finales del siglo xiii con el aumento de la conflictividad entre mudéjares y cristianos, muchos de ellos fueron expulsados de Castilla, emigrando muchos de ellos a Aragón donde Jaime I de Aragón llevaba una política más tolerante hacia ellos, permitiéndoles conservar mezquitas e instituciones agrarias.

    Igualmente está bien documentado que en el reino de Castilla existió un número importante de judíos. Si bien estos eran una minoría religiosa, no eran una minoría lingüística ya que el hebreo no era usado como una lengua vernácula entre ellos. Hasta su expulsión definitiva en 1492, cuando se estima que unos cien mil judíos fueron expulsados, debieron constituir una minoría religiosa notoria.b​

    En cuanto al uso de otras lenguas, la toponimia y las informaciones esporádicas y los documentos notariales, permiten entrever que el vascuence que no solo se halla muy fragmentariamente representado en la documentación escrita se siguió usando coloquialmente en el norte de la península, obviamente se trataba de una lengua que presenta diferencias con el vasco documentado con claridad a partir del siglo xvi (la invención de la imprenta ayudó a que se publicaran un cierto número de libros en dicha lengua). Pero debido a que la corte castellana era prácticamente ajena al vascuence, no existen documentos íntegramente escritos en vascuence durante la Edad Media y por tanto solo existe una evidencia fragmentaria en menciones anecdóticas, topónimos y antropónimos.[página requerida]28​

    En cuanto al mozárabe es conocido que hacia 1085, cuando Toledo pasa a formar parte de la corona castellana, en la ciudad habitaban un 15-25% de mozárabes,[página requerida]29​ por lo que temporalmente debieron existir comunidades mozárabes tras la conquista, aunque es presumible que en pocas generaciones abandonaran su lengua romance en favor del castellano (a diferencia de que pasó con las comunidades mudéjares que sí conservaron su lengua). Igualmente durante ciertos periodos de intolerancia, muchos mozárabes migraron a los reinos cristianos del norte, aunque no parece que existan demasiados testimonios de la lengua mozárabe ligada a estos migrantes.

  • La Batalla de Bairén; El Cid y Pedro I de Aragón contra los Almorávides

    La Batalla de Bairén; El Cid y Pedro I de Aragón contra los Almorávides

    La batalla de Bairén se libró entre las fuerzas de Rodrigo Díaz el Campeador, en coalición con las de Pedro I de Aragón, contra los almorávides de Muhammad ibn Tasufin.

    Rodrigo Díaz, que el 17 de junio de 1094 había conquistado Valencia,​ y Pedro I de Aragón se habían reunido en junio de 1094 en Burriana para concertar una alianza a fin de hacer frente a los almorávides. En virtud de este pacto, el Cid partirá en diciembre de 1096 con ayuda de tropas aragonesas para abastecer de municiones y víveres su fortaleza del castillo de Peña Cadiella, restaurada por el propio Campeador en octubre de 1091 para dominar los accesos a Valencia desde del sur por la ruta interior en el curso de las operaciones de dominio sobre Levante que el Campeador había emprendido antes de la llegada de los norteafricanos. Cuatro años más tarde, en 1095, los almorávides controlaban Játiva y Gandía.

    Muhammad ibn Tasufin, comandante en jefe del ejército islámico, salió al encuentro de las tropas conjuntas cristianas en Játiva. Desde esa posición amenazaba al Cid y Pedro I quienes, a pesar de todo, consiguieron llegar a Peña Cadiella y abastecerla. Rápidamente, comenzaron el regreso hacia el este, tomando la ruta de la costa, pensando que era menos peligrosa que atravesar los desfiladeros situados entre Denia y Játiva, dos grandes poblaciones dominadas por los almorávides. Transcurría el mes de enero de 1097.

    Mientras el Cid y el rey de Aragón avanzaban hacia el norte, acampando en Bairén, un lugar situado pocos kilómetros al norte de Gandía, el ejército almorávide había tomado el promontorio de Mondúver (una altitud de 841 metros cercana al mar), desde donde hostigaban el campamento cidiano. Además, el general Muhámmad había conseguido llevar una flota compuesta por naves almorávides y andalusíes al mismo punto, desde donde arqueros y ballesteros islámicos combatían entre dos fuegos a las tropas cidiano-aragonesas.

    La situación parecía desesperada, pero el Cid arengó una mañana a sus tropas para conminarlas a llevar a cabo una carga frontal con toda la caballería rompiendo las filas enemigas por su centro. Al mediodía se efectuó el ataque con toda la energía posible, que sorprendió por su arrojo a las posiciones almorávides, que cedieron y posteriormente huyeron en desbandada. La desorganización de la retirada provocó que muchos guerreros musulmanes murieran ahogados en el río que tenían a su espalda o en el mar al intentar alcanzar las naves almorávides para ponerse a salvo. El ejército cristiano consiguió un gran botín en la persecución posterior a la victoria y el paso franco hacia la ciudad de Valencia.

  • El Tratado de Zamora y El torneo de Arcos de Valdevez

    El Tratado de Zamora y El torneo de Arcos de Valdevez

    El Tratado de Zamora fue el resultado de la conferencia de paz entre Alfonso I de Portugal y el rey Alfonso VII de León y Castilla, el 5 de octubre de 1143, marcando generalmente la fecha del nacimiento del Reino de Portugal y el inicio de la dinastía alfonsina. Victorioso en la batalla de Ourique contra los musulmanes, en 1139, Alfonso I se benefició del apoyo de João Peculiar —el arzobispo de Braga— en favor de la constitución del nuevo reino de Portugal. Tras el Torneo de Arcos de Valdevez entre los dos Alfonsos y sus huestes, aquel buscó conciliarlos y propició que se encontraran en Zamora los días 4 y 5 de octubre de 1143, con la presencia del cardenal Guido de Vico.

    El título de rey de Portugal, que Alfonso I usaba desde 1139, fue confirmado en Zamora, comprometiéndose entonces el monarca portugués ante el cardenal Guido de Vico a considerarse vasallo de la Santa Sede, obligándose, por él y por sus descendientes, al pago de un censo anual de cuatro onzas de oro. Sin embargo, José Hermano Saraiva afirma que «en realidad no sabemos cómo sucedieron las cosas y se ignora completamente si fue firmado algún acuerdo, aunque modernamente se haya hecho referencia muchas veces a un tratado de Zamora que tal vez nunca existió». De lo que sí tenemos certeza, según Hermano Saraiva, es de que en diciembre de 1143 Alfonso Henriques escribió una carta al papa en la que se nombraba «censual» [dependiente] de la Iglesia de Roma y en la que se declaraba a sí mismo «hombre y caballero del papa y de San Pedro, a condición de que la Santa Sede lo defendiese de cualquier otro poder eclesiástico o civil» —como reconocimiento de su dependencia Alfonso Henríquez se obligaba a pagar anualmente cuatro onzas de oro—. De esta forma Alfonso Henriques intentaba asegurar la independencia del nuevo reino.

    Finalmente la independencia de Portugal, reconocida por Alfonso VII en Zamora, vino a ser confirmada por el papa Alejandro III en 1179 mediante la bula Manifestis Probatum.​ «La concesión fue arrancada por un regalo de mil monedas de oro, pero ciertamente no parece que tuviese mucha influencia en la consolidación de una independencia que ya entonces era un hecho consumado».

    El Torneo de Arcos de Valdevez

    Torneo de Arcos de Valdevez o batalla de Valdevez son denominaciones historiográficas de un enfrentamiento bélico entre los reinos de León y de Portugal, en el contexto de la independencia de éste, hasta entonces un condado de aquel. El enfrentamiento tuvo lugar en la llamada Veiga da Matança («vega de la matanza») a orillas del río Vez (un afluente del río Limia) en las proximidades de Arcos de Valdevez. Su fecha no está determinada con precisión, en torno a 1140 o 1141. El armisticio al que se llegó tras el enfrentamiento (también conocido como acuerdo de Valdevez o tregua de Valdevez) está considerado como el precursor del Tratado de Zamora de 1143.

    Alfonso I de Portugal, que había comenzado a titularse rex Portugalensium tras su victoria frente a los musulmanes en la batalla de Ourique (1139), rompió las condiciones del Tratado de Tuy de 1137 e invadió Galicia. En respuesta, Alfonso VII de León el emperador entró en Portugal y arrasó los castillos que encontró a su paso, bajando las montañas del Soajo en dirección a Valdevez. Una parte de las fuerzas imperiales se separó imprudentemente del grueso de la expedición, y los portugueses consiguieron capturar al conde Ramiro Froilaz, a Ponce Giraldo de Cabrera y a los hermanos Fernando y Bermudo Pérez de Traba.

