Categoría: Historia

  • La gran conspiración contra Castilla: ¿quién teme al corazón espiritual de España?

    La gran conspiración contra Castilla: ¿quién teme al corazón espiritual de España?

    1. Castilla en la forja de la identidad española

    1.1. Los inicios de Castilla como motor cultural y político

    Para entender por qué Castilla se ha considerado durante siglos el corazón espiritual de España, es esencial remontarse al surgimiento de los primeros condados castellanos en el contexto de la Reconquista. Castilla, nacida como un pequeño condado en la frontera oriental del Reino de León, logró labrarse un papel protagónico gracias a una serie de condes y monarcas que impulsaron la expansión de sus dominios y, con ella, la ideología de una España unificada bajo la fe católica.

    En la Alta Edad Media, la “ideología de frontera” acuñada por los primeros condes castellanos marcó el carácter aguerrido, austero y religioso de esta región. Nombres como Fernán González, mito fundador del condado, aunaron un fuerte sentido de independencia con un espíritu militar que llevaría a Castilla a convertirse en cabeza de la futura Corona. Por tanto, el origen de Castilla no solo fue bélico y expansionista, sino también cultural, pues desde temprano estableció lazos literarios y lingüísticos que darían forma al futuro castellano—la lengua que acabaría imponiéndose en la Península y se convertiría, con el tiempo, en uno de los principales idiomas del mundo.

    Esta temprana hegemonía cultural de Castilla se vio reforzada por los monasterios y centros de estudio que proliferaron en su territorio. Ejemplo de ello es el scriptorium del Monasterio de Silos y otros focos monacales, que copiaban y promovían la literatura, la liturgia y, en definitiva, la cultura cristiana. Allí se crearon obras fundacionales de la lengua castellana y se transmitieron valores religiosos y morales que más tarde se exportarían con la Conquista de América.

    1.2. La unificación bajo los Reyes Católicos

    El papel de Castilla como núcleo vertebrador se consolidó con la unión dinástica de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón a finales del siglo XV. Aunque en lo formal se trataba de una confederación de reinos, en la práctica fue la Corona de Castilla la que aportó la mayor parte del caudal económico y demográfico. El matrimonio de los Reyes Católicos se basaba en la integración mutua de ambos reinos, pero la estructura profunda del poder y de los recursos descansaba, principalmente, en Castilla.

    Isabel la Católica, figura mítica y líder espiritual, impulsó la reforma de la Iglesia en sus reinos y promovió la evangelización. Bajo su mandato, se inició la expansión hacia el Atlántico con la empresa de Cristóbal Colón, financiada en su mayoría por la Corona de Castilla. De esta forma, la conquista y la evangelización del Nuevo Mundo se harían en lengua castellana, acompañadas de la impronta religiosa y cultural característica de Castilla. Este hito fundacional de la Monarquía Hispánica expandió la fe católica por gran parte del globo, afianzando la imagen de Castilla como “motor de la cristiandad” y pilar esencial de la expansión europea.


    2. La Guerra de las Comunidades y la represión contra Castilla

    2.1. Contexto y causas del conflicto

    Tras la muerte de Isabel I en 1504, y posteriormente la de Fernando el Católico en 1516, el joven Carlos I heredó la Corona castellana y aragonesa, además de aspirar a convertirse en emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. El anhelo de Carlos—nacido y criado en Flandes—de financiar su candidatura para ser Emperador chocó con un sentimiento creciente de malestar en Castilla. La nobleza castellana se había sentido tradicionalmente relegada con la llegada de un rey extranjero, y las clases urbanas percibían un progresivo aumento de impuestos para sostener las ambiciones imperiales de Carlos.

    En 1520, este descontento cuajó en el levantamiento de las Comunidades, encabezado por ciudades como Toledo, Segovia o Salamanca. En esencia, la guerra de las Comunidades representó la pugna entre los intereses de una Castilla que reclamaba autonomía y respeto a sus fueros, frente a un monarca cuyos proyectos políticos iban más allá de la Península Ibérica. Este conflicto, si bien no se prolongó demasiado en el tiempo—apenas unos dos años—, dejó una huella imborrable en la memoria colectiva de Castilla: la idea de que las aspiraciones castellanas habían sido aplastadas por el poder real con la ayuda de otras regiones y facciones leales a Carlos.

    2.2. Consecuencias políticas y económicas

    La represión posterior a la derrota de los comuneros dio lugar a una reestructuración profunda en el seno de la Corona. Castilla, que había sido el pilar económico del reino, pasó a estar sometida a una presión fiscal elevada para sostener la política exterior del Emperador. Los recursos castellanos se canalizaron hacia guerras en Europa—contra Francia, el Imperio Otomano, los príncipes protestantes alemanes—y la gestión de un Imperio que se extendía por el centro de Europa e Italia.

    El sometimiento de Castilla no solo fue económico, sino también moral: la ejecución de líderes comuneros como Padilla, Bravo y Maldonado sembró el terror y desincentivó cualquier otra insurrección. Desde entonces, se acusa a la Monarquía de los Austrias, con Carlos I a la cabeza, de haber reducido a Castilla a una suerte de “colonia interna”, explotando sus recursos humanos y materiales para fines imperiales que poco revertían en mejoras para las provincias castellanas. Así, se puede afirmar que, a partir de la Guerra de las Comunidades, comienza una sistemática marginación de Castilla, cuyo papel central se vería progresivamente mermado.


    3. Castilla bajo los Austrias y su rol en la evangelización

    3.1. La gran expansión transatlántica

    Pese a la represión poscomunera, la Corona de Castilla siguió siendo el instrumento clave para la expansión ultramarina. El Consejo de Indias y la Casa de Contratación, radicados en Sevilla, centralizaron el comercio y la administración de los territorios americanos, que formalmente dependían de la Corona castellana. Así, los bienes y riquezas que llegaban del Nuevo Mundo nutrían tanto la hacienda real como el mercado interno de Castilla.

    En este escenario, misioneros y frailes castellanos—franciscanos, dominicos, mercedarios y, más tarde, jesuitas—lideraron la labor evangelizadora en el continente americano. Desde el punto de vista cultural, se exportó la lengua castellana como vehículo de transmisión del cristianismo y, a su vez, como medio de integración entre los pueblos indígenas y la nueva administración colonial. La figura de fray Bartolomé de las Casas ilustra la vocación evangélica castellana, con su defensa de los derechos de los indígenas y su aspiración de un reino cristiano verdaderamente universal.

    3.2. Valores universales heredados de la reina Isabel

    La Reina Isabel la Católica legó una visión misionera y reformista que impregnó la expansión castellana en América. Su testamento, con claras referencias a la evangelización y al trato respetuoso con los indígenas, se convirtió en una especie de guía moral para muchos conquistadores y religiosos castellanos. Bajo su influjo, y durante gran parte del reinado de los Austrias, se desarrolló la llamada “Escuela de Salamanca”, donde teólogos y juristas—Francisco de Vitoria, Domingo de Soto, entre otros—reflexionaron sobre los derechos humanos, la legitimidad de la Conquista y la dignidad de los pueblos nativos.

    De esta manera, Castilla no solo exportaba una fe y un idioma, sino también una corriente de pensamiento que—con sus luces y sombras—sentó precedentes en materia de legislación internacional y de la concepción de la dignidad humana. Así, la dimensión espiritual de Castilla trascendía lo puramente político, erigiéndose en referente moral y religioso para buena parte del orbe católico de la época.


    4. La Guerra de Sucesión: el alzamiento de los Borbones

    4.1. El conflicto sucesorio entre Austrias y Borbones

    A la muerte de Carlos II, último rey de la dinastía de los Austrias, se desató una crisis sucesoria que dividió a Europa. El testamento de Carlos II nombraba heredero al duque de Anjou, nieto de Luis XIV de Francia, que reinaría como Felipe V. Sin embargo, la coalición liderada por Austria, Inglaterra y Holanda se oponía a que un Borbón pudiera sentarse en el trono de España, temiendo la hegemonía francesa.

    En el interior de la Monarquía Hispánica, se produjo una división territorial: la Corona de Aragón, recelosa de la centralización borbónica, se inclinó mayoritariamente por el Archiduque Carlos de Austria, mientras que gran parte de Castilla—fiel a la línea del testamento—respaldó a Felipe de Anjou. Con sus ejércitos y recursos, Castilla fue fundamental para el triunfo de los Borbones en la Guerra de Sucesión (1701-1714).

    4.2. El papel de Castilla en la victoria borbónica

    El apoyo militar y financiero de Castilla a Felipe V fue decisivo. Mientras la Corona de Aragón quedó devastada en la parte final del conflicto, la cohesión de las tropas castellanas sostuvo la causa borbónica. Se argumenta que sin la fidelidad de las villas y ciudades castellanas, Felipe V difícilmente hubiese podido imponerse. Paradójicamente, la victoria de los Borbones supuso, más adelante, la implantación de los Decretos de Nueva Planta (1716), que reorganizaron la administración en los antiguos territorios de la Corona de Aragón, desmantelando sus fueros e instituciones particulares.

    Para Castilla, aquellos decretos no trajeron beneficios significativos a largo plazo. Si bien formalmente se consolidó un Estado más centralizado, se mantuvo la dependencia fiscal de las provincias castellanas, cuyo esfuerzo bélico durante la Guerra de Sucesión había sido enorme. De nuevo, se vislumbra la dinámica histórica por la cual Castilla pone la base material y humana para sostener la Monarquía, pero los beneficios se distribuyen de forma desigual. Esto contribuiría, con el paso de los siglos, a la sensación de agravio y de desmantelamiento de la identidad castellana.


    5. La identidad castellana en la era contemporánea

    5.1. Del Antiguo Régimen a la Transición

    La centuria que va de finales del siglo XVIII a comienzos del siglo XX vio surgir en España un intenso proceso de cambios: la invasión napoleónica, las guerras carlistas, las revoluciones liberales y la posterior restauración borbónica configuraron un escenario complejo. En muchos de estos eventos, Castilla siguió aportando tropas, recursos y un fuerte sentimiento de hispanidad en momentos críticos para la unidad nacional. Sin embargo, la progresiva industrialización—sobre todo en regiones como Cataluña o País Vasco—y la migración campo-ciudad comenzaron a desdibujar los equilibrios regionales.

    Hacia finales del siglo XIX y principios del XX, el regeneracionismo de Joaquín Costa y otros intelectuales clamaba por “despellejar” el caciquismo y la corrupción que corroía a España, al tiempo que demandaba una modernización social y económica. Pese a su centralidad cultural, Castilla se enfrentaba a un estancamiento agrario, a la pérdida de población y a una infraestructuración en comparación con otras zonas que empezaban a despegar.

    Tras la Guerra Civil (1936-1939) y el posterior régimen franquista, se reconfiguró el mapa político. Aunque el discurso oficial exaltaba la “españolidad” con un tinte que recordaba el espíritu castellano, en la práctica no se articularon políticas destinadas a revitalizar Castilla. La preferencia por el desarrollo industrial en zonas concretas, como Vizcaya, Barcelona o Madrid capital—en detrimento de la meseta y las regiones castellanas—acentuó la despoblación y el olvido de muchas provincias tradicionalmente vinculadas a la identidad castellana.

    5.2. La Transición y la “desarticulación” de Castilla

    Con la muerte de Franco en 1975 y el inicio de la Transición, se planteó una reorganización territorial del Estado que derivó, finalmente, en la Constitución de 1978 y el Estado de las Autonomías. Pese a que Castilla contaba con una enorme extensión territorial y con rasgos culturales e históricos que la unificaban—incluidos ciertos vínculos con regiones como La Rioja o Álava—, se optó por trocear la histórica Castilla en varias comunidades autónomas. Esto incluyó:

    • La creación de la comunidad de Castilla y León, que unificaba territorios de la antigua Corona de Castilla, pero dejaba fuera a La Rioja y a buena parte de lo que hoy es el País Vasco.
    • El surgimiento de Castilla-La Mancha, donde algunas provincias tuvieron afinidad histórica con Toledo, pero dejando dudas sobre la integración de Guadalajara, Cuenca o Albacete.
    • La inclusión de provincias con fuerte identidad castellana dentro de regiones con otros proyectos identitarios, como es el caso de Álava en la Comunidad Autónoma del País Vasco.

    Desde la perspectiva que defiende la importancia de Castilla como corazón espiritual de la nación, esta partición supuso un golpe directo a la vertebración histórica del país. A juicio de muchos defensores de la identidad castellana, se fragmentó deliberadamente un territorio que, si hubiese permanecido unido, habría recuperado su histórica preponderancia y su vocación evangelizadora y cristianizadora.


    6. El menosprecio económico y cultural de las provincias castellanas

    6.1. La brecha de desarrollo

    La industrialización en España, que se aceleró durante el siglo XX y parte del XXI, no favoreció por igual a todas las regiones. Sectores como el siderúrgico, el metalúrgico y el textil se concentraron en el País Vasco, Cataluña y, en menor medida, en Madrid, mientras que la Meseta Castellana quedó rezagada. Provincias como Soria, Zamora, Ávila o Cuenca presentan los índices de población más bajos de toda España y experimentan un envejecimiento acelerado.

    Los planes de infraestructuras tampoco han priorizado la vertebración de las zonas rurales de Castilla y su conexión con grandes centros de consumo. Existen tramos ferroviarios obsoletos, carreteras insuficientes y—en términos de inversión pública—un agravio comparativo respecto a otras comunidades autónomas con mayor peso demográfico o capacidad de presión política.

    6.2. El intento de “borrado” de la identidad castellana

    Desde la óptica de ciertos movimientos castellanistas, este rezago no es fruto de la casualidad, sino de una estrategia deliberada para evitar que Castilla recupere su papel central y, con ello, su capacidad de influir en la política nacional. Dichos movimientos argumentan que, tras la Transición, la asignación de competencias y la financiación autonómica se ha diseñado de modo que las regiones con mayor peso económico y poblacional se benefician en detrimento de aquellas donde la población es más dispersa y el tejido industrial más débil.

    A nivel cultural, se lamenta un silenciamiento de la historia castellana en los planes de estudio, que priorizan narrativas regionalistas en detrimento de una visión más amplia de la historia de España. Por ejemplo, apenas se destaca el papel de Castilla en la conformación del castellano como lengua global; se abordan muy superficialmente la Guerra de las Comunidades y la repercusión que tuvo para la identidad nacional; y tampoco se profundiza demasiado en la relevancia de los valores transmitidos por Isabel la Católica a la hora de concebir el Imperio Español.


    7. Los valores espirituales y cristianizadores: herencia viva

    7.1. Castilla como baluarte de la fe católica

    Históricamente, Castilla ha encarnado la defensa y la propagación de la fe católica dentro y fuera de la Península Ibérica. Desde la Reconquista contra el islam hasta la evangelización de América, existe un continuo histórico que remarca el carácter misional de la identidad castellana. Los monasterios, las catedrales y los caminos de peregrinación—en especial, el Camino de Santiago—fueron y son todavía referentes de un cristianismo arraigado en el corazón mismo de la Península.

    Las órdenes religiosas con fuerte arraigo en Castilla (franciscanos, dominicos, carmelitas descalzos, etc.) han marcado la historia de la Iglesia y han llevado la luz del Evangelio a remotos lugares del planeta. Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz o Santo Domingo de Guzmán encarnan este legado místico y teológico que arraigó en tierras castellanas y luego floreció en toda la Cristiandad.

    7.2. La universalidad del mensaje castellano

    La universalidad que se asocia a Castilla parte, por un lado, de la expansión lingüística del castellano y, por otro, de la cosmovisión católica. Ambos elementos se fusionaron en el contexto de la Monarquía Hispánica de los siglos XVI y XVII, cuando la misión de evangelizar América, Asia y África se consideraba un deber imperativo.

    La labor evangelizadora no se redujo simplemente a impartir la doctrina, sino que también supuso la creación de escuelas, universidades y obras de asistencia social que, en muchos casos, siguen funcionando en diversos países de América Latina. Este legado cultural y educativo se mantiene vivo hasta hoy y, a pesar de la secularización, subsisten importantes lazos espirituales que vinculan a Castilla con América, evocando el pasado común marcado por la fe y la cultura compartidas.


    8. Reflexiones finales: ¿por qué se teme el resurgir de Castilla?

    8.1. El mito de la amenaza castellanista

    A lo largo de la historia, cada vez que Castilla ha recuperado conciencia de su relevancia y ha tratado de reivindicar su papel, se ha despertado un recelo en otros territorios que temen una recentralización o una supuesta imposición cultural. Así ocurrió en época de Carlos I, que vio las Comunidades como una amenaza a su proyecto imperial; así sucedió tras el surgimiento de los Borbones, cuando el orden político buscaba diluir resistencias locales y, de alguna forma, unificar a su conveniencia; y así se repitió durante la Transición, cuando la reconfiguración del mapa autonómico marginó las aspiraciones de un “Castilla unida”.

    Algunos sostienen que, en un contexto de tensiones territoriales y nacionalismos periféricos, la emergencia de un nacionalismo castellano fuerte se considera un peligro para la estabilidad de España. Por ello, se habría preferido mantener a Castilla fragmentada, sin instrumentos políticos que permitan la vertebración de un proyecto propio ni la reivindicación de su historia.

    8.2. La persistencia cultural y la esperanza de un reconocimiento

    Pese a los intentos de “borrado” o de marginación, la identidad castellana pervive en sus costumbres, en su historia, en su patrimonio artístico y en su legado religioso. Desde las Catedrales góticas—Burgos, Toledo, León, Segovia—hasta la narrativa literaria que nació en el Mester de Clerecía, la impronta de Castilla en la cultura universal es incontestable.

    En la actualidad, el desafío pasa por reconocer ese legado sin caer en la mera nostalgia. Hay quienes abogan por un replanteamiento del modelo autonómico que devuelva a Castilla la consistencia territorial e identitaria que tuvo en el pasado, fomentando proyectos de desarrollo rural, promoción cultural y defensa de la lengua y la historia comunes. Asimismo, la revitalización de la fe y de la tradición cristianizadora podría encajar en un proyecto de revalorización de la espiritualidad hispana y de su vinculación con Iberoamérica.


    9. Conclusión

    La historia de Castilla es, en muchos sentidos, la historia de España. Desde su gestación como condado en la frontera oriental leonesa, pasando por la decisiva unión dinástica de Isabel y Fernando, la resistencia comunera frente a Carlos I, el papel crucial en la evangelización del Nuevo Mundo y en la implantación de los valores universales que hunden sus raíces en la tradición católica, hasta su apoyo decisivo en la Guerra de Sucesión. Todo ello ha configurado a Castilla como el eje vertebrador y el corazón espiritual de una España que, no pocas veces, ha tratado de minimizarla.

    Esta minimización se ha reflejado en la marginación económica, con provincias sumidas en la despoblación y con escasas inversiones, así como en la partición territorial durante la Transición, que separó regiones históricamente castellanas y las unió a otras comunidades. Lejos de ser un hecho puntual, la historia muestra repetidamente intentos de someter y fragmentar a Castilla para evitar que emerja como potencia espiritual y cultural, capaz de cimentar de nuevo un proyecto de unidad basado en la fe cristiana.

    No obstante, la pervivencia de su legado religioso, su lengua y su cultura testifica la fuerza de un espíritu que se ha negado a ser anulado. Las grandes corrientes de pensamiento, la mística carmelitana, la literatura de Cervantes, la piedad popular de la Semana Santa castellana o la monumentalidad de sus ciudades siguen siendo referentes indiscutibles. Castilla, en su vocación universal, llevó la fe católica y la lengua castellana a tierras remotas, encarnando un papel civilizador y evangelizador que marcó la historia de medio mundo.

    Es precisamente esa vocación universal y evangelizadora la que subyace al temor de quienes han buscado, a lo largo de los siglos, debilitar a Castilla. Temen la reaparición de un núcleo fuerte, con conciencia de su pasado y con capacidad de irradiar un mensaje espiritual potente. De ahí la reiterada fragmentación y el agravio económico que, una y otra vez, se han cernido sobre la meseta castellana.

    Sin embargo, la memoria histórica, la vitalidad cultural y el arraigo de la tradición religiosa siguen vivos. En el corazón de España—en sus ermitas y caminos, en sus pueblos y ciudades—resuena todavía ese aliento de grandeza que llevó a Castilla a encontrarse a sí misma en su fe y a compartirla con el mundo. Quizá sea solo cuestión de tiempo que la conciencia de este legado emerja de nuevo y que Castilla, sin imposiciones, recupere su auténtico lugar como corazón espiritual de España.

    El debate, por supuesto, está abierto. Hay quien discrepa de la visión de una Castilla intencionadamente marginada; hay quienes subrayan que la modernización del Estado requería una reconfiguración territorial, o quienes defienden el modelo autonómico actual como el mejor modo de gestionar la diversidad de España. Pero la huella castellanista y su impronta en la formación de la hispanidad son innegables. Basta con contemplar el mapa de la lengua castellana en el mundo—hablada por casi 600 millones de personas—para comprender que es la seña más palpable de la universalidad hispánica, forjada y transmitida por Castilla.

    Hoy, cuando España encara desafíos globales y tensiones internas, el recuerdo de la unidad que forjó Castilla en torno a la fe, la lengua y la monarquía puede servir de inspiración para reimaginar un proyecto común. Reconocer y honrar la tradición castellana no significa anular otras identidades de la Península, sino comprender las raíces compartidas y el hilo conductor que, a lo largo de los siglos, ha defendido valores espirituales, morales y culturales que trascienden fronteras regionales.

    En definitiva, la tesis de que Castilla ha sido—y en buena medida sigue siendo—el corazón espiritual de España se sustenta en sólidos fundamentos históricos y culturales: su papel central en la Reconquista, la unión de los Reyes Católicos, la Guerra de las Comunidades contra Carlos I, la evangelización del Nuevo Mundo y la aportación de valores universales. A pesar de los repetidos intentos de fragmentación y borrado, pervive la conciencia de una identidad castellanista que anhela recuperar, de un modo u otro, su lugar preeminente. Y es posible que, en un futuro, con las circunstancias adecuadas y el impulso de esa memoria histórica, Castilla vuelva a florecer, no para imponer, sino para compartir y difundir un mensaje espiritual y cultural que ha conformado la historia y la esencia de España desde hace casi un milenio.

  • El idioma actual tagalo de Filipinas y el Castellano

    El idioma actual tagalo de Filipinas y el Castellano

    El idioma castellano comenzó a predominar sobre las muchas lenguas nativas de Filipinas a partir de 1565, fecha en que la expedición de Miguel López de Legazpi y Andrés de Urdaneta, procedente de la Nueva España (hoy México), llega a Cebú y funda el primer asentamiento castellano en el archipiélago.

    Al principio, el aprendizaje del castellano era opcional, no obligatorio. Como en algunos lugares de América, los misioneros predicaron el catolicismo a los nativos en lenguas locales. En 1593 se fundó la primera imprenta local. En 1595 se establece la primera institución académica del país, el Colegio de San Ildefonso, fundado por los jesuitas en Cebú y que más tarde se convertiría en la Universidad de San Carlos. En Manila se funda la Universidad de Santo Tomás por los dominicos en 1611. Ambas universidades se disputan el reconocimiento de universidad más antigua de Asia.

    En 1863, la reina Isabel II de España decreta la creación de un sistema escolar público en todos los territorios castellanos. Esto da lugar a la creación de escuelas públicas con enseñanza en castellano en la mayoría de pueblos y ciudades de Filipinas. A principios del siglo XX, el castellano se mantiene como la lengua franca del país y el idioma de la educación, prensa, comercio, política y justicia.

    En Manila, el castellano se había generalizado hasta estimarse alrededor del 50 % la población de la capital con capacidad para comunicarse en castellano a finales del siglo XIX.​ En 1898, se calcula que alrededor del 15 o 20 % de la población del archipiélago sabría hablar castellano. Unos años antes el porcentaje sería bastante menor, siendo en 1870 en torno al 2 o 3 % según datos del estadista Agustín de la Cavada y Méndez de Vigo. Incluso después de la ocupación norteamericana y la introducción del inglés como lengua de instrucción en colegios públicos, y a pesar de la muerte de un 15 % de toda la población filipina en la Guerra Filipino-estadounidense, la gran mayoría de ellos instruidos subversivos y antiguos militares – y, por tanto, seguramente en su mayoría capaces de hablar en castellano – sigue predominando en las principales ciudades como vehículo principal de comunicación entre filipinos, hasta por lo menos, la segunda década del siglo XX, cuando se prohíbe la educación en otra lengua que no sea inglés.

    El idioma oficial de todos los tribunales y sus registros será el castellano hasta el 1 de enero de 1913. Después de esa fecha, el inglés será el idioma oficial, pero en asuntos judiciales se podrá utilizar el idioma castellano, disponiéndose de intérpretes y en los casos en que todas las partes o abogados lo estipulen por escrito, las actuaciones se llevarán a cabo en castellano. ​Los argumentos eran claros:

    «… No se afirma la superioridad del idioma inglés a través de otros que poseen la Literatura y la Historia, con la excepción, tal vez, que cada vez es tan rápido que el lenguaje de los negocios del mundo, sobre todo en el Lejano Oriente, que los países líderes en el esfuerzo comercial y científico tienen casi universalmente hecho su estudio una parte de su sistema de escuelas públicas.

    Es el único lenguaje que era posible enseñar general en todo el Archipiélago. Desgraciadamente, la política de la soberanía anterior aquí no permitía la enseñanza general de la lengua castellanoa, por lo que era conocido por los comparativamente pocos. Puesto que la capacidad de utilizar un lenguaje común es uno de los elementos esenciales para la realización de las aspiraciones políticas del pueblo filipino, es importante ver hasta qué punto hemos avanzado en esta dirección…»

    Message of the Governor-General to the Third Philippine Legislature.

    El 31 de diciembre de 1916 se crea el Boletín Oficial (Official Gazette) que se publicará semanalmente y por separado, tanto en los idiomas castellano e inglés.​

    El predominio del castellano sobre el inglés se prolonga en un constante declive hasta aproximadamente el final de la Segunda Guerra Mundial. A partir de entonces, con ya dos generaciones educadas en inglés, el castellano pierde relevancia. Además, la destrucción del barrio de Intramuros y La Ermita por la aviación norteamericana durante la Batalla de Manila acaba con el principal núcleo de cultura hispánica y lengua castellanoa de Filipinas (unos 300.000 hispanohablantes tan sólo en Intramuros). Aunque haya algunas excepciones familiares y personales, se suele considerar a la generación nacida en la posguerra mundial (hasta 1950 aproximadamente) la última generación hispanoparlante, momento en el cual, tras la masacre de la fallida guerra de independencia, la represión lingüística y los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, la sociedad hispanohablante se considera diluida y no vuelve a haber relevo generacional hispanohablante.

    Actualmente, los filipinos hispanoparlantes plenamente competentes, al menos a nivel oral, no son monolingües de castellano y sólo en casos excepcionales tienen una edad inferior a los 55 años, por la no continuidad del relevo generacional en el uso del idioma.

    Hay aproximadamente 8.000 raíces castellanoas en tagalo, y alrededor de 6.000 raíces castellanoas en lenguas bisayas y otros dialectos filipinos. El sistema numérico en castellano, el calendario, el tiempo, etc., siguen siendo usados con leves modificaciones.

    Miles de palabras castellanoas se han preservado en tagalo y otras lenguas locales, tales como:

    • bapór (‘vapor’, barco),
    • baka, (‘vaca’),
    • kastilà se utilizaba para referirse a los castellanoes (castellanos) y a su idioma.
    • kuwarta (‘cuarta’),
    • pera (‘perra’ o ‘monedas’),
    • relós (‘reloj’, originalmente con el sonido francés de la j),
    • sabón, ‘jabón’ (la j se pronunciaba como el francés je),
    • baraha (‘baraja’, baraja de naipes),
    • lamesa/mesa (‘mesa’),
    • kaldereta (‘caldereta’, guiso de carne),
    • tinidór (‘tenedor’),
    • silya (‘silla’),
    • baso (‘vaso’),
    • bangkito (‘banqueta’ silla pequeña),

    El chabacano, también llamado zamboangueño (en la ciudad de Zamboanga) o chavacano, es una lengua criolla lexificada por el castellano de las Filipinas. El chabacano se concentraba en varias zonas muy concretas, de las que únicamente se mantiene con vitalidad en la ciudad de Zamboanga. Otras zonas donde se habló chabacano incluyen Isabela (Basilán) y partes de Dávao, en el sur, y en la isla norteña de Luzón, Ternate y otras partes de la Provincia de Cavite.

    A principios del siglo XVII el impresor tagalo Tomás Pinpin emprendió la tarea de escribir un libro en tagalo con caracteres latinos a fin de enseñar el castellano a los tagalos. Su libro, publicado por la prensa dominica donde él trabajaba, apareció en 1610, el mismo año en que el Padre Blancas de San José publicaba la primera Gramática del tagalo.

    El texto de Pinpin, por su parte, utilizaba el tagalo para disertar sobre el castellano. Con el libro, Pinpin fue el primer filipino nativo en ser escritor y publicista. Como tal, resulta instructivo cuando explica el interés que le animaba a traducir del tagalo a principios de la época virreinal. Pinpin elabora su traducción más bien eludiendo que no rechazando las normas de acentuación del idioma castellano.

  • La dinastía borbónica y la desaparición de Castilla: el misterio oculto de España

    La dinastía borbónica y la desaparición de Castilla: el misterio oculto de España

    La dinastía borbónica y la desintegración de Castilla: un proyecto para construir España y borrar su identidad

    La historia de España está marcada por una serie de procesos políticos y sociales que han configurado la identidad del país tal y como la conocemos hoy. Uno de los más significativos fue la unificación de los reinos de Castilla y Aragón bajo la dinastía de los Borbones en el siglo XVIII. Sin embargo, esta unificación no fue un proceso neutral ni simplemente administrativo. Desde la llegada de los Borbones, se observa una clara intención de desintegrar la estructura e identidad política de Castilla, enterrando su legado e imponiendo una nueva narrativa nacional centrada en una visión homogénea de España que ha persistido hasta la actualidad.

    El contexto: los Austrias, los Borbones y la Guerra de Sucesión

    Para entender cómo y por qué los Borbones emprendieron este proceso de centralización, primero debemos retroceder al siglo XVII. Durante el reinado de los Austrias, los reinos de Castilla y Aragón mantenían sus propias leyes, fueros y estructuras de gobierno. Castilla era el reino predominante en términos de influencia económica y política, pero cada territorio conservaba su autonomía relativa. Con la llegada de Felipe V, primer monarca de la dinastía Borbónica, la Guerra de Sucesión (1701-1714) no solo se trató de una lucha por el trono, sino también de un conflicto que marcó la desaparición de la estructura política que sustentaba a Castilla como entidad autónoma.

    Tras la victoria en la guerra, Felipe V implantó los Decretos de Nueva Planta (1707-1716), un conjunto de leyes que, en esencia, abolieron las instituciones propias de la Corona de Aragón, pero, al mismo tiempo, integraron sus estructuras bajo un modelo centralizado que se inspiró en la Corona de Castilla. Aunque esto podría interpretarse como un triunfo de Castilla, en realidad significó la dilución de su identidad en favor de una noción más abstracta y centralizada de España, en la que la cultura y la identidad castellanas quedaban subsumidas y diluidas en una nueva estructura política. La intención era clara: Felipe V, siguiendo el modelo absolutista francés, pretendía construir un Estado centralizado y uniforme que eliminara cualquier vestigio de autonomía regional, pero, en el proceso, desintegró también la estructura que había dado forma a la Castilla histórica.

    De los comuneros a la dinastía borbónica: el intento de borrar a Castilla

    La rebelión de los comuneros en 1520-1521 fue un levantamiento significativo que buscaba defender las libertades y las instituciones castellanas frente a la centralización y el poder creciente de Carlos I. Este levantamiento fue reprimido brutalmente, y la Corona comenzó entonces a erosionar sistemáticamente las bases de lo que constituía la identidad política y social de Castilla. Con los Borbones, esta tendencia se acentuó. Los Decretos de Nueva Planta no solo desmantelaron las Cortes y las instituciones aragonesas; también impusieron un sistema político que neutralizaba cualquier forma de resistencia castellana y la convertía en parte de un nuevo Estado absolutista.

    A partir de entonces, Castilla dejó de ser un reino con entidad propia para convertirse en el núcleo administrativo del proyecto borbónico, una especie de «masa» homogénea que absorbía las diferencias regionales en favor de la centralización. Las instituciones castellanas que habían sobrevivido se transformaron en órganos al servicio del nuevo Estado español, dejando atrás cualquier atisbo de identidad independiente.

    La Transición y la continuidad de un proyecto borbónico

    Este proceso no se detuvo en los siglos XVIII y XIX. Durante la transición democrática en la década de 1970, la identidad castellana continuó siendo ignorada y subsumida en el proyecto nacional español. La Constitución de 1978 reconoció a diversas regiones y nacionalidades históricas, pero Castilla fue fragmentada en varias comunidades autónomas, como Castilla-La Mancha, Castilla y León, y Madrid. Este proceso fragmentó aún más la entidad histórica de Castilla y, al mismo tiempo, desdibujó su identidad y la convirtió en una serie de entidades políticas dispersas sin conexión histórica ni cultural clara.

    La Transición, en teoría, debía ser un proceso de descentralización y reconocimiento de identidades históricas, pero en la práctica, Castilla quedó relegada.

  • El Levantamiento del conde de Salvatierra

    El Levantamiento del conde de Salvatierra

    El levantamiento del conde de Salvatierra es el nombre historiográfico que recibe el alzamiento armado de Pedro López de Ayala, conde de Salvatierra, a favor de la Santa Junta, durante la Guerra de las Comunidades de Castilla.

    En Alava, Diego Martínez de Álava ocupaba desde 1498 el cargo de diputado general de la provincia y sus relaciones con el conde de Salvatierra se habían visto deterioradas al mismo tiempo que el poder real se afianazaba sobre sus dominios. Por ello, en septiembre de 1520 Ayala lo denunció ante la Junta de Tordesillas por corrupción fiscal y otros cargos, la cual respondió solicitando abrir una investigación sobre el caso, investigación que se confió a Antonio Gómez, diputado de la hermandad. La negativa de Vitoria y la hermandad de obedecer las órdenes de la Junta le valió la antipatía del conde, y pronto las relaciones entre este y el órgano de gobierno comunero en Tordesillas se hicieron más estrechas.

    Nombramiento para capitán general e iniciativas militares

    Ganada la confianza de los comuneros, el conde de Salvatierra fue designado, el 6 de noviembre de 1520, capitán general del norte de España en estos términos, confiriéndole el poder para nombrar funcionarios:

    Capitán general (…) del Condado de Vizcaya e provincias de Guipúzcoa e Álava e de las cibdades de Vitoria e Logroño e Calahorra e Santo Domingo de la Calzada e de las siete Merindades de Castilla Vieja e de todas las otras cibdades, villas e logares e merindades e tierras e bailes que caen y están desde la cibdad de Burgos hasta la mar.

    Los esfuerzos de las autoridades reales para convencer al conde de abandonar la causa comunera no dieron frutos, a pesar de las gestiones del Consejo Real, exigiéndole su presencia en Burgos, o del licenciado Leguízamo, en enero. Y ya en diciembre comenzó a reclutar hombres y e iniciar su campaña para rebelar a los provincianos. Como castigo a esa hostilidad al poder real, el regente Adriano de Utrecht propuso al rey Carlos I de España, en carta del 4 de enero, que se procediese a confiscarle el feudo y elevarlo a jurisdicción realenga.

    Intento de sublevar Burgos (enero de 1521)

    Pero el momento clave se dio en el contexto del hostigamiento antiseñorial a Tierra de Campos, cuando las tropas del conde de Salvatierra, compuesto de unos 2000 hombres, se movilizaron a Medina de Pomar y Frías cruzando a las Merindades, feudo del Condestable, en un intento de sublevarlas. Ello ponía en peligro la lealtad al poder real que Burgos venía practicando desde finales de noviembre y el virrey apenas podía controlar la situación. Al ejército del conde se le unió el de Acuña y juntos marcharon sobre la localidad burgalesa, uno por el sur y otro por el norte. La toma de Ampudia por parte de las tropas realistas no logró mitigar el peligro comunero sobre Burgos luego de que Padilla y Acuña la recuperasen rápidamente, y la sublevación burgalesa se fijó para el 23 de enero, contando esta vez con el apoyo del ejército dirigido por el capitán toledano. Sin embargo la revuelta se adelantó dos días y terminó en fracaso para los rebeldes. Temeroso el conde de Salvatierra de una posible represalia del ejército del Condestable, se le garantizó el perdón si desertaba, por lo que optó por licenciar a sus hombres y marcharse a sus dominios.

    Toma de la artillería de Fuenterrabía

    Tras mantenerse al margen del conflicto comunero, el conde volvió a entrar en acción durante el mes de febrero reclutando soldados, e hizo oídos sordos al emisario del Condestable, Antón Gallo, que solicitaba una entrevista. La Junta entonces le encomendó la misión de interceptar la artillería que desde Vitoria se disponía a llegar a Burgos,​ tarea que el conde completó satisfactoriamente el 8 de marzo, luego de apoderarse de Vitoria y expulsar sus autoridades, pero sin poder evitar que los cañones resultasen destruidos por el destacamento que los protegía para impedir su provecho por los comuneros.

    Derrota del conde de Salvatierra

    En el momento culmine de su popularidad, el conde se vio derrotado en varias ocasiones. Expulsado de Vitoria, que nunca pudo volver a recuperar, el ejército real, formado en parte por refuerzos del duque de Nájera, tomó la plaza fuerte de Salvatierra y garantizó a sus súbditos su incorporación al patrimonio real desligándolos de la autoridad condal.

    Los intentos de reconquistar Salvatierra en los días 19 y 20 de marzo resultaron frustrados, mientras el ejército realista alcanzaba sus victorias asolando el valle de Cuartango y destruyendo el castillo de Morillas. A mediados de abril el diputado Diego Martínez de Alava, quien anteriormente el conde había acusado ante Tordesillas, selló la derrota definitiva del ejército insurrecto ante Salvatierra y Vitoria, en lo que se llamó la batalla de Miñano Mayor. El conde decidió entonces mantenerse oculto hasta refugiarse en el castillo de Fermoselle, cerca de la frontera portuguesa.

    El conde de Salvatierra y la represión

    Tras la derrota comunera, el 23 de abril de 1521, y fundamentalmente luego de la llegada del emperador Carlos a la península, en julio de 1522, se inició el proceso de represión contra los principales protagonistas de la revuelta. Instalado en Palencia, el Consejo Real decretó el 23 y 24 de agosto 50 condenas a muerte por rebeldía, entre las cuales se incluye la del conde de Salvatierra, a quien además se le adjuntó la sentencia de confiscación de su feudo. Fue excluido del Perdón General, y probablemente también del derecho a poder beneficiarse de las multas de composición, provisión real que perdonaba las culpas cometidas por los exceptuados y les devolvían sus bienes confiscados aún no vendidos a cambio de un monto de dinero o multa.

