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  • El Condado de Treviño es Castilla desde hace más de 800 años

    El Condado de Treviño es Castilla desde hace más de 800 años

    En el Poema de Fernán González, escrito a mediados del siglo XIII para ensalzar la vida del que fuera Conde de Castilla entre 931 y 970, al describir la disposición del ejército antes de una batalla contra los musulmanes (la legendaria batalla de Hacinas, que probablemente nunca tuvo lugar), se menciona a los treviñeses junto a los burebanos. Los versos que van del 458 al 461 dicen: «Avye de buroveses, otrossy trevinnanos, / caveros byen ligeros, de coraçon loçanos, / de Castyella la Vyeja ovo y castellanos, / que muchos buenos fechos fyzieron por sus manos».

     

    En la pedanía de Laño aún se pueden ver las cuevas artificiales que fueron habitadas por ermitaños hace más de mil quinientos años. El conjunto de Las Gobas conserva grabados de figuras de animales e inscripciones.

    La fundación oficial de la población de Treviño se realizó en 1161 por el rey de Navarra Sancho VI el Sabio, aunque en 1200 pasa a poder de Castilla tras la victoria que el rey castellano Alfonso VIII obtuvo en la guerra que mantuvo contra el rey navarro, siendo desde ese momento el Condado de Treviño una parte más de Castilla hasta nuestros días. En el medievo era conocido con el nombre de Uda Treviño o tierras de Uda.

    Al estar en un cruce de caminos durante la Edad Media, se desarrolló en Treviño una floreciente aljama judía.

    Sáseta es una de las aldeas que antes se desarrolló, al estar en la entrada del «Camino del Vino y el Pescado» (Camino Real que comunicaba los valles del Ebro con la costa cantábrica) en el Condado.

    El 8 de abril de 1366, Enrique II de Trastámara concedió a Pedro Manrique, como pago a los servicios prestados, la villa de Treviño de Uda con todas sus aldeas y términos, por lo que la comarca pasó de ser zona de realengo a zona de señorío. Un bisnieto de Pedro, Diego Gómez Manrique de Lara, recibió del rey Juan II de Castilla en 1453 el título de Conde de Treviño. Un hijo de este, Pedro Manrique de Lara, recibió de los Reyes Católicos, en 1482, el título de duque de Nájera, (título que hoy día ostentan sus descendientes).

    En el siglo XVI los Condes de Treviño, que eran ya desde 1482 duques de Nájera, construyeron su palacio, hoy día ayuntamiento de la villa.

     

    De Assar – Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=75404302

  • La rendición de Toledo y el final de la Guerra de las Comunidades Castellanas

    La rendición de Toledo y el final de la Guerra de las Comunidades Castellanas

    El fin de la guerra de las Comunidades

    Tras la batalla de Villalar, las ciudades de Castilla la Vieja no tardaron en sucumbir al potencial de las tropas del rey, volviendo todas las ciudades del norte a prestar lealtad al rey a primeros de mayo. Únicamente Madrid y Toledo, especialmente esta última, mantuvieron vivas sus comunidades durante un tiempo mayor.

    La resistencia de Toledo

    María Pacheco recibiendo la noticia de la muerte de su marido en Villalar; óleo del siglo XIX de Vicente Borrás.

    Las primeras noticias de Villalar llegaron a Toledo el 26 de abril, siendo ignoradas por parte de la Comunidad local. La certeza de la derrota se hizo evidente a los pocos días, cuando comenzaron a llegar los primeros supervivientes a la ciudad, que confirmaron el hecho y dieron testimonio del ajusticiamiento de los tres líderes rebeldes. Fue entonces cuando Toledo se declaró en duelo por la muerte de Juan de Padilla.

    Tras la muerte de Padilla, Acuña perdió popularidad entre los toledanos, en favor de María Pacheco, viuda de Padilla. Comenzaban a surgir voces que solicitaban la negociación con los realistas, buscando el evitar el sufrimiento de la ciudad, más aún tras la rendición de Madrid el 7 de mayo. Todo parecía indicar que la caída de Toledo era cuestión de tiempo.

    En este contexto, Acuña abandonó la ciudad, intentando huir al extranjero por la frontera del Reino de Navarra. En ese momento, se produjo la invasión francesa de Navarra, siendo Acuña reconocido y detenido en la frontera.

    La invasión francesa provocó que el ejército realista hubiera de concentrarse en expulsar a los franceses de Navarra, postergando momentáneamente el restituir la autoridad del rey en Toledo. ​A partir de ese momento, María Pacheco asumió el control de la ciudad, instalándose en el Alcázar, recabando impuestos y fortaleciendo las defensas. Solicitó la intervención del marqués de Villena para negociar con el Consejo Real, con el objetivo de obtener unas mejores condiciones que negociando directamente.

    La rendición de Toledo

    El marqués de Villena terminó abandonando las negociaciones entre ambos bandos, por lo que María Pacheco asumió de manera personal las negociaciones con el prior de la Orden de San Juan. El pacto de rendición de Toledo fue acordado el 25 de octubre de 1521 gracias a la intervención de Esteban Gabriel Merino, arzobispo de Bari y enviado del prior de San Juan.

    Así pues, el 31 de octubre los comuneros abandonaron el Alcázar toledano y el arzobispo de Bari nombró a los nuevos funcionarios.

    La revuelta de febrero de 1522

    Tras la vuelta al orden de Toledo, el nuevo corregidor de la ciudad acató las órdenes recibidas de restablecer al completo la autoridad del rey en la ciudad, dedicándose a provocar a los antiguos comuneros.​ María Pacheco continuaba presente en la ciudad, y se negaba a entregar las armas hasta que el rey firmara de forma personal los acuerdos alcanzados con el prior de San Juan. Por ello, el corregidor toledano exigía la cabeza de María Pacheco.

    La situación llegó a un extremo cuando el 3 de febrero de 1522 se ordenó apresar a un agitador, a lo que los comuneros se opusieron. Se inició entonces un enfrentamiento, subsanado gracias a la intervención de María de Mendoza y Pacheco condesa de Monteagudo de Mendoza, hermana de María Pacheco. Se concedió una tregua, que supuso la derrota de los comuneros, pero que fue aprovechada por María Pacheco para escapar a Portugal, donde se exilió hasta su muerte, en 1531.

    Probablemente, el lugar más evocador de la Guerra de las Comunidades sea la Plaza de Padilla, surgida por la demolición del palacio toledano del comunero Juan de Padilla y su mujer, María Pacheco, por orden del corregidor Juan Zumel, quien ordenó sembrar de sal el solar para que ni la hierba creciese donde se hallaba alzaba la morada de los cabecillas rebeldes. Este foco de la resistencia comunera, cuyo entorno urbano fue el escenario de la enconada lucha final, acabó siendo denominado por los toledanos “plaza de Padilla”, perpetuándose así la memoria del comunero y su mujer frente al propósito vengativo del corregidor. 

    El Perdón General de 1522

    Carlos I regresó a España el 16 de julio de 1522, instalando la corte en Palencia. A partir de la llegada del rey, la represión contra los excomuneros avanzaría a un ritmo mayor. Así lo demuestra la ejecución de Pedro Maldonado, líder salmantino y primo de Francisco Maldonado, ejecutado en Villalar.

    Carlos I permaneció en Palencia hasta finales del mes de octubre, trasladándose a Valladolid, donde el 1 de noviembre se promulgó el Perdón General, que daba la amnistía a quienes habían participado del movimiento comunero. Sin embargo, un total de 293 personas -pertenecientes a todas las clases sociales y entre las que se incluían María Pacheco y el Obispo Acuña- fueron excluidas del Perdón General.

    Se estima que fueron un total de cien los comuneros ejecutados desde la llegada del rey, siendo los más relevantes Pedro Maldonado y el Obispo Acuña, siendo este último ajusticiado en el castillo de Simancas el 24 de marzo de 1526, tras un intento frustrado de fuga. A raíz de esta ejecución, Carlos I fue excomulgado por ordenar el ajusticiamiento de un prelado de la iglesia.​ Las relaciones entre los dos poderes universales sufrieron grandes altibajos tras la elección de un papa tan favorable como fue el mismísimo Adriano de Utrecht (1522-1523), y pasaban por un momento muy negativo con el profrancés Clemente VII (1523-1534), que acabó sufriendo el saco de Roma (1527), tras lo que se vio obligado a reconciliarse con Carlos y coronarle emperador en Bolonia (1530).

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  • Las Indias se Incorporan a la Corona de Castilla

    Las Indias se Incorporan a la Corona de Castilla

    El 2 de febrero de 1518, en la ciudad de Valladolid, se reunieron las Cortes generales de la Corona de Castilla, son estas Cortes de los reinos castellanoleoneses excepcionales de alguna manera, se hallan congregadas para juramentar al heredero del mayor Imperio del mundo, Don Carlos I de Castilla, futuro emperador Carlos V del Sacro Imperio Romano. Por primera vez en una persona se unían las Coronas de Castilla –incluido el Reino de Navarra y los Reinos de las Indias– y Aragón – incluidos los Reinos de Nápoles, Sicilia y Cerdeña–, y sus posesiones en tres continentes, que pronto serían en cuatro, así como el Archiducado de Austria y los Países Bajos.
    La incorporación jurídica de los Reinos de las Indias a la Corona de Castilla se efectúa en estas Cortes, es decir, el nacimiento jurídico de los reinos castellanos de las Indias Occidentales o América. Una cuestión perfectamente conocida por viejos historiadores que, sin embargo, no ha tenido mayor repercusión en su quinientos aniversario el año pasado, como lo debería haber tenido. Revisando la prensa virtual en internet se puede verificar que prácticamente ningún medio ni en España ni en Hispanoamérica recogió nota alguna al respecto, tampoco ninguna institución se apersonó para realizar actos conmemorativos y de honor sobre tan importante efeméride. Ya conocemos este olvido de nuestra historia y nuesto ser, que pasa «del olvido de los archivos al olvido de las bibliotecas.»
    Isabel la Católica había declarado expresamente en su testamento de 1504 de que las Indias «han de quedar incorporadas en estos mis Reynos de Castilla y León», así  como también el recién conquistado reino peninsular de Granada, dejando constancia así de la paridad jurídica que ella daba a los territorios europeos y extraeuropeos de sus reinos. Hechos que se confirmarían posterior y oficialmente en las Cortes, la institución política medieval que realizaba la representación estamental de los reinos; como el resto de los parlamentos europeos medievales, sus representantes y procuradores se reunían en los tres estados estamentales: eclesiástico, nobiliario y llano. Las Cortes eran convocadas y presididas por el Rey de Castilla.
    Desde los territorios indianos ya desde 1507 se realizaron peticiones, como la de la Isla Española, solicitando que se incluyese el nombre de aquella isla entre los restantes reinos, en los títulos reales, y se le respondió que por entonces no convenía, y que más adelante se resolvería la cuestión. Obedeciendo las disposiciones del testamento de la Gran Reina Isabel, las Cortes de Valladolid, acordaron la incorporación de las Indias Occidentales a la Corona de Castilla como veremos.
    Como en casi todas las Cortes del Antiguo Régimen, no se llevaban actas exactas de lo dicho y actuado en ellas de forma concreta y taxativa –con las excepciones del caso–, conocemos el resultado de sus procedimientos por las crónicas y los documentos reales que se desprendían a partir de su realización. En las de Valladolid de 1518 sólo conocemos el ordenamiento de Cortes, es decir, la lista final de peticiones oficiales de los procuradores y las respuestas reales. Contamos con un importante grupo de documentos publicados hace ya bastantes años al respecto, en este caso, sobre la incorporación de las Indias a la Corona de Castiila, existen tres documentos específicos, «redactados con un texto completamente idéntico», como la mayoría de respuestas reales a las peticiones de sus súbditos, que se basaban muchas veces en el propio texto peticionario, y que corresponden a las contestaciones de 1519, 1520 y 1523, respectivamente, a las peticiones presentadas por los procuradores y representantes en Cortes de la Isla Española (donde tuvo sede el primer virreinato del continente americano para el gobierno de los territorios conquistados y por conquistar), de las Indias en general, y de la Nueva España; en los dos primeros casos, el procurador de la Española y de las «islas indias e tierra firme del Mar Oceano» es el licenciado Antonio Serrano, y en el caso de la Nueva España son sus representantes Francisco de Montejo y Diego de Ordás.
    No nos es posible conocer las fórmulas exactas que se emplearon en las Cortes de Valladolid de 1518 para declarar la incorporación formal de las Indias a la Corona castellana, pero podemos evocarlas en comparación con las empleadas para el caso del Reino de Navarra, que había sido conquistado por Fernando el Católico en 1513, e incorporado oficialmente a la Corona en las Cortes de Burgos de 1515. A ciencia cierta en los documentos aludidos de 1519, 1520 y 1523 podemos leer la expresamente la  letra real que formaliza la incorporación:
    «Por cuanto, según lo que POR NOS ESTÁ JURADO (en la jura real de las Cortes) e prometido a los Nuestros Reynos e señoríos de Castilla e de Leon, AL TIEMPO QUE FUIMOS RECIBIDOS E JURADOS REYES E SEÑORES DE ELLOS (Valladolid, 1518), que a las INDIAS, islas e tierra firme del Mar Oceano… ninguna cibdad, ni provincia, ni isla, ni otra tierra anexa a la dicha nuestra Corona real de Castilla puede ser enajenada ni apartada della… como quiera que por estar COMO ASÍ ESTÁ JURADO e de contenerse así en la bulla de donación… no avia necesidad de nueva seguridad, pero porque los vecinos e pobladores (de las Indias) tengan  mayor sertenidad e confianza dello, mandamos dar esta nuestra carta… la cual queremos e mandamos que tenga fuerza e vigor de ley e pracmática sanción, como si fuera hecha e promulgada en Cortes generales, por lo cual… (prometen que las Indias ni ninguna parte de ellas no serán enajenadas nunca de la Corona de Castilla)… sino que estarán e las ternemos como a cosa incorporada en ella, e si necesario es de nuevo las incorporamos e metemos…»
    Las Cortes de Valladolid de 1518 se inauguraron con la reunión de procuradores de las ciudades en el Colegio de San Gregorio el martes, 2 de febrero. El flamenco Jean de Sauvage, gran canciller del rey, fue nombrado presidente de las mismas.
    El domingo 7 de febrero, acabada la misa oficiada por el cardenal de Tortosa –el flamenco Adriano de Utrecht–, tuvo lugar en la iglesia de conventual San Pablo el acto de juramento por parte de los nobles y eclesiásticos. Luego, a suplica de los procuradores de las ciudades, el rey reiteró su juramento con la misma formalidad dicha: «Levantándose el rey de la silla donde estaba, se fue a las cortinas desde donde había oído la misa, y allí repitieron por sí solos este acto los procuradores de Cortes por Toledo, y el rey les hizo el expresado juramento de que se pidió testimonio.»  Para el efecto, Don Carlos I, tras una breve ceremonia de bienvenida, se cambió la armadura militar por el vestido real del rito de la jura y entró para celebrar la sesión de las Cortes donde se oficializaría como rey, ocupando el solio de la presidencia de las mismas para prestar juramento, el que fue al estilo tradicional, poniendo la mano sobre los Evangelios, jurando guardar todas las leyes y privilegios de los reinos, defender y conservar en la Corona de Castilla el Reino de Navarra incorporado en 1515, e incorporar los Reinos de las Indias, Islas y Tierra Firme del Mar Océano.
    Son claras e inequívocas las ulteriores Leyes de Indias que se desprendieron de la incorporación, al respecto, la Ley XIII del Título II del Libro II, señalan con realismo sobre la paridad de los dominios europeos y americanos, literalmente:
    «Porque siendo de UNA Corona los REINOS de Castilla y de las Indias, las leyes y órdenes de gobierno de los unos y de los otros deben de ser lo más semejantes y conformes que puedan; los de nuestro Consejo, en las Leyes y Establecimientos que para aquellos Estados ordenaren, procuren recibir la forma y manera del Gobierno de ello AL ESTILO Y ORDEN CON QUE SON REGIDOS Y GOBERNADOS los Reinos de Castilla y de León, en cuanto hubiere lugar y permitiera la diversidad y diferencia de las tierras y naciones.»
    En el edicto del ya Emperador contra los comuneros de Castilla, dado en Worms en febrero de 1521, como en muchos otros documentos, se pueden leer todos los títulos del primer Rey de Indias juramentado como tal, de forma expresa e indiscutible:
    «Don Carlos por la gracia de Dios Rey de Romanos Emperador Semper Augusto.
    Doña Joana su madre y el mesmo Don Carlos por la mesma gracia Reyes de Castilla, de Leon, de Aragon, de las dos Sicilias, de Ierusalen, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorcas, de Sevilla, de Cerdeña, de Cordova, de Corcega, de Murcia, de Jaen, de los Algarbes, de Algezira, de Gibraltar, de las Islas de Canaria, DE LAS INDIAS islas y tierra firme del Mar Oceano, Condes de Barcelona, Señores de Vizcaya e de Molina, Duques de Atenas e de Neopatria, Condes de Ruysellon e de Cerdenia, Marqués de Oristan e de Gorciano, Archiduques de Austria, Duques de Borgoña de Bravante.»
    Una suma importancia reviste para este entendimiento el hecho de que la unidad de los reinos españoles, tanto en Europa como en América, se formalizara en la misma época. La paridad de procedimientos jurídicos y formales no deja lugar a duda sobre el nivel de equivalencia que ocupaban los territorios europeos y americanos de la Corona. Granada y Navarra (Cortes de Burgos, 1515), son incorporados jurídicamente a la Corona de Castilla unos poquísimos años antes que las Indias (1518), y el caso de la incorporación de estos últimos en la jura de Don Carlos I como Rey de Castilla y de las Indias, entre otros como hemos leído, indica la solemnidad, categoría y calidad que se les daba de forma oficial. Este excelso monarca logró en su persona la unidad histórica de todas las Españas.
  • La Casa y el Condado de Luna

    La Casa y el Condado de Luna

    El condado de Luna es un título nobiliario español creado el 22 de febrero de 1462 por el rey Enrique IV de Castilla en favor de Diego Fernández de Quiñones, VI señor de Luna y su castillo, señor de Órbigo y de su valle, que era hijo de Pedro Suárez de Quiñones, V señor de Luna, y de su esposa Beatriz de Acuña.

    Su denominación hace referencia a la comarca de Luna, en la provincia de León, aunque sus dominios llegaron a comprender una zona bastante más amplia de la montaña occidental leonesa.

    Antecedentes

    El primer miembro de este linaje, que tiene su origen en Quiñones del Río en el reino de León,​ fue Pedro Álvarez que fue merino mayor de Asturias y recibió las villas de Urdiales del Páramo y Santa María del Páramo del rey Sancho IV de Castilla en 1285.3​b​ Se casó con Violante Ponce de León, «iniciando así ese proceso de vinculaciones matrimoniales con otros linajes influyentes en el reino»,5​ con quien tuvo a Suero Pérez de Quiñones quien, en 1353, recibió del rey Pedro I de Castilla, el señorío y gobierno de Barrientos y Posadilla, así como la tenencia del castillo de Trascastro de Luna y fue nombrado guarda mayor y después adelantado de León y de Asturias en 1360.6​ Posteriormente, Suero abandonó las filas petristas y apoyó el bando del infante Enrique, después Enrique II, de quien recibió nuevos cargos y mercedes.3​2​ Falleció en 1367 en la batalla de Nájera.

    Suero Pérez de Quiñones y su esposa María Fernández de Mendoza fueron los padres de Pedro y Leonor Suárez de Quiñones y de Ares Pérez de Quiñones, este último, señor de Alcedo.8​ Pedro, el primogénito, incrementó su patrimonio y dominios gracias a su apoyo a la causa trastámara y las compras realizadas de tierras y propiedades en tierras leonesas.​ Fue adelantado mayor de León y de Asturias y notario mayor de Castilla.2​ Falleció en 1402 sin descendencia de su esposa Juana González de Bazán.​ En su testamento, otorgado en 1398, dispuso que fuera su sobrino, Diego Fernández de Quiñones, hijo de su hermana Leonor y de su esposo el asturiano Diego Fernández Vigil de Aller,​ quien heredara el señorío «con tal que tome la voz, apellido y armas del solar de Quiñones».9​ Pedro Suárez de Quiñones y su esposa Juana fueron los responsable de la construcción del palacio, llamado posteriormente el Palacio del Conde Luna, en la ciudad de León que fue ampliando después por Catalina Pimentel.

    Diego Fernández de Quiñones, llamado «el de la buena fortuna», fue nombrado merino mayor de Asturias a la muerte de su tío por el rey Enrique III de Castilla. Contrajo matrimonio con María de Toledo2​ de quien tuvo varios hijos y en 1440 obtuvo el privilegio regio que le permitió fundar cuatro mayorazgos a favor de sus hijos: Pedro, el primogénito; Suero, célebre por haber protagonizado el Paso honroso;​ Fernando (o Hernando, según las fuentes), de quien parte la rama Quiñones de Benavente; y Diego.​ Pedro Suárez de Quiñones casó con Beatriz de Acuña y tuvo varios hijos, entre ellos, a Diego Fernández de Quiñones, el primer conde de Luna.

    Condes de Luna

    Titular Periodo
    Creación por Enrique IV
    I Diego Fernández de Quiñones 1462-1491
    II Bernardino Fernández de Quiñones y Enríquez 1491-1492
    III Francisco Fernández de Quiñones y Osorio 1492-1529
    IV Claudio Fernández de Quiñones y Mendoza 1529-1563
    V Luis Fernández de Quiñones y Pimentel 1563-1568
    VI Catalina Fernández de Quiñones y Cortés Zúñiga 1568-1574
    VII Antonio Alonso Pimentel y Vigil de Quiñones 1574-1633
    VIII Juan Francisco Alonso Pimentel y Ponce de León 1633-1652
    IX Antonio Alonso Pimentel de Quiñones y Herrera-Zúñiga 1652-1677
    X Gaspar Vigil de Quiñones Alonso Pimentel y Benavides 1677-¿?
    XI Francisco Casimiro Pimentel de Quiñones y Benavides ¿?-1709
    XII Francisco Alonso Pimentel 1709-¿?
    XIII Antonio Francisco Pimentel de Zúñiga y Vigil de Quiñones ¿?-1735
    XIV Manuel Pimentel de Borja y Vigil de Quiñones ¿? -1735
    XV Francisco Alonso Pimentel Vigil de Quiñones Borja y Aragón 1735-1763
    XVI María Josefa Alonso Pimentel Téllez-Girón de Borja y Centelles 1763-¿?
    XVII Bernardino Fernández de Velasco y Pimentel ¿?-1771
    XVIII María de la Portería Francisca Fernández de Velasco Tovar y Pacheco 1771-1796
    XIX Diego Fernández de Velasco 1796-1811
    XX Bernardino Fernández de Velasco Pacheco y Téllez-Girón 1811-1841
    XXI Ana Valentina Fernández de Velasco y Roca de Togores 1841-¿?
    XXII José María Bernardino Silverio Fernández de Velasco y Jaspe ¿?-¿?
    XXIII Bernardina María de la Presentación Fernández de Velasco y Roca de Togores ¿?-1869
    XXIV María del Rosario Téllez-Girón y Fernández de Velasco 1869-1896
    XXV Inés Roca de Togores y Téllez-Girón 1896-1946
    XXVI Pedro Alcántara Roca de Togores y Lafitte 1946-1976
    XXVII Manuel Roca de Togores y Salinas 1979-2007
    XXVIII Mencía Roca de Togores y Lora 2008-hoy

     

    Historia de los condes de Luna

    • Diego Fernández de Quiñones (1455-León, 2 de noviembre de 1491), I conde de Luna, señor de Órbigo y su valle, merino mayor de Asturias y de León.
    Casó Juana Enríquez de Guzmán, hija de Enrique Enríquez de Mendoza, I conde de Alba de Liste, y de su esposa María de Guzmán.​ Le sucedió su hijo:
    • Bernardino Fernández de Quiñones y Enríquez, II conde de Luna, merino mayor de León y Asturias.
    Casó en primeras nupcias con Mencía de la Vega (sin descendencia), y en segundas con Isabel Osorio.​ Le sucedió su hijo:
    • Francisco Fernández de Quiñones y Osorio (m. Laguna de Negrillos, 1529), III conde de Luna, merino mayor de León y Asturias, asistente de Sevilla.
    Casó con María de Mendoza Manrique, hija del conde de Benavente.​ Le sucedió su hijo:
    • Claudio Fernández de Quiñones y Mendoza (m. 1563), IV conde de Luna, merino mayor de León y Asturias, embajador de Felipe II ante el concilio de Trento.
    Casó en primeras nupcias con Catalina Pimentel y Velasco, hija de Alonso Pimentel, V conde y II duque de Benavente, y en segundas con Francisca de la Cueva, hija del III duque de Alburquerque.​ Le sucedió, de su primer matrimonio, su hijo:
    • Luis Fernández de Quiñones y Pimentel, V conde de Luna, merino mayor de León y Asturias.
    Casó en primeras nupcias con María Cortés de Zúñiga, hija de Hernando Cortés, conquistador de México, y de Juana de Arellano,​ y en segundas con Francisca de Beaumont, hija de Luis de Beaumont y Manrique de Lara, IV condestable de Navarra, y su esposa Aldonza Folch de Cardona.​ Le sucedió, de su primer matrimonio, su hija:
    • Catalina Fernández de Quiñones y Cortés, VI condesa de Luna.
    Casó en 1569 con Juan Alonso Pimentel Herrera, VIII conde y V duque de Benavente, VIII conde de Mayorga, III conde de Villalón.​ Le sucedió su hijo:
    • Antonio Alonso Pimentel y Vigil de Quiñones (m. 4 de septiembre de 1633), VII conde de Luna, IX conde y VI duque de Benavente, IX conde de Mayorga, merino mayor de León y Asturias, mayordomo mayor de la reina Isabel de Borbón. María Vigil de Quiñones, esposa del IV marqués de los Vélez, había pleitado sin éxito para quedarse con el condado y mayorazgo de Luna.
    Casó en primeras nupcias, el 25 de junio de 1595, con María Ponce de León, hija de Rodrigo Ponce de León, III duque de Arcos, y su esposa Teresa de Zúñiga.
    Casó en segundas nupcias el 20 de octubre de 1622 con Leonor Pimentel, dama de la reina Isabel de Francia e hija de Enrique Pimentel, I conde de Villada, III marqués de Távara, y su esposa Juana de Toledo Colonna.​ Sin sucesión de este matrimonio. Le sucedió, de su primer matrimonio, su hijo:
    • Juan Francisco Alonso Pimentel y Ponce de León (m. 24 de diciembre de 1652), VIII conde de Luna, X conde y VII duque de Benavente, X conde de Mayorga, caballero de la Orden del Toisón de Oro, presidente del Consejo de Italia, miembro del Consejo de Estado, mayordomo mayor de la reina.
    Casó en primeras nupcias el 4 de enero de 1614 con Mencía de Zúñiga y Fajardo, hija de Luis Fajardo y Zúñiga, IV marqués de los Vélez y III conde de Molina, y de María Pimentel y Quiñones.
    Casó en segundas nupcias el 17 de mayo de 1648 con Antonia de Mendoza y Orense, dama de la reina Mariana de Austria e hija de Antonio Gómez Manrique de Mendoza, V conde de Castrojeriz.​ Le sucedió su hijo:
    • Antonio Alonso Pimentel de Quiñones y Herrera-Zúñiga (m. 22 de enero de 1677), IX conde de Luna, XI conde y VIII duque de Benavente, XI conde de Mayorga, trece de Santiago, alcaide de los alcázares de Soria, gentilhombre con ejercicio de la cámara del rey Felipe IV.1920
    Casó en primeras nupcias en 1637 con Isabel Francisca de Benavides y de la Cueva (m. 1653), IV marquesa de Villarreal de Purullena, III marquesa de Jabalquinto, dama de la reina Isabel de Borbón.
    Casó en segundas nupcias en 1658 con Sancha Centurión de Mendoza y Córdoba, hija de Adán Centurión, III marqués de Estepa y de Leonor María Centurión, IV marquesa de Armunia.​ Le sucedió, de su primer matrimonio, su hijo:
    • Gaspar Vigil de Quiñones Alonso Pimentel y Benavides, X conde de Luna, XII conde de Mayorga, IV marqués de Jabalquinto, V marqués de Villarreal de Purullena.
    Casó con Manuela de Haro y Guzmán, hija de Luis Méndez de Haro y Sotomayor, VI marqués del Carpio, II conde de Morente, V conde y III duque de Olivares, II marqués de Eliche, I duque de Montoro, y de Catalina Fernández de Córdoba y Aragón, hija del V duque de Segorbe.​ Sin descendientes. Le sucedió su hermano:
    • Francisco Alonso Pimentel de Quiñones y Benavides (Madrid, 4 de marzo de 1655-15 de enero de 1709), XI conde de Luna, XII conde y IX duque de Benavente, XIII conde de Mayorga, V marqués de Jabalquinto, VI marqués de Villarreal de Purullena, gentilhombre de cámara y luego sumiller de corps del rey, alcaide perpetuo de Soria, caballero de la Orden de Santiago desde 1693 y comendador de Corral de Almaguer en dicha orden.
    Casó en primeras nupcias el 6 de julio de 1671 con María Antonia Ladrón de Guevara y Tassis (m. 1677), hija de Beltrán Vélez Ladrón de Guevara, I conde de Campo Real, y su esposa Catalina Vélez Ladrón de Guevara, IX condesa de Oñate, IV condesa de Villamediana.
    Casó en segundas nupcias con Manuela de Zúñiga y Sarmiento, hija de Juan de Zúñiga, IX duque de Béjar etc., y de Teresa Sarmiento de la Cerda, de la casa ducal de Híjar.​ Le sucedió por cesión, de su primer matrimonio, su hijo:
    • Francisco Alonso Pimentel, XII conde de Luna, XIV conde de Mayorga.
    Sin descendientes.​ Le sucedió, un hijo del segundo matrimonio de su padre, su hermanastro:
    • Antonio Francisco Casimiro Alonso-Pimentel Vigil de Quiñónes y Zúñiga (m. 1743), XIII conde de Luna, XIII conde y X duque de Benavente, VI marqués de Jabalquinto, VII marqués de Villarreal de Purullena, XV conde de Mayorga, XIII conde de Alba de Liste, VI conde de Villaflor, merino mayor de León y Asturias, alcaide mayor de Soria, gentilhombre de cámara del rey Carlos II.
    Casó en primeras nupcias el 10 de julio de 1695, en Gandía, con María Ignacia de Borja y Aragón, hija de Pascual de Borja y Aragón, X duque de Gandía, VII marqués de Lombay, XI conde de Oliva.
    Casó en segundas nupcias, en 1715, con Marie Philippe de Hornes (m. 1725), hija del vizconde de Furnes.​ Sin descendientes. Le sucedió por cesión, de su primer matrimonio, su hijo:
    • Manuel Pimentel de Borja y Vigil de Quiñones (1700-8 de mayo de 1735), XIV conde de Luna, XVI conde de Mayorga.
    Casó con María Teresa de Silva y Hurtado de Mendoza, hija de Juan de Dios de Silva y Mendoza, X duque del Infantado, XI marqués de Santillana, VI duque de Pastrana etc. Sin descendientes. Le sucedió su hermano, hijo del primer matrimonio de su padre:
    • Francisco Alonso Pimentel Vigil de Quiñones Borja y Aragón (1707-9 de febrero de 1763), XV conde de Luna, XIV conde y XI duque de Benavente, X duque de Medina de Rioseco, XIII duque de Gandía, VII marqués de Jabalquinto, VIII marqués de Villarreal de Purullena, VII conde de Villaflor, XI marqués de Lombay, XIV conde de Alba de Liste, XVII conde de Mayorga, XII conde de Melgar, XIII conde de Oliva, II duque de Arión, merino mayor de León y de Asturias, comendador de Corral de Almaguer por la Orden de Santiago, capitán principal de una de las compañías de las guardias de Castilla, alcaide perpetuo de los alcázares de Soria y Zamora, alférez mayor, alguacil mayor, alcalde y escribano mayor de sacas de Zamora, caballero de la Orden de San Jenaro y gentilhombre de cámara del rey con ejercicio.
    Casó en primeras nupcias el 6 de mayo de 1731 con Francisca de Benavides y de la Cueva, hija de Manuel de Benavides y Aragón, V marqués de Solera, X conde y I duque de Santisteban del Puerto, X marqués de las Navas, X conde del Risco, XIII conde de Concentaina, y de Catalina de la Cueva, condesa de Castellar.
    Casó en segundas nupcias el 20 de julio de 1738 con María Faustina Téllez-Girón y Pérez de Guzmán, hija de José Téllez-Girón y Benavides, VII duque de Osuna, conde de Pinto etc., y de Francisca Pérez de Guzmán, hija del XII duque de Medina Sidonia. Le sucedió, de su segundo matrimonio, su hija:
    • María Josefa Alonso Pimentel Téllez-Girón de Borja y Centelles (26 de noviembre de 1752-Madrid, 5 de octubre de 1834), XVI condesa de Luna, XV condesa y XII duquesa de Benavente, XIII duquesa de Béjar, III duquesa de Plasencia, XII duquesa de Arcos, XIV duquesa de Gandía, IX duquesa de Mandas y Villanueva, VIII marquesa de Jabalquinto, XIV marquesa de Gibraleón, IX marquesa de Terranova, XII marquesa de Lombay, XV marquesa de Zahara, XIX condesa de Mayorga, XIV condesa de Bañares, XVI condesa de Belalcázar, XIV condesa de Oliva, XI condesa de Mayalde, XIII condesa de Bailén, XII condesa de Casares, XVI vizcondesa de la Puebla de Alcocer, VI condesa de Villaflor, I duquesa de Monteagudo, I marquesa de Marchini, I condesa de Osilo, I condesa de Coguinas.
    Casó el 29 de diciembre de 1771 con su primo Pedro Alcántara Téllez-Girón y Pacheco, IX duque de Osuna etc. Le sucedió:
    • Bernardino Fernández de Velasco y Pimentel (m. 1771), XVII conde de Luna, XI duque de Frías, XV conde de Haro, VII conde de Peñaranda de Bracamonte, X conde de Salazar de Velasco, IV vizconde de Sauquillo, XV conde de Alba de Liste, IV marqués de Cilleruelo.
    Casó en 1728 con María Josefa Pacheco y Téllez Girón.​ Le sucedió su hija:
    • María de la Portería Francisca Fernández de Velasco Tovar y Pacheco (3 de noviembre de 1735-23 de mayo de 1796), XVIII condesa de Luna, VIII condesa de Peñaranda de Bracamonte, V vizcondesa de Sauquillo, VI marquesa del Fresno.
    Casó con su primo Andrés Manuel Alonso Téllez-Girón Pacheco y Toledo (m. 1789), VII duque de Uceda.​ Le sucedió un sobrino nieto de su tío Martín Fernández de Velasco y Pimentel (1729-1776):
    • Diego Fernández de Velasco (Madrid, 8 de noviembre de 1754-París, 11 de febrero de 1811), XIX conde de Luna, VIII duque de Uceda, XIII duque de Frías, XIII duque de Escalona, X marqués de Frómista, VIII marqués de Belmonte, VIII marqués de Caracena, XIII marqués de Berlanga, IX marqués de Toral, VI marqués de Cilleruelo, XII marqués de Jarandilla, XIII marqués de Villena, VIII conde de Pinto, VII marqués del Fresno, X marqués de Frechilla y Villarramiel, X marqués del Villar de Grajanejos, XVII conde de Haro, XVII conde de Castilnovo, XVII conde de Alba de Liste, VII conde de la Puebla de Montalbán, IX conde de Peñaranda de Bracamonte, XV conde de Fuensalida, IX conde de Colmenar de Oreja, XV conde de Oropesa, XIV conde de Alcaudete, XIV conde de Deleytosa, XII conde de Salazar de Velasco, caballero de la Orden del Toisón de Oro y de la Orden de Santiago.
    Casó el 17 de julio de 1780, en Madrid, con Francisca de Paula de Benavides y Fernández de Córdoba (1757-1827), hija de Antonio de Benavides y de la Cueva, II duque de Santisteban del Puerto etc.​ Le sucedió su hijo:
    • Bernardino Fernández de Velasco Pacheco y Téllez-Girón (20 de junio de 1783-28 de mayo de 1851), XX conde de Luna, IX duque de Uceda, XIV duque de Frías, XIV duque de Escalona, IX marqués de Belmonte, XI marqués de Frómista, IX marqués de Caracena, XIV marqués de Berlanga, X marqués de Toral, XIV marqués de Villena, IX conde de Pinto, VIII marqués del Fresno, XIII marqués de Jarandilla, XI marqués de Frechilla y Villarramiel, XI marqués del Villar de Grajanejos, XVIII conde de Haro, XVIII conde de Castilnovo, XIII conde de Salazar de Velasco, XVIII conde de Alba de Liste, VIII conde de la Puebla de Montalbán, X conde de Peñaranda de Bracamonte, XVI conde de Fuensalida, X conde de Colmenar de Oreja, XVI conde de Oropesa, XV conde de Alcaudete, XV conde de Deleytosa, caballero del Toisón de Oro y de la Orden de Calatrava, embajador en Londres, consejero de Estado durante el trienio constitucional (1820-1823), enviado a París en 1834 como representante especial en la negociación y firma de la cuádruple alianza, presidente del gobierno (1838).
    Casó en primeras nupcias en 1802 con María Ana Teresa de Silva Bazán y Waldstein (m. 1805), hija de José Joaquín de Silva Bazán y Sarmiento, IX marqués de Santa Cruz de Mudela, X marqués del Viso, marqués de Bayona, VI marqués de Arcicóllar, conde de Montauto, y conde de Pie de Concha.​ Sin descendientes de este matrimonio.
    Casó en segundas nupcias con María de la Piedad Roca de Togores y Valcárcel (1787-1830), hija de Juan Nepomuceno Roca de Togores y Scorcia, I conde de Pinohermoso, XIII barón de Riudoms.
    Casó en terceras nupcias (matrimonio desigual, post festam, legitimando la unión de hecho) con Ana Jaspe y Macías (m. 1863). En 1841 le sucedió, por cesión, su hija:
    • Ana Valentina Fernández de Velasco y Roca de Togores, XXI condesa de Luna, XI condesa de Peñaranda de Bracamonte.
    Le sucedió su hermano:
    • José María Bernardino Silverio Fernández de Velasco y Jaspe (París, 20 de junio de 1836-20 de mayo de 1888), XXII conde de Luna, XV duque de Frías, XX conde de Haro, XVII conde de Fuensalida, XVII conde de Oropesa, X marqués de Belmonte, XV marqués de Berlanga, XI marqués de Toral, X marqués de Caracena, IX marqués del Fresno, XII marqués de Frómista, XII marqués de Frechilla y Villamarriel, XIV marqués de Jarandilla, XII marqués de Villar de Grajanejos, XVI conde de Alcaudete, XVI conde de Deleytosa, XIV conde de Salazar de Velasco, XI conde de Colmenar de Oreja, caballero de la Real Maestranza de Sevilla, XII conde de Peñaranda de Bracamonte.
    Casó en primeras nupcias en 1864 con Victoria Balfe (1837-1871), cantante de ópera, y en segundas nupcias, en 1880, con María del Carmen Pignatelli de Aragón y Padilla (n. 1855).34​ Le sucedió, por cesión, su hermana:
    • Bernardina María de la Presentación Fernández de Velasco y Roca de Togores (1815-1869), XXIII condesa de Luna, X duquesa de Uceda, X condesa de Pinto, XIII condesa de Peñaranda de Bracamonte.
    Casó en 1838 con Tirso María Téllez-Girón y Fernández de Santillán (1817-1871). Le sucedió su hija:
    • María del Rosario Téllez-Girón y Fernández de Velasco (23 de septiembre de 1840-Madrid, 15 de febrero de 1896), XXIV condesa de Luna, XVI duquesa de Béjar, XIV marquesa de Peñafiel, XVII marquesa de Gibraleón, XVIII condesa de Melgar, XVII condesa de Oliva, XIX vizcondesa de la Puebla de Alcocer, dama de la reina regente María Cristina, dama de la Orden de María Luisa (1878).
    Casó el 30 de junio de 1859, en Alicante, con Luis Manuel Roca de Togores y Roca de Togores (1837-1901), I marqués de Asprillas, hijo de Mariano Roca de Togores y Carrasco, I marqués de Molins y vizconde de Rocamora, y de María Teresa Roca de Togores y Alburquerque.​ Le sucedió su hija:
    • Inés Roca de Togores y Téllez-Girón (Orihuela, 4 de octubre de 1872-Madrid, 13 de mayo de 1946), XXV condesa de Luna.
    Casó el 30 de noviembre de 1911, en Madrid, con Ramón Noguera y Acuavera (n. 1871), Gran Cruz de Isabel la Católica, quien fuera hijo de Lorenzo Vicente de Noguera y Sotolongo, III marqués de Cáceres, y de Ederia Acuavera y Arahuete.​ Sin descendientes. Le sucedió un nieto de su hermano Luis Roca de Togores y Téllez de Girón (1865-1940):
    • Pedro Alcántara Roca de Togores y Lafitte (11 de junio de 1917-Castilleja de la Cuesta, Sevilla, 1976), XXVI conde de Luna, XIX duque de Béjar, XXII vizconde de la Puebla de Alcocer.38
    Casó el 24 de mayo de 1943, en Sevilla, con María de la Concepción Salinas y Benjumea (1916-1996).​ Le sucedió su segundo hijo:
    • Manuel Roca de Togores y Salinas (m. 30 de noviembre de 2007), XXVII conde de Luna, Gran Cruz del Mérito Naval (2003).
    Casó con Cristina de Lora y Márquez, hija de José María de Lora y Moreno, VIII conde de Colchado, y su esposa María Cristina Márquez y Patiño.​ Le sucedió su hija:
    • Mencía Roca de Togores y Lora, XXVIII condesa de Luna.
    Casó el 10 de septiembre de 2005, en Sevilla, con Jaime de la Rosa y Misol
  • Zamora no se ganó en una hora

    Zamora no se ganó en una hora

    En una hora no se ganó Zamora (La Celestina VI 221). Esta paremia alude al largo sitio que sufrió la ciudad de Zamora durante siete meses por parte de Sancho el Bravo en el año 1072, con el objeto de arrebatársela a su hermana doña Urraca.