    Alfonso VII acampó en un lugar conocido como Penha da Rainha («peña de la reina», Portela de Vez); mientras que Alfonso I lo hizo en un lugar alto, separado del campamento leonés por un valle. Para evitar una batalla campal, se acordó celebrar un bufurdium (bohordicumbafordo, bohordo, torneo o justa), conforme al uso de la caballería medieval, donde se enfrentaron los mejores caballeros de ambos bandos. La suerte de las armas cayó del lado portugués; y reconocida su victoria, se negoció el intercambio de prisioneros entre ambas partes.

    Las fuentes medievales que narran los hechos son, por el lado leonés, la Chronica Adefonsi imperatoris, y por el lado portugués, el Chronicon Lusitanum. Para Philippe Contamine,​ Valdevez ejemplifica la tendencia de las batallas feudales a convertirse en «una suerte de gran torneo, medio serio, medio frívolo»

    En la Estação de São Bento (Estación de San Bento, Oporto) el hecho es conmemorado en un panel de azulejos; mientras que en la localidad de Arcos de Valdevez se levanta un monumento conmemorativo, obra del escultor José Rodrigues, y un marco evocativo al pie del Museu de Arcos de Valdevez.

  • La Escuela de Traductores de Toledo

    La Escuela de Traductores de Toledo

    El nombre Escuela de traductores de Toledo designa en la historia, desde el siglo XIV, a los distintos procesos de traducción e interpretación de textos clásicos greco-latinos alejandrinos, que habían sido vertidos del árabe o del hebreo a la lengua latina sirviéndose del romance castellano o español como lengua intermedia, o directamente a las emergentes lenguas vulgares, principalmente al castellano. La conquista en 1085 de Toledo y la tolerancia de los reyes leoneses y castellanos cristianos con musulmanes y judíos facilitaron este comercio cultural que permitió el renacimiento filosófico, teológico y científico primero de España y luego de todo el Occidente cristiano. En el siglo XII, la Escuela de traductores de Toledo vertió textos filosóficos y teológicos (Domingo Gundisalvo interpretaba y escribía en latín los comentarios de Aristóteles, escritos en árabe y que el judío converso Juan Hispalense le traducía al castellano, idioma en el que se entendían). En la primera mitad del siglo XIII, esta actividad se mantuvo. Por ejemplo, reinando Fernando III, rey de Castilla y de León, se compuso el Libro de los Doce Sabios (1237), resumen de sabiduría política y moral clásica pasada por manos «orientales». En la segunda mitad del siglo XIII, el rey Alfonso X el Sabio (rey de Castilla y de León, en cuya corte se compuso la primera Crónica General de España) institucionalizó en cierta manera en Toledo esta «Escuela de traductores», centrada sobre todo en verter textos astronómicos, médicos y científicos.

    A partir de 1085, año en que Alfonso VI conquistó Toledo, la ciudad se constituyó en un importante centro de intercambio cultural. El arzobispo don Raimundo de Sauvetat quiso aprovechar la coyuntura que hacía convivir en armonía a cristianos, musulmanes y judíos auspiciando diferentes proyectos de traducción cultural demandados en realidad por todas las cortes de la Europa cristiana. Por otra parte, con la fundación de los studii de Palencia (1212) y de Salamanca (1218) por Alfonso VIII y Alfonso IX, respectivamente, se había propiciado ya una relativa autonomía de los maestros y escolares respecto a las scholae catedralicias y en consecuencia fue estableciéndose una mínima diferenciación profana de conocimientos de tipo preuniversitario, que ya en tiempo de Fernando III va acercándose a la Corte y no espera sino la protección y apoyo decidido de un monarca para consolidarse por entero. Alfonso X el Sabio alentó el centro traductor que existía en Toledo desde la época de Raimundo de Sauvetat que se había especializado en obras de astronomía y de leyes. Por otra parte, fundará en Sevilla unos Studii o Escuelas generales de latín y de arábigo que nacen ya con una vinculación claramente cortesana. Igualmente, fundó en 1269 la Escuela de Murcia, dirigida por el matemático Al-Ricotí. Es así, pues, que no cabe hablar de una Escuela de traductores propiamente dicha, y ni siquiera exclusivamente en Toledo, sino de varias y en distintos lugares. La tarea de todas estas escuelas fue continua y nutrida por los proyectos de iniciativa regia que las mantuvieron activas al menos entre 1250 y la muerte del monarca en 1284, aunque la actividad de traducción no se ciñera exclusivamente a ese paréntesis.

    Se conocen algunos nombres de traductores: el segoviano Domingo Gundisalvo, que traducía al latín desde la versión en lengua vulgar del judío converso sevillano Juan Hispalense, por ejemplo. Gracias a sus traducciones de obras de astronomía y astrología y de otros opúsculos de Avicena, Algazel, Avicebrón y otros, llegaron a Toledo desde toda Europa sabios deseosos de aprender in situ de esos maravillosos libros árabes. Estos empleaban generalmente como intérprete a algún mozárabe o judío (como Yehuda ben Moshe) que vertía en lengua vulgar o en latín bajomedieval las obras de Avicena o Averroes. Entre los ingleses que estuvieron en Toledo se citan los nombres de Roberto de Retines, Adelardo de Bath, Alfredo y Daniel de Morley y Miguel Escoto, a quienes sirvió de intérprete Andrés el judío; italiano fue Gerardo de Cremona, y alemanes Hermann el Dálmata y Herman el Alemán. Gracias a este grupo de autores los conocimientos árabes y algo de la sabiduría griega a través de estos penetró en el corazón de las universidades extranjeras de Europa. Como fruto secundario de esa tarea, la lengua castellana incorporó un nutrido léxico científico y técnico, frecuentemente acuñado como arabismos, se civilizó, agilizó su sintaxis y se hizo apto para la expresión del pensamiento, alcanzándose la norma del castellano derecho alfonsí.

  • Zamora no se ganó en una hora

    Zamora no se ganó en una hora

    En una hora no se ganó Zamora (La Celestina VI 221). Esta paremia alude al largo sitio que sufrió la ciudad de Zamora durante siete meses por parte de Sancho el Bravo en el año 1072, con el objeto de arrebatársela a su hermana doña Urraca.

    El Cerco de Zamora

    A la muerte de Fernando I, Sancho II, el primogénito, recibió Castilla y se vio así desposeído de León, que había sido la cabeza del Imperio. En el año 1065 comienza a reinar Sancho II en Castilla hasta que tras la muerte de su madre la reina Sancha de León, comienza a reclamar para sí el reino de León que había sido asignado a su hermano Alfonso de León y comienzan las hostilidades entre ellos. Sancho II sorprende a Alfonso saliendo al paso en Llantada. En dicho encuentro Sancho puso en fuga a su hermano y a las tropas leonesas. Alfonso, habiendo regresado a León, se enfrenta de nuevo a Sancho en Golpejera, resultando preso Alfonso, que luego sería liberado, posiblemente por la intervención de Pedro Ansúrez, y pidió asilo en la taifa de Toledo donde reinaba Al-Mamún de Toledo. Sancho entró en la ciudad de León incorporando este reino a su jurisdicción. Mientras ocurría esto su hermano García regía Galicia. Tras la toma de la ciudad de León el rey Sancho se dirigió a Galicia, que conquista con relativa facilidad debido a la discordia entre los súbditos de García. Sancho siguió a las tropas de su hermano por Portugal y le presentó batalla en Santarém. Ahora quedaba expedito el camino a las posesiones de sus hermanas Elvira en Toro y Urraca en la vecina ciudad de Zamora. Urraca no aceptó integrarse en el reino de Castilla y Sancho asedió la plaza, que nunca se rindió.

    El Mito

    Los zamoranos, en previsión del ataque que se avecina, eligen como su caudillo a Arias Gonzalo y de esta forma pueda defender a su señora Urraca. Mostrando iniciativa Urraca desafió a Sancho antes de sufrir el ataque de las tropas de su hermano. Siete meses y seis días dura el asedio a Zamora, ganándose la frase de «Zamora no se conquista en una hora». El caballero Vellido Dolfos, partiendo desde el interior de la ciudad, consigue los favores de Sancho II y finalmente lo asesina a pie de la muralla el 6 de octubre de 1072 (en un lugar conocido en la actualidad como Cruz del Rey Don Sancho). Momentos después se adentra en la ciudad por una abertura del lienzo del muro de la ciudad, conocida tradicionalmente como Portillo de la Traición, hasta que el Ayuntamiento de Zamora decidió por unanimidad cambiarlo en 2010 por el de Portillo de la Lealtad.