    En su exilio el rey Juan III de Portugal se negó a recibirlo, por lo que en enero de 1524 se presentó en Burgos creyendo poder alcanzar el perdón regio a través de una gestión personal. Sin embargo, fue capturado, encadenado y tratado severamente por las autoridades judiciales, que no llegaron a hacerlo comparecer en algún juicio, pues el conde falleció el domingo 16 de mayo de 1524, siendo enterrado con los grilletes en los pies.

    Suerte del Condado de Salvatierra

    A pesar de haberse firmado una cédula el 15 de mayo de 1521 que asimiliba el condado a la Corona, pronto se creyó más beneficioso para el tesoro real su desmembramiento. En efecto, Diego de Zárate, Diego López de Castro, Agostín de Urbina y Pedro de Zuazola compraron algunas fracciones poco importantes del mismo, hasta que el 6 de diciembre se puso a la venta el feudo completo, a excepción de la villa de Salvatierra, incorporada al patrimonio real. El valle de Orozco pasó a manos del licenciado Leguízamo, y el de Cuartango debió pagar una importante suma de dinero para pasar a ser parte del dominio de realengo. El hijo del conde de Salvatierra, Atanasio de Ayala, pudo beneficiarse de heredar las partes del dominio de su padre aún no compradas ni enajenadas.

     

  • La Guerra de las Comunidades de Castilla

    La Guerra de las Comunidades de Castilla

    La guerra de las Comunidades de Castilla fue el levantamiento armado de los denominados comuneros, acaecido en la Corona de Castilla desde el año 1520 hasta 1522, es decir, a comienzos del reinado de Carlos I. Las ciudades protagonistas fueron las del interior de la Meseta Central, situándose a la cabeza del alzamiento las de Segovia, Toledo y Valladolid. Su carácter ha sido objeto de agitado debate historiográfico, con posturas y enfoques contradictorios.​ Así, algunos estudiosos califican la guerra de las Comunidades como una revuelta antiseñorial; otros, como una de las primeras revoluciones burguesas de la Era Moderna, y otra postura defiende que se trató más bien de un movimiento antifiscal y particularista, de índole medievalizante.

    El levantamiento se produjo en un momento de inestabilidad política de la Corona de Castilla, que se arrastraba desde la muerte de Isabel la Católica en 1504. En octubre de 1517, el rey Carlos I llegó a Asturias proveniente de Flandes, donde se había autoproclamado rey de sus posesiones hispánicas en 1516. A las Cortes de Valladolid de 1518 llegó sin saber hablar apenas castellano y trayendo consigo un gran número de nobles y clérigos flamencos como Corte, lo que produjo recelos entre las élites sociales castellanas, que sintieron que su advenimiento les acarrearía una pérdida de poder y estatus social (la situación era inédita históricamente). Este descontento fue transmitiéndose a las capas populares y, como primera protesta pública, aparecieron pasquines en las iglesias donde podía leerse:

    Tú, tierra de Castilla, muy desgraciada y maldita eres al sufrir que un tan noble reino como eres, sea gobernado por quienes no te tienen amor.

    Las demandas fiscales, coincidentes con la salida del rey para la elección imperial en Alemania (Cortes de Santiago y La Coruña de 1520), produjeron una serie de revueltas urbanas que se coordinaron e institucionalizaron, encontrando un candidato alternativo a la corona en la «reina propietaria de Castilla», la madre de Carlos, Juana, cuya incapacidad o locura podía ser objeto de revisión, aunque la propia Juana, de hecho, no colaborara. Tras prácticamente un año de rebelión, se habían reorganizado los partidarios del emperador (particularmente la alta nobleza y los territorios periféricos castellanos, como los reinos Andaluces y el Reino de Granada) y las tropas imperiales asestaron un golpe casi definitivo a las comuneras en la batalla de Villalar el 23 de abril de 1521. Allí mismo, al día siguiente, se decapitó a los líderes comuneros: Padilla, Bravo y Maldonado. El Ejército comunero quedaba descompuesto. Solamente Toledo mantuvo viva su rebeldía, hasta su rendición definitiva en febrero de 1522.

    Las Comunidades han sido siempre motivo de atento estudio histórico, y su significado a veces ha sido mitificado y utilizado políticamente, en particular a partir de la visita de el Empecinado a Villalar el 23 de abril de 1821, con motivo del tercer centenario de la derrota, tal como era sentida por los liberales. Pintores como Antonio Gisbert retrataron a los comuneros en algunas de sus obras, y se firmaron documentos como el Pacto Federal Castellano, con claras referencias a las Comunidades. Los intelectuales conservadores o reaccionarios adoptaron interpretaciones mucho más favorables a la postura imperial y críticas hacia los comuneros. A partir de la segunda mitad del siglo xx se revitalizaron los estudios históricos haciendo uso de una metodología renovada.

    Más recientemente, en el plano político, desde principios de la Transición, se comenzó a conmemorar la derrota cada 23 de abril, alcanzando finalmente, con la conformación de Castilla y León como autonomía, el estatus de día de la comunidad. Asimismo, su utilización como elemento simbólico está muy presente en los movimientos castellanistas y regionalistas castellanos. Ha tenido una notable difusión popular mediante el poema épico Los comuneros, de Luis López Álvarez, musicalizado por el Nuevo Mester de Juglaría.

    Motivos del levantamiento

    La situación que llevó en 1520 a la guerra de las Comunidades, se había ido gestando en los años previos a su estallido. El siglo XV, en su segunda mitad, había supuesto una etapa de profundos cambios políticos, sociales y económicos. El equilibrio alcanzado con el reinado de los Reyes Católicos se rompe al llegar el siglo XVI. Este comenzó con una serie de malas cosechas y epidemias, que junto a la presión tributaria y fiscal provocó el descontento entre la población, colocándose la situación al borde de la revuelta. La zona que más sufre en este contexto es la zona central, en contrapeso con la periférica, que apaciguaba sus males con los beneficios del comercio. Burgos y Andalucía representaban esa zona periférica y comercial respecto a la Meseta Central, con Valladolid y Toledo a la cabeza.

    No solo las malas cosechas provocaron el descontento, sino que a este se unieron las protestas de los comerciantes del interior ante el monopolio ejercido por los mercaderes burgaleses en el comercio de la lana. Esta situación caldeó el ambiente en los núcleos gremiales de ciudades como Segovia y Cuenca. Ante esta situación, todas las partes implicadas se volvieron hacia el Estado para que ejerciera el papel de árbitro, pero también este se encontraba sumido en una grave crisis, que se hizo cada vez más grande con los sucesivos gobiernos de Felipe el Hermoso, Cisneros y Fernando el Católico. La teórica heredera, Juana, se encontraba en estado de incapacidad, por lo que la línea dinástica llevó hasta Carlos de Habsburgo, hijo de Juana, y que nunca antes había pisado Castilla. Educado en Flandes, no conocía el castellano e ignoraba la situación de sus posesiones hispanas, por lo que la población acogió con escepticismo la llegada del nuevo rey, pero a la vez con ansia de estabilidad y continuidad, cosa de la que Castilla no disfrutaba desde la muerte de Isabel la Católica en 1504. Tras la llegada del nuevo rey a finales de 1517, su corte flamenca comenzó a ocupar los puestos de poder castellanos, siendo el nombramiento más escandaloso el de Guillermo de Croy, un joven de tan solo 20 años, como arzobispo de Toledo sucediendo al Cardenal Cisneros.​ Seis meses más tarde, en las Cortes de Valladolid, el descontento ya estaba presente en todos los sectores, llegando incluso algunos frailes a predicar denunciando abiertamente a la Corte, a los flamencos y la pasividad de la nobleza. En estas circunstancias, en 1519 se abrió el proceso de elección para el cargo de emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, que finalmente y por unanimidad recayó en favor de Carlos I, nieto del difunto Maximiliano. Este nombramiento fue aceptado por el monarca castellano, que decidió partir rumbo a Alemania para tomar posesión como emperador. El concejo de Toledo se situó al frente de las ciudades que protestaban contra la elección imperial, cuestionando el papel que Castilla debería desempeñar en este nuevo marco político y los gastos que acarrearía a corto plazo, dada la posibilidad de que la Corona se convirtiera en una mera dependencia imperial.

    El 12 de febrero de 1520 Carlos I decidió convocar las Cortes en Santiago de Compostela con el objetivo de obtener un nuevo servicio que le permitiese sufragar los gastos de su viaje a Alemania.​ A pesar de las presiones de los corregidores y de la Corte real, la mayoría de las ciudades se atuvieron al programa reivindicativo de los frailes de Salamanca, que defendía la independencia nacional en contra del Imperio, y decidieron enviar a sus procuradores con poderes para no votar el servicio. Ante esta corriente de hostilidad, el rey decidió suspender las Cortes el 4 de abril y convocarlas de nuevo el 22 de abril, pero en La Coruña. Allí obtuvo el impuesto extraordinario y el 20 de mayo se embarcó con rumbo al Sacro Imperio, no sin antes dejar como regente de las posesiones hispánicas al flamenco Adriano de Utrecht.

    Toledo se alza

    ​Ya desde el mes de abril de 1520, Toledo se negaba a acatar el poder real, estallando la situación de forma definitiva cuando el rey convocó a los regidores de la ciudad para que se presentaran en Santiago de Compostela. La orden llegó a Toledo el 15 de abril, y un día después, cuando los regidores con Juan de Padilla a la cabeza se disponían a partir, una gran multitud se opuso a su partida y se apoderó del gobierno local. Comenzó entonces a denominarse a la insurrección como Comunidad y los predicadores arengaban a los toledanos a unirse contra el poder flamenco. De esta forma, los toledanos comenzaron a ocupar todos los poderes locales, expulsando al corregidor del Alcázar el 31 de mayo. Tras la marcha del Monarca hacia Alemania, los disturbios se multiplicaron por las ciudades de la Meseta, especialmente tras la llegada de los procuradores que votaron afirmativamente al servicio que reclamaba el rey, siendo Segovia el lugar donde se produjeron los primeros incidentes y los más violentos, donde el 29 y el 30 de mayo los segovianos ajusticiaron a dos funcionarios y al procurador Rodrigo de Tordesillas que concedió el servicio en nombre de la ciudad. Destacaron también por incidentes de similar magnitud ciudades como Burgos y Guadalajara, mientras que otras como León, Zamora y Ávila sufrieron altercados menores. Por el contrario, no se registraron incidentes en Valladolid, principalmente por la presencia en la ciudad del cardenal Adriano y del Consejo Real.

    Propuestas al resto de ciudades

    Ante el descontento generalizado, el 8 de junio, Toledo propuso a las ciudades con voz y voto en Cortes la celebración de una reunión urgente con cinco objetivos:7

    1. Anular el servicio votado en La Coruña.
    2. Volver al sistema de los encabezamientos para cobrar los impuestos.
    3. Reservar los cargos públicos y los beneficios eclesiásticos a los castellanos.
    4. Prohibir la salida de dinero del reino.
    5. Designar a un castellano para dirigir el reino en ausencia del rey.

    Reacciones a las propuestas

    Localización del movimiento comunero sobre el territorio de la Corona de Castilla. En morado, las ciudades pertenecientes al bando comunero; en verde, aparecen las que se mantuvieron leales al rey. Las ciudades que estuvieron presentes en ambos bandos aparecen en ambos colores.

    Estas reivindicaciones calaron en la sociedad castellana, especialmente las dos primeras, que se unían a las denuncias por la manera en que el rey había obtenido el trono del Imperio, mediante sobornos a los príncipes electores. Ante esta situación, el reino comenzó a alimentar la idea de sustituir la figura del rey, tomando la iniciativa Toledo, que defendía metas mayores, como convertir a las ciudades castellanas en ciudades libres, similar a lo que ya ocurría con Génova y otros territorios italianos.​ Por el reino ya circulaba la idea de destronar a Carlos I y el acudir a Tordesillas para devolver a la reina Juana todos sus privilegios e importancia. Con estas ideas, la situación pasaba de ser una protesta contra la presión fiscal a tomar el perfil de una auténtica revolución, teniendo Castilla perfecto conocimiento de la situación y acogiendo con bastantes reservas las propuestas que realizó Toledo.

    Así pues, los comuneros se hicieron fuertes en el centro de la Meseta, y en otros núcleos, como Murcia, más alejada de la Meseta. Sin embargo, no hubo intentos de rebelión en otros lugares, como Galicia o el País Vasco. Los rebeldes buscaron expandir las ideas revolucionarias al resto del reino, pero su radio de acción se debilitaba a medida que se alejaba de las dos Castillas. Así, hubo intentos de llevar la revuelta a Andalucía y el País Vasco, pero no fructificaron. Los máximos logros conseguidos por los rebeldes fueron la instauración de una Comunidad en Plasencia, pero esta se veía mermada por la cercanía de núcleos realistas cercanos, como Ciudad Rodrigo o Cáceres; en Jaén, Úbeda y Baeza, únicas presentes en Andalucía, pero que con el tiempo pasaron al bando realista; y Murcia, que se encontraba bajo constante amenaza por parte de las ciudades realistas e influida por las Germanías presentes en el vecino Reino de Valencia.

    La llama se extiende por toda Castilla

    Localización del movimiento comunero sobre el territorio de la Corona de Castilla. En morado, las ciudades pertenecientes al bando comunero; en verde, aparecen las que se mantuvieron leales al rey. Las ciudades que estuvieron presentes en ambos bandos aparecen en ambos colores.

    La Junta de Ávila

    La Junta que reclamaba Toledo con las ciudades con derecho a voto terminó reuniéndose en el mes de agosto, en Ávila, pero solamente con cuatro ciudades presentes: Toledo, Segovia, Salamanca y Toro. Fue redactada la conocida como «Ley Perpetua del Reino de Castilla ó Constitución de Ávila»; primer proyecto, en España, de constitución política que nunca llegaría a ser firmada por la reina Juana.

    Asedio de Segovia

    Segovia, ciudad donde se libró el primer gran enfrentamiento entre Comuneros y Realistas.

    Tras este decepcionante resultado, la situación dio un vuelco cuando el 10 de junio el alcalde Rodrigo Ronquillo recibió la orden de investigar el reciente asesinato del procurador segoviano, pero en vez de eso, se dedicó a amenazar a los segovianos y a tratar de aislar a la ciudad impidiendo su aprovisionamiento. Ante esta situación, la población cerró filas en torno a la Comunidad y a su cabeza, Juan Bravo. La resistencia segoviana provocó que Ronquillo decidiera enviar al mayor número posible de soldados a pie y a caballo. Segovia entonces se echó en brazos de las ciudades castellanas, reclamando que acudieran en su auxilio y atendiendo su petición las ciudades de Toledo y Madrid, con el envío de milicias capitaneadas por Juan de Padilla y Juan de Zapata, sellándose la primera gran confrontación entre las fuerzas partidarias del rey y las rebeldes.

    Incendio de Medina del Campo

    Ante esta situación, Adriano de Utrecht se planteó la posibilidad de utilizar la artillería real localizada en Medina del Campo, haciéndola definitiva al recibir la información de la aproximación de la milicia de Padilla a Segovia. Adriano ordenó entonces a Antonio de Fonseca apoderarse de la artillería, presentándose este el 21 de agosto en Medina para acometer lo ordenado, pero al tratar de realizarlo, se encontró con una fuerte resistencia de la población, que interpretaba que la artillería iba a utilizarse contra Segovia. Como medida de distracción, Antonio de Fonseca ordenó provocar un pequeño incendio para intentar dispersar a los medinenses, pero no surtió efecto y finalmente hubo de retirarse junto a sus tropas. El incendio de Medina del Campo provocó la destrucción de una parte importante de la villa y el levantamiento de toda Castilla, especialmente de ciudades que hasta ahora se habían mantenido al margen, como Valladolid. El establecimiento de la Comunidad en Valladolid provocó que el núcleo más importante de la meseta se declarara en rebeldía, trastocando la situación y provocando que el Cardenal Adriano tratara de tomar el control de la situación por todos los medios. El nuevo panorama produjo nuevas adhesiones a la Junta de Ávila, en medio de una situación de indignación y descrédito hacia el Consejo Real.

    La Junta de Tordesillas

    Así pues, el ejército comunero integrado por las milicias de Toledo, Madrid y Segovia, en su ruta hacia Tordesillas, se encontraba en los alrededores de Martín Muñoz de las Posadas el día en que Fonseca incendiaba Medina, llegando a la villa de las ferias el 24 de agosto, para tomar posesión de la artillería que días atrás había sido negada a las tropas de Fonseca. El 29 de agosto el ejército arribó finalmente a Tordesillas, entrevistándose con la reina Juana e informándola de la situación del reino junto a los propósitos de la Junta de Ávila, y declarando la reina que la Junta se situara a su servicio. De esta forma, la Junta se trasladó de Ávila a Tordesillas y se invitó a las ciudades que todavía no habían enviado a sus procuradores a hacerlo, estando a finales de septiembre un total de catorce ciudades representadas en la Junta de Tordesillas: Burgos, Soria, Segovia, Ávila, Valladolid, León, Salamanca, Zamora, Toro, Toledo, Cuenca, Guadalajara, Murcia y Madrid. Solamente no acudieron las cuatro ciudades andaluzas: Sevilla, Granada, Córdoba y Jaén. Se delimitó entonces el área del movimiento comunero, en torno a la Meseta Central, y ya que la mayor parte del reino estaba representado en Tordesillas, la Junta pasó a denominarse como Cortes y Junta general del reino.

    Entrevista con la reina Juana

    A fecha de 24 de septiembre, los procuradores se entrevistaron con la reina y expusieron los fines de la Junta: proclamar la soberanía de la reina Juana y devolver la estabilidad perdida al reino. El día siguiente, 25 de septiembre, la Junta realizó una declaración comprometiéndose a utilizar las armas si esto fuera necesario y a auxiliar a cualquier ciudad que estuviera amenazada. El 26 de septiembre la Junta de Tordesillas decidió asumir ella misma la tarea de gobierno, desacreditando al Consejo Real y prendiendo, el 30 de septiembre, a sus últimos miembros que quedaban en Valladolid, dirigidos por Pedro Girón. En ese momento culminó el proceso y se instauró el gobierno revolucionario, ya que la Junta tenía vía libre por la inoperancia del Consejo Real.

    Los levantamientos

    Revueltas en señoríos

    La expansión de la rebelión comunera provocó la acusación de complicidad con los abusos reales extendida a todo el funcionariado castellano. La protesta comunera había nacido como queja ante excesos cometidos por la alta administración, pero pronto surgieron nuevas reivindicaciones ante otro tipo de perjuicios. Así ocurrió en Dueñas, cuando en la noche del 1 de septiembre de 1520 se sublevaron contra su señor los vasallos del conde de Buendía. A este levantamiento le siguieron otros de similar carácter antiseñorial. La Santa Junta se vio entonces obligada a tomar una posición: defender a los sublevados o a sus señores. En vista de que muchos de estos reclutaban hombres por su cuenta para garantizar su seguridad y tomar la justicia por su mano, la Junta decide apoyar dichas revueltas. La dinámica del levantamiento entró entonces en una nueva dimensión que podría comprometer la situación del régimen señorial en su conjunto, lo que provocó el alejamiento de la causa comunera de aristócratas y señores.

    Respuesta de Carlos I

    Ante la nueva situación, Carlos I, mediante el Cardenal Adriano, decidió emprender nuevas iniciativas políticas, como la de anular el servicio concedido en las Cortes de La Coruña-Santiago y nombrar dos nuevos gobernadores: el Condestable de Castilla, Íñigo de Velasco, y el Almirante de Castilla, Fadrique Enríquez. Además, Adriano consiguió acercar posturas con los nobles, a fin de convencerlos de que sus intereses y los del rey eran los mismos. Así pues, el Consejo Real se estableció en el feudo del Almirante, Medina de Rioseco, lo que permitió al consejo acercarse hacia las ciudades escépticas para tratar de acercarlas al bando realista, además de representar una amenaza hacia las ciudades sublevadas, ya que el ejército del Consejo Real estaba en formación.

    Crisis en ambos bandos

    Las primeras derrotas políticas de los comuneros llegaron en octubre de 1520, al conseguir instalarse los miembros del Consejo Real con total facilidad en Medina de Rioseco, con la capacidad de actuación bajo la protección del Almirante de Castilla, Fadrique Enríquez de Velasco, señor de la villa. De igual manera, las esperanzas que se habían depositado sobre la reina Juana no fructificaron, ya que esta se negaba a sellar algún compromiso o a plasmar su firma a modo de regente.

    A su vez, comenzaban a oírse voces discordantes dentro del propio bando, especialmente la de Burgos, que insistía en dar marcha atrás. La postura de esta ciudad pronto llegó a oídos del Condestable de Castilla, que bajo órdenes del rey procedió a entrar en la ciudad el 1 de noviembre, concediendo todo lo que se le reclamaba para desligar a Burgos de la Junta.

    Tras este suceso, el Consejo Real esperaba que otras ciudades imitaran a Burgos y abandonaran el bando comunero. El esperado cambio de bando estuvo a punto de producirse en Valladolid, pero los partidarios del rey fueron finalmente apartados de la vida política de la ciudad y esta se mantuvo en rebeldía por la decidida actuación de sus procuradores Alonso de Vera y Alonso de Saravia.

    En noviembre de 1520, el Almirante de Castilla comenzó una campaña para intentar convencer a los comuneros de su derrota y que no había más remedio que entregar las armas y evitar una represión armada. Bajo esta actitud, se escondía una gran carencia de fondos en el bando real, que terminó subsanándose con la ayuda financiera venida desde Portugal y el retorno de la confianza perdida por parte de los banqueros castellanos, que vieron buenos indicios en el cambio de bando de Burgos.

    Soluciones a la crisis

    Durante octubre y noviembre de 1520, ambos bandos se dedicaron activamente a recaudar fondos, reclutar soldados y organizar a sus tropas. El poder real superó la rebelión gracias al apoyo de la nobleza, de los grandes comerciantes castellanos, en un plano en el que la situación comenzaba a adquirir tintes militares. Los comuneros organizaban sus milicias en las principales urbes con el objetivo de asegurar el éxito de la rebelión en la ciudad y sus alrededores, sufragando los gastos con el dinero recaudado en impuestos y en imposiciones

    La Batalla de Tordesillas

    Consultar artículo completo de la Batalla de Tordesillas.

    Reorganización comunera

    Tras la derrota de Tordesillas, los comuneros comenzaron a reagruparse en Valladolid, donde se estableció la Junta, pasando la ciudad del Pisuerga a ser la tercera capital del movimiento, tras Ávila y Tordesillas.

    Así pues, el 15 de diciembre, la Junta ya se encontraba de nuevo activa en Valladolid, con doce de los catorce procuradores originales. Solamente faltaron los de Soria y Guadalajara. La situación del ejército era similar, con un gran número de deserciones en las tropas emplazadas en Valladolid y Villalpando, lo que obligó a intensificar el reclutamiento en las ciudades rebeldes, especialmente en Toledo, Salamanca y la propia Valladolid. Con estos nuevos reclutamientos, el aparato militar rebelde estaba reconstruido, y la moral reforzada, gracias a la presencia de Padilla en Valladolid. Con la llegada de 1521, los comuneros parecían ya dispuestos a una guerra total, pese a las voces discordantes dentro del propio movimiento. Por un lado había quienes proponían buscar una solución pacífica, y por otro quienes eran partidarios de continuar la lucha armada; a su vez divididos entre seguir dos tácticas: ocupar Simancas y Torrelobatón (propuesta menos ambiciosa y defendida por Pedro Laso de la Vega); o poner cerco a Burgos (grupo encabezado por Padilla). La Junta decidió seguir ambas iniciativas, tanto la pacifista como la belicista, y terminó fracasando en ambas.

    Las Iniciativas militares

    Hostigamiento a Tierra de Campos

    En el plano bélico, el ejército rebelde comenzó a desarrollar una serie de operaciones dirigidas por Antonio de Acuña, obispo de Zamora. Este había recibido órdenes de la Junta el día 23 de diciembre de intentar despertar la rebelión en la zona de Palencia. Su tarea consistía básicamente en expulsar a los realistas, recaudar impuestos en nombre de la Junta y nombrar una administración afín a la causa comunera. Realizó una serie de incursiones en la zona de Dueñas, recaudando más de 4000 ducados y exaltando a la población. Retornó a Valladolid a comienzos de 1521 para regresar a Dueñas el 10 de enero, dando comienzo a una gran ofensiva contra los señoríos de Tierra de Campos, dejando las posesiones de los señores totalmente devastadas.

    Hostigamiento a Burgos

    A mediados de enero, Pedro López de Ayala, conde de Salvatierra, adherido al movimiento comunero, había organizado un ejército de unos dos mil hombres y se dirigía hacia Medina de Pomar y Frías, buscando el levantamiento de las Merindades, tierra del Condestable de Castilla.

    Mientras tanto, Burgos, que llevaba ya dos meses fiel al bando real, aguardaba el cumplimiento de las promesas realizadas por el cardenal Adriano, lo que había provocado el descontento y la incertidumbre en la ciudad. Ayala y Acuña, conscientes de esta situación, decidieron cercar Burgos, el primero por el norte y el segundo por el sur, buscando el levantamiento de los comuneros burgaleses.

    Reacción realista

    Por parte del rey, Carlos I firmó el 17 de diciembre de 1520 el Edicto de Worms (no se confunda con el Edicto de Worms de 25 de mayo de 1521, contra Lutero), donde condenaba a 249 comuneros destacados: a muerte, si eran seglares; y a otras penas, si eran clérigos. De igual modo, declaraba también traidores, desleales, rebeldes e infieles a cuantos apoyaran a las Comunidades. Dicho Edicto, fue leído públicamente en Burgos el 16 de febrero de 1521.

    Desde el Consejo Real, se ordenó la ocupación del castillo de Ampudia, lo que provocó un gran desorden en el dispositivo organizado por los rebeldes. Ante dicha ocupación, la Junta envió a Padilla al encuentro de Acuña, uniéndose ambos en Trigueros del Valle y formando un ejército de aproximadamente 4000 hombres. Las tropas comuneras ocuparon Torremormojón, desplazando a los realistas, para centrarse en Ampudia, la cual se rindió el 16 de enero previo pago de tributo.

    Mientras tanto, la rebelión comunera prevista en Burgos para el 23 de enero fue todo un fracaso, debido a que se adelantó dos días. Los comuneros burgaleses hubieron de rendirse, siendo el último intento de rebelión acontecido en la cabeza de Castilla.

    La Batalla de Torrelobatón

    Consultar artículo completo de la Batalla de Torrelobatón

    Acuña en el sur

    Iglesia de la Virgen de Altagracia, en Mora, totalmente reconstruida tras su incendio por las tropas realistas.

    Tras la muerte de Guillermo de Croy, arzobispo de Toledo, en enero de 1521, desde la Junta, presente en Valladolid, se propuso a Antonio de Acuña como aspirante a la sede y se le encomendó la misión de tomar posesión del arzobispado.

    Acuña partió en febrero rumbo hacia Toledo, con una pequeña tropa bajo su mando. Recorrió localidades como Buitrago del Lozoya y Torrelaguna, donde anunció que iba a tomar posesión del arzobispado de Toledo. Esto levantó el entusiasmo entre los partidarios comuneros de Alcalá de Henares, que lo recibieron con vítores el 7 de marzo en dicha ciudad, y despertó el recelo en la aristocracia presente en la zona de Toledo, que temía que Acuña pudiera actuar en sus tierras como ya hizo en Tierra de Campos. Entre los aristócratas más importantes presentes en la zona se encontraban el marqués de Villena y el duque del Infantado, que enseguida trataron de ponerse en contacto con Acuña, firmando un pacto mutuo de neutralidad.

    Sin embargo, sí hubo de enfrentarse con el prior de la Orden de San Juan, Antonio de Zúñiga, presente en Consuegra y nombrado por los regentes jefe de las fuerzas realistas presentes en la zona de Toledo.​ Acuña recibió informaciones sobre la presencia del prior cerca de Corral de Almaguer a mediados de marzo, por lo que salió tras él, buscando batalla cerca de Tembleque.​ El prior consiguió repeler el ataque, para lanzar uno improvisado entre Lillo y El Romeral, infligiendo una contundente derrota a Acuña, el cual trató de minimizarla, llegando incluso a afirmar que había salido victorioso del enfrentamiento.

    Tras la victoria del prior de la Orden de San Juan, Acuña se encaminó hacia Toledo, presentándose en la Plaza de Zocodover el 29 de marzo, Viernes Santo. La multitud lo rodeó y lo llevó directamente a la catedral, reclamando la silla del arzobispo para él.​ Al día siguiente, 30 de marzo, se entrevistó con María Pacheco, mujer de Padilla y que dirigía la comunidad toledana en ausencia de su marido. Surgió entre ambos una rivalidad por el control, que se resolvió con intentos mutuos de reconciliación.

    Una vez asentado en el arzobispado toledano, Acuña comenzó a reclutar a hombres de 15 a 60 años para volver a combatir a las tropas del prior de San Juan. Tras la quema de Mora el 12 de abril​ por las tropas realistas, parte de Toledo con 1500 hombres a sus órdenes, instalándose primeramente en Yepes. Desde allí dirigió operaciones contra las zonas rurales, destruyendo primero Villaseca de la Sagra y prestando batalla contra las tropas del prior en la zona cercana al Tajo, en Illescas.

    La Batalla de Villalar

    Consultar artículo completo de la Batalla de Villalar

    El fin de la guerra

    Tras la batalla de Villalar, las ciudades de Castilla la Vieja no tardaron en sucumbir al potencial de las tropas del rey, volviendo todas las ciudades del norte a prestar lealtad al rey a primeros de mayo. Únicamente Madrid y Toledo, especialmente esta última, mantuvieron vivas sus comunidades durante un tiempo mayor.

    La resistencia de Toledo

    Las primeras noticias de Villalar llegaron a Toledo el 26 de abril, siendo ignoradas por parte de la Comunidad local.​ La certeza de la derrota se hizo evidente a los pocos días, cuando comenzaron a llegar los primeros supervivientes a la ciudad, que confirmaron el hecho y dieron testimonio del ajusticiamiento de los tres líderes rebeldes. Fue entonces cuando Toledo se declaró en duelo por la muerte de Juan de Padilla.

    Tras la muerte de Padilla, Acuña perdió popularidad entre los toledanos, en favor de María Pacheco, viuda de Padilla. Comenzaban a surgir voces que solicitaban la negociación con los realistas, buscando el evitar el sufrimiento de la ciudad, más aún tras la rendición de Madrid el 7 de mayo. Todo parecía indicar que la caída de Toledo era cuestión de tiempo.

    En este contexto, Acuña abandonó la ciudad, intentando huir al extranjero por la frontera del Reino de Navarra. En ese momento, se produjo la invasión francesa de Navarra, siendo Acuña reconocido y detenido en la frontera.

    La invasión francesa provocó que el ejército realista hubiera de concentrarse en expulsar a los franceses de Navarra, postergando momentáneamente el restituir la autoridad del rey en Toledo. ​A partir de ese momento, María Pacheco asumió el control de la ciudad, instalándose en el Alcázar, recabando impuestos y fortaleciendo las defensas.​ Solicitó la intervención del marqués de Villena para negociar con el Consejo Real, con el objetivo de obtener unas mejores condiciones que negociando directamente.

    La rendición de Toledo

    El marqués de Villena terminó abandonando las negociaciones entre ambos bandos, por lo que María Pacheco asumió de manera personal las negociaciones con el prior de la Orden de San Juan. El pacto de rendición de Toledo fue acordado el 25 de octubre de 1521 gracias a la intervención de Esteban Gabriel Merino, arzobispo de Bari y enviado del prior de San Juan.

    Así pues, el 31 de octubre los comuneros abandonaron el Alcázar toledano y el arzobispo de Bari nombró a los nuevos funcionarios.

    La revuelta de febrero de 1522

    Tras la vuelta al orden de Toledo, el nuevo corregidor de la ciudad acató las órdenes recibidas de restablecer al completo la autoridad del rey en la ciudad, dedicándose a provocar a los antiguos comuneros.María Pacheco continuaba presente en la ciudad, y se negaba a entregar las armas hasta que el rey firmara de forma personal los acuerdos alcanzados con el prior de San Juan. Por ello, el corregidor toledano exigía la cabeza de María Pacheco.

    La situación llegó a un extremo cuando el 3 de febrero de 1522 se ordenó apresar a un agitador, a lo que los comuneros se opusieron. Se inició entonces un enfrentamiento, subsanado gracias a la intervención de María de Mendoza y Pacheco condesa de Monteagudo de Mendoza, hermana de María Pacheco.​ Se concedió una tregua, que supuso la derrota de los comuneros, pero que fue aprovechada por María Pacheco para escapar a Portugal, donde se exilió hasta su muerte, en 1531.

    El Perdón General de 1522

    Carlos I regresó a España el 16 de julio de 1522, instalando la corte en Palencia. A partir de la llegada del rey, la represión contra los excomuneros avanzaría a un ritmo mayor. Así lo demuestra la ejecución de Pedro Maldonado, líder salmantino y primo de Francisco Maldonado, ejecutado en Villalar.

    Carlos I permaneció en Palencia hasta finales del mes de octubre, trasladándose a Valladolid, donde el 1 de noviembre se promulgó el Perdón General, que daba la amnistía a quienes habían participado del movimiento comunero. Sin embargo, un total de 293 personas -pertenecientes a todas las clases sociales y entre las que se incluían María Pacheco y el Obispo Acuña- fueron excluidas del Perdón General.

    Se estima que fueron un total de cien los comuneros ejecutados desde la llegada del rey, siendo los más relevantes Pedro Maldonado y el Obispo Acuña, siendo este último ajusticiado en el castillo de Simancas el 24 de marzo de 1526, tras un intento frustrado de fuga. A raíz de esta ejecución, Carlos I fue excomulgado por ordenar el ajusticiamiento de un prelado de la iglesia.

    Las relaciones entre los dos poderes universales sufrieron grandes altibajos tras la elección de un papa tan favorable como fue el mismísimo Adriano de Utrecht (1522-1523), y pasaban por un momento muy negativo con el profrancés Clemente VII (1523-1534), que acabó sufriendo el saco de Roma (1527), tras lo que se vio obligado a reconciliarse con Carlos y coronarle emperador en Bolonia (1530).

    Las consecuencias de la guerra

    Las consecuencias fundamentales de la Guerra de las Comunidades fueron la pérdida de la élite política de las ciudades castellanas, en el plano de la represión real; y en las rentas del Estado. El poder real se veía obligado a indemnizar a aquellos que perdieron bienes o sufrieron daños en sus posesiones durante la revuelta. Las mayores indemnizaciones correspondían al Almirante de Castilla, por los daños sufridos en Torrelobatón y los gastos ocasionados en la defensa de Medina de Rioseco. Le seguían el Condestable y el obispo de Segovia.

    La forma de pago de estas indemnizaciones se solucionó mediante un impuesto especial para toda la población de cada una de las ciudades comuneras. Estos impuestos mermaron las economías locales de las ciudades durante un periodo aproximado de veinte años, debido a la subida de precios.​ De igual modo, la industria textil del centro de Castilla perdió todas sus oportunidades de convertirse en una industria dinámica.

    La nobleza queda definitivamente neutralizada frente a la triunfante monarquía autoritaria; su segmento alto o aristocracia, se vio compensada por su apoyo al emperador, con cuyos intereses quedaba identificada estrechamente, pero quedando clara la subordinación de súbditos a monarca. Las Cortes de Toledo de 1538, últimas a las que se convocó a la nobleza como brazo o estamento, sancionaron esa nueva forma de gobernar la Corona de Castilla, pieza central de lo que ya puede llamarse la Monarquía Católica o Monarquía Hispánica de los Habsburgo. A esas alturas, los sueños de la Idea imperial de Carlos V habían quedado en gran parte diluidos, lo que quedó confirmado en el reinado de su hijo Felipe II.

     

     

     

    Atribución imagen:

    De Rastrojo (D•ES) – self-made, from image:Corona de Castilla 1400.svg. Source for city control: Díaz Medina, Ana (03-2006). «Héroes de Castilla: Los Comuneros». Historia National Geographic (nº 27): p. 92-103., CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=3788239

     

  • La batalla de Torrelobatón

    La batalla de Torrelobatón

    Preludio

    Torre del homenaje del castillo de Torrelobatón, última plaza de la localidad en rendirse a los comuneros.

    Tras el fracaso acontecido en Burgos, Padilla decidió regresar a Valladolid, mientras que Acuña optó por reemprender su hostigamiento a las propiedades de los señores en Tierra de Campos. Con esta serie de acciones, Acuña pretendía destruir u ocupar las plazas imperantes de los señores, otorgando a la revuelta comunera uno de sus rasgos más característicos de su segunda etapa: su rechazo al orden social basado en el régimen señorial.

    Así pues, después de los últimos fracasos sufridos por los comuneros, Padilla deseaba obtener un triunfo para elevar la moral de la tropa y de todo el movimiento. Fue entonces cuando se decidió a tomar Torrelobatón y su castillo. Era una plaza fuerte a medio camino entre Tordesillas y Medina de Rioseco, y muy cercana a Valladolid, por lo que podía ser una excelente base para emprender acciones militares.

    Desarrollo

    El 21 de febrero de 1521 comenzó el asedio de la villa, que resistió durante cuatro días, gracias a sus murallas. El 25 de febrero los comuneros conseguían entrar en la localidad. Esta fue sometida a un enorme saqueo como premio a las tropas, del que solamente se salvaron las iglesias. El castillo continuó resistiendo, pero terminó rindiéndose ante la amenaza de ahorcar a todos los habitantes si no claudicaba, no antes de acordarse la conservación de la mitad de los bienes que se encontraran en el castillo, evitando así su saqueo.

    Consecuencias

    La victoria en Torrelobatón levantó los ánimos en el bando comunero, hasta el punto de sembrar el entusiasmo, mientras que en el bando realista, provocó la inquietud ante el avance rebelde. Esta inquietud alteró a los nobles fieles al cardenal Adriano, que se acusaban mutuamente de no haber hecho nada para evitar la pérdida de Torrelobatón. Asimismo, el Condestable comenzó a enviar tropas a la zona de Tordesillas, a modo de refuerzos y como guarnición ante los comuneros.

    Pero pese al entusiasmo presente entre los rebeldes, estos decidieron mantenerse en sus posiciones de los Montes Torozos, sin lanzar ningún ataque, lo que provocó que muchos de los soldados comuneros volvieran a sus casas, cansados de esperar los sueldos y nuevas órdenes.

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  • La historia de la Casa de Trastámara

    La historia de la Casa de Trastámara

    La Casa de Trastámara fue una dinastía de origen castellano que reinó en la Corona de Castilla de 1369 a 1555, la Corona de Aragón de 1412 a 1555, el Reino de Navarra de 1425 a 1479 y el Reino de Nápoles de 1458 a 1501 y de 1504 a 1555.

    El Origen; La Casa de Borgoña de Castilla

    Tuvo su origen en el matrimonio de la infanta Urraca —hija de Alfonso VI de León y de Constanza de Borgoña— con Raimundo de Borgoña, al cual se le encomendó el gobierno del condado de Galicia en 1093, que fue reducido al norte del río Miño en 1096. Raimundo era hijo del conde Guillermo I de Borgoña y cuya madre de filiación no documentada era Estefanía de Borgoña. El matrimonio de Raimundo con Urraca engendró al futuro Alfonso VII «el Emperador» (o bien Alfonso Raimúndez), rey de León y Castilla.