    El Cerco de Zamora

    A la muerte de Fernando I, Sancho II, el primogénito, recibió Castilla y se vio así desposeído de León, que había sido la cabeza del Imperio. En el año 1065 comienza a reinar Sancho II en Castilla hasta que tras la muerte de su madre la reina Sancha de León, comienza a reclamar para sí el reino de León que había sido asignado a su hermano Alfonso de León y comienzan las hostilidades entre ellos. Sancho II sorprende a Alfonso saliendo al paso en Llantada. En dicho encuentro Sancho puso en fuga a su hermano y a las tropas leonesas. Alfonso, habiendo regresado a León, se enfrenta de nuevo a Sancho en Golpejera, resultando preso Alfonso, que luego sería liberado, posiblemente por la intervención de Pedro Ansúrez, y pidió asilo en la taifa de Toledo donde reinaba Al-Mamún de Toledo. Sancho entró en la ciudad de León incorporando este reino a su jurisdicción. Mientras ocurría esto su hermano García regía Galicia. Tras la toma de la ciudad de León el rey Sancho se dirigió a Galicia, que conquista con relativa facilidad debido a la discordia entre los súbditos de García. Sancho siguió a las tropas de su hermano por Portugal y le presentó batalla en Santarém. Ahora quedaba expedito el camino a las posesiones de sus hermanas Elvira en Toro y Urraca en la vecina ciudad de Zamora. Urraca no aceptó integrarse en el reino de Castilla y Sancho asedió la plaza, que nunca se rindió.

    El Mito

    Los zamoranos, en previsión del ataque que se avecina, eligen como su caudillo a Arias Gonzalo y de esta forma pueda defender a su señora Urraca. Mostrando iniciativa Urraca desafió a Sancho antes de sufrir el ataque de las tropas de su hermano. Siete meses y seis días dura el asedio a Zamora, ganándose la frase de «Zamora no se conquista en una hora». El caballero Vellido Dolfos, partiendo desde el interior de la ciudad, consigue los favores de Sancho II y finalmente lo asesina a pie de la muralla el 6 de octubre de 1072 (en un lugar conocido en la actualidad como Cruz del Rey Don Sancho). Momentos después se adentra en la ciudad por una abertura del lienzo del muro de la ciudad, conocida tradicionalmente como Portillo de la Traición, hasta que el Ayuntamiento de Zamora decidió por unanimidad cambiarlo en 2010 por el de Portillo de la Lealtad.

    El caballero Diego Ordóñez de Lara, ante las murallas, insulta a los habitantes de la ciudad por la cobardía ante el regicidio. Arias Gonzalo recoge la afrenta, pero tiene prohibido el confrontamiento y es por esta razón por la que envía a sus hijos, que uno a uno van cayendo. Esta situación se encuentra descrita en los cantares de gesta, así como en el Cantar de Sancho II. Las consecuencias el cerco de Zamora finalizan con la denominada Jura de Santa Gadea, una leyenda medieval transmitida por el Romance de la Jura de Santa Gadea, en la que se narra el juramento que supuestamente hubo de prestar el rey Alfonso VI el Bravo en la iglesia de Santa Gadea de Burgos, a finales del año 1072, a fin de demostrar que no había tomado parte en el asesinato de su propio hermano Sancho II. Este hecho parece que no se produjo históricamente en Burgos sino en la iglesia de Santiago de los Caballeros en Zamora, la misma en la que se armó caballero el Cid Campeador y en la que Alfonso VI y el Cid asistían a misa en la infancia de ambos.

    Sancho II de Castilla

    Sancho II de Castilla, llamado «el Fuerte» (Zamora, 1038 o 1039-ibíd., 7 de octubre de 1072), fue el primer rey de Castilla, entre 1065 y 1072, y, por conquista, de Galicia (1071-1072) y de León (1072). Consiguió reunificar la herencia de su padre Fernando I de León. Sin embargo, no disfrutó mucho tiempo de ello, puesto que murió meses después en el cerco de Zamora, heredando los tres reinos unidos su hermano Alfonso. Tras acceder al trono castellano el 27 de diciembre de 1065, nombró alférez a Rodrigo Díaz el Campeador y una de sus primeras acciones fue renovar el vasallaje del rey de la taifa de Zaragoza, Al-Muqtadir, para lo cual puso sitio a la ciudad en 1067, acto que le llevaría en 1068 a participar en la conocida como Guerra de los tres Sanchos que le enfrentaría a sus primos Sancho Garcés IV de Pamplona y Sancho Ramírez de Aragón, y que le permitió recuperar parte de los territorios fronterizos con el Reino de Pamplona que habían sido conquistados por los navarros.

    El reparto de la herencia entre todos los hijos de Fernando I nunca satisfizo a Sancho, que siempre se consideró como el único heredero legítimo, por lo que inmediatamente se movilizó para intentar hacerse con los reinos que habían correspondido a sus hermanos en herencia. Se inicia así un periodo de siete años de guerras protagonizadas por los tres hijos varones de Fernando I.

    Al fallecer en 1067 la reina Sancha se iniciaron las disputas con su hermano Alfonso, al que se enfrentó el 19 de julio de 1068 en Llantada en un juicio de Dios, en el que ambos hermanos pactan que el que resultase victorioso obtendría el reino del derrotado. Aunque Sancho venció, Alfonso no cumplió con lo acordado, a pesar de lo cual las relaciones entre ambos se mantienen como demuestra el hecho de que Alfonso acudiera, el 26 de mayo de 1069, a la boda de Sancho con una noble inglesa llamada Alberta y donde ambos decidieron unirse para hacerse con el reino de Galicia que le había correspondido al menor de los hijos de Fernando el Grande.

    Con la complicidad de su hermano Alfonso, Sancho entró en Galicia y, tras derrotar a su hermano García, lo apresó en Santarém encarcelándolo en Burgos hasta que es exiliado a la taifa de Sevilla. Tras eliminar a su hermano, Alfonso y Sancho se titulan reyes de Galicia en 1071 y firman una tregua que se mantendrá durante tres años.

    La tregua se rompe cuando Sancho, que no renuncia al reino de León, que entre otras cosas llevaba aparejado el título imperial, marcha contra su hermano con un ejército al mando de su brazo derecho el Cid que derrota al ejército leonés en la batalla de Golpejera en 1072. Sancho entra en León y es coronado como rey de León el 12 de enero de 1072, con lo que vuelve a unificar en su persona el reino que su padre había dividido.

    Tras encarcelar a Alfonso, la mediación de su hermana Urraca hizo que le permitiera instalarse en el Monasterio de Sahagún, de donde el leonés huyó, temiendo por su vida, refugiándose en la corte de su vasallo el rey al-Mamún de Toledo. La nobleza leonesa estaba descontenta con el castellano, y su miembro más destacado, Pedro Ansúrez, siguió a Alfonso al exilio.

    Según el relato recogido en la Crónica najerense, que podría provenir de un cantar de gesta, Sancho II fue asesinado por Vellido Dolfos mientras llevaba a cabo el cerco de Zamora, donde se hallaba su hermana la infanta Urraca de Zamora, el 7 de octubre de 1072.6 El lugar del regicidio es señalado con la Cruz del Rey Don Sancho.

    Urraca de Zamora

    Urraca Fernández (León, 1033 – ibídem, 1101) fue una infanta de León; hija primogénita de Fernando I de León y de su esposa, la reina Sancha, heredó la plaza de Zamora tras el reparto realizado por su padre antes de fallecer.  El rey Fernando repartió sus reinos antes de morir entre sus cincos hijos: a Alfonso le otorgó el reino principal, León; a Sancho le concedió Castilla; el pequeño, García, fue nombrado rey de Galicia; Elvira heredó el señorío de la ciudad de Toro, con consideración de reino; y Urraca heredó Zamora. Cuando comenzó su soberanía en Zamora, estableció su residencia y fortaleza en los conocidos «jardines del castillo» de la ciudad y en los aledaños de la Catedral de Zamora. Este castillo es de estilo puramente medieval con cuatro torres, de las cuales se conserva la torre del homenaje recientemente restaurada para albergar el Museo Baltasar Lobo.

    Fue madrina de armas de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, quien fue investido caballero alrededor del año 1060 en la iglesia de Santiago de los Caballeros de Zamora. Además, era la hermana favorita de Alfonso, al que ayudó y aconsejó para recuperar su reino primero y para gobernar después.

    Al morir Fernando I de León, su hijo primogénito, Sancho, quedó descontento con las reparticiones hechas y entonces fue declarando la guerra a todos sus hermanos e inició una lucha sangrienta. Su reinado en Castilla fue belicoso y el primer conflicto se dio en la Guerra de los Tres Sanchos. Más tarde combatió contra su hermano Alfonso VI en una guerra sin consecuencias y posteriormente se alió con Alfonso y avanzó hacia Galicia para conquistar el reino de García de Galicia, en el año 1071. Menos de un año después le arrebató a Alfonso su reino y se coronó rey de León y de Galicia, arrebatando a continuación a su hermana doña Elvira la ciudad de Toro, situada en la provincia de Zamora. Sólo la infanta Urraca resistía tras los muros de Zamora, convirtiéndose en la principal oponente de Sancho II, pues el rey Alfonso se había refugiado en el taifa de Toledo, que posteriormente conquistaría.

    Sancho II puso sitio a la ciudad de Zamora. Pero sus murallas impidieron pasar al monarca, de ahí la denominación de Zamora de «la Bien Cercada». El asedio duró más de siete meses. Mientras continuaba el asedio de Zamora, un noble leonés, Vellido Dolfos, había salido de la ciudad con la intención de asesinar al rey Sancho II. Según la tradición, tras dos meses infiltrado en el campamento castellano y, después de trabar amistad con el monarca castellano, le acompañó a una cabalgada de exploración en la que se quedó solo con el rey Sancho, que había bajado del caballo para satisfacer una necesidad urgente. Aprovechando la situación, y para evitar que se defendiera su víctima, Dolfos atravesó a Sancho con la lanza real. Una vez cumplido su objetivo cabalgó hacia las murallas de Zamora y se introdujo en ellas a través de un portillo que el romanticismo castellano nombró «de la Traición», pero que hoy en día se denomina «de la Lealtad» tras aprobar el cambio de nombre el Pleno municipal de Zamora en 2009.

    Tras la muerte de su hermano Sancho, Urraca continuó ejerciendo su señorío sobre la ciudad de Zamora, así como sobre todos los monasterios del reino, honor que compartía con su hermana, la infanta Elvira de Toro. Fue una de las consejeras más importantes de Alfonso VI, al que siempre protegió y con el que llegó a actuar en la práctica como canciller del reino. Su inteligencia política le granjeó muchos enemigos que utilizaron las habladurías para desprestigiarla, acusándola incluso en los romances populares de mantener relaciones incestuosas con su hermano. Dos años antes de su muerte, dotó el monasterio de San Pedro de Eslonza, que había sido fundado por el rey García I de León.

     

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  • La Historia de Tierra de Campos

    La Historia de Tierra de Campos

    Sus primeros habitantes históricos fueron los vacceos, gentes que practicaban una agricultura de tipo colectivista y ganadería trashumante. En aquella época la comarca ya era definida por las crónicas como una región «libre y descubierta» y «un país abierto, de trigales, tierra desarbolada». Fue ocupada militarmente por los romanos, y más tarde por los visigodos como feudatarios de Roma, adquiriendo entonces la denominación de Campos Góticos (Campi Gothorum). «Agradó tanto la región de los vacceos a los godos cuando vinieron a España y la señorearon —dice el Arcediano del Alcor— que hicieron en ella gran parte de su asiento y la llamaron «Campi gothorum»; mas quedole después el nombre de Campos». Los pueblos que ocupaban el ámbito geográfico de la Tierra de Campos se sublevaron durante el reinado de Leovigildo, pero dicha rebelión fue pronto sofocada con consecuencias devastadoras para la región.

    Reconquista y repoblación

    En la época de la invasión musulmana, durante los siglos VIII y IX, pasó a ser una zona fronteriza, semidespoblada; sus habitantes, que nunca la abandonaron totalmente puesto que siempre hubo un contingente de bucelarios, buscaban refugio durante las épocas de peligro en las zonas montañosas próximas. Aquello que no había sucumbido completamente durante la invasión musulmana era devastado y arruinado con las razias de los cristianos, siendo especialmente notables las campañas de Alfonso I, quien se llevó consigo a los mozárabes para repoblar el territorio asturiano. Durante dicha época, la Tierra de Campos formaba un amplio desierto estratégico.

    A mediados del siglo IX comenzó a ser poblada más intensamente por los monarcas asturleoneses con repoblaciones de gentes del norte y de algunos mozárabes, gentes refugiadas procedentes de territorios dominados por los musulmanes. Estas repoblaciones se iniciaron con el monarca Ordoño I y avanzaron considerablemente durante el reinado de su hijo Alfonso III.

    Entre León y Castilla

    Frontera entre León y Castilla, Tierra de Campos fue escenario de guerras y disputas entre ambos reinos. Aparece citada como leonesa en el tratado de Tordehumos de 1194.

    Una temprana referencia a Tierra de Campos aparece en las crónicas de Alfonso X el Sabio. En tiempos medievales y renacentistas y debido a que sus suelos arcillosos eran muy aptos para el cultivo de los cereales, se produjo un periodo de esplendor y de esta época datan los monumentos que se pueden ver en algunos de sus pueblos más importantes.

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  • Fernando El Católico, como Regente de Castilla

    Fernando El Católico, como Regente de Castilla

    La guerra terminó con la derrota de Juana. Por el Tratado de Alcáçovas (1479), Juana renunció al trono en favor de Isabel y se recluyó en un convento de Coímbra, convirtiéndose Isabel I en reina indiscutida de Castilla. Ese mismo año, (20 de enero de 1479) Fernando sucedió a su padre como rey de Aragón. Pero fue en el año 1475 cuando puede fijarse la unión de ambas coronas según los términos de la Concordia de Segovia, un tratado firmado el 15 de enero de 1475 en el Alcázar de Segovia,16​ por los cuales Fernando fue nombrado rey de Castilla como Fernando V, reinando junto con su mujer la reina Isabel I, uniendo así ambas coronas. Y aún más importante serán las Cortes de Toledo de 1480, donde en su ley 111 se dice: «Pues por la gracia de Dios los nuestros Reynos de Castilla y de León y de Aragón son unidos, y tenemos esperanza que por su piedad de aquí en adelante estarán unidos, y permanecerán en una corona Real: E así es razón que todos los naturales de ellos traten y comuniquen en sus tratos y facimientos».

    Sin embargo, la reina Isabel I de Castilla no pudo ser nombrada de iure reina de Aragón, ya que al existir un varón legítimo (su esposo), ese sería el rey y por tanto Isabel sería reina consorte. Es antihistórico hablar de una ley sálica como la francesa en la Corona de Aragón, absolutamente inexistente en Código legal alguno en cualesquiera de los territorios de la Corona. El sistema de nombramiento era consuetudinario, entronando al varón legítimo de mayor edad, y el documento esencial era el testamento del rey. En cambio existía el llamado jure uxoris por el cual el varón consorte de la reina se convertía en rey por el imprescindible hecho del mando militar. Tampoco existió ley sálica en Castilla y León, como lo prueban Urraca y Berenguela.

    Tras dictar las primeras medidas de ordenamiento interno de sus reinos (a partir de 1480 extendió la figura del corregidor; en 1481 se crea la Inquisición en Castilla; se sanciona a los nobles rebeldes y se reorganiza la hacienda real), los reyes emprendieron en 1481 la conquista del Reino nazarí de Granada. A través de las dificultades de esta guerra (1481-1492), fundamentalmente de asedio, el rey Fernando fue revelando sus dotes diplomáticas y militares. La guerra terminó con la capitulación de Granada el 2 de enero de 1492. La conquista del último reducto musulmán en la península otorgó a los reyes un prestigio que ayudó a consolidar la autoridad real. En los reinos de la Corona de Aragón, Fernando no modificó el sistema político tradicional (que dificultaba la concentración de poder en manos del rey), y puso fin en sus Estados al problema de los remensas catalanes mediante la abolición de los malos usos y la consolidación de los contratos de enfiteusis (sentencia arbitral de Guadalupe, 1486). Introdujo en Castilla las instituciones aragonesas de los consulados (como el Consulado del Mar, de Burgos) y los gremios, favoreciendo de este modo el desarrollo económico castellano, especialmente el comercio de la lana.

    En el aspecto religioso, creó la Inquisición Española en 1478 (no directamente heredera de la que existió en la Corona de Aragón desde 1249), decretó la expulsión de los judíos el 3 de marzo de 1492 (salvo bautismo) y la Pragmática de 14 de febrero de 1502 que ordenaba la conversión o expulsión de todos los musulmanes del reino de Granada. Esta Pragmática supuso un quebrantamiento de los compromisos firmados por los Reyes Católicos con el rey Boabdil en las Capitulaciones para la entrega de Granada, en las que los vencedores garantizaban a los musulmanes granadinos la preservación de su lengua, religión y costumbres.

    Testamento y descendencia

    Su padre negoció en secreto el matrimonio de Fernando con Isabel, recién proclamada princesa de Asturias y, por tanto, heredera al trono de Castilla. Las conversaciones fueron secretas debido a que Fernando estaba prometido con la hija de Juan Pacheco, favorito del rey castellano Enrique IV. Isabel quería este matrimonio, pero había un problema canónico: los contrayentes eran primos (sus abuelos eran hermanos). Necesitaban, por tanto, una bula papal que autorizara los esponsales. El papa Paulo II, sin embargo, no llegó a firmar este documento, temeroso de las posibles consecuencias negativas que ese acto podría traerle (al atraerse las antipatías de los reinos de Castilla, Portugal y Francia, interesados todos ellos en desposar a la princesa Isabel con otro pretendiente).

    Sin embargo, el Papa era proclive a esta unión conyugal, por los beneficios que le podía traer el estar a bien con la princesa Isabel.[cita requerida] Por ese motivo, ordenó al cardenal Rodrigo de Borja dirigirse a España como legado papal para facilitar este enlace.

    Fernando, Isabel y sus consejeros dudaban en contraer matrimonio sin contar con la autorización papal. Finalmente, con la connivencia del cardenal Borja, presentaron una bula falsa, supuestamente emitida en junio de 1464 por el anterior papa, Pío II, a favor de Fernando, en el que se le permitía contraer matrimonio con cualquier princesa con la que le uniera un lazo de consanguinidad de hasta tercer grado.

    Isabel aceptó y se firmaron las capitulaciones matrimoniales de Cervera, el 5 de marzo de 1469. Ante el temor de que Enrique IV abortara estos planes, en el mes de mayo de 1469 y con la excusa de visitar la tumba de su hermano Alfonso, que reposaba en Ávila, Isabel escapó de Ocaña, donde era custodiada estrechamente por don Juan Pacheco. Por su parte, Fernando atravesó Castilla en secreto, disfrazado de mozo de mula de unos comerciantes.

    Isabel de Aragón, primogénita de los Reyes Católicos y reina de Portugal.
    Finalmente el 19 de octubre de 1469, Isabel contrajo matrimonio en el palacio de los Vivero de Valladolid con Fernando, rey de Sicilia y príncipe de Gerona. Esto le valió el enfrentamiento con su hermanastro, que llegó a paralizar la bula papal de dispensa por parentesco entre Isabel y Fernando. Finalmente, el 1 de diciembre de 1471, Sixto IV emitió la bula que dispensaba al matrimonio de sus lazos de consanguinidad.

    Casado el 19 de octubre de 1469, con Isabel tuvo siete hijos documentados:

    Isabel (1 o 2 de octubre de 1470-1498), princesa de Asturias (1476-1480; 1498), contrajo matrimonio con el infante Alfonso, pero a su muerte se casó en 1495 con el tío del fallecido, Manuel, que fue rey de Portugal con el nombre de Manuel I, el Afortunado. Fue reina de Portugal entre 1495 y 1498, y murió en el parto de su primer hijo Miguel de Paz.
    Aborto de un niño (31 de mayo de 1475), acaecido en la localidad de Cebreros.
    Juan (30 de junio de 1478-1497), príncipe de Asturias (1480-1497). En 1497, contrajo matrimonio con Margarita de Austria (hija del emperador germánico Maximiliano I de Habsburgo); murió de tuberculosis poco después. Tuvo una hija póstuma que nació muerta. Margarita se fue de España y se encargó por un tiempo de su sobrino Carlos, futuro emperador Carlos V.
    Juana I de Castilla (6 de noviembre de 1479-1555), princesa de Asturias (1502-1504), reina de Castilla (1504-1555), popularmente conocida como Juana la Loca. En 1496, contrajo matrimonio con Felipe el Hermoso de Habsburgo (también hijo del emperador Maximiliano I). Con él entró una nueva dinastía en España, la de los Habsburgo, que formaban la Casa de Austria. Su primogénita fue Leonor de Austria (1498-1558). En 1500 Juana fue por segunda vez madre, esta vez de su primer hijo varón, el futuro Carlos I, quien la sucedería y sería también emperador del Sacro Imperio Romano Germánico como Carlos V. En 1503, dio a luz a Fernando, sucesor de Carlos en el Sacro Imperio como Fernando I, y restauró la rama austríaca imperial de la Casa de los Austrias. Mentalmente afectada por la muerte de su marido, fue recluida por su padre Fernando en Tordesillas, donde murió.
    María (29 de junio de 1482-1517), contrajo matrimonio en 1500 con el viudo de su hermana Isabel, Manuel I de Portugal, el Afortunado. Fue madre de diez hijos, entre ellos: Juan III, Enrique I de Portugal y la emperatriz Isabel, esposa de Carlos V.
    ‘Bebé mortinato (29 de junio de 1482), gemelo o mellizo de María; las fuentes no son unánimes con respecto a su sexo.25​26​27​
    Catalina (16 de diciembre de 1485-1536), contrajo matrimonio con el príncipe Arturo de Gales en 1502, que murió pocos meses después de la boda. En 1509 se desposó con el hermano de su difunto marido, que sería Enrique VIII. Por lo tanto se convirtió en reina de Inglaterra; fue madre de la reina María I de Inglaterra, María Tudor.

    Juan (3 de mayo de 1509 – murió unas horas después de nacer).

    Con Aldonza Ruiz de Ivorra, noble catalana de Cervera, tuvo un hijo natural:

    Alonso (o Alfonso) (1470-1520) Prelado español, abad del Monasterio de Montearagón desde 1492 a 1520, arzobispo de Zaragoza y Valencia y virrey de Aragón.28​
    Con Juana Nicolás, una plebeya con la que tuvo un fugaz encuentro en la villa de Tárrega, tuvo una hija natural:

    Juana María (1471-1510),29​30​ segunda esposa de Bernardino Fernández de Velasco III conde de Haro y VII condestable de Castilla. Fueron padres de Juliana Ángela de Velasco y Aragón, I condesa de Castilnovo, casada con su primo hermano, Pedro Fernández de Velasco y Tovar, conde de Haro.31​ Juana María aparece referenciada, en varias fuentes no históricas, como posible hija de Aldonza de Ivorra, probablemente en un intento de ennoblecer su ascendencia, dado el origen plebeyo de su madre. Sin embargo, en el testamento que Fernando redactó en Tordesillas, en julio de 1475, queda muy clara la distinta maternidad de Juana y Alonso, puesto que encargaría a su padre, a su esposa y a su hija Isabel el cuidado de dichos hijos ilegítimos y de sus respectivas madres.

    Con Toda Larrea, noble vizcaína:

    María Esperanza (1477-1553), abadesa de Nuestra Señora de Gracia el Real de Madrigal (Ávila).
    Con Juana Pereira, una noble portuguesa:

    María Blanca (1483-1550), abadesa de Nuestra Señora de Gracia el Real de Madrigal, donde profesó y también fue abadesa su hermana María.33​
    Tras la muerte de su hijo Juan y la de Isabel la Católica los nobles de Aragón le presionaron a que tuviera un hijo varón (ley Sálica), lo que hizo que se tuviera que casar con Germana de Foix, sobrina de Luis XII de Francia. A esta le dijo que si no llegaban a tener un heredero varón, el tan ansiado Nápoles sería para él (Luis XII).

     

  • La Batalla de Golpejera

    La Batalla de Golpejera

    La batalla de Golpejera tuvo lugar el 11 de enero de 1072 y enfrentó a los ejércitos del rey de Castilla, Sancho II, y de su hermano el rey de León, Alfonso VI, aspirantes al trono de su padre, Fernando I, en un paraje llamado Golpejera, situado desde la Crónica Najerense cerca de Carrión de los Condes.

    Es uno de los episodios más conocidos de las guerras fratricidas desencadenadas tras la muerte de Fernando I, por su decisión de dividir sus reinos entre sus hijos Sancho (Castilla), Alfonso (Léon), García (Galicia), Elvira (Toro) y Urraca (Zamora). Tras un primer enfrentamiento en 1069 entre Sancho de Castilla y Alfonso de León en la llamada batalla de Llantada (en realidad, de Lantada, cerca de Lantadilla, Palencia), los dos reyes se volvieron a encontrar tres años más tarde en los campos de Golpejera, en un combate mucho más decisivo que culminó con la derrota y prisión de Alfonso VI a manos de las tropas de Sancho y el portaestandarte Rodrigo Díaz de Vivar “El Cid”. Aherrojado, Alfonso VI fue conducido hasta Burgos y posteriormente desterrado a Toledo. Los sucesos que desencadenaron el desenlace de estas guerras fratricidas son el sitio de Zamora y la muerte [«alevosa» para los castellanos (y la Corona Castellana) y «en legitima defensa» para los leoneses (y la Corona Leonesa), en interpretación de Iglesias Carreño] de Sancho II de Castilla a manos de Vellido Dolfos, con la reunificación final de los dos reinos bajo el cetro de Alfonso, tornado del exilio toledano.

    Los primeros documentos sobre esta batalla, escritos en la primera mitad del s. XII, son la Crónica de Pelayo de Oviedo1​ y la Historia de Rodrigo el Campeador.

    Parece que, de las aportaciones documentales, podría darse la situación de la existencia de una Golpejera I (que transcurre según las normas de guerra de la época, donde podría haber salido victorioso Alfonso VI de León) y una Golpejera II, subsiguiente a la anterior (que ya no transcurre según las normas de guerra de la época, donde podría haber salido victorioso Sancho II de Castilla) y que habría tenido ocasión durante el descanso (y/o nocturnidad) siguiente al desarrollo tras la Golpejera I ganada por ejército de la Corona Leonesa, en interpretación del profesor Iglesias Carreño.

    Ambas reseñan de forma muy escueta el acontecimiento, destacando respectivamente la captura de Alfonso VI y la intervención del Cid como portaestandarte castellano. La Crónica Najerense,3​ escrita ya en el último cuarto del s. XII, ofrece un relato mucho más rico y de estructura literaria, de corte más ejemplarizante que épico, y en todo caso, concebido para mayor gloria de Rodrigo Díaz de Vivar. Ya en el s. XIII, el Cronicón de Lucas de Tuy4​ y la Historia de España de Rodrigo Jiménez de Rada5​ ofrecen un relato de Golpejera lleno de pormenores nuevos, procedentes en ambos casos de una única fuente, esta sí de inequívoco sabor épico, quizá el perdido Cantar del rey Sancho.6​ En la siguiente centuria, Alfonso X en su Primera Historia General de España7​ sintetizó el relato de las crónicas de Lucas de Tuy y Rodrigo Jiménez de Rada, fundiendo en ellas algunos detalles de la Najerense, y quedando como modelo para las crónicas posteriores, así como para los romances (Entre dos reyes cristianos8​ y Don Sancho reina en Castilla9​) y demás obras literarias, ya muy posteriores, que reflejaron el suceso. Los escenarios del acontecimiento, localizados sin más precisiones en las cercanías de Carrión de los Condes desde la Crónica Najerense, fueron reducidos por el historiador Prudencio de Sandoval a un paraje llamado Villaverde de Valpellage (nombre corrompido de Golpejera, según Sandoval), a unas cinco leguas al SO de Carrión.10​ La localización de Sandoval, generalmente aceptada y particularmente refrendada por la autoridad de Menéndez Pidal,​ ha sido contestada recientemente en un estudio de José Mª Anguita y Lourdes Burgos, que sitúan la batalla de Golpejera en los términos actuales de Villarmentero de Campos y Lomas.

    La nueva localización se basa en un conjunto de microtopónimos perpetuados por la tradición local y que conforman todo un paisaje toponomástico, reflejo de los escenarios y lances de la batalla según el relato canonizado por Alfonso X: aparte de una Golpejera hoy deformada en Botijera (pero documentada como Golpexera todavía en 1554), hay hasta tres topónimos que recuerdan un incidente bélico de carácter cruento (La Reyerta, La Matanza y La Mortera), otro que refleja un elemento de gran importancia en el relato, como son las tiendas abandonadas por los castellanos en la primera jornada de la batalla, y donde sorprendieron dormidos a los leoneses al día siguiente (Las Tiendas); y finalmente un hodónimo que recuerda la prisión de Alfonso VI y su conducción hasta Burgos aherrojado (La Senda del Obligado). El estudio también propone que el crucero de Villarmentero sería un recordatorio del acontecimiento para los transeúntes del Camino Francés. De hecho, aunque hoy se alza en medio del cereal, en su momento estuvo enclavado en la antigua vía pública.

  • Las Primeras Repoblaciones del Condado de Castilla

    Las Primeras Repoblaciones del Condado de Castilla

    Primeras repoblaciones (791-850)
    Primera etapa (791-822)

    Castilla dentro del reino de Asturias, siglo IX.
    Aprovechando los momentos de debilidad del emirato de Córdoba, van a atravesar la Cordillera Cantábrica desde las tierras de Cantabria y Vizcaya personas que realizarán presuras de terrenos, restaurarán iglesias y recuperarán molinos. Estos movimientos migratorios no son patrocinados por los reyes asturianos, sino por abades y familias de poder. Son varias las aceifas musulmanas que van a tener que soportar y poca la ayuda que pueden recibir desde la lejana capital asturiana.

    Existieron tres núcleos iniciales de repoblación: el Valle de Mena desde Taranco, Valpuesta y el núcleo occidental. Además de estos, en 814 los foramontanos, un nombre que indica que procedian de un lugar situado fuera de las montañas, posiblemente del valle del Ebro, salen de Malacoria y van hacia Castilla (según los Anales castellanos). Esta noticia hace que actualmente no se esté seguro del recorrido exacto de esta migración, existiendo varias hipótesis. El periodista Víctor de la Serna, estudioso del tema, publicó en 1956 su libro La ruta de los foramontanos recibiendo el Premio Nacional de Literatura.

    Va a haber importantes corrientes migratorias hacia tierras incultas para obtener nuevas tierras de cultivo, y así paliar la falta de alimentos debida a la superpoblación y a las malas condiciones climáticas. De todas formas, aún no existe un sistema defensivo organizado y capaz de hacer frente a las aceifas cordobesas. Será más adelante cuando los reyes asturianos se preocupen de defender adecuadamente la zona.

    Solo cuando los cordobeses tienen problemas internos es cuando existen movimientos repoblatorios, sucediéndose acciones militares entre 791 y 822. A pesar de estas continuas aceifas, los dos núcleos del valle de Mena y Valpuesta no parecen haber sufrido sus efectos, al contrario que Álava, Castilla (entendiendo Castilla como la zona de Espinosa de los Monteros y Sotoscueva) y la zona en torno a Miranda de Ebro.

    Segunda etapa (822-842)

    Tras morir al-Hakam I, su sucesor ‘Abd al-Rahman II ha de hacer frente a multitud de rebeliones internas. Aun así, viendo el progresivo avance asturiano por la zona del Ebro, realizó una primera incursión el verano del 822. ‘Abd al-Karim invade las tierras de Álava, saqueándolas. Tras recibir promesa de sumisión por parte de castellanos y alaveses, ‘Abd al-Karim volvió a Córdoba llevando en garantía numerosos rehenes.

    Esta terrible expedición afectó casi únicamente a la región de Álava. Y en noviembre de ese mismo año, va a haber nuevas repoblaciones en la zona de Valdegovia.

    En el norte de Palencia la repoblación no se detiene. Un conde magnate, llamado Munio Núñez, fue dirigiendo a los foramontanos hacia la zona de Aguilar de Campoo. El fuero de Brañosera, concedido por dicho conde y su esposa Argilo el 13 de octubre de 824, es posiblemente el primero en Europa.

    En el año 825 dos ejércitos cordobeses se dirigieron de nuevo hacia la parte oriental del reino asturiano, atacando a la vez Álava y Castilla. Habrá otra razzia más en el 826 sobre el valle de Mena y los territorios limítrofes del valle de Losa y Espinosa de los Monteros. Después hubo unos años de paz hasta que en el 830, un hijo de ‘Abd al-Rahman penetra hasta Sotoscueva, tomando el castillo de al-Garat. Una violenta insurrección en Toledo suspenderá durante casi diez años las aceifas sobre el reino asturiano.

    Sigue habiendo presuras y la repoblación no se detiene. Y tras la tregua forzosa del 830, un nuevo impulso de repoblación se localiza tras las montañas de la cordillera Cantábrica. Por otra parte, puede que tras las expediciones anteriores, los asturianos se dieran cuenta de la importancia que tiene el desfiladero de Pancorvo como paso estratégico y van a intentar mantenerlo bajo sus manos.

    En el 837 Abderramán II entra en Toledo sofocando su rebelión. Poco después tres ejércitos se encaminan hacia el reino de Asturias. El primero ataca Galicia, el segundo se dirige hacia León y el tercero vuelve a golpear Álava y Castilla. En esta expedición se conquista una fortaleza, que probablemente sea Pancorbo. Pancorbo es la llave de Castilla y Álava y a partir de ahora este va a convertir el punto desde el cual se van a organizar todas las operaciones de saqueo por parte de los cordobeses. Habrá que esperar hasta los años alrededor del 870 para que Pancorbo vuelva a estar en manos asturianas.

    Y con esta importante plaza bajo su poder, Abderramán II organiza una aceifa en el 838. Esta expedición estaba comandada por Ubaid Allah ben al-Balesi, remontó el río Ebro, pasó por la zona de Villarcayo y asoló la región de Sotoscueva «consiguiendo una gran victoria».

    Sin descanso para los habitantes de Álava, el 839 Musa ibn Musa, el jefe del importante clan de los Banu Qasi que gobernaban el valle del Ebro en torno a Tudela y Zaragoza, penetra en Álava y la saquea.

    Poco después, en el 842 muere Alfonso II tras un largo reinado en el que había expandido su reino haciendo frente en la medida de sus posibilidades al su poderoso vecino sureño.

    El reinado de Ramiro I (842-850)

    Durante el reinado de Alfonso II, Ramiro I de Asturias (hijo de Bermudo I), fue nombrado gobernador de Galicia probablemente hacia el 830, ante la falta de descendencia propia de Alfonso II.

    Iglesia de San Juan Bautista de Bisjueces, estatuas de los Jueces de Castilla.
    Ramiro y su primera esposa Urraca fueron padres de Ordoño I de Asturias, y se encontraba en Bardulia para contraer nuevo matrimonio con Paterna, hija de un noble castellano, cuando sucedió la muerte de Alfonso II. En este momento Ramiro tenía ya cincuenta años. Estando aún en Castilla conoció también el encumbramiento del conde palatino Nepociano, casado con una hermana de Alfonso II, como rey. Ante este hecho, Ramiro regresa apresuradamente a Galicia, donde tiene gran cantidad de partidarios, reúne un ejército en Lugo y marcha hacia Asturias.