    El caballero Diego Ordóñez de Lara, ante las murallas, insulta a los habitantes de la ciudad por la cobardía ante el regicidio. Arias Gonzalo recoge la afrenta, pero tiene prohibido el confrontamiento y es por esta razón por la que envía a sus hijos, que uno a uno van cayendo. Esta situación se encuentra descrita en los cantares de gesta, así como en el Cantar de Sancho II. Las consecuencias el cerco de Zamora finalizan con la denominada Jura de Santa Gadea, una leyenda medieval transmitida por el Romance de la Jura de Santa Gadea, en la que se narra el juramento que supuestamente hubo de prestar el rey Alfonso VI el Bravo en la iglesia de Santa Gadea de Burgos, a finales del año 1072, a fin de demostrar que no había tomado parte en el asesinato de su propio hermano Sancho II. Este hecho parece que no se produjo históricamente en Burgos sino en la iglesia de Santiago de los Caballeros en Zamora, la misma en la que se armó caballero el Cid Campeador y en la que Alfonso VI y el Cid asistían a misa en la infancia de ambos.

    Sancho II de Castilla

    Sancho II de Castilla, llamado «el Fuerte» (Zamora, 1038 o 1039-ibíd., 7 de octubre de 1072), fue el primer rey de Castilla, entre 1065 y 1072, y, por conquista, de Galicia (1071-1072) y de León (1072). Consiguió reunificar la herencia de su padre Fernando I de León. Sin embargo, no disfrutó mucho tiempo de ello, puesto que murió meses después en el cerco de Zamora, heredando los tres reinos unidos su hermano Alfonso. Tras acceder al trono castellano el 27 de diciembre de 1065, nombró alférez a Rodrigo Díaz el Campeador y una de sus primeras acciones fue renovar el vasallaje del rey de la taifa de Zaragoza, Al-Muqtadir, para lo cual puso sitio a la ciudad en 1067, acto que le llevaría en 1068 a participar en la conocida como Guerra de los tres Sanchos que le enfrentaría a sus primos Sancho Garcés IV de Pamplona y Sancho Ramírez de Aragón, y que le permitió recuperar parte de los territorios fronterizos con el Reino de Pamplona que habían sido conquistados por los navarros.

    El reparto de la herencia entre todos los hijos de Fernando I nunca satisfizo a Sancho, que siempre se consideró como el único heredero legítimo, por lo que inmediatamente se movilizó para intentar hacerse con los reinos que habían correspondido a sus hermanos en herencia. Se inicia así un periodo de siete años de guerras protagonizadas por los tres hijos varones de Fernando I.

    Al fallecer en 1067 la reina Sancha se iniciaron las disputas con su hermano Alfonso, al que se enfrentó el 19 de julio de 1068 en Llantada en un juicio de Dios, en el que ambos hermanos pactan que el que resultase victorioso obtendría el reino del derrotado. Aunque Sancho venció, Alfonso no cumplió con lo acordado, a pesar de lo cual las relaciones entre ambos se mantienen como demuestra el hecho de que Alfonso acudiera, el 26 de mayo de 1069, a la boda de Sancho con una noble inglesa llamada Alberta y donde ambos decidieron unirse para hacerse con el reino de Galicia que le había correspondido al menor de los hijos de Fernando el Grande.

    Con la complicidad de su hermano Alfonso, Sancho entró en Galicia y, tras derrotar a su hermano García, lo apresó en Santarém encarcelándolo en Burgos hasta que es exiliado a la taifa de Sevilla. Tras eliminar a su hermano, Alfonso y Sancho se titulan reyes de Galicia en 1071 y firman una tregua que se mantendrá durante tres años.

    La tregua se rompe cuando Sancho, que no renuncia al reino de León, que entre otras cosas llevaba aparejado el título imperial, marcha contra su hermano con un ejército al mando de su brazo derecho el Cid que derrota al ejército leonés en la batalla de Golpejera en 1072. Sancho entra en León y es coronado como rey de León el 12 de enero de 1072, con lo que vuelve a unificar en su persona el reino que su padre había dividido.

    Tras encarcelar a Alfonso, la mediación de su hermana Urraca hizo que le permitiera instalarse en el Monasterio de Sahagún, de donde el leonés huyó, temiendo por su vida, refugiándose en la corte de su vasallo el rey al-Mamún de Toledo. La nobleza leonesa estaba descontenta con el castellano, y su miembro más destacado, Pedro Ansúrez, siguió a Alfonso al exilio.

    Según el relato recogido en la Crónica najerense, que podría provenir de un cantar de gesta, Sancho II fue asesinado por Vellido Dolfos mientras llevaba a cabo el cerco de Zamora, donde se hallaba su hermana la infanta Urraca de Zamora, el 7 de octubre de 1072.6 El lugar del regicidio es señalado con la Cruz del Rey Don Sancho.

    Urraca de Zamora

    Urraca Fernández (León, 1033 – ibídem, 1101) fue una infanta de León; hija primogénita de Fernando I de León y de su esposa, la reina Sancha, heredó la plaza de Zamora tras el reparto realizado por su padre antes de fallecer.  El rey Fernando repartió sus reinos antes de morir entre sus cincos hijos: a Alfonso le otorgó el reino principal, León; a Sancho le concedió Castilla; el pequeño, García, fue nombrado rey de Galicia; Elvira heredó el señorío de la ciudad de Toro, con consideración de reino; y Urraca heredó Zamora. Cuando comenzó su soberanía en Zamora, estableció su residencia y fortaleza en los conocidos «jardines del castillo» de la ciudad y en los aledaños de la Catedral de Zamora. Este castillo es de estilo puramente medieval con cuatro torres, de las cuales se conserva la torre del homenaje recientemente restaurada para albergar el Museo Baltasar Lobo.

    Fue madrina de armas de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, quien fue investido caballero alrededor del año 1060 en la iglesia de Santiago de los Caballeros de Zamora. Además, era la hermana favorita de Alfonso, al que ayudó y aconsejó para recuperar su reino primero y para gobernar después.

    Al morir Fernando I de León, su hijo primogénito, Sancho, quedó descontento con las reparticiones hechas y entonces fue declarando la guerra a todos sus hermanos e inició una lucha sangrienta. Su reinado en Castilla fue belicoso y el primer conflicto se dio en la Guerra de los Tres Sanchos. Más tarde combatió contra su hermano Alfonso VI en una guerra sin consecuencias y posteriormente se alió con Alfonso y avanzó hacia Galicia para conquistar el reino de García de Galicia, en el año 1071. Menos de un año después le arrebató a Alfonso su reino y se coronó rey de León y de Galicia, arrebatando a continuación a su hermana doña Elvira la ciudad de Toro, situada en la provincia de Zamora. Sólo la infanta Urraca resistía tras los muros de Zamora, convirtiéndose en la principal oponente de Sancho II, pues el rey Alfonso se había refugiado en el taifa de Toledo, que posteriormente conquistaría.

    Sancho II puso sitio a la ciudad de Zamora. Pero sus murallas impidieron pasar al monarca, de ahí la denominación de Zamora de «la Bien Cercada». El asedio duró más de siete meses. Mientras continuaba el asedio de Zamora, un noble leonés, Vellido Dolfos, había salido de la ciudad con la intención de asesinar al rey Sancho II. Según la tradición, tras dos meses infiltrado en el campamento castellano y, después de trabar amistad con el monarca castellano, le acompañó a una cabalgada de exploración en la que se quedó solo con el rey Sancho, que había bajado del caballo para satisfacer una necesidad urgente. Aprovechando la situación, y para evitar que se defendiera su víctima, Dolfos atravesó a Sancho con la lanza real. Una vez cumplido su objetivo cabalgó hacia las murallas de Zamora y se introdujo en ellas a través de un portillo que el romanticismo castellano nombró «de la Traición», pero que hoy en día se denomina «de la Lealtad» tras aprobar el cambio de nombre el Pleno municipal de Zamora en 2009.

    Tras la muerte de su hermano Sancho, Urraca continuó ejerciendo su señorío sobre la ciudad de Zamora, así como sobre todos los monasterios del reino, honor que compartía con su hermana, la infanta Elvira de Toro. Fue una de las consejeras más importantes de Alfonso VI, al que siempre protegió y con el que llegó a actuar en la práctica como canciller del reino. Su inteligencia política le granjeó muchos enemigos que utilizaron las habladurías para desprestigiarla, acusándola incluso en los romances populares de mantener relaciones incestuosas con su hermano. Dos años antes de su muerte, dotó el monasterio de San Pedro de Eslonza, que había sido fundado por el rey García I de León.

     

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  • La Batalla de Golpejera

    La Batalla de Golpejera

    La batalla de Golpejera tuvo lugar el 11 de enero de 1072 y enfrentó a los ejércitos del rey de Castilla, Sancho II, y de su hermano el rey de León, Alfonso VI, aspirantes al trono de su padre, Fernando I, en un paraje llamado Golpejera, situado desde la Crónica Najerense cerca de Carrión de los Condes.