    No se debe confundir la casa de Borgoña castellana con la casa de Borgoña portuguesa, la cual procede de una rama secundaria de los Capetos que gobernaba en el ducado de Borgoña. Las dinastías regias castellana y portuguesa descendían de dos primos, Alfonso VII de León y Alfonso I de Portugal, que pertenecían respectivamente, a los linajes del condado de Borgoña y del ducado de Borgoña. La dinastía continuó en Castilla hasta la muerte de Pedro I «el Cruel» en 1369, de manos de su hermanastro y sucesor Enrique II «el de las Mercedes» de la nueva Dinastía de Trastámara (que no es pues sino una rama secundaria de la dinastía de Borgoña).

    Alfonso VII de León

    Alfonso VII de León, llamado «el Emperador» (Caldas de Reyes, 1 de marzo de 1105 – Santa Elena , 21 de agosto de 1157), fue rey de León y de Castilla entre 1126 y 1157. Hijo de la reina Urraca I de León y del conde Raimundo de Borgoña, fue el primer rey leonés miembro de la Casa de Borgoña, que se extinguió en la línea legítima con la muerte de Pedro I, quien fue sucedido por su hermano paterno Enrique, primer rey Trastámara.

    Retomando la vieja idea imperial de Alfonso III y Alfonso VI, el 26 de mayo de 1135 fue coronado Imperator totius Hispaniae (Emperador de España) en la Catedral de León, recibiendo homenaje, entre otros, de su cuñado Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona.

    La Casa de Trastámara

    La Casa, una rama menor de la reinante Casa de Borgoña, toma su nombre del Condado de Trastámara (del latín: Tras Tamaris, ‘más allá del río Tambre’) en el noroeste de Galicia, título que ostentaba antes de acceder al trono Enrique II (1369-1379) tras la guerra civil que terminó con el asesinato en 1369 de su hermanastro Pedro I.

    Bajo los diferentes reinados de los Trastámara se debilitó la autoridad monárquica conseguida por Pedro I y el desarrollo económico que había sido impulsado por la burguesía. A la vez, bajo sus gobiernos se manifiesta muy bien una política que llevará más adelante hacia las llamadas monarquías autoritarias. Lograron involucrar a Castilla en la Guerra de los Cien Años, permitiendo a la diplomacia europea inmiscuirse en los asuntos del reino.

    La Casa de Trastámara pasó a reinar en Aragón mediante el compromiso de Caspe (1412), que puso fin a la crisis sucesoria originada por la muerte sin descendencia de Martín I el Humano en 1410. Allí, contrariamente a la pérdida de autoridad que sufrían los Trastámaras castellanos, la rama aragonesa luchó por afianzar el poder del Rey en unos territorios donde las Constituciones y Fueros de cada reino le limitaban la capacidad de acción. Fernando I manifestó su rechazo a estos fueros, y a la larga, bajo Juan II de Aragón y Fernando el Católico, los Trastámara pudieron superar parte de los escollos de la peculiar organización feudalizante de la Corona de Aragón, aunque debido a la guerra entre Juan II y la Diputación del General, Aragón, y en especial Cataluña, quedaron atrás en la recuperación económica que se desarrollaba desde la debacle de la Peste Negra y la Crisis del siglo XIV.

    La última monarca de esta casa en gobernar en España fue la reina Juana I la Loca, que por su matrimonio con Felipe I el Hermoso y a través del hijo de ambos, Carlos I, dio paso al gobierno de España por reyes de la Casa de Austria.

  • Las aceifas o razias contra Castilla

    Las aceifas o razias contra Castilla

    Situamos el contesto de aceifa o razia, en la Península Ibérica, las razias musulmanas recibieron el nombre de Aceifas, del árabe al-ṣayfa: «Expedición bélica sarracena (arameo šarqqiyyīn, pl. de šarq: «oriental» – que en latín se adoptó como Sarracēni: «Natural de la Arabia Feliz, (u oriundo de ella)» que se hace en verano.

    El nombre viene a su vez del árabe ṣā’ifah, que inicialmente significaba «cosecha», pero que a lo largo del tiempo se utilizó como «expedición militar», debido a la «cosecha» de bienes en los saqueos, y a que también solía realizarse en verano.

    Las primeras razias importantes contra territorio cristiano peninsular comenzaron tras la derrota de Bermudo I por el andalusí Hisham I en la batalla de Burbia (791), llegando a saquear la ciudad de Oviedo en el 794.[8]

    Las aceifas moras se vieron interrumpidas con el ascenso al trono astur de Alfonso II el Casto y la victoria cristiana en la batalla de Lutos, dando inicio en respuesta a una serie de razias cristianas, como la efectuada en 798 contra Lisboa.

    Las luchas internas en el emirato de Córdoba interrumpieron las incursiones, al menos de forma intensiva, hasta el ascenso al trono de Abderramán II. Tras acabar con las pretensiones de su tío Abdalá al trono y sofocar una revuelta en Murcia, organizó aceifas anuales contra los cristianos (en su mayor intensidad llegaron a organizarse hasta tres el mismo año). La mayoría se dirigió contra Álava y, especialmente, Galicia, que era la región del Reino de Asturias más vulnerable. Pese a ello, no faltaron tampoco los ataques contra Ausona (Vich), Barcelona, Gerona e incluso Narbona en las expediciones de los años 828, 840 y 850.

    En el derecho malikí existía un precepto sobre cómo se había de realizar la guerra santa: La guerra santa debe efectuarse cada año, con una fuerza militar suficiente, hacia el lado más expuesto. Es un deber de solidaridad (unos contribuyendo con sus personas, otros con sus bienes) que se impone a todo varón de condición libre, púber y válido, incluso bajo la dirección de un jefe inicuo.[10] Fueros de la familia Cuenca-Teruel

    Dicho precepto fue cumplido con celo por Almanzor. En el año 981, en que Hisham II delega sus poderes en el caudillo, que es nombrado al-Mansür bi-llah («El Victorioso de Dios»), organiza hasta cinco expediciones en tierras cristianas.

    A su muerte, tras la batalla de Calatañazor (1002), Almanzor dejó un legado terrible: hasta 52 campañas militares victoriosas a los reinos cristianos, de las cuales las más conocidas son las aceifas organizadas a Barcelona (985) y Santiago de Compostela (997), donde según la leyenda hizo cargar a esclavos cristianos con las campanas de la catedral hasta Córdoba. Pero tampoco se vieron libres un gran número de monasterios cristianos como el de San Millán, ciudades portuguesas, o las capitales de los reinos cristianos de Pamplona y León, que llegó a saquear hasta cuatro veces.

    Durante la dominación almorávide y almohade las aceifas se dirigieron tanto a territorio cristiano como a territorio musulmán. Los almorávides incursionaron todo el norte de África llegando hasta Ghana. El fanatismo de estos nuevos invasores provocó que algunos reyezuelos de taifas se aliaran con los reyes cristianos del norte, convirtiéndose también en objetivos de las aceifas veraniegas.

    Las últimas aceifas importantes en territorio peninsular se producirían poco después de la batalla de Alarcos, en 1198 a Madrid y en 1199 a Guadalajara. La batalla de las Navas de Tolosa (1212) arruinaría definitivamente el poder militar almohade. Al-Ándalus no volvería a pasar a la ofensiva.

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  • Redefiniendo la Historia: El Renacimiento de la ‘Corona de Castilla’ en una España Transformada post Amnistía y Referendum catalán y vasco

    Redefiniendo la Historia: El Renacimiento de la ‘Corona de Castilla’ en una España Transformada post Amnistía y Referendum catalán y vasco

    España Post-Independentismo: ¿El Retorno a «La Corona de Castilla»?

    Desde tiempos inmemoriales, la identidad nacional de un país ha sido moldeada por acontecimientos, decisiones y, a menudo, por la política. Hoy, nos encontramos en un momento crucial en la historia de España. Los actos de malversación de caudales públicos y el intento de un referéndum ilegal en Cataluña ha llevado al actual gobierno español a considerar una amnistía para los independentistas catalanes. No obstante, si este escenario culminase en la independencia de Cataluña y, posteriormente, del País Vasco, ¿debería España reconsiderar su identidad nacional y volver a sus raíces como la «Corona de Castilla«?

    1. Historia y Identidad: La Corona de Castilla, surgida tras la unión de los reinos de León y Castilla en el siglo XIII, fue uno de los principales protagonistas en la formación de lo que hoy conocemos como España. Fue la potencia que lideró la Reconquista y, posteriormente, emprendió la expansión ultramarina en el Nuevo Mundo. En la modernidad, la reforma borbónica unificó diversas coronas y territorios bajo el nombre de «España».

    2. Cataluña y País Vasco: Dos Realidades Históricas Diferentes Ambas regiones han mantenido fuertes identidades propias, con lenguas, culturas y tradiciones distintas. Aunque formaron parte de la estructura política y territorial de España, han tenido episodios de descontento y aspiraciones independentistas.

    3. Reconociendo la Realidad Política Post-Independencia: Si ambas regiones alcanzasen la independencia, el mapa político y territorial de España se vería profundamente alterado. Sin Cataluña y el País Vasco, ¿podría España seguir considerándose España en su totalidad? Podría argumentarse que, ante la pérdida de estos territorios históricos, retornar al nombre de «Corona de Castilla» sería un paso lógico y significativo.

    4. Implicaciones Internacionales: En un mundo globalizado, la percepción internacional es esencial. Renombrar a España podría generar un nuevo inicio, reforzando la identidad de las regiones restantes y reorientando la visión internacional hacia esta «nueva» entidad política.

    La política y la historia están íntimamente entrelazadas. Si Cataluña y el País Vasco siguieran el camino de la independencia, España enfrentaría un momento decisivo en su historia. El retorno al nombre de «Corona de Castilla» no solo sería un homenaje a su legado histórico, sino también una reafirmación de su identidad en un escenario post-independentista. Sin embargo, esta decisión, como todas, debería ser tomada considerando la voluntad del pueblo y el impacto en la cohesión nacional y la proyección internacional.

    La Reconfiguración de España: ¿Es «Corona de Castilla» la Respuesta ante una Potencial Separación Catalana y Vasca?

    Introducción

    La estructura política y territorial de España, tal como la conocemos hoy, es el resultado de siglos de evolución, fusiones y conflictos. En medio de tensiones recientes y el debate sobre la amnistía para independentistas catalanes, se plantea una cuestión clave: Si Cataluña y el País Vasco se separaran, ¿debería España reconsiderar su denominación y modelo de estado?

    Historia: La Corona de Castilla y la Reforma Borbónica

    La Corona de Castilla surgió tras la unión de los reinos de León y Castilla en el siglo XIII. Representó un poder dominante en la península, impulsando la Reconquista y posteriormente la expansión ultramarina. Sin embargo, fue la Reforma Borbónica del siglo XVIII la que unificó los territorios de la Corona de Castilla y la Corona de Aragón bajo una administración centralizada, formando lo que es ahora España.

    Los Fueros y su Supresión

    Los fueros eran conjuntos de leyes y privilegios que regían territorios específicos, como Navarra y el País Vasco. Aunque la Reforma Borbónica buscó centralizar y homogenizar la administración, fue la abolición de los fueros en el siglo XIX lo que culminó en un estado más unificado.

    Legalidad Internacional y el Derecho a la Autodeterminación

    La Carta de las Naciones Unidas establece el principio de autodeterminación de los pueblos. Sin embargo, los tratados de la Unión Europea, como el Tratado de Lisboa, no contemplan claramente la secesión de una región de un Estado miembro. La Constitución Española de 1978, por su parte, no reconoce el derecho a la autodeterminación y establece la indisolubilidad de la nación española.

    Una «Nueva» Identidad Política: República o Monarquía

    La cuestión sobre si una España reconfigurada debería ser republicana o monárquica es compleja. La tradición monárquica está arraigada en la historia española, pero las voces republicanas también tienen peso, especialmente en momentos de crisis institucional.

    Reconfigurar España tras una hipotética independencia catalana y vasca requiere un análisis profundo no solo de su historia, sino también del entramado legal internacional y europeo. El retorno al nombre de «Corona de Castilla» podría ser simbólico, pero la definición del modelo de estado será un debate esencial para la cohesión y estabilidad futura.

    La Influencia del Modelo de Estado en la Identidad Nacional

    Cada modelo de estado lleva consigo ciertos valores y símbolos que pueden influir en la identidad colectiva de un país. Por ejemplo, una monarquía puede enfocarse en la continuidad, la tradición y la unidad nacional, mientras que una república podría resaltar la soberanía popular y la participación ciudadana.

    El Desafío de la Coexistencia Regional

    Incluso si Cataluña y el País Vasco se separaran, España seguiría siendo un país diverso, con regiones como Galicia, Andalucía y las Islas Baleares, cada una con sus propias lenguas, culturas y tradiciones. El modelo de estado debería ser inclusivo y garantizar una coexistencia armónica. Los antiguos fueros, por ejemplo, podrían servir de inspiración para un federalismo más profundo, donde cada región tenga autonomía pero comparta ciertos valores y objetivos nacionales.

    Implicaciones Económicas y Relaciones Internacionales

    La independencia de Cataluña y el País Vasco tendría también fuertes implicaciones económicas. Estas regiones son vitales para la economía española, por lo que la pérdida podría llevar a España a reconfigurar sus relaciones económicas y buscar nuevas alianzas comerciales. Además, desde el punto de vista de las relaciones internacionales, la imagen de España en el mundo podría cambiar, llevando al país a fortalecer lazos con América Latina, por ejemplo, dada la histórica conexión con la Corona de Castilla.

    Un Renacer Cultural y Social

    Finalmente, una España reconfigurada tendría la oportunidad de redescubrirse cultural y socialmente. Un nuevo nombre y modelo de estado podrían llevar a una revalorización de las tradiciones castellanas, pero también a la inclusión y el respeto de las demás culturas regionales.

    La hipotética independencia de Cataluña y el País Vasco generaría un reto sin precedentes para España. Sin embargo, la historia ha demostrado que las crisis también pueden ser oportunidades. Ya sea bajo el nombre de «Corona de Castilla» o con otro modelo de estado, la clave estará en la adaptabilidad, la inclusión y el respeto por la diversidad.

     

    Bibliografía

    1. Moreno, L. (2001). La federalización de España. Siglo XXI de España Editores.
    2. Carreras, A., & Tafunell, X. (2005). Estadísticas históricas de España, siglos XIX-XX. Fundación BBVA.
    3. Fernández Albaladejo, P. (1992). España y la reforma borbónica. Ediciones Akal.
    4. Llordén Miñambres, I. (2000). La abolición de los fueros vascos: reforma y reacción en el País Vasco (1808-1936). Ediciones Universidad de Salamanca.
    5. Carta de las Naciones Unidas (1945), Artículo 1.
    6. Tratado de Lisboa (2007), Artículo 4.
    7. Constitución Española (1978), Artículo 2.
  • El Código Invencible: Honor y Pasión en la Castilla del Siglo de Oro

    El Código Invencible: Honor y Pasión en la Castilla del Siglo de Oro

    El Honor en la Cultura Castellana del Siglo de Oro: Pilar de la Identidad y la Sociedad

    El Siglo de Oro español, que abarca los siglos XVI y XVII, representa una de las épocas más brillantes y trascendentes de la literatura, el arte y la cultura en España. En medio de esta efervescencia cultural, el concepto de honor surgió como un valor cardinal, un principio fundamental que modeló tanto la vida cotidiana como la obra literaria de la época. En la cultura castellana, el honor no era simplemente una virtud abstracta, sino una intrincada red de deberes, expectativas y responsabilidades que influían en la identidad, las relaciones y la estructura social.

    Honor personal y colectivo

    El honor en la Castilla del Siglo de Oro no solo concernía al individuo. Afectaba a la familia, al linaje y, por extensión, a toda la comunidad. Una afrenta al honor de un individuo se percibía como una mancha en el prestigio de toda su estirpe, y podía tener consecuencias que perduraran generaciones. En este contexto, la protección y defensa del honor se convirtieron en una prioridad vital.

    Literatura: Reflejo y crítica del honor

    La literatura del Siglo de Oro es rica en tramas centradas en el honor. Dramaturgos como Calderón de la Barca y Lope de Vega presentaron complejas situaciones donde el honor se encontraba en juego, ofreciendo no solo entretenimiento, sino también un espejo crítico de la sociedad. Las obras de Cervantes, particularmente «Don Quijote», cuestionan y parodian las obsesiones honoríficas de la sociedad castellana, poniendo de relieve las tensiones entre ideales y realidades.

    Mujer y honor: Una relación compleja

    La mujer ocupaba un lugar central en las cuestiones de honor en esta época. Su virtud y comportamiento no solo reflejaban su propio honor, sino el de su familia. Esta concepción del honor femenino llevó a una vigilancia constante y a menudo opresiva de las mujeres, limitando su autonomía y libertad.

    Duelos y venganzas: El precio del honor

    La defensa del honor podía llevar a consecuencias mortales. El duelo, aunque oficialmente prohibido en muchos períodos, persistió como una práctica aceptada socialmente para resolver ofensas honoríficas entre hombres. Las tensiones por cuestiones de honor a menudo culminaban en venganzas sangrientas, reflejando la profunda seriedad con la que se tomaban estas cuestiones.

    El concepto de honor en la cultura castellana del Siglo de Oro era mucho más que un simple valor ético. Era una fuerza omnipresente que dictaba comportamientos, moldeaba relaciones y dejaba una huella indeleble en la literatura y el arte de la época. Aunque hoy en día nuestras nociones de honor han evolucionado y difieren en muchos aspectos, la intensidad con la que vivieron y representaron el honor en el Siglo de Oro ofrece una ventana fascinante a la mentalidad y sensibilidades de una época dorada.

  • La Batalla de Villalar

    La Batalla de Villalar

    La batalla de Villalar fue un enfrentamiento armado librado durante la Guerra de las Comunidades de Castilla que enfrentó el 23 de abril de 1521 en Villalar a las fuerzas realistas partidarias del rey Carlos I de España, capitaneadas por Íñigo Fernández de Velasco y Mendoza, condestable castellano que ejercía de gobernador del reino por la ausencia del monarca,​ y las comuneras de la Santa Junta conformada en Ávila en julio del año anterior.

    Las consecuencias del enfrentamiento fueron profundas, ya que la derrota comunera y el ajusticiamiento de sus líderes un día después puso fin casi por completo al conflicto —excepto en Toledo, donde la resistencia se prolongó hasta febrero de 1522.

    El ejército comunero se encontraba acuartelado en la localidad vallisoletana de Torrelobatón, tras haberla tomado en el mes de febrero de 1521. Juan de Padilla mantenía a sus hombres dentro del castillo a la espera de poder partir hacia Valladolid o Toro. Mientras tanto, el ejército del Condestable avanzaba hacia el sur, y el día 21 de abril se instalaba en Peñaflor de Hornija, donde se le unieron las tropas del Almirante y los señores, esperando movimientos del ejército comunero. A su mando figuraban además las fuerzas alistadas en el repartimiento efectuado por el Ayuntamiento de Burgos.

    Por otra parte la Santa Junta, establecida en Valladolid, decidió enviar a Padilla los refuerzos que él solicitaba: un contingente de artillería. El regidor Luis Godinez se negó rotundamente ponerse al frente de él, por lo que el puesto terminó siendo detentado el 18 de abril por el colegial Diego López de Zúñiga. La situación de los comuneros en Torrelobatón se tornaba cada momento más crítica, por lo que el universitario decidió el día 20 ponerse en marcha con el contingente sin recibir órdenes expresas de la Comunidad.

    El 22 de abril los comuneros no hicieron más que avistar las posiciones enemigas enviando patrullas, sin decidirse aún a abandonar Torrelobatón.​ El ejército rebelde salió por fin el día 23 de abril de 1521 de madrugada hacia Toro, ciudad levantada en comunidad.​ Era un día de lluvia, el menos propicio para hacer un desplazamiento militar. Los soldados del ejército comunero habían presionado horas antes a Padilla para que realizara algún movimiento en la zona. Este decidió partir hacia Toro en busca de refuerzos y aprovisionamiento. El ejército fue recorriendo el camino hacia Toro siguiendo el curso del riachuelo Hornija, y pasaron por los pueblos de Villasexmir, San Salvador y Gallegos.​ Cuando llegaron a la altura de Vega de Valdetronco, la batalla ya era inevitable. La lluvia seguía cayendo con fuerza, y Padilla se vio obligado a buscar un lugar propicio donde presentar la batalla.

    La primera localidad elegida fue Vega de Valdetronco, pero el ejército no atendía a las órdenes que él daba. La siguiente localidad en el camino hacia Toro, pasada Vega de Valdetronco, era Villalar, y aquel fue el lugar donde se desarrollaría la batalla, concretamente, en el Puente de Fierro.

    El ejército comunero, en clara inferioridad respecto a las tropas de Carlos V, intentó que la batalla se produjera dentro del pueblo. Para ello, instalaron los cañones y demás piezas de artillería en sus calles.

    Muchos de los combatientes aprovecharon la incertidumbre inicial para huir a sus localidades de origen u otras cercanas a Villalar. Pero los comuneros ni siquiera tuvieron la oportunidad de desplegar sus fuerzas, pues la caballería realista se lanzó al ataque de forma fulminante sin esperar la llegada de la infantería del Condestable. Esta se presentó cuando la contienda ya había concluido.

    Tras la batalla

    Los destacados líderes comuneros Padilla, Bravo y Maldonado lucharon hasta ser capturados. Al día siguiente, 24 de abril, los jueces Cornejo, Salmerón y Alcalá los encontraron culpables «en haber sido traidores de la corona real de estos reinos» y los condenaron «a pena de muerte natural y a confiscación de sus bienes y oficios». Después de confesarse con un fraile franciscano, fueron trasladados a la plaza del pueblo, en la que se encontraba la picota donde eran ejecutados los delincuentes, y allí fueron decapitados por un verdugo, que utilizó una espada de grandes dimensiones.

    Los soldados del ejército comunero que lograron huir, lo hicieron en su mayoría a Toro perseguidos por el conde de Haro y una parte del maltrecho ejército pasó a Portugal por la frontera de Fermoselle. El resto se reunió con Acuña y María Pacheco en Toledo, reforzando la resistencia de la ciudad del Tajo varios meses más. La batalla se saldó finalmente con la muerte de 500 a 1000 soldados comuneros y la captura de otros 6000 prisioneros.

     

  • Revuelta del 3 de febrero de 1522

    Revuelta del 3 de febrero de 1522

    La revuelta del 3 de febrero de 1522 fue un enfrentamiento que tuvo lugar en dicha fecha dentro de la ciudad de Toledo, entre comuneros y realistas, y que tuvo como consecuencia la derrota definitiva de los antiguos rebeldes y la huida de María Pacheco de la ciudad.

    La capitulación de Toledo a finales de octubre de 1521 no selló por completo la paz dentro de la ciudad. Por un lado los comuneros, con la viuda de Juan de Padilla a la cabeza, seguían conservando las armas y el prestigio de sus días. Por el otro, las nuevas autoridades pretendían llevar a cabo la represión y al mismo tiempo anular el acuerdo alcanzado al considerarlo inadmisible.

    Todo comenzó en la noche del día 2 de febrero, cuando multitud de hombres armados se congregaron junto a la casa de María Pacheco. Las autoridades detuvieron a un presunto agitador y lo condenaron a morir en la horca, por lo que al día siguiente —pese a las negociaciones entre los dirigentes de ambos bandos— los comuneros intentaron arrebatar al reo de la cárcel, dando inicio así a los primeros enfrentamientos con las fuerzas del orden. La batalla siguió por varias horas más, hasta que al anochecer la condesa de Monteagudo sentó una tregua que supuso la derrota definitiva de los comuneros, pero que fue aprovechada por María Pacheco para escapar a Portugal, donde se exilió hasta su muerte, en 1531.

    El 31 de octubre de 1521, previas negociaciones, el arzobispo de Bari pudo entrar en Toledo, ciudad que tras la batalla de Villalar había decidido proseguir la resistencia de mano de la viuda del capitán Juan de Padilla, María Pacheco. En realidad, el pretendido ambiente de conciliación no era tal. Los antiguos comuneros, incluida María, seguían conservando las armas y el prestigio que la revuelta les había conferido. El doctor Juan Zumel, por su parte, tenía que hacer frente a la delicada tarea de llevar a cabo la represión.​ A este motivo de disgusto para los antiguos rebeldes se agregaba el hecho de que además los virreyes habían empezado a considerar inadmisible el acuerdo firmado el 25 de octubre, por cuanto era demasiado favorable a los rebeldes y había sido autorizado bajo las presiones de la invasión francesa a Navarra.

    Este clima de inseguridad y desconfianza, que parecía propio de una ciudad ocupada, fue terreno propicio para números incidentes. Como aquella noche que, saliendo Zumel de la casa de María, se encontró con una multitud de cien a ciento cincuenta personas, una de las cuales le espetó amenazadoramente:

    Guárdese lo capitulado, syno juro a Dios que de vn almena quedeys colgado.
    Declaración de Francisco Marañón.​

    En otra ocasión, en circunstancias nada claras, los canónigos mandaron arrestar a un clérigo y le condujeron a la prisión del arzobispado. En mitad de la noche una pequeña patrulla partió del domicilio de doña María e intentó forzar la puerta de la prisión para liberarlo.

    Desarrollo de los acontecimientos

    Primeros alborotos

    Fue así que en la tarde del domingo 2 de febrero de 1522 (día de la Candalaria) un zapatero llamado Zamarrilla intentó levantar a la población contra las autoridades:

    ¡Levantaos! ¡Levantaos que hay traición!

    A la casa de María acudieron numerosos grupos de agitadores​ con Antonio Moyano a la cabeza y en número de hasta 2000 hombres,​ pero ella y Gutierre López se opusieron abiertamente a una movilización que no podía sino perjudicarles. El segundo de ellos preguntó donde se hallaba Moyano; este se arrebujó en su capa y le dijo a los otros que contestasen que no se encontraba entre ellos. Gutierre llamó a María Pacheco, y entonces Moyano se personó por fin frente a ella:

    Moyano, ¿Qué gente es ésta? ¿Andáis por echarme a perder? Veis los capítulos que están hechos (…) y hacéis agora eso para dañarlo todo (…). Por amor de mi que os vayáis, que alborotáis la ciudad desta manera. Estamos en lo que conviene a la ciudad e vosotros la echaréis a perder a ella y a todos vosotros. Por eso, por amor de Dios que os vayáis, e cada uno se vaya por sí, que no vayáis todos juntos.
    Declaración de un testigo en el pleito seguido por el mayorazgo de Juan de Padilla.

    Moyano alegó motivos:

    Señora, vinieron aquí a las alegrías por el papa á esta casa de vuestra merced.

    Finalmente, los moderados acabaron imponiéndose y la multitud se dispersó por las calles aledañas no sin antes pactar que traerían una culebrina, para casar el tiro San Juan. Poco después, Gutierre López de Padilla y Pero Núñez de Herrera se entrevistaron con el arzobispo de Bari para comunicarle un mensaje de María Pacheco. Las conversaciones, que al parecer giraron en torno la suerte final de la viuda de Padilla, se prolongaron hasta las tres de la madrugada sin resultados concretos.

    Mientras tanto ambos interlocutores, junto con el licenciado Alonso López de Ubeda, salieron a pedir a María Pacheco que hiciese retirar nuevamente la gente reunida por Moyano. Pero el jefe comunero Villaizan se apoderó de la culebrina y de un carro que había en la alhóndiga y desde la calle Santo Tomé la paseó por la ciudad al grito de «¡Comunidad! ¡Comunidad! ¡Padilla! ¡Padilla!».9​ Finalmente, María insistió y los comuneros abandonaron la culebrina en la calle.

    Quizá nada habría ocurrido si los soldados del arzobispo no hubiesen decidido detener a uno de los agitadores que estaba con ellos («uno de los más dañosos»).​ Sobre su identidad no hay datos seguros, pues algunos hablan de Juan de Ugena, otro de un tal Galán, y la mayoría —inclusive un testigo del proceso contra el regidor Juan Gaitán— se refiere al detenido como «el lechero». Algunos cronistas dan por cierta una versión que habla que era el padre de un chico que ese mismo día, en medio de las celebraciones por la elección del cardenal Adriano de Utrecht como papa, había gritado el nombre de Padilla, lo que hizo que fuese golpeado y castigado por las autoridades. Según dicho relato, el padre habría protestado ante este trato vejatorio, por lo que fue también detenido y condenado a la horca. No obstante, esta visión tan acotada de los hechos y que reduce la revuelta a un simple malentendido no parece la más probable ni mucho menos.​

    La proclama

    Al día siguiente, día de San Blas, el arzobispo intentó continuar la entrevista, pero Núñez de Herrera rechazó el ofrecimiento y los dos bandos se prepararon para el combate. El arzobispo se presentó entonces en el ayuntamiento protegido por una escolta, mostró sus atribuciones de gobernador de Toledo e hizo pregonar el texto del tratado firmado por la Comunidad. Pero las reacciones de los comuneros fueron desfavorables, porque al parecer no se trató del acuerdo original suscrito el 25 de octubre sino de uno nuevo que el arzobispo, junto con el prior de San Juan y el doctor Zumel, había hecho firmar a los antiguos integrantes de la congregación y que sentaba la derrota completa de la Comunidad.

    María Pacheco escuchó el pregón desde su ventana, junto con Pero Núñez y de García López de Padilla. Advirtiendo a la multitud congregada junto a ella de la farsa del mismo, exclamó con ira:

    Que pregonavan papeles e que todo no hera nada.
    Declaración de un testigo en el pleito seguido por el mayorazgo de Juan de Padilla.

    Los enfrentamientos

    Los enfrentamientos tuvieron lugar en el mediodía, cuando los comuneros se opusieron a que las autoridades ejecutaran al agitador detenido la noche anterior. El arzobispo respondió enviando un emisario a la condesa de Monteagudo María de Mendoza, para que ella le hiciese ver a Pacheco —su hermana— cuan inconveniente era su actitud. Tanto la condesa como María Pacheco exigieron la inmediata liberación del condenado.

    En estas circunstancias Pero Núñez de Herrera, provisto de un salvoconducto, fue a parlamentar con el arzobispo de Bari, pero entonces unos mil comuneros —armados con picas y tiros— se dirigieron a la prisión por la calle Tendillas de Sancho Minaya y se enfrentaron con las fuerzas del orden al grito de «¡Padilla, Padilla!». Inclusive una fracción del clero intervino en la contienda apoyando a los soldados del arzobispo, que gritaban «¡Muerte a los traidores!». Gutierre de Padilla, como realista, cumplió un rol muy importante en esta jornada. En los primeros momentos logró apaciguar a muchos prometiendoles que el arzobispo perdonaría al reo, y lo mismo llegó a afirmar a la esposa de aquel, Francisca.​ Naturalmente eso no ocurrió, y la multitud, al mismo tiempo que prometió no dejar vivo a ninguno de los que apoyasen al arzobispo, tachó a Gutierre de traidor y lo amenazó con la muerte.​ «Por Dios, que sería bien que cortásemos la cabeza á este traidor», llegó a decirle el notario Gonzalo Gudiel al alcalde mayor Godínez. En una estrategia para desmovilizar a los grupos rebeldes, Gutierre le pidió a aquel que advirtiese a los capitanes Figueroa y Juárez que con su levantamiento no hacían más que mandar a su gente a una muerte segura. De esa forma retrajo a los comuneros hacia la plazuela de la casa de María para decirles:

    Deteneos, señores; volvamos y guardemos nuestra casa é nuestra artillería, que agora no es tiempo, qué somos pocos, é si nos toman la casa y artillería, somos todos perdidos; sosegaos é poned ende las armas é comamos é asegurémonos, que de aquí veremos lo que querrán.
    Declaración de un testigo en el pleito seguido por el mayorazgo de Juan de Padilla.

    Algunos propusieron a María Pacheco escapar de Toledo. Ella se dispuso a hacerlo, temiendo que incendiasen la casa si no accedía, pero Gutierre, la condesa de Monteagudo y Núñez de Herrerla lograron contenerla.​ Asimismo, la gente que el primero de ellos tenía acorralada en la plazuela de sus casas pugnaba por salir como los demás al grito de «¡Padilla! ¡Padilla!», pero él intento contenerla a duras penas con las armas, diciéndoles:

    No digáis nada de esto, cuerpo de Dios, sino ¡viva el Rey y la Inquisición!

    Lentamente, los realistas fueron cercando a los comuneros dentro de la casa de Padilla, a través de un corral de la cercana casa de Pedro Laso de la Vega.​ Mientras tanto, el condenado fue ahorcado. María Pacheco rompió en llanto y culpó de todo a Gutierre, quien en su momento la había retenido para que no saliese hacia el lugar de los hechos y arrebatase al lechero de las manos del arzobispo. Otro testigo —llamado Juan de Lizarazo— refiere también como Villaizan dio un espaldarazo a cierto criado del arzobispo y Pedro, hermano de Gutierre, salió armado y a caballo en defensa de aquel, gritandole para que retrocediese. Finalmente hizo que se retirasen de escena varios vecinos comuneros del arrabal e impidió que los implicados hiciesen uso de tres o cuatro falconetes, evitando así el derramamiento de sangre.

    Huida de María Pacheco

    El combate duró cuatro horas, hasta que la condesa de Monteagudo sentó una tregua que fue aceptada de inmediato y significó la derrota definitiva de los comuneros. María Pacheco, por su parte, aprovechó la refriega para a la mañana siguiente escapar de Toledo.​ A través de un pasadizo pasó a la iglesia de Santo Domingo el Antiguo y, con el hábito de aldeana, bajó por la calle de Santa Leocadia y consiguió salir finalmente por la puerta del Cambrón. Seguidamente se deslizó por el muladar frente a la puerta, hasta dar en el llano junto al río. Allí la esperaban las damas y criados de su hermana, que la acompañaron hasta un mesón o casa de posadas, desde donde pudo seguir a caballo hasta encontrarse con toda su gente más allá de los Molinos de Lázaro Buey junto al Tajo, actuales Molinos de Buenavista.​ En Escalona su tío, el marqués de Villena, se negó a hospedarla, por lo que la fugitiva se dirigió a La Puebla de Montalbán. Poco después se exilió en Portugal con algunos criados, dónde viviría en extrema pobreza hasta ser acogida por el obispo de Braga y morir en 1531. No se puede descartar que haya estado en connivencia tácita con el arzobispo de Bari.

    Consecuencias

    El enfrentamiento del 3 de febrero y la huida de doña María sellaron el fin del movimiento comunero en Castilla.​ Así lo conmemoraron los canónigos toledanos cuando grabaron en el claustro de la catedral de Santa María de Toledo la siguiente inscripción:

    Lunes, tres de febrero de mili e quinientos e veynte e dos, día de Sant Blas, por los méritos de la Sacrat. Virgen, nuestra señora, el deán e cabildo con todo el clero desta santa yglesia, cavalleros, buenos ciudadanos, con mano armada, juntamente con el arzobispo de Bari que a la sazón tenía la justicia, vencieron a todos los que con color de comunidad tenían esta cibdad tiranizada e plugo a Dios que ansy se hiziese en reconpensa de las muchas ynjurias que a esta santa yglesia e a sus menistros avían hecho e fue esta divina Vitoria cabsa de la total pacificación desta cibdad e de todo el reyno, en la qual con mucha lealtad por mano de los dichos señores fue sentido Dios e la Virgen nuestra señora e la magestad del enperador don Carlos semper augusto rey nuestro señor.
    Inscripción grabada en el claustro de la catedral el 3 de febrero de 1522.

    El doctor Zumel, como primer acto de la represión, procedió a derribar la casa de Juan de Padilla y levantar una columna con una placa difamatoria que hacía memoria de las pretendidas desgracias que la rebelión alentada por el regidor toledano había causado al reino.​ Por dos meses, persiguió con rigor a los antiguos comuneros que todavía permanecían en la ciudad.14

    El domingo 23 de febrero, finalmente, se celebró una concordia de fidelidad al monarca entre los caballeros, tras lo cual el arzobispo de Bari dio misa y se llevaron a cabo banquetes y juegos públicos.​ En abril, Toledo había vuelto al orden.

     

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  • La Batalla de Tordesillas

    La Batalla de Tordesillas

    Preludio

    Poco a poco, Toledo fue perdiendo influencia dentro de la Junta, y con la ciudad, también perdía influencia su líder, Juan de Padilla, aunque no así popularidad y prestigio entre los comuneros.​ Con la pérdida de influencia de Toledo y de sus líderes, surgieron dos nuevas figuras dentro de la Comunidad, Pedro Girón y Antonio de Acuña, que aspiraban a pasar al primer plano. El primero era uno de los pocos nobles leales comuneros, al parecer porque el rey se negó a entregarle el ducado de Medina Sidonia. El segundo, era obispo de Zamora, jefe de la Comunidad zamorana y cabecilla de una milicia formada enteramente por sacerdotes.​

    Mientras tanto, en el bando realista, los señores no sabían qué táctica seguir, si luchar directamente, como defendía el Condestable de Castilla o agotar las vías de negociación, como proponía el Almirante de Castilla. Todo intento de negociación entre los comuneros y los virreyes fracasó, debido a que ambos bandos contaban ya con un ejército y ansiaban vencer al enemigo.

    Así pues, a finales de noviembre de 1520, ambos ejércitos tomaban posiciones entre Medina de Rioseco y Tordesillas, haciendo inevitable el enfrentamiento.

    Desarrollo

    Con Pedro Girón a la cabeza, las tropas comuneras, siguiendo órdenes de la Junta, habían avanzado hacia Medina de Rioseco, estableciendo su cuartel general en la localidad de Villabrágima, a tan solo una legua del ejército real. Estos, mientras tanto, se limitaron a ocupar pueblos para evitar el avance y cortar las líneas de comunicación.

    La situación se mantuvo hasta el 2 de diciembre, cuando el ejército rebelde comenzó a abandonar sus posiciones en Villabrágima, tomando dirección hacia Villalpando, localidad del Condestable que se rindió al día siguiente sin oponer resistencia. Con este movimiento, la ruta hacia Tordesillas quedaba desprotegida. El ejército real lo aprovechó, poniéndose en marcha el 4 de diciembre y ocupando la villa tordesillana al día siguiente, tras haber derrotado a la guarnición defensiva comunera, que se vio desbordada.

    Consecuencias

    La toma de Tordesillas supuso una seria derrota para los comuneros, que perdían a la reina Juana, y con ella, sus esperanzas de que esta atendiera sus pretensiones. Además, muchos de los procuradores habían sido apresados, y los que no, habían huido.

    Por todo esto, los ánimos entre los rebeldes se vieron muy afectados, además de producirse airadas críticas hacia Pedro Girón por el movimiento de las tropas que le obligaron a dimitir de su puesto y apartarse del conflicto.

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  • Fernando I de León y Castilla

    Fernando I de León y Castilla

    03Fernando I de León, llamado «el Magno» o «el Grande» ( 1016-León, 27 de diciembre de 1065), fue conde de Castilla desde 1029 y rey de León desde el año 1037 hasta su muerte, siendo ungido como tal el 22 de junio de 1038.