    Se produce un enfrentamiento entre sendas facciones entre Cangas de Onís y Tineo. Poco después, Nepociano es abandonado por los suyos y tiene que huir hacia Oviedo. Pero los condes Escipión y Sonna le alcanzan cerca de Pravia y le llevan en presencia de Ramiro I. El castigo para Nepociano consistió en sacarle los ojos y su posterior confinamiento en un monasterio. En el verano de este mismo año Ramiro es coronado rey en Oviedo a la manera gótica, dando vía libre a la sucesión hereditaria, abandonándose la elección. De él partirá la línea dinástica que perdurará durante varios siglos.

    En esta lucha, Ramiro fue apoyado por los magnates gallegos, mientras Nepociano es sostenido por los mandatarios astures, cántabros, castellanos (a pesar de que Ramiro estaba casado con una castellana) y vascones. La coronación de Ramiro I como rey no acabó con las conjuras palaciegas y el enfrentamiento de las diferentes tendencias que ya empezaban a apuntarse en el reino asturiano.

    Ramiro I es denominado el de la Vara de Justicia, porque hizo desaparecer a los bandidos de Asturias, sacó los ojos a los ladrones que capturaba y enviaba a la hoguera a los adivinos y magos. Además, durante su corto reinado tuvo que hacer frente a varias rebeliones palaciegas. Los enemigos externos también atacan.

    Los dos primeros jueces legendarios, Nuño Rasura y Laín Calvo, fueron nombrados en el año 842 y según la tradición, crónicas y obras literarias posteriores (como el Poema de Fernán González) fueron antepasados directos de Fernán González (en el caso de Rasura) y del Cid Campeador (en el de Calvo). Tal parentesco está apoyado únicamente en documentos literarios y no tiene aval histórico cierto.

    Et los Castellanos que vivian en las montañas de Castiella, faciales muy grave de yr à Leon porque era muy luengo, è el camino era luengo, è avian de yr por las montañas, è quando allà llegagan asoverviavan los Leoneses, è por esta raçon ordenaron dos omes buenos entre si los quales fueron estos Muño Rasuella, è Laín Calvo, è estos que aviniesen los pleytos porque non oviesen de yr à Leon, que ellos no podian poner Jueçes sin mandado del Rey de Leon. Et ese Muñyo Rasuella era natural de Catalueña, è Laín Calvo de Burgos, è usaron así fasta el tiempo del Conde Ferrant Gonçalvez que fue nieto de Nuño Rasuella
    Tit. Por qual raçon los fijosdalgo de Castiella tomaron el fuero de Albedrío.
    En el 843, el hijo de Abderramán II, al-Mutarrif vuelve con una expedición contra el norte peninsular. Pero el resultado no debió valer la pena y no volverá a haber acciones importantes hasta el 846.

    En el 844 llegan por primera vez los vikingos a las costas españolas. Primero desembarcaron cerca del actual San Sebastián y se adentraron en el naciente reino navarro capturando a su rey Íñigo Arista de Pamplona. Después realizaron un intento de desembarco fallido frente a Gijón y se dirigen hacia la Torre de Hércules (Brigantium), cerca de La Coruña. Mientras estaban saqueando La Coruña y Betanzos, fueron sorprendidos por un ejército asturiano y tuvieron que retirarse con la escuadra maltrecha y gran cantidad de muertos.

    Las cosas tampoco estaban fáciles para el emir cordobés: a las rebeliones del gobernador de Zaragoza hay que sumarles las incursiones normandas y la rebelión mozárabe en torno a Toledo al frente de San Eulogio y Álvaro (850).

    Ante los problemas internos cordobeses, Ramiro aprovecha para ampliar los límites de su reino llegando a León, antiguo campamento romano, que parecía una buena base para organizar una nueva zona de repoblamiento. Pero ‘Abd al-Rahman II, preocupado por este avance asturiano, envió a su hijo Muhámmad al mando de un expedición que tomó León (846). Los asturianos huyeron despavoridos, incapaces de hacer frente a las máquinas de guerra cordobesas. Muhámmad incendia León y abre grandes brechas en las murallas, retirándose después. León quedó desierta hasta varios años después.

    Ramiro murió en 850 en el palacio del Naranco, siendo enterrado en Oviedo, en el panteón de los reyes que había erigido Alfonso II, junto con su esposa Paterna. Durante el breve y tumultuoso reinado de Ramiro I se edifican las más notables construcciones del prerrománico asturiano: la iglesia de San Miguel de Lillo y el palacio de Santa María del Naranco. Además, cuatro siglos después, el arzobispo Rodrigo haría al rey Ramiro I protagonista de una famosa e irreal batalla, la batalla de Clavijo.

    Los años del reinado de Ramiro I suponen un parón de la repoblación por tierras de Castilla. En un ambiente de desorden y continuas rebeliones, aparecen en las leyendas los Jueces de Castilla. Sus nombres son Nuño Rasura o Rasuella y Laín Calvo e impartirían justicia entre los castellanos apoyándose en las costumbres y cuyas sentencias se denominaban fazañas, sin tener en cuenta el Liber Iudiciorum, de herencia visigoda, que se respetaba en el resto del reino asturiano. Posiblemente fueron dos, para que cuando uno de ellos viajara a la corte astur, otro se quedara en el condado para mantener la justicia.

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  • La gran batalla de Alarcos

    La gran batalla de Alarcos

    La batalla de Alarcos fue una batalla que se libró junto al castillo de Alarcos, situado en lo alto de un cerro junto al río Guadiana, cerca de la actual ciudad española de Ciudad Real, el 19 de julio de 1195, entre las tropas cristianas de Alfonso VIII de Castilla y las almohades de Abū Ya’qūb Yūsuf al-Mansūr (Yusuf II). La batalla se saldó con la derrota de las tropas cristianas, lo cual desestabilizó al Reino de Castilla y frenó el avance de la reconquista unos años, hasta que tuvo lugar la batalla de Las Navas de Tolosa en 1212.

    En 1177 el monarca castellano Alfonso VIII conquistó Cuenca con ayuda de Aragón. Inquieto, el califa Abū Yūsuf Ya’qūb al-Mansūr pactó en 1190 un periodo de paz para frenar el avance castellano sobre al-Ándalus. Cuando expiraba el trato, recibió noticias de que habían surgido revueltas en sus posesiones del norte de África. Alfonso VIII había empezado a levantar en una elevación sobre el río Guadiana la ciudad de Alarcos, que no tenía terminada su muralla, ni aún asentados todos sus nuevos pobladores, cuando una expedición, dirigida por el belicoso arzobispo de Toledo, Martín López de Pisuerga, penetró en las coras de Jaén y Córdoba y saqueó las cercanías de la capital almohade (Sevilla). Este desafío de la fuerza castellana enfureció sobremanera a Ya’qub, quien decidió mandar todas sus fuerzas disponibles para contener al monarca castellano. El historiador Vicente Silió (1892-1972) narra cuál fue el pretexto oficial para la invasión:

    En 1194, el rey Alfonso VIII cometió la imprudencia de retar a Yasub enviándole un mensaje en tono altanero, por el cual le retaba a que mandase sus tropas a batirse en España o le facilitase navíos para que los cristianos pudiesen embarcar y derrotarle en África. Hacía treinta y un años que Yasub gobernaba el Imperio almohade. Contestó al de Castilla con unas breves líneas al dorso de su mensaje: «Estas son las palabras que ha pronunciado Alá, el Todopoderoso: Me lanzaré sobre ellos, les convertiré en polvo sirviéndome de ejércitos que no han visto nunca y de cuya fuerza no podrán librarse». Leyó a sus tribus el desafío de Alfonso y escuchó en respuesta un gran clamorío, exigiendo venganza. Con un poderoso ejército salió Yasub para Algeciras.
    Vicente Silió

    El 1 de junio de 1195 desembarcó sus tropas en la línea de costa entre Alcazarseguir y Tarifa con su ejército almohade.4​ El emir almohade llegó hasta Sevilla, donde logró reunir un ejército de treinta mil hombres, entre caballería y peones, formado por todo tipo de mercenarios, tropas regulares, etc. Alcanzó Córdoba el 30 de junio, donde se hallaban las tropas de Pedro Fernández de Castro «el Castellano», señor de la Casa de Castro y del Infantado de León, quien había roto sus vínculos de vasallaje con su primo el rey Alfonso VIII. Pedro Fernández de Castro era hijo de Fernando Rodríguez de Castro «el Castellano», señor de Trujillo, que, al igual que su hijo hacía ahora, había combatido en el pasado junto a los almohades.

    El 4 de julio Abū Yūsuf partió de Córdoba cruzando Despeñaperros y avanzando sobre la explanada donde se alzaba el castillo de Salvatierra, enfrente del de Calatrava. Allí se aposentaban las huestes de la Orden de Santiago, con su tercer Maestre D. Sancho Fernández de Lemos a la cabeza; y las de la naciente Orden de San Julián del Pereiro, filial de Calatrava, que luego había de denominarse definitivamente Orden de Alcántara.5​ Un destacamento de la Orden de Calatrava, junto con algunos caballeros de fortalezas cercanas que intentaron dar con las fuerzas almohades, se toparon con ellas pero tuvieron la mala fortuna de encontrar un ejército muy superior al destacamento y fueron casi exterminados por completo. Alfonso VIII se alarmó tras lo acontecido y se apresuró a reunir todas las tropas posibles en Toledo y a marchar hacia Alarcos. El monarca castellano consiguió atraer la ayuda de los reyes de León, Navarra y Aragón, puesto que el poderío almohade amenazaba a todos por igual. Esta ciudad fortaleza estaba aún en construcción y era el extremo de las posesiones de Castilla formando frontera con al-Ándalus. Era determinante impedir el acceso al fértil valle del Tajo y, por darse prisa en presentar batalla, no esperó los refuerzos de Alfonso IX de León ni los de Sancho VII de Navarra que estaban de camino. El 16 de julio el gran ejército almohade fue avistado y era tan numeroso que no llegaron a saber cuántos hombres lo formaban. Cuenta el arzobispo Rodrigo Ximénez de Rada en su De rebus Hispaniae que:

    Llenó los campos de varias lenguas, pues se formaba su ejército de partos, árabes, africanos, almohades… Su ejército era innumerable y como la arena del mar la muchedumbre.

    Probablemente el obispo Juan de Soria describió la batalla en la anónima Crónica latina de los reyes de Castilla / Chronica latina regum Castellae.7​Igualmente el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada.8​ También los historiadores musulmanes dieron su testimonio, en especial el granadino Ibn Abdel Halim, compilador del Rawd al-Qirtas, que apenas difiere y fue extractado por el arabista decimonónico José Antonio Conde:

    Obscureciose el día con la polvareda y vapor de los que peleaban, que parecía noche. Las cabilas de voluntarios alárabes, algazaces y ballesteros acudieron con admirable constancia y rodearon con su muchedumbre a los cristianos y los envolvieron por todas partes. Senanid, con sus andaluces Cenetes, Musamudes, Gomares y otros se adelantó al collado donde estaba Alfonso, y allí venció, rompió y deshizo sus tropas infinitas, que eran más de trescientos mil, entre caballería y peones. Allí fue muy sangrienta la pelea para los cristianos y en ellos hicieron horrible matanza. Había entre ellos como diez mil caballeros de los armados de hierro como los primeros que habían acometido, que eran la flor de la caballería de Alfonso y habían hecho su azala cristianesca y jurado por sus cruces que no huirían de la pelea hasta que no quedase hombre a vida; y Dios quiso cumplir y verificar su promesa en favor de los suyos. Cuando la batalla andaba muy recia, y trabada contra los infieles [cristianos], viéndose ya perdidos comenzaron a huir y acogerse al collado en que estaba Alfonso para valerse de su amparo y encontraron allí a los muslimes, que entraban rompiendo y destrozando y daban cabo de ellos. Entonces volvieron brida y tornaron sobre sus pasos, y huyeron desordenadamente hacia sus tierras y donde podían. Entraron por fuerza en la fortaleza los vencedores quemando sus puertas y matando a los que las defendían, apoderándose de cuanto allí había y en campo de armas, riquezas, mantenimientos, provisiones, caballos y ganado; cautivaron muchas mujeres y niños y mataron muchos enemigos, que no se pudieron contar, pues su número cabal solo Dios que los crio lo sabe. Halláronse en Alarcos veinte mil cautivos, a los cuales dio libertad Amir Amuminin después de tenerlos en su poder, cosa que desagradó a los almohades y a los otros muslimes; y lo tuvieron todos por una de las extravagancias caballerescas de los reyes. (José Antonio Conde, Historia de la Dominación de los Árabes en España, sacada de varios manuscritos y memorias arábigas, 1820-1821).

    Los cristianos disponían de dos regimientos de caballería: en primera línea estaba la caballería pesada (de unos 10 000 hombres) al mando de don Diego López de Haro y sus tropas, seguida después de la segunda línea, donde se encontraba el propio Alfonso VIII con su caballería e infantería.

    Por parte de las tropas almohades, en vanguardia se hallaban la milicia de voluntarios benimerines, alárabes, algazaces y ballesteros, que eran unidades básicas y muy maniobrables. Inmediatamente tras ellos estaban Abu Yahya ibn Abi Hafs (Abu Yahya) y los Henteta, la tropa de élite almohade. En los flancos, su caballería ligera equipada con arco y en la retaguardia el propio Al-Mansur con su guardia personal.[cita requerida]

    Ya’qub siguió los consejos del qā’id andalusí Abū ‘abd Allāh ibn Sanadí y dividió su numeroso ejército, dejando que el ğund andaluz (soldados de las provincias militarizadas) y los cuerpos de voluntarios del ğihād sufrieran la embestida del ejército cristiano y que más adelante, aprovechando la superioridad del ejército almohade, y el agotamiento del ejército cristiano, atacaría con las tropas de refresco que mantenía en reserva, la guardia negra y los almohades.9​

    El califa le dio a su visir, Abu Yahya Ibn Abi Hafs, el mando de la vanguardia: en la primera línea de los voluntarios benimerín. A Abu Jalil Mahyu ibn Abi Bakr, con un gran cuerpo de arqueros y las cabilas zeneta; detrás de ellos, en la colina antes mencionada, Abu Yahya con el estandarte del califa y su guardia personal, de las cabilas Henteta; a la izquierda los árabes a las órdenes de Yarmun ibn Riyah, y a la derecha, las fuerzas de al-Ándalus mandadas por el popular qā’id ibn Sanadid. El propio califa llevaba el mando de la retaguardia, que comprende las mejores fuerzas almohades (las comandadas por Yabir Ibn Yusuf, Abdel Qawi, Tayliyun, Mohammed ibn Munqafad y Abu Jazir Yajluf al Awrabi) y la guardia negra de los esclavos. Se trataba de un formidable ejército, cuyos efectivos el rey Alfonso VIII había subestimado gravemente.[cita requerida]

    La carga cristiana no se hizo esperar, fue un tanto desordenada pero su impulso fue formidable. La primera carga fue rechazada por los zenetas y los benimerín, retrocedieron y volvieron a cargar para volver a ser rechazados. Solo a la tercera carga consiguió la caballería cristiana romper la formación del centro de la vanguardia almohade, haciéndolos retroceder colina arriba, donde habían formado sus haces antes de la batalla, y causando numerosas bajas entre los benimerín (voluntarios), zenetas (que trataron de proteger al visir, Abu Yahya) y la élite Henteta donde se encontraba el visir, que cayó en combate. Las tribus Motavah y Henteta sufrieron enormes bajas, tantas, que dice el historiador granadino Ibn Abdel Halim que Allah les anticipó aquel día las delicias del martirio.10​ A pesar de la muerte del visir, el ejército almohade no vaciló y prosiguió con el ataque. La caballería cristiana maniobró hacia la izquierda para enfrentarse con las tropas de al-Ándalus al mando de ibn Sanadid, pero el ejército castellano había quedado copado en el collado de Alarcos, según el imán granadino Ibn Abdel Halim.

    Tres horas habían pasado ya desde el comienzo de la batalla; era entonces mediodía, pero la polvareda levantada dificultaba la visión. El calor y la fatiga acumulada en pesadas armaduras comenzaron a debilitar la caballería pesada castellana, que se movía ya más lentamente, fieramente menguada y con dificultad. Aun tras haber sufrido numerosas bajas en las tres acometidas, los musulmanes no tardaron en reagruparse cerrando del todo la salida a la caballería cristiana en el collado del cerro de Alarcos, y haciendo uso de su caballería ligera al mando de Yarmun, rebasaron a las tropas cristianas por los flancos y empezaron a atacarlas por su retaguardia, lo que, junto a la constante y concentrada lluvia de flechas de los arqueros, que se aprovechaban de ese estancamiento,11​ y las maniobras de desgaste, acabó por encoger aún más el cerco. Fue entonces cuando Ya’qub decidió enviar el resto de sus tropas. El ejército castellano no estaba preparado para aquella nueva táctica, y finalmente se vio en la necesidad de huir admitiendo la derrota. Diego López de Haro, por su parte, trató de abrirse paso a toda costa y finalmente tuvo que refugiarse en el inacabado castillo, el cual, tras haber sido cercado por 5000 agarenos, tuvo que rendirse. Pedro Fernández «el Castellano», cuyas fuerzas apenas habían combatido en la batalla, fue enviado por el califa para negociar la rendición. A unos pocos supervivientes, entre ellos López de Haro, se les permitió marchar, pero doce caballeros fueron retenidos como rehenes a cambio del pago de un rescate.c​ Nadie vino a pagarlo y estos caballeros fueron decapitados.

    Entre los castellanos que murieron en la batalla se encontraban Juan, obispo de Ávila y Gutierre, obispo de Segovia,12​ así como Pedro Rodríguez de Guzmán y su yerno, Rodrigo Sánchez, según consta en la Crónica latina de los Reyes de Castilla al mencionar algunos de los fallecidos en dicha batalla, Petrus Roderici de Guzman et Rodericus Sancii, gener eius,13​ Ordoño García de Roa, los maestres tanto de la Orden de Santiago (Sancho Fernández de Lemus) como de la portuguesa Orden de Évora (Gonçalo Viegas). Las pérdidas también resultaron elevadas para los musulmanes. No solo el visir, Abu Yahya, sino también Abi Bakr, comandante de los benimerín (voluntarios), perecieron en la batalla, o a consecuencia de las heridas sufridas. La noticia de tan gran batalla conmovió a toda Europa.[cita requerida]

    Vicente Silió escribe que «las tropas de Yasub eran tan superiores como para inducir al monarca cristiano a rehusar la pelea», pero se hallaba Alfonso VIII en la plenitud de su vida, con el vigor de sus cuarenta años, y no pensó en ningún instante retroceder ante el enemigo. Hubiera preferido morir antes que contemplar la gran catástrofe que se avecinaba. Y a fe que, si no hubiese sido por la intervención de algunos nobles que muy en contra de su voluntad le sacaron del castillo por una poterna, habría sucumbido.

    Como consecuencia, los almohades se adueñaron de las tierras entonces controladas por la Orden de Calatrava; seis meses después cayó la fortaleza de Calatrava la Nueva, entonces llamada castillo de Dueñas, y llegaron incluso hasta las proximidades de Toledo, donde se habían refugiado los combatientes cristianos que habían sobrevivido a la batalla. Desestabilizó al Reino de Castilla durante años. Todas las fortalezas de la región cayeron en manos almohades: Malagón, Benavente, Calatrava la Vieja, Caracuel, etc., y el camino hacia Toledo quedó despejado. Afortunadamente para Castilla, Abu Yusuf volvió a Sevilla para restablecer sus numerosas bajas y tomó el título de al-Mansur Billah (el victorioso por Alá).[cita requerida]

    En los dos años siguientes a la batalla, las tropas de al-Mansur devastaron Extremadura, el valle del Tajo, La Mancha y toda el área cercana a Toledo, marcharon contra Montánchez, Trujillo, Plasencia, Talavera, Escalona y Maqueda, pero fueron rechazadas por Pedro Fernández de Castro «el Castellano», que tras la batalla pasó a servir al rey Alfonso IX de León, quien le nombró su Mayordomo mayor. Estas expediciones no aportaron más terreno para el Califato. Aunque su diplomacia obtuvo una alianza con el rey Alfonso IX de León (que estaba enfurecido con el rey castellano por no haberle esperado antes de la batalla de Alarcos) y la neutralidad de Navarra, ambos pactos temporales. Abū Yūsuf abandonó sus asuntos en al-Ándalus volviendo enfermo al norte de África, donde acabaría muriendo.[cita requerida]

    En un audaz golpe de mano de los caballeros calatravos, solo el castillo de Salvatierra, junto a Sierra Morena, pudo ser recuperado (1198) en los diecisiete años en los que la zona estuvo en poder almohade. Quedó como una posición aislada castellana en territorio almohade, hasta que fue tomado por éstos en 1211.[cita requerida]

    Sin embargo, las consecuencias de la batalla demostraron ser poco duraderas cuando el nuevo Califa Muhammed al-Nasir intentó frenar el nuevo avance hispánico sobre al-Ándalus.​ Se decidió todo en la batalla de Las Navas de Tolosa que marcó un punto de inflexión en la Reconquista y que provocaría la pérdida del control en la península por parte del Imperio almohade tan solo una década después.

    La leyenda de la judía Raquel y el rey Alfonso

    El autor de los Castigos del rey Sancho IV, después de 1292, da cuenta de una leyenda creada ad hoc para justificar a posteriori tan gran derrota por parte del rey de Castilla, la de la judía de Toledo Raquel o Rahel la Fermosa:

    Otrosí, para mientes, mío fijo, e toma ende, mío fijo, castigo de lo que contesció al rey don Alfonso de Castilla, el que venció la batalla de Úbeda. Por siete años que viscó mala vida con una judía de Toledo, diole Dios gran llaga e grand majamiento en la batalla de Alarcos en que fue vencido e fuyó e fue mal andante él e todos los de su regno […]. E porque el rey se conosció después a Dios […] e se repintió de tan mal pecado como éste que había hecho, por el cual pecado por enmienda hizo después el monasterio de las Huelgas de Burgos de Monjas de Cistel e el Hospital. E Dios diole después buena andanza contra los moros en la batalla de Úbeda.
  • El cerco de Zamora

    El cerco de Zamora

    El cerco de Zamora es un acontecimiento histórico, presuntamente sucedido en el contexto de la reconquista.

    El motivo de la duda sobre su existencia es que los textos que lo avalan constituyen ficciones literarias medievales, fundamentalmente de la leyenda del Cerco de Zamora, que fue materia de un posible cantar de gesta perdido, el Cantar de Sancho II, que habría sido prosificado en la Estoria de España de Alfonso X el Sabio. Otros documentos más fidedignos, tales como la Historia Roderici (una biografía latina de Rodrigo Díaz el Campeador), ni siquiera lo mencionan.

    El contexto

    «Portillo de la Lealtad», por el que según la tradición Vellido Dolfos regresó a la ciudad de Zamora.
    A la muerte de Fernando I de León en el año 1065, éste repartió su reino entre sus hijos, otorgando a Sancho el condado de Castilla en calidad de reino, a García el reino de Galicia, y a Alfonso el reino de León. No obstante, a Sancho, como primogénito, no le debió parecer justo que se le otorgase Castilla, al considerar que se le estaba desposeyendo de León, que había sido el reino más importante de los que integraban la corona de Fernando I, y al que consideraba tenía derecho como primogénito. Así, en el año 1065 comienza a reinar Sancho II en Castilla hasta que, tras la muerte de su madre la reina Sancha de León, comienza a reclamar para sí el reino de León que había sido asignado a su hermano Alfonso, comenzando las hostilidades entre ellos. Sancho II sorprendió a Alfonso en la Batalla de Llantada, en la cual Sancho puso en fuga a su hermano y a las tropas leonesas. Alfonso, tras regresar a León, se enfrentó de nuevo a Sancho en la Batalla de Golpejera, resultando preso Alfonso, que luego fue desterrado,​ posiblemente por la intervención de Pedro Ansúrez, y pidió asilo en la taifa de Toledo donde reinaba Al-Mamún de Toledo. Sancho entró en la ciudad de León incorporando este reino a su jurisdicción. Previamente, Sancho ya se había hecho con el control del reino de Galicia, regido hasta el año 1071 por su hermano García, habiendo seguido García con un contingente militar a las tropas de Sancho hacia Portugal, donde le presentó batalla en Santarém, hecho que acabó con el apresamiento de García de Galicia.​ Ahora quedaba expedito el camino a las posesiones de sus hermanas Elvira en Toro y Urraca en la vecina ciudad de Zamora. Urraca no aceptó integrarse en el reino de Castilla y Sancho asedió la plaza, que no se rindió ante las tropas castellanas, que la acabaron asediando.

    La leyenda

    Los zamoranos, en previsión del ataque que se avecina, eligen como su caudillo a Arias Gonzalo y de esta forma pueda defender a su señora Urraca. Mostrando iniciativa Urraca desafió a Sancho antes de sufrir el ataque de las tropas de su hermano. Siete meses y seis días dura el asedio a Zamora, ganándose la frase de «no se ganó Zamora en una hora». El caballero Vellido Dolfos, partiendo desde el interior de la ciudad, consigue los favores de Sancho II y finalmente lo asesina a pie de la muralla el 6 de octubre de 1072 (en un lugar conocido en la actualidad como Cruz del Rey Don Sancho). Momentos después se adentra en la ciudad por una abertura del lienzo del muro de la ciudad, conocida tradicionalmente como Portillo de la Traición, hasta que el Ayuntamiento de Zamora decidió por unanimidad cambiarlo en 2010 por el de Portillo de la Lealtad.

    El caballero Diego Ordóñez de Lara, ante las murallas, insulta a los habitantes de la ciudad por la cobardía ante el regicidio. Arias Gonzalo recoge la afrenta, pero tiene prohibido el confrontamiento y es por esta razón por la que envía a sus hijos, que uno a uno van cayendo. Esta situación se encuentra descrita en los cantares de gesta, así como en el Cantar de Sancho II. Las consecuencias del cerco de Zamora finalizan con la denominada Jura de Santa Gadea, una leyenda medieval transmitida por el Romance de la Jura de Santa Gadea, en la que se narra el juramento que supuestamente hubo de prestar el rey Alfonso VI el Bravo en la iglesia de Santa Gadea de Burgos, a finales del año 1072, a fin de demostrar que no había tomado parte en el asesinato de su propio hermano Sancho II. Este hecho parece que no se produjo históricamente en Burgos sino en la iglesia de Santiago de los Caballeros en Zamora, la misma en la que se armó caballero el Cid Campeador y en la que Alfonso VI y el Cid asistían a misa en la infancia de ambos.

     

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  • Escudo de armas del estado de Alabama en Estados Unidos

    Escudo de armas del estado de Alabama en Estados Unidos

    El escudo de armas de Alabama representa un escudo en que se lleva a los símbolos de las cinco naciones que tienen en varias ocasiones la soberanía celebrada sobre una parte o la totalidad de lo que ahora es Alabama, Estados Unidos. Estos son el escudo de armas de la monarquía de Francia con sus características flores de lis, el antiguo escudo de España, representando a Castilla , la bandera del Reino Unido y la bandera de batalla de los Estados Confederados de América. En un escusón de pretensión se confirma el escudo de los Estados Unidos. La cresta del escudo representa un barco (el «Badine») que reunió a los colonos franceses que establecieron los primeros asentamientos europeos permanentes en el estado. A continuación se muestra el lema del estado: Audemus jura nostra defendere, cuya traducción significa Nos atrevemos a defender nuestros derechos.

    El proyecto de ley para adoptar un escudo de armas del Estado fue introducido en la Legislatura de Alabama en 1939 por James Simpson del Condado de Jefferson, y aprobado sin ningún voto en contra por las dos cámaras.

    El diseño original del escudo de armas de Alabama fue hecho en 1923 por B. J. Tieman, una autoridad en heráldica de Nueva York a petición de Marie Bankhead Owen, Directora del Departamento de Archivos e Historia. Unos años más tarde Naomi Rabb Winston de Washington, DC, pintó el diseño completo al óleo. La señora Owen ha seleccionado el lema que fue puesto en latín por el profesor W. B. Saffold, de la Universidad de Alabama. Fue a través de la influencia de Juliet Perry Dixon, esposa del gobernador Dixon, que la acción oficial fue tomada por la Asamblea Legislativa.

  • El escudo de la ciudad de Los Ángeles refleja su castellanidad

    El escudo de la ciudad de Los Ángeles refleja su castellanidad

    El escudo de Los Ángeles el blasón de la ciudad de Los Ángeles, parte del estado de California en Estados Unidos. Está rodeado por el nombre oficial de la ciudad (City of Los Angeles) y la fecha de su fundación (1781).

    Dentro del círculo, en sus extremos, hay uvas, aceitunas y naranjas, principales cultivos de California. Estas también son simbolizadas en los colores de la bandera de Los Ángeles. Las frutas se encuentran en un área de oro, cuyo borde está formado por un rosario de 77 cuentas.

    El escudo está dividido en cuatro, en la esquina superior izquierda está el Sello de Estados Unidos con trece estrellas; a la derecha está la bandera de California (compuesta por un fondo blanco, un oso grizzly, una estrella de cinco puntas, y una base roja); en la esquina inferior izquierda está el Escudo Nacional de México (un águila devorando una serpiente), representando la historia de la ciudad bajo la cultura mexicana; a la derecha los escudos de Castilla y de León, representando su fundación como ciudad de la Corona de Castilla.

  • Sancho IV de Castilla

    Sancho IV de Castilla

    Sancho IV de Castilla, llamado «el Bravo» (Valladolid, 12 de mayo de 1258-Toledo, 25 de abril de 1295), fue rey de Castilla entre 1284 y 1295. Era hijo del rey Alfonso X «el Sabio» y de su esposa, la reina Violante de Aragón, hija de Jaime I «el Conquistador», rey de Aragón.

    La llegada de Sancho IV al trono vino motivada, en parte, por el rechazo de un sector de la alta sociedad castellana a la política de su padre, Alfonso X, y a su admiración por la cultura árabe y judía.

    La sucesión de Alfonso X

    El hijo primogénito de Alfonso X y heredero al trono, don Fernando de la Cerda, murió en 1275 en Villa Real, cuando se dirigía a hacer frente a una invasión norteafricana en Andalucía. De acuerdo con el derecho consuetudinario castellano, en caso de muerte del primogénito en la sucesión a la Corona, los derechos debían recaer en el segundogénito, Sancho; sin embargo, el derecho romano privado introducido en el código de Las Siete Partidas establecía que la sucesión debía corresponder a los hijos de Fernando de la Cerda.

    El rey Alfonso se inclinó en principio por satisfacer las aspiraciones de don Sancho, que se había distinguido en la guerra contra los invasores islámicos en sustitución de su difunto hermano. Pero posteriormente, presionado por su esposa Violante de Aragón y por Felipe III de Francia, tío de los llamados «infantes de la Cerda» (hijos de don Fernando), se vio obligado a compensar a estos. Sancho se enfrentó a su padre cuando este pretendió crear un reino en Jaén para el mayor de los hijos del antiguo heredero, Alfonso de la Cerda.

    Finalmente, Sancho y buena parte de la nobleza del reino se rebelaron, llegando a desposeer a Alfonso X de sus poderes, aunque no del título de rey (1282). Solo Sevilla, Murcia y Badajoz permanecieron fieles al viejo monarca. Alfonso maldijo a su hijo, a quien desheredó en su testamento, y ayudado por sus antiguos enemigos los benimerines empezó a recuperar su posición. Cuando cada vez más nobles y ciudades rebeldes iban abandonando la facción de Sancho, murió el Rey Sabio en Sevilla, el 4 de abril de 1284.

    Reinado

    Sancho se alzó como rey sin respetar la voluntad de su padre y fue coronado en Toledo el 30 de abril de 1284. Fue reconocido por la mayoría de los pueblos y de los nobles, pero al mismo tiempo hubo un grupo bastante numeroso de partidarios de los Infantes de la Cerda que reclamaban el acatamiento del testamento en cuestión, el rey Alfonso III de Aragón hizo proclamar a Alfonso de la Cerda como rey de Castilla en Jaca en 1288, e hizo una breve campaña en Castilla (1289-1290).​

    Durante todo el reinado de Sancho IV hubo luchas internas y peleas por alcanzar el poder. Uno de los personajes que más discordias provocó fue su hermano el infante don Juan y a su causa se unió el noble don Lope Díaz III de Haro, VIII señor de Vizcaya. El rey Sancho hizo ejecutar al de Haro y mandó encarcelar al infante. También, según cuentan las crónicas, dio la orden de ejecutar a 4000 seguidores de los infantes de la Cerda, pasándolos a cuchillo en la ciudad de Badajoz, a 400 en Talavera y a otros muchos en Ávila y Toledo. En 1285 nombró a Pedro Álvarez de las Asturias mayordomo mayor del reino.

    Después de estos acontecimientos, perdonó a su hermano don Juan, quien al poco tiempo volvió a sublevarse, ocasionando el conflicto de Tarifa. Don Juan llamó en su ayuda a los benimerines del Norte de África y sitiaron la plaza que estaba defendida por su gobernador Guzmán el Bueno, señor de León. Allí ocurrió el famoso acto heroico y la muerte inocente del hijo de Guzmán. La plaza de Tarifa fue fielmente defendida y los benimerines regresaron a su lugar de origen. Se desbarataron de esta manera los planes del infante don Juan y los del sultán benimerín, que pretendía una invasión. Esta historia es narrada en la novela del Tormarher: Vikingo y Almogávar

    Cuando subió al trono de Aragón en 1291 Jaime II, hubo un acercamiento con Sancho IV plasmado en el Tratado de Monteagudo.​ Por otra parte, Sancho IV fue un gran amigo, además de tutor, del personaje histórico conocido como el Infante don Juan Manuel.

    Sancho murió en 1295, dejando como heredero a su hijo Fernando, de nueve años. Dejó también la herencia de las disputas y rivalidades con los infantes de la Cerda y sus partidarios.

    Cultura

    La época de Sancho IV fue casi tan activa en la composición de libros como la de su padre. Así, además del libro Castigos y documentos del rey don Sancho (colección de sentencias e historias para la educación del príncipe heredero), promueve la traducción de dos grandes enciclopedias: el Libro del Tesoro, versión casi literal de Li livres dou tresor, de Brunetto Latini y el Lucidario, traducción muy libre del Elucidarius de Honorio de Autun, en cuyo prólogo, compuesto por él mismo, afirma que un rey tiene que servir a Dios primero con sus hechos, y en segundo lugar con sus dichos.​ También se elaboró, entre 1284 y 1289, la denominada Versión sanchina de la Estoria de España de Alfonso X el Sabio.

    Sepultura

    A su muerte, el cadáver de Sancho IV recibió sepultura en la Capilla de Santa Cruz de la Catedral de Toledo, cumpliéndose así la voluntad del monarca, expresada en su testamento. ​ El monarca, años antes de su fallecimiento, ordenó la erección de la Capilla de Santa Cruz de la Catedral de Toledo, lugar al que hizo trasladar el 21 de noviembre de 1289 los restos de los reyes Alfonso VII el Emperador, Sancho III de Castilla y Sancho II de Portugal, que se encontraban sepultados en la capilla del Espíritu Santo de la catedral.​

    Al lado del sepulcro que contenía los restos de Alfonso VII, fue colocado el sepulcro en el que recibió sepultura el cadáver de Sancho IV, y que había sido labrado en vida de este último, aunque posteriormente, en 1308, la reina María de Molina, lo sustituyó por otro sepulcro más suntuoso.​ A finales del siglo XV, el cardenal Cisneros ordenó edificar la actual capilla mayor de la Catedral de Toledo, en el lugar que ocupaba la capilla de Santa Cruz. Una vez obtenido el consentimiento de los Reyes Católicos, la capilla de Santa Cruz fue demolida y, los restos de los reyes allí sepultados, fueron trasladados a los sepulcros que el Cardenal Cisneros ordenó labrar al escultor Diego Copín de Holanda, y que fueron colocados en el nuevo presbiterio de la catedral toledana.

    El mausoleo destinado a albergar los restos de Sancho IV y los de Sancho III de Castilla, se encuentra situado en el lado de la Epístola, y fue realizado por el escultor Diego Copín de Holanda. La disposición del mausoleo es similar al destinado a albergar los restos de Alfonso VII de León y del infante Pedro de Aguilar, hijo ilegítimo de Alfonso XI, situado enfrente de él.​ La estatua yacente que representa a Sancho IV se encuentra colocada por debajo de la que representa a Sancho III. La estatua representa a Sancho IV con aspecto juvenil, apoyando la cabeza sobre un almohadón, descalzo, y vistiendo un hábito franciscano, con cordón.

    En 1947, en el transcurso de una exploración arqueológica efectuada en el presbiterio de la Catedral de Toledo, a fin de localizar los restos del rey Sancho II de Portugal y de que fueran devueltos a su país, fueron encontrados los restos de Sancho IV. Los restos del rey se encontraban momificados, en buen estado, encontrándose el soberano desnudo de cintura para arriba, y llevando un hábito franciscano, sujeto a la cintura del monarca mediante un cordón franciscano.​El soberano, que en vida debió sobrepasar los dos metros de estatura, llevaba una corona de plata sobredorada sobre sus sienes, adornada con camafeos romanos y zafiros, y sujeta mediante un cordón que pasaba bajo el mentón del monarca. El cadáver empuñaba una espada, de empuñadura sobredorada, y en la hoja de la espada aparecía grabada una inscripción de la que solo se conservaban algunos fragmentos, encontrándose oxidada la hoja en algunas partes. La longitud de la espada, que no se corresponde con la elevada estatura del soberano, y alguna referencia documental sobre la corona de su abuelo Fernando III invitan a pensar que habría recibido ambas piezas por herencia.​

    Tras el examen de los restos, el cardenal Enrique Plá y Deniel, arzobispo de Toledo, ordenó que el cadáver de Sancho IV fuera vestido con un hábito franciscano, y depositado de nuevo en su mausoleo del presbiterio de la catedral toledana.

    Matrimonio y descendencia

    En 1281, Sancho IV contrajo matrimonio con su tía segunda María de Molina, hija del infante Alfonso de Molina y Mayor Alfonso de Meneses y nieta del rey Alfonso IX de León y Berenguela de Castilla. De este matrimonio nacieron siete hijos:

    • Isabel de Castilla (1283–1328), reina consorte de Jaime II de Aragón.
    • Fernando IV de Castilla (1285–1312).
    • Alfonso de Castilla (1286–1291), falleció a los cinco años de edad.
    • Enrique de Castilla (1288–1299), falleció a los once años de edad.
    • Pedro de Castilla (1290–1319), señor de los Cameros.
    • Felipe de Castilla (1292–1327), señor de Cabrera y Ribera y pertiguero mayor de Santiago.
    • Beatriz de Castilla (1293–1359). Reina consorte de Portugal entre 1325 y 1357 por su matrimonio con Alfonso IV de Portugal.