    Es uno de los episodios más conocidos de las guerras fratricidas desencadenadas tras la muerte de Fernando I, por su decisión de dividir sus reinos entre sus hijos Sancho (Castilla), Alfonso (Léon), García (Galicia), Elvira (Toro) y Urraca (Zamora). Tras un primer enfrentamiento en 1069 entre Sancho de Castilla y Alfonso de León en la llamada batalla de Llantada (en realidad, de Lantada, cerca de Lantadilla, Palencia), los dos reyes se volvieron a encontrar tres años más tarde en los campos de Golpejera, en un combate mucho más decisivo que culminó con la derrota y prisión de Alfonso VI a manos de las tropas de Sancho y el portaestandarte Rodrigo Díaz de Vivar “El Cid”. Aherrojado, Alfonso VI fue conducido hasta Burgos y posteriormente desterrado a Toledo. Los sucesos que desencadenaron el desenlace de estas guerras fratricidas son el sitio de Zamora y la muerte [«alevosa» para los castellanos (y la Corona Castellana) y «en legitima defensa» para los leoneses (y la Corona Leonesa), en interpretación de Iglesias Carreño] de Sancho II de Castilla a manos de Vellido Dolfos, con la reunificación final de los dos reinos bajo el cetro de Alfonso, tornado del exilio toledano.

    Los primeros documentos sobre esta batalla, escritos en la primera mitad del s. XII, son la Crónica de Pelayo de Oviedo1​ y la Historia de Rodrigo el Campeador.

    Parece que, de las aportaciones documentales, podría darse la situación de la existencia de una Golpejera I (que transcurre según las normas de guerra de la época, donde podría haber salido victorioso Alfonso VI de León) y una Golpejera II, subsiguiente a la anterior (que ya no transcurre según las normas de guerra de la época, donde podría haber salido victorioso Sancho II de Castilla) y que habría tenido ocasión durante el descanso (y/o nocturnidad) siguiente al desarrollo tras la Golpejera I ganada por ejército de la Corona Leonesa, en interpretación del profesor Iglesias Carreño.

    Ambas reseñan de forma muy escueta el acontecimiento, destacando respectivamente la captura de Alfonso VI y la intervención del Cid como portaestandarte castellano. La Crónica Najerense,3​ escrita ya en el último cuarto del s. XII, ofrece un relato mucho más rico y de estructura literaria, de corte más ejemplarizante que épico, y en todo caso, concebido para mayor gloria de Rodrigo Díaz de Vivar. Ya en el s. XIII, el Cronicón de Lucas de Tuy4​ y la Historia de España de Rodrigo Jiménez de Rada5​ ofrecen un relato de Golpejera lleno de pormenores nuevos, procedentes en ambos casos de una única fuente, esta sí de inequívoco sabor épico, quizá el perdido Cantar del rey Sancho.6​ En la siguiente centuria, Alfonso X en su Primera Historia General de España7​ sintetizó el relato de las crónicas de Lucas de Tuy y Rodrigo Jiménez de Rada, fundiendo en ellas algunos detalles de la Najerense, y quedando como modelo para las crónicas posteriores, así como para los romances (Entre dos reyes cristianos8​ y Don Sancho reina en Castilla9​) y demás obras literarias, ya muy posteriores, que reflejaron el suceso. Los escenarios del acontecimiento, localizados sin más precisiones en las cercanías de Carrión de los Condes desde la Crónica Najerense, fueron reducidos por el historiador Prudencio de Sandoval a un paraje llamado Villaverde de Valpellage (nombre corrompido de Golpejera, según Sandoval), a unas cinco leguas al SO de Carrión.10​ La localización de Sandoval, generalmente aceptada y particularmente refrendada por la autoridad de Menéndez Pidal,​ ha sido contestada recientemente en un estudio de José Mª Anguita y Lourdes Burgos, que sitúan la batalla de Golpejera en los términos actuales de Villarmentero de Campos y Lomas.

    La nueva localización se basa en un conjunto de microtopónimos perpetuados por la tradición local y que conforman todo un paisaje toponomástico, reflejo de los escenarios y lances de la batalla según el relato canonizado por Alfonso X: aparte de una Golpejera hoy deformada en Botijera (pero documentada como Golpexera todavía en 1554), hay hasta tres topónimos que recuerdan un incidente bélico de carácter cruento (La Reyerta, La Matanza y La Mortera), otro que refleja un elemento de gran importancia en el relato, como son las tiendas abandonadas por los castellanos en la primera jornada de la batalla, y donde sorprendieron dormidos a los leoneses al día siguiente (Las Tiendas); y finalmente un hodónimo que recuerda la prisión de Alfonso VI y su conducción hasta Burgos aherrojado (La Senda del Obligado). El estudio también propone que el crucero de Villarmentero sería un recordatorio del acontecimiento para los transeúntes del Camino Francés. De hecho, aunque hoy se alza en medio del cereal, en su momento estuvo enclavado en la antigua vía pública.

  • La gran batalla de Alarcos

    La gran batalla de Alarcos

    La batalla de Alarcos fue una batalla que se libró junto al castillo de Alarcos, situado en lo alto de un cerro junto al río Guadiana, cerca de la actual ciudad española de Ciudad Real, el 19 de julio de 1195, entre las tropas cristianas de Alfonso VIII de Castilla y las almohades de Abū Ya’qūb Yūsuf al-Mansūr (Yusuf II). La batalla se saldó con la derrota de las tropas cristianas, lo cual desestabilizó al Reino de Castilla y frenó el avance de la reconquista unos años, hasta que tuvo lugar la batalla de Las Navas de Tolosa en 1212.

    En 1177 el monarca castellano Alfonso VIII conquistó Cuenca con ayuda de Aragón. Inquieto, el califa Abū Yūsuf Ya’qūb al-Mansūr pactó en 1190 un periodo de paz para frenar el avance castellano sobre al-Ándalus. Cuando expiraba el trato, recibió noticias de que habían surgido revueltas en sus posesiones del norte de África. Alfonso VIII había empezado a levantar en una elevación sobre el río Guadiana la ciudad de Alarcos, que no tenía terminada su muralla, ni aún asentados todos sus nuevos pobladores, cuando una expedición, dirigida por el belicoso arzobispo de Toledo, Martín López de Pisuerga, penetró en las coras de Jaén y Córdoba y saqueó las cercanías de la capital almohade (Sevilla). Este desafío de la fuerza castellana enfureció sobremanera a Ya’qub, quien decidió mandar todas sus fuerzas disponibles para contener al monarca castellano. El historiador Vicente Silió (1892-1972) narra cuál fue el pretexto oficial para la invasión:

    En 1194, el rey Alfonso VIII cometió la imprudencia de retar a Yasub enviándole un mensaje en tono altanero, por el cual le retaba a que mandase sus tropas a batirse en España o le facilitase navíos para que los cristianos pudiesen embarcar y derrotarle en África. Hacía treinta y un años que Yasub gobernaba el Imperio almohade. Contestó al de Castilla con unas breves líneas al dorso de su mensaje: «Estas son las palabras que ha pronunciado Alá, el Todopoderoso: Me lanzaré sobre ellos, les convertiré en polvo sirviéndome de ejércitos que no han visto nunca y de cuya fuerza no podrán librarse». Leyó a sus tribus el desafío de Alfonso y escuchó en respuesta un gran clamorío, exigiendo venganza. Con un poderoso ejército salió Yasub para Algeciras.
    Vicente Silió

    El 1 de junio de 1195 desembarcó sus tropas en la línea de costa entre Alcazarseguir y Tarifa con su ejército almohade.4​ El emir almohade llegó hasta Sevilla, donde logró reunir un ejército de treinta mil hombres, entre caballería y peones, formado por todo tipo de mercenarios, tropas regulares, etc. Alcanzó Córdoba el 30 de junio, donde se hallaban las tropas de Pedro Fernández de Castro «el Castellano», señor de la Casa de Castro y del Infantado de León, quien había roto sus vínculos de vasallaje con su primo el rey Alfonso VIII. Pedro Fernández de Castro era hijo de Fernando Rodríguez de Castro «el Castellano», señor de Trujillo, que, al igual que su hijo hacía ahora, había combatido en el pasado junto a los almohades.