    Era hijo de Sancho Garcés III de Pamplona, llamado «el Mayor», rey de Pamplona, y de Muniadona, hermana de García Sánchez de Castilla. Fue designado conde de Castilla en 1029,​ si bien no ejerció el gobierno efectivo hasta la muerte de su padre en 1035. Se convirtió en rey de León por su matrimonio con Sancha, hermana de su rey y señor, Bermudo III, contra el que se levantó en armas, el cual murió sin dejar descendencia luchando contra Fernando en la batalla de Tamarón.

    Sus primeros dieciséis años de reinado los pasó resolviendo conflictos internos y reorganizando su reino. En 1054, las disputas fronterizas con su hermano García III de Pamplona se tornaron en guerra abierta. Las tropas leonesas dieron muerte al monarca navarro en la batalla de Atapuerca.

    Llevó a cabo una enérgica actividad de Reconquista, tomando las plazas de Lamego (1057), Viseo (1058) y Coímbra (1064). Además sometió a varios de los reinos de taifas al pago de parias al reino leonés. Al morir dividió sus reinos entre sus hijos: al primogénito, Sancho, le correspondió el estado patrimonial de su padre, el condado de Castilla, elevado a categoría de reino, y las parias sobre el reino taifa de Zaragoza; a Alfonso, el favorito, le correspondió el Reino de León y el título imperial, así como los derechos sobre el reino taifa de Toledo; García recibió el Reino de Galicia, creado a tal efecto, y los derechos sobre los reinos taifas de Sevilla y Badajoz; a Urraca y a Elvira les correspondieron las ciudades de Zamora y Toro, respectivamente, también con título real, y unas rentas adecuadas.

    Tradicionalmente, se le ha considerado el primer rey de Castilla y fundador de la monarquía castellana, y aún hay historiadores que siguen manteniendo esta tesis. No obstante, buena parte de la historiografía más actual considera que Fernando no fue rey de Castilla y que el origen de este reino se sitúa a la muerte de este monarca, con la división de sus estados entre sus hijos y el legado de Castilla al primogénito Sancho con título real. En palabras de Gonzalo Martínez Diez:

    Podemos y debemos afirmar con absoluta certeza el hecho de que Fernando nunca fue rey de Castilla, y que esta nunca cambió su naturaleza de condado, subordinado al rey de León, para convertirse en un reino, hasta la muerte de Fernando I el año 1065.

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  • La Corona de Castilla

    La Corona de Castilla

    La Corona de Castilla (en latín, Corona Castellae), como entidad histórica, se suele considerar que comienza con la última y definitiva unión de las Coronas de León y de Castilla, con sus respectivos reinos y entidades, en 1230, o bien con la unión de las Cortes, algunas décadas más tarde. En este año de 1230, Fernando III «el Santo», rey de Castilla desde 1217 (incluyendo el Reino de Toledo) e hijo de Alfonso IX de León y su segunda mujer, Berenguela de Castilla, se convirtió en rey de León (cuyo reino incluía el de Galicia), tras la renuncia de Teresa de Portugal, la primera mujer de Alfonso IX, a los derechos de sus hijas, las infantas Sancha y Dulce al trono de León en la Concordia de Benavente.

    Del reino de León a los de León y Castilla

    El Reino de León surgió a partir del Reino de Asturias, que ocupaba también la Asturias de Santillana tras el pacto entre Pedro duque de Cantabria y don Pelayo de Asturias, que sellaron con el casamiento de sus hijos. Castilla fue en principio un condado dentro del reino de León. En la segunda mitad del siglo x, durante las guerras civiles leonesas, se comportó con cada vez mayor independencia, para caer finalmente en la órbita navarra en el reinado de Sancho III el Grande, que aseguraría el condado para su hijo Fernando Sánchez a través de su esposa Muniadona, tras el asesinato del conde García Sánchez en 1028.​

    En 1037, Fernando I se rebeló contra el rey de León, Bermudo III,​ que murió en la batalla de Tamarón,​ convirtiéndose en rey de León a través de su matrimonio con la hermana de Bermudo, Sancha.​ El condado castellano se convirtió así en parte del patrimonio regio.

    Desde el comienzo de la Reconquista la frontera del Ebro había sido disputada entre musulmanes, leoneses, navarros y aragoneses. El Reino de Nájera y la Diócesis de Calahorra fue incorporado finalmente a la Corona de Castilla en 1176 después de pasar de mano en mano desde el 923, destacando su importancia en el Camino de Santiago impulsado por santo Domingo de la Calzada y por san Millán de la Cogolla.

    A la muerte de Fernando, dividió sus estados entre sus hijos. Su favorito, Alfonso, recibió el reino de León​ y la primacía que este título le otorgaba sobre sus hermanos. A Sancho le correspondió el estado patrimonial de su padre, el condado de Castilla, elevado a categoría de reino,​ y el menor, García, recibió Galicia.​ La división duró poco: entre 1071 y 1072 Sancho derrocó a sus hermanos y se anexionó sus estados,10​ pero murió asesinado este último año,​ con lo que su hermano Alfonso VI logró reunificar de nuevo la herencia de Fernando I, que permaneció indivisa hasta 1157. Este año falleció el emperador Alfonso VII, legando León a Fernando II y Castilla a Sancho III. Sancho fue sucedido por Alfonso VIII de Castilla, y Fernando II fue por Alfonso IX, de cuyo matrimonio con Berenguela de Castilla, hija de Alfonso VIII engendró a Fernando, el futuro Rey Santo.

    Al morir el hijo y sucesor de Alfonso de Castilla, Enrique I, en 1217, Fernando III heredó de su madre el Reino de Castilla y accedió en 1230, tras la muerte de su padre y renuncia de las infantas Sancha y Dulce, al de León. Asimismo, aprovechó la debilidad del reino almohade para avanzar enormemente la Reconquista, tomando el valle del Guadalquivir mientras que su hijo Alfonso conquistaba el Reino de Murcia.

    Los reyes de la Corona de Castilla (Juana I) poseían los títulos de Rey de Castilla, León, Navarra, Granada, Toledo, Galicia, Murcia, Jaén, Córdoba, Sevilla, los Algarves, Algeciras y Gibraltar y de las islas de Canaria y de las Indias e islas y Tierra Firme del mar Océano y Señor de Vizcaya y Molina.​ Su heredero portaba el título de Príncipe de Asturias.

     

    Unificación de las Cortes

    La unión de los reinos bajo un soberano, tuvo como consecuencia aunque de forma no inmediata la unión de las Cortes de León y Castilla. Se articulaban en tres brazos que correspondían respectivamente a los estamentos noble, eclesiástico y ciudadano y aunque el número de ciudades representadas en Cortes fue variando a lo largo del tiempo, fue el rey Juan I el que fijó de una manera definitiva las ciudades concretas que tendrían derecho a enviar procuradores a Cortes: Burgos, Toledo, León, Sevilla, Córdoba, Murcia, Jaén, Zamora, Segovia, Ávila, Salamanca, Cuenca, Toro, Valladolid, Soria, Madrid, Guadalajara y Granada (a partir de 1492).

    Con Alfonso X, la mayoría de las reuniones de Cortes son conjuntas para todos los reinos. Las Cortes de 1258 en Valladolid son De Castiella e de Estremadura e de tierra de León y las de Sevilla en 1261 De Castiella e de León e de todos los otros nuestros Regnos. Posteriormente se realizarían algunas Cortes separadas, como por ejemplo en 1301 (Burgos para Castilla, Zamora para León), pero los representantes de ciudades piden que se vuelva a la unificación:

    Los representantes castellanos solicitan: Pues yo agora estas cortes fazía aquí en Castiella apartada miente de los de Estremadura de tierra de León, que daquí adelante que non fiziese nin lo tomase por huso
    Al igual que los leoneses: que quando oviere de facer Cortes que las faga con todos los omnes de la mi tierra en uno en tierras leonesas.

    Aunque en un principio los reinos singulares y las ciudades conservaron sus derechos particulares (entre los cuales se hallaban el Fuero Viejo de Castilla o los diferentes fueros municipales de los concejos de Castilla, León, Extremadura y Andalucía), pronto se fue articulando un derecho territorial castellano en torno a las Partidas (h. 1265), el Ordenamiento de Alcalá (1348) y las Leyes de Toro (1505) que continuó vigente hasta 1889, año en que se promulga el Código Civil español.

    El patronazgo y el pago del Voto

    La justificación providencialista de los orígenes de cada reino y su primacía eran una cuestión importantísima (no solo en la Edad Media, sino durante todo el Antiguo Régimen), y se suscitaron debates en cuanto a la entidad sobrenatural que debía ejercer el patronazgo y en qué territorio en concreto, con consecuencias incluso fiscales. El origen se remontaba a batallas mitificadas de los siglos VIII al X, de las que las crónicas recogían intervenciones milagrosas: la batalla de Covadonga, la batalla de Clavijo o la batalla de Simancas.

    La lengua castellana y las universidades

    En el siglo XIII existían en los reinos de León y Castilla numerosas lenguas como el castellano, el astur-leonés, el euskera o el gallego. Pero en este siglo el castellano comienza a ganar terreno como instrumento vehicular y cultural (por ejemplo el Cantar de Mío Cid).

    En los últimos años de Fernando III, el castellano se comienza a utilizar para ciertos documentos. Pero la lengua castellana alcanza el título de oficial con Alfonso X. A partir de entonces todos los documentos públicos se redactarán en castellano; asimismo las traducciones en vez de verterse al latín se realizarán a dicha lengua:

    Mandólo trasladar del arábigo en lenguaje castellano porque los homnes lo entendiesen mejor et se supiesen del más aprovechar

    Hay quien considera que la sustitución del latín por el castellano se debe a la fuerza de la nueva lengua, mientras que otros consideran que se debió a la influencia de intelectuales hebreos, hostiles al latín por ser la lengua de la iglesia cristiana.

    También en el siglo XIII comenzarán a fundarse gran cantidad de universidades en los territorios que formarían la Corona de Castilla, algunas, como las de Palencia, Salamanca o Valladolid, serán de las primeras universidades europeas. En 1492 con los Reyes Católicos se publicará de la primera edición de la Gramática sobre la Lengua Castellana, de Antonio de Nebrija.

    A Alfonso X le sucedería su hijo Sancho IV en 1284 y a este, su hijo Fernando IV en 1295, que durante su minoría de edad, regentaría el Reino su madre la reina María de Molina.

    Siglos XIV-XV: reinado de los Trastámara

    Ascenso de los Trastámara al trono

    Cuando muere Fernando IV en 1312, accede al trono su hijo Alfonso XI, con otro período de regencia por minoría de edad. Para proteger sus intereses de los ataques de los nobles, las ciudades organizan en las Cortes de Burgos de 1315 una Hermandad General que sería suprimida más tarde por el monarca, además de promulgar el Ordenamiento de Alcalá de 1348 como símbolo del fortalecimiento de la autoridad real.13​ A la muerte de Alfonso en 1350 se inicia un conflicto dinástico enmarcado en la guerra de los Cien Años entre sus hijos Pedro y Enrique. Alfonso XI había contraído matrimonio con María de Portugal, de la que tuvo a su heredero, el infante Pedro. Sin embargo, el rey también tuvo con Leonor de Guzmán varios hijos naturales, entre ellos el infante Enrique, conde de Trastámara, que disputaron el reino a Pedro una vez este accedió al trono.

    En su lucha contra Enrique, Pedro se alió con Eduardo, príncipe de Gales, llamado el «Príncipe Negro». En 1367 el Príncipe Negro derrotó a los partidarios de Enrique en la Batalla de Nájera. El Príncipe Negro, viendo que el rey no cumplía sus promesas, abandonó el reino, circunstancia que aprovechó Enrique, refugiado en Francia, para retomar la lucha. Finalmente Enrique venció en 1369 en la batalla de Montiel, y dio muerte a Pedro. En 1370, al morir su hermano Tello, señor de Vizcaya, Enrique incorporó definitivamente el Señorío de Vizcaya al patrimonio real. En 1379 accede al trono su hijo Juan de Trastámara que siguiendo la estela centralizadora de sus antecesores, creará el Consejo Real en 1385.

    Como Juan de Gante, hermano del Príncipe Negro y duque de Lancáster, había contraído matrimonio en 1371 con Constanza, hija de Pedro, en 1388 reclama la Corona de Castilla para su mujer, heredera legítima según las Cortes de Sevilla de 1361. Llega a La Coruña con un ejército, toma primero esa ciudad y, más tarde, Santiago de Compostela, Pontevedra y Vigo y pide a Juan que entregue a Constanza el trono.

    Pero este no acepta y propone el matrimonio de su hijo el infante Enrique con Catalina, hija de Juan de Gante y Constanza. La propuesta es aceptada, se casan en 1388 y simultáneamente se instituye el título de Príncipe de Asturias que ostentaron por primera vez Enrique y Catalina. Esto permitió culminar el conflicto dinástico, al afianzar la Casa de Trastámara y establecer la paz entre Inglaterra y Castilla.

    Relaciones con la Corona de Aragón

    Durante el reinado de Enrique III se restaura el poder real, desplazando a la nobleza más poderosa. En sus últimos años delega parte del poder efectivo en su hermano Fernando de Antequera, quien sería regente, junto con su esposa Catalina de Lancaster, durante la minoría de edad de su hijo, el príncipe Juan. Tras el Compromiso de Caspe en 1412, el regente Fernando abandonó Castilla, pasando a ser rey de Aragón.

    A la muerte de su madre, Juan II alcanzó la mayoría de edad, con 14 años, y contrajo matrimonio con su prima María de Aragón. El joven rey confió el gobierno a Álvaro de Luna, la persona más influyente en su corte y aliado con la pequeña nobleza, las ciudades, el bajo clero y los judíos. Esto trajo las antipatías de la alta nobleza castellana y de los Infantes de Aragón, lo que provocó entre 1429 y 1430 la guerra entre Castilla y Aragón. Álvaro de Luna ganó la guerra y expulsó a los infantes.

    Segundo conflicto sucesorio

    Enrique IV intentó restablecer sin éxito la paz con la nobleza, rota por su padre. Cuando su segunda esposa, Juana de Portugal, dio a luz a la princesa Juana, esta fue atribuida a una supuesta relación adúltera de la reina con Beltrán de la Cueva, uno de los privados del monarca.

    El rey, asediado por las revueltas y las exigencias de los nobles, tuvo que firmar un tratado por el que nombraba heredero a su hermano Alfonso, dejando a Juana fuera de la sucesión. Tras la muerte de este en un accidente, Enrique IV firma con su hermanastra Isabel el Tratado de los Toros de Guisando, en el cual la nombra heredera a cambio de que se casase con el príncipe electo por Enrique.

    Los Reyes Católicos: unión con la Corona de Aragón

    En octubre de 1469 se casan en secreto, en el palacio de los Vivero, de Valladolid, Isabel y Fernando, príncipe heredero de Aragón. Este enlace tuvo como consecuencia la unión dinástica de la Corona de Castilla y la Corona de Aragón en 1479 al acceder Fernando a la corona aragonesa, aunque no se hace efectiva hasta el reinado de su nieto, Carlos I. Isabel y Fernando estaban relacionados familiarmente y se habían casado sin la aprobación papal por lo que fueron excomulgados. Posteriormente, el Papa Alejandro VI les concederá el título de Reyes Católicos.

    Debido al matrimonio de Isabel y Fernando, el rey y hermanastro de Isabel Enrique IV considera roto el Tratado de los Toros de Guisando por el cual Isabel accedería al trono de Castilla a su muerte siempre que contase con su aprobación para contraer matrimonio. Enrique IV, además, quería aliar la corona castellana con Portugal o Francia en vez de con Aragón. Por estas razones declara heredera al trono a su hija Juana la Beltraneja frente a Isabel. Al morir Enrique IV en 1474 comienza una guerra civil, que durará hasta el año 1479, por la sucesión al trono entre los partidarios de Isabel y los de Juana, en la que vencen los partidarios de Isabel.

    Así pues, tras la victoria de Isabel en la guerra civil castellana y la ascensión al trono de Fernando, las dos coronas estarán unidas bajo los mismos monarcas, pero Castilla y Aragón estarán separadas administrativamente, cada corona conservará su identidad y leyes, las cortes castellanas permanecerán separadas de las aragonesas, y la única institución común será la Inquisición. A pesar de sus títulos de Reyes de Castilla, de León, de Aragón y de Sicilia, Fernando e Isabel reinaban más cada cual en los asuntos de sus respectivas Coronas, aunque también tomaban decisiones comunes. La posición central de la Corona de Castilla, su mayor extensión (3 veces el territorio aragonés) y población (4,3 millones frente a los cerca de 1 millón de la Corona de Aragón) harán que tome el papel dominante en la unión.

    La aristocracia castellana era poderosa gracias a la Reconquista (como pudo comprobar Enrique IV). Los monarcas necesitan imponerse a los nobles y el clero. En el año 1476 se funda el Consejo de la Hermandad, que será conocido como la Santa Hermandad. Además se toman medidas contra la nobleza, se destruyen castillos feudales, se prohíben las guerras privadas y se reduce el poder de los adelantados. La monarquía incorpora a las órdenes militares bajo el Consejo de las Órdenes en el 1495, se refuerza el poder real en la justicia a expensas de los feudales y la Audiencia pasa a ser cuerpo supremo en materia judicial. El poder real también busca controlar más a las ciudades: así en las Cortes de Toledo en 1480 se crean los corregidores para supervisar los concejos de las ciudades. En el aspecto religioso se reforman las órdenes religiosas y se busca la uniformidad. Se presiona para la conversión de los judíos y en algunos casos son perseguidos por la Inquisición. Finalmente en 1492, para aquellos no conversos, se decide su expulsión, estimándose que unas 50 000 a 70 000 personas debieron abandonar la Corona de Castilla. Desde 1502 también se busca la conversión de la población musulmana.

    Entre 1478 y 1496 se conquistan las islas de Gran Canaria, La Palma y Tenerife. El 2 de enero de 1492 los reyes entran en la Alhambra de Granada, con lo que se da fin a la Reconquista. Aparecerá la importante figura de Gonzalo Fernández de Córdoba (apodado el Gran Capitán). En 1492 Cristóbal Colón descubre las Indias occidentales y en 1497 se toma Melilla. Tras la toma del reino nazarí de Granada para la Corona de Castilla, la política exterior girará hacia el Mediterráneo. Castilla ayudará con sus ejércitos a Aragón en sus problemas con Francia, lo que culminará con la recuperación de Nápoles en 1504 para la Corona de Aragón. Más tarde, en ese mismo año, fallece la reina Isabel.

    Siglos XVI-XVII: del Imperio a la crisis

    Periodo de regencia

    Isabel había excluido a su marido de la sucesión a la Corona de Castilla, la cual pasaba a manos de su hija Juana (casada con Felipe de Austria, apodado el Hermoso). Pero Isabel sabía la enfermedad que padecía su hija (por la cual era conocida como Juana la Loca) y nombra regente a Fernando en caso de que Juana no quisiere o pudiere entender en la gobernación de ellos. En la Concordia de Salamanca (1505), se acuerda el gobierno conjunto de Felipe, Fernando y la propia Juana. Sin embargo, las malas relaciones entre él (apoyado por la nobleza castellana) y su suegro, el rey Fernando el Católico, hacen que este último renuncie al poder en Castilla para evitar un enfrentamiento armado. Por la Concordia de Villafáfila (1506), Fernando se retira a Aragón y Felipe es proclamado rey de Castilla. En 1506 muere Felipe I y Fernando el Católico vuelve de nuevo a la regencia.

    Fernando continúa la política de expansión de ambas coronas, Castilla hacia el Atlántico y Aragón hacia el Mediterráneo. En 1508 se conquista el Peñón de Vélez de la Gomera para Castilla, entre 1509 y 1511 se conquistan Orán, Bugía y Trípoli y se somete a Argel. En 1515 se toma Mazalquivir. Al morir Gastón de Foix, sus derechos sucesorios al reino de Navarra pasaban a manos de Germana de Foix, esposa de Fernando. Utilizando estos presuntos derechos sucesorios, el Tratado de Blois firmado por los reyes de Navarra con Francia en 1512, y con ayuda de los navarros beaumonteses, Fernando ocupa el reino de Navarra con sus tropas, unos 20 000 soldados bien equipados bajo las órdenes del Duque de Alba y además, Fernando también tiene el apoyo de su hijo, el arzobispo de Zaragoza con más de 3000 hombres que sitiarán Tudela, donde hubo una fuerte resistencia. Las Cortes de Aragón y la propia ciudad de Zaragoza no le dieron autorización hasta principios de septiembre, tras proclamarse la bula papal Pastor Ille Caelestis, y cuando ya quedaban pocas resistencias en el Reino. No informó en cambio a las Cortes de Castilla, por lo que éstas no le dieron permiso. En 1513, Fernando es reconocido como rey de Navarra por las Cortes navarras (a las que solo asistieron beaumonteses). Entre 1512 y 1515 Navarra forma parte de la Corona de Aragón.​ Finalmente, en 1515 en las Cortes de Castilla reunidas en Burgos se acepta la anexión del territorio a la Corona de Castilla. A esta reunión no acudió ningún navarro.​

    A la muerte de Fernando en 1516, le sucede como regente el cardenal Gonzalo Jiménez de Cisneros para pasar las coronas de Navarra y Aragón a su nieto, hijo de Juana y Felipe: el futuro Carlos I

    Carlos I

    Carlos I recibe la Corona de Castilla, la de Aragón y el Imperio debido a una combinación de matrimonios dinásticos y muertes prematuras.

    • De su padre Felipe (fallecido en 1506) hereda los Países Bajos
    • Al morir Fernando el Católico (su abuelo) recibe la Corona de Aragón en 1517 y también la de Castilla (junto con América) al estar su madre (Juana I de Castilla) incapacitada para gobernar.
    • Y como nieto de Maximiliano, recibe en 1519 el Sacro Imperio Romano Germánico bajo el nombre de Carlos V.

    Carlos I no fue bien recibido en Castilla. A ello contribuía el que era un rey extranjero (nacido en Gante), y que ya antes de su llegada a Castilla, concede cargos importantes a flamencos y que dinero castellano se usa para financiar su corte. La nobleza castellana y las ciudades estaban cerca de un levantamiento para defender sus derechos. Muchos castellanos preferían a su hermano menor Fernando (criado en Castilla) y de hecho el Consejo de Castilla se opone a la idea de Carlos como rey de Castilla.

    En las Cortes castellanas en Valladolid en 1518, se nombra presidente a un valón (Jean de Sauvage). Esto provoca airadas protestas en las Cortes, que rechazan la presencia de extranjeros en sus deliberaciones. A pesar de las amenazas, las Cortes (lideradas por Juan de Zumel, representante por Burgos) resisten y consiguen que el rey jure respetar las leyes de Castilla, quitar de puestos importantes a los extranjeros y aprender a hablar castellano. Carlos, tras su juramento, consigue una subvención de 600 000 ducados.

    Carlos I es consciente de que tiene muchas opciones para ser emperador y necesita imponerse en la Corona de Castilla y acceder a su riqueza para su sueño imperial. Castilla era uno de los territorios más dinámicos, ricos y avanzados de la Europa del siglo XVI, y comienza a darse cuenta de que puede quedar inmersa en un imperio. Esto junto a la falta a su promesa por parte de Carlos, hace que la hostilidad hacia el nuevo rey aumente. En 1520 se convocan Cortes en Toledo para otra subvención (el servicio), que las Cortes rechazan. Se vuelven a convocar en Santiago con el mismo resultado. Finalmente se convocan en La Coruña, se soborna a un importante número de representantes, a otros no se les permite la entrada, y consigue que le aprueben el servicio. Los representantes que votaron a favor son atacados por el pueblo castellano y sus casas quemadas. Las Cortes no será la única oposición con la que se encontrará Carlos: al salir de Castilla en 1520, dejando como regente a su antiguo preceptor, el cardenal Adriano de Utrech, estalla la Guerra de las Comunidades de Castilla. Los comuneros fueron derrotados en Villalar un año más tarde (1521). Tras la derrota, las Cortes fueron reducidas a un mero órgano consultivo.[cita requerida]

    La guerra en Navarra se reprodujo varias veces en los años siguientes a la muerte de Fernando el Católico, debido a los intentos de reconquista de los reyes navarros, ayudados por el reino de Francia. Uno de ellos nada más acceder al trono Carlos I, en 1516, que fue pronto atajado. El más importante se produjo en 1521, donde además de la entrada de tropas por el norte se produjo un apoyo de la población navarra (incluida la beaumontesa), con una sublevación generalizada que llevó a expulsar al ejército de Carlos I de todo el territorio navarro. Seguidamente Carlos I envió un ejército de 30 000 hombres bien pertrechados, que en poco tiempo y tras la cruenta Batalla de Noáin le devolvió el control de la mayoría del territorio navarro. Aun quedaron dos focos de resistencia posteriores, en el Castillo de Maya en 1522 y en el de Fuenterrabía en 1524, además de en la Baja Navarra, donde las incursiones del ejército de Carlos I eran inestables. Finalmente, en 1528, Carlos I se retiraría del territorio de Baja Navarra al no poder defenderlo eficazmente, y abandonando sus pretensiones sobre él, y sin que existiera ningún tratado formal entre los reyes de Navarra y Carlos I.

    Política imperial de Felipe II

    Felipe II siguió la misma política que Carlos I. Pero a diferencia de su padre, hizo de Castilla el centro de su imperio, centralizando su administración en Madrid. El resto de estados mantuvieron su autonomía gobernados por virreyes.

    Desde Carlos I la carga fiscal del imperio recaía principalmente en Castilla, y con Felipe II se cuadruplicó. Durante su reinado, además de subir los impuestos existentes, implantó otros nuevos, entre ellos el excusado en 1567. Ese mismo año Felipe II ordena la proclamación la Pragmática. Este edicto limitaba las libertades religiosas, lingüísticas y culturales de la población morisca, y provoca la Rebelión de las Alpujarras (1568-1571) que Juan de Austria reduce militarmente.

    Castilla entra en recesión en 1575, lo que provoca la suspensión de pagos (la tercera de su reinado). En 1590 se aprueba en las Cortes el Servicio de Millones, un nuevo impuesto que gravaba los alimentos. Esto terminó por arruinar a las ciudades castellanas y eliminó sus débiles intentos de industrialización. En 1596 se produjo una nueva suspensión de pagos.

    Reinado de los Austrias menores

    En los reinados anteriores los cargos en las instituciones de los reinos se proveían con gentes con estudios, los administrativos de Felipe II solían provenir de las universidades de Alcalá y Salamanca. A partir de Felipe III los nobles imponen de nuevo su estatus para gobernar, al ser necesario demostrar una limpieza de sangre. La persecución religiosa llevó a Felipe III en 1609 a decretar la Expulsión de los moriscos.

    Ante el colapso de la hacienda castellana para mantener la hegemonía del Imperio español durante el reinado de Felipe IV, el Conde-duque de Olivares, valido del rey de 1621 a 1643, intenta llevar a cabo una serie de reformas. Entre estas está la Unión de Armas, un intento de que cada territorio dentro de la Monarquía Hispánica contribuyera de forma proporcional a su población en el sostenimiento del ejército, para así aliviar la carga fiscal que padecía Castilla, pero este propósito no solo no prosperó, sino que debilitó a la monarquía de Felipe IV. El Conde-duque perdió el favor real y le sucedió su sobrino Luis de Haro como valido de Felipe IV entre 1659 y 1665. Su objetivo fue acabar con los conflictos interiores levantados por su predecesor (sublevaciones de Portugal, Cataluña y Andalucía) y alcanzar la paz en Europa.

    A la muerte de Felipe IV en 1665 y ante la incapacidad de Carlos II para gobernar, se sucede el letargo económico y las luchas de poder entre los distintos validos. En 1668 la monarquía hispánica acepta la independencia de Portugal en el Tratado de Lisboa (1668); simultáneamente se hace efectiva la incorporación de Ceuta a Castilla que había escogido no sumarse a la sublevación y mantenerse fiel a Felipe IV. La muerte de Carlos II en 1700 sin descendientes provoca la Guerra de Sucesión Española.

    Entidades territoriales menores de la Corona de Castilla

    Territorios representados por las ciudades con voto en Cortes en el siglo XVI (se colorea también el territorio de las provincias vascongadas o exentas, de régimen foral propio, que no enviaban procuradores a Cortes -tampoco el reino de Navarra, que ya estaba incorporado, pero conservaba sus propias Cortes.

    El Reino de Galicia estaba representado a través de la ciudad de Zamora y Extremadura a través de la ciudad de Salamanca). Estas circunscripciones creadas a finales del siglo XVI, que reciben en ocasiones la denominación de provincias, carecían de cualquier valor jurídico o administrativo y tenían un carácter meramente fiscal, por lo que se debe evitar confundir este concepto de provincia con el actual.

     

     

    Atribución de la imagen:

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  • El Reino de Castilla

    El Reino de Castilla

    https://castillacomunera.org/fernando-i-de-leon-y-castilla/El reino de Castilla (latín Regnum Castellae) fue uno de los reinos medievales de la península ibérica. Castilla surgió como entidad política autónoma en el siglo ix bajo la forma de condado vasallo de León, alcanzando la categoría de «reino» en el siglo xi. Su nombre se debió a la gran cantidad de castillos que se encontraban en la zona.

    Durante el siglo x, sus condes aumentaron su autonomía, pero no fue hasta 1065 cuando se separó del Reino de León y se convirtió en un reino por derecho propio. Entre 1072 y 1157 se volvió a unir con León, y después de 1230 esta unión se hizo permanente. A lo largo de este período, los reyes castellanos realizaron extensas conquistas en el sur de Iberia a costa de los principados islámicos. Los reinos de Castilla y León, con sus adquisiciones del sur, pasaron a ser conocidos colectivamente como Corona de Castilla, término que también llegó a englobar la expansión ultramarina.

    Antecedentes: Condado de Castilla (850-1065)

    La primera mención de «Castilla» aparece en un documento del año 800: «Hemos levantado una iglesia en honor a San Martín, en Área Patriniano, en el territorio de Castilla».

    En la Crónica de Alfonso III (rey de Asturias, siglo ix) se dice: «Las Vardulias ahora son llamadas Castilla».

    Eo tempore populantur Primorias, Lebana, Transmera, Supporta, Carranza, Bardulia quae nunc appellatur Castella.
    Crónica de Alfonso III

    El condado de la madre de Castilla se repuebla mayoritariamente por habitantes de origen cántabro, astur, vasco con un dialecto romance propio, el castellano, y con unas leyes diferenciadas.

    El primer conde de Castilla es Rodrigo en el 860 (bajo Ordoño I de Asturias y Alfonso III el Magno). El condado de Castilla experimenta una gran expansión durante el gobierno del conde Rodrigo, que se dirige hacia el sur hasta llegar a Amaya (860) y a costa de los cordobeses por la Rioja. Además, a partir de la sublevación del conde alavés Eglyón, Álava se incorpora al condado de Castilla. En el año 931, el condado de Castilla se unifica con el conde Fernán González, haciendo de sus dominios un condado hereditario a espaldas de los reyes de León.

    El reparto de los territorios de Fernando I —hijo de Sancho III de Pamplona que había sido conde de Castilla y posteriormente rey de León— entre sus hijos condujo a la creación por primera vez del reino de Castilla, recibido por Sancho II.

    En el 1028, Sancho III El Mayor de Pamplona adquiere el condado de Castilla tras la muerte del conde García Sánchez, pues está casado con la hermana de este. Como herencia, en el año 1035 deja un mermado condado de Castilla a su hijo Fernando.

    Creación del reino independiente y uniones con León (1065-1230)

    El testamento de Fernando I el Magno

    Fernando Sánchez, que había heredado en 1035 el condado de Castilla tras el reparto del reino de Pamplona a la muerte de su padre Sancho III, estaba casado con Sancha, hermana a su vez de Bermudo III de León. El conde provocó una guerra en la que falleció el soberano leonés en la batalla de Tamarón contra la coalición castellano-pamplonesa. Al no tener descendencia Bermudo III, su cuñado Fernando se apropió de la corona leonesa esgrimiendo los derechos de su mujer y el 22 de junio de 1038, fue ungido rey de León —Fernando I—. A la muerte de Fernando I en 1065, su testamento mantuvo la tradición navarra de dividir los reinos entre los herederos: al primogénito, Sancho II, le legó Castilla elevando de forma oficial su condado hereditario a condición de reino; a Alfonso VI le otorgó el territorio aportado por la madre: el reino de León; a su tercer hijo, García, le entregó el reino de Galicia; a su hija, Urraca, le cedió la plaza de Zamora y a su otra hija Elvira, la ciudad de Toro. Sancho II de Castilla se alió con Alfonso VI y entre ambos conquistaron Galicia. Sancho atacó a su hermano y ocupó León con la ayuda de El Cid, con lo que se produjo la primera unión entre los reinos de Castilla y León. Gracias a Urraca, en Zamora se refugió el grueso del ejército leonés, al que Sancho puso cerco y donde el rey castellano fue asesinado en 1072 por el noble leonés Vellido Dolfos, retirándose las tropas castellanas. De este modo Alfonso VI se hizo con todo el territorio de su padre.

    Unión con León bajo los reinados de Alfonso VI, Urraca, y Alfonso VII el Emperador

    Alfonso VI gobernó como rey de León, Castilla y Galicia manteniendo la unión de los reinos de León y Castilla efectuada por su hermano Sancho. Sin embargo, siguieron existiendo dos reinos diferenciados en administración, lenguas romances y leyes. Tras la muerte de Sancho IV de Navarra en 1076, pasaron a formar parte del reino de Castilla —entonces unido al reino de León bajo el reinado de Alfonso VI— territorios anteriormente pertenecientes al reino de Navarra: La Rioja, Álava, Vizcaya y parte de Guipúzcoa; parte de estos territorios fueron recuperados por Sancho VI de Navarra en la segunda mitad del siglo xii;​ y no retornaron a dominio castellano hasta su conquista definitiva por Alfonso VIII a finales del siglo xii.

    Con Alfonso VI se produjo también un acercamiento al resto de reinos europeos, especialmente a Francia; casó a sus hijas Urraca y Teresa con Raimundo de Borgoña y Enrique. En el concilio celebrado en Burgos en el 1080 se sustituyó el típico rito mozárabe por el romano.

    A la muerte de Alfonso VI, le sucede en el trono su hija Urraca. Esta se casó en segundas nupcias con Alfonso I de Aragón, pero al no lograr la unificación de los reinos y debido a los grandes enfrentamientos de clases entre los dos reinos, Alfonso I repudió a Urraca en 1114, lo que agudizó los enfrentamientos entre los dos reinos. Si bien el papa Pascual II había anulado el matrimonio anteriormente, ellos seguían juntos hasta esa fecha. Urraca también tuvo que enfrentarse a su hijo, Rey de Galicia, para hacer valer sus derechos sobre ese reino, y a su muerte el mismo hijo le sucede como Alfonso VII, fruto de su primer matrimonio. Alfonso VII consigue anexionarse tierras de los reinos de Navarra y Aragón (debido a la debilidad de estos reinos causada por su secesión a la muerte de Alfonso I de Aragón). Renuncia a su derecho a la conquista de la costa mediterránea en favor de la nueva unión de Aragón con el Condado de Barcelona (Petronila y Ramón Berenguer IV). Alfonso VII se intitula en 1135 Imperator Legionensis et Hispaniae en León.

    Separación de León tras el testamento de Alfonso VII el emperador

    Alfonso VII volvió a la tradición real de la división de sus reinos entre sus hijos. Sancho III pasa a ser rey de Castilla y Fernando II, rey de León. En el tratado de Sahagún de 1158 entre Sancho y Fernando se fijaron de forma oficiosa los límites con el reino de León al sur del sistema Central en la vía Guinea. ​La minoría de edad de Alfonso VIII de Castilla, que sucedió al efímero reinado de Sancho III, provocó un periodo de inestabilidad en Castilla y parte de sus territorios fueron ocupados por el reino de León.​ Ya mayor de edad el monarca comenzó un periodo de consolidación castellana; conquistó la ciudad de Cuenca en el año 1177.​ Incorporó también Álava, Guipúzcoa y el Duranguesado al reino de Castilla en 1200, saliendo estos territorios de la órbita del reino de Navarra. La derrota de Alarcos en 1195 constituyó sin embargo un severo retroceso a la expansión castellana, moviéndose al norte la línea de frontera con los almohades y siendo asediadas por estos ciudades del valle del Tajo como Toledo, Madrid y Guadalajara en el año 1197.

    Unión final con el reino de León: la Corona de Castilla (desde 1230)

    La historia de los dos reinos de Castilla y de León volvió a confluir en el año 1230, cuando Fernando III el Santo recibió de su madre Berenguela (en 1217) el reino de Castilla y de su padre fallecido Alfonso IX (en 1230) el de León. Asimismo, aprovechó el declive del imperio almohade para conquistar el valle del Guadalquivir mientras que su hijo Alfonso tomaba el Reino de Murcia. Al convertirse Fernando III en rey de León tras la muerte de Alfonso IX de León, las Cortes de León y de Castilla se fundieron, momento el que se considera que surge la Corona de Castilla, formada por dos reinos: Castilla y León, así como taifas y señoríos conquistados a los árabes (Córdoba, Murcia, Jaén, Sevilla). Los reinos conservaron su derecho (por ejemplo, a las personas del Reino de Castilla que eran juzgadas en el Reino de León se les aplicaba el derecho de aquel Reino y viceversa).[cita requerida]

    La Casa de Trastámara fue una dinastía que reinó en Castilla entre 1369 y 1555, en Aragón de 1412 a 1555, en Navarra entre 1425-1479 y 1513-1555, así como también en Nápoles entre 1458-1501 y 1504-1555. Tomó el nombre del conde (o duque) de Trastámara, título empleado por Enrique II de Castilla, el de las Mercedes, antes de llegar al trono en 1369; es decir, durante la guerra civil con su hermano legítimo Pedro I. Enrique habría sido criado y educado por el conde Rodrigo Álvarez. A la muerte de Juan II, su hija Leonor heredó Navarra y su hermanastro, Fernando llamado el Católico, la Corona de Aragón. El matrimonio de Fernando con Isabel I de Castilla, celebrado el 19 de octubre de 1469, en el Palacio de los Vivero, de Valladolid, estableció la unión entre estas dos coronas, que se hizo efectiva y definitiva cuando su hija Juana I, reina de Castilla desde 1504, recibió también la corona aragonesa en 1516, proclamándose también como rey de ambas coronas su hijo Carlos I.

    El aumento de la circulación de metales preciosos de la revolución de los precios iniciada a mediados del siglo xvi comportó un proceso inflacionario que perjudicó a las exportaciones de Castilla, por una pérdida de competitividad en precios. Eso arruinó parte de la industria manufacturera de la lana y otras industrias.

    Gobierno: monarcas, concejos y Cortes

    Como todo reino medieval, el poder supremo «por la gracia de Dios» recaía en el rey. Pero comienzan a surgir comunidades rurales y urbanas, que toman decisiones sobre sus problemas cotidianos.

    Estos cuerpos evolucionarán en concejos (o asambleas locales), en los cuales algunos vecinos representará al conjunto. Asimismo conseguirán un mayor poder, como la elección de magistrados y oficiales, alcaldes, pregoneros, escribanos, y otros funcionarios propios.