    Fruto de su relación extramatrimonial con María Alfonso Téllez de Meneses,​ señora de Ucero y prima segunda de la reina María de Molina nacieron los siguientes hijos:

    • Violante Sánchez de Castilla, contrajo matrimonio en 1293 con Fernando Rodríguez de Castro,​ señor de Lemos y Sarria. Fue sepultada en el monasterio de Sancti Spiritus de Salamanca.
    • Teresa Sánchez de Castilla, contrajo matrimonio con Juan Alfonso Téllez de Meneses, I conde de Barcelos y IV señor de Alburquerque,​ e hijo de Rodrigo Anes de Meneses, III señor de Alburquerque, y de Teresa Martínez de Soverosa esta última nieta de Gil Vázquez de Soverosa. Después de enviudar de su primer esposo, el conde de Barcelos, en mayo de 1304, Teresa contrajo un segundo matrimonio con Ruy Gil de Villalobos, ricohombre, y tuvo una hija llamada María Rodríguez de Villalobos, la segunda esposa de Lope Fernández Pacheco, y testamentaria de su sobrino Juan Alfonso de Alburquerque.

    De su relación con Marina Pérez nació:​

    • Alfonso Sánchez de Castilla, esposo de María de Salcedo, hija de Diego López de Salcedo. Falleció sin dejar descendencia.

    De otra mujer, cuyo nombre se desconoce, tuvo otro hijo:

    • Juan Sánchez.​

    Los comienzos del matrimonio con la reina María de Molina fueron dificultosos, pues el matrimonio no contaba con la imprescindible dispensa pontificia, debido a un doble motivo, ya que por un lado existían lazos de consanguinidad en tercer grado entre los contrayentes, y además existían unos esponsales previos del entonces infante Sancho, aunque nunca consumados, con una rica heredera catalana llamada Guillerma de Montcada. El matrimonio con María de Molina al principio fue considerado nulo y por tanto todos los hijos nacidos de él, se consideraban ilegítimos.

  • Las Espadas Legendarias del Cid Campeador

    Las Espadas Legendarias del Cid Campeador

    EL CABALLERO Y HÉROE DE LA RECONQUISTA RODRIGO DÍAZ NACIÓ EN VIVAR DEL CID, BURGOS, SUPUESTAMENTE EN TORNO A 1048 Y MURIÓ EN LA CIUDAD DE VALENCIA EN EL AÑO 1099, FUE UN CABALLERO CASTELLANO QUE LLEGÓ A DOMINAR AL FRENTE DE SU PROPIA MESNADA EL LEVANTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA A FINALES DEL SIGLO XI DE FORMA AUTÓNOMA RESPECTO DE LA AUTORIDAD DE REY ALGUNO. CONSIGUIÓ CONQUISTAR VALENCIA Y ESTABLECIÓ EN ESTA CIUDAD UN SEÑORÍO INDEPENDIENTE DESDE EL 17 DE JUNIO DE 1094 HASTA SU MUERTE; SU ESPOSA JIMENA DÍAZ LO HEREDÓ Y MANTUVO HASTA 1102, CUANDO PASÓ DE NUEVO A DOMINIO MUSULMÁN.

    LA TIZONA Y LA COLADA

    El Cantar de Mio Cid es un cantar de gesta anónimo que relata hazañas heroicas inspiradas libremente en los últimos años de la vida del caballero castellano Rodrigo Díaz el Campeador. La versión conservada fue compuesta, según la mayoría de la crítica actual, alrededor del año 1200 y se trata de la primera obra narrativa extensa de la literatura castellana y el único cantar épico de la misma conservado casi completo. solo se han perdido la primera hoja del original y otras dos en el interior del códice, aunque el contenido de las lagunas existentes puede ser deducido de las prosificaciones cronísticas, en especial de la Crónica de veinte reyes. Además del Cantar de Mio Cid, los otros tres textos de su género que han perdurado son: las Mocedades de Rodrigo —circa 1360—, con 1700 versos; el Cantar de Roncesvalles —ca. 1270—, un fragmento de unos 100 versos; y una corta inscripción de un templo románico, conocida como Epitafio épico del Cid —¿ca. 1400?—. Este poema consta de 3735 versos de extensión variable, aunque predominan los de catorce a dieciséis sílabas métricas, divididos en dos hemistiquios separados por cesura. La longitud de cada hemistiquio es normalmente de tres a once sílabas, y se considera unidad mínima de la prosodia del Cantar. Sus versos no se agrupan en estrofas, sino en tiradas; cada una es una serie sin número fijo de versos con una sola y misma rima asonante.

    SE TRATA DE UNA FIGURA HISTÓRICA Y LEGENDARIA DE LA RECONQUISTA, CUYA VIDA INSPIRÓ EL MÁS IMPORTANTE CANTAR DE GESTA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA, EL CANTAR DE MIO CID. HA PASADO A LA POSTERIDAD COMO «EL CAMPEADOR» (‘EXPERTO EN BATALLAS CAMPALES’) O «EL CID» (DEL ÁRABE DIALECTAL SIDI, ‘SEÑOR’).

     

    https://www.youtube.com/watch?v=CeCIzeiZqCQ&ab_channel=Tolmarher

    La Tizona 

    La Tizona o Tizón es junto con la Colada las espadas que según la tradición o la literatura se atribuyen al Cid Campeador. Según el Cantar de Mio Cid (compuesto hacia 1200) la Tizón (su nombre hasta el siglo XIV) esta fantástica espada pertenecía al rey Búcar de Marruecos y el Cid se la ganó en Valencia. Al igual que sucede con la otra espada que el Cantar de mio Cid y la tradición posterior atribuye al Cid, la Colada, los expertos más anticastellanistas afirman que no existe ninguna prueba histórica de que existiera una espada llamada Tizón o Tizona que perteneciera a Rodrigo Díaz. Más tarde hubo una común opinión que identificaba la espada de Jaime I de Aragón el Conquistador, llamada Tisó, con la que se atribuye en el cantar de gesta al héroe castellano, pero se trata de otra creencia legendaria, pues en el Llibre dels fets (autobiografía del rey aragonés), donde se comentan con detalle aspectos de la Tisó, no se habla del origen cidiano de ninguna manera, por lo que lo más probable es que se trate de una coincidencia en el nombre de la espada. Además, la Tisó de los reyes de Aragón procedía de Ramón Berenguer I, que poseía esta espada hacia 1020. Esto hace difícil que la espada pasara de los condes de Barcelona al Cid y luego volviera a poder de la Casa de Aragón, y es más lógico pensar que la Tisó siempre perteneció a esta Casa. Hay otras varias Tizonas a las que se les ha atribuido ser la del Cid. Una de ellas figuraba en el inventario de los tesoros de la cámara regia de Castilla que fueron enajenados por Álvaro de Luna, recuperados en 1452 y localizados en un inventario de 1503 en el alcázar de Segovia. En dicho inventario se describía «una espada que se dize Tizona, que fue del Cid; tiene una canal por medio de amas partes, con unas letras doradas; tiene el puño e la cruz e la mançana de plata, e en ella castillos e leones de bulto [=’en relieve’], e un leoncico dorado de cada parte de la cruz en medio; e tiene una vaina de cuero colorado, forrada de terciopelo verde». Esta espada era ceremonial, por los detalles de su guarnición (que reflejan la heráldica castellana) y pertenecería a algún miembro de la realeza de Castilla o de su familia; tras esta mención no hay más noticias, aunque se piensa que la hoja de espada con número de inventario G. 180 de la Real Armería de Madrid pudiera pertenecer a la espada descrita en 1503. Otra presunta Tizona estuvo en poder de los marqueses de Falces, a quienes llegaría entregada en custodia por Fernando II de Aragón el Católico, más específicamente a la familia Velluti. Se conservaba desde por lo menos el siglo XVII en el Castillo palacio de Marcilla.
    Es esta la espada que se depositó en el Museo del Ejército de Madrid, aunque actualmente se expone en el Museo de Burgos, junto con otras objetos presuntamente vinculados al Cid. Es un arma de 1,153 kg. Su hoja tiene 933 mm de longitud en total (con filo 785 mm) y 43 mm de ancho máximo. La acanaladura del centro mide 336 mm. En este canal está grabada la leyenda «IO SOI TISONA FUE FECHA EN LA ERA DE MILE QUARENTA»

    «Yo soy Tizona. Fue hecha en la era de 1040 (año 1002)») por una de las caras y por la otra «AVE MARIA GRATIA PLENA DOMINUS MECUM».

    Su guarnición tiene el pomo plano, el puño largo y cónico, forrado de alambre de hierro, el arriaz es curvo y las patillas tienen pitones. Todo ello responde a una tipología que data de fines del siglo XV. La inscripción es claramente falsa; por ejemplo, la palabra Tizona se difunde solo a partir del siglo XIV, frente a Tizón, que es el término con que se la nombra en las fuentes más antiguas. Menéndez Pidal considera que esta espada es una falsificación del siglo XVI. Otros autores, como Bruhn, postularon que la hoja puede ser la de la también apócrifa Colada que se describe en el mismo inventario de 1503. Las recientes investigaciones de la Universidad Complutense de Madrid, publicadas en 2001, señalan que la hoja es del siglo XI; sin embargo el Conservador de la Real Armería Álvaro Soler del Campo indica que la hoja está formada por tres piezas soldadas y que su tipología es la misma que la de la empuñadura, guarnición y el epígrafe, que son de época de los Reyes Católicos. Todo indica, por lo tanto, que pese a lo dicho por la Universidad Complutense, se trata de una falsificación de época bastante posterior, aunque se pudieron utilizar fragmentos de hoja de espada del siglo XI para componerla.4El rey Fernando el Católico le entregó la espada al Condestable mosén Pierres de Peralta (Pedro de Peralta y Ezpeleta), primer Conde de Santisteban de Lerín, Barón de Marcilla y abuelo del primer marqués de Falces, por los servicios prestados por este en las negociaciones que permitieron su matrimonio con Isabel de Castilla. Esta espada permaneció hasta el siglo XX custodiada por los marqueses de Falces en el castillo palacio de Marcilla. Se describe la espada así:

    «Con empuñadura de hierro totalmente negro, hoja de dos filos, delgada, tersa, y flexible».

    La primera referencia a la Tizona aparece en el Cantar de mio Cid, donde se la llama Tizón. Este nombre, según el Tesoro de la lengua castellana o española de 1611, proviene del latín titio, un sinónimo de ‘brasa, leño ardiente’.

    En el antiguo poema de ficción Cantar de Mio Cid, la Tizona tiene personalidad propia, ya que su fuerza varía según el brazo que la esgrime, aterrorizando a los adversarios indignos.

    Mientras la Tizona está en posesión de los infantes de Carrión, estos desdeñan su fuerza. Tras la afrenta de Corpes, el Cid recupera sus espadas y entrega la Tizona a Pedro Bermúdez para su duelo con el infante Ferrán González. Este se declara vencido antes del combate a espada, atemorizado al ver a Pedro Bermúdez desenvainar la Tizona:Él dexó la lança, e mano al espada metió;cuando lo vio Ferrán Gonçález, conuvo [reconoció] a Tizón,antes qu’el colpe esperasse dixo: —¡Vençudo só!—Cantar de mio Cid, versos 3642–3645. Edición de Montaner Frutos (2011:213-214).

    Tras la afrenta de Corpes, siempre según el Cantar, Ruy Díaz de Vivar les exigió la devolución de todos sus regalos y entregó entonces la espada a Martín Antolínez, uno de sus caballeros:

    —Martín Antolínez, mio vassallo de pro,prended a Colada, ganéla de buen señor,del conde Remont Verenguel, de Barcilona la mayor;por esso vos la dó, que la bien curiedes vós.Cantar de mio Cid, versos 3193-3196 (Montaner Frutos, 2011:191).

    La Leyenda de la Colada 

    La Colada es la segunda espada legendaria. La atribución al Cid de la espada Colada pudo ser, por tanto, una invención del Cantar de mio Cid, donde se cuenta que fue ganada como botín de guerra a un «Remont Verenguel», conde de Barcelona, y que regaló esta espada (junto a la Tizona) a sus yernos los infantes de Carrión, que son personajes asimismo completamente ficticios.

    Vencido á esta batalla el que en buen ora nasco,al conde don Remont a presón le á tomado.Ý gañó a Colada, que más vale de mill marcos de plata,ý benció esta batalla, por o ondró su barba.Cantar de mio Cid, versos 1008-1011 (Montaner Frutos, 2011:63).

    Según Sebastián de Covarrubias, Colada vendría de ser una espada hecha de acero colado, si bien no está claro qué significado puede tener acero colado, para Covarrubias y cómo se aplicaría esto a la tecnología de la Edad Media y al igual que la Tizona, en el Cantar de mio Cid la espada atemoriza a los oponentes indignos si es esgrimida por un guerrero valeroso. Así lo vemos en esta obra cuando Martín Antolínez (quien la recibe como regalo del Cid) blande la Colada en su duelo con el infante Diego González.

    Martín Antolínez e Dia Gonçález firiéronse de las lanças,tales fueron los colpes que les quebraron amas Martín Antolínez mano metió al espada(relumbra tod el campo, tanto es linpia e clara),diol’ un colpe, de traviesso·l’ tomava,el casco de somo apart ge lo echava,las moncluras del yelmo todas ge las cortava,allá levó el almófar, fata la cofia llegava,la cofia e el almófar todo ge lo levava,ráxol’ los pelos de la cabeça, bien a la carne llegava,lo uno cayó en el campo e lo ál suso fincava.Cuando este colpe á ferido Colada la preciada,vio Diego Gonçález que no escaparié con el alma.Bolvió la rienda al cavallo por tornarse de cara;essora Martín Antolínez reçibiól’ con el espada,Un colpe·l’ dio de llano, con lo agudo no·l’ tomava.Dia Gonçález espada tiene en mano, mas no la ensayava,esora el ifante tan grandes vozes dava:—¡Valme, Dios, glorioso señor, e cúriam’ d’este espada!—Cantar de mio Cid, versos 3646–3665 (Montaner Frutos, 2011:214-215).

     

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  • Juan II de Castilla

    Juan II de Castilla

    Juan II de Castilla (Toro, 6 de marzo de 1405-Valladolid, 21 de julio de 1454)​ fue rey de Castilla​ entre 1406 y 1454, hijo del rey Enrique III «el Doliente» y de la reina Catalina de Lancáster.

    Nació en Toro, en el palacio del Real Monasterio de San Ildefonso. Tenía solo un año de edad cuando murió su padre, en 1406. Los regentes fueron su madre, Catalina de Lancáster y su tío paterno, Fernando de Antequera, de acuerdo con el testamento de Enrique III que estableció que deberían «regir ambos a dos ayuntadamente». Sin embargo la educación y la custodia del rey niño, según los deseos de Enrique III, correría a cargo del camarero mayor Juan de Velasco, del justicia mayor Diego López de Estúñiga y de Pablo de Santa María, obispo de Cartagena.

    Durante su minoría de edad se reanudó la guerra contra el reino nazarí de Granada (de 1410 a 1411) y hubo acercamientos a Inglaterra en 1410 y con Portugal en el año 1411.

    Tras el Compromiso de Caspe (1412), el regente Fernando abandonó Castilla, pasando a ser el primer rey Trastámara de la Corona de Aragón con el nombre de Fernando I, dejando en su lugar a cuatro lugartenientes: el obispo Juan de Sigüenza, el obispo Pablo de Santa María de Cartagena, Enrique Manuel de Villena, conde de Montealegre de Campos, y Per Afán de Ribera el Viejo, adelantado mayor de Andalucía.​ Catalina de Lancaster moría el 1 de junio de 1418 y su desaparición fue aprovechada por los infantes de Aragón para conseguir, a través del arzobispo de Toledo Sancho de Rojas, que se concertara el matrimonio de uno de ellos, la infanta María, con el rey Juan II, ceremonia que se celebró en Medina del Campo el 20 de octubre de 1418, meses antes de que el 7 de marzo de 1419 fuera proclamada la mayoría de edad del rey por las Cortes de Castilla reunidas en Madrid. El enlace entre el rey y una infanta de Aragón, unido al fallecimiento de la regente la reina madre Catalina de Lancáster, afianzó el poderío en Castilla de los hijos de Fernando I que había muerto en 1416.

    En esta época fue suscrito un Concordato con la Santa Sede, siendo papa Martín V, concordato que está considerado el primero suscrito en la Historia de España.

    Reinado efectivo (1419-1454)

    El 14 de julio de 1420, el infante de Aragón don Enrique perpetró el llamado golpe de Tordesillas por el que se apoderó de la persona del joven rey. Su objetivo era hacerse con el poder destituyendo de sus cargos a los nobles de la facción de su hermano el infante de Aragón don Juan y arrancarle al rey la autorización del matrimonio entre él y la hermana del monarca, la infanta Catalina de Castilla. En Ávila, hizo celebrar allí un domingo del mes de agosto de 1420 la proyectada boda entre su hermana María y el rey. También reunió a las Cortes de Castilla consiguiendo que convalidaran el golpe de Tordesillas.

    Los planes de don Enrique se vinieron abajo cuando el rey ayudado por don Álvaro de Luna logró escapar de su cautiverio en Talavera el 29 de noviembre, refugiándose en el castillo de Montalbán. Don Enrique dirigió sus huestes hacia allí pero el 10 de diciembre levantó el cerco al no poder tomar al asalto el castillo y ante la amenaza de la llegada de las fuerzas comandadas por su hermano Juan quien desde Olmedo había cruzado la sierra de Guadarrama y establecido su campamento en Móstoles. Don Enrique se dirigió a Ocaña, una de las fortalezas de la Orden de Santiago, orden militar de la que era maestre, mientras su hermano don Juan se reunía con el rey poniéndose a su servicio contra cualquier tentativa de volver a limitar su libertad, «las faciendas e los cuerpos a todo peligro». Por su parte, el rey agradeció la ayuda prestada en su fuga por don Álvaro de Luna concediéndole el condado de Santisteban de Gormaz. Según Gregorio Marañón, el rey pudo haber tenido con don Álvaro una relación carnal.​

    A pesar de que le había dado garantías personales, el 14 de junio de 1423 ordenó la detención del infante de Aragón don Enrique siendo conducido al castillo de Mora. Su esposa y el resto de sus seguidores, avisados de lo que había ocurrido, pudieron escapar a Aragón. Todos ellos fueron desposeídos de sus bienes y títulos. Los de don Enrique pasaron a su hermano el infante Juan, excepto el maestrazgo de la Orden de Santiago que fue otorgado por el rey de forma provisional a don Gonzalo de Mejía. El título de condestable de Castilla —que detentaba uno de los huidos a Aragón— se lo concedió el rey a don Álvaro de Luna, quien así afianzaba su posición dominante en la corte.

    La detención de don Enrique provocó la intervención del rey de la Corona de Aragón Alfonso el Magnánimo, como hermano mayor de los infantes de Aragón. Este buscó aliados para la causa del infante entre la alta nobleza castellana y reclutó un ejército en Aragón que desplegó en la frontera con Castilla.​ También se puso en contacto con el infante don Juan, quien consiguió la autorización del rey Juan II para salir de Castilla y negociar un acuerdo con el rey aragonés. Las conversaciones culminaron con la firma del Tratado de Torre de Arciel el 3 de septiembre de 1425 que satisfizo todas las reclamaciones del rey Alfonso el Magnánimo, ya que no solo se acordó la puesta en libertad del infante don Enrique sino que recobró su cargo como maestre de la Orden de Santiago, además de los bienes patrimoniales y rentas que le fueron confiscados tras su detención.

    Tras la firma del tratado de Torre de Arciel, una parte de la alta nobleza castellana se unió en torno a los infantes de Aragón para hacer frente a don Álvaro de Luna y a su política de reforzamiento de la monarquía castellano-leonesa. Reunidos en Valladolid le exigieron al rey que desterrara de la corte a don Álvaro de Luna. La presión hizo efecto y el 5 de septiembre de 1427 Juan II ordenaba el destierro de don Álvaro y de sus partidarios durante año y medio. Sin embargo, el destierro de don Álvaro solo duró cinco de meses y el 6 de febrero de 1428 ya estaba de vuelta en la corte ―fue recibido clamorosamente en Segovia― ante las divisiones que habían surgido en la facción que encabezaban los infantes de Aragón lo que les había impedido llevar la gobernación del reino castellano-leonés. Pocos meses después, el 21 de junio, Juan II ordenaba a los infantes de Aragón don Enrique y don Juan, rey consorte de Navarra, que abandonaran la corte y se mostraba reacio a concertar el pacto de alianza y paz perpetua entre las coronas de Castilla, de Aragón y de Navarra firmado en Tordesillas el 12 de abril. A continuación, convocó a las Cortes de Castilla en Illescas para que aprobaran un tributo de cuarenta millones de maravedís con los que reclutar un ejército que hiciera frente a los infantes de Aragón. Los reyes de Navarra y de Aragón interpretaron estas decisiones como el paso previo para revocar lo acordado en el Tratado de Torre de Arciel y en junio comenzaba la guerra castellano-aragonesa de 1429-1430.

    En el trascurso de la guerra Juan II y su valido don Álvaro de Luna, contaron con el apoyo de toda la nobleza castellana, incluida la que había formado parte de la facción encabezada por los infantes de Aragón, lo que resultó decisivo en el desenlace de la misma. Los ejércitos castellanos lograron apoderarse de todas las posesiones que tenían los infantes de Aragón en Castilla, que fueron repartidas entre la alta nobleza castellana, empezando por el propio don Álvaro de Luna que obtuvo el cargo de administrador perpetuo de la Orden de Santiago, lo que le convirtió en el hombre más poderoso de Castilla. La corona únicamente se quedó el señorío de Medina del Campo, la localidad donde se había hecho efectivo el reparto el 17 de febrero de 1430.​

    El acuerdo que puso fin a las hostilidades, denominado treguas de Majano y que fue firmado en julio de 1430, supuso una completa derrota para los reyes de Aragón y de Navarra, pues no les serían devueltas sus posesiones a los infantes de Aragón ni percibirían una renta equivalente en metálico por las mismas, sino que solo se llegó al compromiso de que al finalizar la tregua que duraría cinco años ―período de tiempo durante el cual los infantes de Aragón no podrían entrar en Castilla― unos jueces resolverían las reclamaciones de los infantes. Estos términos tan duros fueron aceptados por los reyes de Aragón y de Navarra debido a su inferioridad militar, lo contrario de lo que había ocurrido cuando se negoció el Tratado de Torre de Arciel.16​ La paz definitiva se alcanzó seis años después con la firma de la Concordia de Toledo el 22 de septiembre de 1436 por los representantes de la Corona de Castilla, de la Corona de Aragón y del reino de Navarra. Como garantía del «contrato de paz y concordia» de Toledo se acordó el matrimonio del príncipe de Asturias don Enrique con la hija mayor del rey de Navarra doña Blanca.​

    En la guerra civil castellana de 1437-1445 tomó partido por la facción nobiliaria encabezada por su favorito el condestable de Castilla don Álvaro de Luna. Durante el transcurso de la misma fue obligado por la facción rival encabezada por el infante de Aragón y rey consorte de Navarra don Juan a desterrar de la corte a don Álvaro en dos ocasiones, la primera por seis meses (Acuerdo de Castronuño) y la segunda por seis años (Sentencia de Medina del Campo), y fue objeto de un secuestro instigado por don Juan conocido como el golpe de Rámaga. Esta facción, tras criticar duramente el gobierno de Álvaro de Luna a quien se llegó a acusar de homosexual, «lo que fue siempre más denostado en España que por alguna que hombre sepa», afirmó que había sido embrujado por el condestable: «el dicho condestable tiene ligadas e atadas todas vuestras potencias corporales e animales por mágicas e deavolicas encantaciones».​ Finalmente, la facción que él había apoyado y con la que había combatido ganó la guerra tras derrotar a la facción de los infantes de Aragón en la decisiva batalla de Olmedo de 1445. Sin embargo, como ha señalado el historiador Jaume Vicens Vives, la victoria en la guerra civil no sirvió para reforzar la monarquía castellana, aunque la «autoridad real recuperó gran parte de sus preeminencias en el país», sino que «sólo sirvió para una nueva distribución de prebendas y patrimonios», de la que los principales beneficiarios fueron el condestable don Álvaro y el príncipe de Asturias don Enrique.​

    En 1445, falleció María de Aragón y Juan, en segundas nupcias, se casó con Isabel de Portugal. El matrimonio se celebró en Madrigal de las Altas Torres el 17 de agosto de 1447.

    La reina infundió en Juan II un desapego creciente con el condestable Álvaro de Luna, quien fue arrestado, juzgado y ejecutado por degollamiento en la Plaza Mayor de Valladolid el 3 de junio de 1453. Muerto el condestable, fue sustituido en el gobierno por el obispo Barrientos.

    Juan II de Castilla falleció un año después, el 22 de julio de 1454, en la ciudad de Valladolid, diciendo en el momento de su muerte: «Naciera yo hijo de un labrador e fuera fraile del Abrojo, que no rey de Castilla». Fue sucedido en el trono por su hijo Enrique IV de Castilla.

    Sepultura

    Fue sepultado en la iglesia de San Pablo (Valladolid) hasta que sus restos fueron trasladados de este lugar a la Cartuja de Miraflores junto a su segunda esposa, Isabel de Portugal y su hijo el infante Alfonso de Castilla, por orden de su hija Isabel la Católica. El sepulcro de Juan II e Isabel de Portugal, realizado en alabastro, es obra del escultor Gil de Siloé.

    En el año 2006, con motivo de la restauración de la Cartuja de Miraflores, la Dirección General de Patrimonio y Bienes Culturales de la Junta de Castilla y León decidió realizar el estudio antropológico de los restos mortales de Juan II de Castilla y de su segunda esposa, quienes estaban enterrados en la cripta bajo el sepulcro real, así como el estudio de los restos depositados en el interior del sepulcro del infante Alfonso de Castilla, cuyo sepulcro está colocado en un lateral de la misma iglesia. El estudio antropológico fue realizado por Luis Caro Dobón y María Edén Fernández Suárez, investigadores del área de Antropología Física de la Universidad de León. El esqueleto del rey Juan II de Castilla estaba casi completo, a diferencia del de su esposa, la reina Isabel de Portugal, del que solamente quedaban varios huesos.

    Semblanza y personalidad

    Fué este ilustrísimo Rey de grande y hermoso cuerpo, blanco y colorado mesuradamente, de presencia muy real: tenía los cabellos de color de avellana mucho madura: la nariz un poco alta, los ojos entre verdes y azules, inclinaba un poco la cabeza, tenía piernas y pies y manos muy gentiles. Era hombre muy trayente, muy franco, é muy gracioso, muy devoto, muy esforzado, dábase mucho á leer libros de Filósofos é Poetas: era buen eclesiástico, asaz docto en la lengua latina, mucho honrador de las personas de sciencia: tenía muchas gracias naturales, era gran músico, tañía é cantaba é trovaba, é danzaba muy bien, dábase mucho á la caza,​ cavalgaba pocas veces en mula, salvo habiendo de caminar: traía siempre un gran bastón en la mano, el qual le parescía muy bien.
    Fernán Pérez de Guzmán, Crónica del Señor Rey don Juan

    El mismo Fernán Pérez de Guzmán valora así su personalidad y actitud para reinar:

    De aquesta virtud /el buen entendimiento/ fue ansí privado e menguado este rey, que aviendo todas las gracias suso dichas, nunca una ora sola quiso entender nin trabajar en el regimiento aunque en su tiempo fueron en Castilla tantas revueltas e movimientos e daños e males e peligros quantas no ovo en tiempo de reyes pasados por espacio de doscientos años, de lo qual a su persona e fama e reino venía asaz peligro.
  • Alfonso VIII de Castilla

    Alfonso VIII de Castilla

    Alfonso VIII de Castilla, llamado «el de Las Navas» o «el Noble» (Soria, 11 de noviembre de 1155 – Gutierre-Muñoz, del domingo 5 al lunes 6 de octubre de 1214​), fue rey de Castilla​ entre 1158 y 1214. Hijo y sucesor de Sancho III y de Blanca Garcés de Pamplona, derrotó a los almohades en la batalla de Las Navas de Tolosa, librada en 1212, y fue sucedido en el trono por su hijo Enrique.

    Orígenes familiares

    Por parte de padre era descendiente de los reyes de Castilla y de León de la Casa de Borgoña y de los Condes de Barcelona, y por parte de madre, de los reyes de Pamplona y de Rodrigo Díaz de Vivar.

    Minoría de edad

    Hijo de Sancho III «el Deseado», rey de Castilla, y de Blanca Garcés de Pamplona, a la muerte de su padre solo contaba tres años de edad, por lo que se designó como tutor a Gutierre Fernández de Castro y como regente a Manrique Pérez de Lara, para equilibrar a las poderosas familias Castro y Lara. Esta rivalidad derivó en una guerra civil y en un período de incertidumbre que fue aprovechado por los reinos vecinos y así, en 1159, el rey navarro Sancho VI se apoderó de Logroño y de amplias zonas de La Rioja, mientras que el tío del joven Alfonso, el rey leonés Fernando II, se apoderó de la ciudad de Burgos.

    En 1160, los partidarios de la Casa de Lara, capitaneados por Nuño Pérez de Lara, fueron derrotados por los miembros de la Casa de Castro, dirigidos por Fernando Rodríguez de Castro el Castellano, en la Batalla de Lobregal, librada en las cercanías de la localidad de Villabrágima, en la provincia de Valladolid.

    La proximidad de Fernando II, aliado de los Castro, al lugar donde los Lara custodian a Alfonso VIII hace que estos lo trasladen a Soria. Allí estuvo desde 1158 hasta 1162, cuando los Lara deciden entregárselo a Fernando II de León, que ya había conquistado las ciudades de Segovia y Toledo. Lo impide la intervención de un hidalgo, quien sacó al pequeño del palacio real, poniéndolo bajo la custodia de las villas leales del norte de Castilla, primero en el castillo de San Esteban de Gormaz y después en Atienza y Ávila, ciudad que desde entonces recibe el título honorífico de «Ávila del Rey» o «Ávila de los Leales» por la defensa que hizo del joven monarca. Así mismo, la estancia de Alfonso en Atienza dio origen al nacimiento de la popular celebración de La Caballada, que se celebra todos los años en esta villa el Domingo de Pentecostés.

    Primer período del reinado

    Al alcanzar la mayoría de edad en 1170, Alfonso VIII fue proclamado rey de Castilla en las Cortes que se convocaron en Burgos, tras lo cual se concertó su matrimonio con Leonor de Plantagenet, hija de Enrique II de Inglaterra y de Leonor de Aquitania, que aportó como dote el condado de Gascuña. El enlace real se celebró en la ciudad aragonesa de Tarazona.

    Su primer objetivo como monarca fue recuperar los territorios perdidos durante su minoría de edad. Para ello se alía con el rey Alfonso II el Casto. Junto al monarca aragonés, Alfonso VIII atacó al navarro Sancho VI en 1173, logrando arrebatarle los territorios que este había tomado durante su minoría de edad. Tras ello reforzó su alianza con Alfonso II al concertar el matrimonio de este con su tía, Sancha de Castilla.

     

    Presionado por los ataques almohades, desde 1174 tuvo que ceder a las órdenes militares algunos territorios hasta entonces de realengo para su mejor protección, como las villas de Maqueda y Zorita de los Canes a la Orden de Calatrava, o la villa de Uclés a la Orden de Santiago, siendo desde entonces Uclés la casa principal de esta última orden militar. Desde esta plaza inicia una ofensiva contra los musulmanes, que culmina con la reconquista de Cuenca en 1177. La ciudad se rindió el 21 de septiembre, festividad de San Mateo, celebrada desde entonces por los conquenses.

    Alfonso VIII fue el fundador del primer estudio general español, el Studium generale de Palencia (germen de la universidad), que decayó tras su fallecimiento. Además, su corte sería un importante instrumento cultural, que acogería trovadores y sabios, especialmente por la influencia de su esposa Leonor (hija de Leonor de Aquitania y hermana de Ricardo Corazón de León).

    En 1179 firma con su aliado el rey aragonés el Tratado de Cazola, por el que ambos monarcas se reparten sobre el papel, ya que no tuvo resultados reales, los territorios del reino navarro y además fijan las zonas de conquista de los territorios musulmanes que cada monarca puede emprender variando el hasta entonces vigente Tratado de Tudilén que habían firmado Alfonso VII de León y Ramón Berenguer IV de Barcelona. Por el nuevo Tratado de Cazola, el reino de Murcia —cuya conquista correspondía a Aragón— pasaba a Castilla y a cambio el rey aragonés Alfonso II se vio libre del vasallaje que debía a Alfonso VIII.

    El 12 de enero de 1180, el rey se encontraba en Carrión de los Condes, firmando el Fuero de Villasila y Villamelendro tras la petición efectuada por los clérigos​ de las citadas villas.​

    Tras fundar Plasencia en 1186, y con intención de unificar a la nobleza castellana, relanza la Reconquista, recupera parte de La Rioja que estaba en manos navarras y la reintegra a su reino. Establece una alianza con todos los reinos peninsulares cristianos –a la sazón, Portugal, León, Castilla, Navarra y Aragón– para proseguir ordenadamente conquistando las tierras ocupadas por los almohades.

    En 1188 se reúne en Carrión de los Condes con su primo Alfonso IX, que acababa de suceder a su padre Fernando II como rey de León. Ambos monarcas firman un pacto de buena voluntad que Alfonso VIII pronto romperá para, aprovechando la debilidad del nuevo rey leonés en su propio reino, invadir León y hacerse con varias poblaciones, entre las que destacan Valencia de Don Juan y Valderas, y que inició un período de hostilidades que finalizaría el 20 de abril de 1194 con la firma del Tratado de Tordehumos, en el que el rey castellano se comprometía a devolver los territorios conquistados y el leonés se comprometía a contraer matrimonio con la hija de Alfonso VIII, Berenguela y, si el leonés Alfonso IX moría sin descendencia, se pactó que el reino de León pasaría a ser anexionado por Castilla.

    Alfonso VIII se rodeó por entonces de prestigiosos intelectuales en su corte; tuvo por cancilleres al docto Diego García de Campos, quien le dedicó su Planeta, y al arzobispo de Toledo e historiador Rodrigo Jiménez de Rada.

    Batalla de Alarcos (1195)

    El acuerdo con el reino de León permite a Alfonso VIII romper la tregua que mantenía con los almohades desde 1190 e inicia incursiones que, de la mano del arzobispo de Toledo Martín López de Pisuerga, llegan hasta Sevilla.

    El califa almohade Abu Yaqub Yusuf al-Mansur, que se encontraba en el norte de África, cruza el Estrecho de Gibraltar y desembarca en Tarifa al frente de un poderoso ejército con el que se dirige hacia tierras castellanas. Alfonso VIII recibe la noticia y reúne a su ejército en Toledo y aunque consiguió el apoyo de los reyes de León, Navarra y Aragón para hacer frente a la amenaza almohade, no espera la llegada de dichas tropas y se dirige hacia Alarcos, una ciudad fortaleza en construcción situada a pocos kilómetros de la actual Ciudad Real, junto al río Guadiana, donde el 19 de julio de 1195 sufre una estruendosa derrota que supuso una importante pérdida de territorio y la fijación de la nueva frontera entre Castilla y el Imperio almohade en los Montes de Toledo. Los almohades incluso invadieron el valle del Tajo y asediarían Toledo, Madrid y Guadalajara en el verano de 1197.

    Batalla de las Navas de Tolosa

    Alfonso VIII se encontró en una peligrosa situación que le llevó a la posibilidad de perder Toledo y todo el valle del Tajo, por lo que el rey solicitó desde 1211 al papa Inocencio III la predicación de una cruzada a la que no solo respondieron sus súbditos castellanos, sino también los aragoneses con su rey, Pedro II el Católico, los navarros dirigidos por Sancho VII el Fuerte, las órdenes militares, como las de Calatrava, del Temple, de Santiago y de Malta, además de caballeros cruzados franceses, occitanos y de toda la Cristiandad.

    Con todos ellos y tras la recuperación de enclaves del valle del Guadiana (como el castillo de Calatrava) alcanzó la esperada victoria sobre el califa almohade Muhámmad an-Násir (llamado en las crónicas Miramamolín, que quiere decir Comendador de los creyentes) en la batalla de las Navas de Tolosa, librada el 16 de julio en las inmediaciones de Santa Elena (Provincia de Jaén), seguida inmediatamente por la batalla de Úbeda, que abrió definitivamente el valle del Guadalquivir al reino de Castilla. Un año más tarde, lograba lo propio en la plaza de Alcaraz, consolidando el poder castellano en toda la meseta manchega.

    Muerte y sepultura

    Alfonso VIII falleció del domingo 5 al lunes 6 de octubre de 1214​ en un pequeño pueblo del alfoz de la Comunidad de Villa y Tierra de Arévalo, Gutierre-Muñoz, dejando constancia de ello el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada en su obra De rebus Hispaniae:

    Habiendo cumplido LIII años en el Reyno el noble Rey Alfonso, llamó al Rey de Portugal su yerno para verse con él; y habiendo empezado su camino dirigido a Plasencia, última ciudad de su dominio, empezó a enfermar gravemente en cierta aldea de Arévalo que se llama Gutierre Muñoz, donde últimamente, agravado de una fiebre, terminó la vida y sepultó consigo la gloria de Castilla, habiéndose confesado antes con el arzobispo Rodrigo, y recibido el sumo Sacramento del Viático, asistiéndole Tello, obispo de Palencia, y Domingo, de Plasencia.

    El rey y su esposa Leonor recibieron sepultura en el Monasterio de Santa María la Real de Las Huelgas en Burgos que él mismo había fundado.

    Cancilleres y cultura en la época de Alfonso VIII

    Alfonso VIII tuvo por canciller al arzobispo de Toledo e historiador Rodrigo Jiménez de Rada desde 1163 hasta 1178 (salvo dos años, en 1168 y 1169, en que lo fue Martín Fernández). En 1178 lo fue en abril y mayo Guillermo de Hastaforte, arcediano de Toledo, y en los cuatro años de 1178 a 1182 lo fue Pedro de Cardona, arzobispo electo de Toledo, tempranamente fallecido,​ si bien el canciller ya había depositado bastante confianza en sus notarios reales subalternos, en especial en Pedro de la Cruz, quien ya había trabajado a las órdenes de Rodrigo y Guillermo. De 1182 hasta 1192 asumió el cargo de canciller Gutierre Rodríguez, hijo de Rodrigo Gutiérrez Girón, el que durante veinte años fuera mayordomo del rey (1173-1193), a cuyas órdenes estuvieron los notarios reales Geraldus, arcediano de Palencia, y Mica, este último provisto de un excelente estilo latino. Por último, de 1192 a 1214 fue canciller el docto escritor Diego García de Campos, autor del Planeta, quien también lo fue en parte del reinado de Enrique I de Castilla.