    El 4 de julio Abū Yūsuf partió de Córdoba cruzando Despeñaperros y avanzando sobre la explanada donde se alzaba el castillo de Salvatierra, enfrente del de Calatrava. Allí se aposentaban las huestes de la Orden de Santiago, con su tercer Maestre D. Sancho Fernández de Lemos a la cabeza; y las de la naciente Orden de San Julián del Pereiro, filial de Calatrava, que luego había de denominarse definitivamente Orden de Alcántara.5​ Un destacamento de la Orden de Calatrava, junto con algunos caballeros de fortalezas cercanas que intentaron dar con las fuerzas almohades, se toparon con ellas pero tuvieron la mala fortuna de encontrar un ejército muy superior al destacamento y fueron casi exterminados por completo. Alfonso VIII se alarmó tras lo acontecido y se apresuró a reunir todas las tropas posibles en Toledo y a marchar hacia Alarcos. El monarca castellano consiguió atraer la ayuda de los reyes de León, Navarra y Aragón, puesto que el poderío almohade amenazaba a todos por igual. Esta ciudad fortaleza estaba aún en construcción y era el extremo de las posesiones de Castilla formando frontera con al-Ándalus. Era determinante impedir el acceso al fértil valle del Tajo y, por darse prisa en presentar batalla, no esperó los refuerzos de Alfonso IX de León ni los de Sancho VII de Navarra que estaban de camino. El 16 de julio el gran ejército almohade fue avistado y era tan numeroso que no llegaron a saber cuántos hombres lo formaban. Cuenta el arzobispo Rodrigo Ximénez de Rada en su De rebus Hispaniae que:

    Llenó los campos de varias lenguas, pues se formaba su ejército de partos, árabes, africanos, almohades… Su ejército era innumerable y como la arena del mar la muchedumbre.

    Probablemente el obispo Juan de Soria describió la batalla en la anónima Crónica latina de los reyes de Castilla / Chronica latina regum Castellae.7​Igualmente el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada.8​ También los historiadores musulmanes dieron su testimonio, en especial el granadino Ibn Abdel Halim, compilador del Rawd al-Qirtas, que apenas difiere y fue extractado por el arabista decimonónico José Antonio Conde:

    Obscureciose el día con la polvareda y vapor de los que peleaban, que parecía noche. Las cabilas de voluntarios alárabes, algazaces y ballesteros acudieron con admirable constancia y rodearon con su muchedumbre a los cristianos y los envolvieron por todas partes. Senanid, con sus andaluces Cenetes, Musamudes, Gomares y otros se adelantó al collado donde estaba Alfonso, y allí venció, rompió y deshizo sus tropas infinitas, que eran más de trescientos mil, entre caballería y peones. Allí fue muy sangrienta la pelea para los cristianos y en ellos hicieron horrible matanza. Había entre ellos como diez mil caballeros de los armados de hierro como los primeros que habían acometido, que eran la flor de la caballería de Alfonso y habían hecho su azala cristianesca y jurado por sus cruces que no huirían de la pelea hasta que no quedase hombre a vida; y Dios quiso cumplir y verificar su promesa en favor de los suyos. Cuando la batalla andaba muy recia, y trabada contra los infieles [cristianos], viéndose ya perdidos comenzaron a huir y acogerse al collado en que estaba Alfonso para valerse de su amparo y encontraron allí a los muslimes, que entraban rompiendo y destrozando y daban cabo de ellos. Entonces volvieron brida y tornaron sobre sus pasos, y huyeron desordenadamente hacia sus tierras y donde podían. Entraron por fuerza en la fortaleza los vencedores quemando sus puertas y matando a los que las defendían, apoderándose de cuanto allí había y en campo de armas, riquezas, mantenimientos, provisiones, caballos y ganado; cautivaron muchas mujeres y niños y mataron muchos enemigos, que no se pudieron contar, pues su número cabal solo Dios que los crio lo sabe. Halláronse en Alarcos veinte mil cautivos, a los cuales dio libertad Amir Amuminin después de tenerlos en su poder, cosa que desagradó a los almohades y a los otros muslimes; y lo tuvieron todos por una de las extravagancias caballerescas de los reyes. (José Antonio Conde, Historia de la Dominación de los Árabes en España, sacada de varios manuscritos y memorias arábigas, 1820-1821).

    Los cristianos disponían de dos regimientos de caballería: en primera línea estaba la caballería pesada (de unos 10 000 hombres) al mando de don Diego López de Haro y sus tropas, seguida después de la segunda línea, donde se encontraba el propio Alfonso VIII con su caballería e infantería.

    Por parte de las tropas almohades, en vanguardia se hallaban la milicia de voluntarios benimerines, alárabes, algazaces y ballesteros, que eran unidades básicas y muy maniobrables. Inmediatamente tras ellos estaban Abu Yahya ibn Abi Hafs (Abu Yahya) y los Henteta, la tropa de élite almohade. En los flancos, su caballería ligera equipada con arco y en la retaguardia el propio Al-Mansur con su guardia personal.[cita requerida]

    Ya’qub siguió los consejos del qā’id andalusí Abū ‘abd Allāh ibn Sanadí y dividió su numeroso ejército, dejando que el ğund andaluz (soldados de las provincias militarizadas) y los cuerpos de voluntarios del ğihād sufrieran la embestida del ejército cristiano y que más adelante, aprovechando la superioridad del ejército almohade, y el agotamiento del ejército cristiano, atacaría con las tropas de refresco que mantenía en reserva, la guardia negra y los almohades.9​

    El califa le dio a su visir, Abu Yahya Ibn Abi Hafs, el mando de la vanguardia: en la primera línea de los voluntarios benimerín. A Abu Jalil Mahyu ibn Abi Bakr, con un gran cuerpo de arqueros y las cabilas zeneta; detrás de ellos, en la colina antes mencionada, Abu Yahya con el estandarte del califa y su guardia personal, de las cabilas Henteta; a la izquierda los árabes a las órdenes de Yarmun ibn Riyah, y a la derecha, las fuerzas de al-Ándalus mandadas por el popular qā’id ibn Sanadid. El propio califa llevaba el mando de la retaguardia, que comprende las mejores fuerzas almohades (las comandadas por Yabir Ibn Yusuf, Abdel Qawi, Tayliyun, Mohammed ibn Munqafad y Abu Jazir Yajluf al Awrabi) y la guardia negra de los esclavos. Se trataba de un formidable ejército, cuyos efectivos el rey Alfonso VIII había subestimado gravemente.[cita requerida]

    La carga cristiana no se hizo esperar, fue un tanto desordenada pero su impulso fue formidable. La primera carga fue rechazada por los zenetas y los benimerín, retrocedieron y volvieron a cargar para volver a ser rechazados. Solo a la tercera carga consiguió la caballería cristiana romper la formación del centro de la vanguardia almohade, haciéndolos retroceder colina arriba, donde habían formado sus haces antes de la batalla, y causando numerosas bajas entre los benimerín (voluntarios), zenetas (que trataron de proteger al visir, Abu Yahya) y la élite Henteta donde se encontraba el visir, que cayó en combate. Las tribus Motavah y Henteta sufrieron enormes bajas, tantas, que dice el historiador granadino Ibn Abdel Halim que Allah les anticipó aquel día las delicias del martirio.10​ A pesar de la muerte del visir, el ejército almohade no vaciló y prosiguió con el ataque. La caballería cristiana maniobró hacia la izquierda para enfrentarse con las tropas de al-Ándalus al mando de ibn Sanadid, pero el ejército castellano había quedado copado en el collado de Alarcos, según el imán granadino Ibn Abdel Halim.

    Tres horas habían pasado ya desde el comienzo de la batalla; era entonces mediodía, pero la polvareda levantada dificultaba la visión. El calor y la fatiga acumulada en pesadas armaduras comenzaron a debilitar la caballería pesada castellana, que se movía ya más lentamente, fieramente menguada y con dificultad. Aun tras haber sufrido numerosas bajas en las tres acometidas, los musulmanes no tardaron en reagruparse cerrando del todo la salida a la caballería cristiana en el collado del cerro de Alarcos, y haciendo uso de su caballería ligera al mando de Yarmun, rebasaron a las tropas cristianas por los flancos y empezaron a atacarlas por su retaguardia, lo que, junto a la constante y concentrada lluvia de flechas de los arqueros, que se aprovechaban de ese estancamiento,11​ y las maniobras de desgaste, acabó por encoger aún más el cerco. Fue entonces cuando Ya’qub decidió enviar el resto de sus tropas. El ejército castellano no estaba preparado para aquella nueva táctica, y finalmente se vio en la necesidad de huir admitiendo la derrota. Diego López de Haro, por su parte, trató de abrirse paso a toda costa y finalmente tuvo que refugiarse en el inacabado castillo, el cual, tras haber sido cercado por 5000 agarenos, tuvo que rendirse. Pedro Fernández «el Castellano», cuyas fuerzas apenas habían combatido en la batalla, fue enviado por el califa para negociar la rendición. A unos pocos supervivientes, entre ellos López de Haro, se les permitió marchar, pero doce caballeros fueron retenidos como rehenes a cambio del pago de un rescate.c​ Nadie vino a pagarlo y estos caballeros fueron decapitados.