    Ante el creciente poder de estos concejos, y la necesidad de comunicación de estos con el rey, surgen las Cortes, primero en el Reino de León, en 1188; y luego su correspondiente versión en el Reino de Castilla, en 1250. En las Cortes medievales, los habitantes de las ciudades eran un grupo reducido, conocidos como laboratores. Las Cortes no tenían facultades legislativas, pero fueron un punto de unión entre el rey y el reino, algo en lo cual León y Castilla fueron reinos pioneros.

    Símbolos del Reino de Castilla

    Hacia 1175, durante el reinado de Alfonso VIII, se comenzaron a emplear las armas parlantes de Castilla —esto es, un castillo— como un símbolo heráldico en los sellos.

    Sociedad

    El desarrollo de las ciudades. Los burgos

    En la ruta del camino de Santiago surgen burgos desde La Rioja al Reino de Galicia a partir del siglo xi. El camino de Santiago es de vital importancia para el desarrollo de Burgos. A propósito de esta ciudad, el geógrafo árabe Al-Idrisi escribe en el siglo xii:

    Es una gran ciudad, atravesada por un río y dividida en barrios rodeados de muros. Uno de estos barrios está habitado particularmente por judíos. La ciudad es fuerte y acondicionada para la defensa. Hay bazares, comercio y mucha población y riquezas. Está situada sobre la gran ruta de los viajeros.

    Al sur del río Duero, en las entonces conocidas tierras Extremaduras, el nacimiento de ciudades era con un objetivo defensivo, pero con el paso del tiempo se comenzó también a desarrollar una actividad económica y comercial de importancia similar a las ciudades del norte del Duero.

    Aparecen los burgueses, que son los habitantes de los burgos (no confundir con la acepción actual del término burgués), que se añaden a clérigos y nobles. Los burgueses se dedicaban principalmente al comercio y la producción de objetos manufacturados y su crecimiento se encontraba limitado en lo económico y social por la nobleza (principalmente dedicada a la tierra). También merece atención la llegada, por la intransigencia almohade en al-Ándalus, de comunidades judaicas durante los siglos xi y xii, quienes se establecen como artesanos, mercaderes y agricultores principalmente.

    En el siglo xii, Europa contemplará un gran avance en el terreno intelectual gracias a Castilla. A través del Islam, se recuperarán obras clásicas anteriormente olvidadas en Europa y se pondrá en contacto con la sabiduría de los científicos musulmanes.

    En la primera mitad del siglo xii se crea en Toledo la Escuela de Traductores cuya principal labor era traducir al latín obras de diverso origen filosóficas y científicas de la Grecia clásica o del Islam. Muchos pensadores europeos irán a ese centro del conocimiento, como Daniel de Morley, que decepcionado de las escuelas parisinas viaja a Toledo para «escuchar las lecciones de los más sabios filósofos del mundo».

    El Camino de Santiago no hará sino potenciar el intercambio de saber entre los reinos de Castilla y León y Europa, en ambos sentidos.

    En el siglo xii también aparecerán múltiples órdenes religioso-militares a semejanza de las europeas, como las de Calatrava, Alcántara y Santiago y se fundan multitud de abadías cistercienses.

    Minorías religiosas y lingüísticas

    Desde el siglo x al siglo xiii en los reinos cristianos peninsulares habitó un número significativo de mudéjares, musulmanes que permanecieron en territorio conquistado por los cristianos y a los que al principio se les permitió mantener su religión, su lengua y sus tradiciones. Estos musulmanes se agrupaban en aljamas o morerías con diversos grados de autonomía. En la corte de Alfonso X de Castilla existió un número importante de traductores de árabe, algunos de los cuales eran precisamente mudéjares de Castilla. Así en la primera etapa de Castilla y hasta las revueltas mudéjares que se hicieron especialmente intensas hasta 1246 existió por tanto un número importante de hablantes de árabe andalusí en Castilla que además habrían profesado el islam. A partir de finales del siglo xiii con el aumento de la conflictividad entre mudéjares y cristianos, muchos de ellos fueron expulsados de Castilla, emigrando muchos de ellos a Aragón donde Jaime I de Aragón llevaba una política más tolerante hacia ellos, permitiéndoles conservar mezquitas e instituciones agrarias.​

    Igualmente está bien documentado que en el reino de Castilla existió un número importante de judíos. Si bien estos eran una minoría religiosa, no eran una minoría lingüística ya que el hebreo no era usado como una lengua vernácula entre ellos. Hasta su expulsión definitiva en 1492, cuando se estima que unos cien mil judíos fueron expulsados, debieron constituir una minoría religiosa notoria.​

    En cuanto al uso de otras lenguas, la toponimia y las informaciones esporádicas y los documentos notariales, permiten entrever que el vascuence que no solo se halla muy fragmentariamente representado en la documentación escrita se siguió usando coloquialmente en el norte de la península, obviamente se trataba de una lengua que presenta diferencias con el vasco documentado con claridad a partir del siglo xvi (la invención de la imprenta ayudó a que su publicaran un cierto número de libros en dicha lengua). Pero debido a que la corte castellana era prácticamente ajena al vascuence, no existen documentos íntegramente escritos en vascuence durante la Edad Media y por tanto solo existe una evidencia fragmentaria en menciones anecdóticas, topónimos y antropónimos.​

    En cuanto al mozárabe es conocido que hacia 1085, cuando Toledo pasa a formar parte de la corona castellana, en la ciudad habitaban un 15-25% de mozárabes,18​ por lo que temporalmente debieron existir comunidades mozárabes tras la conquista, aunque es presumible que en pocas generaciones abandonaran su lengua romance en favor del castellano (a diferencia de que pasó con las comunidades mudéjares que sí conservaron su lengua). Igualmente durante ciertos periodos de intolerancia, muchos mozárabes migraron a los reinos cristianos del norte, aunque no parece que existan demasiados testimonios de la lengua mozárabe ligada a estos migrantes.

     

    Atribución imagen

    De España1150.jpg: William R. Shepherdderivative work: Rowanwindwhistler (discusión) – España1150.jpgProjection: EPSG 2062Coast, rivers: Natural Earth, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=65284593
  • Primus inter pares

    Primus inter pares

    La locución latina primus inter pares significa literalmente ‘el primero entre iguales’. Viene a indicar que una persona, dentro de un grupo con un nivel de poder, de autoridad, homogéneo en diferentes ámbitos –bien sea social, político, cultural, religioso, etc– es la más relevante dentro de ese grupo.

    En Castilla herencia visigótica y por tanto, también era frecuente entre tribus germánicas, que dejarían su impronta durante las primeras fases de la monarquía visigoda en la Península ibérica donde el monarca era elegido entre un grupo de nobles. Hacía referencia al estatus de un caudillo o rey en relación a un estrato inferior de vasallos, nobles por lo general, que mantenían fuertes cotas de poder, especialmente militar. Este estatus o forma de gobierno solía darse cuando el rey, por el motivo que fuere, ostentaba más bien una auctoritas, pero no tanto una potestas. Así, en la Europa medieval, en el contexto del feudalismo existente en muchos reinos de la Alta Edad Media, el rey feudal «gobierna de acuerdo con la nobleza, como un primus inter pares que no impone su auctoritas».

     

  • La Constitución Federal de Toro de 1883

    La Constitución Federal de Toro de 1883

    Constitución Federal de Toro (o Pacto Federal para las Provincias regionadas de León, Valladolid y Zamora) fue la propuesta constitucional de federalistas de León, Valladolid y Zamora para estas provincias, a integrar en una República Federal Española. El proyecto de constitución fue aprobado en Toro el jueves 17 de mayo de 1883. 

    Años después, en 1888, Perez Villamil manifestó deseos de que entre las provincias regionadas de León, Valladolid y Zamora se incluyera la de Palencia.​ Por tanto, el proyecto de las provincias regionadas no había caído en el olvido.

    El texto constitucional, cuya esencia era la misma que la del Proyecto General de Constitución federal, a nivel del Estado, ​estaba destinado a las citadas provincias.

    En teoría, el proyecto constituía uno de los pasos necesarios para la formación de dicha República Federal «de abajo arriba», por consentimiento soberano de las partes constituyentes, de acuerdo con la teoría del «pacto sinalagmático conmutativo y bilateral».

    El Pacto Federal Castellano (1869) fue precedente de la Constitución Federal de Toro

     

    Raimundo Pérez Villamil

    Fue un historiador y político republicano español. Fue nombrado inspector de antigüedades de la provincias de León y Palencia en 1875.

    En 1888, Pérez Villamil manifestó deseos de que entre las provincias regionadas de León, Valladolid y Zamora se incluyera la de Palencia en la Constitución Federal de Toro (17 de mayo de 1883). ​ Por tanto, el proyecto de las provincias regionadas no había caído en el olvido.

    Fue padre de María Dolores Pérez Villamil Capra.

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  • ¿Qué fue la Mancomunidad Castellana?

    ¿Qué fue la Mancomunidad Castellana?

    El 18 de diciembre de 1913 Alfonso XIII sancionó el Real Decreto de Mancomunidades Provinciales.​ A pesar de que la ley era aplicable a la totalidad de provincias españolas, finalmente solo las cuatro provincias catalanas hicieron uso de ella, formando la Mancomunidad de Cataluña.

    A raíz de la creación de la Mancomunidad de Cataluña el 6 de abril de 1914, creció en Castilla el sentimiento de alcanzar el mismo estatus político que Cataluña. Pero ya antes de la creación de la mancomunidad catalana, el 4 de enero de 1914 y a propuesta del presidente de la Diputación de Valladolid, se debatió con varias provincias «para constituir la Mancomunidad Castellana». Aquel mismo año, el 13 de julio de 1914, la Diputación Provincial de León acordó apostar por la Mancomunidad con estas palabras: «1°. La mancomunidad con el mayor número de provincias castellanas, procurando se denomine de Castilla y León: 2°. Que las Juntas generales se celebren cada año en una de las provincias mancomunadas: 3°. Que la Comisión o Consejo permanente tengan representación en él las provincias de mayor número de habitantes, y 4°. Nombrar representantes de esta Diputación a los Sres. Argüello, Gullón, Domínguez Berrueta y Presidente».

    Dos años después, en abril de 1916, el diario burgalés La Voz de Castilla abrazaba la causa regionalista castellana adoptando el subtítulo de órgano defensor del regionalismo castellano, que conservó hasta su último número en 1921.

    En 1914, el prohombre santanderino Leopoldo Pardo, en el Boletín de Comercio de Santander, se manifestaba a favor de que la antigua provincia de Santander se mancomunara con las provincias hermanas de Burgos, Salamanca, Soria, Zamora, Ávila, Segovia, Palencia, Valladolid, Santander y León.​ Años después, en 1923, José del Río «Pick» fue el mayor exponente de la tesis castellanista en Cantabria, aquella que defendía la vinculación de la provincia de Santander dentro de Castilla la Vieja con la publicación de los artículos «El problema regional: Necesidad de la provincia en Castilla la Vieja»​ y «La personalidad de Santander. Castellanos por interés y por amor».​ Sobre la integración de la provincia de Santander en la Mancomunidad, afirmaba:

    «Pero esta tendencia nuestra a la Mancomunidad de Castilla no supone ni puede suponer que nuestra personalidad regional pueda ser absorbida. La Mancomunidad Castellana, si se establece, debe ser una federación de comarcas de abolengo castellano en la que cada una conservará sus particularidades propias. Santander, asimismo, con vida regional en sí misma pero dentro de la gran familia castellana (…)».

    En 1929, Gustavo San Millán, vicepresidente de la Coral Montañesa, hizo una defensa de la castellanía de La Montaña;​ y cuatro años más tarde, en 1933, Elofredo García, alcalde de Santander, afirmó que Santander era el puerto único y natural de Castilla y el desarrollo económico castellano «el principio de la futura autonomía regional».​ Consuelo Berges Rábago también defendió la castellanía de la Montaña (Cantabria) en un artículo de 1932.

    La Diputación Provincial de Madrid, previo acuerdo tomado el 2 de diciembre de 1918 en Burgos por las diputaciones de una serie de provincias (Mensaje de Castilla), hizo una propuesta de creación de la Mancomunidad Castellana.​ Pocos días después, en enero de 1919, algunas diputaciones —las de Castilla la Vieja y León— reunidas en Segovia dieron algunos pasos para constituirse en autonomía regional y las Bases de Segovia fueron el resultado de sus trabajos.

    En aquel mismo año de 1918, el escritor y economista ciudadrealeño Francisco Rivas Moreno se mostró partidario de que Castilla formara una región. En este sentido afirmaba: «De absurda califico la afirmación de que Castilla no puede formar región porque carece de dialecto».​ El mismo autor se declaró hijo de Castilla afirmando lo que sigue: «Para los hijos de Castilla, la idea de Patria está colocada en el altar de las más puras adoraciones, y el mayor placer es ofrendarla todo linaje de sentimientos nobles y de acciones generosas, anhelosos de ver a la madre común disfrutar de grandes prosperidades».

    La creación de la Mancomunidad Castellana no prosperó, pero años después, en 1926, el burgalés Gregorio Fernández Díez se mostró partidario de la mancomunación de las provincias castellanas para acometer proyectos de interés común para ellas en su libro El Valor de Castilla.​ Sobre los trabajos de 1918 y 1919 para crear la Mancomunidad Castellana, aunque solo se trataba de una mancomunidad castellano-leonesa, dijo: «a fines de 1918, el Madrid político, el Parlamento iba ya a otorgarnos la autonomía integral, cuando las Diputaciones castellanas se levantaron proclamando que Castilla necesitaba al mismo tiempo, ni antes ni después, otro Estatuto para su autonomía»

     

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  • El Condado de Castilla

    El Condado de Castilla

    El condado de Castilla fue un área geográfica que formaba parte del reino de Asturias y del reino de León hasta que tomó forma de un Estado autónomo en el año 932. Un siglo después, en el año 1065, pasó a ser el reino de Castilla.

    Fue repoblado por personas procedentes de diversos pueblos (leoneses, godos, bárdulos, navarros, cántabros, mozárabes…). Residentes en un primer momento en Vizcaya, los movimientos de los bardulos hacia el oeste (que huían del hostigamiento de los francos) obligaron a los autrigones y sobre todo los bárdulos (que dieron su nombre) a desplazarse hacia el oeste, a un lugar tradicionalmente llamado desde entonces Bardulia y conocido anteriormente como Autrigonia. Desde allí se dirigieron progresivamente hacia el sur, ocupando los territorios que luego formaron parte del reino de Castilla.

    Primeras repoblaciones (791-850)

    Primera etapa (791-822)

    Castilla dentro del reino de Asturias, siglo IX.

    Aprovechando los momentos de debilidad del emirato de Córdoba, van a atravesar la Cordillera Cantábrica desde las tierras de Cantabria y Vizcaya personas que realizarán presuras de terrenos, restaurarán iglesias y recuperarán molinos. Estos movimientos migratorios no son patrocinados por los reyes asturianos, sino por abades y familias de poder. Son varias las aceifas musulmanas que van a tener que soportar y poca la ayuda que pueden recibir desde la lejana capital asturiana.

    Existieron tres núcleos iniciales de repoblación: el Valle de Mena desde Taranco, Valpuesta y el núcleo occidental. Además de estos, en 814 los foramontanos germen de la antigua Castilla, un nombre que indica que procedían de un lugar situado fuera de las montañas, posiblemente del valle del Ebro, salen de Malacoria y van hacia Castilla (según los Anales castellanos). Esta noticia hace que actualmente no se esté seguro del recorrido exacto de esta migración, existiendo varias hipótesis. El periodista Víctor de la Serna, estudioso del tema, publicó en 1956 su libro La ruta de los foramontanos recibiendo el Premio Nacional de Literatura.

    Va a haber importantes corrientes migratorias hacia tierras incultas para obtener nuevas tierras de cultivo, y así paliar la falta de alimentos debida a la superpoblación y a las malas condiciones climáticas. De todas formas, aún no existe un sistema defensivo organizado y capaz de hacer frente a las aceifas cordobesas. Será más adelante cuando los reyes asturianos se preocupen de defender adecuadamente la zona.

    Solo cuando los cordobeses tienen problemas internos es cuando existen movimientos repoblatorios, sucediéndose acciones militares entre 791 y 822. A pesar de estas continuas aceifas, los dos núcleos del valle de Mena y Valpuesta no parecen haber sufrido sus efectos, al contrario que Álava, Castilla (entendiendo Castilla como la zona de Espinosa de los Monteros y Sotoscueva) y la zona en torno a Miranda de Ebro.

    Segunda etapa (822-842)

    Tras morir al-Hakam I, su sucesor ‘Abd al-Rahman II ha de hacer frente a multitud de rebeliones internas. Aun así, viendo el progresivo avance asturiano por la zona del Ebro, realizó una primera incursión el verano del 822. ‘Abd al-Karim invade las tierras de Álava, saqueándolas. Tras recibir promesa de sumisión por parte de castellanos, ‘Abd al-Karim volvió a Córdoba llevando en garantía numerosos rehenes.

    Esta terrible expedición afectó casi únicamente a la región de Álava. Y en noviembre de ese mismo año, va a haber nuevas repoblaciones en la zona de Valdegovia.

    En el norte de Palencia la repoblación no se detiene. Un conde magnate, llamado Munio Núñez, fue dirigiendo a los foramontanos hacia la zona de Aguilar de Campoo. El fuero de Brañosera, concedido por dicho conde y su esposa Argilo el 13 de octubre de 824, es posiblemente el primero en Europa.

    En el año 825 dos ejércitos cordobeses se dirigieron de nuevo hacia la parte oriental del reino asturiano, atacando a la vez Álava y Castilla. Habrá otra razzia más en el 826 sobre el valle de Mena y los territorios limítrofes del valle de Losa y Espinosa de los Monteros. Después hubo unos años de paz hasta que en el 830, un hijo de ‘Abd al-Rahman penetra hasta Sotoscueva, tomando el castillo de al-Garat. Una violenta insurrección en Toledo suspenderá durante casi diez años las aceifas sobre el condado de Castilla y el resto del reino asturiano.

    Sigue habiendo presuras y la repoblación no se detiene. Y tras la tregua forzosa del 830, un nuevo impulso de repoblación se localiza tras las montañas de la cordillera Cantábrica. Por otra parte, puede que tras las expediciones anteriores, los asturianos se dieran cuenta de la importancia que tiene el desfiladero de Pancorvo como paso estratégico y van a intentar mantenerlo bajo sus manos.

    En el 837 Abderramán II entra en Toledo sofocando su rebelión. Poco después tres ejércitos se encaminan hacia el reino de Asturias. El primero ataca Galicia, el segundo se dirige hacia León y el tercero vuelve a golpear Álava y Castilla. En esta expedición se conquista una fortaleza, que probablemente sea Pancorbo. Pancorbo es la llave de Castilla y Álava y a partir de ahora este va a convertir el punto desde el cual se van a organizar todas las operaciones de saqueo por parte de los cordobeses. Habrá que esperar hasta los años alrededor del 870 para que Pancorbo vuelva a estar en manos asturianas.

    Y con esta importante plaza bajo su poder, Abderramán II organiza una aceifa en el 838. Esta expedición estaba comandada por Ubaid Allah ben al-Balesi, remontó el río Ebro, pasó por la zona de Villarcayo y asoló la región de Sotoscueva «consiguiendo una gran victoria».

    Sin descanso para los habitantes de Álava, el 839 Musa ibn Musa, el jefe del importante clan de los Banu Qasi que gobernaban el valle del Ebro en torno a Tudela y Zaragoza, penetra en Álava y la saquea.

    Poco después, en el 842 muere Alfonso II tras un largo reinado en el que había expandido su reino haciendo frente en la medida de sus posibilidades al su poderoso vecino sureño.

    El reinado de Ramiro I (842-850)

    Durante el reinado de Alfonso II, Ramiro I de Asturias (hijo de Bermudo I), fue nombrado gobernador de Galicia probablemente hacia el 830, ante la falta de descendencia propia de Alfonso II.

    Ramiro y su primera esposa Urraca fueron padres de Ordoño I de Asturias, y se encontraba en Bardulia para contraer nuevo matrimonio con Paterna, hija de un noble castellano, cuando sucedió la muerte de Alfonso II. En este momento Ramiro tenía ya cincuenta años. Estando aún en Castilla conoció también el encumbramiento del conde palatino Nepociano, casado con una hermana de Alfonso II, como rey. Ante este hecho, Ramiro regresa apresuradamente a Galicia, donde tiene gran cantidad de partidarios, reúne un ejército en Lugo y marcha hacia Asturias.

    Se produce un enfrentamiento entre sendas facciones entre Cangas de Onís y Tineo. Poco después, Nepociano es abandonado por los suyos y tiene que huir hacia Oviedo. Pero los condes Escipión y Sonna le alcanzan cerca de Pravia y le llevan en presencia de Ramiro I. El castigo para Nepociano consistió en sacarle los ojos y su posterior confinamiento en un monasterio. En el verano de este mismo año Ramiro es coronado rey en Oviedo a la manera gótica, dando vía libre a la sucesión hereditaria, abandonándose la elección. De él partirá la línea dinástica que perdurará durante varios siglos.

    En esta lucha, Ramiro fue apoyado por los magnates gallegos, mientras Nepociano es sostenido por los mandatarios astures, cántabros, castellanos (a pesar de que Ramiro estaba casado con una castellana) y vascones. La coronación de Ramiro I como rey no acabó con las conjuras palaciegas y el enfrentamiento de las diferentes tendencias que ya empezaban a apuntarse en el reino asturiano.

    Ramiro I es denominado el de la Vara de Justicia, porque hizo desaparecer a los bandidos de Asturias, sacó los ojos a los ladrones que capturaba y enviaba a la hoguera a los adivinos y magos. Además, durante su corto reinado tuvo que hacer frente a varias rebeliones palaciegas. Los enemigos externos también atacan.

    Los dos primeros jueces legendarios, Nuño Rasura y Laín Calvo, fueron nombrados en el año 842 y según la tradición, crónicas y obras literarias posteriores (como el Poema de Fernán González) fueron antepasados directos de Fernán González (en el caso de Rasura) y del Cid Campeador (en el de Calvo). Tal parentesco está apoyado únicamente en documentos literarios y no tiene aval histórico cierto.

    Et los Castellanos que vivian en las montañas de Castiella, faciales muy grave de yr à Leon porque era muy luengo, è el camino era luengo, è avian de yr por las montañas, è quando allà llegagan asoverviavan los Leoneses, è por esta raçon ordenaron dos omes buenos entre si los quales fueron estos Muño Rasuella, è Laín Calvo, è estos que aviniesen los pleytos porque non oviesen de yr à Leon, que ellos no podian poner Jueçes sin mandado del Rey de Leon. Et ese Muñyo Rasuella era natural de Catalueña, è Laín Calvo de Burgos, è usaron así fasta el tiempo del Conde Ferrant Gonçalvez que fue nieto de Nuño Rasuella
    Tit. Por qual raçon los fijosdalgo de Castiella tomaron el fuero de Albedrío.

    En el 843, el hijo de Abderramán II, al-Mutarrif vuelve con una expedición contra el norte peninsular. Pero el resultado no debió valer la pena y no volverá a haber acciones importantes hasta el 846.

    En el 844 llegan por primera vez los vikingos a las costas españolas. Primero desembarcaron cerca del actual San Sebastián y se adentraron en el naciente reino navarro capturando a su rey Íñigo Arista de Pamplona. Después realizaron un intento de desembarco fallido frente a Gijón y se dirigen hacia la Torre de Hércules (Brigantium), cerca de La Coruña. Mientras estaban saqueando La Coruña y Betanzos, fueron sorprendidos por un ejército asturiano y tuvieron que retirarse con la escuadra maltrecha y gran cantidad de muertos.

    Las cosas tampoco estaban fáciles para el emir cordobés: a las rebeliones del gobernador de Zaragoza hay que sumarles las incursiones normandas y la rebelión mozárabe en torno a Toledo al frente de San Eulogio y Álvaro (850).

    Ante los problemas internos cordobeses, Ramiro aprovecha para ampliar los límites de su reino llegando a León, antiguo campamento romano, que parecía una buena base para organizar una nueva zona de repoblamiento. Pero ‘Abd al-Rahman II, preocupado por este avance asturiano, envió a su hijo Muhámmad al mando de un expedición que tomó León (846). Los asturianos huyeron despavoridos, incapaces de hacer frente a las máquinas de guerra cordobesas. Muhámmad incendia León y abre grandes brechas en las murallas, retirándose después. León quedó desierta hasta varios años después.

    Ramiro murió en 850 en el palacio del Naranco, siendo enterrado en Oviedo, en el panteón de los reyes que había erigido Alfonso II, junto con su esposa Paterna. Durante el breve y tumultuoso reinado de Ramiro I se edifican las más notables construcciones del prerrománico asturiano: la iglesia de San Miguel de Lillo y el palacio de Santa María del Naranco. Además, después, el arzobispo Rodrigo haría al rey Ramiro I protagonista de una famosa batalla, la de Clavijo.

    Los años del reinado de Ramiro I suponen un parón de la repoblación por tierras de Castilla. En un ambiente de desorden y continuas rebeliones, aparecen en las leyendas los Jueces de Castilla. Sus nombres son Nuño Rasura o Rasuella y Laín Calvo e impartirían justicia entre los castellanos apoyándose en las costumbres y cuyas sentencias se denominaban fazañas, sin tener en cuenta el Liber Iudiciorum, de herencia visigoda, que se respetaba en el resto del reino asturiano. Posiblemente fueron dos, para que cuando uno de ellos viajara a la corte astur, otro se quedara en el condado para mantener la justicia.

    Rodrigo, el primer conde de Castilla (850-873)

    Rodrigo bajo el reinado de Ordoño I (850-866)

    El nuevo rey Ordoño va a delegar el gobierno de sus territorios fronterizos a gentes de la familia real, quienes tendrán gran libertad de acción a cambio de su fidelidad: su hermano Gatón será conde del Bierzo y su hermano o cuñado Rodrigo, conde de Castilla. La llegada de Ordoño I al trono en el 850 coincide con una nueva rebelión del jefe de los Banu Qasi, Musa II, que controlaba el valle del Ebro entre La Rioja y Zaragoza. Musa ibn Musa estaba aliado con su hermanastro Íñigo Arista de Pamplona y buscaba la creación de un reino independiente de Córdoba. Hacia el 852 tropas asturianas y gasconas se enfrentaron a los vascones y a los Banu Qasi en la primera batalla de Albelda, siendo vencedores estos últimos. Musa II se hacía con el control de casi la totalidad de la actual La Rioja.

    Mientras tanto Abd al-Rahman II muere (852) y su hijo Mohámed I es nombrado emir. En un primer momento su reinado fue tranquilo pero tras nombrar visir a Hashim ben ‘Abd al-Aziz, el descontento se extendió entre mozárabes y muladíes. Y es Toledo donde mayor fue la resistencia al poder del emir. Los mozárabes, dirigidos por Eugenio, depusieron al gobernador musulmán y conquistan la fortaleza de Calatrava, pidiendo ayuda militar a Ordoño I. Este envió al conde Gatón del Bierzo, derrotando a los cordobeses en Andújar (853), aunque en el 854 las tropas castellanas del reino de Asturias fueron derrotadas en la batalla de Guadalacete, al sudoeste de Toledo. Sin embargo, la sublevación se reprodujo en el 858, siendo ajusticiado Eulogio al año siguiente. Posteriormente surgirán más sublevaciones en al-Ándalus.

    En el 859 los vikingos llegan a Pamplona y secuestran al nuevo rey García Íñiguez de Pamplona. Solo tras pagar un costoso rescate el rey vuelve a Pamplona, pero a partir de entonces la vieja alianza entre los Arista y los Banu Qasi se ha roto y García I será aliado del reino de Asturias.

    Debido a los problemas internos de cordobeses y al cambio de actitud de los navarros, el único enemigo de Ordoño I fue el caudillo de los Banu Qasí, Musa ibn Musa (Musa II), quien se titulaba tercer rey de España. En continua rebelión contra Córdoba, trata de asegurar el valle del Ebro a su paso por la Rioja. En el 855 va a realizar una dura razzia contra Álava y al-Qilá y tras ella se preocupa de restaurar y fortalecer la guarnición militar de Albelda. Viendo la amenaza que esta fortaleza supone sobre los dominios orientales del reino asturiano, Ordoño I y los navarros lanzan una ofensiva contra Albelda. Tras una dura lucha, Ordoño toma la fortaleza y la arrasa.

    Musa Ibn Musa seguirá peleando contra navarros y cordobeses hasta su muerte en el 862. Mientras tanto su hijo Lupp o Lope ben Musa, gobernador de Toledo, se declarará vasallo de Ordoño I.

    La situación es propicia para impulsar la expansión del reino asturiano hacia el sur. El fenómeno de la repoblación es apoyado y fomentado por el rey, quizás para dar solución al problema derivado del acogimiento de importantes grupos de mozárabes acogidos en su reino tras las rebeliones en Toledo y otras poblaciones de al-Ándalus.

    El condado de Castilla hacia el 860 se extendía hacia el sur por la Merindad de Sotoscueva, Espinosa de los Monteros, Bricia, Valdivielso, Valle de Mena, La Losa, Valdegovía y el Valle de Tobalina, y llegando por el este siguiendo el río Ebro hasta Puentelarrá y por el oeste hasta Brañosera, Aguilar de Campoo y el obispado de Veleia (Uelegia Alabense), entraba dentro de la jurisdicción de Rodrigo.

    El conde será el encargado de recaudar los impuestos, cobrar las multas e impartir justicia en sus territorios. En los primeros años de su gobierno se reanuda la repoblación de nuevos territorios bajo la acción de eclesiásticos y señores pero a partir del 860 el propio conde va actuar y repoblará Amaya (860). Dichos señores y eclesiásticos son: el abad Paulo, el abad Rodanio, Sona y Munina, Fernando Núñez de Castrosiero y su mujer Gutina, y los obispos Severo y Ariolfo.

    La expansión del condado de Castilla hacia el sur y el este se produce aprovechando la debilidad del emirato de Córdoba y es ejecutada a instancias del rey Ordoño I por el conde Rodrigo. En la frontera riojana se van a conquistar diversas fortalezas y ciudades: Haro, Cerezo de Río Tirón, Castil de Carrias y Grañón. Y se fundan nuevas fortalezas (Frías, Lantarón).

    Pero el hito más conocido del conde Rodrigo es la repoblación de Amaya en el 860, lo que lleva a adelantar la línea de fortalezas hasta Úrbel del Castillo, Castil de Peones, Moradillo de Sedano, Oca y Cerasio (Cerezo de Roo Tirón).

    Envalentonados con la nueva expansión, los asturianos atacan incluso posiciones de los cordobeses. Así, Ordoño I saquea Coria mientras el conde Rodrigo pasa el puerto de Somosierra y saquea y arrasa la nueva fortaleza de Talamanca de Jarama (863), apresando al gobernador Murzuk y a su mujer Balkaria, a los que pondría en libertad poco después. Muhámmad I no duda en responder y ese mismo año su hijo ‘Abd al-Rahmán y el general ‘Abd al-Málik ben Abbás entran en Álava y Castilla. Rodrigo trata de cortarles la retirada en el desfiladero de Pancorvo. Pero los cordobeses se dan cuenta de la maniobra y toman la cuenca del río Oja para retirarse. La expedición debió de ser fatídica para los castellanos.

    Nuevamente atacan los cordobeses en el 865, esta vez centrándose sobre todo en Castilla (Batalla de La Morcuera). Ibn Alanthir nos refiere una nueva incursión en el 866, y de nuevo el príncipe ‘Abd al-Rahmán dirige el ejército contra Álava y Castilla, llegando hasta la ciudad de Mano, probablemente el valle de Mena, de donde volvió sin grandes botines pero sin sufrir pérdidas.

    En el 866 muere Ordoño I de gota habiendo designado sucesor a su hijo Alfonso, que desde hacía varios años era gobernador de Galicia.

    Rodrigo bajo el reinado de Alfonso III (866-873)

    Contexto histórico

    Alfonso III ya estaba asociado al trono de su padre desde el 864 a la edad de dieciséis años, y gobernaba Galicia desde el 862. Cuando muere Ordoño, Alfonso se encuentra en Santiago de Compostela. Pero pronto el conde de Lugo Fruela Bermúdez se sublevó, alcanza Oviedo y es proclamado rey, obligando a Alfonso a huir hacia tierras castellanas y alavesas para acogerse bajo el conde Rodrigo.

    Mientras tanto Rodrigo está rechazando la incursión cordobesa del 866. Tras esta acometida, Rodrigo y otros nobles se proponen entronizar a Alfonso en Oviedo. Rápidamente Rodrigo prepara a su ejército y se dirige hacia Asturias para expulsar a Fruela.

    Alfonso III fue coronado el 25 de diciembre de 866 y es la primera vez en que los castellanos afianzan a un rey en Oviedo. Indudablemente, Rodrigo va a tener ahora una gran influencia sobre el nuevo rey. Rodrigo permaneció algún tiempo en la corte ovetense pero a principios del 867 debió regresar a Castilla, a tiempo para enfrentarse a dos nuevas dificultades.

    Los cordobeses vuelven a penetrar en Álava y Castilla en el 867. Esta vez están dirigidos por otro hijo del emir Muhámmad I, al-Hakam, quien llega hasta Djernik (Herrenchun?), ciudad que asaltan y saquean, para luego pasar por el valle de Mena, Espinosa de los Monteros y Bricia hasta llegar a la zona de Reinosa, donde debía encontrarse el conde Rodrigo regresando desde Oviedo. al-Hakam regresa a Córdoba sin haber intentado combates en aquella zona. Esta será la última acción musulmana hasta años después debido al recrudecimiento de sus problemas internos.

    Por otra parte, aprovechando los problemas sucesorios, un magnate o conde llamado Eglyón o Elyón se subleva en Álava. Rodrigo fue el encargado de sofocar la rebelión que pareció acabarse (867 u 868) sin ni siquiera sacar la espada. Este pudo ser el motivo por el cual a partir de ahora el conde Rodrigo va a extender sus dominios también sobre Álava. Aunque su nombre sigue sin aparecer en los documentos firmados en los dominios del obispado de Valpuesta, sí aparece en un documento de donación de Obarenes (870) y en una carta del monasterio alavés de San Millán de Salcedo (18 de abril de 873), en el valle de Cuartango junto con el señor Sarracín Muñoz, que pudiera ser el lugarteniente de Rodrigo en tierras alavesas.

    Los ataques cordobeses paran a partir del 867. Alfonso III, considerado como el verdadero ideólogo de la Reconquista, el que impulsó la idea de una restauración del antiguo reino visigodo, continúa los avances comenzados por su padre. Mientras por el oeste el conde Vímara Pérez llega a Oporto (868), en la frontera oriental el objetivo es hacerse con una serie de fortalezas que impide la expansión del reino asturiano. Entre este año y el 873, cuando muere el conde Rodrigo, los castellanos parecen haberse hecho con la fortaleza de Pancorvo y Cellorigo. Aun así, los cordobeses seguirán manteniendo durante años otras importantes plazas como Ibrillos, Grañón y Carazo.

    Las últimas apariciones documentales del conde Rodrigo son las siguientes, datadas en el 873: la donación que Oveco y Gontroda hacen al monasterio de San Mamés de Obarenes, y otra carta, en la que los monjes de San Pedro de Tejada hacen obediencia al abad Acisclo, que sucedía al fundador, el abad Rodanio.

    Existen actas datadas en los años 863, 864, 869 y 871 en las que el nombre del conde de Castilla es Diego Rodríguez Porcelos, el hijo de Rodrigo. Normalmente se supone que estas cartas, aunque auténticas, están antedatadas, al menos con seguridad las dos primeras, ya que hablan del rey Alfonso, que no empezó a reinar hasta el 866. La muerte de Rodrigo acaeció el 4 de octubre de 873.

    Extensión del condado de Castilla en 873

    El condado de Castilla experimenta una gran expansión durante el gobierno del conde Rodrigo, que se dirige hacia el sur hasta llegar a Amaya (860) y a costa de los cordobeses por la Rioja. Además, a partir de la sublevación del conde alavés Eglyón, Álava se incorpora al condado de Castilla.

    Fortalezas musulmanas eran Pancorvo, Cellorigo, Cerezo de Río Tirón, Castil de Carrias, Briones, Grañón e Ibrillos. Muy importante era la situación de Pancorvo, que impedía el avance castellano hacia las tierras de los Montes de Oca (Burgos), antigua sede episcopal visigoda de la Diócesis de Oca. Frente a estas fortalezas surgen las fortificaciones de Lantarón y Término.

    Es ahora cuando los castellanos conquistan Cellorigo, Buradón y Pancorvo y las plazas cercanas. De esta forma se arrebata a los cordobeses las llaves de entrada a Álava y Castilla, pero que aún conservan Grañón e Ibrillos.

    Una nueva línea de fortalezas surgió para proteger estos nuevos territorios, con el fin de contener de una vez las constantes acometidas cordobesas por este flanco del reino asturleonés.

    En definitiva, el conde Rodrigo actúa como garante de la realeza asturiana en la conflictiva marca oriental. Aprovechando los momentos de debilidad del emirato cordobés, reorganiza la línea fronteriza y expande las fronteras del condado hasta Amaya y los montes Obarenes. Tras las duras razzias primero de Musà ben Musà y luego de Muhámmad I consigue asegurar la frontera riojana. Además se convirtió en un poder fáctico del reino tras lograr la imposición del rey Alfonso III en Oviedo y acabar con la revuelta alavesa encabezada por Eglyón. El condado de Castilla aparece ya perfectamente configurado como un territorio diferenciado tanto de León como de Álava y con una mirada puesta en su expansión hacia el Duero y hacia La Rioja.

    Diego Rodríguez Porcelos (873-c. 885)

    El condado de Castilla bajo Diego Rodríguez

    El primer conde de Castilla, Rodrigo, murió en 873. En la Crónica Albeldense se nos dice que en tiempos de Alfonso III era conde de Castilla Diego Rodríguez Porcelos, hijo de Rodrigo, siendo el primer caso en el que el título de conde es hereditario en el reino de Asturias y así parece confirmarlo cuando en una carta del cartulario del San Millán de la Cogolla firma como Diego, conde de Castilla por la gracia de Dios. Quizás se deba a la deuda que Alfonso III había contraído con su padre cuando este le ayudó a recuperar el trono asturiano.

    Existen varias cartas en los que el nombre del conde de Castilla es Diego y no su padre. Según Fray Justo Pérez de Urbel, las cartas son auténticas, pero están antedatadas. De todas formas, la mayor parte de la escasa documentación que se refiere a Diego llevan fechas que parecen imprecisas.

    Contexto histórico

    Alfonso III va a realizar una tremenda labor expansiva de su reino, avanzando hacia al sur en todos los frentes y ayudando a cuantos rebeldes andalusíes se opongan al domino cordobés. Pero también va a tratar de fortalecer su autoridad real, coartando la libertad de acción de sus condes lo cual va a provocar multitud de sublevaciones entre los magnates del reino.