    Alfonso VIII protegió la cultura en general, como ha documentado Antonio Sánchez Jiménez; y la reina Leonor Plantagenet era aficionada a la poesía trovadoresca, de forma que en su Corte se hallaron los trovadores Peire d’Alvernha, Guillem de Bergadá, Giraut de Bornelh, Peire Vidal, Guillem de Cabestany, Guiraut de Calanson, Raimon Vidal de Besalú, Guilhem Ademar, Aimeric de Peguilhan. Raimon Vidal de Besalú describe así una velada poética ante los monarcas:

    Quiero contaros una historia que escuché recitar a un juglar en la corte del rey más sabio que nunca haya habido en cualquier religión, del rey Alfonso de Castilla, que era hospitalario y dulce, juicioso, valiente, cortés y experto en caballería. No había sido ungido ni consagrado, pero estaba coronado de méritos, de buen juicio, de lealtad, de valor y de arrojo. El rey hizo reunir en su corte a muchos nobles, caballeros y juglares. Cuando la corte estuvo completa, vino la reina Leonor, cuyo cuerpo nadie había visto antes. Venía ceñida en un manto de seda, bueno y bello, que se llama ciclatón; era rojo, con una banda de plata, en el cual estaba divisado un león de oro. Se inclinó ante el rey, y después se sentó en un aparte lejos de él. Entre tanto, he aquí que comparece un juglar, inadvertidamente, ante el franco rey, y con buen semblante le dice: -«Rey, emperador en mérito, vengo ante vos para suplicaros que, si os place, sea oído y escuchado lo que tengo que decir». Y el rey dice: -«Perderá mi amor el que hable de ahora en adelante hasta tanto no haya dicho todo lo que pensaba». Con esto, el avezado juglar dice: -«Franco rey, adornado de virtudes, he venido aquí desde mi morada hasta vos, para decir y recitar una aventura que acaeció, en la tierra de la que vengo, a un vasallo aragonés…»

    El canciller Rodrigo Jiménez de Rada compuso en latín obras tan importantes como Historia gotica o Rerum in Hispania Gestarum Libri IX, la Ostrogothorum Historia, la Historia Hunorum, Vandalorum, Sueuorum, Alanorum et Silingorum, la Historia Arabum y la Historia Romarorum; mandó además traducir el Corán al latín a Marcos de Toledo. Ya se ha mencionado el Planeta de Diego García de Campos; pero también la literatura en castellano progresó: en su reinado se escribió el Cantar de mio Cid, ejemplo maestro del llamado mester de juglaría, y el Libro de Alexandre, modelo que el mester de clerecía siguió y donde se propone de hecho un ideal cortesano y político o espejo de príncipes en la persona de Alejandro Magno, fuera de que su anónimo autor se había formado sin duda en los estudios generales de Palencia fundados por el rey. En todo caso, el reinado del gran monarca se cierra con un gran poema latino, el Planctus de morte Adefonsi VIII regis, conservado con su melodía en el Códice musical de las Huelgas.

    Matrimonio y descendencia

    El rey se casó en septiembre de 1170 en Tarazona con Leonor Plantagenet, hija de Enrique II de Inglaterra y de Leonor de Aquitania. El matrimonio se efectuó cuando los contrayentes tenían 14 y 10 años, respectivamente.​ La influencia política y cultural de la reina fue notable.

    La pareja tuvo diez hijos de los que quede constancia documental, aunque es probable la existencia de otros hijos no documentados sobre todo dado que hay años en los cuales no se recoge ningún nacimiento teniendo en cuenta que los nacimientos de la pareja se produce cada poco tiempo.​La aparición de restos óseos en las tumbas reales pueden avalar esa tesis, en concreto al menos dos.

    • Berenguela (Segovia, 1 de junio de 1179 – Monasterio de las Huelgas, 8 de noviembre de 1246), reina de Castilla y esposa de Alfonso IX de León;
    • Sancho (5 de abril de 1181 – 9 de julio de 1181), el primer hijo varón que falleció con tres meses de edad;
    • Sancha (1182-1184). Su última aparición en la documentación fue en el año 1184. Está enterrada en el panteón familiar en el Monasterio de las Huelgas.​
    • Urraca (1186 – 2 de noviembre de 1220), reina consorte de Portugal por su matrimonio en 1211 con Alfonso II de Portugal;
    • Blanca (Palencia, 1188 – Melun, 1252), reina consorte de Francia por su matrimonio en 1200 con Luis VIII y fundadora del monasterio de monjas cistercienses de Maubuisson.
    • Fernando (Cuenca, 29 de noviembre de 1189 – Madrid, 14 de octubre de 1211), heredero;
    • Mafalda de Castilla (Plasencia, 1191 – Salamanca 1204);
    • Leonor ( 1190-1244), reina consorte de Aragón por su matrimonio en 1221 con Jaime I de Aragón;
    • Constanza de Castilla (m. 2 de enero de 1243), señora del monasterio cisterciense de Santa María la Real de Las Huelgas en Burgos;
    • Enrique (14 de abril de 1204 – Palencia, 1217), sucesor de Alfonso VIII, con el nombre de Enrique I.
  • Fernando Díaz conde de Castilla y Alava

    Fernando Díaz conde de Castilla y Alava

    Fernando Díaz (fl. 917-924), conde y tenente en Lantarón y Cerezo. Hijo de Diego Rodríguez, aparece gobernando Latarón y Cerezo en 923.

    En 917, después de la muerte del conde Gonzalo Fernández, aparece como conde en Castilla un Fernando, sin mencionar su patronímico. Este conde Fernando pudo haber sido o bien Fernando Díaz o el conde Fernando Ansúrez.2​ En enero de 918, Fernando Díaz también aparece suscribiendo un diploma en la Catedral de León como Fredinandus Didazi, comes.

    Acompañó a las tropas de los reyes Ordoño II de León y Sancho Garcés I de Pamplona en la conquista de La Rioja que fue definitiva en 924.

    Tuvo por lo menos dos hermanos: Gómez Díaz, alférez del conde Fernán González,​ y Gonzalo Díaz.

    Existe un documento datado el 28 de marzo de 913, reinando el rey Vermudo en León y el conde Fernando Díaz en Lantarón. Sin embargo, el año consignado es erróneo ya que en ese año no reinaba Bermudo II y en esas fechas, el conde todavía lo era Gonzalo Téllez. El historiador Gonzalo Martínez Díez corrige el año a 923.

    Hacia el Gobierno de Castilla

    En el año 919 aparece como conde de Álava Munio Vélaz, por lo que es factible que a partir de ese momento ya sólo fuera conde de Castilla. Acompañó al rey Ordoño II en su campaña de conquista de La Rioja en el verano del 923 en la que el rey leonés ocupó Nájera. En ese momento se produjo la fundación del monasterio de Santa Coloma en la que vuelve a aparecer el conde Fernando Díaz acompañando al rey y por delante de Álvaro Herramélliz, nuevo conde de Álava, el 20 de octubre del 923.5

    Su gobierno coincide prácticamente con el del rey Ordoño II y es posible que fuera destituido de sus cargos tras la muerte del rey Ordoño II (924) y que Fruela II nombrará nuevos condes. En Castilla y Burgos aparece Nuño Fernández, posible hermano del conde Gonzalo Fernández; en Álava, Lantarón y Cerezo gobierna el conde Álvaro Herramélliz.

  • Enrique I de Castilla

    Enrique I de Castilla

    Enrique I de Castilla (Valladolid, 14 de abril de 1204-Palencia, 6 de junio de 1217)1​ fue rey de Castilla​ entre 1214 y 1217, año en que falleció como consecuencia de un accidente en la ciudad de Palencia. Fue el décimo hijo de Alfonso VIII y de su esposa, la reina Leonor de Plantagenet. Le sucedió en el trono su hermana la reina Berenguela, quien después renunció en su hijo, el futuro rey Fernando III.

    Fue hijo de Alfonso VIII de Castilla y de su esposa,​ la reina Leonor de Plantagenet. Sus abuelos paternos fueron los reyes Sancho III de Castilla y su esposa Blanca Garcés de Pamplona y los maternos el rey Enrique II de Inglaterra y su esposa Leonor de Aquitania. Sus hermanos fueron, entre otros, la reina Berenguela de Castilla, la reina Blanca de Castilla, que contrajo matrimonio con Luis VIII de Francia, y la reina Urraca de Castilla, que se desposó con Alfonso II de Portugal.

    Su vida

    Hijo menor de Alfonso VIII y de Leonor de Plantagenet, la muerte de sus hermanos varones y la de su padre, Alfonso VIII, ocurrida en el año 1214, le llevó a heredar el trono paterno cuando contaba con diez años de edad.

    La minoría de edad del rey Enrique supuso la apertura de un período de regencia.​ Su padre, en su testamento redactado poco antes de morir, había confiado la tutela a la reina Leonor quien, sin embargo, falleció veinticuatro días después. Antes de fallecer, la reina había confiado la guarda y custodia del joven rey a su hija y hermana mayor de Enrique, la reina Berenguela,​ que residía en la corte castellana desde que su matrimonio con Alfonso IX de León había sido anulado en 1204 por el papa Inocencio III.

    La regencia de la infanta Berenguela fue importunada por los miembros de la Casa de Lara,​ familia de la alta nobleza castellana que ya se había destacado por su intervención política durante la minoría de edad del difunto Alfonso VIII de Castilla, período en el que fue combatida por la Casa de Castro. Encabezados por el conde Álvaro Núñez de Lara,​ los miembros de la Casa de Lara se negaron a apoyar a la infanta Berenguela como regente del reino y la obligaron a renunciar a la regencia de su hermano para evitar los conflictos que caracterizaron los primeros años del reinado de su padre Alfonso VIII, cuando llegaron a producirse choques armados como la batalla de Lobregal o la de Huete. En realidad, el corto reinado quedó marcado por la lucha entre dos facciones de la nobleza: la de los Lara y la que respaldaba a Berenguela, compuesta principalmente por los Girón, Téllez, Haro y Cameros. La disputa causó daños en diversas partes del reino, en especial, en la Tierra de Campos.​ La Casa de Lara alcanzó su apogeo político en Castilla durante el corto reinado de Enrique, si bien ya habían sido el linaje más favorecido en los últimos años de Alfonso VIII. La familia contaba no solo con estratégicas posesiones en la frontera castellano-leonesa, sino también amplias posesiones en León.

    La tutela del conde de Lara produjo desavenencias entre la nobleza castellana,​ puesto que sus miembros temían el poder que con ella obtenían los miembros de la Casa de Lara, que desde un primer momento maniobraron a fin de consolidar su posición, concertando para ello, en el año 1215, el matrimonio de Enrique I de Castilla con la infanta Mafalda de Portugal, hija del rey Sancho I de Portugal. El matrimonio del rey se celebró en la ciudad de Burgos antes del día 29 de agosto, aunque nunca fue consumado y fue anulado al año siguiente, en 1216, por el papa Inocencio III, debido al grado de parentesco que había entre ambos cónyuges. Los dos bandos nobiliarios enfrentados buscaron la colaboración del rey portugués; en el verano de 1216 Enrique firmó con él un tratado de paz que favorecía al bando de los Lara.

    La anulación del matrimonio del rey impulsó a Álvaro Núñez de Lara a concertar un nuevo matrimonio con Sancha, hija del rey Alfonso IX de León, pretendiendo con ello unir los reinos de Castilla y León y apartar de la línea sucesoria de ambos reinos al infante Fernando de León y Castilla, hijo de la reina Berenguela y de Alfonso IX de León. El matrimonio no llegó a celebrarse debido a la defunción de Enrique.

    Muerte y sepultura

    Enrique falleció a los trece años de edad de modo accidental, y como consecuencia de una herida recibida en el Palacio episcopal de Palencia mientras jugaba con otros niños. Los Anales Toledanos Primeros refieren del siguiente modo la muerte de Enrique I de Castilla, ocurrida el 6 de junio de 1217 cuando tenía trece años, un mes y veintitrés días de edad:

    El rey don Enric trevellaba con sus mozos e firiolo un mozo con una piedra en la cabeza non por su grado e murió ende VI días de junio en día de martes era MCCLV

    Después de su defunción, el cadáver del rey Enrique fue conducido por el conde Álvaro Núñez de Lara al municipio de Tariego de Cerrato, situado entre las ciudades de Burgos y Dueñas, a fin de ocultar su muerte. Su hermana Berenguela, que le sucedió en el trono castellano, sin embargo se apoderó de la ciudad de Dueñas y envió a los obispos de Palencia y de Burgos a hacerse cargo de los restos mortales del difunto rey y posteriormente los acompañó hasta el monasterio de las Huelgas de Burgos donde recibieron sepultura. El fallecimiento del rey agravó las luchas intestinas y la crisis del reino

  • Sobre el Reino de Canarias y la Corona de Castilla

    Sobre el Reino de Canarias y la Corona de Castilla

    Hoy, que vemos con dolor y pena los estragos producidos por el Volcán de la Palma y el sufrimiento de nuestros hermanos del pueblo Canarios, cabe recordar la historia de la conquista y población de este reino insultar, ligado al igual que muchos otros, a la Corona Castellana.

    Canarias fue un reino perteneciente a la Corona de Castilla, igual que los diferentes reinos andaluces, León, Murcia, Galicia y otros. Ante la continua manipulación y tergiversación de la historia. Vale la pena recordar en este caso, al de Canarias y cual fue su historia.

    El primer paso para la integración de las Canarias con la península ibérica tuvo lugar en el año 1344. Don Luis de la Cerda, uno de los bisnietos del rey de Castilla Alfonso X el Sabio, era entonces embajador en la corte papal. El pontífice Clemente VI, conocedor que desde la costa africana se estaba empezando a infiltrar el islamismo, decidió encomendarle la cristianización de las islas, a cuyo efecto el encargó la ocupación del archipiélago. Aunque no llegó a tomarlas por su muerte en el 1346.

    Desde 1344 se intensificó el trato con las islas y se inició su evangelización con algunos misioneros que se instalaron en las Canarias. Pero el más singular fue un particular llamado Fernando Ormel, quien a su costa edificó la primera capilla en La Gomera. En el año 1412 llegó a las Canarias una flotilla de tres barcos mandada por un marino aventurero llamado Juan de Béthencourt.

    Este francés que no estaba al servicio del rey de Francia pretendía emular a De la Cerda y obtener el derecho de colonizar las islas por mandato papal, pero a título de rey. El rey de Castilla Enrique III el Doliente, ocupado en Portugal y los moros en Granada, no quiso atender ni reclamar sobre ellas la soberanía.

    Por lo que en un alarde de audacia y astucia, Béthencourt mandó vocear por las calles un pregón que le proclamaba rey de las islas Canarias. Si las autoridades no se oponían es que admitían dicho pregón y le autentificaban como monarca. Así fue, por lo que una flota de tres naos salió del puerto de la Torre del Oro, Guadalquivir abajo (Sevilla), en ruta hacia las Canarias. Llevaba medio centenar de franceses y algunos alemanes. Trató de desembarcar en Gran Canaria y tomar posesión de ella, pero los guanches los rechazaron dando muerte a la mitad de sus hombres.

    Entonces, Béthencourt optó por apoderarse primero de las cuatro islas menores: Lanzarote, Fuerteventura, La Gomera y el Hierro. El desembarco en La Gomera fue pacífico. Aunque apresó por sorpresa al cacique que le había recibido con amistad. Los demás guanches intentaron huir despavoridos, pero fueron capturados y tratados como esclavos.

    En la isla de Hierro hizo lo mismo. Aunque le duró poco la alegría. Béthencourt murió sin haber haber disfrutado de su título de rey ni de la fortuna que había amasado. A su muerte dejó como heredero a su sobrino Maciot de Béthencourt.

    Con posterioridad y por orden de la reina doña Catalina, que era regente por la minoría de edad de su hijo Juan II, el jefe de la marina castellana, Pedro Barba de Campos, compró a Maciot de Béthencourt los derechos del reino, manteniendo así en manos española las islas Canarias, bajo una tutela indirecta de Castilla. Una vez cumplida su misión traspasó los derechos y el reino feudatario a otro caballero sevillano, Fernán Pérez de Sevilla, citado por Cervantes en el Quijote.

    De ahí pasaron a Don Enrique de Guzmán, conde Niebla, que se convirtió en el quinto rey de Canarias. Su preocupación fue fortalecer las costas, siempre prestas a rechazar cualquier incursión de los marroquíes y mauritanos, así como de los piratas que merodeaban las rutas portuguesas y molestaban a los pescadores españoles.

    Guzmán murió en su intento de conquistar Gibraltar, perdida en el siglo anterior, en 1436. Había dejado como heredero a don Juan Alonso de Guzmán, su primogénito. También tuvo la obligación de defender toda la costa de Andalucía.

    Alfonso de las Casas se convirtió en el sexto rey de Canarias, quien cedió la difícil y gran empresa de conquistar y evangelizar las tres islas grandes que restaban por incorporar a su hijo Guillén. A él se le debe la consolidación de la religión católica en el archipiélago. No tuvo descendencia y fue su sobrina, Inés de las Casas, la heredera.

    Los Reyes Católicos comenzaron a apremiar a los reyes canarios en la adquisición de las tres islas mayores. Fernán Peraza, marido de Inés, reunió una flota de tres fragatas bien armadas y un contingente de 200 ballesteros españoles y 300 infantes canarios. El objetivo era apoderarse de la isla de La Palma. Pero cayeron derrotados a manos de los correosos guanches.

    La hija de ambos, Inés Peraza de las Casas, era menor de edad cuando se produjo la muerte de sus padres. Su orfandad fue tutelada por el conde de Niebla y duque de Medina Sidonia. La casó a los 18 años con Diego de Herrera, y tras la boda, marcharon a La Gomera para hacerse cargo del reino. Tras el desastre militar anterior, los Reyes Católicos se vieron obligados a enviar tropas a Gran Canaria. Isabel y Fernando decidieron intervenir y asumir por su cuenta la conquista de las islas grandes y tomar para Castilla el ordenamiento de las Canarias. Se había acabado la autoridad de los reyes de Canarias. Y el sistema feudatario.

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  • Conquista de Alcalá de Guadaira

    Conquista de Alcalá de Guadaira

    or los años 1245 á 1248, ocuparon los cristianos la fortaleza de Alcalá de Guadaira, que como primicias de la expedición dió el Rey Ferdeland (Fernando IIIal Rey Moro de Granada.

     Ganóla, dice Pedro León Serrano, el Santo Rey Fernando sin pelear el 21 de Septiembre de , un año y más antes que a Sevilla. Su restauración, dice Rodrigo Caro, fue principio de la ciudad; porque apoderado el Santo Rey de Alcalá, no le quedaba esperanza alguna á los moros, pues tan sobre sí tenían tan poderoso Rey con tal y tan escogido egército, haciéndole espaldas este fuerte y casi inespugnable castillo.
     Había salido el Santo Rey de Córdoba seguido de los infantes D. Enrique su hijo y D.Alonso de Molina su hermano; los Maestres de Santiago D.Pelay Pérez Correa, de Calatrava D. Fernando Ordóñez, D.Gutier Suárez de Meneses, D, Diego Sanchez de Bines, los Concejos de Córdoba y Andujar y otros de la frontera y muchos ilustres particulares que la cortedad de las historias incluye en confuso, á que se agregó con 500 de á caballo el Rey de Granada, obligado a asistir personalmente en todas las conquistas. 

    El Rey Sto. se volvió a invernar a Jaén, quedando por frontero en Alcalá de Guadaira D. Rodrigo Álvarez (Que por ella se apellido de Alcalá aunque su linage era de Lara).  Mas se debe advertir que aun estando San Fernando en Alcala,dicen sus actas y la crónica que se le anuncia la muerte de su madre Doña Berenguela, que fue llorada por todas las ciudades, villas y lugares de Castilla; más Fr. José Alvarez de la Fuente dice murió año 1245 estando San Fernando en Córdoba; añade que Alcalá se rindió por los años 1244 y 1245; que en 1246 casó D.Alonso 10 y que en 1247 entretuvo San Fernando los calores en Alcalá, en cuyo año á 20 de agosto puso sitio a Sevilla. 

    El cotejo y reflexión sobre estas citas y otras que llevo antes apuntadas, me hace fijar la época de la rendición de Alcalá en 1246. Yo á la verdad, estaba persuadido que la entrega de este pueblo había sido en 1247, fundado en la voz común de la villa y en las actas de Daniel Papebroquio que fija el año 1247, en el que también dice murió la Reina Doña Berenguela. Muchas y diferentes opiniones hay sobre la muerte de esta Reina, como puede verse en el Padre Flores, Reinas Católicas, concluyendo este fue su muerte á 8 de Noviembre de 1246, en cuyo año también la refiere Zúñiga, y el mismo pone la marcha del egército cristiano y entrega de Alcalá al Rey Moro de Granada, como queda dicho, habiendo empezado á campear en el otoño y después del 15 de septieembre. Como la marcha hasta Alcalá fue sin oposición alguna y nada resistió, no parece extraño fije yo su entrega en 21 de Septiembre, día de San Mateo, de 1246; pues siguiendo al mismo Zúñiga que en todo procede con tino y crítica dice que dicho año se volvió San Fernando a invernar a Jaén, quedando ya por frontero y que en el siguiente de 1247 al calentar la primavera, salió el egército de Córdoba, y talando los campos de Carmona, su fortaleza desvió la intención de combatirla, por lo que recibiendo parias de los moros, se asentaron treguas por seis meses, los cuales cumplidos se entregaron con favorables condiciones. 

    Juan de la Cueva, en el libro 8º Poético de la conquista de la Bética, refiere que S.Fernando mandó al Maestre de Euclés, que con su gente pusiese fuego y talase los campos de Alcalá sino se rendía; que era el moro Mulease Alcaide de su Castillo y en él estaba la infanta Alguadaira hija del rey ; para quitarla del peligro la saca su tierno amante Botalhá, y la conduce a Sevilla guardada por Molut, Hacein, Seleiman, Alcaide de la frontera y otros moros valientes; en el camino una celada de cristianos compuesta de Pedro Pérez Quintana, Guillén Piera, D.Benito, Gonzalo Pérez, Nuño Ruiz Mancilla, Rui Muñoz de Medina y Blas Gallego, les salen al encuentro dan muerte á los ocho moros; mas pierden la vida D.Benito y Guillen Piera. Laatar y Mohaydin que administraban este pueblo se dividen en opiniones y bandos sediciosos que no pueden contener el Alcalde Mulease; y entre unos y otros se revuelve tan sangrienta lid, que con furor terrible se matan y destruyen aun los amigos y parientes; que sobre el mismo muro del castillo e ciñen en torno los nerviosos brazos de Mulease y Mami Hamete (que es como si dijeramos reñir a brazo partido) y caen los dos despeñados de lo alto.
     Continúa la discordia civil y en medio de tanta confusión piden a Mohaydiu se den las llaves al Rey Cristiano:

                   Clamando que se abriese
                    la puerta y al Rey Moro por Fernando,
                    posesion de la Villa se le diese.
                    Entonces Moahidin alzando
                    una bandera blanca que se viese
                    de lejos hizo abrir la fuerte puerta, 
                   que para nadie hasta allí fue abierta.
                   Verificada la rendicion de este pueblo y su castillo, sin probar la violencia de las armas, 
                  hechos reparos, puesta diligencia
                  en el seguro del, el Rey glorioso
                  sobre Carmona vuelve victorioso.

    La conquista tuvo que llevarse a cabo en 1247 y no 1246, si aceptamos que el rey Fernando III permaneció más de ocho meses en Jaén. Coincide con el Padre Flores en el vasallaje del Rey de Granada en la conquista, que resultó de una operación de tanteo con escasas fuerzas, que no serían suficientes para tomar Sevilla.  Queda sin embargo la posibilidad de que diéramos por cierta la fecha tradicional del 21 de septiembre de 1246 -festividad de San Mateo, que se erige entonces en Patrón de la ciudad hasta nuestros días- para ser entregada al Rey de Granada que posteriormente y en fiel vasallaje la transmite a su vez al de Castilla.

    Continua el artículo con un interesante resumen sobre el estatus jurídico en que quedan los mudéjares (habitantes musulmanes de la villa una vez conquistada) si bien no conservamos el documento de las capitulaciones:

    1) Mantenimiento de su ley y fueros.
    2) Permanencia de la tradicional comunidad (aljama) con la presidencia del alcaide y el consejo de los más viejos del lugar.
    3) Mantenimiento del régimen tributario anterior a 1246.
    4) Respetar costumbres y formas de vida tradicionales de los habitantes musulmanes: tiendas, molinos, baños, alhóndigas etc.
    5) Derecho a marchar libremente a donde quisieran si fuera su deseo.

    Gran parte de la población conquistada quedó en la villa, gobernada ahora por el alcaide Hamet Aben Payat.

    Es a partir de 1253, siete años después, cuando la población musulmana es trasladada de la villa al arrabal y vienen los primeros repobladores cristianos a ocupar las tierras, como pago a los servicios prestados en la conquista de Sevilla.

     

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  • El incendio de Valladolid

    El incendio de Valladolid

    El incendio de la ciudad de Valladolid del 21 de septiembre de 1561, en la Corona de Castilla, fue un suceso de la historia de la antigua ciudad capitalina de Valladolid que se saldó con la destrucción de una décima parte de la ciudad. La reconstrucción de la zona se realizó entre 1562 y 1576.

    En junio de 1561, el rey Felipe II decidió instalar de forma definitiva la capital de su imperio en Madrid, lo cual provocó un fuerte impacto en ciudades como Valladolid o Toledo. En el caso de Valladolid, propició el desmantelamiento de todo el entramado administrativo y comercial que atraía la presencia de la corte en la ciudad. En este caso Felipe, al igual que antes su padre, pretendía restar importancia y centralidad a su mayor y más rico reino, Castilla, aun a sabiendas del daño que provocaba.

    El incendio comenzó el domingo 21 de septiembre, en el entorno de la casa del platero de la ciudad, Juan de Granada. El fuerte viento del este, que varió después a suroeste, expandió el fuego en todas las direcciones dificultando su extinción. Duró 50 horas y se saldó con entre 3 y 6 muertos y con la destrucción de al menos 440 casas, entre ellas la plaza del Mercado y prácticamente todas las del barrio de artesanos que comprendía el caserío entre las calles de la Pasión y Teresa Gil.

    La catástrofe fue paliada en parte por la orden de Felipe II de proceder a la reconstrucción de la ciudad (la Corte se había trasladado el año anterior a Madrid), ya que el suceso había dejado grandes explanadas sin construir en el centro de la ciudad. Esto permitió que Valladolid se convirtiese en uno de los centros de desarrollo de los nuevos estilos que venían apareciendo en España: el herreriano y, posteriormente, el barroco. A esta etapa de construcción pertenecen la Catedral, la Plaza Mayor, considerada como la primera plaza regular de España, y la Iglesia de San Benito.

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  • Fernando IV de Castilla

    Fernando IV de Castilla

    Fernando IV de Castilla, llamado «el Emplazado»

    Nación en  Sevilla, el 6 de diciembre de 1285 y murió en Jaén, el 7 de septiembre de 1312), reinando la Corona de Castilla entre los años 1295 y 1312.

    Durante su minoría de edad, su crianza y la custodia de su persona fueron encomendadas a su madre, la reina María de Molina, mientras que su tutoría fue confiada al infante Enrique de Castilla el Senador, hijo de Fernando III de Castilla. En ese tiempo, y también durante el resto de su reinado, su madre procuró aplacar a la nobleza, se enfrentó a los enemigos de su hijo e impidió en varias ocasiones que Fernando IV fuese destronado.

    Hubo de enfrentarse a la insubordinación de la nobleza, capitaneada en numerosas ocasiones por su tío, el infante Juan de Castilla el de Tarifa, y por Juan Núñez II de Lara, quienes fueron apoyados en algunas ocasiones por Don Juan Manuel, nieto del rey Fernando III.

    Al igual que sus predecesores en el trono, Fernando IV prosiguió la empresa de la Reconquista y, aunque fracasó en su intento de conquistar Algeciras en 1309, se apoderó de la ciudad de Gibraltar ese mismo año, y en 1312 ocupó la plaza jienense de Alcaudete. Durante las Cortes de Valladolid de 1312, impulsó la reforma de la administración de justicia y la de todos los ámbitos de la administración, al tiempo que intentaba reforzar la autoridad real en detrimento del estamento nobiliario.

    Falleció en Jaén el 7 de septiembre de 1312, a los veintiséis años de edad, y sus restos mortales reposan en la actualidad en la iglesia de San Hipólito de Córdoba.

    Era hijo del rey Sancho IV de Castilla y de su esposa, la reina María de Molina. Por línea paterna era nieto de Alfonso X el Sabio y de la reina Violante de Aragón, hija de Jaime I de Aragón. Por parte materna era nieto del infante Alfonso de Molina, hijo del rey Alfonso IX de León, y de su esposa Mayor Alfonso de Meneses.

    Fue hermano, entre otros, del infante Pedro de Castilla, señor de los Cameros, del infante Felipe de Castilla y de Beatriz de Castilla, reina consorte de Portugal.

    Infancia del infante Fernando (1285-1295)

    El infante Fernando nació en la ciudad de Sevilla el 6 de diciembre de 1285. Fue bautizado en la Catedral de Sevilla por el arzobispo Raimundo de Losana e inmediatamente fue proclamado heredero de la Corona y recibió el homenaje de los notables del Reino.

    Su padre el rey encomendó a Fernán Pérez Ponce de León la crianza del infante, ya que había sido mayordomo mayor de Alfonso X. El infante y su ayo partieron hacia la ciudad de Zamora, donde residía la familia del tutor del infante. Asimismo el rey nombró a Isidro González y a Alfonso Godínez cancilleres del Infante, al tiempo que nombraba a Samuel de Belorado almojarife del príncipe. Fernán Pérez Ponce de León y su esposa, Urraca Gutiérrez de Meneses, influyeron notablemente en la formación del carácter del infante, y este último les demostraría, siendo ya rey, una profunda gratitud.

    Ya en su infancia se planteó la cuestión del matrimonio del infante, siendo deseo de Sancho IV elegir una esposa escogida de entre las princesas francesas, o bien de entre las portuguesas, decantándose por esta última casa reinante Sancho IV. En el acuerdo firmado por Sancho IV y el rey Dionisio I de Portugal en septiembre de 1291, se establecía el compromiso matrimonial entre el infante Fernando y la infanta Constanza de Portugal, hija del soberano portugués, que tenía aproximadamente dos años de edad. No obstante, a pesar del compromiso contraído con el monarca lusitano, en 1294, Sancho IV se planteó la posibilidad de desposar a su hijo con la infanta Blanca, hija de Felipe IV de Francia. La muerte de Sancho IV un año después puso fin a las negociaciones emprendidas con la corte francesa.

    Minoría de edad de Fernando IV (1295-1301)

    El 25 de abril de 1295 falleció el rey Sancho IV de Castilla en la ciudad de Toledo, dejando como heredero del trono al infante Fernando. Sepultado el rey en la Catedral de Toledo, la reina María de Molina se retiró al primitivo Alcázar de Toledo para guardar un luto de nueve días. La reina fue la encargada de ejercer la tutoría de su hijo, que solo contaba con nueve años de edad. A causa de la ilegitimidad de Fernando IV, debida al matrimonio deslegitimado de sus padres, la reina hubo de afrontar numerosos problemas para conseguir que su hijo permaneciera en el trono.

    A las luchas incesantes con la nobleza castellana, capitaneada por el infante Juan de Castilla el de Tarifa, que reclamaba el trono de su hermano Sancho IV de Castilla, y por el infante Enrique de Castilla el Senador, hijo de Fernando III y tío abuelo de Fernando IV, que reclamaba la tutoría del rey, se sumaba el pleito con los infantes de la Cerda, apoyados por Francia y Aragón y por su abuela la reina Violante de Aragón, viuda de Alfonso X. A ello se sumaron los problemas con Aragón, Portugal y Francia, que intentaron aprovechar la situación de inestabilidad que atravesaba la Corona de Castilla en su propio beneficio. Al mismo tiempo, Diego López V de Haro, señor de Vizcaya, Nuño González de Lara y Juan Núñez de Lara el Menor, entre otros muchos, sembraban la confusión y la anarquía en el reino.

    En las Cortes de Valladolid de 1295, el infante Enrique de Castilla el Senador fue nombrado tutor del rey, pero la reina María de Molina consiguió mediante el apoyo de las ciudades con voto en Cortes que la custodia de su hijo le fuera confiada a ella. Mientras se celebraban las Cortes de Valladolid de 1295, el infante Juan dejó la ciudad de Granada e intentó ocupar la ciudad de Badajoz, pero, al fracasar en su intento, se apoderó de Coria y del castillo de Alcántara. Pasó después al reino de Portugal, donde presionó al rey Dionisio I de Portugal para que declarase la guerra a la Corona de Castilla y, al mismo tiempo, para que apoyase sus pretensiones al trono.

    En el verano de 1295, terminadas las Cortes de Valladolid, la reina y el infante Enrique se entrevistaron en Ciudad Rodrigo con el rey Don Dionís de Portugal, al que la reina entregó varias plazas situadas junto a la frontera portuguesa. En la entrevista de Ciudad Rodrigo se acordó que Fernando IV contraería matrimonio con la infanta Constanza de Portugal, hija del rey de Portugal, y que la infanta Beatriz de Castilla, hermana de Fernando IV, se casaría con el infante Alfonso, heredero del trono portugués. Al mismo tiempo, a Diego López V de Haro se le confirmó la posesión del señorío de Vizcaya, y al infante Juan, que aceptó momentáneamente como soberano a Fernando IV en privado, se le restituyeron inmediatamente sus propiedades.​ Poco después, Jaime II de Aragón devolvió a la infanta Isabel de Castilla a la Corte castellana, sin haberse desposado con ella, y declaró la guerra a la Corona de Castilla.

    A principios de 1296, el infante Juan, que se había rebelado contra Fernando IV, tomó Astudillo, Paredes de Nava y Dueñas, al tiempo que su hijo Alfonso de Valencia se apoderaba de Mansilla de las Mulas. En abril de 1296 Alfonso de la Cerda inició la invasión de la Corona de Castilla apoyado por tropas aragonesas, y se dirigió a la ciudad de León, donde el infante Juan fue proclamado «rey de León, de Sevilla y de Galicia». Acto seguido, el infante Juan acompañó a Alfonso de la Cerda hasta Sahagún, donde fue proclamado «rey de Castilla, Toledo, Córdoba, Murcia y Jaén». Poco después de ser coronados Alfonso de la Cerda y el infante Juan, ambos cercaron el municipio vallisoletano de Mayorga, partiendo al mismo tiempo el infante Enrique al reino de Granada para concertar la paz entre el monarca granadino y Fernando IV, pues los granadinos atacaban en esos momentos en toda Andalucía las tierras del rey, que eran defendidas, entre otros, por Alonso Pérez de Guzmán. El 25 de agosto de 1296, falleció el infante Pedro de Aragón, víctima de la peste, mientras se encontraba al mando del ejército aragonés que sitiaba la ciudad de Mayorga, perdiendo con ello el infante Juan a uno de sus valedores. Debido a la mortalidad que se extendió entre los sitiadores de Mayorga, sus comandantes se vieron obligados a levantar el cerco.​

    Mientras el infante Juan y Juan Núñez de Lara el Menor aguardaban la llegada del rey de Portugal con sus tropas para unirse a ellos en el sitio al que proyectaban someter la ciudad de Valladolid, donde se encontraban la reina María de Molina y Fernando IV, el rey aragonés atacó Murcia y Soria, y el rey Dionisio de Portugal atacó a lo largo de la línea del río Duero, al tiempo que Diego López V de Haro sembraba el desorden en su señorío de Vizcaya.

    Ante esta situación, la reina María de Molina amenazó al rey de Portugal con romper los acuerdos del año anterior si persistían sus ataques y su apoyo al infante Juan ‘el Usurpador’ y a Alfonso de la Cerda. El soberano de Portugal, ante las amenazas de María de Molina, e informado de que Juan Núñez de Lara el Menor se negaba a sitiar Valladolid, así como de que numerosos magnates, nobles y prelados desertaban del bando del infante Juan, retornó junto con sus tropas a Portugal, habiéndose apoderado previamente de los castillos de Castelo Rodrigo, Alfaiates y Sabugal, territorios pertenecientes a Sancho de Castilla «el de la Paz», nieto de Alfonso X. Poco después de la retirada del rey de Portugal, el infante Juan se trasladó a León y Alfonso de la Cerda regresó al reino de Aragón. En octubre de 1296, las tropas de María de Molina, enferma de gravedad en esos momentos, cercaron Paredes de Nava, donde se hallaba María Díaz de Haro, esposa del infante Juan, acompañada por su madre y por su hijo Lope.

    Cuando el infante Enrique de Castilla el Senador, que estaba conferenciando con el rey de Granada, tuvo conocimiento de que los aragoneses y los portugueses habían abandonado la Corona de Castilla, y de que la reina se encontraba sitiando Paredes de Nava, decidió regresar a Castilla, temiendo que le privasen del cargo de tutor del rey Fernando. Sin embargo, presionado por Alonso Pérez de Guzmán y por otros caballeros, antes de emprender el regreso, atacó a los granadinos, que en esos momentos habían vuelto a atacar a los castellanos. A cuatro leguas de Arjona, se entabló una batalla con los granadinos, en la que hubiera perdido la vida el infante Enrique de no haberle salvado Alonso Pérez de Guzmán, pues la derrota castellano-leonesa fue completa, siendo saqueado el campamento cristiano. A su regreso a Castilla, el infante Enrique de Castilla persuadió a algunos caballeros y consiguió que se levantase el asedio a que se hallaba sometida Paredes de Nava, a pesar de la oposición de la reina, que volvió a Valladolid en enero de 1297 sin haber tomado la plaza.

    En 1297, durante las Cortes de Cuéllar de 1297, convocadas por la reina María de Molina, el infante Enrique presionó para que la plaza de Tarifa fuera devuelta al rey de Granada, no pudiendo lograr su objetivo por la oposición de María de Molina. En dichas Cortes el infante Enrique consiguió que a su sobrino Don Juan Manuel se le entregase el castillo de Alarcón en compensación por haberle arrebatado los aragoneses la villa de Elche, a pesar de la oposición de la reina, que no deseaba sentar ese tipo de precedentes entre los nobles y magnates castellano-leoneses. Poco antes de la firma del Tratado de Alcañices, Juan Núñez de Lara el Menor, que apoyaba a Alfonso de la Cerda y al infante Juan, fue sitiado en Ampudia, aunque pudo escapar del cerco.

    El Tratado de Alcañices (1297)

    En 1296, la reina María de Molina había amenazado al rey de Portugal con romper los acuerdos del año anterior si persistían sus ataques al territorio castellano, ante lo cual Dionisio I de Portugal aceptó regresar junto con sus tropas a Portugal.

    Mediante el tratado de Alcañices quedaron fijadas, entre otros puntos, las fronteras entre Castilla y Portugal, que recibió una serie de plazas fuertes y villas a cambio de romper sus acuerdos con Jaime II de Aragón, con Alfonso de la Cerda, con el infante Juan, y con Juan Núñez de Lara el Menor.​

    Al mismo tiempo, en el Tratado de Alcañices fue confirmado de nuevo el proyectado enlace entre Fernando IV y la infanta Constanza de Portugal, hija del monarca lusitano, al tiempo que se acordaban los esponsales entre el infante Alfonso de Portugal, heredero del trono lusitano, y la infanta Beatriz, hermana de Fernando IV. Por otra parte, el monarca portugués aportó un ejército de trescientos caballeros, puestos a las órdenes de Juan Alfonso de Alburquerque, para ayudar a la reina María de Molina en su lucha contra el infante Juan que hasta ese momento había recibido el apoyo del rey Dionisio I de Portugal.