    Entre los castellanos que murieron en la batalla se encontraban Juan, obispo de Ávila y Gutierre, obispo de Segovia,12​ así como Pedro Rodríguez de Guzmán y su yerno, Rodrigo Sánchez, según consta en la Crónica latina de los Reyes de Castilla al mencionar algunos de los fallecidos en dicha batalla, Petrus Roderici de Guzman et Rodericus Sancii, gener eius,13​ Ordoño García de Roa, los maestres tanto de la Orden de Santiago (Sancho Fernández de Lemus) como de la portuguesa Orden de Évora (Gonçalo Viegas). Las pérdidas también resultaron elevadas para los musulmanes. No solo el visir, Abu Yahya, sino también Abi Bakr, comandante de los benimerín (voluntarios), perecieron en la batalla, o a consecuencia de las heridas sufridas. La noticia de tan gran batalla conmovió a toda Europa.[cita requerida]

    Vicente Silió escribe que «las tropas de Yasub eran tan superiores como para inducir al monarca cristiano a rehusar la pelea», pero se hallaba Alfonso VIII en la plenitud de su vida, con el vigor de sus cuarenta años, y no pensó en ningún instante retroceder ante el enemigo. Hubiera preferido morir antes que contemplar la gran catástrofe que se avecinaba. Y a fe que, si no hubiese sido por la intervención de algunos nobles que muy en contra de su voluntad le sacaron del castillo por una poterna, habría sucumbido.

    Como consecuencia, los almohades se adueñaron de las tierras entonces controladas por la Orden de Calatrava; seis meses después cayó la fortaleza de Calatrava la Nueva, entonces llamada castillo de Dueñas, y llegaron incluso hasta las proximidades de Toledo, donde se habían refugiado los combatientes cristianos que habían sobrevivido a la batalla. Desestabilizó al Reino de Castilla durante años. Todas las fortalezas de la región cayeron en manos almohades: Malagón, Benavente, Calatrava la Vieja, Caracuel, etc., y el camino hacia Toledo quedó despejado. Afortunadamente para Castilla, Abu Yusuf volvió a Sevilla para restablecer sus numerosas bajas y tomó el título de al-Mansur Billah (el victorioso por Alá).[cita requerida]

    En los dos años siguientes a la batalla, las tropas de al-Mansur devastaron Extremadura, el valle del Tajo, La Mancha y toda el área cercana a Toledo, marcharon contra Montánchez, Trujillo, Plasencia, Talavera, Escalona y Maqueda, pero fueron rechazadas por Pedro Fernández de Castro «el Castellano», que tras la batalla pasó a servir al rey Alfonso IX de León, quien le nombró su Mayordomo mayor. Estas expediciones no aportaron más terreno para el Califato. Aunque su diplomacia obtuvo una alianza con el rey Alfonso IX de León (que estaba enfurecido con el rey castellano por no haberle esperado antes de la batalla de Alarcos) y la neutralidad de Navarra, ambos pactos temporales. Abū Yūsuf abandonó sus asuntos en al-Ándalus volviendo enfermo al norte de África, donde acabaría muriendo.[cita requerida]

    En un audaz golpe de mano de los caballeros calatravos, solo el castillo de Salvatierra, junto a Sierra Morena, pudo ser recuperado (1198) en los diecisiete años en los que la zona estuvo en poder almohade. Quedó como una posición aislada castellana en territorio almohade, hasta que fue tomado por éstos en 1211.[cita requerida]

    Sin embargo, las consecuencias de la batalla demostraron ser poco duraderas cuando el nuevo Califa Muhammed al-Nasir intentó frenar el nuevo avance hispánico sobre al-Ándalus.​ Se decidió todo en la batalla de Las Navas de Tolosa que marcó un punto de inflexión en la Reconquista y que provocaría la pérdida del control en la península por parte del Imperio almohade tan solo una década después.

    La leyenda de la judía Raquel y el rey Alfonso

    El autor de los Castigos del rey Sancho IV, después de 1292, da cuenta de una leyenda creada ad hoc para justificar a posteriori tan gran derrota por parte del rey de Castilla, la de la judía de Toledo Raquel o Rahel la Fermosa:

    Otrosí, para mientes, mío fijo, e toma ende, mío fijo, castigo de lo que contesció al rey don Alfonso de Castilla, el que venció la batalla de Úbeda. Por siete años que viscó mala vida con una judía de Toledo, diole Dios gran llaga e grand majamiento en la batalla de Alarcos en que fue vencido e fuyó e fue mal andante él e todos los de su regno […]. E porque el rey se conosció después a Dios […] e se repintió de tan mal pecado como éste que había hecho, por el cual pecado por enmienda hizo después el monasterio de las Huelgas de Burgos de Monjas de Cistel e el Hospital. E Dios diole después buena andanza contra los moros en la batalla de Úbeda.
  • Alfonso VIII de Castilla

    Alfonso VIII de Castilla

    Alfonso VIII de Castilla, llamado «el de Las Navas» o «el Noble» (Soria, 11 de noviembre de 1155 – Gutierre-Muñoz, del domingo 5 al lunes 6 de octubre de 1214​), fue rey de Castilla​ entre 1158 y 1214. Hijo y sucesor de Sancho III y de Blanca Garcés de Pamplona, derrotó a los almohades en la batalla de Las Navas de Tolosa, librada en 1212, y fue sucedido en el trono por su hijo Enrique.

    Orígenes familiares

    Por parte de padre era descendiente de los reyes de Castilla y de León de la Casa de Borgoña y de los Condes de Barcelona, y por parte de madre, de los reyes de Pamplona y de Rodrigo Díaz de Vivar.

    Minoría de edad

    Hijo de Sancho III «el Deseado», rey de Castilla, y de Blanca Garcés de Pamplona, a la muerte de su padre solo contaba tres años de edad, por lo que se designó como tutor a Gutierre Fernández de Castro y como regente a Manrique Pérez de Lara, para equilibrar a las poderosas familias Castro y Lara. Esta rivalidad derivó en una guerra civil y en un período de incertidumbre que fue aprovechado por los reinos vecinos y así, en 1159, el rey navarro Sancho VI se apoderó de Logroño y de amplias zonas de La Rioja, mientras que el tío del joven Alfonso, el rey leonés Fernando II, se apoderó de la ciudad de Burgos.

    En 1160, los partidarios de la Casa de Lara, capitaneados por Nuño Pérez de Lara, fueron derrotados por los miembros de la Casa de Castro, dirigidos por Fernando Rodríguez de Castro el Castellano, en la Batalla de Lobregal, librada en las cercanías de la localidad de Villabrágima, en la provincia de Valladolid.

    La proximidad de Fernando II, aliado de los Castro, al lugar donde los Lara custodian a Alfonso VIII hace que estos lo trasladen a Soria. Allí estuvo desde 1158 hasta 1162, cuando los Lara deciden entregárselo a Fernando II de León, que ya había conquistado las ciudades de Segovia y Toledo. Lo impide la intervención de un hidalgo, quien sacó al pequeño del palacio real, poniéndolo bajo la custodia de las villas leales del norte de Castilla, primero en el castillo de San Esteban de Gormaz y después en Atienza y Ávila, ciudad que desde entonces recibe el título honorífico de «Ávila del Rey» o «Ávila de los Leales» por la defensa que hizo del joven monarca. Así mismo, la estancia de Alfonso en Atienza dio origen al nacimiento de la popular celebración de La Caballada, que se celebra todos los años en esta villa el Domingo de Pentecostés.

    Primer período del reinado

    Al alcanzar la mayoría de edad en 1170, Alfonso VIII fue proclamado rey de Castilla en las Cortes que se convocaron en Burgos, tras lo cual se concertó su matrimonio con Leonor de Plantagenet, hija de Enrique II de Inglaterra y de Leonor de Aquitania, que aportó como dote el condado de Gascuña. El enlace real se celebró en la ciudad aragonesa de Tarazona.

    Su primer objetivo como monarca fue recuperar los territorios perdidos durante su minoría de edad. Para ello se alía con el rey Alfonso II el Casto. Junto al monarca aragonés, Alfonso VIII atacó al navarro Sancho VI en 1173, logrando arrebatarle los territorios que este había tomado durante su minoría de edad. Tras ello reforzó su alianza con Alfonso II al concertar el matrimonio de este con su tía, Sancha de Castilla.

     

    Presionado por los ataques almohades, desde 1174 tuvo que ceder a las órdenes militares algunos territorios hasta entonces de realengo para su mejor protección, como las villas de Maqueda y Zorita de los Canes a la Orden de Calatrava, o la villa de Uclés a la Orden de Santiago, siendo desde entonces Uclés la casa principal de esta última orden militar. Desde esta plaza inicia una ofensiva contra los musulmanes, que culmina con la reconquista de Cuenca en 1177. La ciudad se rindió el 21 de septiembre, festividad de San Mateo, celebrada desde entonces por los conquenses.

    Alfonso VIII fue el fundador del primer estudio general español, el Studium generale de Palencia (germen de la universidad), que decayó tras su fallecimiento. Además, su corte sería un importante instrumento cultural, que acogería trovadores y sabios, especialmente por la influencia de su esposa Leonor (hija de Leonor de Aquitania y hermana de Ricardo Corazón de León).