    El periodo de gobierno de Diego Rodríguez está marcado por tres acontecimientos: el definitivo afianzamiento de la frontera en el valle del Ebro en colaboración con el conde de Álava, Vela Jiménez; la creación de una nueva línea defensiva más al sur, siguiendo el curso del río Arlanzón; y la restauración de la antigua sede episcopal de Oca.

    Afianzamiento de la frontera en el valle del Ebro

    Es casi imposible seguir con precisión la evolución de la frontera oriental del reino asturiano. El valle del Ebro riojano había sido la entrada natural de la mayor parte de las razzias musulmanas contra Álava y Castilla y estaba jalonado de fortalezas como Pancorbo, Cellorigo, Ibrillos, Grañón, etc.

    En época de Rodrigo, y tras la victoriosa campaña contra Albelda (859), fortaleza de Musà II, los castellanos se debieron hacer con el control de multitud de fortalezas en la zona como Cerezo de Río Tirón, Castil de Carrias, Ibrillos y Grañón. Sin embargo, esta derrota del poder de los Banu Qasí y la muerte de Musà II (862) también fue aprovechada por Muhámmad I para controlar de una vez estas tierras. Por eso envió sucesivas aceifas a esta zona. La primera fue en el 863, de la que Ibn Idhari dice que fueron derrotados diecinueve condes, aunque no parece que tuviera beneficios territoriales. La siguiente fue en el 865, resultó más contundente y llegó hasta Salinas de Añana, acabando con una victoria cordobesa en la Batalla de La Morcuera (entre Foncea y Bugedo, cerca de Miranda de Ebro) que obligó a replegarse a castellanos y cordobeses, y puede que se tradujera en la pérdida de algunas de las fortalezas anteriormente conquistadas, en concreto de Cerezo Río Tirón, Ibrillos y Grañón. Muhámmad I aprovechó esta debilidad para enviar nuevas acometidas en el 866 y 867.

    Desde este momento habrá un parón en las acometidas cordobesas pues Muhámmad I ha de afrontar números rebeliones internas. Quizás la más interesante desde nuestro punto de vista es la protagonizada por los hijos de Musà II. Desde el 871 se van a sublevar contra el poder central, Ismael ben Qasí en Zaragoza, Fortún ben Qasí en Tudela y un sobrino de este último, Muhámmad ben Lope, en Borja y Rueda. Alfonso III va a prestar su apoyo a todos ellos. A partir del 873, Muhámmad va a realizar varias acometidas sobre estos núcleos rebeldes.

    Pero viendo que la alianza era fuerte, trató de acometer contra los dos enemigos a la vez. En el 882 inició una campaña contra los Banu Qasi. Ismael y Fortún resistieron pero Muhammad ben Lope se rindió y acompañó al príncipe hacia la marca oriental del reino asturiano. Remontando el Ebro se dirigieron primero contra Cellorigo defendida por Vela Jiménez, que resistió el ataque en la batalla de Cellorigo; unos días después avanzaron sobre Pancorbo, defendida por Diego Rodríguez Porcelos, que también resistió. Viendo que la entrada por los Montes Obarenes era imposible, se dirigen hacia una zona recién ocupada por los castellanos: las nuevas fortalezas a orillas del río Arlanzón, que aún no estaban suficientemente organizadas. Munio Núñez, encargado de la defensa de Castrogeriz tiene que abandonarla.
    Desde este momento, los únicos ataques que van a sufrir Álava y la primitiva Castilla van a ser los dirigidos por el Banu Qasi Muhámmad ben Lope. Tras la traición realizada a Alfonso III, Muhámmad ben Lope volvió a rebelarse contra Córdoba, derrotó a sus parientes y se hizo con el control de un extenso territorio que abarcaba Toledo, Valtierra, Zaragoza, Tudela y Villamayor de Monjardín, cerca de Estella. Los castellanos realizaron una incursión sobre sus territorios en el 883 que fue respondida inmediatamente con un provechosos ataque sobre Álava y Castilla. Sin embargo, volvió a pedir la ayuda asturiana en el 884 pero le fue negada. Ese mismo año fue derrotado por Muhámmad I.
    A comienzos del gobierno de Diego Rodríguez había dos posiciones castellanas que ya serían inamovibles: Pancorbo en manos castellanas y Cellorigo en manos alavesas. Por parte musulmana Ibrillos y Grañón serán las dos plazas más importantes y no serán conquistadas hasta inicio del siglo X. El resto de fortalezas debieron cambiar de manos en multitud de ocasiones, pero es plausible que los castellanos poco a poco fueran afianzándose en algunas de ellas como Cerezo de Río Tirón y Castil de Carrias. Así permite al menos ser inducido de la actividad repobladora que se va a llevar a cabo en la zona de Oca.

    Restauración de la sede episcopal de Oca

    Oca es la antigua Auca Patricia, sede episcopal ya en época visigoda. Es posible que en esta zona siempre hubieran quedado poblaciones y fortificaciones aunque no organizadas por el reino asturiano, como San Miguel de Pedroso. Sin embargo es ahora cuando empieza a ser parte del reino asturiano gracias a la labor del conde Diego Rodríguez Porcelos.

    La repoblación definitiva parece que se hizo entre los años 873 y 880. La sede aucense está en pleno funcionamiento durante el gobierno del conde Diego y además se ve favorecida por numerosas donaciones del conde. Puede que esta actitud se deba a que en los dominios del obispado de Valpuesta no se vea reconocida su autoridad, como lo confirman dos documentos uno del 875, en el que el presbítero Emérito dona diversos bienes al monasterio de San Cosme y San Damián; y otro fechado hacia el 884 en el cual el presbítero Sisnando entrega posesiones al monasterio de San Emeterio y Celedonio de Taranco.

    La línea fronteriza del Arlanzón

    La expansión continúa hacia el sur y llega a orillas del río Arlanzón. Los Anales Castellanos nos dan la fecha del 882 para la repoblación de Ubierna y Burgos por parte del conde Diego Rodríguez. Y ese mismo año debió acontecer la repoblación de Castrogeriz, el antiguo Castrum Sigerici visigodo. Sin embargo el mismo 882 los cordobeses asolaron esta nueva zona de fortalezas y al menos obligó a Nuño Núñez, encargado de la defensa de Castrogeriz, a abandonar la fortaleza. Pero es seguro que en el 884 estas plazas ya estaban los suficientemente organizadas.

    Parece probable que Diego Rodríguez fuera también el fundador de una nueva villa cercana a Castrogeriz, Villadiego, que aparece en los documentos desde comienzos del siglo X.

    Por lo tanto la nueva frontera va a tener fortalezas de renombre como Castrogeriz, Ubierna y Burgos, pero seguro que otras muchas se levantaron en esta época. Fray Justo Pérez de Urbel cita las siguientes: Castrillo de Riopisuerga, Castrogeriz, Torres de Villasandino, Castrillo Mota de Judíos, Castrillo de Murcia, Torres de Hornillos del Camino, Castrillo de Tardajos, Castrillo de Muñó, Burgos, Celada de la Torre, Castrillo de Arlanzón, Castrillo de la Vega, Castrillo del Val, Castrillo de Verrocue, Torrepadre, Pampliega y Torre de Doña Imblo.

    El oscuro final del conde Diego

    No existe una fecha clara sobre la muerte de Diego Rodríguez. Parece ser que murió ejecutado y asesinado. De hecho, en 885 se produjo la rebelión contra Alfonso III del conde Hermenegildo Pérez, hijo de Pedro Theón. Tanto Pedro Theón como Rodrigo fueron hombres de la mayor confianza para el rey y sus hijos continuaron siendo condes. Es probable que Diego apoyara esta revuelta y corriera la misma suerte que los demás nobles: Hermenegildo Pérez, Hanno… y fuera ejecutado. Seguramente fuera enterrado en Cornuta (Cornudilla, Burgos) o en la iglesia de San Felices de Oca.

    La Crónica najerense consigna la muerte del conde Diego en Cornudilla el 31 de enero de 885.

    Vela Jiménez, conde de Álava (c. 870-d. 883)

    Tras la sublevación de los alaveses al mando de Eglyón en torno a los años 867 u 868, Rodrigo se hizo con el control de las tierras alavesas. Parece que parte de estos dominios pasaron también a manos de su sucesor Diego. Así nos lo demuestra un documento fechado en el 871, que parece antedatado, en el cual una familia procedente de León, a cuyo frente se encuentra Arroncio, dona al abad Pedro del monasterio de San Vicente de Aosta numerosas posesiones en Aosta (Acosta-Akozta, VI), Zativa (Záitegui, VI), Foze de Arganzone (La Puebla de Arganzón, BU), Zestave (Zestafe, VI), Olleros (Ollerías, VI), Letonnu (Letona, VI), Foronda (Foronda, VI) y Ganna (Gauna, VI). Es probable que los dominios de Diego en la zona abarcaran una zona delimitada por el río Zadorra desde su nacimiento en la sierra de Gorbea hasta su desembocadura, incluyendo las importantes fortalezas de Divina y Mendoza.

    Sin embargo, el resto de las tierras de Álava ya no van a pasar a manos de Diego Rodríguez Porcelos. Otro personaje va a aparecer como conde de estos territorios, Vela Jiménez. Está fuera de duda que estas tierras eran de soberanía asturiana como lo confirma un diploma de Jaca del 867 que dice: «Reinando el rey Carlos en Francia, Alfonso, hijo de Ordoño, en la Galia Comata y García Íñiguez en Pamplona». Alfonso III va a tener una política de acercamiento con el reino pamplonés, antaño enemigo y aliado con los Banu Qasi. Se va a casar con Jimena, posiblemente hija del rey Garcia Íñiguez de Pamplona y hermana del rey Fortún Garcés.

    El resultado es que en torno al 870 aparece un nuevo conde alavés, Vela Jiménez quien se ocuparía de la defensa de Álava desde su fortaleza de Cellorigo, gobernando el territorio a las órdenes de Alfonso III, pero siendo parte de la familia reinante en Pamplona.

    Los diversos condes castellanos (h. 885-931)

    Los últimos años del reinado de Alfonso III (885-910)

    El último periodo del reinado de Alfonso III estuvo marcado por tres hechos. El primero es la firma de una tregua con Córdoba con lo que los únicos ataques externos serán por parte de los Banu Qasí. Por otra parte, el avance hacia el sur parece detenerse, seguramente para proceder a su organización territorial y defensiva. Y sus últimos años vendrán marcados por la inestabilidad provocada por varias rebeliones incluso de sus hijos.

    El único enemigo externo activo durante los años finales del reinado de Alfonso III fue el formado por la familia Banu Qasí. Muhámmad ben Lope, gobernador de Toledo y antiguo aliado de Alfonso III, atacó en el 883 a sus parientes de Zaragoza y Tudela, derrotando a ambos y creando de nuevo una amenaza para la parte oriental del reino de Asturias.

    Los condes de Álava (Vela Jiménez) y Castilla (Diego Rodríguez) van a tratar de contener su avance saqueando las posesiones de los Banu Qasí en el actual territorio de La Rioja. Muhámmad ben Lope contestará ese mismo año saqueando de nuevo Álava y Castilla.

    Tras dos aceifas cordobesas en los años 882 y 883 a cargo del hijo del emir Muhámmad I, al-Mundir, en el 884 se firma una tregua entre Córdoba y Oviedo. Mientras tanto Castilla y Álava tienen que seguir soportando las acometidas de Muhámmad ben Lope (886). Este Banu Qasí murió en el 898, en batalla con el conde barcelonés Wifredo I, el Velloso, quien fue herido de muerte. Muhámmad deja como heredero a Lope ben Muhámmad. Alfonso III, tras entrar en la fortaleza de Grañón en el año 899, sitió a Lope en Tarazona (900) pero este lo rechaza matándole 300 hombres.

    Toledo seguía siendo otro foco de agitación tanto para el emirato omeya como para el reino asturiano. En el 903, Lope ben Muhámmad puso como gobernador de Toledo a su pariente Isa ben Musà, pero fue asesinado en el 906 por el toledano Lope ben Tarbisha, con el apoyo de Alfonso III (907). Mientras tanto Lope ben Muhámmad no cesaba en sus correrías y atacó y conquistó el castillo de Bayas, cerca de Miranda de Ebro (904). Sin embargo, la estrecha unión entre los monarcas asturianos y navarros posibilitó el fin de los Banu Qasí. Lope ben Muhámmad murió en 907 mientras atacaba Pamplona.

    El año 885 está marcado por la rebelión de Hermenegildo Pérez, hijo del conde Pedro Theón, en Galicia así como Sarracino Gatónez, hijo del conde Gatón, repoblador de Astorga. Además ese mismo año parece que murió el conde de Castilla, Diego Rodríguez. Es probable que esta rebelión de los hijos de aquellos condes que habían sido parte de los confidentes del rey se deba a intentos del monarca de atajar cualquier deseo de independencia o de tener más poder del que estaba dispuesto a ceder.

    A estas tensiones con los magnates del reino se vino a sumar la decisión real de repartir el reino de Asturias entre sus hijos, tal y como se hacía en varios estados europeos. A Ordoño, Galicia; a Fruela, el núcleo primitivo de Asturias; y a García, el primogénito, las tierras foramontanas de León y Castilla. La primera muestra de descontento ante este modo de proceder fue la revuelta del conde palatino Adamnino, quien fue ajusticiado junto a sus hijos. Poco después, en el 909 se rebelaría el conde de Amaya, Nuño Núñez, y esta rebelión se vería apoyada por los hijos de Alfonso III y su esposa. Alfonso III fue obligado a abdicar y se retiró al pueblo asturiano de Bortes o Boiges, el actual Puelles. Aún pudo peregrinar a Santiago y lanzar, con el permiso de su hijo García, una nueva salida contra los musulmanes. Murió en Zamora en 910.

    Castilla entre 885 y 910

    Tras la oscura desaparición del conde Diego Rodríguez, probablemente en 885, ninguno de su estirpe volverá a ocupar una dignidad condal. Entre 885 y 897 solo se encuentran dos documentos referentes a la zona del condado de Castilla. Ninguno alude a la existencia de un conde pero sí a la del rey Alfonso. Es posible que Alfonso III no quisiera dar la oportunidad a ningún magnate de tomar el poder en la región más alejada del centro de poder asturiano que pudiera llevar a algún intento secesionista. Puede ser también que más tarde viera que era indispensable delegar el gobierno de aquella problemática zona en alguien de su confianza. ¿Cómo conciliar ambas posiciones?: dando poder de gobernar sobre Castilla no a un único conde sino a varios.

    El nombre de Munio Núñez aparece por primera vez ligado a la fortificación de Castrogeriz (882). Su gobierno se debía extender en un principio en la zona que mediaba entre Brañosera al norte, pasando por las importantes fortalezas de Amaya y Castrogeriz hasta el río Esgueva. Su hija, llamada Munniadonna o Nuña, se casó con el primogénito de Alfonso III, García. De esta forma se unía con la familia más poderosa del momento en Castilla, ya que Munio Núñez aparece como conde de Castilla. Tras la rebelión del conde palatino Adamnino, Alfonso sospechó de las intrigas de su primogénito y desde Carrión marchó hacia Zamora, donde apresó a García y lo envío al castillo asturiano de Gonzón. Es entonces cuando el conde Munio Núñez se rebela contra Alfonso III. Y además sus hijos no le apoyaron y le obligaron a abdicar (909). García se convertiría en el rey de los dominios castellanos.

    Gonzalo Fernández es nombrado por primera vez en el 899 como conde de Burgos, y pronto hace de Lara su base, extendiendo su gobierno desde la zona de Espinosa y Escalada hasta el río Arlanza. Antes de la independencia de Castilla, tendrá que hacer frente a la guarnición musulmana de Carazo.

    Gonzalo Téllez es nombrado en 897 como conde de Lantarón, abarcando sus dominios desde el río Nervión hasta la sierra de la Demanda con las fortificaciones de Lantarón, Pancorvo y Cerezo. Desde sus dominios asegura la frontera oriental contra las aceifas sobre todo de la familia Banu Qasí. En el 899, Alfonso III recupera la importante plaza riojana de Grañón, pero tras la derrota de Valdejunquera tiene que ser abandonada. Unos años después, en el 904, Alfonso III asedia de nuevo Grañón sin éxito, ante la acometida de Lope ben Muhámmad, aunque logra ocupar y destruir otra plaza fuerte musulmana, Ibrillos. No será hasta el 913 cuando Grañón aparezca ya como fortaleza del reino de León.

    Estos tres condes van a ser los protagonistas del movimiento expansivo hacia el sur más importante, van a avanzar hasta llegar a la ribera del río Duero.

    Reinado de García I de León (910-914)

    Alfonso III dividió sus posesiones entre sus hijos, legando al primogénito, García, León y las tierras foramontanas (entre las que se incluye Castilla); a Ordoño, Galicia (y Portugal que en aquel entonces era territorio gallego); y a Fruela, Asturias.

    Con García regresa el impulso expansivo que va a tener dos frentes en el ámbito castellano. Por una parte, alcanza el río Duero en el año 912 y acomete también por la zona riojana, punto de convergencia de los intereses leoneses, navarros y musulmanes.

    Precisamente tras tomar diversas fortalezas riojanas, y a su vuelta a Zamora, encontró su muerte, en marzo del 914. Muerto sin descendencia le sucedió su hermano Ordoño.

    Es lógico pensar que el conde Munio Núñez, que a partir de ahora vemos en la corte leonesa al lado del rey García, haya influido en la decisión de expandir las tierras del reino hasta alcanzar el río Duero en su parte oriental. Munio Núñez ya no vuelve a figurar desde el 909 como conde de Castilla, sino únicamente de Amaya, su solar, el lugar desde donde había emprendido la repoblación de Castrogeriz.

    Ahora son dos los magnates importantes sobre el terreno: Gonzalo Fernández, desde su centro de Lara, se titula conde de Castilla y de Burgos; Gonzalo Téllez, desde sus fortalezas orientales, se hace llamar conde de Lantarón y Cerezo. Y esta situación es cuando las diversas crónicas se hacen eco de que «en el año 912 poblaron los condes Nuño Núñez, Roa; Gonzalo Téllez, Osma; y Gonzalo Fernández, Aza, Clunia y San Esteban, junto al río Duero».

    Se conforma así otra frontera a lo largo de un río. Hace casi algo más de cien años, se comenzó a fortificar la ribera del Ebro, y en un siglo se pasa sucesivamente de norte a sur por el Arlanzón, el Arlanza, el Esgueva y se llega al Duero. Se van a revitalizar antiguas ciudades como Roa (la antigua Rauda arévaca y romana), Clunia y Osma (Uxama).

    Pronto se configurará una nueva línea fronteriza de la que aún quedan vestigios tanto arqueológicos como toponímicos. Así, la nueva frontera irá de oeste a este: Peñafiel, Curiel de Duero, Roa, Berlangas de Roa, Castrillo de la Vega, Gumiel de Hizán, Aranda de Duero, Torre de Salce, Caleruega, Vadocondes, Alcozar, Langa, Torres de Guisando, San Esteban de Gormaz, Peñaranda de Duero, Abolmondar, Abolazaba, Berlanga de Duero, Gormaz, y Osma.

    García volvió a dar un nuevo impulso a la frontera riojana apoyándose en el conde de Lantarón y Cerezo, Gonzalo Téllez y en el conde Fernando Díaz, sito en Lantarón, hijo del otrora fundador de Burgos, Diego Rodríguez. Aprovechando que en el 912 había muerto el emir ‘Abd Al·lah y su sucesor ‘Abd al-Rahmán III se dedicaba a acabar con los innumerables focos de rebelión, García I acudirá a su frontera oriental en el 913. Y desde aquí avanzará por La Rioja conquistando Nájera y Calahorra y sitiando Arnedo, que resistió. Sin embargo, las tropas leonesas se retiraron, quizás por una grave enfermedad de García. Poco después, en marzo del 914, García I muere en Zamora. Los avances por La Rioja apenas fueron aprovechados.

    Reinados de Ordoño II (914-924) y Fruela II de Asturias y León (924-925)

    Tras la muerte de García I, su hermano Ordoño II, que hasta ese momento había reinado en Galicia, es coronado en León en 914. Reagrupando de nuevo los reinos gallego y leonés mientras que en Asturias, sigue gobernando su hermano Fruela II. Estableció definitivamente la capital en la ciudad de León

    Su primera acción fue una incursión contra Mérida (914), en la que logró un importante botín y tributos. Mientras tanto, el emir Abd al-Rahman III va pacificando sus territorios, tomando Sevilla (913) y acosando a Omar ben Hafsun en Algeciras y Bobastro (914). La instauración de una línea fronteriza en el río Duero es vista como una amenaza por parte de los cordobeses, y por ello enviará varias incursiones: en 916 (exitosa) y en 917. En la última los castellanos causaron grandes bajas, aprovechando de las disensiones surgidas entre andalusíes y bereberes. Cuando llegaron los refuerzos leoneses, los andalusíes se retiraron y los bereberes fueron derrotados.

    El reinado de Ordoño II está marcado por una estrecha alianza con el rey navarro Sancho Garcés I. Esta estrecha colaboración posibilita la conquista definitiva de La Rioja (923-924), asegurando para siempre el flanco oriental del reino leonés, aunque a costa de ceder la soberanía al reino navarro.

    Ordoño II muere en 924 en el camino de Zamora a León, y su hermano Fruela II es nombrado sucesor, con lo que todos los territorios de Alfonso III vuelven a estar de nuevo unidos. Durante su reinado de apenas catorce meses no realizó ninguna acción de relevancia, salvo prestar ayuda a Sancho Garcés I ante la acometida cordobesa del 924, aunque no pudo evitarse la derrota navarro-leonesa y la destrucción de Pamplona.

    Fruela II muere en 925 a consecuencia de la lepra, iniciándose una sangrienta guerra entre los hijos de Ordoño II (Alfonso, Sancho y Ramiro) y el hijo de Fruela, Alfonso Froilaz por la disputa del trono.

    La conquista definitiva de La Rioja (924)

    La frontera oriental del reino leonés siempre estuvo en peligro. El río Ebro era el lugar más adecuado por el que penetrar en Castilla para realizar saqueos y así fue puesto en práctica tanto por los emires cordobeses como los Banu Qasi.

    Lope ben Muhammad era uno de los miembros de esta familia, que tenía un poder considerable en la zona riojana. En 904 Lope ben Muhammad conquista la fortaleza de Bayas, cercana a Miranda de Ebro, y obligaba a los castellanos a levantar el cerco de los castillos de Buradón y Grañón. En 908 Lope encabeza una operación contra Pamplona pero muere en el transcurso de la misma. Su hermano ‘Abd Allah se instala en Tudela y continúa su política de hostigamiento a navarros y leoneses: en el 911 vuelve a derrotar a Sancho Garcés I. Por eso en el 913 leoneses y navarros deciden unir sus fuerzas y así logran conquistar numerosas fortalezas riojanas llegando hasta Calahorra. Sin embargo se retiraron al poco y ‘Abd Allah recuperó las posiciones perdidas casi sin esfuerzo (914).

    La conquista de La Rioja y de Nájera era crucial para mantener la estabilidad de ambos reinos. De nuevo en el 918 van a atacar las posiciones musulmanas en Nájera, Tudela, Valtierra, Arnedo y Viguera, pero sin poder consolidar ninguna posición.

    Como reacción, en 920 los ejércitos cordobeses se encaminan hacia la frontera del Duero. Los castellanos, ante las pocas fuerzas disponibles (el grueso del ejército leonés se hallaba reunido con el navarro para atacar de nuevo La Rioja), trata de negociar con los cordobeses para que desvíen su ataque. Aunque en un principio parece que consiguen su objetivo, finalmente ‘Abd al-Rahman III cae sobre Osma, destruye la fortaleza de San Esteban y arrasa Alcubilla y Clunia. Después se dirige hacia Tudela que está siendo asediada por leoneses y navarros. Y en algún punto cercano a Muez, en el valle del Junquera, derrota a ambos ejércitos en la llamada batalla de Valdejunquera. Puede que esta derrota y la posible inacción de los castellanos fuera la causante de que ese mismo año Ordoño II mande encarcelar a los cuatro condes castellanos: Nuño Fernández, Fernando Ansúrez, Rodrigo Díaz Abolmondar Albo y su hijo Diego Rodríguez.

    En 921 Ordoño II se desquita de esta derrota atacando la zona de Sigüenza. Pero en 923 la unión de las fuerzas leonesas y navarras van a conseguir la total dominación de La Rioja. Sancho de Navarra tomará Viguera mientras Ordoño conquista Nájera. Desde este momento La Rioja será parte integrante del reino de Pamplona, que a partir de ahora se llamará reino de Pamplona y Nájera, para resaltar la importancia de la conquista. Nájera dispondrá además de palacios reales y en ella residirá un delegado del rey navarro. A cambio de la ayuda leonesa, Navarra reconocerá la primacía del reino de León.

    Aunque en 924 los cordobeses tratan de remediar esta conquista y llegan incluso a incendiar Pamplona, solo lograrán someter Calahorra. El resto de La Rioja quedará en manos pamplonesas. La Rioja será repoblada con navarros, y castellanos, que se unirán a los mozárabes, muladíes y judíos que allí habitaban.

    Los nuevos condes castellanos

    Poco después de la subida al trono de Ordoño II vamos a asistir a un reemplazo de los antiguos condes castellanos.

    Gonzalo Fernández aparece como conde en Burgos y como conde de Castilla. Parece ser que después pasa a la corte leonesa, donde figura en una asamblea de magnates y nobles antes de la derrota de Valdejunquera (920). Fray Justo Pérez de Urbel supone que después marcharía a la corte navarra, donde, entre los años 924 y 930, aparece un Gundisalvus comes, nombre poco frecuente en los documentos navarros.

    Gonzalo Téllez y su mujer hacen una donación al monasterio de San Pedro de Cardeña el 25 de febrero de 915 aunque ya no figura como conde, aunque la razón pueda ser la naturaleza familiar de la transacción.

    Los nuevos nombres que aparecen en los documentos son:

    Fernando Ansúrez, de la familia de los Assur o Ansúrez que había repoblado los montes de Oca a mediados del siglo IX.
    Fernando Díaz, al frente de los dominios de Cerezo y Lantarón.
    Munio Vélaz, al frente del condado de Álava.

    Además tenemos el llamado Episodio de Tebular (920) en el cual el rey Ordoño manda encarcelar a los condes de Castilla que según este suceso son cuatro: Fernando Ansúrez, Nuño Fernández, Abolmondar Albo y su hijo Diego.

    De estos dos últimos Fray Justo Pérez de Urbel los supone descendientes de Diego Rodríguez Porcelos, que actúan en la zona de Burgos. Para Pérez de Urbel, el nombre de Abolmondar Albo sería Rodrigo Díaz, hijo de Diego Rodríguez Porcelos. Así en el 924 existe un documento en el que un tal Rodrigo Díaz funda el monasterio de San Juan de Tabladillo entre Silos y Covarrubias, firmando entre otros Diego Roderiz, que sería su hijo.

    Al año siguiente parece que Ordoño II vuelve a hacer cambios entre los gobernantes de su marca oriental:

    Nuño Fernández, posible hermano del antiguo conde Gonzalo Fernández, que aparecerá como conde de Castilla.
    Fernando Ansúrez parece quedarse en la corte leonesa.
    Álvaro Herraméliz aparece ahora como conde en Álava.
    Abolmondar Albo aparece junto a Ordoño en La Rioja en el 923, y su hijo Diego Rodríguez en el 924.

    Las causas del enfrentamiento entre los condes castellanos y el rey leonés que llevaron al Episodio de Tebular seguramente se deban a dos causas: la primera a que la política de colaboración con los pamploneses y la renuncia al territorio riojano choca con las ambiciones de los condes castellanos que durante años han defendido la frontera oriental del reino leonés; la segunda es que el esfuerzo llevado a cabo en La Rioja debilitó las defensas en el río Duero, por donde los cordobeses penetraron varias veces de forma victoriosa: 916, 920 frente a San Esteban y 918 con Badr ben Ahmed frente a Mituniya (¿Monzón de Campos?).

    Reinado de Alfonso IV (925-931)

    La muerte de Fruela II dio paso a una guerra civil entre diferentes pretendientes al trono leonés. Por una parte se encuentran los hijos de Fruela II: Alfonso, Ramiro y Ordoño; y por otra los hijos de Ordoño II: Alfonso, Sancho y Ramiro. En un principio los partidarios de Alfonso Froilaz el Jorobado, le aclaman como rey en León. Pero Alfonso Ordóñez pide ayuda a su suegro Sancho Garcés I de Navarra, y con esta ayuda y el apoyo de los nobles de Galicia y el condado de Portugal, arrojó a Alfonso Froilaz del trono leonés. El rey destronado se refugió en Asturias donde conservó su poder regio.

    Alfonso IV Ordóñez fue coronado en León en 926. Sus hermanos Sancho y Ramiro recibieron el gobierno de Galicia y Portugal respectivamente. Sancho murió sin descendencia en 929, con lo que ambos reinos quedaban de nuevo unidos.

    En la primavera del 930 murió su esposa, Onneca (o Íñiga) Sánchez, y Alfonso IV decidió abdicar de su trono e ingresar en el monasterio leonés de Sahagún. Llamó a su hermano Ramiro y ante los nobles y obispos reunidos en Zamora, le cedió el trono leonés. Sin embargo a comienzos del 931, y sin saberse a ciencia cierta las causas, Alfonso IV abandonó el monasterio y se dirigió a León, volviendo a proclamarse rey. Ramiro II, que estaba en Zamora, cercó León y la rindió, hizo preso a Alfonso IV en torno a agosto del 931 y lo encerró con grilletes en un calabozo.

    Aprovechando este suceso, Alfonso Froilaz y sus hermanos Ordoño y Ramiro atacaron a Ramiro II desde sus posesiones en Asturias. Pero de nuevo Ramiro II venció a sus contrincantes haciéndoles esta vez prisioneros, fueron conducidos a León y encerrados junto con Alfonso IV de León. Acabó así la guerra civil leonesa que había lastrado al reino desde la muerte de Fruela II. Poco después todos ellos fueron condenados a ser cegados, y posteriormente fueron trasladados al monasterio de San Julián y Santa Basilisa de Ruiforco (Ruiforco de Torío), donde permanecieron encerrados hasta que fallecieron.

    Durante la contienda por el trono leonés entre los Froilaz y los Ordóñez, esta fue la situación en la marca oriental del reino. El conde de Álava y Lantarón, Álvaro Herraméliz, reconoce a Alfonso IV pues está casado con una hermana de su mujer, de la estirpe real navarra.

    El conde Nuño Fernández también le reconoce, pero es la última vez que aparece en la documentación. Puede que su postura durante la contienda no fuera muy clara y por eso debió de caer en desgracia. En otro documento que se refiere a la zona de la actual Cantabria aparece su nombre y reconoce como rey a Alfonso Froilaz.

    El poder en Castilla pasará a Fernando Ansúrez, del linaje asentado de antiguo en la zona de Oca. Entre marzo de 926 y 929 no hay documentación que nos permita conocer la fecha exacta en la que Fernando Ansúrez se hace cargo del condado. Existen documentos donde se reconoce a Fernando Ansúrez como conde de Castilla. Ambos se refieren a donaciones hechas al monasterio de San Pedro de Cardeña. Su nombre no aparecerá más y será sustituido por Gutier Núñez.

    En la zona al sur del río Arlanzón parece que no se extiende la autoridad del conde. En esta zona se respetaría la autoridad de la familia del antiguo conde Gonzalo Fernández, con sede en Lara. Pero la situación se volvió a complicar con el enfrentamiento en los hermanos Alfonso IV y Ramiro II. En un principio, el conde alavés, Álvaro Herraméliz, y el nuevo conde de Burgos, Gutier Núñez, serán fieles a Alfonso IV. Pero el triunfo final del rey Ramiro II significó el fin de poder de ambos condes y el ascenso de un nuevo dirigente que a la larga será el verdadero conformador de Castilla como unidad política e histórica, Fernán González.

    Fernán González y la autonomía del condado de Castilla (931-970)

    Orígenes de Fernán González

    Fernán González encarnó todos los valores que se le atribuyen al buen castellano: trabajador, con honor, combativo a favor de la fe católica e independiente. Desde el siglo XIII hubo una tradición nacionalista y religiosa que consideró a Fernán González como el héroe defensor de Castilla, y teniendo como punto central de la unidad en la fe católica. Esta tradición comenzará con el Poema de Fernán González.

    La importancia de este conde en la historia castellana es innegable. Su actuación política en el reino de León dará lugar a que Castilla debilite los vínculos feudales con el reino leonés en un grado que no alcanzaron ningún otro de los territorios que también lo intentaron: condado de Saldaña, condado de Portugal y los condes de Galicia. Al final de su gobierno, Castilla actúa libremente en su política exterior, aunque sin dejar de otorgar cierta preeminencia a León, ya se puede considerar autónomo de facto. Otras interpretaciones históricas consideran este punto el comienzo de su independencia, pero siempre estuvo ligado políticamente a los reinos de León y de Navarra, hasta su constitución formal como reino en 1065 a la muerte de Fernando I de León y Castilla.

    De los orígenes de Fernán González existen varias noticias en las crónicas, algunas de ellas contradictorias entre sí, y la mayoría, añadidos imaginarios. Todas las crónicas posteriores a la época de Fernán González tratan de emparentarlo primero con uno de los míticos Jueces de Castilla, Nuño Rasura; y después con la primera familia condal, la iniciada por el conde Rodrigo.

    Se pueden dar dos genealogías. La primera, más completa y emparentándole con los reyes de León, un Juez de Castilla y la primera familia condal. Esta genealogía nunca podrá ser probada pues no existen documentos que la acrediten y se basa en noticias muy posteriores a la época y en suposiciones más o menos sólidas de los historiadores.

    La segunda genealogía será más corta pero más segura. Tras analizar la documentación existente se puede concluir como cierto que Gonzalo Fernández era su padre y que Munio Núñez de Castrogeriz y Munio Núñez de Brañosera fueron antepasados suyos pues ambos confirmaron el Fuero de Brañosera y cuando lo hace Fernán González se refiere a que su padre y abuelos lo hicieron. Por otra parte, asumiendo que el hijo toma el cognomen del padre, Gonzalo Fernández tuvo que tener un padre llamado Fernando, que podría ser Fernando Núñez de Castrosiero.

    Todo parece apuntar a que nació en el castillo de Lara, y allí debió pasar sus primeros años. Existe una leyenda sobre su crianza en la Montaña, en la actual Cantabria.

    Fernán González, conde de Lara (c. 929-c. 931)

    Los años que transcurren entre la muerte de Fruela II (925) y el ascenso definitivo al poder de Ramiro II (931) están presididos por el reinado de Alfonso IV de León Ordóñez, el Monje, el cual comenzó con una guerra civil contra Alfonso Froilaz y acabó con otro conflicto con Ramiro II. Hagamos ahora un repaso de los diferentes magnates con atribuciones condales que dominan el territorio castellano en esta época.

    Nuño Fernández ostenta el título de conde de Castilla y de Burgos desde el 921. Es muy difícil conocer su posición en el conflicto entre Alfonso Ordóñez (Alfonso IV) y Alfonso Froilaz. Sin embargo es esta su última aparición en la zona.

    Fernando Núñez ya había tenido dignidad condal en el reinado de Ordoño II cuando aparece como conde en Castilla. Vuelve a aparecer con Alfonso IV como conde en Castilla en el 929 quizás sustituyendo a Nuño Fernández. No se vuelve a tener noticia de él desde esta fecha en Castilla coincidiendo con los sucesos de la renuncia al trono de Alfonso IV y su posterior arrepentimiento y conflicto con Ramiro II.

    Álvaro Herraméliz domina el condado de Álava, siendo nombrado por primera vez en 923 y desde esta base parece que dominó el condado de Lantarón y el de Cerezo. Parece que apoyó a Alfonso IV, pues estaba casado con una hermana de la mujer del rey, frente a Ramiro II pues desde el 931 ya no se vuelven a tener noticias de él en Castilla.

    Gutier Núñez aparece como conde en Burgos en el difícil año del 931, en pleno enfrentamiento entre Alfonso IV y Ramiro II. Dice Pérez de Urbel que este magnate debía de ser un importante conde gallego hermano de Goto, viuda de su hermano el rey Sancho y que pudo ser nombrado conde para asegurar la fidelidad de esta importante familia. Si es así, la caída de Alfonso IV también provocó la suya. Años después, en el 935, parece que recuperó la confianza real pues aparece en León confirmando una donación real a la sede episcopal leonesa.

    De lo explicado anteriormente se puede deducir que ante el conflicto en Alfonso IV y Ramiro II, los condes de Castilla y Álava, Gutier Núñez y Álvaro Herraméliz, apuestan por Alfonso. Parece incluso que este rey estuvo en la zona de Castilla durante la contienda. Esto explica que ambos dejen de disponer de sus cargos con el triunfo definitivo de Ramiro II.

    La primera dignidad de Fernán González fue conde de Lara. La presencia de la familia del conde de Castilla en ese momento, Fernando Ansúrez, parece reconocer del dominio de estos territorios al sur del río Arlanzón a Fernán González. Suponemos que las relaciones entre ambos son de momento cordiales aunque en el futuro su familia y la de Ansúrez serán rivales.

    Fernán González, conde de Castilla, Lantarón y Álava (c. 931-944)

    Primeras apariciones documentales

    Los primeros testimonios documentales sobre el mandato de Fernán González como conde de Castilla se producen en 932. En dos de ellos queda confirmado que en la persona de Fernán González se vuelven a unir la gobernación de todos los territorios castellanos, Lantarón, Cerezo, Burgos y Álava. Nos encontramos por tanto con que en apenas un año, el señor de Lara se convierte en el gobernador de toda la marca oriental del reino de León, sin ningún tipo de contrapeso en dicho territorio y con la confianza plena del rey. Es posible que esta maniobra regia se deba a los cambios que se estaban produciendo más al sur, donde desde el 929 Abderramán III se había proclamado califa.

    En dicho documento se puede leer: «Primo anno regni sui Ranimiri principis in Legione; Fredenandus comes in Castella et in Alapa». Junto con otra carta del Monasterio de San Millán de la Cogolla, también del 932, que dice que el noble alavés Sarracín Gutiérrez con sus hermanos vende al abad entre otras cosas una tierra en Salinas de Añana «contigua a otra que es propiedad de nuestro señor, el conde Fredelando».

    Relaciones matrimoniales entre León, Castilla y Navarra

    El reino de Navarra tiene en esta época un protagonista en la persona de la reina Toda, segunda esposa de Sancho Garcés I, regente del reino debido a la minoría de edad de su hijo García Sánchez. La situación de su pequeño reino le obligó a tratar de buscar alianzas matrimoniales con el resto de las entidades políticas que le rodeaban.

    Sus primeros movimientos fueron encaminados a fortalecer su alianza con el reino de León y asegurar cierta preeminencia en el condado de Álava.

    Su hija Onneca o Íñiga se casó con el rey leonés Alfonso IV firmando así una estrecha alianza entre ambos reinos.

    Su hija Sancha se casó con el rey Ordoño II en el 924 poco antes de morir. Después se unió con el recién nombrado conde de Álava, Álvaro Herraméliz, el cual tras la guerra civil del 931 fue despojado de sus dominios y probablemente también murió. Un nuevo matrimonio unió a Sancha con Fernán González quizás en el 932, ya que en una carta de donación al monasterio de San Pedro de Cardeña del 13 de agosto de 935 aparecen el conde y su esposa junto con sus dos hijos Gundisalvo Fredinandiz y Sancius Fredinandiz.