    Además, se estipuló en el tratado que las villas y plazas de Campo Maior, Olivenza, Ouguela y San Felices de los Gallegos serían entregadas a Dionisio de Portugal como compensación por la pérdida por parte de Portugal, durante el reinado de Alfonso III de Portugal, de una serie de plazas que le fueron arrebatadas por Alfonso X el Sabio. Al mismo tiempo, le fueron entregadas al rey portugués las plazas de Almeida, Castelo Bom, Castelo Melhor, Castelo Rodrigo, Monforte, Sabugal, Sastres y Vilar Maior. Los monarcas castellano y portugués renunciaron a plantearse mutuamente reclamaciones territoriales en el futuro, y los prelados de los dos reinos acordaron el día 13 de septiembre de 1297 apoyarse mutuamente y defenderse de las posibles pretensiones, por parte de otros estamentos, de restarles libertades o privilegios. El tratado fue ratificado no solo por los dos monarcas de ambos reinos, sino también por una representación abundante de los brazos nobiliario y eclesiástico de ambos reinos, así como por la Hermandad de los concejos de Castilla y por su equivalente del Reino de León. A largo plazo, las consecuencias de este tratado fueron duraderas, ya que la frontera entre ambos reinos apenas fue modificada en el curso de los siglos posteriores, convirtiéndose de ese modo en una de las fronteras más longevas del continente europeo.

    Por otra parte, el tratado de Alcañices contribuyó a asegurar la posición en el trono de Fernando IV de Castilla, insegura a causa de las discordias internas y externas, y permitió que la reina María de Molina ampliase su libertad de movimientos al no existir ya disputas con el soberano portugués, que había pasado a apoyarla en su lucha contra el infante Juan, quien, en esos momentos, aún seguía controlando el territorio leonés.

    Última etapa de la minoría de edad (1297-1301)

    A finales de 1297, la reina envió a Alonso Pérez de Guzmán al reino de León para que combatiese al infante Juan, quien seguía controlando el territorio leonés.​ A comienzos de 1298, Alfonso de la Cerda y el infante Juan, apoyados por Juan Núñez de Lara el Menor, comenzaron a acuñar moneda falsa, puesto que contenía menos metal del que correspondía, con el propósito de desestabilizar la economía. En 1298 la ciudad de Sigüenza cayó en poder de Juan Núñez de Lara el Menor, pero tuvo que evacuarla al poco tiempo a causa de la resistencia de los defensores y, poco después, caían en manos del magnate castellano Almazán, que se convirtió en la plaza fuerte de Alfonso de la Cerda, y Deza, siéndole además devuelto a Juan Núñez de Lara el Menor el Albarracín por el rey Jaime II de Aragón. En las Cortes de Valladolid de 1298, el infante Enrique volvió a aconsejar la venta de la ciudad de Tarifa a los musulmanes, oponiéndose a ello la reina María de Molina.

    La reina María de Molina se entrevistó en 1298 con el rey de Portugal en Toro, y solicitó que le ayudase en la lucha contra el infante Juan. Sin embargo, el soberano portugués se negó a atacar al infante y, de común acuerdo con el infante Enrique, ambos planearon que Fernando IV llegase a un acuerdo de paz con el infante Juan, conservando este último el reino de Galicia, la ciudad de León, y todas las plazas que había conquistado mientras durase su vida. No obstante, todos esos territorios pasarían a su muerte a ser de Fernando IV de Castilla. No obstante, la reina María de Molina, que se oponía al proyecto de entregar dichos territorios al infante Juan, sobornó al infante Enrique, a quien entregó Écija, Roa y Medellín para que el proyecto no siguiera adelante, logrando al mismo tiempo que los representantes de los concejos rechazasen públicamente el proyecto del soberano portugués.

    Después de la entrevista con el monarca lusitano en 1298, la reina envió a su hijo, el infante Felipe de Castilla, que contaba con siete años de edad, al reino de Galicia, con el propósito de reforzar la autoridad real en aquella zona, en la que Juan Alfonso de Albuquerque y Fernando Rodríguez de Castro, señor de Lemos y Sarria, sembraban el desorden. En el mes de abril de 1299, una vez finalizadas las Cortes de Valladolid de ese año, la reina recuperó los castillos de Monzón y de Becerril de Campos, que se hallaban en poder de los partidarios de Alfonso de la Cerda. En 1299 Juan Alfonso de Haro, señor de los Cameros, capturó a Juan Núñez de Lara el Menor, partidario de Alfonso de la Cerda. Mientras tanto, la reina dispuso el envío de tropas para socorrer Lorca, sitiada por el rey de Aragón, al tiempo que, en agosto del mismo año, las tropas del rey castellano cercaban Palenzuela. Juan Núñez de Lara el Menor fue libertado en 1299 a condición de que su hermana Juana Núñez de Lara se desposase con el infante Enrique «el Senador», de que rindiese homenaje al rey Fernando IV y se comprometiese a no guerrear contra él, y a condición de que devolviese a la Corona las plazas de Osma, Palenzuela, Amaya, Dueñas, que le fue concedida al infante Enrique, Ampudia, Tordehumos, que le fue entregada a Diego López V de Haro, la Mota, y Lerma.

    En marzo de 1300, la reina María de Molina se entrevistó con Dionisio I de Portugal en Ciudad Rodrigo, donde el soberano portugués solicitó fondos para poder abonar el coste de las dispensas matrimoniales que el papa debería otorgar, a fin de que se llevasen a cabo los enlaces matrimoniales entre Fernando IV y Constanza de Portugal, y los de la infanta Beatriz de Castilla con el infante Alfonso de Portugal. En las Cortes de Valladolid de 1300 María de Molina, imponiendo su voluntad a las Cortes, consiguió reunir la cantidad necesaria de dinero con la que poder persuadir al Papa Bonifacio VIII para que este emitiera la bula que legitimara el matrimonio del difunto Sancho IV de Castilla con María de Molina.

    Durante las Cortes de Valladolid de 1300 el infante Juan renunció a sus pretensiones al trono, y prestó público juramento de fidelidad a Fernando IV y a sus sucesores, el día 26 de junio de 1300. A cambio de su renuncia a la posesión del señorío de Vizcaya, cuya posesión le fue confirmada a Diego López V de Haro, María Díaz de Haro y su esposo, el infante Juan, recibieron Mansilla de las Mulas, Paredes de Nava, Medina de Rioseco, Castronuño y Cabreros. Poco después, María de Molina y los infantes Enrique y Juan, acompañados por Diego López V de Haro, sitiaron la villa de Almazán, pero levantaron el asedio por la oposición del infante Enrique.​

    En 1301 Jaime II de Aragón sitió la villa de Lorca, perteneciente a Don Juan Manuel, quien entregó la villa al monarca aragonés, al tiempo que María de Molina, con el propósito de amortizar el desembolso realizado para proveer un ejército con el que liberar a la villa del cerco aragonés, ordenaba cercar los castillos de Alcalá y Mula, y sitiaba a continuación la ciudad de Murcia, donde se hallaba Jaime II, quien pudo haber sido capturado por las tropas castellano-leonesas, de no haber sido prevenido por los infantes Enrique y Juan, quienes se mostraban temerosos de una completa derrota del soberano aragonés, pues ambos deseaban mantener buenas relaciones con él.

    En las Cortes de Burgos de 1301 se aprobaron los subsidios demandados por la Corona para financiar la guerra contra el reino de Aragón, contra el reino de Granada, y contra Alfonso de la Cerda, al tiempo que se concedían subsidios para conseguir la legitimación del matrimonio de la reina con Sancho IV, enviándose a continuación 10 000 marcos de plata al Papa para este propósito, a pesar de la hambruna que asolaba los reinos de la Corona de Castilla.

    En el mes de junio de 1301, durante las Cortes de Zamora de 1301, el infante Juan y los ricoshombres de Léon, Galicia y Asturias, partidarios en su mayoría del infante Juan, aprobaron los subsidios demandados por la Corona.

    Reinado de Fernando IV (1301-1312)

    En noviembre de 1301, hallándose la corte en la ciudad de Burgos, se hizo pública la bula por la que el papa Bonifacio VIII legitimaba el matrimonio de la reina María de Molina con el difunto rey Sancho IV, siendo por tanto sus hijos legítimos a partir de ese momento. Al mismo tiempo, se declaró la mayoría de edad de Fernando IV. Con ello, el infante Juan de Castilla y los infantes de la Cerda perdieron uno de sus principales argumentos a la hora de reclamar el trono, no pudiendo esgrimir en adelante la ilegitimidad del monarca castellano. También se recibió la dispensa pontificia que permitía la celebración del matrimonio de Fernando IV con Constanza de Portugal.

    Relieve que representa al Papa Bonifacio VIII, quien legitimó en 1301 el matrimonio de Sancho IV de Castilla con la reina María de Molina, padres de Fernando IV.

    El infante Enrique, molesto por la legitimación de Fernando IV por el papa Bonifacio VIII, se alió con Juan Núñez de Lara el Menor a fin de indisponer y enemistar a Fernando IV con su madre, la reina María de Molina. A ambos magnates se les unió el infante Juan de Castilla, quien continuaba reclamando el señorío de Vizcaya en nombre de su esposa, María Díaz de Haro.

    En 1301, mientras la reina se encontraba en Vitoria con el infante Enrique respondiendo a las quejas presentadas por el reino de Navarra en relación con los ataques castellanos a sus tierras, el infante Juan y Juan Núñez de Lara el Menor indispusieron al rey con su madre y procuraron su diversión en tierras de León por medio de la caza, a la que el rey se mostraba aficionado desde su infancia. Estando la reina en Vitoria, los nobles aragoneses sublevados contra su rey le ofrecieron su apoyo para conseguir que Jaime II de Aragón devolviera a Castilla las plazas de las que se había apoderado en el reino de Murcia. Ese mismo año el infante Enrique, aliado con Diego López V de Haro, reclamó al rey Fernando IV, en compensación por abandonar el cargo de tutor del rey, y habiendo chantajeado previamente a la reina con declarar la guerra a su hijo si no accedían a sus deseos, la posesión de las localidades de Atienza y de San Esteban de Gormaz, que le fueron concedidas por el rey.

    El día 23 de enero de 1302 Fernando IV contrajo matrimonio en Valladolid con Constanza de Portugal, hija del rey Dionisio I de Portugal. En las Cortes de Medina del Campo de 1302, celebradas en el mes de mayo de ese año, los infantes Enrique y Juan y Juan Núñez II de Lara intentaron indisponer al rey con su madre, acusándola de haber regalado las joyas que le diera Sancho IV, y posteriormente, cuando se demostró la falsedad de dicha acusación, la acusaron de haberse apropiado de los subsidios concedidos a la Corona en las Cortes de años anteriores, acusación que se demostró era falsa cuando Nuño, abad de Santander y canciller de la reina revisó e hizo público el estado de cuentas de la reina, quien no solo no se había apropiado de los fondos de la Corona, sino que había contribuido con sus propias rentas al sostén de la monarquía. Mientras se celebraban las Cortes de Medina del Campo de 1302, a las que acudió una representación del reino de Castilla, falleció el rey Muhammad II de Granada y fue sucedido en el trono por su hijo, Muhammad III de Granada, quien atacó la Corona de Castilla y conquistó el municipio de Bedmar.

    En julio de 1302 Fernando IV acudió a las Cortes de Burgos de 1302 junto con su madre, con quien había restablecido las buenas relaciones, y con el infante Enrique de Castilla el Senador. Fernando IV, a pesar de hallarse bajo la influencia de su privado Samuel de Belorado, de origen judío, quien intentaba apartar al rey de su madre, había decidido prescindir de la presencia del infante Juan y de Juan Núñez de Lara el Menor en las Cortes de Burgos. Terminadas las Cortes, el rey se dirigió a la ciudad de Palencia, donde se celebró el matrimonio de Alfonso de Valencia, hijo del infante Juan de Castilla, con Teresa Núñez de Lara y Haro, hija de Juan Núñez I de Lara, y hermana de Juan Núñez de Lara el Menor.

    En esos momentos se acentuaba la rivalidad existente entre el infante Enrique de Castilla el Senador, María de Molina y Diego López V de Haro de un lado, y el infante Juan de Castilla y Juan Núñez de Lara el Menor del otro. El infante Enrique amenazó a la reina con declarar la guerra a Fernando IV y a ella misma si no se accedía a sus demandas, al tiempo que los magnates procuraban eliminar la influencia que María de Molina ejercía en su hijo, a quien el pueblo comenzó a dejar de estimar, debido a la influencia que los ricoshombres ejercían sobre él. En los meses finales de 1302, la reina, que se hallaba en Valladolid, se vio obligada a aplacar a los ricoshombres y a los miembros de la nobleza, que planeaban levantarse en armas contra Fernando IV, quien pasó las navidades de 1302 en tierras del reino de León, acompañado por el infante Juan y por Juan Núñez de Lara el Menor.

    A comienzos de 1303 había una entrevista prevista entre el rey Dionisio I de Portugal y Fernando IV, confiando este último en que su primo el rey de Portugal le devolvería algunos territorios. Por su parte, el infante Enrique de Castilla el Senador, Diego López V de Haro y la reina María de Molina se excusaron de asistir a dicha entrevista. El propósito de la reina al negarse a asistir era vigilar al infante Enrique y al señor de Vizcaya, cuyas relaciones con Fernando IV eran tensas debido a la amistad que el monarca dispensaba al infante Juan y a Juan Núñez de Lara el Menor. En mayo de 1303 se celebró la entrevista entre Dionisio I de Portugal y Fernando IV en la ciudad de Badajoz. El infante Juan y Juan Núñez de Lara el Menor predispusieron a Fernando IV en contra del infante Enrique y del señor de Vizcaya, al tiempo que las concesiones ofrecidas por el soberano portugués, quien se ofreció a ayudarle si fuera preciso contra el infante Enrique de Castilla el Senador, decepcionaron a Fernando IV.

    Vistas de Ariza y muerte del infante Enrique de Castilla «el Senador» (1303)

    En 1303, mientras el rey se encontraba en Badajoz, se reunieron en Roa el infante Enrique, Diego López V de Haro y don Juan Manuel, y acordaron que don Juan Manuel se entrevistaría con el rey de Aragón. Este último acordó con don Juan Manuel que los tres magnates y él mismo deberían reunirse el día de San Juan Bautista en el municipio de Ariza. Después, el infante Enrique comunicó sus planes a María de Molina, que se encontraba en Valladolid, con el propósito de que ella se uniera a ellos. El plan del infante Enrique consistía, en que Alfonso de la Cerda se convirtiese en rey de León y se desposase con la infanta Isabel, hija de María de Molina, al tiempo que el infante Pedro de Castilla, hermano de Fernando IV, sería proclamado rey de Castilla y se desposaría con una hija de Jaime II de Aragón. El infante Enrique manifestó que su intención era lograr la paz en el reino y eliminar la influencia del infante Juan y de Juan Núñez de Lara el Menor.

    Dicho plan, que hubiera supuesto la disgregación de los territorios de la Corona de Castilla, así como la renuncia al mismo, forzosa u obligada, de Fernando IV, fue rechazado por la reina María de Molina, que se negó a secundar el proyecto y a entrevistarse con el soberano aragonés en Ariza. Fernando IV, mientras tanto, suplicaba a su madre que pusiese paz entre él y los magnates que apoyaban al infante Enrique, quienes volvieron a suplicar a la reina que apoyase el plan del infante, a lo que ella se negó. Mientras se celebraban las Vistas de Ariza, la reina recordó al infante Enrique y a sus acompañantes la lealtad que debían a su hijo, así como los grandes heredamientos con que les había dotado, consiguiendo con ello que algunos caballeros abandonasen Ariza, sin secundar el plan del infante Enrique. Sin embargo, el infante Enrique, don Juan Manuel y otros caballeros se comprometieron a hacer la guerra al rey Fernando IV, así como a que le fuera devuelto el reino de Murcia al reino de Aragón, y a que el reino de Jaén le fuese entregado a Alfonso de la Cerda. Sin embargo, mientras la reina María de Molina reunía los Concejos y estorbaba los propósitos del infante Enrique de Castilla el Senador, este enfermó de gravedad y hubo de ser trasladado a su villa de Roa. Ante la enfermedad del infante Enrique, la reina, temerosa de que sus señoríos y castillos pasasen a ser de Don Juan Manuel y de Lope Díaz de Haro, a quienes el infante planeaba legar sus posesiones a su muerte, persuadió al confesor del infante, así como a sus acompañantes, de que le convencieran para que a su muerte sus bienes revirtieran a la Corona, a lo que el infante se negó, pues no deseaba que sus bienes pasasen a poder de Fernando IV.

    Cuando don Juan Manuel, sobrino carnal del infante Enrique, llegó a Roa, le encontró sin habla y, tomándole por muerto, se apropió de todos los objetos valiosos que allí había, como refiere la Crónica de Fernando IV:
    E desque vio á D. Enrique fallolo sin fabla, é cuydando que era muerto, tomóle quanto le falló en la casa, plata é bestias é cartas que tenia blancas del sello del rey, é salió fuera de la villa é levó consigo quanto y falló de D. Enrique, é fuese para Peñafiel, que era deste D. Juan Manuel.

    La reina envió entonces órdenes a todas las fortalezas del infante moribundo, en las que se disponía que si el infante Enrique falleciese, no entregasen los castillos sino a las tropas del rey, a quien pertenecían. El día 8 de agosto de 1303 falleció el infante Enrique, siendo sepultado en el desaparecido Monasterio de San Francisco de Valladolid. Sus vasallos dieron escasas muestras de duelo por él y, cuando tuvo conocimiento de ello la reina, ordenó que se colocase sobre el ataúd un paño de brocado, así como que a los funerales asistiesen todos los clérigos y nobles presentes en Valladolid.

    Mientras el infante Enrique agonizaba, Fernando IV hizo un pacto con el rey Muhammad III de Granada, en el que se estipulaba que el soberano granadino conservaría Alcaudete, Quesada y Bedmar, mientras que Fernando IV conservaría la plaza de Tarifa. El soberano nazarita se declaró vasallo de Fernando IV y se comprometió a pagarle las parias correspondientes. Al saber que había fallecido el infante Enrique, Fernando IV se mostró complacido y concedió la mayoría de sus tierras a Juan Núñez de Lara el Menor, a quien también concedió el cargo de Adelantado mayor de la frontera de Andalucía, y a los hombres que se hallaban con él, al tiempo que devolvía Écija a María de Molina, por haber sido suya antes de que ella se la entregara al infante Enrique. En noviembre de 1303 el rey se encontraba en Valladolid junto a la reina, y solicitó su consejo, pues deseaba poner fin al pleito que sostenían el infante Juan de Castilla «el de Tarifa» y Diego López V de Haro por la posesión del señorío de Vizcaya, que en esos momentos era propiedad de Diego López V de Haro. La reina le manifestó que le ayudaría a resolver dicho pleito, al tiempo que el rey le hacía importantes donaciones, pues las buenas relaciones entre el rey y su madre se habían restablecido totalmente.

    En enero de 1304, hallándose el rey en Carrión de los Condes, el infante Juan reclamó de nuevo, en nombre de su esposa, y apoyado por Juan Núñez de Lara el Menor, el señorío de Vizcaya, aunque el monarca en un primer momento resolvió que la esposa del infante se conformase con recibir Paredes de Nava y Villalón de Campos como compensación, a lo que el infante Juan se negó, argumentando que su esposa no lo aceptaría por estar en desacuerdo con los anteriores pactos establecidos por su esposo en relación con el señorío. En vista de la situación, el rey propuso que Diego López V de Haro entregase a María Díaz de Haro, a cambio del señorío de Vizcaya, Tordehumos, Íscar, Santa Olalla, además de sus posesiones en Cuéllar, Córdoba, Murcia, Valdetorio, y el señorío de Valdecorneja. Por su parte, Diego López V de Haro conservaría el señorío de Vizcaya, Orduña, Valmaseda, las Encartaciones, y Durango. El infante Juan aceptó la oferta del rey, por lo que este último hizo llamar a Diego López V de Haro a Carrión de los Condes. No obstante, el señor de Vizcaya no aceptó la proposición del soberano y le amenazó con la rebelión antes de partir. El rey hizo entonces que su madre se reconciliase con Juan Núñez de Lara el Menor, al tiempo que se iniciaban las maniobras previas a la Sentencia Arbitral de Torrellas, rubricada en 1304, en las que no tomó parte Diego López V de Haro, por hallarse enemistado con Fernando IV, quien prometió al infante Juan entregarle el señorío de Vizcaya, y a Juan Núñez de Lara el Menor la Bureba y las posesiones de Diego López de Haro en La Rioja, si ambos resolvían las gestiones diplomáticas con Aragón a satisfacción del monarca.

    En abril de 1304, el infante Juan comenzó las negociaciones con el reino de Aragón, comprometiéndose Fernando IV a aceptar las decisiones que establecieran los árbitros de los reinos de Portugal y Aragón, que se reunirían en los meses siguientes, respecto a las demandas de Alfonso de la Cerda y respecto a sus disputas con el reino de Aragón. Al mismo tiempo, el rey confiscó las tierras de Diego López V de Haro y de Juan Alfonso de Haro, señor de los Cameros, y las repartió entre los ricoshombres. A pesar de ello, ambos magnates no se sublevaron contra el rey.

    Mientras tanto, en Galicia, el infante Felipe de Castilla, hermano de Fernando IV, derrotó en una batalla a su cuñado Fernando Rodríguez de Castro, quien perdió la vida en dicha batalla.

    La Sentencia Arbitral de Torrellas (1304)

    Uno de los acontecimientos más importantes del reinado de Fernando IV, una vez alcanzada su mayoría de edad, fue el acuerdo de fronteras establecido con Jaime II de Aragón en 1304, y conocido en la historia como la Sentencia Arbitral de Torrellas. Con el acuerdo también se intentó poner fin a las reclamaciones de Alfonso de la Cerda, pretendiente al trono castellano-leonés.

    Retrato que se supone representa a don Juan Manuel, hijo del infante Manuel de Castilla, quien mediante la Sentencia Arbitral de Torrellas continuó en posesión del señorío de Villena, aunque dicho señorío pasó a ser feudatario del reino de Aragón. (Catedral de Murcia).

    El día 8 de agosto de 1304, en la villa zaragozana de Torrellas, el rey Dionisio I de Portugal, el Arzobispo de Zaragoza, Jimeno de Luna, en representación del Reino de Aragón, y el infante Juan de Castilla el de Tarifa, representando a Castilla, hicieron públicas las cláusulas de la Sentencia Arbitral de Torrellas. El propósito de la negociación era poner fin a las disputas existentes entre la Corona de Castilla y el reino de Aragón con respecto a la posesión del Reino de Murcia. Muhammad III de Granada participó en las conversaciones a petición de Fernando IV, quien dispuso que en el tratado de paz y alianza entre los reinos cristianos de la península interviniera el rey de Granada, pues tenía interés en conservar la amistad, la sumisión y las parias que cada año se veía obligado a abonar al rey de Castilla el monarca granadino, y que constituían un preciado recurso para la Corona de Castilla. Por ello, Jaime II de Aragón y el rey Dionisio I de Portugal se avinieron a mantener buenas relaciones con el rey de Granada.​

    Según lo dispuesto en la Sentencia, el reino de Murcia, que entonces se hallaba en manos de Jaime II de Aragón, sería repartido entre las Coronas de Aragón y de Castilla, y a lo largo del río Segura sería establecida la frontera meridional de Aragón. Las ciudades de Alicante, Elche, Orihuela, Novelda, y Elda, y también las poblaciones de Abanilla, Petrel, Crevillente, y Sax, continuarían en poder del monarca aragonés. En la Sentencia Arbitral se reconocía la posesión por parte del la Corona de Castilla y León de las ciudades de Murcia, Monteagudo, Alhama, Lorca y Molina de Segura. Los ciudadanos afectados por el cambio de soberanía tendrían libertad para permanecer en sus ciudades y villas si lo deseaban, o bien podrían abandonar libremente el territorio. Al mismo tiempo, los dos reinos acordaron conceder la libertad a los prisioneros de guerra, así como ser enemigos ambos de los enemigos de cada uno de ellos, exceptuando a la Santa Sede y al Reino de Francia. El señorío de Villena continuó siendo propiedad de don Juan Manuel, hijo del infante Manuel de Castilla y nieto de Fernando III, pero las tierras en las que se asentaba permanecerían bajo soberanía aragonesa.

    El día 8 de agosto de 1304, los reyes de Portugal y Aragón se pronunciaron, en presencia del infante Juan de Castilla, sobre las reclamaciones de los infantes de la Cerda. A Alfonso de la Cerda, apoyado por Jaime II de Aragón, le fueron concedidos como compensación por su renuncia al trono de Castilla una serie de señoríos y posesiones, dispersos por todo el territorio castellano-leonés a fin de evitar la conformación de un microestado, entre los que figuraban los de Alba de Tormes, Valdecorneja, Gibraleón, Béjar y el Real de Manzanares, además del castillo de Monzón de Campos, Gatón de Campos, la Algaba, y Lemos. Además, se concedieron a Alfonso de la Cerda numerosas rentas y posesiones en Medina del Campo, Córdoba, Toledo, Bonilla y Madrid. Fernando IV de Castilla, que deseaba que su pariente Alfonso de la Cerda disfrutase de una renta anual de 400.000 maravedíes, dispuso que si las rentas de las posesiones que le habían sido donadas no alcanzaban esa cantidad le entregaría otros territorios hasta que las rentas alcanzasen dicha cifra. Al mismo tiempo se dispuso que, en prueba de que el monarca castellano entregaría dichos señoríos a Alfonso de la Cerda, los castillos de Alfaro, Cervera, Curiel de los Ajos y Gumiel serían entregados a cuatro ricoshombres durante treinta años.

    Por su parte, Alfonso de la Cerda renunció a sus derechos al trono, a utilizar los títulos regios, y a usar el sello real. Al mismo tiempo, se comprometía a devolver al rey las plazas de Almazán, Soria, Deza, Serón, Alcalá, y Almenara. No obstante, al poco tiempo volvió a usar los símbolos de la realeza, contraviniendo lo acordado en Torrellas. La cuestión de los derechos al trono de Alfonso de la Cerda se resolvió definitivamente en vida del hijo y sucesor de Fernando IV, Alfonso XI, cuando en 1331, en Burguillos, Alfonso de la Cerda rindió homenaje al rey de Castilla y León. De ese modo se resolvió el problema originado en 1275 a la muerte del infante Fernando de la Cerda, padre de Alfonso de la Cerda e hijo y heredero de Alfonso X, cuyos derechos al trono habían sido ignorados por Sancho IV, padre de Fernando IV de Castilla.

    Fernando IV se comprometió a que las cláusulas de la Sentencia Arbitral deberían ser juradas y acatadas por los ricoshombres, los magnates, los Maestres de las Órdenes Militares de Santiago, Calatrava, Temple y Hospital, y por los concejos de sus reinos. En el invierno de 1305, hallándose Fernando IV en la ciudad de Guadalajara, el monarca recibió el homenaje de su primo Fernando de la Cerda, quien actuaba en nombre de su hermano, Alfonso de la Cerda. Este último manifestó por medio de su hermano que había recibido los castillos y señoríos que le fueron adjudicados en la Sentencia Arbitral de Torrellas, y rindió por primera vez homenaje a Fernando IV.

    En enero de 1305, hallándose en Guadalajara el rey, María de Molina, el infante Juan de Castilla, don Juan Manuel, Juan Núñez de Lara el Menor, Diego López V de Haro y Juan Alfonso de Haro, Fernando IV solicitó de nuevo a Diego López V de Haro que devolviese el señorío de Vizcaya a María Díaz de Haro, a lo que no accedió el señor de Vizcaya.

    El Tratado de Elche (1305)

    Para dar solución a los inconvenientes derivados del reparto del territorio murciano, y a otras cuestiones menores, se acordó la entrevista de Fernando IV y Jaime II de Aragón en el monasterio de Santa María de Huerta, localizado en la provincia de Soria.

    Castillo de Alarcón, Cuenca. Según lo acordado en el tratado de Elche, Fernando IV confirmó la posesión de la villa de Alarcón a don Juan Manuel a cambio de la renuncia de este a la posesión de Elche.

    Dicha entrevista tuvo lugar el día 26 de febrero de 1305, y a ella asistieron los reyes de Castilla y Aragón, el infante Juan de Castilla el de Tarifa, Juan Núñez de Lara el Menor, Don Juan Manuel, Violante Manuel y su esposo el infante Alfonso de Portugal, el arzobispo de Toledo y los obispos de Sigüenza y Oporto, entre otros. A cambio de la cesión de los señoríos de Elda y Novelda, que pasarían a ser del reino de Aragón, Violante Manuel, hermana de Don Juan Manuel, recibió los señoríos de Arroyo del Puerco y de Medellín de manos de Fernando IV de Castilla, quien cedió al mismo tiempo a Don Juan Manuel el señorío y el Castillo de Alarcón como compensación por su renuncia a la posesión de Elche. Don Juan Manuel tomó posesión de la villa de Alarcón el día 25 de marzo de 1305.

    Por su parte, Jaime II de Aragón, a pesar de la insistencia de Fernando IV, se negó a entregar el señorío de Albarracín a Juan Núñez de Lara el Menor, quien culpó de ello a la escasa influencia ejercida por su hasta entonces aliado, el infante Juan de Castilla «el de Tarifa», de quien comenzó a distanciarse. Por otra parte, Fernando IV y Jaime II otorgaron poderes a Diego García de Toledo, canciller del sello de la Puridad, y a Gonzalo García, consejero del monarca aragonés, respectivamente, a fin de que ambos personajes concluyesen el reparto del Reino de Murcia entre ambos reinos, según lo dispuesto por la Sentencia Arbitral de Torrellas.

    Finalmente, los delegados de ambos monarcas llegaron a un acuerdo que fue plasmado en el tratado de Elche, suscrito el día 19 de mayo de 1305, y en el que se fijó de manera definitiva la frontera del Reino de Murcia, que había sido dividido entre Castilla y Aragón. La línea divisoria entre los dos reinos se estableció entre Pechín y Almansa, pertenecientes a Fernando IV, y Caudete, que correspondería a Aragón. La línea divisoria establecida entre los dos reinos en el territorio de Murcia seguiría el curso del río Segura desde Cieza, correspondiéndole a Castilla la posesión de Murcia, Molina de Segura y Blanca, así como la ciudad de Cartagena, a la que Jaime II renunció por estar situada demasiado al sur del río Segura, y que pasó a pertenecer definitivamente a la Corona de Castilla. No obstante, la cesión de la ciudad de Cartagena a Castilla fue realizada a condición de que Fernando IV respetase la propiedad de Don Juan Manuel sobre el señorío de Alarcón, a lo que el rey Fernando no se opuso. Al mismo tiempo, en el tratado de Elche se dispuso que el municipio de Yecla continuaría en poder de don Juan Manuel, y su jurisdicción correspondería a Castilla.

    La partición del reino de Murcia, en la que no se tuvieron en cuenta los vínculos históricos de la región, significó que la parte norte y este correspondería al reino de Valencia, dentro de la Corona de Aragón, que procuró asimilarla inmediatamente al resto de sus dominios, al tiempo que la parte sur y oeste del reino, incluyendo Cartagena y la propia ciudad de Murcia, pasaban a manos castellanas definitivamente, constituyendo el reino de Murcia.

    Conflictos por la posesión del señorío de Vizcaya (1305-1307)

    María Díaz de Haro, hija de Lope Díaz III de Haro y esposa del infante Juan de Castilla, reclamó durante el reinado de Fernando IV la posesión del señorío de Vizcaya, que se hallaba en manos de su tío, Diego López V de Haro.

    En 1305 Diego López V de Haro fue llamado a comparecer en las Cortes de Medina del Campo de 1305, aunque no acudió sino después de ser llamado varias veces, para responder a las demandas de María Díaz de Haro, que reclamaba, valiéndose de la influencia de su esposo, el infante Juan, la posesión del señorío de Vizcaya.

    Ante la ausencia del señor de Vizcaya, el infante Juan interpuso una demanda contra él ante Fernando IV, comprometiéndose a probar que el señorío de Vizcaya fue ocupado ilegalmente por Sancho IV de Castilla, razón por la cual era ahora de Diego López V de Haro, tío carnal de María Díaz de Haro. Sin embargo, mientras el infante Juan presentaba las pruebas a los representantes del rey, compareció Diego López V de Haro, acompañado por trescientos caballeros. El señor de Vizcaya se negó a renunciar a su señorío, argumentando que el infante y su esposa habían renunciado al mismo, mediante un juramento solemne, prestado en el año 1300.

    Al no conseguir alcanzar un acuerdo, debido a los argumentos presentados por ambas partes, Diego López V de Haro retornó a su señorío, a pesar de que aún no habían finalizado las Cortes de Medina del Campo, que terminaron a mediados de junio de 1305. A mediados de 1305, hallándose la corte en la ciudad de Burgos, y mientras Diego López V de Haro se proponía apelar al Papa, debido al solemne juramento de renuncia al señorío efectuado por el infante Juan y su esposa en 1300, el rey ofreció a María Díaz de Haro la posesión de varias ciudades del señorío de Vizcaya, entre ellas San Sebastián, Salvatierra, Fuenterrabía y Guipúzcoa, a lo que no accedió ella, por hallarse aconsejada por Juan Núñez de Lara el Menor, quien se hallaba enemistado con su esposo, a pesar de las presiones del infante. Poco después, el infante Juan y Diego López V de Haro firmaron una tregua, válida por dos años, durante los que el rey confiaba en que Diego López de Haro rompería su alianza con Juan Núñez de Lara el Menor. Posteriormente, durante las navidades de 1305, Fernando IV se entrevistó con Diego López V de Haro en Valladolid, quien acudió acompañado por Juan Núñez de Lara el Menor, a quien el rey, pues se hallaba enemistado con él, hizo abandonar la ciudad, pues deseaba que el señor de Vizcaya rompiese su alianza con él, aunque no lo consiguió, ya que Diego López V de Haro estaba convencido de que el infante Juan no cejaría en sus reclamaciones.

    A comienzos de 1306, Lope Díaz de Haro, hijo y heredero de Diego López V de Haro, se hallaba enemistado con Juan Núñez de Lara el Menor e intentaba persuadir a su padre de que aceptase la solución propuesta por el rey. Ese mismo año, el rey dio el cargo de Mayordomo mayor a Lope Díaz de Haro, entrevistándose su padre poco después con el rey, y acudiendo a la entrevista acompañado por Juan Núñez de Lara el Menor, a pesar del enojo que con ello ocasionó al monarca. Durante la entrevista, Diego López V de Haro intentó reconciliar a Juan Núñez de Lara con el soberano, al tiempo que este último intentaba que su interlocutor rompiese sus relaciones con quien él defendía. Persuadido por Juan Núñez de Lara el Menor, el señor de Vizcaya partió sin despedirse del rey, al tiempo que llegaban embajadores procedentes del reino de Francia, solicitando una alianza entre ambos países, y pidiendo además la mano de la infanta Isabel de Castilla, hermana de Fernando IV.

    En abril de 1306, el infante Juan, a pesar de la oposición de la reina María de Molina, indujo al rey a que declarase la guerra a Juan Núñez de Lara el Menor, sabiendo que Diego López V de Haro le defendería, y aconsejó al soberano que sitiase Aranda de Duero, donde se hallaba Juan Núñez de Lara el Menor, quien, en vista de la situación, rompió su vínculo vasallático con el rey. Después de una batalla campal, Juan Núñez de Lara el Menor consiguió escapar del cerco al que se pretendía someter Aranda de Duero, y se reunió con Diego López V de Haro y con el hijo de este último, y acordaron hacer la guerra al rey Fernando IV por separado, y cada uno en su territorio. Las huestes del rey exigieron concesiones al monarca, quien hubo de concedérselas a pesar de que no se mostraban diligentes en hacer la guerra, por lo que el soberano ordenó al infante Juan que entablase negociaciones con Diego López V de Haro y sus partidarios, a lo que el infante Juan accedió, pues sus vasallos tampoco se mostraban partidarios de la guerra.

    Las negociaciones no llegaron a iniciarse y la guerra continuó, a pesar de que el infante Juan aconsejaba al soberano que firmase la paz si ello era viable. El soberano solicitó la intervención de su madre, quien, después de las negociaciones mantenidas con los rebeldes a través de Alonso Pérez de Guzmán, logró en una reunión mantenida con ellos en Pancorbo, que los tres magnates sublevados concediesen castillos como rehenes al rey, al que deberían rendir pleitesía, conservando sus propiedades, al tiempo que el rey se comprometía a abonarles sus soldadas. El acuerdo no satisfizo al infante Juan, quien volvió a reclamar al rey la posesión del señorío de Vizcaya en nombre de su esposa, al tiempo que Fernando IV, con el propósito de complacer al infante, arrebataba la merindad de Galicia a su hermano el infante Felipe de Castilla, y se la concedía a Diego García de Toledo, privado del infante Juan.

    Fernando IV, deseoso de complacer a su tío el infante Juan, envió a Alonso Pérez de Guzmán y a Juan Núñez de Lara el Menor a parlamentar con Diego López V de Haro, quien se negó a ceder el señorío de Vizcaya al infante y a su esposa, María II Díaz de Haro. Cuando el infante Juan tuvo conocimiento de ello, convocó a don Juan Manuel y a sus vasallos para que le apoyasen en sus pretensiones, al tiempo que el rey y la reina María de Molina parlamentaban con Juan Núñez de Lara el Menor para que persuadiese al señor de Vizcaya de que devolviese el señorío. En septiembre de 1306 se entrevistó el rey con Diego López V de Haro en Burgos. El soberano le propuso que en tanto que viviese podría conservar la propiedad sobre el señorío de Vizcaya, pero que, a su muerte, el señorío debería ser entregado a María II Díaz de Haro, a excepción de los municipios de Orduña y Valmaseda, que serían entregados a Lope Díaz de Haro, su hijo. Sin embargo, la propuesta no fue aceptada por Diego López V de Haro, a quien, en vista de su obstinación, el rey volvió a intentar enemistar con Juan Núñez de Lara el Menor. Poco después, el señor de Vizcaya volvió a apelar al Papa.

    A principios de 1307, mientras el rey, la reina María de Molina, y el infante Juan Alfonso de Borgoña se dirigían a Valladolid, tuvieron conocimiento de que el papa Clemente V reconocía la validez del juramento prestado por el infante Juan y por su esposa en 1300 de renunciar al señorío de Vizcaya, por lo que el infante debería atenerse a él, o bien responder al pleito interpuesto contra él por el señor de Vizcaya. En febrero de 1307 se intentó resolver el pleito sobre el señorío de Vizcaya, acordando que Diego López V de Haro conservase la propiedad del señorío de Vizcaya en tanto durase su vida, pero que a su muerte, el señorío pasase a ser de María Díaz de Haro, a excepción de Orduña y Valmaseda, que serían entregadas a Lope Díaz de Haro, su hijo, quien también recibiría Miranda y Villalba de Losa de manos del rey. Sin embargo, el acuerdo no fue aceptado por el señor de Vizcaya. Poco después fueron convocadas Cortes en la ciudad de Valladolid.