    En 1179 firma con su aliado el rey aragonés el Tratado de Cazola, por el que ambos monarcas se reparten sobre el papel, ya que no tuvo resultados reales, los territorios del reino navarro y además fijan las zonas de conquista de los territorios musulmanes que cada monarca puede emprender variando el hasta entonces vigente Tratado de Tudilén que habían firmado Alfonso VII de León y Ramón Berenguer IV de Barcelona. Por el nuevo Tratado de Cazola, el reino de Murcia —cuya conquista correspondía a Aragón— pasaba a Castilla y a cambio el rey aragonés Alfonso II se vio libre del vasallaje que debía a Alfonso VIII.

    El 12 de enero de 1180, el rey se encontraba en Carrión de los Condes, firmando el Fuero de Villasila y Villamelendro tras la petición efectuada por los clérigos​ de las citadas villas.​

    Tras fundar Plasencia en 1186, y con intención de unificar a la nobleza castellana, relanza la Reconquista, recupera parte de La Rioja que estaba en manos navarras y la reintegra a su reino. Establece una alianza con todos los reinos peninsulares cristianos –a la sazón, Portugal, León, Castilla, Navarra y Aragón– para proseguir ordenadamente conquistando las tierras ocupadas por los almohades.

    En 1188 se reúne en Carrión de los Condes con su primo Alfonso IX, que acababa de suceder a su padre Fernando II como rey de León. Ambos monarcas firman un pacto de buena voluntad que Alfonso VIII pronto romperá para, aprovechando la debilidad del nuevo rey leonés en su propio reino, invadir León y hacerse con varias poblaciones, entre las que destacan Valencia de Don Juan y Valderas, y que inició un período de hostilidades que finalizaría el 20 de abril de 1194 con la firma del Tratado de Tordehumos, en el que el rey castellano se comprometía a devolver los territorios conquistados y el leonés se comprometía a contraer matrimonio con la hija de Alfonso VIII, Berenguela y, si el leonés Alfonso IX moría sin descendencia, se pactó que el reino de León pasaría a ser anexionado por Castilla.

    Alfonso VIII se rodeó por entonces de prestigiosos intelectuales en su corte; tuvo por cancilleres al docto Diego García de Campos, quien le dedicó su Planeta, y al arzobispo de Toledo e historiador Rodrigo Jiménez de Rada.

    Batalla de Alarcos (1195)

    El acuerdo con el reino de León permite a Alfonso VIII romper la tregua que mantenía con los almohades desde 1190 e inicia incursiones que, de la mano del arzobispo de Toledo Martín López de Pisuerga, llegan hasta Sevilla.

    El califa almohade Abu Yaqub Yusuf al-Mansur, que se encontraba en el norte de África, cruza el Estrecho de Gibraltar y desembarca en Tarifa al frente de un poderoso ejército con el que se dirige hacia tierras castellanas. Alfonso VIII recibe la noticia y reúne a su ejército en Toledo y aunque consiguió el apoyo de los reyes de León, Navarra y Aragón para hacer frente a la amenaza almohade, no espera la llegada de dichas tropas y se dirige hacia Alarcos, una ciudad fortaleza en construcción situada a pocos kilómetros de la actual Ciudad Real, junto al río Guadiana, donde el 19 de julio de 1195 sufre una estruendosa derrota que supuso una importante pérdida de territorio y la fijación de la nueva frontera entre Castilla y el Imperio almohade en los Montes de Toledo. Los almohades incluso invadieron el valle del Tajo y asediarían Toledo, Madrid y Guadalajara en el verano de 1197.

    Batalla de las Navas de Tolosa

    Alfonso VIII se encontró en una peligrosa situación que le llevó a la posibilidad de perder Toledo y todo el valle del Tajo, por lo que el rey solicitó desde 1211 al papa Inocencio III la predicación de una cruzada a la que no solo respondieron sus súbditos castellanos, sino también los aragoneses con su rey, Pedro II el Católico, los navarros dirigidos por Sancho VII el Fuerte, las órdenes militares, como las de Calatrava, del Temple, de Santiago y de Malta, además de caballeros cruzados franceses, occitanos y de toda la Cristiandad.

    Con todos ellos y tras la recuperación de enclaves del valle del Guadiana (como el castillo de Calatrava) alcanzó la esperada victoria sobre el califa almohade Muhámmad an-Násir (llamado en las crónicas Miramamolín, que quiere decir Comendador de los creyentes) en la batalla de las Navas de Tolosa, librada el 16 de julio en las inmediaciones de Santa Elena (Provincia de Jaén), seguida inmediatamente por la batalla de Úbeda, que abrió definitivamente el valle del Guadalquivir al reino de Castilla. Un año más tarde, lograba lo propio en la plaza de Alcaraz, consolidando el poder castellano en toda la meseta manchega.

    Muerte y sepultura

    Alfonso VIII falleció del domingo 5 al lunes 6 de octubre de 1214​ en un pequeño pueblo del alfoz de la Comunidad de Villa y Tierra de Arévalo, Gutierre-Muñoz, dejando constancia de ello el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada en su obra De rebus Hispaniae:

    Habiendo cumplido LIII años en el Reyno el noble Rey Alfonso, llamó al Rey de Portugal su yerno para verse con él; y habiendo empezado su camino dirigido a Plasencia, última ciudad de su dominio, empezó a enfermar gravemente en cierta aldea de Arévalo que se llama Gutierre Muñoz, donde últimamente, agravado de una fiebre, terminó la vida y sepultó consigo la gloria de Castilla, habiéndose confesado antes con el arzobispo Rodrigo, y recibido el sumo Sacramento del Viático, asistiéndole Tello, obispo de Palencia, y Domingo, de Plasencia.

    El rey y su esposa Leonor recibieron sepultura en el Monasterio de Santa María la Real de Las Huelgas en Burgos que él mismo había fundado.

    Cancilleres y cultura en la época de Alfonso VIII

    Alfonso VIII tuvo por canciller al arzobispo de Toledo e historiador Rodrigo Jiménez de Rada desde 1163 hasta 1178 (salvo dos años, en 1168 y 1169, en que lo fue Martín Fernández). En 1178 lo fue en abril y mayo Guillermo de Hastaforte, arcediano de Toledo, y en los cuatro años de 1178 a 1182 lo fue Pedro de Cardona, arzobispo electo de Toledo, tempranamente fallecido,​ si bien el canciller ya había depositado bastante confianza en sus notarios reales subalternos, en especial en Pedro de la Cruz, quien ya había trabajado a las órdenes de Rodrigo y Guillermo. De 1182 hasta 1192 asumió el cargo de canciller Gutierre Rodríguez, hijo de Rodrigo Gutiérrez Girón, el que durante veinte años fuera mayordomo del rey (1173-1193), a cuyas órdenes estuvieron los notarios reales Geraldus, arcediano de Palencia, y Mica, este último provisto de un excelente estilo latino. Por último, de 1192 a 1214 fue canciller el docto escritor Diego García de Campos, autor del Planeta, quien también lo fue en parte del reinado de Enrique I de Castilla.

    Alfonso VIII protegió la cultura en general, como ha documentado Antonio Sánchez Jiménez; y la reina Leonor Plantagenet era aficionada a la poesía trovadoresca, de forma que en su Corte se hallaron los trovadores Peire d’Alvernha, Guillem de Bergadá, Giraut de Bornelh, Peire Vidal, Guillem de Cabestany, Guiraut de Calanson, Raimon Vidal de Besalú, Guilhem Ademar, Aimeric de Peguilhan. Raimon Vidal de Besalú describe así una velada poética ante los monarcas:

    Quiero contaros una historia que escuché recitar a un juglar en la corte del rey más sabio que nunca haya habido en cualquier religión, del rey Alfonso de Castilla, que era hospitalario y dulce, juicioso, valiente, cortés y experto en caballería. No había sido ungido ni consagrado, pero estaba coronado de méritos, de buen juicio, de lealtad, de valor y de arrojo. El rey hizo reunir en su corte a muchos nobles, caballeros y juglares. Cuando la corte estuvo completa, vino la reina Leonor, cuyo cuerpo nadie había visto antes. Venía ceñida en un manto de seda, bueno y bello, que se llama ciclatón; era rojo, con una banda de plata, en el cual estaba divisado un león de oro. Se inclinó ante el rey, y después se sentó en un aparte lejos de él. Entre tanto, he aquí que comparece un juglar, inadvertidamente, ante el franco rey, y con buen semblante le dice: -«Rey, emperador en mérito, vengo ante vos para suplicaros que, si os place, sea oído y escuchado lo que tengo que decir». Y el rey dice: -«Perderá mi amor el que hable de ahora en adelante hasta tanto no haya dicho todo lo que pensaba». Con esto, el avezado juglar dice: -«Franco rey, adornado de virtudes, he venido aquí desde mi morada hasta vos, para decir y recitar una aventura que acaeció, en la tierra de la que vengo, a un vasallo aragonés…»

    El canciller Rodrigo Jiménez de Rada compuso en latín obras tan importantes como Historia gotica o Rerum in Hispania Gestarum Libri IX, la Ostrogothorum Historia, la Historia Hunorum, Vandalorum, Sueuorum, Alanorum et Silingorum, la Historia Arabum y la Historia Romarorum; mandó además traducir el Corán al latín a Marcos de Toledo. Ya se ha mencionado el Planeta de Diego García de Campos; pero también la literatura en castellano progresó: en su reinado se escribió el Cantar de mio Cid, ejemplo maestro del llamado mester de juglaría, y el Libro de Alexandre, modelo que el mester de clerecía siguió y donde se propone de hecho un ideal cortesano y político o espejo de príncipes en la persona de Alejandro Magno, fuera de que su anónimo autor se había formado sin duda en los estudios generales de Palencia fundados por el rey. En todo caso, el reinado del gran monarca se cierra con un gran poema latino, el Planctus de morte Adefonsi VIII regis, conservado con su melodía en el Códice musical de las Huelgas.