    Otra hija llamada Velasquita se casó con el conde de Álava, Munio Vélaz en 924 o 925. Este conde parece que murió poco después y fue sucedido por Álvaro Herraméliz. Siguiendo las indicaciones maternas se volvió a casar con Galindo, hijo del conde Bernardo de Ribagorza; y aún tuvo un tercer esposo, Fortún Galíndez, que fue gobernador de Nájera entre 928 y 973.

    El ascenso de Ramiro II al trono leonés supuso un golpe a esta política matrimonial navarra pues para Toda representó que sus dos yernos, Alfonso IV y Álvaro Herraméliz eran desbancados del poder. Sin embargo supo de nuevo tejer la red y logró que otra hija, Urraca, se casara con Ramiro II, una vez que este renunció a su matrimonio con la gallega Adosinda Gutiérrez por ser pariente suya. El matrimonio también se debió contraer en torno al 932, siendo la primera aparición documental de la nueva reina en el 934.

    Tras todo este manejo político tenemos una estrecha alianza entre leoneses y navarros además de una enorme influencia de la reina Toda sobre los asuntos del reino de León ya que su rey y uno de sus condes más poderosos, el castellano, son yernos suyos.

    Contexto histórico: Ramiro II y el califa ‘Abd al-Rahmán III

    En agosto del 932 ‘Abd al-Rahmán III logró acabar con todos los movimientos de rebeldía que desde fines del siglo pasado se habían extendido por todo al-Ándalus. Fue la siempre rebelde ciudad de Toledo la última en caer a pesar de los apoyos que siempre habían recibido desde el reino de León.

    Una vez restablecido el orden en la Marca Media, ‘Abd al-Rahmán vuelve sus miras hacia el objetivo de la frontera del Duero que desde el 912 era la posición más meridional del reino de León con la excepción de la zona portuguesa, donde estaba algo más al sur, en el río Mondego.

    En la primavera del 933, desde la importante base de Medinaceli un ejército cordobés amenazó Osma y San Esteban de Gormaz. La acción conjunta del conde castellano y el rey leonés logró parar este envite que anunció el inicio de un período de continuos ataques contra esta posición estratégica que no acabará hasta el siglo XI. Quizás como respuesta a este ataque, Ramiro organizó una razzia contra la fortaleza de Maŷrit (Madrid) a la que también acudió Fernán González. La ciudad fue tomada así como su castillo, mandado edificar en tiempos del emir Muhámmad I. Sin embargo tras obtener el botín correspondiente se abandonó la posición que pronto fue retomada por los cordobeses poniendo al frente al cordobés Áhmad ben ‘Abd Al·lah ben Yahya al-Laythi.

    El conflicto se reanuda al año siguiente. Los cordobeses vuelven a acechar Osma, esta vez con mayor fortuna, pues las tropas leonesas y castellanas se refugian en las fortalezas. Tras dejar un cuerpo del ejército cerca de Osma, ‘Abd al-Rahmán III prosigue por tierras de Soria hacia el norte con el objetivo de atacar el reino navarro. Llegando a Pamplona, se entablaron negociaciones con la reina Toda quien se declaró junto con su hijo García vasallos del califa. Una vez conseguida esta sumisión, los ejércitos cordobeses se dirigieron por La Rioja para atacar Álava y luego adentrarse hasta Burgos, que fue completamente destruida. Según nos cuentan los Anales Castellanos, en su retirada parece que fueron hostigados por las tropas leonesas a su paso por Osma causándoles una derrota, que en todo caso no debió de ser de gran importancia.

    Otra incursión cordobesa en el 936, esta vez a través de Somosierra, acabó con la muerte del gobernador de Madrid antes citado. Mientras tanto la familia dominante en la Marca Superior de al-Ándalus tramaba una rebelión contra Córdoba que consiguió el apoyo de Ramiro II. Tras la caída de los Banu Qasí, los Tuchibíes eran los dominadores de la zona. En el 937 el gobernador de Zaragoza y jefe de la familia, Abu Yahya ben Muhammad, pidió tropas auxiliares a León que le fueron concedidas. Por supuesto, ‘Abd al-Rahmán tardó poco en atacar a los rebeldes. Primero fue asediada Calatayud, gobernada por Mutarrif quien murió durante el asedió. Su hermano Hakam entregó la ciudad y los castellanos allí concentrados fueron pasados a cuchillo. Poco después el resto de ciudades rebeldes claudicaron incluyendo Zaragoza. Abu Yahya fue perdonado por ‘Abd al-Rahmán y continuó al mando de la región.

    La batalla de Simancas (939

    ‘Abd al-Rahman III es un gobernante indiscutido en al-Ándalus. Su único enemigo está en los reinos de León y Navarra, y en los condados aragoneses y catalanes. Ante esto, el califa lanzará la campaña del poder supremo, según fuentes árabes. Un fuerte ejército parte de Córdoba hacia Medinaceli en los comienzos del verano del 939, mientras que la alianza de leoneses, castellanos y navarros se concentra en la frontera del Duero. Cuando se hacían los preparativos se produjo un eclipse total de sol, que debió impresionar a ambos bandos.

    El ejército musulmán avanzó siguiendo el curso del Duero hasta llegar a la fortaleza de Simancas, donde instaló un campamento esperando el inicio del enfrentamiento con Ramiro II, sus tropas y las de castellanos y navarros allí reunidas. El 6 de agosto de 939 se entabló una primera batalla que duró varios días y acabó en una importante derrota cordobesa, en parte por los recelos de los generales ante el mando de un esclavo, obligando a los musulmanes a retirarse con grandes pérdidas. La alianza norteña persiguió al ejército musulmán y volvió a enfrentarse con él, esta vez en un lugar que suele ser identificado como Alhándega, el 21 de agosto de 939. Fue una batalla de gran trascendencia por la magnitud de la derrota cordobesa, que permitirá al reino de León reanudar su labor de reorganización más allá de río Duero.

    Discurrir histórico tras la batalla de Simancas (940-944)

    A pesar de la derrota cordobesa en Simancas prosiguen las aceifas contra el reino leonés y el condado de Castilla en el 940. Como respuesta a las mismas los castellanos realizaron una incursión en la primavera de ese año contra Talamanca que no fue afortunada pues las fuentes árabes hablan de la victoria del gobernador Mutarrif ben Din al-Dun y de una aceifa en verano del mismo Mutarrif contra Clunia y Peñafiel.

    Sin embargo comenzaron una serie de conversaciones para pactar una tregua entre León y Córdoba que se firmó finalmente en agosto del 941. En esta tregua, por mediación de Ramiro II, también se incluyó al reino navarro. Como consecuencia se liberó a Muhammad ibn Hashim al-Tuyibi, en manos leonesas desde la batalla de Simancas. Pero la duración de la paz fue efímera pues en septiembre de ese mismo año el rey navarro García atacó diversas fortificaciones de la zona de Huesca (Labata, Labiba, Sen y Men). Y en la primavera del 942 Ramiro II decide ayudar a su cuñado García enviando a Fernán González a combatir contra al-Tuyibi en Tudela. Dicha expedición fue derrotada, y como represalia hubo una nueva aceifa cordobesa contra Castilla ese mismo año.

    En julio del 942 los húngaros arrasaron diversas plazas cordobesas del noreste peninsular como Lérida y Barbastro.

    Las repoblaciones más allá del río Duero

    La victoria de Simancas supuso un nuevo impulso en la reorganización del territorio más allá del río Duero. Por el oeste se repuebla el valle del río Tormes con gentes de León, destacando en el empeño el obispo Oveco, con núcleos como Salamanca, Ledesma, Baños de Ledesma, Peñausende, Alhándega, etc. En la parte central es posible que se avanzara hasta Íscar y Olmedo. Y por el este serán dos los protagonistas de esta avanzadilla: Ansur Fernández y Fernán González.

    El primero, que poco después aparecerá con el título de conde de Monzón, parece que fue el primero en asentarse en Peñafiel para después continuar hasta Cuéllar. El segundo llegó hasta Sepúlveda.

    Sepúlveda o Septempública está situada en el cerro de Somosierra sobre las hoces del río Duratón y el río Caslilla, de fácil defensa, convirtiéndose en punta de lanza, una avanzadilla meridional para proteger así las zonas de Sacramenia y Montejo. El conde concedió a la villa un fuero para atraer así a pobladores. Dicho fuero fue sancionado por sus sucesores. El texto más antiguo conservado de este fuero data de 1076. Por desgracia, esta primera repoblación fue de corta duración, pues las acometidas de Almanzor van a ser desastrosas y van a impedir la consolidación de este movimiento hacia el sur. Es difícil determinar el momento exacto de la repoblación de Peñafiel y quién la realizó, aunque se puede suponer que en torno a 943 la zona fue repoblada por Ansur Fernández, conde Monzón, y no será hasta los tiempos del conde Sancho García cuando la zona pase al Condado de Castilla.

    Igual o más difícil es determinar las circunstancias de la repoblación de Cuéllar, situada en la zona límite de acción de ambos condes aunque es atribuible con mayor seguridad a los condes de Monzón. Esta primera repoblación, al igual que la de Sepúlveda, acabó durante las aceifas de Almanzor.

    Assur Fernández, conde de Castilla y Álava (c. 944-c.945)

    El condado de Saldaña y Carrión

    Al norte de la actual provincia palentina se constituyó el condado de Saldaña y Carrión en época de Ramiro II, siendo Diego Muñoz su primer conde.

    Diego Muñoz era hijo de Munio y Gulatruda, quienes aparecen en una carta del 2 de mayo de 925 vendiendo tierras a San Martín de Liébana (luego Santo Toribio). En carta de tiempos de Alfonso IV aparece Gulatruda ya viuda comprando a su cuñado Silo varias tierras de Liébana y Asturias de Santillana, y en el documento aparecen como testigos sus hijos Diego Muñoz, Dedegoncia, Vistrili y Baudili. Esta familia parece que se emparentó con los condes de Liébana.

    Diego Muñoz fue un aliado incondicional de Fernán González en sus rebeliones contra los reyes de León, quizás para servir a sus propios intereses de acaparar más tierras en detrimento del condado instituido al sur de sus tierras, el condado de Monzón, de la familia de los Ansúrez.

    El condado de Monzón

    La zona de actuación de este condado entraba en conflicto primero con los dominios de Fernán González quien también intenta actuar en la zona de Peñafiel y Sacramenia; y también con el conde Diego Muñoz de Saldaña, que ve frenado su expansión hacia el sur.

    Assur Fernández es ahora el jefe de la familia Ansúrez. Aparece en el 941 en una sentencia de un tribunal presidido por Fernán González, pero después ya permanecerá junto al rey Ramiro II y a este apoyará contra la rebelión de los condes de Castilla y Saldaña.

    La primera rebelión de Fernán González (943/944)

    Tras la batalla de Simancas, Fernán González prosigue su labor y aparece en varios documentos confirmando donaciones.

    A partir de este momento los documentos silencian su nombre. Es este un episodio bastante oscuro del que lo único que tenemos son las noticias que nos dan la Crónica de Sampiro o la Crónica najerense. Si seguimos los documentos de la época nos encontramos con que, efectivamente, existen una serie de diplomas en los que Fernán González ya no aparece como conde de Castilla.

    De todo esto lo único que se puede deducir sin recurrir a explicaciones poco fundamentadas es que tras la rebelión de Fernán González y su captura el rey Ramiro II nombra a Ansur Fernández como nuevo conde y envía al infante Sancho para reafirmar su soberanía en tierras castellanas permaneciendo allí al menos hasta el año 950. Tras permanecer alrededor de un año en prisión, Diego Muñoz y Fernán González recuperan sus dignidades condales.

    Fernán González y los últimos años de Ramiro II (945-951)

    Una vez resuelto el enfrentamiento entre el rey de León y los condes de Castilla y Saldaña, Ramiro II tiene que enfrentarse de nuevo a la actividad militar de ‘Abd al-Rahmán III. El califa decide reforzar la organización militar de la Marca Media, con capital en Toledo, para hostigar de una forma más efectiva a los reinos castellanos y en concreto al condado de Castilla. En el 946 reedifica la ciudad de Medinaceli y la convierte en la nueva capital de la Marca Media.

    Desde ese momento son muchas las aceifas lanzadas contra el reino de León. Una del verano del 947 dirigida por el gobernador de Toledo parece que afectó a las zonas de repoblación al sur del Duero de los condes de Monzón y de Castilla. No parece que Ramiro II respondiera a estas acometidas. Esto es debido a que en torno a los años 948 y 949 tuvo que hacer frente a otra revuelta, esta vez de varios condes gallegos. Es en el año 950, cuando, según Sampiro, atacó Talavera en la que sería su última hazaña militar. En ese mismo año, estando en Oviedo, enfermó gravemente. De regresó a León y abdicó del trono el 5 de enero del 951. Murió poco después, con seguridad antes del 8 de junio de acuerdo con las crónicas árabes. El infante Sancho permanece aún en Burgos, siendo del 1-II-947 el último documento firmado por él.

    La labor del conde es totalmente normal hasta la muerte del rey leonés. Hasta este momento nada vemos de la supuesta independencia del condado de Castilla respecto al reino de León. Las relaciones entre rey y conde son siempre de subordinación de Fernán González a Ramiro II. La rebelión protagonizada por él era algo común en la época, como vemos en el caso de los condes gallegos.

    Fernán González y Ordoño III (951-956)

    Ramiro II tuvo dos matrimonios. El primero fue con Adosinda, hija del conde gallego Gutier Osoriz, que fue repudiada en 931. Fruto de esta unión el rey tuvo dos hijos: Bermudo, que falleció sin descendencia en 941, y Ordoño, nacido en 925 y casado con Urraca Fernández, hija de Fernán González. Se casó en segundas nupcias con Urraca Sánchez, hija de Sancho Garcés I y Toda Aznárez. De esta unión nacieron Sancho (futuro rey de León), Elvira, Teresa, que fue esposa de García Sánchez I de Pamplona, y Velasquita.

    Tras la abdicación de Ramiro II, su hijo Ordoño III fue nombrado rey de León sin aparente oposición. Desde ese momento su hermano Sancho no aparece en la documentación leonesa y parece que emigró al lado de su tío García I Sánchez, rey de Navarra, y de su abuela Toda.

    Desde los inicios de su reinado tuvo que hacer frente a nuevas acometidas de ‘Abd al-Rahman III.

    En 954 Ordoño III tuvo que hacer frente a un intento de su hermano Sancho de destronarle y apoderarse del trono leonés. En este objetivo fue apoyado por su tío García, rey de Pamplona, y por Fernán González. Cada uno de ellos avanzó hacia León con su propio ejército. Ordoño III se defendió con éxito y los rebeldes tuvieron que regresar a sus territorios. Tras este hecho, Fernán González volvió al servicio de Ordoño III, sin que hubiera más problemas entre ellos hasta el fin del reinado de Ordoño.

    Para explicar el comportamiento de Fernán González en contra de su yerno se han esgrimido varias hipótesis fundadas en una adición del obispo Pelayo de Oviedo que afirma que Ordoño III habría repudiado a su esposa Urraca Fernández para casarse con una mujer llamada Elvira o Teresa, la cual sería madre de Bermudo II de León. Sin embargo, actualmente varios investigadores han puesto en duda este repudio y aseguran que Bermudo II es hijo de Ordoño III y Urraca Fernández.

    En 955 se atacó la fortaleza castellana de San Esteban de Gormaz y se venció a los castellanos pero no se consiguió el dominio de la fortaleza. Mientras tanto, Ordoño III tenía que someter una rebelión de los condes gallegos, que fue sofocada rápidamente, y luego inició una razzia contra Lisboa. En este momento se inician conversaciones de paz firmadas en 955 a cambio de que muchas plazas fronterizas fueran entregadas a los musulmanes o, al menos, desmanteladas. En 956 Ordoño solicitó la inclusión en la tregua del conde Fernán González, tal y como cuenta Ibn Jaldún.

    Ordoño III murió de enfermedad en 956 y fue enterrado en León. Aunque contaba con un hijo, Bermudo, su hermano Sancho aprovechó la oportunidad para asumir de forma pacífica el trono leonés, con apoyo de los navarros y del conde de Castilla.

    El conde García Fernández (970-995)

    García Fernández era conocido como «el de las Manos Blancas». Vivió entre los años 938 y 995, y su mandato se extendió entre el 970 y el 995. Hijo del conde Fernán González, recibió un condado de Castilla en un momento de esplendor, con una paz precaria con Al-Ándalus que se mantuvo hasta el 974. En ese año García Fernández atacó Daza, incursionando hasta Sigüenza. Al año siguiente intentó fallidamente asaltar San Esteban de Gormaz en una alianza con navarros y leoneses, aunque lo conseguirían en 978, llegando hasta Atienza. Se casó con Ava de Ribagorza, hija de Ramón II, conde de Ribagorza. Junto a Galib, gobernador de Medinaceli, y el infante Ramiro de Viguera, fueron derrotados en la fortaleza de San Vicente, muriendo tanto Galib como el infante Ramiro. En el año 981, en una nueva coalición de navarros, leoneses y castellanos, García Fernández sería derrotado en La Rueda, perdiendo posiciones y abandonando Sepúlveda y Atienza. En la Guerra Civil leonesa, García Fernández tomó partido por Bermudo II de León, que acabaría venciendo. Abd Allah, hijo de Almanzor, vivió refugiado durante aproximadamente un año en la corte castellana. Tras la entrega de Abdalá a su padre, fue ajusticiado por Sad. En 994, su hijo Sancho García emprendió una revuelta en contra de su padre, ayudado por la mayor parte de la nobleza y su madre. Aprovechando la situación, Almanzor atacó Castilla y en una batalla entre Langa y Alcozar cayó herido y fue apresado y llevado a Córdoba, muriendo dos meses después en ese mismo año.

    Castilla bajo Sancho Garcés III de Pamplona (1028-1035)

    Sancho Garcés III (c. 992/961​-18 de octubre de 1035), apodado el Mayor o el Grande, fue rey de Pamplona desde el año 1004 hasta su muerte. Su reinado es considerado la etapa de mayor hegemonía del reino de Pamplona sobre el ámbito hispano-cristiano en toda su historia. Dominó por matrimonio en Castilla, Álava y Monzón (1028-1035), que aumentó con el condado de Cea (1030-1035). Añadió a sus dominios los territorios de Sobrarbe y Ribagorza desde 1015 y 1018, respectivamente. Su intervención en el corazón del reino de León en 1034-35 ha sido objeto de interpretaciones opuestas: desde una guerra relámpago a una colaboración más o menos voluntaria con Bermudo III (ya que la documentación no menciona luchas entre leoneses y navarros).

    Designado en una carta como Rex Ibericus por el Abad Oliva y Sancio rege Navarriae Hispaniarum por el cronista galo Rodolfus Glaber. En el acta de traslación del cuerpo de San Millán fechada el 14 de mayo de 1030 —según recuerda el historiador Vaca de Osma— se dice del rey Sancho: «reinando en Nájera, en Castilla y en León el rey de las Españas».​ Autores como Germán de Iruña sostuvieron en 1935 la discutida interpretación de que en 1034, tras la toma de León, se hizo proclamar Imperator totius Hispaniae, sobre la base de una moneda con la inscripción «Imperator» acuñada en Nájera y atribuida a este monarca.​ Dicha moneda actualmente está considerada posterior a Sancho el Mayor y las afirmaciones que sostenían que se intituló Imperator carecen de fundamento.

    Castilla bajo Fernando I (1035-1065)

     

    Atribución imagen:

    De Crates – File:España1000.jpg, part of this map, liberated to the public domain by the University of Texas, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=5750080
  • Bardulia, el antiguo nombre de Castilla

    Bardulia, el antiguo nombre de Castilla

    Vardulia o Bardulia es el nombre antiguo de las regiones que conformaban el territorio que finalmente pasaron a ser denominados con el nombre de Castilla territorio ubicado al norte de la provincia de Burgos.

    El término Bardulia o Vardulia procede de la tribu prerromana de los bárdulos (o várdulos) que en época prerromana y romana poblaban la parte Oriental de la costa cantábrica (situados en la mayor parte de la provincia de Guipúzcoa). Algunos afirman que los várdulos también englobaban o bien terminaron asimilando a caristios y autrigones.

    Se ha especulado que una posible expansión vascona (vasconización tardía), ocupando el actual País Vasco, entre los siglos VI-VIII d. C. ocasionara migraciones de este pueblo hacia lo que en documentos de la Baja Edad Media se llamará Bardulia.

    La definitiva adopción del término Castilla aparece antes del siglo IX. En la Crónica de Alfonso III, donde, relatando las conquistas de Alfonso I, textualmente dice

    Eo tempore populantur Primorias, Lebana, Transmera, Supporta, Carranza, Bardulia quae nunc appellatur Castella​
    («…Bardulia, que ahora es llamada Castilla«).

    Bardulia, entre el mito y la leyenda

    La primera mención de Bardulies está en la Crónica de Alfonso III. Tras varias redacciones, aparecerá en otros textos cronísticos. Hay seis textos en que se llama así a Castilla.

    Los cuatro primeros textos pertenecen a la Crónica de Alfonso III, en sus dos redacciones: «Bardulies qui (quae) nunc uocitatur (appellatur) Castella» y la «Barduliensem provintiam» a la que se encaminará Ramiro para tomar esposa y donde se hallaba al morir Alfonso II.

    La Historia Silense, escrita en los primeros años del siglo XII, dice de Ramiro I:

    «cum Bardulies, quae nunc Castella vocatur, ad accipiendan uxorem accederet».

    También cita a Bardulia la Crónica najerense (mediados del siglo XII) y la falsificación de la donación a los obispados de Lugo y Oviedo (siglos XI-XII).

    En la primera mitad del siglo XIII, Lucas de Tuy menciona dos veces a Bardulia.

    Y Jiménez de Rada, en su alusión a Ramiro que al morir Alfonso II,

    «in Bardulia pro accipienda uxore aliquandiu fecit moram»

    y en otro lugar en que nos recuerda la redacción alfonsina al escribir:

    «nobiles Barduliae, quae nunc Castella dicitur».

    En la Primera Crónica General de Alfonso el Sabio se dice cuatro veces Bardulia.

    Según los Anales Compostelanos, Albutaman fue muerto en la era 844 (año 806) en Pisuerga,

    «quando venit in Bardulias».

    Sánchez-Albornoz dice del nombre de Bardulia

    «estaba difundido en la misma Castilla durante el siglo IX, lo que se aviene mal con su origen erudito».

    y no cree que Alfonso III incurriera en error; pero sus palabras, sin embargo, no reflejan un total convencimiento:

    «Es muy probable que Alfonso III no cometiera un error erudito al identificar Bardulies con Castilla».

    Y se demora explicando cómo pudo llegarse a la ecuación Bardulies = Castilla primitiva;

    «Si había error en la identificación de Vardulia y Castilla —escribe—, ese error estaba difundido en la misma Castilla durante el siglo IX, lo que se aviene mal con su origen erudito».

    Bardulia y preludio a Castilla

    El nombre de Bardulia ha designado diferentes territorios. Estrabón localizaba a los bárdulos ocupando la actual Guipúzcoa con parte de Álava y Navarra. En el siglo V, Hidacio presenta a los hérulos saqueando las costas de Cantabria y Bardulia. Pero en el siglo VIII Bardulia es referida en una crónica como de haberse desplazado hacia el norte de la provincia de Burgos y sur de Cantabria. La causa de este desplazamiento puede haber sido el poblamiento y conquista del actual País Vasco por los vascones durante el siglo VI, mientras la zona no estaba sometida por los visigodos.

    A finales del siglo VI los visigodos del reino de Toledo, bajo la dirección centralizadora de Leovigildo, dieron por terminada la independencia que hasta ese momento había mantenido en el tercio norte de la provincia Tarraconense el Senado titular de Cantabria con sede en Amaya, y que incluía en su convento jurídico a todos los pagos y municipios que llegaban hasta Araceli (el moderno Araquil), pero no la parte oriental del territorio de los antiguos Várdulos y su urbe portuaria tardo-romana de Oeasso (Irún), que había quedado encuadrada desde hacía más de dos siglos por Diocleciano dentro del convento jurídico de la más cercana Pamplona, razón por la cual, los vecinos del territorio vascón circunscrito ya habían sido a efectos legales avecinados en la Vardulia.

    Pero es a raíz de la caída del imperio y tras la toma bajo asalto del rey Eurico de Tolosa, de la mayor parte de la Tarraconense en 473 —en un movimiento en pinza a través de ambos extremos del Pirineo, en el que el dux Guterico tomó Pamplona, Calahorra y Zaragoza—, en que los abusos consecuentes del ejército de ocupación visigodo sobre la calzada romana aún en servicio y que unía ambas provincias del reino de Tolosa a su paso por tierras vasconas, que hicieron que el número de refugiados en tierras menos accesibles, como las de sus pagos várdulos, desbordara y les hiciera pedir refugio legal en los territorios hispanorromanos adyacentes hasta entonces correspondientes dentro de la vecina Cantabria, hasta que el gobierno legítimo de esta también cayó cien años después.

    Durante el casi siglo y medio de dominio visigodo, la provincia de Cantabria quedó igualmente reconocida pero adjudicada al mando militar y civil de un duque godo, con sede en la misma capital cántabra-romana de Amaya y varios condes a cargo de las civitates o cabezas de comarcas más amplias. No obstante, parece ser que en algunas comarcas, su autoridad aún no fue totalmente aceptada, al igual que pasaría después con los duques y príncipes de Asturias, y los reyes visigodos de Toledo tuvieron que prestar su apoyo con la hueste real a los duques para mantener la zona sometida. Tiempo después, a la caída de su reino de Tolosa, y el empuje de los francos merovingios sobre los Pirineos, Pamplona cambiaría de manos varias veces y los reyes de Toledo se vieron obligados a crear otra guarnición de frontera más al oeste, en tierras de Vitoria, lo que dejaba ver el límite oriental del poder efectivo de los duques de Cantabria, dejando ya como zona derelicta o a disputar la de más allá del Valle de la Burunda, anteriormente de su jurisdicción y de importancia estratégica para el acceso a Pamplona o de vascones hacia Vardulia. Efectivamente, las sedes episcopales de esa parte de la antigua Cantabria, así como las de Pamplona ya no se presentaban a los sínodos de Toledo, ni reconocían al obispo de Toledo como su Primado.

    La creación o aceptación por parte de los monarcas Merovingios de la autoridad de duques vascos o Patricios romano-aquitanos en las zonas colindantes de la antigua Vardulia-Cantabria hace sospechar del alcance de su autoridad e influencia dentro de la Vardulia o Cantabria oriental. En todo caso, el estrato arqueológico de esos dos siglos inciertos demuestran que la influencia cultural y material sobre los anteriores territorios orientales del convento tarraconense de Cantabria, ducado visigodo después, pasaron a ser dominantes no ya por vascones del Pirineo o tierras del Ebro navarras, sino por otras de más allá de Aquitania.

    A la caída del reino visigodo de Toledo, los invasores magrebíes pasaron a tomar posesión de los dominios militares en ducados o plazas fuertes de condes visigodos, bien por la fuerza o bajo tratados de aceptación de autoridad pero tributaria, como los que hicieron en la zona de Murcia-Villena el duque Teudomir, o más cercana, Ebro abajo, el conde hispano-godo Casius de la Rioja y sus hijos los Banu Qasi, o los condes de Estella y Olite, como muchos otros en Galicia y otros puntos. No sucedió lo mismo en Cantabria, cuyo duque opuso resistencia y tuvo que refugiarse junto a la población de las comarcas cántabras llanas de la meseta, de forma dispersa por sus dominios más recónditos, quedando la plaza fuerte y capital de Amaya arrasada. El ejército magrebí dejó guarniciones a lo largo de la calzada que unía el Ebro con la principal capital militar andalusí de la Meseta en Astorga, con lo que las zonas limítrofes también sufrieron bastante despoblación al estar los vecinos menos expuestos a levas y otros abusos de ocupación militar tras la cordillera, aunque el convento jurídico/ducado de Asturias tramontano llegó a estar ocupado, y Gallaecia-Galicia junto a León-Astorga (Asturias leonesa) aún estuvieron ocupadas unas décadas más.

    No se sabe exactamente si el supuesto espathario real de Toledo e hijo del anterior duque de Astúrica, Fávila, Don Pelayo se encontraba refugiado en el territorio del vecino ducado de Cantabria —que comprendía la zona oriental de la posterior provincia de Asturias— ofreciendo al duque Pedro refuerzos en la defensa del posible asalto a su ducado por parte del caudillo bereber Munuza, o para desde allí iniciar la recuperación del dominio de Asturias. Lo que sí resultó de todo ello fue, la elección por otros nobles visigodos galaicos y astures aún bajo ocupación, a elevar a don Pelayo si no a la corona real de Toledo sí a ser su regente, al igual que los nobles ostrogodos habían hecho con Teya en Italia, y a las fuerzas islámicas a abandonar sus guarniciones avanzadas sobre la cordillera vulnerables a un bloqueo logístico y replegarse al pie de ella en la Meseta.

    La zona oriental de la Meseta, en la posteriormente llamada ‘Castella-Vetula’ también corrió la misma situación, aunque sufriendo la ocupación militar durante más tiempo que la Meseta occidental leonesa y Galicia ya libres tras el abandono de las tropas de guarnición bereberes, que se rebelaron al gobierno árabe y embarcaron de vuelta a su país, también en rebelión hacia el 740. Las zonas montañosas contiguas, fuera del alcance de los Andalusíes aún estacionados en el Alto Ebro, recibieron gran cantidad de refugiados no solo de las comarcas llanas de la anterior Cantabria sino también de zonas colindantes al sur del Ebro. A este período pertenecen la cantidad de cenobios cristianos y reutilización de cuevas otra vez como habitación humana, en las fachadas de la cordillera que delatan la superpoblación de estos valles angostos y poco fértiles para la producción de alimentos tan numerosos como los cereales y otros que sostenían de secano. El obispado de Auca y sus diócesis tuvieron que refugiarse en Valpuesta y dentro de los altos valles limítrofes de La Losa, Mena, Trasmiera y de Ayala fuera del alcance fácil de las guarniciones del Alto Ebro, ya bajo el control de los Banu Qasi de la Rioja a partir de la instauración del Emirato, y aliados a los condes de la marca franca del Pirineo occidental. Estos contarían con un poder efectivo de alcance, y recursos de una zona más rica desde el Pisuerga hasta Caspe, que llegó a incluir a todas las urbes del Ebro y hasta Pamplona y Toledo en ocasiones, aunque fueron menguando en dominio y alcance con las fortunas de estos bajo la potestad superior de Córdoba. Siendo luchados en el alto Ebro uno a uno en un reñido avance y retroceso por más de un siglo, valle a valle y fortaleza a fortaleza contra los condes cristianos locales tras de la cordillera, hasta la segunda década del siglo X en que la poder de los del Ebro desaparecería por completo, y sus sucesores aún contando con el apoyo de Córdoba, recibirían ya el jaque mate definitivo con la conquista de la Rioja gracias a la participación conjunta de respaldo real doble entre Navarra y León a los condes del Alto Ebro. Lo que ya permitiría la reunificación de los condados castellanos si no en uno solo, sí bajo la hegemonía política de pactos o lazos feudales con los condes de Lara más al sur del Ebro y en las nuevas fronteras sobre el Duero, y estos cada vez más enzarzados con lazos familiares y políticos cambiantes a caballo entre los de las dos casas reales de Navarra y León, de los que no sobrevivirían siendo eliminados bajo la dinastía Jimena en el primer tercio del siglo XI, cuando ya el condado semiautónomo pasaría a ser elevado legalmente a la soberanía de reino. De todos modos, durante los dos primeros siglos tras la caída del poder visigodo en Hispania y la instauración de la nueva autoridad de Andalusíes en ella, o su mayor parte, la autoridad real que los duques de Cantabria —ya príncipes de Asturias— empezó y continuaría teniendo problemas para ser reconocida en lo jurídico y oficial en el sector oriental de la antigua Cantabria o Vardulia en toda su extensión —y lo que posteriormente se llamaría impropiamente Bardulia— , como ya venían arrastrando los mismos reyes de Toledo, problema que se agravaría con el tiempo y llegarían a reconocer hasta los condes locales, castellanos y vecinos.

    Alfonso I de Asturias y su hermano Fruela hicieron dos expediciones por el sector oriental del reino. Aunque las campañas fueron de saqueo y destrucción, parece que intentaron conservar las fértiles tierras de las márgenes del Ebro y en cuanto el primer emir Omeya, Abderramán I logró pacificar su emirato, envió sus ejércitos al mando de Badr hacia la marca oriental del reino asturiano en 767. Desde La Rioja, Badr remontó el río Ebro devastando la zona, y luego se ensañó con la llanada alavesa. En su retirada fortificó los puntos estratégicos con el fin de mantener el control de la calzada romana que surcaba el territorio.

    Si en alguna parte resistieron las avanzadillas repobladoras asturianas, la dura campaña del 791 terminó por ahogar esos intentos de repoblación de la zona.

  • El Hostigamiento a Tierra de Campos

    El Hostigamiento a Tierra de Campos

    El hostigamiento a Tierra de Campos fue una serie de incursiones bélicas de carácter marcadamente antiseñorial, dirigidas por el obispo comunero Antonio de Acuña en la región de Tierra de Campos a comienzos de 1521, en el marco de la Guerra de las Comunidades de Castilla.

    Acuña, tras afianzar la Comunidad en la ciudad de Palencia por orden de la Santa Junta, pasó a la acción directa a comienzos de enero de 1521. La primera localidad a la que acudió fue Frechilla. Allí tomó prisioneras a las autoridades de la Audiencia del Adelantamiento mayor de Castilla y nombró un corregidor comunero. A continuación, pasó a Fuentes de Valdepero y se apoderó de la fortaleza y sus bienes. El 10 de enero entró en Paredes de Nava y el 16 terminó uniéndose en Trigueros del Valle a las tropas de Juan de Padilla, quien había salido de Valladolid el día anterior con vistas a reconquistar las fortalezas de Ampudia y Torremormojón. Acuña, pues, participó en los combates entablados en estas dos localidades entre el 16 y el 21 de enero. De hecho, Torremormojón no tardó en capitular ante los rebeldes. Solamente Ampudia, gracias a sus murallas y a su castillo, pudo resistir unos cuantos días más.

    Una vez resueltos estos dos focos de resistencia, las tropas de Padilla, Acuña y el conde de Salvatierra marcharon juntas sobre Burgos, con la esperanza de que de esa manera darían coraje a los comuneros de la ciudad para levantarse contra el condestable. Finalmente, la proyectada operación no pudo concluirse porque el levantamiento se adelantó dos días. El obispo comunero, algo desanimado, regresó a Tierra de Campos y se dedicó a proseguir varios días más con la ofensiva antiseñorial. Así, el día 23 cayó sobre Magaz, pero al no poder vencer la resistencia de la fortaleza, se contentó con saquear ferozmente la villa. Siguió su recorrido hacia Cordovilla la Real y Tariego —propiedades del conde de Castro y el conde de Buendía, respectivamente—, cuyos castillos se encargó de derribar para evitar que cayeran en manos del enemigo. Finalmente, Frómista vio finalizar la exitosa campaña de Acuña, aunque no de la mejor manera, pues debió sufrir el saqueo de las tropas.

    Acuña en Palencia

    El 23 de diciembre de 1520 la Santa Junta le encomendó al obispo de Zamora, Antonio de Acuña, la tarea de establecer la Comunidad de manera definitiva en las regiones palentinas. Al mando de 4000 peones y 400 lanzas, asentó su cuartel general en la localidad de Dueñas (sublevada en septiembre contra los condes de Buendía) y marchó a Palencia. Allí arrestó a los sospechosos o indiferentes a la causa, recaudó impuestos en un monto de 4000 ducados y constituyó un aparato político local fiel al movimiento. El día 25 nombró a Antonio Vaca de Montalvo nuevo corregidor de la ciudad, y teniente al licenciado Martínez de la Torre. El 28 ambos asumieron oficialmente los cargos respectivos.

    Primeras incursiones

    Tras establecer sólidamente la comunidad en Palencia, Acuña retornó a Valladolid, ciudad que desde hacía unas pocas semanas se había convertido en la nueva capital del movimiento. No permaneció allí muchos días; a comienzos de enero retornó a las tierras palentinas para dar inicio a sus incursiones bélicas.

    Frechilla

    El obispo de Zamora, al mando de 300 hombres, entró en Frechilla el 5 de enero. Allí se apoderó de los oficiales de la Audiencia del Adelantamiento de Castilla y de la esposa del licenciado Lerma, los cuales envió prisioneros a Becerril de Campos. No contento con eso, dio permiso a los soldados para saquear sus bienes —las pérdidas se calcularon en 2000 ducados de oro—, y liberar a los presos de la ciudad. A continuación el licenciado de la Torre, Juan de Lila, Francisco Gómez y un tal Corral ocuparon la alcaldía mayor y el alguacilazgo del Adelantamiento. Finalmente, el 10 de enero el bachiller Zambrano tomó posesión del corregimiento de la villa.​

    Fuentes de Valdepero

    El 6 de enero de 1521 tropas medinenses capitaneadas por un tal Larez y mandadas por Acuña, sitiaron el castillo de Fuentes de Valdepero. Luego de dos horas de asedio, Acuña ordenó a un grupo de soldados incendiar las puertas de la fortaleza, y a otro grupo disparar ballestas con tiros que llevasen estopas encendidas, para quemar así el vigamen del tejado.​ Andrés de Ribera conferenció entonces un rato con el obispo, pero sin resultados positivos. La refriega continuó y ocho escopeteros comuneros llegaron a perder la vida, por lo que Acuña, convencido de lo dura que sería la lucha, dio garantías a los sitiados respecto a sus bienes, esperando de ese modo que se rindiesen. Ribera aceptó y permitió a los atacantes ingresar a la fortaleza.

    No obstante, Acuña no respetó el acuerdo, sino que saqueó la aldea, tomó prisioneros a los señores del lugar, el doctor Tello y su yerno Ribera (el mismo que había conferenciado con él horas antes), y los condujo a Valladolid. Los daños se calcularon en 20.000 ducados, 30.000 según el cronista Alonso de Santa Cruz.​

    Monzón y Paredes de Nava

    En Monzón de Campos Acuña entró a saco y pudo recaudar un total 20.000 maravedíes.​ Luego se presentó en Dueñas y finalmente en Paredes de Nava el 11 de enero. Allí celebró con los vecinos una concordia ofensiva y defensiva para que le auxiliasen cuando lo necesitase.

    Reacción realista y enfrentamientos en Ampudia y Torremormojón

    Cuando el condestable Iñigo Fernández de Velasco tomó conocimiento de las andadas del obispo de Zamora por Tierra de Campos, reclamó al almirante y al cardenal Adriano de Utrecht (con los que compartía la gobernación del reino), el envío de los soldados necesarios para detenerlo. Mientras llegaban, encomendó esta tarea a los condes de Castro y de Osorno, al mariscal de Frómista y a Juan de Rojas.