    En las Cortes de Valladolid de 1307, viendo María de Molina que los ricoshombres, encabezados por el infante Juan, protestaban contra las medidas adoptadas por los privados del rey, intentó, para complacer al infante, poner fin al pleito existente sobre el señorío de Vizcaya. Para ello, la reina contó con la colaboración de su hermanastra Juana Alfonso de Molina, quien persuadió a su hija María Díaz de Haro para que aceptase el acuerdo propuesto por el rey en febrero de ese mismo año. Diego López V de Haro y su hijo Lope Díaz de Haro se avinieron a firmar el acuerdo, por el que se establecía que Diego López V de Haro conservaría la propiedad del señorío de Vizcaya en tanto durase su vida, pero que a su muerte, el señorío pasaría a ser de María II Díaz de Haro, a excepción de Orduña y Valmaseda, que serían entregadas a Lope Díaz de Haro, su hijo, quien también recibiría Miranda y Villalba de Losa de manos de Fernando IV.

    Ante el acuerdo alcanzado respecto a la posesión del señorío de Vizcaya, Juan Núñez de Lara el Menor se sintió menospreciado por el rey y por su madre, por lo que se retiró de las Cortes, antes de que éstas hubiesen finalizado. Por ello, el rey concedió el cargo de Mayordomo mayor a Diego López V de Haro, lo que provocó que el infante Juan abandonase la corte, advirtiendo al rey que no contaría con su ayuda hasta que los alcaides de los castillos de Diego López de Haro rindiesen homenaje a su esposa, María Díaz de Haro. Sin embargo, poco después se reunieron en Lerma, donde se hallaba María Díaz de Haro, el infante Juan, Juan Núñez de Lara el Menor, Diego López V de Haro, y Lope Díaz de Haro, hijo de este último, acordándose que prestasen homenaje en Vizcaya como futura señora a María Díaz de Haro, al tiempo que se hacía lo mismo en los castillos que recibiría Lope Díaz de Haro.

    Conflictos internos en Castilla y Vistas de Grijota (1307-1308)

    En 1307, por consejo del infante Juan y de Diego López V de Haro, ambos reconciliados ya, el rey ordenó a Juan Núñez de Lara el Menor que abandonase el reino de Castilla y que le devolviese los castillos de Moya y Cañete, situados en la provincia de Cuenca, y que el rey le había concedido en el pasado. El rey fue a Palencia, donde se hallaba su madre, quien le aconsejó que, puesto que había expulsado a Juan Núñez de Lara del reino, si deseaba conservar el respeto de los ricoshombres y la nobleza, debería mostrarse inflexible. El rey se dirigió entonces a Tordehumos, donde se hallaba el magnate rebelde, y puso cerco a la villa a finales de octubre de 1307, hallándose acompañado por numerosos ricoshombres con sus tropas, y también por las del Maestre de Santiago. Poco después se unieron a ellos el infante Juan, repuesto de una enfermedad, y su hijo, Alfonso de Valencia, con sus mesnadas.

    Estando el rey en el sitio de Tordehumos, recibió la orden del papa Clemente V de apoderarse de los castillos y posesiones de la Orden del Temple, y de que los conservase en su poder hasta que el pontífice dispusiese lo que habría de hacerse con ellos. Al mismo tiempo, el infante Juan presentó al rey una propuesta de paz, procedente de los sitiados en Tordehumos, que Fernando IV no aceptó. Durante el asedio el rey, viéndose en dificultades para pagar a sus tropas, envió a su esposa y a su hija recién nacida, la infanta Leonor de Castilla, a que solicitasen un empréstito en su nombre a su suegro, el rey de Portugal. Al mismo tiempo, el infante Juan, resentido, aconsejó al monarca que abandonase el cerco y que él lo terminaría, o bien que tomaría Íscar, o bien que acudiría a la entrevista que Fernando IV debía mantener en Tarazona con el rey de Aragón en su lugar. Sin embargo, el rey, receloso de su tío el infante, desoyó sus propuestas y procuró contentarle por otros medios.

    A causa de las deserciones de algunos ricoshombres, entre ellos Alfonso de Valencia, hijo del infante Juan, Rodrigo Álvarez de las Asturias IV y García Fernández de Villamayor, y también a causa de la enfermedad de la reina madre, que no podía aconsejarle, el rey decidió pactar con Juan Núñez de Lara el Menor la rendición de este último. Después que rindió la villa de Tordehumos, a comienzos de 1308, Juan Núñez de Lara se comprometió a entregar todas sus tierras al rey, excepto las que tenía en La Bureba y La Rioja, por tenerlas Diego López V de Haro, al tiempo que rendía pleitesía al rey, quien firmó este acuerdo a espaldas de la reina madre, enferma de gravedad en esos momentos.

    Terminado el cerco de Tordehumos, numerosos magnates y caballeros intentaron enemistar al rey con Juan Núñez de Lara el Menor y con su tío el infante Juan, diciéndoles a cada uno de ellos por separado que el rey deseaba la muerte de ambos, por lo que los dos se aliaron, temiendo que el rey desease sus muertes, aunque sin contar con el apoyo de Diego López V de Haro. Sin embargo, fueron persuadidos por María de Molina de que el rey no les deseaba ningún mal, algo que después les fue confirmado por el propio rey. Sin embargo, el infante Juan y sus acompañantes solicitaron presentar sus peticiones a la reina y no a él, a lo que el soberano accedió. Las reclamaciones, presentadas por los demandantes en las Vistas de Grijota, pasaban porque el soberano concediese la merindad de Galicia a Rodrigo Álvarez de las Asturias IV y la merindad de Castilla a Fernán Ruiz de Saldaña, al tiempo que debía expulsar de la corte a sus privados, Sancho Sánchez de Velasco, Diego García, y Fernán Gómez de Toledo. Las demandas presentadas por los magnates fueron aceptadas por el monarca.

    En 1308, Rodrigo Yáñez, Maestre de la Orden del Temple en los reinos de Castilla y de León, se dispuso a entregar a María de Molina las fortalezas de la Orden en el reino, mas la reina no aceptó tomarlas sin el consentimiento de su hijo el rey, que este último concedió. Sin embargo, el maestre no entregó los castillos a la reina madre, sino que ofreció al infante Felipe de Castilla, hermano de Fernando IV, entregárselos a él, a condición de que el infante suplicase al rey, en su nombre, que el monarca atendiese las demandas de los templarios a los prelados de su reino.

    En las Cortes de Burgos de 1308 estuvieron presentes, además del rey, la reina María de Molina, el infante Juan de Castilla, el infante Pedro de Castilla, don Juan Manuel y la mayoría de los ricoshombres y magnates. Fernando IV intentó poner orden en los asuntos de sus reinos, así como alcanzar un equilibrio presupuestario y reorganizar la administración de la Corte, al tiempo que intentaba recortar las atribuciones del infante Juan, aspecto este último no conseguido por el monarca.

    El infante Juan entabló un pleito con el infante Felipe de Castilla por la posesión del castillo de Ponferrada, del que este último se había apropiado, así como de los de Alcañices, San Pedro de Latarce y Haro, y que aquel hubo de entregar al rey, al tiempo que el Maestre de la Orden del Temple se comprometía a entregar al rey los castillos que aún tenía en su poder.

    El Tratado de Alcalá de Henares (1308)

    En marzo de 1306 Fernando IV había solicitado entrevistarse con Jaime II de Aragón, y desde ese momento los embajadores de las dos monarquías intentaron fijar una fecha para el encuentro de los dos soberanos, que hubo de ser aplazado varias veces debido a los conflictos internos existentes en ambos reinos. Las cláusulas del tratado de Alcalá de Henares, firmado el día 19 de diciembre de 1308, tuvieron su origen en los encuentros mantenidos por los reyes de Castilla y Aragón en el monasterio de Santa María de Huerta y en Monreal de Ariza en el mes de diciembre de 1308. Los temas discutidos en las entrevistas fueron el relanzamiento de la empresa bélica de la Reconquista, deseado por ambos reyes, y el matrimonio de la infanta Leonor de Castilla, hija primogénita y heredera de Fernando IV, con el infante Jaime de Aragón, hijo y heredero de Jaime II de Aragón y, por último, la satisfacción de los compromisos contraídos con Alfonso de la Cerda, que aún no habían sido satisfechos en su totalidad.

    Respecto al matrimonio entre la infanta Leonor y el infante Jaime, aunque fue celebrado nunca fue consumado, ya que el infante Jaime huyó de la ceremonia de esponsales, renunció poco después a sus derechos al trono, e ingresó en la Orden de San Juan de Jerusalén. La infanta Leonor contrajo matrimonio años más tarde con Alfonso IV de Aragón, hijo y sucesor de Jaime II de Aragón. Respecto al segundo asunto debatido en las entrevistas de los soberanos, Fernando IV entregó a Alfonso de la Cerda 220.000 maravedíes que aún no le habían sido entregados y este último devolvió al rey las villas de Deza, Serón y Alcalá. La idea de emprender de nuevo la lucha contra el Reino de Granada fue acogida con entusiasmo por ambos soberanos, que contaban con el apoyo del rey de Marruecos, quien se hallaba en guerra contra el rey Muhammad III de Granada.

    Tras las entrevistas mantenidas entre ambos soberanos, Fernando IV se reunió en la villa de Almazán con su madre y ambos acordaron limpiar de malhechores la zona entre Almazán y Atienza, y destruir las fortalezas que les servían de refugio, labor en la que tomó parte el infante Felipe de Castilla, hermano de Fernando IV. Por su parte, la reina María de Molina se mostró complacida ante los acuerdos alcanzados entre Fernando IV y el rey de Aragón. A continuación, el rey se dirigió a Alcalá de Henares.

    El día 19 de diciembre de 1308, en Alcalá de Henares, Fernando IV de Castilla y los embajadores aragoneses Bernaldo de Sarriá y Gonzalo García rubricaron el tratado de Alcalá de Henares. Fernando IV, que contaba con el apoyo de su hermano, el infante Pedro, de Diego López V de Haro, del arzobispo de Toledo y del obispo de Zamora, acordó iniciar la guerra contra el Reino de Granada el día 24 de junio de 1309 y se comprometió, al igual que el monarca aragonés, a no firmar una paz por separado con el monarca granadino. El rey castellano aportaría diez galeras a la expedición y otras tantas el rey aragonés. Se aprobó con la anuencia de ambas partes que las tropas castellanas atacarían las plazas de Algeciras y Gibraltar, mientras que los aragoneses conquistarían la ciudad de Almería.

    Fernando IV se comprometió a ceder una sexta parte del reino de Granada al rey aragonés, y le concedió el reino de Almería en su totalidad como adelanto por el mismo, excepto las plazas de Bedmar, Locubin, Alcaudete, Quesada y Arenas, que habían formado parte de la Corona de Castilla en el pasado. Fernando IV estableció que si se daba la circunstancia de que el reino de Almería no se correspondiese con la sexta parte del Reino de Granada el arzobispo de Toledo por parte de Castilla y el Obispo de Valencia por parte de los aragoneses serían los encargados de resolver las posibles deficiencias del cálculo. La concesión al reino de Aragón de una parte tan extensa del reino nazarita de Granada motivó que el infante Juan de Castilla el de Tarifa y don Juan Manuel protestasen contra la ratificación del tratado, aunque dicha protesta no tuvo consecuencias.

    La entrada en vigor de las cláusulas del tratado de Alcalá de Henares supuso una notable ampliación de los futuros límites del reino de Aragón, que alcanzó unos límites mayores que los previstos en los tratados de Cazorla y Almizra, en los que se habían establecido las futuras áreas de expansión de los reinos de Castilla y Aragón en el pasado. Además, Fernando IV otorgó su consentimiento para que Jaime II de Aragón negociase una alianza con el rey de Marruecos, a fin de combatir al Reino de Granada.

    Tras la firma del tratado de Alcalá de Henares, los reyes de Castilla y Aragón enviaron embajadores a la Corte de Aviñón, a fin de solicitar al Papa Clemente V que concediese la condición de cruzada a la lucha contra los musulmanes del sur de la península ibérica, y para que concediese la necesaria dispensa para la celebración del matrimonio entre la infanta Leonor de Castilla, hija primogénita y heredera de Fernando IV, y el infante Jaime de Aragón, hijo y heredero de Jaime II de Aragón, a lo que el Papa accedió, pues la dispensa necesaria para celebrar dicho matrimonio fue otorgada antes de la llegada de los embajadores a Aviñón. El día 24 de abril de 1309 el Papa Clemente V, mediante la bula «Indesinentis cure», autorizó la predicación de la cruzada en los dominios del rey Jaime II de Aragón, y otorgó a la empresa los diezmos que habían sido destinados a la conquista de Córcega y Cerdeña.

    En las Cortes de Madrid de 1309, las primeras celebradas en la actual capital de España, el rey manifestó su deseo de ir a la guerra contra el Reino de Granada, al tiempo que demandaba subsidios para poder hacer la guerra. En dichas Cortes estuvieron presentes el rey Fernando IV y su esposa, su madre, la reina María de Molina, los infantes Pedro, Felipe y Juan, don Juan Manuel, Juan Núñez de Lara el Menor, Diego López V de Haro, Alfonso Téllez de Molina, hermano de la reina María de Molina, el arzobispo de Toledo, los Maestres de las Órdenes Militares de Santiago y Calatrava, los representantes de las ciudades y concejos, y otros nobles y prelados. Las Cortes aprobaron la concesión de cinco servicios, destinados a pagar las soldadas de los ricoshombres e hidalgos.

    Numerosos magnates del reino, encabezados por el infante Juan de Castilla el de Tarifa y por don Juan Manuel, se opusieron al proyecto de tomar la ciudad de Algeciras, pues preferían realizar una campaña de saqueo y devastación en la Vega de Granada. Además, el infante Juan se hallaba resentido con el rey debido a la negativa de este último a entregarle el municipio de Ponferrada, y Don Juan Manuel, a pesar de que deseaba hacer la guerra al reino de Granada desde sus tierras murcianas, fue obligado por Fernando IV a participar junto a sus mesnadas en el cerco de Algeciras.

    En esos momentos, el Maestre de la Orden de Calatrava realizó una incursión en la frontera y obtuvo un considerable botín, y el día 13 de marzo de 1309 el obispo de Cartagena, contando con la aprobación del cabildo catedralicio de Cartagena, se apoderó de la villa y del castillo de Lubrín, que posteriormente le serían donados por Fernando IV. Terminadas las Cortes de Madrid, Fernando IV se dirigió a Toledo, donde aguardó a que se le uniesen sus tropas, al tiempo que dejaba a su madre, la reina María de Molina, a cargo del gobierno del reino, confiándole la custodia de los sellos reales.

    La conquista de Gibraltar y el sitio de Algeciras (1309)

    En la campaña intervinieron el infante Juan de Castilla el de Tarifa, don Juan Manuel, Diego López V de Haro, señor de Vizcaya, Juan Núñez de Lara el Menor, Alonso Pérez de Guzmán, Fernán Ruiz de Saldaña, y otros magnates y ricoshombres castellanos. También tomaron parte en la empresa las milicias concejiles de Salamanca, Segovia, Sevilla, y de otras ciudades. Por su parte, el rey Dionisio I de Portugal, suegro de Fernando IV de Castilla, envió un contingente de 700 caballeros a las órdenes de Martín Gil de Sousa, Alférez del rey de Portugal, y Jaime II de Aragón aportó a la expedición contra Algeciras diez galeras. El Papa Clemente V, mediante la bula «Prioribus, decanis», emitida el día 29 de abril de 1309 en la ciudad de Aviñón, concedió a Fernando IV de Castilla la décima parte de todas las rentas eclesiásticas de sus reinos durante tres años, a fin de contribuir al sostenimiento de la guerra contra el Reino de Granada.

    Desde la ciudad de Toledo, Fernando IV se dirigió a Córdoba, donde los emisarios del rey de Aragón le anunciaron que Jaime II de Aragón estaba dispuesto para comenzar el sitio de Almería. En la ciudad de Córdoba el rey Fernando IV discutió de nuevo el plan de campaña, pues su hermano el infante Pedro, su tío el infante Juan de Castilla «el de Tarifa», don Juan Manuel y Diego López V de Haro, entre otros, se oponían al proyecto de cercar la ciudad de Algeciras, ya que todos ellos preferían saquear y devastar la Vega de Granada mediante una serie de ataques sucesivos que desmoralizarían a los musulmanes granadinos. No obstante, la voluntad de Fernando IV prevaleció y las tropas castellano-leonesas se prepararon para sitiar Algeciras. Los últimos preparativos de la campaña fueron realizados en la ciudad de Sevilla, a la que Fernando IV llegó a principios de julio de 1309. Los víveres y suministros acumulados en la ciudad de Sevilla por el ejército castellano-leonés fueron trasladados por el río Guadalquivir, y posteriormente por mar hasta Algeciras.

    El día 27 de julio de 1309 una parte del ejército castellano-leonés se encontraba ante los muros de la ciudad de Algeciras, y tres días después, el día 30 de julio, llegaron el rey Fernando IV de Castilla y su tío el infante Juan de Castilla «el de Tarifa», acompañados por numerosos ricoshombres. Por su parte, el rey Jaime II de Aragón comenzó a sitiar la ciudad de Almería el día 15 de agosto, y el asedio se prolongó hasta el día 26 de enero de 1310. Mientras la ciudad de Algeciras permanecía sitiada por las tropas cristianas, la ciudad de Gibraltar capituló ante las tropas de Fernando IV de Castilla el día 12 de septiembre de 1309. Pocos días después de poner cerco a la ciudad de Algeciras, el rey envió a Juan Núñez de Lara el Menor, a Alonso Pérez de Guzmán, al arzobispo de Sevilla, al concejo de la ciudad de Sevilla y al Maestre de la Orden de Calatrava a que sitiasen Gibraltar, que capituló ante las tropas de Fernando IV de Castilla el día 12 de septiembre de 1309, después de un breve y duro asedio.

    A mediados de octubre de 1309, el infante Juan de Castilla «el de Tarifa», su hijo Alfonso de Valencia, don Juan Manuel y Fernán Ruiz de Saldaña, desertaron y abandonaron el campamento cristiano emplazado ante Algeciras, siendo acompañados en su huida por otros quinientos caballeros. Tal acción, motivada porque Fernando IV les debía ciertas cantidades de dinero correspondientes a sus soldadas, provocó la indignación de las Cortes europeas y la protesta de Jaime II de Aragón, quien intentó persuadir a los desertores, aunque infructuosamente, para que regresasen al sitio de Algeciras. Sin embargo, el rey Fernando IV, que contaba con el apoyo de su hermano el infante Pedro, de Juan Núñez de Lara el Menor y de Diego López V de Haro, persistió en su intento de apoderarse de Algeciras.

    La escasez y la pobreza de medios en el campamento cristiano llegaron a ser tan alarmantes que el rey Fernando IV se vio obligado a empeñar las joyas y coronas de su esposa, la reina Constanza de Portugal, a fin de poder pagar las soldadas de los caballeros y de las tripulaciones de las galeras. Poco después llegaron al campamento cristiano las tropas del infante Felipe de Castilla, hermano de Fernando IV, y las del arzobispo de Santiago de Compostela, quien llegó acompañado de 400 caballeros y buen número de peones. A finales de 1309, Diego López V de Haro enfermó de gravedad como consecuencia de un ataque de gota, lo que vino a sumarse a la defunción de Alonso Pérez de Guzmán, señor de Sanlúcar de Barrameda, al temporal de lluvias que inundaron el campamento cristiano, y a la deserción del infante Juan y de don Juan Manuel. No obstante, a pesar de dichas adversidades, Fernando IV de Castilla persistió hasta el último momento en su objetivo de apoderarse de Algeciras, aunque al final abandonó su propósito.

    En enero de 1310 el rey Fernando IV decidió negociar con los granadinos, quienes habían enviado como emisario al campamento cristiano al arráez de Andarax. Alcanzado un acuerdo, en el que se estipulaba que a cambio de levantar el asedio de Algeciras Fernando IV recibiría Quesada y Bedmar, además de 50.000 doblas de oro, el rey ordenó levantar el asedio a finales de enero de 1310. Tras la firma del acuerdo preliminar falleció Diego López V de Haro, y María Díaz de Haro, esposa del infante Juan, tomó posesión del señorío de Vizcaya. A continuación, el infante Juan de Castilla el de Tarifa devolvió al rey las villas de Paredes de Nava, Cabreros, Medina de Rioseco, Castronuño y Mansilla. A finales de enero de 1310, al mismo tiempo que Fernando IV ordenaba levantar el cerco de Algeciras, Jaime II de Aragón ordenó el levantamiento del asedio de Almería, sin haber conseguido apoderarse de la ciudad.

    En conjunto, la campaña del año 1309 resultó más provechosa para las armas castellanas que para las de Aragón, ya que Fernando IV pudo incorporar Gibraltar a sus dominios. La traición y deserción de los dos familiares del rey, Don Juan Manuel y el infante Juan de Castilla fue mal considerada por todas las Cortes europeas, que no ahorraron calificativos a la hora de definir a los dos magnates castellanos.

    Última etapa del reinado y muerte del rey (1310-1312)

    Conflictos con el infante Juan y con don Juan Manuel (1310-1311)

    En 1310, una vez levantado el asedio de Algeciras, el rey Fernando IV envió a Juan Núñez de Lara el Menor a conferenciar con el papa Clemente V, a quien el rey suplicaba, de común acuerdo con el rey de Aragón, que no permitiese que se procesase a su antecesor en la silla de San Pedro, el papa Bonifacio VIII, quien había legitimado el matrimonio de los padres de Fernando IV en 1301, legitimando con ello al propio Fernando IV. Juan Núñez de Lara el Menor debía informar además a Clemente V sobre las causas que habían motivado el levantamiento del sitio de Algeciras, y debía solicitar al Papa, en nombre de Fernando IV, subsidios para poder proseguir en el futuro la guerra contra el Reino de Granada. El Papa Clemente V procuró suavizar la animadversión que Felipe IV el Hermoso, rey de Francia, sentía hacia su predecesor, el papa Bonifacio VIII, reprochó al infante Juan y a don Juan Manuel su conducta durante el asedio de Algeciras, concedió al rey los diezmos recaudados en su reino durante un año, y envió diversas cartas a los prelados de los reinos de Castilla y de León en las que se les ordenaba reprender severamente a los que no colaborasen con el rey en la empresa de la Reconquista.

    Mientras tanto, Fernando IV emprendió de nuevo la guerra contra el Reino de Granada. El infante Pedro, su hermano, conquistó el castillo de Tempul y posteriormente se dirigió a Sevilla, donde se hallaba su hermano el rey. En noviembre de 1310, ambos hermanos se dirigieron a Córdoba, donde se había producido un levantamiento popular en contra de varios caballeros de la ciudad. Mientras tanto, la reina María de Molina, que se encontraba en Valladolid, suplicó a su hijo que se reuniese con ella allí, a fin de que el monarca estuviese presente en la boda de su hermana, la infanta Isabel de Castilla, que iba a contraer matrimonio con Juan III de Bretaña, duque de Bretaña y bisnieto de Enrique III de Inglaterra. De camino a Burgos, Fernando IV se detuvo en la ciudad de Toledo y confesó a Juan Núñez de Lara el Menor que planeaba prender o asesinar al infante Juan, pues pensaba el rey que mientras el infante viviese, le perjudicaría y estorbaría en todos sus propósitos. Sin embargo, Juan Núñez de Lara el Menor, a pesar del odio que sentía hacia el infante, se dio cuenta de que el rey no lo hacía por afecto hacia él, y que si ayudaba al rey a deshacerse del infante, labraría su propia ruina. Fernando IV llegó a Burgos en enero de 1311.

    Después de la boda de la infanta Isabel, hermana de Fernando IV, este último planeó asesinar al infante Juan de Castilla «el de Tarifa» en la ciudad de Burgos, en enero de 1311, para vengarse de ese modo por la deserción del infante del cerco de Algeciras y, al mismo tiempo, para someter a la nobleza, que volvía a rebelarse contra el poder de la Corona. Sin embargo, la reina María de Molina avisó al infante Juan de los propósitos de su hijo y el infante pudo ponerse a salvo. Fernando IV, acompañado por su hermano el infante Pedro, por Lope Díaz de Haro, y por las mesnadas del concejo de Burgos persiguió al infante Juan y a sus partidarios, que se refugiaron en la villa palentina de Saldaña.

    El rey privó entonces al infante Juan del Adelantamiento de la frontera y se lo concedió a Juan Núñez de Lara el Menor, al tiempo que ordenó la confiscación de las tierras y señoríos que le había entregado al infante, a sus hijos, Alfonso de Valencia y Juan el Tuerto, e idéntica suerte corrió Sancho de Castilla «el de la Paz», primo de Fernando IV y partidario del infante Juan. Al mismo tiempo, don Juan Manuel se reconcilió con el rey y le solicitó que le concediese el cargo de Mayordomo mayor del rey, por lo que el monarca, que deseaba atraerse a Don Juan Manuel, creyendo que este último rompería su amistad con el infante Juan, despojó al infante Pedro del cargo de Mayordomo mayor y se lo concedió, dando a cambio a su hermano las villas de Almazán y Berlanga de Duero, que le había prometido anteriormente.

    A principios de febrero de 1311, y a pesar de que se había reconciliado con Fernando IV, Don Juan Manuel abandonó la ciudad de Burgos y se dirigió a Peñafiel, encontrándose poco después con el infante Juan en Dueñas. Los partidarios y vasallos del infante Juan, temiendo al rey, se aprestaron a defenderle, entre ellos Sancho de Castilla «el de la Paz» y Juan Alfonso de Haro. En vista de la situación, Fernando IV, que no deseaba una rebelión abierta de los partidarios del infante Juan, además de querer dedicarse en exclusiva a la guerra contra el Reino de Granada, envió a la reina María de Molina a conferenciar con el infante Juan, con sus hijos, y con sus partidarios en Villamuriel de Cerrato. Las conversaciones duraron quince días y la reina María de Molina estuvo acompañada por el arzobispo de Santiago de Compostela, y por los obispos de León, Lugo, Mondoñedo y Palencia. Las conversaciones concluyeron con la concordia entre el infante Juan, quien se mostraba preocupado por su seguridad personal, y el rey Fernando IV. Dicha concordia incomodó a la reina Constanza de Portugal, esposa de Fernando IV, y a Juan Núñez de Lara el Menor, quien continuaba enemistado con el infante Juan. Poco después, Fernando IV se entrevistó con el infante Juan de Castilla el de Tarifa en el municipio de Grijota, y ambos ratificaron lo acordado entre el infante Juan y la reina María de Molina en Villamuriel de Cerrato.

    El día 20 de marzo de 1311, durante una asamblea de prelados en la ciudad de Palencia, Fernando IV confirmó y concedió nuevos privilegios a las iglesias y prelados de sus reinos, y respondió a sus demandas. En abril de 1311, hallándose en Palencia, Fernando IV enfermó de gravedad y hubo de ser trasladado a Valladolid, a pesar de la oposición de la reina Constanza, su esposa, que deseaba trasladarlo a Carrión de los Condes, a fin de poder controlar al monarca junto con su aliado, Juan Núñez de Lara el Menor. Durante la enfermedad del rey surgieron discrepancias entre el infante Pedro, Juan Núñez de Lara el Menor, el infante Juan, y don Juan Manuel. Mientras el rey se encontraba en Toro, la reina Constanza dio a luz en Salamanca el día 13 de agosto de 1311 a un hijo varón, que llegaría a reinar en Castilla a la muerte de su padre como Alfonso XI de Castilla. El infante Alfonso, heredero de Fernando IV, fue bautizado en la Catedral Vieja de Salamanca, y a pesar de los deseos del rey, quien deseaba encomendar la crianza del niño a su abuela, la reina María de Molina, prevaleció la voluntad de la reina Constanza, quien deseaba, contando para ello con el apoyo de Juan Núñez de Lara el Menor y de Lope Díaz de Haro, que la custodia del niño fuese encomendada al infante Pedro de Castilla, hermano de Fernando IV.

    En el otoño de 1311 surgió una conspiración que pretendía el destronamiento de Fernando IV de Castilla y colocar en el trono a su hermano, el infante Pedro de Castilla. La conjura se hallaba protagonizada por el infante Juan de Castilla «el de Tarifa», por Juan Núñez de Lara el Menor y por Lope Díaz de Haro, hijo del fallecido Diego López V de Haro. Sin embargo, el proyecto de destronamiento fracasó debido a la rotunda negativa de la reina María de Molina.

    Concordia de Palencia y Vistas de Calatayud (1311-1312)

    El infante Juan y los principales magnates del reino amenazaron a Fernando IV con dejar de servirle, a mediados de 1311, si el monarca no satisfacía sus peticiones. El infante Juan y sus seguidores exigieron que reemplazase a sus consejeros y privados por el propio infante Juan, la reina María de Molina, el infante Pedro, don Juan Manuel, Juan Núñez de Lara el Menor, y por los obispos de Astorga, Zamora, Orense y Palencia, quienes deberían ser los nuevos consejeros del rey. Don Juan Manuel permaneció leal a Fernando IV, debido a que el día 15 de octubre el rey le había cedido todos los pechos y derechos reales de Valdemoro y de Rabrido, a excepción de la moneda forera de ambos lugares y de la martiniega de Rabrido, que había sido entregada a Alfonso de la Cerda.

    Con el deseo de alcanzar la paz y de que ningún obstáculo se interpusiese en el relanzamiento de la Reconquista, Fernando IV se avino a firmar la concordia de Palencia, rubricada el día 28 de octubre de 1311, con el infante Juan y el resto de los magnates, y cuyas cláusulas fueron ratificadas en las Cortes de Valladolid de 1312. El rey se comprometió a respetar los usos, fueros y privilegios de los nobles, prelados, y los hombres buenos de las villas, y a no intentar despojar a los nobles de las rentas y tierras que tenían pertenecientes a la Corona. Fernando IV ratificó que la crianza de su hijo, el infante Alfonso, sería encomendada a su hermano, el infante Pedro, a quien cedió además la villa de Santander. El rey cedió al infante Juan el municipio de Ponferrada, a condición de que no estableciese ningún tipo de acuerdo con Juan Núñez de Lara el Menor, aunque el infante incumplió su palabra antes de haber transcurrido ocho días.

    En diciembre de 1311 Fernando IV se entrevistó en Calatayud con el rey Jaime II de Aragón. En ese momento se llevó a cabo el enlace matrimonial entre el infante Pedro de Castilla, hermano de Fernando IV, y la infanta María de Aragón, hija de Jaime II de Aragón, aunque algunos autores señalan que el matrimonio se celebró en el mes de enero de 1312.20​ Al mismo tiempo, Fernando IV le entregó al soberano aragonés su hija primogénita, la infanta Leonor de Castilla para que fuese criada en la corte aragonesa hasta que tuviera la edad adecuada para contraer matrimonio con el infante Jaime de Aragón, hijo primogénito y heredero del rey aragonés.

    En la entrevista de Calatayud de 1311 también se acordó reanudar la guerra contra el Reino de Granada, pero se decidió que cada reino la hiciera por separado, al tiempo que Jaime II se comprometía a mediar entre Fernando IV y el rey de Portugal en el conflicto que ambos mantenían acerca de la posesión de algunas poblaciones de las que Dionisio I de Portugal se había apoderado durante la minoría de edad de Fernando IV. Sin embargo, la muerte de Fernando IV en septiembre de 1312 puso fin a dichas negociaciones entre los soberanos de Aragón y Portugal. El día 3 de abril de 1312, poco después de la entrevista de Calatayud, don Juan Manuel contrajo matrimonio en la ciudad de Játiva con la infanta Constanza de Aragón, hija de Jaime II de Aragón.

    Último período de la vida del rey (1312)

    Tras su estancia en la ciudad de Calatayud, Fernando IV se dirigió a la ciudad de Valladolid, donde iban a reunirse las Cortes. En las Cortes de Valladolid de 1312, las últimas del reinado de Fernando IV, se recaudaron fondos para mantener el ejército que se emplearía en la siguiente campaña contra el reino de Granada, se reorganizó la administración de justicia, la administración territorial y la administración local, mostrando con ello el deseo del rey de realizar profundas reformas en todos los ámbitos de la administración, al tiempo que intentaba reforzar la autoridad de la Corona en detrimento de la autoridad nobiliaria. Las Cortes aprobaron la concesión de cinco servicios y una moneda forera, destinados al pago de las soldadas de los vasallos del rey, a excepción de Juan Núñez de Lara el Menor, que se había convertido en vasallo del rey Dionisio I de Portugal.

    Ya en octubre de 1311, Fernando IV había solicitado un préstamo al rey Eduardo II de Inglaterra, a fin de poder proseguir la guerra contra el reino de Granada, aunque el soberano inglés se negó a concedérselo, argumentando que había tenido que afrontar numerosos gastos debido a su guerra contra los escoceses. En julio de 1312, Fernando IV empeñó los castillos templarios de Burguillos del Cerro y de Alconchel a cambió de un préstamo de 3600 marcos del rey Dionisio I de Portugal, que necesitaba para proseguir la guerra contra el reino de Granada. A finales de abril de 1312, una vez terminadas las Cortes, el rey abandonó la ciudad de Valladolid. En 1312 falleció Sancho de Castilla «el de la Paz», hijo del infante Pedro de Castilla y primo hermano de Fernando IV, quien se dirigió a Ledesma, que hacía las veces de capital de los señoríos de su primo, e incorporó los dominios de su difunto primo al patrimonio real, después de haberse comprobado que el difunto carecía de hijos legítimos. Fernando IV se dirigió después a Salamanca, y arrebató a su primo Alfonso de la Cerda, que se había sublevado nuevamente contra él, los municipios de Béjar y Alba de Tormes.

    El día 13 de julio de 1312 el rey llegó a Toledo, después de haber dejado al infante Alfonso, heredero del trono, en la ciudad de Ávila, y se dirigió a la provincia de Jaén, donde su hermano, el infante Pedro de Castilla, se encontraba sitiando la localidad de Alcaudete. El rey, después de una corta estancia en la ciudad de Jaén, se dirigió a la localidad jienense de Martos, donde ordenó que se ejecutase a los hermanos Carvajal, acusados de haber asesinado en Palencia a Juan Alonso de Benavides, privado del rey. Según la leyenda, pues ello no figura en la Crónica de Fernando IV, los hermanos fueron condenados a ser introducidos en una jaula de hierro con puntas afiladas en su interior y, posteriormente, a ser arrojados desde la cumbre de la Peña de Martos, introducidos en dicha jaula. La Crónica de Fernando IV refiere que antes de morir, los hermanos emplazaron al rey a comparecer ante el Tribunal de Dios en el plazo de treinta días.​

    Después de su estancia en Martos, el rey se dirigió a Alcaudete, donde esperaba al infante Juan de Castilla «el de Tarifa», quien debería unirse junto con sus tropas al cerco de la localidad. Sin embargo, el infante Juan no acudió por temor de que Fernando IV ordenase su muerte. Enfermo de gravedad, Fernando IV abandonó el cerco de Alcaudete y se dirigió a la ciudad de Jaén, a finales de agosto de 1312.

    El día 5 de septiembre de 1312 se rindió la guarnición de Alcaudete, después de tres meses de asedio, y el infante Pedro se dirigió a la ciudad de Jaén, donde le aguardaba su hermano el rey. El día 7 de septiembre, día de la muerte de Fernando IV, acordaron ambos hermanos socorrer a Nasr, rey de Granada, con quien se había pactado una tregua, y ayudarle en su lucha contra su cuñado Ferrachén, arráez de Málaga, quien se había rebelado contra el rey de Granada.

    Diferentes versiones de la muerte del rey

    Fernando IV de Castilla falleció el día 7 de septiembre de 1312 en la ciudad de Jaén, sin que nadie le viera morir. La historia y la leyenda se han entrelazado indisolublemente en lo concerniente a la defunción del monarca, que recibió a su muerte el sobrenombre de «el Emplazado», a causa de las circunstancias misteriosas en que se produjo la misma. Fernando IV falleció a los veintiséis años de edad, y al morir dejaba como futuro heredero a su único hijo varón, el infante Alfonso, que reinaría como Alfonso XI de Castilla, y que a la muerte de su padre contaba con un año de edad.

    La Crónica de Fernando IV, escrita alrededor del año 1340, casi treinta años después de la defunción del rey, describe así la muerte del monarca castellano-leonés, en el capítulo XVIII de la obra, y la de los hermanos Carvajal, ocurrida treinta días antes de la de Fernando IV, aunque no especifica de qué modo murieron estos últimos:

    É el Rey salió de Jaén, é fuese á Martos, é estando y mandó matar dos cavalleros que andavan en su casa, que vinieran y á riepto que les fasían por la muerte de un cavallero que desían que mataron quando el Rey era en Palencia, saliendo de casa del Rey una noche, al qual desían Juan Alonso de Benavides. É estos cavalleros, quando los el Rey mandó matar, veyendo que los matavan con tuerto, dixeron que emplasavan al Rey que paresciesse ante Dios con ellos a juisio sobre esta muerte que él les mandava dar con tuerto, de aquel día en que ellos morían á treynta días. É ellos muertos, otro día fuese el Rey para la hueste de Alcaudete, e cada día esperava al infante Don Juan, segund lo havía puesto con él…É el Rey estando en está cerca de Alcaudete, tomóle una dolencia muy grande, e affincóle en tal manera, que non pudo y estar, e vínose para Jaén con la dolencia, e no se queriendo guardar, comía carne cada día, e bebía vino…E otro día jueves, siete días de setiembre, víspera de Sancta María, echóse el Rey a dormir, e un poco después de medio día falláronle muerto en la cama, en guisa que ninguno lo vieron morir. É este jueves se cumplieron los treynta días del emplazamiento de los cavalleros que mandó matar en Martos…

    En el capítulo III de la Crónica de Alfonso XI, la muerte de Fernando IV es descrita de idéntico modo a como se describe en la Crónica de Fernando IV. Y el historiador Diego Rodríguez de Almela, en su obra Valerio de las historias escolásticas y de los hechos de España, que fue escrita alrededor del año 1472, relató del siguiente modo la defunción del monarca:

    Estando el rey Don Fernando IV de Castilla, que tomó a Gibraltar, en Martos, acussaron ante él a dos escuderos, llamados el uno Pedro Carbajal y el otro Juan Alfonso de Carbajal, su hermano, que ambos andaban en su corte, oponiéndoles que una noche, estando el Rey en Palencia, mataron a un caballero llamado Gómez de Benavides, que quería mucho el Rey, dando muchos indicios y presunciones porque parescía que ellos le havían muerto. El rey Don Fernando, usando de rigurosa justicia, fizo prender a ambos hermanos, y despeñar de la Peña de Martos; antes que los despeñasen dixeron que Dios era testigo y sabía la verdad que no eran culpantes en aquella muerte que les oponían, y que pues el Rey los mandaba despeñar y matar a sin razón, que lo emplazaban de aquel día que ellos morían en treinta días que paresciesse con ellos a juicio ante Dios. Los escuderos fueron despeñados y muertos, y el rey Don Fernando vino a Jaén. Eacaesció que dos días antes que se compliese el plazo se sintió enojado, comió carne y bebió vino. Como el día del plazo de los treinta días que los escuderos que mató le emplazaron se compliesse, queriendo partir para Alcaudete, que su hermano el Infante Don Pedro havía a los Moros tomado, comió temprano, y acostosse a dormir en la siesta, que era en verano; acaesció assí que quando fueron para le despertar, halláronlo muerto en la cama, que ninguno no le vido morir. Mucho se deben atentar los Jueces antes que procedan a executar justicia, mayormente de sangre, hasta saber verdaderamente el hecho por que la justicia se deba executar. Ca como en el Génesis se lee: quién saccare sangre sin pecado, Dios lo demandará. Este Rey no tuvo la manera que convenía a execución de justicia, y por tanto acabó como dicho es.