    Matrimonio y descendencia

    El rey se casó en septiembre de 1170 en Tarazona con Leonor Plantagenet, hija de Enrique II de Inglaterra y de Leonor de Aquitania. El matrimonio se efectuó cuando los contrayentes tenían 14 y 10 años, respectivamente.​ La influencia política y cultural de la reina fue notable.

    La pareja tuvo diez hijos de los que quede constancia documental, aunque es probable la existencia de otros hijos no documentados sobre todo dado que hay años en los cuales no se recoge ningún nacimiento teniendo en cuenta que los nacimientos de la pareja se produce cada poco tiempo.​La aparición de restos óseos en las tumbas reales pueden avalar esa tesis, en concreto al menos dos.

    • Berenguela (Segovia, 1 de junio de 1179 – Monasterio de las Huelgas, 8 de noviembre de 1246), reina de Castilla y esposa de Alfonso IX de León;
    • Sancho (5 de abril de 1181 – 9 de julio de 1181), el primer hijo varón que falleció con tres meses de edad;
    • Sancha (1182-1184). Su última aparición en la documentación fue en el año 1184. Está enterrada en el panteón familiar en el Monasterio de las Huelgas.​
    • Urraca (1186 – 2 de noviembre de 1220), reina consorte de Portugal por su matrimonio en 1211 con Alfonso II de Portugal;
    • Blanca (Palencia, 1188 – Melun, 1252), reina consorte de Francia por su matrimonio en 1200 con Luis VIII y fundadora del monasterio de monjas cistercienses de Maubuisson.
    • Fernando (Cuenca, 29 de noviembre de 1189 – Madrid, 14 de octubre de 1211), heredero;
    • Mafalda de Castilla (Plasencia, 1191 – Salamanca 1204);
    • Leonor ( 1190-1244), reina consorte de Aragón por su matrimonio en 1221 con Jaime I de Aragón;
    • Constanza de Castilla (m. 2 de enero de 1243), señora del monasterio cisterciense de Santa María la Real de Las Huelgas en Burgos;
    • Enrique (14 de abril de 1204 – Palencia, 1217), sucesor de Alfonso VIII, con el nombre de Enrique I.
  • Enrique I de Castilla

    Enrique I de Castilla

    Enrique I de Castilla (Valladolid, 14 de abril de 1204-Palencia, 6 de junio de 1217)1​ fue rey de Castilla​ entre 1214 y 1217, año en que falleció como consecuencia de un accidente en la ciudad de Palencia. Fue el décimo hijo de Alfonso VIII y de su esposa, la reina Leonor de Plantagenet. Le sucedió en el trono su hermana la reina Berenguela, quien después renunció en su hijo, el futuro rey Fernando III.

    Fue hijo de Alfonso VIII de Castilla y de su esposa,​ la reina Leonor de Plantagenet. Sus abuelos paternos fueron los reyes Sancho III de Castilla y su esposa Blanca Garcés de Pamplona y los maternos el rey Enrique II de Inglaterra y su esposa Leonor de Aquitania. Sus hermanos fueron, entre otros, la reina Berenguela de Castilla, la reina Blanca de Castilla, que contrajo matrimonio con Luis VIII de Francia, y la reina Urraca de Castilla, que se desposó con Alfonso II de Portugal.

    Su vida

    Hijo menor de Alfonso VIII y de Leonor de Plantagenet, la muerte de sus hermanos varones y la de su padre, Alfonso VIII, ocurrida en el año 1214, le llevó a heredar el trono paterno cuando contaba con diez años de edad.

    La minoría de edad del rey Enrique supuso la apertura de un período de regencia.​ Su padre, en su testamento redactado poco antes de morir, había confiado la tutela a la reina Leonor quien, sin embargo, falleció veinticuatro días después. Antes de fallecer, la reina había confiado la guarda y custodia del joven rey a su hija y hermana mayor de Enrique, la reina Berenguela,​ que residía en la corte castellana desde que su matrimonio con Alfonso IX de León había sido anulado en 1204 por el papa Inocencio III.

    La regencia de la infanta Berenguela fue importunada por los miembros de la Casa de Lara,​ familia de la alta nobleza castellana que ya se había destacado por su intervención política durante la minoría de edad del difunto Alfonso VIII de Castilla, período en el que fue combatida por la Casa de Castro. Encabezados por el conde Álvaro Núñez de Lara,​ los miembros de la Casa de Lara se negaron a apoyar a la infanta Berenguela como regente del reino y la obligaron a renunciar a la regencia de su hermano para evitar los conflictos que caracterizaron los primeros años del reinado de su padre Alfonso VIII, cuando llegaron a producirse choques armados como la batalla de Lobregal o la de Huete. En realidad, el corto reinado quedó marcado por la lucha entre dos facciones de la nobleza: la de los Lara y la que respaldaba a Berenguela, compuesta principalmente por los Girón, Téllez, Haro y Cameros. La disputa causó daños en diversas partes del reino, en especial, en la Tierra de Campos.​ La Casa de Lara alcanzó su apogeo político en Castilla durante el corto reinado de Enrique, si bien ya habían sido el linaje más favorecido en los últimos años de Alfonso VIII. La familia contaba no solo con estratégicas posesiones en la frontera castellano-leonesa, sino también amplias posesiones en León.

    La tutela del conde de Lara produjo desavenencias entre la nobleza castellana,​ puesto que sus miembros temían el poder que con ella obtenían los miembros de la Casa de Lara, que desde un primer momento maniobraron a fin de consolidar su posición, concertando para ello, en el año 1215, el matrimonio de Enrique I de Castilla con la infanta Mafalda de Portugal, hija del rey Sancho I de Portugal. El matrimonio del rey se celebró en la ciudad de Burgos antes del día 29 de agosto, aunque nunca fue consumado y fue anulado al año siguiente, en 1216, por el papa Inocencio III, debido al grado de parentesco que había entre ambos cónyuges. Los dos bandos nobiliarios enfrentados buscaron la colaboración del rey portugués; en el verano de 1216 Enrique firmó con él un tratado de paz que favorecía al bando de los Lara.

    La anulación del matrimonio del rey impulsó a Álvaro Núñez de Lara a concertar un nuevo matrimonio con Sancha, hija del rey Alfonso IX de León, pretendiendo con ello unir los reinos de Castilla y León y apartar de la línea sucesoria de ambos reinos al infante Fernando de León y Castilla, hijo de la reina Berenguela y de Alfonso IX de León. El matrimonio no llegó a celebrarse debido a la defunción de Enrique.

    Muerte y sepultura

    Enrique falleció a los trece años de edad de modo accidental, y como consecuencia de una herida recibida en el Palacio episcopal de Palencia mientras jugaba con otros niños. Los Anales Toledanos Primeros refieren del siguiente modo la muerte de Enrique I de Castilla, ocurrida el 6 de junio de 1217 cuando tenía trece años, un mes y veintitrés días de edad:

    El rey don Enric trevellaba con sus mozos e firiolo un mozo con una piedra en la cabeza non por su grado e murió ende VI días de junio en día de martes era MCCLV

    Después de su defunción, el cadáver del rey Enrique fue conducido por el conde Álvaro Núñez de Lara al municipio de Tariego de Cerrato, situado entre las ciudades de Burgos y Dueñas, a fin de ocultar su muerte. Su hermana Berenguela, que le sucedió en el trono castellano, sin embargo se apoderó de la ciudad de Dueñas y envió a los obispos de Palencia y de Burgos a hacerse cargo de los restos mortales del difunto rey y posteriormente los acompañó hasta el monasterio de las Huelgas de Burgos donde recibieron sepultura. El fallecimiento del rey agravó las luchas intestinas y la crisis del reino

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