    Pero los capitanes Francés de Beaumont y Pedro Zapata no esperaron órdenes desde la gobernación y en la mañana del 15 de enero partieron con sus 1300 infantes, 150 lanzas y 40 escuderos en dirección a la villa de Ampudia, propiedad del rebelde conde de Salvatierra, Pedro López de Ayala. Su toma ese mismo día produjo un gran desorden en el dispositivo montado por los comuneros en Tierra de Campos.

    La Junta respondió enviando al toledano Juan de Padilla, el cual se unió con Acuña en Trigueros del Valle​ para formar un ejército de aproximadamente 4000 hombres.​ Los ocupantes de Ampudia, al tener noticias del inminente contraataque comunero, se refugiaron en Torremormojón, que los rebeldes recuperaron el 17 de enero luego de acordar con los vecinos el pago de un cuantioso tributo de guerra. Ampudia resistió varios días más gracias a la fortaleza de sus murallas y su castillo, pero finalmente capituló el 21 de enero.

    Marcha hacia Burgos

    Inmediatamente, Acuña, Padilla y el conde de Salvatierra marcharon con sus tropas en dirección a Burgos. Su plan consistía en animar a los comuneros burgaleses a levantarse contra la autoridad del condestable.​ La sublevación en cuestión tuvo lugar, pero no el 23 de enero, tal como estaba pactado, sino dos días antes, el 21. Este desfase permitió al virrey castellano al día siguiente restaurar el orden en la ciudad sin demasiados problemas. Las tropas comuneras, por otro lado, decidieron retirarse sin entablar hostilidades.

    Continuación de la ofensiva antiseñorial

    Tras el episodio de Burgos, el espacio geográfico de las incursiones de Acuña se trasladó ligeramente al este. Magaz de Pisuerga, Tariego de Cerrato, Cordovilla la Real y Frómista fueron, pues, los últimos objetivos del prelado antes de dirigirse al reino de Toledo.

    Magaz

    En la madrugada del 23 de enero Antonio de Acuña puso sitio al castillo de Magaz. Ocurrió que al verse incapaz de vencer la resistencia orquestada por García Ruiz de la Mota, dos horas antes de que amaneciese decidió ensañarse con la población. No dejó nada, ni un brocado, ni un maravedí, ni una cabeza de ganado, escriben sus enemigos. Robó los crucifijos, los ornamentos de las iglesias, inclusive el manto de la Virgen.​ De Palencia se enviaron diez escopeteros, diez caballeros y otros treinta hombres al mando del capitán Sant Román, con el fin de dar alcance a las fuerzas de Acuña y repartirse las cabezas de ganado.​ Cuando regresaban de noche a su ciudad Mota sacó al encuentro cinco caballeros, siete escopeteros y tres piqueros. El éxito fue total: recuperaron el ganado, capturaron a dos de los palentinos, mataron a otros tres, y el resto resultó herido. Mota pretendió ahorcar a uno de los prisioneros, que resultó ser el regidor Pedro de Haro, pero prefirió esperar la respuesta del condestable.

    Cordovilla la Real y Tariego

    Desde Torquemada, el obispo Acuña partió en dirección al castillo de Cordovilla la Real, propiedad del conde de Castro, y lo incendió. Tras este episodio, el 29 de enero saqueó Tariego de Cerrato, feudo del conde de Buendía. Al principio se pensó dejar una guarnición comunera en el castillo, pero ante el peligro de que cayese en manos del condestable, Acuña sugirió a la Junta la conveniencia de derribarlo y abandonarlo, junto con el castillo de Cordovilla.

    Frómista

    El próximo y último objetivo de Acuña fue la ciudad de Frómista, a la que entró el primer día de febrero. La población, envuelta en un clima de terror por la modalidad de lucha del obispo comunero, se comprometió a reunir un rescate de 500 ducados para evitar el pillaje. Pero cuando Acuña se percató de que no habían podido recaudar dicha cantidad, procedió a despojar a las iglesias de sus crucifijos, cálices, y patenas de plata.

    Consecuencias

    La muchas veces denominada «dictadura» del obispo de Zamora en Tierra de Campos permitió a los comuneros incrementar el tesoro de guerra, tanto por los impuestos que recaudaba en nombre de la Junta como por los saqueos a iglesias, castillos y aldeas pertenecientes a los señores:

    El roba todos los lugares pequeños que puede y por ser perlado atrevese a las iglesias y dejalas sin cuidado de tener que guardar y a los lugares grandes rescatalos y componelos porque no les haga guerra acá.
    Carta del licenciado Vargas al rey, fechada en Burgos el 2 de febrero de 1521.

    Sus enemigos evocaron constantemente el ambiente de descontrol e inseguridad que reinaba a la región, que hacía recordar el reinado de Enrique IV. Por otro lado, estas incursiones bélicas dotaron al movimiento comunero de una las características más notables de su segunda etapa: el rechazo de un orden social basado en el régimen señorial.

    Tras la revuelta, como fue común en todos los casos, sobrevinieron las repercusiones judiciales. Así, por ejemplo, cuando Andrés de Ribera recuperó la libertad en marzo eligió tres comisionados, Juan Álvarez de Torres, Diego Ruiz del Corral y Antonio de Miranda, para que recobrasen por su precio los objetos vendidos por los soldados de Acuña a vecinos palentinos. A principios de agosto de 1522 el juez pesquisidor Francisco Castañeda se presentó en Palencia para investigar las «cosas y cabsas tocantes» al saqueo a Fuentes de Valdepero. Acudió a la junta del cabildo celebrada el 14 de agosto, pues estaba interesado en la devolución de algunos objetos, entre ellos los tubos de un órgano, que, en cuarenta reales, compró el canónigo Lorenzo de Herrera a unos soldados. Herrera ayudó a Juan Álvarez en su comisión y se mostró dispuesto a devolver cuanto se le pedía, previo abono del importe. Hasta tanto que esto se hiciera, los bienes reclamados quedaron en depósito, según resolvieron los capitulares.

    Otro caso lo ofrecen los concejos de Monzón y Valdespina, que en noviembre de 1522 reclamaron a Acuña 160 ducados que había obtenido de la localidad a fuerza de amenazas.

  • Los almogávares y Castilla

    Los almogávares y Castilla

    Los almogávares fueron unas tropas de choque, espionaje y guerrilla presentes en todos los reinos cristianos de la península ibérica a lo largo de la Reconquista, con origen en las Coronas de Castilla y Aragón. Eran unidades militares formadas principalmente por infantería ligera y especialmente conocidos por el activo papel que desempeñaron en la conquista del Mediterráneo por la Corona de Aragón entre los siglos xiii y xiv.

    Sobre el origen del nombre existen diversas teorías: Tiene su origen en el árabe المغاور al-mugāwir («el que provoca algaradas o gente de frontera») o en المخابر al-mujābir («el portador de noticias») que en este contexto se traduce como «el que explora y comunica», y finalmente una tercera teoría sostiene que viene del adjetivo gabar, que se traduce como «orgulloso» o «altivo».​ Igualmente los nombres de sus grados militares también proceden del árabe.

    La presencia de almogávares en Castilla, pese a ser más desconocida, está bien documentada y tuvieron un importante papel tanto en la conquista de Andalucía como en la frontera de Granada. Además de la mención anteriormente citada en las Partidas de Alfonso X, también son mencionados en la Cantiga del mismo autor, donde se relata como un grupo de almogávares no lograban nada en sus algaradas hasta que decidieron hacer una vigilia en la capilla del Alcázar, después de la cual salieron en cabalgada y obtuvieron victoria con un buen botín, entregando a la Virgen un paño de púrpura de oro.

    https://www.youtube.com/watch?v=pS07wNeijRM&ab_channel=Tolmarher

    Reino de Jaén

    Este lugar fue durante largos años un lugar de correrías por parte de almogávares de estirpe aragonesa, navarra y vasca, especialmente en lugares como Pegalajar, Cambil, Huelma y Arenas. Al norte del castillo de esta localidad existe una zona que fue conocida como Campo de Almogávares

    Conquista de Córdoba

    El inicio de la conquista de la ciudad de Córdoba por parte de almogávares es relatado por Argote de Molina:

    «En el año 1235, los ricos hombres e hijos-hidalgos Adalides y Almogávares (que estaban en la frontera de este reino) ayuntáronse en Andújar e hicieron entrada en tierras de Córdoba, en que cautivaron algunos moros, de los cuales tuvieron aviso cómo la ciudad de Córdoba estaba muy descuidada, y que no se velaba ni recelaba de los cristianos.Ante esta noticia tan favorable, se reúnen, Martín Ruiz de Argote, Domingo Muñoz, Diego Muñoz, Diego Martínez el Adalid, Pedro Ruiz de Tafur, Álvaro Colodro y Benito Baños, y acuerdan asaltar uno de los arrabales de Córdoba, dando aviso a Don Alvar Pérez de Castro .

    Llegaron a Córdoba en la noche del 23 de diciembre de 1235, con gran audacia, sigilo y destreza montaron unas escalas trepando por ellas disfrazados de moros apoderándose de la hoy conocida Puerta del Colodro. El primero en trepar la muralla fue Álvaro Colodro, siguiendo a continuación sus compañeros de armas. Fue tal el éxito conseguido, que alcanzaron otras torres hasta llegar a la Puerta del Martos, quedado conquistada la Ajarquía cordobesa, hasta el 29 de junio de 1236 en que Córdoba se rinde a Fernando III.

    Frontera de Granada

    Los almogávares tuvieron una presencia destacada en la frontera de Granada, donde sus filas se nutrían de vecinos de las localidades fronterizas y aventureros en busca de botín en el reino de Granada. En otras ocasiones, la motivación que les llevaba a convertirse en almogávares era la venganza. Las brutales razzias de benimerines y zenetes procedentes del Norte de África, que afectaron sobre todo a la parte occidental de la frontera, causaron la destrucción de poblaciones enteras y la esclavitud de sus habitantes, lo que llevó a los supervivientes, sin esperanzas y con sus vidas truncadas, a reagruparse en partidas de almogávares comandadas por almocadenes, que hicieron de su nueva vida un constante ánimo de revancha. Este fue el caso de muchos de los vecinos de Vejer, Alcalá de los Gazules, Arcos, Medina-Sidonia y Lebrija, que tras un ataque en 1283 en el que los norteafricanos se llevaron más de dos mil cautivos para venderlos como esclavos, se alistaron en las filas almogávares.

    Además del saqueo, se dedicaban a otro tipo de actividades. En cuanto se detectaban grupos de salteadores granadinos internados en territorio cristiano, se ponían al acecho en lugares de paso obligado o en las fuentes donde habrían de proveerse de agua, con el fin de sorprenderlos en cuanto pasaban por estos lugares. Esta actividad era muy agradecida y recompensada por los municipios de toda la frontera, como Murcia u Orihuela.

    Cuando los almogávares se desplegaban en el interior era muy difícil que cualquier posible enemigo pudiera pasar a no ser que se tratase de un contingente importante de tropas o alguien que conocía muy bien el territorio y pasase noches y campos a través. En abril de 1309, cuando la guerra entre Castilla y Granada ya se había iniciado y antes de que la Corona de Aragón también declarara la guerra a Granada, los caminos del reino de Murcia estaban tan llenos de almogávares que Pedro López de Ayala, que gobernaba el reino, desaconsejó el paso a los embajadores del rey de Granada que volvían de la corte de Jaime II, porque aseguró que serían capturados, aunque llevaran guía. Por ello, finalmente fueron acompañados por moros de la procuración de Orihuela, que los trajeron de noche y por lugares poco transitados, hacia Granada a través del reino de Murcia.

    Los almogávares solían también trabajar para los servicios de espionaje y vigilancia, que dependían de los municipios o los oficiales reales, y que eran vitales para la defensa de la frontera con los sarracenos. El servicio de vigilancia de la frontera se basaba en dos redes de vigías fijos en las montañas con buena visibilidad, una en la procuración de Orihuela y otra en la procuración valenciana « allende el Júcar», en la antigua frontera del reino de Valencia, es decir, en la zona cercana a la línea Busot – Biar. La misión de los vigías consistía en observar posibles entradas de enemigos y avisar de este hecho mediante señales de humo durante el día o de fuego por la noche; estas señales se transmitían de una vigilancia a otra, de modo que, al cabo de poco rato, todo el territorio podía ser prevenido.Otros puntos de vigilancia estaban situados en los principales caminos, donde la misión de los que hacían guardia consistía en evitar los numerosos atracos que se producían contra los caminantes, también en los puertos montañosos, los vados de los ríos, especialmente el vado del Cañaveral del Segura, cerca de Cieza, por donde solían atravesar el río las guerrillas o los ejércitos enemigos. En tiempos de guerra, la vigilancia era reforzada con escuchas, encargados de la vigilancia nocturna, que tenían que saber reconocer de oído la aproximación del enemigo, y otros encargados de observar cualquier anormalidad y dar seguridad a la gente.

    A veces, los municipios requerían los servicios de los almogávares para seguir el rastro de salteadores granadinos, que ellos sabían identificar porque con el fin de no hacer ruido cuando entraban a tierra cristiana, solían sustituir las herraduras de hierro de los caballos por otras de esparto, que dejaban unas huellas singulares y a menudo pedazos del material de confección.

    Las actividades por libre de los almogávares originaban numerosos conflictos diplomáticos con Granada, porque no solían respetar las paces firmadas. Los almogávares valencianos también eran motivo de fricciones con Castilla, bien porque a menudo las represalias granadinas que después de una incursión de almogávares valencianos, ejercían contra las poblaciones murcianas fronterizas, bien porque los almogávares valencianos o los murcianos habían causado daños en el territorio vecino.

    Guerra de Granada

    Los adalides almogávares tuvieron un papel importante en este conflicto, ya que eran los que mejor conocían el territorio y la forma de combatir de los granadinos al estar familiarizados con ellos. A su mando se pusieron las huestes de hidalgos procedentes de Oviedo.​También son nombrados por Diego Hurtado de Mendoza en «Guerra de Granada»:

    «Llaman adalides en lengua castellana a las guias y cabezas de gente del campo, que entran a correr tierra de enemigos; y a la gente llamaban almogavares, antiguamente fue calificado el cargo de adalides; elegianlos sus almogavares; saludabanlos por su nombre levantandolos en alto de pies en un escudo; por el rastro conocen las pisadas de cualquiera fiera o persona, y con tanta presteza que no se detienen a conjeturar; resolviendo por señales, a juicio de quien las mira livianas, mas al suyo tan ciertas, que cuando han encontrado con lo que buscan, parece maravilla o envahimiento».

    Uno de estos adalides, de estirpe leonesa y llamado Ortega de Prado, que había participado en la lucha de la Corona de Aragón contra Francia librada en Cataluña, participó en la decisiva toma del alcázar de Alhama la noche siguiente al 27 de febrero de 1482, cuando echó unas escalas, subió a la muralla, degolló a los desprevenidos centinelas y ocupó la torre con los soldados que tras él subieron, abriendo los portones para que entrara en su interior el grueso del ejército atacante y tomara el resto de la ciudad. La misma estrategia siguió en la toma de Zahara, aunque en este caso fueron detectados y solo pudieron resistir después de una ardua defensa. También es mencionada la presencia de almogávares, de origen navarro y aragonés, en los combates para la toma de Loja, que con valor y sufriendo pérdidas tomaron una cuesta próxima a la ciudad de gran interés estratégico para su toma.

    Norte de África

    Los primeros almogávares que actuaron aquí fueron aquellos de la Corona de Aragón, especialmente los que bajo el reinado de Pedro III el Grande y comandados por Roger de Lauria hicieron varias incursiones en la costa de Túnez. Ramón Muntaner recoge algunos de estos combates, como el de la ocupación de la isla de Yerba.

    Una vez conquistada Granada, contingentes almogávares veteranos de dicha guerra embarcan hacia la conquista de las plazas costeras africanas, refugio de piratas y corsarios.

    Otros conflictos

    Juan I de Castilla, en tiempos próximos a la batalla de Aljubarrota contra Portugal, solicitaba la llegada rápida de «dichos almogávares«. También huestes de almogávares murcianos intervinieron en los inicios del reinado de los Reyes Católicos frente a la oposición nobiliaria encabezada por el Marqués de Villena en su defensa de los derechos de los derechos de la hija de Enrique IV.

  • Antes de Bardulia, Castilla se llamaba Autrigonia

    Antes de Bardulia, Castilla se llamaba Autrigonia

    Los autrigones eran una tribu prerromana establecida en el norte de la península ibérica, en la actual España. Su territorio se correspondía con algunas zonas limítrofes entre las actuales provincias de Álava, Burgos, Cantabria y Vizcaya.

    La primera mención de los autrigones corresponde a Tito Livio, en el año 76 a. C., en la acción de Sertorio en Hispania.2​ Estrabón hace mención de ellos en su libro Geographika, libro III, cap. 3, s. 7, con el nombre de allótrigones, quizá adaptando su nombre a una palabra griega más familiar para él que quiere decir «extraños».

    Historiadores romanos, como Pomponio Mela y Plinio los sitúan en la zona norte de Burgos (Briviesca), cerca de la calzada romana, mientras que Plinio el Viejo, alrededor del año 77 d. C., citaba «entre las diez ciudades de los autrigones Tritium (Monasterio de Rodilla) y Virovesca (Briviesca) como capital del los autrigones». Ptolomeo lo sitúa entre los ríos Asón y Nervión e indica que su territorio limitaba con el de los caristios por el este y los cántabros morecanos por el oeste.

    El Origen

    Etnia de posible influencia celta, los nombres de sus ciudades como Uxama Barca o aquellas con terminaciones -briga indican un origen céltico. También los topónimos indoeuropeos de los ríos como el Nervión y el Burzaco, los antropónimos, los restos arqueológicos, utensilios, armas, recipientes, los restos de sus castros, viviendas, fortificaciones, los sistemas de enterramiento, y los propios restos funerarios, los sitúan culturalmente como pueblos celtas, aunque con una diferenciación clara de los pueblos celtíberos, ​ya que son un pueblo asentado muy anteriormente y con una asimilación de poblaciones indígenas en el periodo del Bronce Final Atlántico.

    Es dudoso que estuviesen relacionados con los cántabros, ya que fue el ataque de cántabros contra autrigones y turmódigos lo que inició la guerra romano-cántabra.

    Algunos autores deducen a partir de ciertos datos de los textos clásicos que había una afinidad o solidaridad, acaso un nexo político, entre autrigones, caristios y várdulos propiamente dichos, que recibirían un nombre común, el de várdulos, lo que explicaría muchos hechos históricos posteriores de esta región, como, por ejemplo, por qué al ser los caristios y várdulos absorbidos o desplazados por vascones en la Alta Edad Media los autrigones perdiesen el nombre y quedasen con el nombre en común con ellos de várdulos (origen de la Bardulia, nombre antiguo de los territorios que componían la primitiva Castilla en el norte de la provincia de Burgos).

    En general, todas estas gentes son pueblos mal conocidos, con las únicas indicaciones fruto de las referencias históricas antiguas y de un limitado análisis de sus elementos arqueológicos y lingüísticos, si bien con la dificultad añadida de lograr una visión de los elementos comunes o de su afinidad con tribus o pueblos limítrofes. No obstante, una mejor interpretación de los textos clásicos, así como los estudios sobre los elementos arqueológicos de más reciente descubrimiento, como por ejemplo la tésera de hospitalidad, de rasgos zoomorfos y que presenta una inscripción con caracteres ibéricos y lengua celtibérica o similar,​ muestran que es posible mejorar nuestro conocimiento de este pueblo de la Antigüedad. Lo mismo puede decirse de otras téseras, en este caso pisciforme procedente de Virovesca.

     

     

  • Ramiro II de León

    Ramiro II de León

    Ramiro II de León, llamado el Grande ( 898-León, enero de 951), fue un rey de León entre 931 y 951. Sus enemigos musulmanes le llamaban el Diablo por su ferocidad y energía.

    Hijo de Ordoño II, a la muerte de su padre y tras ayudar a su hermano Alfonso a llegar al trono deponiendo a su primo Alfonso Froilaz, hijo de su tío Fruela II, se hizo con el dominio del norte de Portugal (926), al que añadió el de Galicia cuando murió su hermano Sancho en 929.

    Luchó activamente contra los musulmanes. Derrotó a las huestes del califa omeya Abderramán III en la batalla de Simancas (939).

    Juventud

    Tercer hijo de Ordoño II y Elvira Menéndez. Siendo niño se encomendó su crianza y educación a Diego Fernández y a su esposa Onega,​ un poderoso matrimonio residente en las tierras del Duero y más tarde en las del valle del río Mondego —centro de un núcleo de repoblación agrupado en torno al infante Bermudo Ordóñez, hermano de Alfonso el Magno, de quien Onega pudo ser sobrina—. Ramiro se ganó en pocos años la admiración entusiasta de las gentes de guerra, creando en torno a su persona la imagen del caudillo inteligente y atrevido a cuyo espontáneo homenaje se fueron sumando romances, coplas, leyendas y relatos populares.

    En 924 muere Ordoño II y hereda el trono su hermano Fruela II, que desplaza a los hijos de Ordoño II. Sin embargo, Fruela muere de lepra al cabo de un año, provocando un grave problema sucesorio que enfrentó a su propio hijo, Alfonso, con los hijos de Ordoño II.​ Alfonso Froilaz contaba con el apoyo de los nobles asturianos, mientras que Sancho, Alfonso y el propio Ramiro, los hijos de Ordoño II, tenían el respaldo de los magnates gallegos y portugueses, amén del apoyo del rey pamplonés Sancho I Garcés.

    La victoria correspondió a estos últimos, dividiéndose el reino:​

    León, para Alfonso, segundogénito del rey Ordoño, que reinaría como Alfonso IV de León y disfrutaría de la primacía jerárquica sobre sus hermanos.
    Galicia, hasta el Miño, para el mayor, Sancho Ordóñez, con el título de rey.
    La zona entre los ríos Miño y Mondego, en el norte del actual Portugal, para Ramiro, también con título regio.

    Bermudo Ordóñez y Diego Fernández murieron poco antes de 928, pero ya desde 926 el infante Ramiro se hacía cargo de la provincia, cuya frontera sur avanzó constantemente hasta llegar a la vista del Tajo desde sus centros principales de Viseo y Coímbra. Este territorio del norte del actual Portugal, con título de reino, fue adjudicado al joven Ramiro al finalizar la contienda sucesoria entre los Froilaz y los Ordóñez. El infante, que debía de contar por estos días los 25 años, estaba ya casado con Adosinda Gutiérrez, hija del conde Gutierre Osorio y Aldonza Menéndez, hermana del conde Osorio Gutiérrez.

    Alfonso, el futuro monje, se coronó solemnemente en León el 12 de febrero de 926. Once días después Ramiro, su hermano, se hallaba ya en Viseo, capital de su pequeño reino, donde quiso dar el primer testimonio de su realeza y el primer reconocimiento público de su deuda de gratitud y afecto a sus padres nutricios, Diego Fernández y Onega, ahora representados por su hija Muniadona Díaz y Hermenegildo González, esposo de esta, a quienes donó la villa de Creximir próxima a Guimarães, solemnizando el acto con la presencia y suscripción de dieciséis personajes que debieron ser el selecto grupo de su séquito oficial.

    En 929 muere su hermano Sancho y Ramiro es coronado rey de Galicia en Zamora, ciudad que inmediatamente convierte en su capital.

    En junio de 931, la muerte de Oneca, esposa de Alfonso IV, sumió a este en una gran depresión, por lo que llamó a su hermano Ramiro para que se hiciera cargo del trono leonés, manifestando su intención de retirarse al monasterio de Sahagún para practicar la oración.

    Comienzo del reinado

    Ramiro se hizo coronar en León, según la Nómina leonesa, el 6 de noviembre de 931. En 932 el nuevo rey se trasladó a Zamora con objeto de armar un gran ejército para socorrer a la ciudad de Toledo que le había pedido ayuda contra Abderramán III.3​ Sin embargo, por entonces Alfonso IV ya se había arrepentido de su renuncia al trono.​ A finales del 933 o principios del año siguiente, Alfonso se apoderó de León en ausencia de su hermano, con la colaboración de los nobles de Castilla y los tres hijos del difunto rey Fruela.​ Enterado Ramiro II de tales movimientos por mensaje del obispo Oveco, a quien había encomendado el gobierno en su ausencia, marchó sobre León con sus tropas y partidarios e hizo detener y encerrar en un calabozo a su hermano.

    La situación fue aprovechada por su primo Alfonso Froilaz y sus hermanos, los hijos del rey Fruela II el Leproso, para intentar acceder al poder. Sin embargo, el enérgico e inflexible Ramiro II contaba con el valioso auxilio del conde de Castilla, Fernán González, así como del rey navarro Sancho I Garcés. En pocos días dominó la situación y persiguió a sus enemigos hasta Oviedo, donde los derrotó. Tras capturarlos, ordenó que les sacaran los ojos a todos, incluido a su hermano, y los confinaran en el monasterio de Ruiforco de Torío.

    Ilustración idealizada del asalto y toma de Madrid por Ramiro II, publicada en el primer tomo de Historia de la Villa y Corte de Madrid (1860).

    Una vez afianzado en el trono, Ramiro prosiguió el proceso de conquista territorial en el sur del reino. Comenzó conquistando la fortaleza omeya de Margerit, la actual Madrid, a mediados de 932, en su idea de liberar a Toledo. Pero ya ocupadas por al-Nasir, tiempo antes, las fortalezas de la margen derecha del Tajo, Ramiro solo pudo desmantelar las fortificaciones de Madrid y depredar sus tierras más próximas, de donde trajo numerosas gentes, mientras Abderramán entraba triunfalmente en Toledo el 2 de agosto.

    Campañas militares

    Al comienzos del verano del año 933, el propio califa se presentaba con su ejército frente a San Esteban de Gormaz o Castromoros, de lo que Ramiro tuvo noticia por correos que le envió Fernán González. Una vez oído lo cual, según el cronista Sampiro, el rey puso en movimiento su ejército y salió contra ellos en un lugar llamado Osma, e invocando el nombre del Señor, mandó ordenar sus huestes y dispuso que todos los hombres se preparasen para el combate. El Señor le dio gran victoria, pues matando a buena parte de ellos y haciendo muchos miles de prisioneros trájolos consigo y regresó a su ciudad con señalado triunfo.

    El verano de 934, otra poderosa aceifa cordobesa marchó sobre Osma. Avanzando por el corazón de Castilla, llegó hasta Pamplona, donde obtuvo la sumisión de la reina Toda Aznárez de Pamplona. Volvió luego sobre Álava, Burgos y el monasterio de Cardeña —donde dio muerte a 200 monjes—, comenzando a retroceder desde Hacinas acosado por guerrillas y emboscadas. Ramiro llegó al Duero cuando el ejército cordobés ya había alcanzado Burgos y Pamplona. Tomó sin gran esfuerzo la fortaleza de Osma y esperó allí el regreso de su enemigo, que marchaba por el mismo camino de entrada. Los Anales Castellanos Primeros resumen la acción que subsiguió: Segunda vez vinieron los moros a Burgos, en la era 972 (año 934). Pero nuestro rey Ramiro les salió al encuentro en Osma y mató a muchos millares de ellos.

    Tres años después veremos al rey leonés actuando en apoyo de Abu Yahya o Aboyaia, rey de Zaragoza, a quien el califa acusaba de traidor y culpable principal del desastre en Osma. El cronista Sampiro abrevia así los hechos:

    Ramiro reuniendo su ejército se dirigió a Zaragoza. Entonces el rey de los sarracenos, Aboyaia, se sometió al gran rey Ramiro y puso toda su tierra bajo la soberanía de nuestro rey. Engañando a Abdarrahmán, su soberano, se entregó con todos sus dominios al rey católico. Y nuestro rey, como era fuerte y poderoso, sometió los castillos de Aboyaia, que se le habían sublevado, y se los entregó regresando a León con gran triunfo.

    Sampiro omite que el monarca leonés dejó guarniciones navarras en estos castillos, pues Ramiro contaba con el concurso y alianza del rey de Pamplona.

    La gran ofensiva cordobesa

    Después de la pérdida de la estratégica Zaragoza, es fácil comprender la airada reacción del envanecido Abderramán III, tantas veces humillado y castigado por un rey cristiano tan notable como escaso en recursos. Tras cercar y conquistar Calatayud, Abderramán se apoderó uno tras otro de todos los castillos de la zona. Al llegar a las puertas de Zaragoza, Abu Yahya capituló, acción que el califa aprovechó para emplearlo en una ofensiva contra Navarra que concluyó en la capitulación de la reina Toda que se declaró vasalla del califa.​ La vuelta a Córdoba la realizó el califa por tierras castellanas, que arrasó sin que Ramiro, que junto los condes de Carrión acudió en auxilio del conde Fernán González, pudiese impedirlo.

    En abril de 936, firmó una corta tregua con los cordobeses en la que se comprometía a no colaborar con el gobernador rebelde de Zaragoza, un tuyibí, y que rompió pocos meses después.

    A comienzos de 939, penetró en territorio andalusí, quizás para socorrer a la plaza rebelde de Santarém, que las fuerzas califales habían tomado el 20 de enero, pero sus huestes fueron derrotadas por un caíd.

    El califa Omeya concibió entonces un proyecto gigantesco para acabar de una vez por todas con el reino leonés, al que denominó gazat al-kudra o campaña del supremo poder. El Omeya reunió a más de cien mil hombres alentados por la llamada a la yihad. Desde la salida de Córdoba se dispuso que todos los días se entonase en la mezquita mayor la oración de la campaña, no con sentido deprecatorio, sino como anticipado agradecimiento de lo que no podía menos de ser un éxito incontrovertible.

    A la cabeza de tan imponente fuerza militar, el califa cruzó el sistema Central, adentrándose en territorio leonés en el verano de 939. Ramiro II reunió una coalición navarra, leonesa y aragonesa que aniquiló a los ejércitos del califa en agosto de 939 en la batalla de Simancas, una de las más destacadas de todo el siglo X.

    Abderramán III «escapó semivivo» dejando en poder de los cristianos un precioso ejemplar del Corán, venido de Oriente, con sus valiosas guardas y su maravillosa encuadernación, y hasta su inestimable cota de malla, tejida con hilos de oro, que el sobresalto del suceso no le dejó tiempo a vestir.​ Del campamento mahometano «trajeron los cristianos muchas riquezas con las que medraron Galicia, Castilla y Álava, así como Pamplona y su rey García Sánchez».

    Esta victoria permitió avanzar la frontera leonesa del Duero al Tormes, repoblando lugares como Ledesma, Salamanca, Peñaranda de Bracamonte, Sepúlveda y Guadramiro. En los años 940 y 941, los leoneses firmaron dos treguas con los cordobeses, que habían reforzado a su vez las defensas de la Marca Media.​ Los pactos, sin embargo, no acabaron por completo con los choques entre los dos Estados.​ En 942 sus fuerzas acudieron a colaborar con el rey de Pamplona, recientemente batido por el gobernador tuyibí de Zaragoza —liberado el año anterior por los leoneses tras dos años de cautiverio—. El primer choque favoreció a los cristianos, pero el segundo, librado cerca de Tudela el 3 de abril, les fue adverso.7​ En agosto el gobernador cordobés de Calatayud corrió tierras castellanas.

    La labor de gobierno

    Además de obtener tan señeras victorias y extender las fronteras del reino desde el Duero hasta las cercanías del Tajo, Ramiro II estabilizó y fortaleció el entramado administrativo, completando la tarea de asentamientos mozárabes y su organización, que, en algunas comarcas, como la cuenca del Cea, fue dirigida personalmente por el rey.

    Engrandeció la Corte con la creación del nuevo palacio real, la restauración del monasterio de San Claudio y la nueva implantación de los de San Marcelo y de San Salvador, contiguo al palacio real, todo ello bajo el patrocinio del monarca. Asimismo, se erigieron y dotaron convenientemente otros muchos monasterios en todo el territorio del reino.

    Normalizó el desarrollo de las funciones administrativa y jurisdiccional, planificando los cuadros personales de la curia regia y de otras instituciones subordinadas. Veló incluso por la autenticidad de la vida cristiana. Con tal finalidad se celebró en los primeros días de septiembre de 946, por iniciativa del obispo Salomón de Astorga y bajo la presidencia personal del rey, la gran asamblea de Santa María de Monte Irago.

    El conflicto con Fernán González

    En los últimos años de su reinado, Ramiro II tuvo que hacer frente a los afanes independentistas del condado de Castilla. Fernán González, que hasta entonces había sido la mano derecha del monarca, incurrió en la ira del soberano al violar la tregua con el califato omeya y hacer una incursión de saqueo.

    Tras encargar la repoblación de Peñafiel y Cuéllar al conde Assur Fernández, distinguiéndole con la merced de conde de Monzón, Fernán González se sintió agraviado, porque tal condado taponaba la expansión de su territorio hacia el sur. Junto con el conde Diego Muñoz de Saldaña, se declararon en abierta rebeldía en 943.

    Según Sampiro, «Fernán González y Diego Muñoz ejercieron tiranía contra el rey Ramiro, y aun prepararon la guerra. Mas el rey, como era fuerte y previsor, cogiólos, y uno en León y otro en Gordón, presos con hierros, los echó en la cárcel.» Efectivamente, al año siguiente Fernán González estaba ya encarcelado​ y en Castilla había sido reemplazado por su rival, Assur Fernández y por el segundogénito del rey, el infante Sancho, a quien Assur Fernández serviría de ayo y consejero. Tras este descabezamiento, las aguas volvieron a su cauce en Castilla y se impuso la autoridad regia.

    La prisión de Diego Muñoz, conde de Saldaña, pudo durar solo unos meses, mientras que la del conde de Castilla, Fernán González, debió de durar algún tiempo más, hasta la Pascua de 945. Ramiro II liberó al traidor, no sin antes hacerle jurar fidelidad y obligarle a renunciar a sus bienes.​ Para dar solemnidad a lo pactado, poco después se celebró la boda entre la hija del conde, Urraca Fernández, y su propio hijo y heredero, Ordoño.​

    Sin embargo, ya en libertad, Fernán González siguió proclamando su título condal, refugiado en la parte oriental de Castilla. Estas disensiones internas debilitaron el reino leonés, lo cual fue aprovechado por los mahometanos para lanzar varias aceifas de castigo con destino al reino cristiano. El arabista francés Lévi-Provençal sospechaba que durante estos años Fernán González pudo establecer algún tipo de amistad o de alianza con el califa de Córdoba. Las aceifas dejaron en paz a Castilla y se dirigieron hacia la zona occidental del reino. La de 940, capitaneada por Ahmed ben Yala, fue hacia la llanura leonesa; la de 944, mandada por Ahmed Muhammad ibn Alyar, penetró en el corazón de Galicia; la de 947 bajo el mando de Kand, un cliente del Califa, llevaba la misma dirección, aunque no logró pasar de Zamora; y la de 948 penetró hasta Ortigueira.

    Con tantas expediciones en contra, tan pertinazmente dirigidas hacia el núcleo del reino, Ramiro II hubo de concentrarse en el Occidente de su reino, descuidando mucho las tierras castellanas, lo que fue aprovechado por Fernán González para recuperar todo lo perdido. Tanto recuperó que las |relaciones no tuvieron otra opción que la de «mejorar», incluso hasta restituirle los viejos honores con el título de conde. El infante Sancho regresó a León y Assur Fernández volvió a su condado de Monzón.

    El ocaso del rey

    Sobrevinieron unos años de relativa tranquilidad, únicamente salpicados por las continuas aceifas musulmanas. En 950 el monarca leonés partió desde Zamora hacia su última aventura en tierras mahometanas, realizando una expedición de saqueo por el valle del Tajo en la que derrotó una vez más a las tropas califales en Talavera de la Reina, matando según Sampiro a doce mil musulmanes y apresando otros siete mil, además de obtener un rico botín.

    El rey de León, físicamente decaído, fue sustituido por su hijo, el futuro Ordoño III, quien prácticamente se hizo cargo de los asuntos del reino. Al regreso de un viaje a Oviedo se vio aquejado de una grave enfermedad de la que no conseguiría recuperarse.

    El último acto público de su vida fue su abdicación voluntaria en León, la tarde del día 5 de enero de 951, cuando el rey debía de contar unos 53 años. Creyéndose próximo a la muerte se hizo llevar a la iglesia de San Salvador de Palat del Rey, contigua al palacio. En presencia de todos se despojó de sus vestiduras y vertió sobre su cabeza la ceniza ritual, uniendo en el mismo acto la renuncia solemne al trono y la práctica de la penitencia pública in extremis con la misma fórmula que en su día pronunciara san Isidoro de Sevilla.

    Falleció ese mismo mes, reinando ya su hijo Ordoño III de León.

    Sepultura

    Recibió sepultura en la iglesia de San Salvador de Palat del Rey de la ciudad de León que formaba parte de un monasterio, hoy desaparecido, fundado durante el reinado de Ramiro II por su hija, la infanta Elvira Ramírez, que deseaba ser religiosa.9​ En el mismo templo recibieron sepultura posteriormente los reyes Ordoño III y Sancho I de León.

    Los restos mortales de los tres soberanos leoneses sepultados en la iglesia de San Salvador de Palat del Rey fueron trasladados posteriormente a la basílica de San Isidoro de León y colocados en un rincón de una de las capillas del lado del Evangelio, donde también yacían los restos de otros reyes, como Alfonso IV, y no en el panteón de Reyes de San Isidoro de León.​

    Matrimonios y descendencia

    Ramiro había casado primeramente con su prima hermana Adosinda Gutiérrez, hija del conde Gutierre Osorio y de Aldonza Menéndez, hija a su vez del conde Hermenegildo Gutiérrez y hermana de Elvira Menéndez, la madre del rey Ramiro.​ Ramiro y Adosinda fueron padres de:

    • Bermudo, muerto en su niñez, poco antes de enero de 941.
    • Ordoño, que le sucedió en el trono como Ordoño III de León.
    • Teresa Ramírez, la segunda esposa del rey García Sánchez I de Pamplona.

    Repudiada Adosinda, seguramente por imposición de la ley canónica, el rey contrajo un segundo matrimonio entre 933 y 934​ con Urraca Sánchez,​ hija de Sancho Garcés y de Toda Aznar de quien tuvo otros dos hijos documentados:

    • Sancho,​ que sucedió a su hermano Ordoño III en el trono titulándose Sancho I de León.
    • Elvira Ramírez,​ que profesó a temprana edad en el monasterio de San Salvador de Palat del Rey. Fallecida cerca de 986.

    Semblanza del monarca

    La personalidad histórica de este príncipe, una de las más destacadas y atrayentes figuras de la Edad Media, se nos presenta bajo el signo de un incesante quehacer: el mismo rasgo –labori nescius cedere: «no sabía descansar»- que, según la Historia silense, había caracterizado a Ordoño II, su padre.

    Pese a su carácter temperamental, Ramiro II fue un hombre de una profunda religiosidad, que en documento de 21 de febrero de 934, con ocasión de confirmar a la sede compostelana los privilegios otorgados por sus predecesores, se expresaba así: De qué modo el amor de Dios y de su santo Apóstol me abrasa el pecho, es preciso pregonarlo a plena voz ante todo el pueblo católico.

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