    Martín Ximena Jurado, historiador y cronista jienense del siglo XVII, en su obra Catálogo de los Obispos de las Iglesias Catedrales de Jaén y Anales eclesiásticos de este Obispado, describió la Real Iglesia de Santa Marta de la ciudad de Martos, donde yacen sepultados los restos de los hermanos Carvajal, ejecutados por orden de Fernando IV. Al tiempo que describió la tumba de los dos hermanos, aportó algunos datos sobre la defunción del monarca.

    El padre Juan de Mariana, escritor e historiador del siglo XVII, describió la condena y ejecución de los hermanos Carvajal en la ciudad de Martos, y estableció por primera vez la posible relación existente entre la leyenda del emplazamiento ante el Tribunal de Dios de Fernando IV, y los emplazamientos sufridos por el papa Clemente V, y el rey de Francia Felipe IV el Hermoso, ambos ocurridos en 1314, dos años después de la muerte de Fernando IV. El último Gran Maestre de la Orden del Temple, Jacques de Molay, fue quemado en la hoguera en París en marzo de 1314, y antes de morir, según refiere la tradición, conminó a comparecer ante Dios, en el plazo de un año, al papa Clemente V, al rey Felipe IV de Francia y a Guillermo de Nogaret, responsables de la supresión de la Orden del Temple y de la muerte de muchos de sus miembros:​

    El Rey muy descuidado de los hecho se partió para Alcaudete donde su exército aloxaba: allí le sobrevino una enfermedad tan grande, que fue forzado dar la vuelta à Jaén, bien que los Moros movían prática de entregar la villa. Aumentábase el mal de cada día, y agravábase la dolencia de suerte que el Rey no podía por sí negociar. Todavía alegre por la nueva que le vino que la villa era tomada, resolvía en su pensamiento nuevas conquistas, quando un Jueves que se contaron siete días del mes de Setiembre, como después de comer se retirase à dormir, à cabo de rato le hallaron muerto. Falleció en la flor de su edad que era de veinte y quatro años y nueve meses, en sazón que sus negocios se encaminaban prósperamente. Tuvo el Reyno por espacio de diez y siete años, quatro meses y diez y nueve días y fue el Quarto de su nombre. Entendióse que su poco orden en el comer y beber le acarreáron la muerte: otros decían que era castigo de Dios porque desde el día que fue citado, hasta la hora de su muerte (cosa maravillosa y extraordinaria) se contaban precisamente treinta días. Por esto entre los Reyes de Castilla fue llamado D. Fernando el Emplazado. Su cuerpo depositaron en Córdova, porque a causa de los calores que todavía duraban, no pudo ser llevado à Sevilla ni à Toledo do tenían los enterramientos Reales. Acrecentóse la fama y la opinión susodicha, concebida en los ánimos del vulgo, por la muerte de dos grandes príncipes que por semejante razón: fallecieron en los dos años próximos siguientes: estos fueron Philipo Rey de Francia y el Papa Clemente, ambos citados por los Templarios para delante el divino tribunal al tiempo que con fuego y todo género de tormentos los mandaban castigar y perseguían toda aquella religión. Tal era la fama que corría, si verdadera si falsa, no se sabe, mas es de creer que fuese falsa: en lo que sucedió al Rey D. Fernando nadie pone duda…

    El historiador y arqueólogo palentino Francisco Simón y Nieto, señaló en su obra Una página del reinado de Fernando IV. Pleito seguido en Valladolid ante el rey y su corte en una sesión, por los personeros de Palencia contra el Obispo D. Álvaro Carrillo, 28 de mayo de 1298, publicada en 1912, que la causa última de la muerte de Fernando IV pudo ser una trombosis coronaria, aunque sin descartar otras, como hemorragia cerebral, edema agudo de pulmón, angina de pecho, infarto de miocardio, embolia, síncope u otras.

    Sepultura

    En septiembre de 1312, poco después de su defunción, los restos mortales de Fernando IV de Castilla fueron trasladados a la ciudad de Córdoba, y el día 13 de septiembre fueron sepultados en una capilla de la Mezquita-Catedral de Córdoba, a pesar de que su cadáver debería haber recibido sepultura en la Catedral de Toledo junto a su padre, el rey Sancho IV, o bien en la catedral de Sevilla junto a su abuelo paterno, Alfonso X, y su bisabuelo paterno, Fernando III.

    No obstante, debido a las altas temperaturas que se dieron en el mes de septiembre del año 1312, la reina Constanza de Portugal, viuda de Fernando IV, y el infante Pedro de Castilla, hermano del difunto rey, decidieron dar sepultura a los restos mortales de Fernando IV en la Mezquita-Catedral de Córdoba. La reina Constanza de Portugal fundó además seis capellanías y dispuso que en el mes de septiembre se celebrase el aniversario perpetuo en memoria del difunto rey. Hasta que transcurrió un año desde la defunción del monarca, cuatro cirios ardieron permanentemente junto a su sepultura y, diariamente, durante ese año, el obispo de la ciudad y el cabildo catedralicio entonaron responsos una vez al día por el alma del difunto rey junto a su sepultura. En 1371, los restos mortales de Fernando IV y los de su hijo, Alfonso XI de Castilla, fueron depositados en la Capilla Real de la Mezquita-Catedral de Córdoba, cuya construcción había finalizado ese mismo año.

    En 1728, el Papa Benedicto XIII expidió una bula por la que la Capilla Real de la Mezquita-catedral de Córdoba quedaba adscrita a la iglesia de San Hipólito de Córdoba, y ese mismo año, después de varias rogativas por parte de los canónigos de la iglesia de San Hipólito de Córdoba, que habían solicitado a Felipe V que los restos de Fernando IV y de Alfonso XI fueran trasladados a su colegiata, el rey autorizó el traslado de los restos de los dos monarcas, que estaban sepultados en la Capilla Real de la Mezquita-Catedral de Córdoba.

    En 1729 se iniciaron las obras para la terminación de la iglesia de San Hipólito, que se dieron por finalizadas en 1736, y en la noche del día 8 de agosto de 1736, con todos los honores, los restos mortales de Fernando IV y de Alfonso XI fueron trasladados a la iglesia de San Hipólito de Córdoba, en la que reposan desde entonces. Al mismo tiempo, los canónigos de San Hipólito trasladaron a su colegiata todos los bienes muebles de la Capilla Real de la Mezquita-Catedral.

    En el tramo primero del presbiterio de la iglesia de San Hipólito de Córdoba, alojados en sendos arcosolios, se encuentran los sepulcros que contienen los restos mortales de Fernando IV, ubicado en el lado de la Epístola, y el que contiene los restos de su hijo Alfonso XI, que se encuentra en el lado del Evangelio. Los restos mortales de ambos monarcas se hallan depositados en el interior de sendas urnas de mármol rojo, construidas con mármoles procedentes del desaparecido monasterio de San Jerónimo de Córdoba, y ambas fueron realizadas en 1846, por encargo de la Comisión de Monumentos.

    Hasta ese momento, los restos de ambos monarcas se hallaban colocados en sendos ataúdes de madera en el presbiterio de la iglesia, donde eran mostrados a los visitantes distinguidos. Sobre las cubiertas de ambos sepulcros se encuentran colocados sendos almohadones sobre los que se hallan depositados una corona y un cetro, símbolos de la realeza.

    Matrimonio y descendencia

    Fernando IV contrajo matrimonio en la ciudad de Valladolid, el 23 de enero de 1302, con Constanza de Portugal, hija del rey Dionisio I de Portugal, y fruto de ese matrimonio nacieron tres hijos:

    • Leonor de Castilla (1307-1359). Contrajo matrimonio con Alfonso IV de Aragón, y fue asesinada en 1359 en el municipio burgalés de Castrojeriz por orden de su sobrino, Pedro I de Castilla.
    • Constanza de Castilla (1308-1310). Falleció en la infancia y fue sepultada en el desaparecido monasterio de Santo Domingo el Real de Madrid, aunque en 1869 sus restos mortales fueron trasladados a la cripta de la iglesia de San Antonio de los Alemanes de la misma ciudad, donde reposan en la actualidad.
    • Alfonso XI de Castilla (1311-1350). Sucedió a su padre en el trono de Castilla y falleció en 1350 a causa de la peste negra mientras asediaba Gibraltar.
  • Isabel I de Castilla

    Isabel I de Castilla

    Isabel I de Castilla, nació en Madrigal de las Altas Torres, 22 de abril de 1451  y murió en Medina del Campo, (Real Palacio Testamentario), el 26 de noviembre de 1504.

    Fue reina de la Corona de Castilla​ desde 1474 hasta 1504, reina consorte de Sicilia desde 1469 y de Aragón desde 1479,​ por su matrimonio con Fernando de Aragón. También ejerció como señora de Vizcaya. Se la conoce también como Isabel la Católica, título que le fue otorgado a ella y a su marido por el papa Alejandro VI mediante la bula Si convenit, el 19 de diciembre de 1496. Es por lo que se conoce a la pareja real con el nombre de Reyes Católicos, título que usarían en adelante prácticamente todos los futuros reyes de las Españas.

    Se casó el 19 de octubre de 1469 con el príncipe Fernando de Aragón. Por el hecho de ser primos segundos necesitaban una bula papal de dispensa que solo consiguieron de Sixto IV a través de su enviado el cardenal Rodrigo Borgia en 1472. Ella y su esposo Fernando conquistaron el Reino nazarí de Granada y participaron en una red de alianzas matrimoniales que hicieron que su nieto, Carlos, heredase las coronas de Castilla y de Aragón, así como otros territorios europeos, y se convirtiese en emperador del Sacro Imperio Romano.

    Isabel y Fernando se hicieron con el trono tras una larga lucha, primero contra el rey Enrique IV (véase Conflicto por la sucesión de Enrique IV de Castilla) y de 1475 a 1479 en la guerra de Sucesión castellana contra los partidarios de la otra pretendiente al trono, Juana. Isabel reorganizó el sistema de gobierno y la administración, centralizando competencias que antes ostentaban los nobles; reformó el sistema de seguridad ciudadana y llevó a cabo una reforma económica para reducir la deuda que el reino había heredado de su hermanastro y predecesor en el trono, Enrique IV. Tras ganar la guerra de Granada los Reyes Católicos expulsaron a los judíos de sus reinos.

    Concedió apoyo a Cristóbal Colón en la búsqueda de las Indias Occidentales, lo que llevó al descubrimiento de América.​ Dicho acontecimiento tendría como consecuencia la conquista de las tierras descubiertas y la creación del Imperio español.

    Vivió cincuenta y tres años, de los cuales gobernó treinta como reina de Castilla y veintiséis como reina consorte de Aragón al lado de Fernando II. Desde 1974 es considerada sierva de Dios por la Iglesia católica, y su causa de beatificación está abierta.

    Isabel y sus Conquistas

    Fuerte, orgullosa y decidida, pero también dulce, cariñosa e, incluso, inocente en algunos ámbitos de la vida. Durante más de un cuarto de siglo, fue reina de Castilla y consorte de Aragón: Isabel «la Católica». Sin embargo, y además de la multitud de intrigas políticas que se muestran en la pequeña pantalla, esta serena joven también expulsó a sangre y sable a los musulmanes de Granada e, incluso, combatió en Toro contra las tropas que pretendían arrebatarle la corona

    Una dura infancia

    Isabel nació en 1451 en –según afirman varios historiadores- Madrigal de las Altas Torres, un pequeño y pintoresco pueblo ubicado al norte de Ávila. Hija de reyes, su alumbramiento no supuso, en principio, ningún cambio en la línea de sucesión al trono de Castilla. Esto se hizo patente cuando, unos pocos años después, su madre dio a luz a un bebé –Alfonso– que, por el hecho de ser varón, adelantaría a la joven en la carrera por la corona convirtiéndose en el sucesor del también hermano de ambos, Enrique IV –entonces rey de Castilla-.

    Pero, para que Alfonso o Isabel pudieran optar al trono, debía cumplirse una sencilla norma: Enrique tenía que morir sin descendencia -algo que no parecía difícil pues, durante varios años, no había sido capaz de tener un hijo-. De esta forma, la joven sólo quedaba para su familia como una interesante moneda de cambio que podía ser usada en un futuro matrimonio de conveniencia.

    Todo cambió cuando, repentinamente, Enrique IV dejó embarazada a su mujer, la portuguesa Juana de Avis. De inmediato, el rey llamó a la corte a sus dos hermanos hasta que se produjo el nacimiento de su hija, a la que llamaría Juana. En cambio, la pequeña pronto recibió un sobrenombre que su padre odiaría hasta el día en que murió: Juana la Beltraneja. Y es que, como el pueblo sabía de la impotencia de su monarca, comenzó a expandirse la sospecha de que la niña era realmente hija de Beltrán de la Cueva, amigo personal del soberano.

    La lucha por el trono

    A partir de entonces comenzó una lucha por el trono que, más de 500 años después, ha dado lugar a una serie de televisión. La cuestionable paternidad de Juana terminó de motivar a varios nobles que, alegando que el pequeño Alfonso debía ser el rey, iniciaron una guerra contra Enrique. Con todo, el joven aspirante al trono murió al poco en extrañas circunstancias, un hecho que sumió a Isabel en un profundo dolor. Acababa de recibir uno de los muchos reveses que tendría que soportar durante su vida.

    «Fue una reina poderosa, una madre entregada y una mujer desgraciada»Tras este aciago suceso, Isabel consiguió a base de su fortaleza moral hacer que Enrique IV la nombrara sucesora al trono por delante de su hija Juana, algo que el monarca aceptó a regañadientes para detener la guerra que se cernía sobre Castilla. A su vez, prometió que no combatiría más contra su hermano y respetaría su corona hasta el día de su muerte.

    «Isabel tuvo un carácter fuerte y decidido, pero me gusta definirla como una reina poderosa, una madre entregada y, sobre todo, una mujer profundamente desgraciada. Y, cuando digo esto, me fundamento en que creció en soledad entre cortesanos intrigantes y ambiciosos, que vio morir a su hermano menor, enterró a dos de sus hijos, y murió viendo a su heredera, Juana, sumida en la demencia».

    Fernando… ¿una historia de amor?

    Sin embargo, y como plan alternativo, el rey trató por todos los medios de casar a Isabel con multitud de pretendientes para garantizarse desde una alianza con Portugal hasta la marcha de su hermana a París. No sirvió de nada, pues la joven reina, con una mentalidad adelantada a su tiempo, rechazó a todos los hombres que propuso su cruel hermano y dejó claras sus intenciones: únicamente se casaría con quien ella decidiera.

    Por ello, en un intento de detener los ambiciosos planes del rey, Isabel decidió contraer matrimonio en secreto con Fernando, príncipe del reino de Aragón. Con las nupcias, sus territorio quedarían unidos una vez muerto Enrique IV. No obstante, y tras rechazar a multitud de pretendientes, la duda de si este matrimonio fue o no por amor todavía se cierne sobre la Historia.

    No hay que considerar el matrimonio con Fernando de Aragón como una boda por amor ni como un acto de rebeldía hacia la imposición de la razón de estado. Fue, simplemente, una decisión política tomada por ella, ciertamente, pero siguiendo las recomendaciones de sus consejeros. No aceptó los enlaces francés o portugués que proponía Enrique IV, cierto, pero escogió al heredero de Aragón por considerar que éste significaba una alianza política más provechosa para Castilla. Es decir, de alguna forma también aceptó lo que era el destino común de las infantas de Castilla: casarse por razones de estado. Pero lo hizo siguiendo su criterio y no el de la corona», destaca la experta.

    Así, años después -y tras la muerte de Enrique-, Castilla y Aragón quedaron por fin unidas gracias al matrimonio entre Isabel y Fernando quienes, debido a su defensa de la fe cristiana, recibieron el título de «Reyes Católicos». Pero, aunque todo había salido bien a la tenaz reina, todavía quedaban multitud de enemigos por combatir.

    Portugal en armas

    Una de las primeras contiendas que tuvo que acometer Isabel como reina de Castilla se sucedió en 1475 cuando Alfonso V –rey de Portugal- y los seguidores de Juana la Beltraneja –de tan solo 13 años de edad- se levantaron en armas por la corona. Concretamente, esta coalición reclamaba que el trono debía ser de la que consideraban la legítima heredera de Enrique. Además, para reforzar la alianza entre ambos bandos, se decidió casar a la pequeña con el monarca luso, el que, además de ser su tío, tenía nada menos que una treintena de años más que ella. El conflicto estaba servido, y sólo podría solucionarse mediante las armas.

    Sin dudarlo, Alfonso avanzó con un ejército formado por 20.000 soldados portugueses sobre Castilla sabiendo, además, que contaba con el beneplácito de Francia. En principio, el luso pretendía llegar con sus tropas hasta Burgos y acosar desde allí a los Reyes Católicos pero, finalmente, el miedo a adentrarse hasta el corazón del territorio enemigo en solitario le llevó a asegurar las ciudades que se declararon a favor de la Beltraneja. Al poco tiempo, los portugueses decidieron asentarse en Toro (una pequeña ciudad zamorana fácilmente defendible).

    Toro, Fernando demostró su ingenio y capacidad de improvisación. Por su parte, los Reyes Católicos iniciaron una recluta urgente con la que poder hacer frente a sus enemigos. «No se amedrentaron ni Fernando ni Isabel, que sólo contaban con unos 500 hombres. Él marchó al Norte a alistar soldados para tan menguante ejército. Ella, incansable, recorrió toda Castilla reclutando gentes. Ordenando, persuadiendo, siempre infatigable».

    Primer contacto

    Tres meses después, en julio de 1475, los Reyes Católicos contaban ya con más de 35.000 hombres dispuestos a matar y morir por sus legítimos monarcas. Pero, aunque cada soldado llevaba en su interior a un ardiente y valeroso guerrero castellano, lo cierto era que la mayoría carecían de entrenamiento militar, de disciplina y, sobre todo, de armamento. Con todo, Fernando se equipó con su mejor armadura y, en nombre de su matrimonio y de Isabel, dispuso a sus combatientes frente a la ciudad de Toro.

    Sin embargo, y a pesar de que el Rey Católico hizo todo lo posible por presentar batalla, el portugués no abandonó su ventajosa posición defensiva sabedor de que un ejército improvisado como el de su enemigo no tendría la disciplina suficiente para mantener un sitio durante largo tiempo. «Fernando estaba frente a Toro, dándole la cara al portugués. Isabel, en Tordesillas, con unos pocos labriegos y unos cuantos presos liberados por la recluta. […] Fernando le presentó batalla; muy hábil el portugués, la esquivó», añade en su obra Serrano.

    No estaba equivocado Alfonso V pues, al poco, a Fernando no le quedó más remedio que disolver su gran ejército y afrontar una guerra de larga duración contra los partidarios de la Beltraneja. De hecho, pasaron semanas hasta que los Reyes Católicos iniciaron una nueva recluta de soldados, aunque, esta vez, profesionales.

    De nuevo en Toro

    En febrero del año siguiente la situación se recrudeció para los Reyes Católicos, pues a Toro llegó Juan -el heredero de la corona portuguesa- con 20.000 hombres para socorrer a su padre. Sin duda, Fernando –ubicado junto a sus tropas en la cercana Zamora- tendría que hacer uso de todo su ingenio militar para lograr la victoria frente a las fuerzas lusas.

    Todo parecía perfecto para los portugueses que, animados por su número y ansiosos por hacer sangrar a los castellanos, salieron al fin de su escondite. «A mediados de febrero, Alfonso V salió de Toro y, tras diversos amagos sobre las fortalezas isabelinas próximas, puso cerco a Zamora, donde Fernando quedó encerrado […]. A pesar de ello, su posición era sólida y cómoda, mientras las tropas portuguesas habían de soportar en su campamento la dureza del invierno; además, Fernando, estaba a punto de recibir importantes refuerzos. El monarca portugués había de tomar la ciudad, lo que parecía imposible, o retirarse para no quedar encerrado entre la ciudad y las tropas que llegaban»

    Pero, en este caso, Alfonso se tragó su orgullo. Con un ejército debilitado y cansado debido a las inclemencias del tiempo, no tuvo más remedio que retirarse hasta la fortaleza de Toro, cosa que quiso hacer lo más rápido posible. Pero no contaba con la capacidad de reacción de Fernando quien, a pesar de lo que le aconsejaban los nobles aliados, ordenó a voz en grito a sus tropas coger la espada, salir de Zamora y perseguir al enemigo. Sólo había una oportunidad, y el Rey Católico sabía que no podía desperdiciarla, era el momento de arriesgar la vida por Castilla, por Aragón, y por su amada Isabel.

    Finalmente, cuando Alfonso observó con temor que la retaguardia de sus tropas iba a ser atacada por el ejército de Fernando, decidió disponer a sus hombres para la batalla. El calendario se había detenido en el 1 de marzo, día en que, al fin, ambos ejércitos combatirían por la supremacía en Castilla. «Las fuerzas se dispusieron para un choque absolutamente frontal. El centro portugués lo mandaba el rey. El ala derecha, apoyada en el río Duero, iba al mando del arzobispo Carrillo y el conde de Haro. El príncipe don Juan, con las mejores tropas, arcabuceros y artilleros, llevaba el mando del ala izquierda», destaca Serrano en su obra.

    Por su parte, los castellanos de Fernando formaron con las tropas de élite en el centro bajo el mando del propio rey. El flanco izquierdo lo ocupó la caballería pesada, temida debido a su ferocidad y su poderosa armadura. Para terminar, el ala derecha estaba defendida por varias unidades de infantería y caballería ligera. La contienda, a pesar de todo, se planteaba peliaguda para los defensores de Isabel pues, al parecer, una considerable parte de su infantería se había quedado atrás en la persecución.

    La lucha comenzó bajo una intensa lluvia que rebotaba contra las armaduras de los soldados. Los primeros en asaltar al enemigo fueron los infantes castellanos del flanco derecho. Sin embargo, su fuerte embestida fue detenida a base de una incesante lluvia de plomo y saetas portuguesas. La derrota no fue admitida fácilmente por los oficiales del ejército isabelino quienes, ávidos de venganza, lanzaron -espada y lanza en ristre- a la caballería pesada en contra de las líneas enemigas.

    No sirvió de nada, pues la estoica defensa lusa volvió a rechazar la acometida castellana. De hecho, tal fue el desastre para los soldados de Fernando, que fue necesario desplazar varias unidades hasta ese punto para evitar que los portugueses pusieran en riesgo a todo el ejército isabelino. Mientras, y para suerte de Castilla, el Rey Católico había conseguido doblegar con sus tropas el centro dirigido por Alfonso V.

    Una victoria incierta

    Tras seis horas de combate, el campo de batalla presentaba una cruel estampa de muerte y destrucción en la que era imposible discernir qué bando sería el vencedor. Y es que, mientras que uno de los flancos había sido tomado por el heredero de Portugal, en el centro, las tropas de Alfonso V se batían en retirada ante el ímpetu de los soldados de Fernando.

    En ese momento, cuando la victoria no pertenecía a ninguno de los dos contendientes, Fernando demostró todo su ingenio al enviar velozmente decenas de emisarios a multitud de ciudades informando del triunfo isabelino.

    «En esta batalla se demostró sobradamente el genio militar y estratégico de Fernando de Aragón. Es más, la decisión del rey Católico de anunciar con tanta precipitación la victoria de Toro aún sin estar asegurada, hizo que muchas ciudades castellanas abandonaran el bando de la Beltraneja y apoyaran a las fuerzas isabelinas con el resultado que todos conocemos», determina Queralt.

    Tan efectiva fue la estrategia, que finalmente los partidarios de Juana la Beltraneja capitularon –aunque con algunas condiciones- y reconocieron a Isabel como reina de Castilla. De esta forma, y después de que los campos castellanos se tiñeran de rojo con la sangre de los soldados, los Reyes Católicos superaron una prueba de fuego que podría haber acabado con su gobierno.

    Granada, el reto de la reina

    A pesar de que la batalla de Toro fue determinante para la legitimación de Isabel como reina de Castilla, la guerra que hizo las delicias de la Reina Católica fue la de Granada, una contienda mediante la que se pretendía reconquistar el último reducto musulmán que aún quedaba en la Península. Y es que, como bien señala Queralt en su libro, la monarca siempre fue una ferviente católica deseosa de servir a Dios y a la fe cristiana.

    Granda fue el gran reto de la reina, una ferviente católica Isabel, decidida como estaba a retomar el sur de la Península, puso esta tarea en manos de Fernando, quien ya había demostrado en decenas de contiendas que estaba dispuesto a sangrar y morir por su esposa. «Isabel estaba decidida a unificar el territorio peninsular y a acabar con el último reducto musulmán en Andalucía. Fue, sin duda, la inspiradora de la campaña en cuanto al espíritu de ésta, pero el brazo armado y la estrategia política fueron cosa de Fernando», destaca la historiadora.

    En este matrimonio, cada cónyuge sabía cuál era su papel y lo representó a la perfección. «Mientras ella actuó como una madre para sus súbditos -cuidó de su espiritualidad, fomentó la cultura y el arte, procuró por su seguridad mediante instituciones como la Santa Hermandad…-, dejó la política exterior y la milicia en manos de Fernando. Formaron así un tándem perfecto»,

    La campaña

    La campaña comenzó en 1482, una vez que Isabel y Fernando sintieron que su posición en el trono no corría peligro. A su vez, las fuertes luchas internas que protagonizaron los líderes musulmanes dentro del reino nazarí de Granada terminaron de convencer a los Reyes Católicos: era hora de llamar al combate y tomar por las armas el territorio que se había perdido hacía siete siglos.

    Isabel fundó los primeros hospitales de campaña de la historia. En los primeros años, Isabel y Fernando se dedicaron a conquistar los alrededores de Granada hasta que, a partir de 1490, comenzó el difícil asedio a la ciudad, el bastión definitivo de los musulmanes en aquella Castilla. En el tiempo que duró la guerra, y aunque Isabel no luchó personalmente lanza en mano contra los moros, si solía visitar a las tropas en el campo de batalla para elevar su moral.

    Además, la Reina Católica favoreció de forma pionera el tratamiento de los heridos en el campo de batalla. «A ella se debe el enorme mérito de haber fundado los primeros hospitales de campaña de la historia que se instituyeron, precisamente, durante las guerras de Granada», completa la autora de «Isabel de Castilla. Reina, mujer y madre»

    La rendición llegaría aproximadamente un año después en las que fueron conocidas como las «Capitulaciones de Granada». En las mismas, y ante la imposibilidad de mantener su reino ante el fuerte empuje católico, Muhamed Abú Abdallah (más conocido por el bando cristiano como Boabdil «el Chico»), llegó a un acuerdo con Isabely Fernando para entregar la ciudad. El pacto se hizo definitivo en 1492, año en que la Alhambra rindió pleitesía a sus majestades.

    Gonzalo Fernández, al servicio de la reina

    Miles fueron los soldados que combatieron a las órdenes de los Reyes Católicos en Granada, pero muy pocos destacaron tanto como un valeroso joven que, según se decía, era el primero en atacar y el último en retirarse. Este maestro de la espada era Gonzalo Fernández de Córdoba, conocido también como el «Gran Capitán» 

    Leal hasta su último aliento a los Reyes Católicos, este militar mandó durante la guerra de Granada una unidad de caballería que se lanzaba valerosamente contra las formaciones musulmanas. Además, también demostró su capacidad estratégica al fomentar en secreto la división entre las diversas facciones nazaríes en Granada y al negociar con Boabdil la rendición de la ciudad.

    «Isabel conoció al Gran Capitán cuando éste era paje de su hermano, pero realmente Gonzalo Fernández de Córdoba fue, en lo militar, la mano derecha de Fernando el Católico quien le dio plenos poderes en sus sucesivas campañas bélicas»

    Sin embargo, y según la experta, la historia de Gonzalo que se cuenta en la conocida serie de televisión no es del todo correcta: «Sinceramente la serie me ha gustado. Evidentemente hay cosas que habría corregido -por ejemplo las falsas localizaciones de exteriores o el presunto romance juvenil entre la reina y Gonzalo Fernández de Córdoba-, posiblemente más ficción que realidad.

     

     

     

  • Gonzalo Fernández de Córdoba, El Gran Capitán

    Gonzalo Fernández de Córdoba, El Gran Capitán

    Gonzalo Fernández de Córdoba y Enríquez de Aguilar, militar y génio estratega castellano. 

    Nació en Montilla, el 1 de septiembre de 1453, y murió el 2 de diciembre de 1515, fue un noble y militar castellano, duque de Santángelo, Terranova, Andría, Montalto y Sessa, llamado por su excelencia en la guerra el Gran Capitán. En su honor, el tercio de la Legión Española acuartelado en Melilla lleva su nombre.​ También fue caballero y comendador de la Orden de Santiago.

    Capitán castellano nacido en el castillo de Montilla, a la sazón perteneciente al Señorío de Aguilar, al servicio de los Reyes Católicos. Pariente de Fernando el Católico y miembro de la nobleza andaluza (perteneciente a la Casa de Aguilar), hijo segundo del noble caballero Pedro Fernández de Aguilar, V señor de Aguilar de la Frontera y de Priego de Córdoba, que murió muy mozo, y de Elvira de Herrera y Enríquez, prima de Juana Enríquez, reina consorte de Aragón, ya que era hija de Pedro Núñez de Herrera, señor de Pedraza y de Blanca Enríquez de Mendoza, que fue hija del almirante Alfonso Enríquez (hijo de Fadrique Alfonso de Castilla) y de Juana de Mendoza «la Ricahembra».

    Gonzalo y su hermano mayor Alfonso Fernández de Córdoba se criaron en Córdoba al cuidado del prudente y discreto caballero Pedro de Cárcamo. Siendo niño fue incorporado como paje al servicio del príncipe Alfonso de Castilla, hermano de la luego reina Isabel I de Castilla, y a la muerte de este, pasó al séquito de la princesa Isabel. La hermana de ambos, conocida con el nombre de Leonor de Arellano y Fernández de Córdoba, se casaría con Martín Fernández de Córdoba, alcaide de los Donceles.

    Su historia

    Gonzalo Fernández de Córdoba, «Gran Capitán». El eco de sus proezas aún retumban en los manuales de historia militar. En Europa y allende los mares, donde los «herederos» de sus Tercios fraguaron el Imperio en el que se estaba convirtiendo la unión de Castilla y Aragón. Cuando muchos nombran tan alegremente a Sun Tzu, Clausewitz, Napoleón, Patton o Schawrzkopf, olvidan que fue este genio militar español quien cambiaría para siempre el «arte de la guerra»: de la pesadez medieval (caballería pesada) a la agilidad moderna (infantería).

    Reconquista de Granada, victoria sin igual frente al francés en Nápoles, conquista de un nuevo Reino para sus «Señores», virrey, precursor de una nueva estrategia militar fundamentada en la infantería y visionario de un Ejército español cuyas reformas impulsaron un cambio de mentalidad que posteriormente derivó en la creación de los populares tercios españoles que acabarían dominando buena parte del mundo e invictos desde 1503 hasta el desastre de Rocroi en 1643.

    Sin embargo, y a pesar de sus proezas, este cordobés nunca dejó de ser un oficial cercano a sus hombres, con sentido del honor para con el contrario, estoico y, ante todo, súbdito leal hacia unos Reyes Católicos que iniciaban en sus hombros la aventura de una nueva nación. Aunque no fueron pocas las desaveniencias acaecidas con sus «Señores», llegando a ser apartado de la «res publica» y «res militaris» de la siempre desagradecido Fernando, esposo de la reina, en en poca estima y envidia tenía al militar castellano. 

    «Hacia 1497, tras una breve estancia en la Corte, los Reyes Católicos le nombran «adalid de la Frontera», un grado que equivalía a capitán»

    La Reconquista de Granada

    Pero donde realmente comenzó a mostrar su ingenio militar fue durante la «Guerra de Granada», una campaña militar que se sucedió a partir de 1482 y en la cual los españoles pretendían expulsar a Boabdil del último estado musulmán en la Península Ibérica. «La guerra se produjo por la firme decisión de los Reyes Católicos, que querían acabar de una vez por todas con el enclave musulmán de Granada, el único territorio que quedaba para completar la unidad cristiana peninsular».

    Gonzalo tomó parte en esta contienda al mando de una unidad de «lanzas» (caballería pesada con una gruesa armadura) de la casa de Aguilar, de la que su hermano era señor. «Fue una guerra larga, que duró casi diez años, y se libró a base de incursiones, asedios, golpes de mano y escaramuzas persistentes, sin grandes batallas campales», determina el escritor.

    «El Gran Capitán tuvo un papel muy destacado a lo largo de toda la campaña, en especial en los ataques a Álora, la fortaleza de Setenil, Loja y el asalto al castillo de Montefrío, cercano a Granada». De hecho, algunos cronistas como Hernán Pérez afirman que, durante esta guerra. «Gonzalo era siempre el primero en atacar y el último en retirarse».

    «Pronto, su valerosa actitud y dotes de mando llamaron la atención de los Reyes Católicos, que le recompensaron con la tenencia (jefatura militar) de Antequera, el señorío de Órgiva y una encomienda», prosigue Laínez.

    Primera guerra de Italia

    Sin embargo, parece que los grandes honores que recibió no fueron suficientes para Gonzalo, pues en 1495 se embarcó hacia otra gran campaña esta vez en Nápoles. Su misión era clara: detener el avance de los franceses, deseosos de expandirse militarmente con la toma de algunos territorios. «La primera campaña italiana se inició cuando el rey francés Carlos VIII invadió el reino de Nápoles (Reame) con una gran ejército. Al poco tiempo se retiró, pero dejando la mayor parte del Reame ocupado».

    «Utilizando las tácticas aprendidas en la Guerra de Granada, Fernández de Córdoba, limpió Calabria de enemigos, conquistó la provincia de Basilicata y tras derrotar a los franceses en Atella entró triunfante en Nápoles en 1496», destaca el escritor. Fue tras el asalto a esta ciudad cuando se empezó a conocer a Gonzalo como «Gran Capitán». Tras tomar el lugar, volvió a Castilla como un héroe.

    Segunda contienda en Nápoles

    A pesar de que se firmó un tratado con Francia para que cesaran las hostilidades, la paz no duró demasiado. El rey francés Luis XII había firmado un tratado con Fernando el Católico para repartirse el reino napolitano. Los franceses ocupan la mitad norte y el sur queda en poder de las tropas españolas que manda el Gran Capitán.

    Pero pronto se iniciaron las discrepancias entre españoles y franceses por cuestiones fronterizas, lo que provocó que en 1502 se reiniciara la guerra después de que los franceses trataran de nuevo de tomar Reame. El «Gran Capitán» no lo dudó y se dispuso a enfrentarse a los enemigos de Castilla. Una de las primeras batallas de esta guerra fue la de Ceriñola (Cerignola), en la que Gonzalo tendría que hacer uso de toda su experiencia militar para lograr salir victorioso.

    La batalla que revolucionó la Historia

    La batalla de Ceriñola sin duda cambió la historia, y es que, si hasta ese momento la fuerza de los ejércitos se medía en base a la cantidad de caballería pesada de la que disponía, tras esta lid la mentalidad militar evolucionó y comenzó a primar la infantería.

    La batalla se desarrolló en un diminuto punto de la Apulia italiana situado en lo alto de una colina cubierta de viñedos y olivos. En ella, las tropas del «Gran Capitán» se defendieron de los atacantes franceses, tras verse obligados a retirarse en varios enfrentamientos.

    Obligó a los caballeros a llevar infantes en la grupa de sus monturas

    De hecho, el «Gran Capitán» demostró antes de la batalla su mentalidad innovadora y revolucionara. Y es que, para llegar a la ciudad Ceriñola y poder preparar las defensas concienzudamente antes del ataque de los franceses, Gonzalo forzó a sus caballeros a hacer algo nunca antes visto y que suponía una afrenta a su honor.

    «El Gran Capitán obligó a los caballeros de su ejército a llevar infantería en la grupa de sus monturas en la marcha hacia Ceriñola, por terreno arenoso y próximo a la costa, lo que hacía muy fatigosa la marcha. Eso era algo que no se hacía nunca, pero mejoró la movilidad y la moral de la tropa y le permitió ganar tiempo. Fue una muestra más de su ingenio táctico», explica el experto.

    Este acto hizo que los españoles ganaran tiempo y les permitió preparar las defensas de la ciudad, que consistieron en cavar un foso y una pared de tierra alrededor de Ceriñola, lo que les permitía aprovechar la situación elevada del enclave. Además, el «Gran Capitán» pudo establecer una estrategia que más tarde sería reconocida como un preludio de la guerra moderna.

    Una reforma militar

    Los franceses no se hicieron esperar y, a los pocos días, su comandante, Luis de Armagnac, dejó ver a sus tropas. «Por el lado francés, aunque varió según avanzaba la guerra, se contaban unos 1.000 hombres de armas (caballeros con armadura), 2.000 jinetes ligeros, 6.000 infantes, 2.000 piqueros suizos y 26 cañones». Por el contrario, Gonzalo tenía a sus órdenes un ejército formado principalmente por infantería: «Del lado español había solo 600 hombres de armas, 5.000 infantes y 18 cañones, más un refuerzo de 2.000 mercenarios alemanes», señala Laínez.

    «En esta batalla las fuerzas estaban bastante equilibradas en cuanto a números, pero los franceses tenían mucha superioridad en caballería pesada y su artillería doblaba a la española. Por el contrario, los españoles contaban con un mayor número de arcabuceros, una fuerza que se revelaría decisiva», explica el escritor.

    Para detener la fuerza arrolladora de la caballería francesa se planteó una estrategia novedosa: situar las tropas de disparo delante de las defensas. «El Gran Capitán colocó en primera línea a los arcabuceros y espingarderos (hombres armados con una escopeta de chispa muy larga), detrás a la infantería alemana y española, y más retrasada a la caballería. Él se situó en el centro del dispositivo y revisó con detalle el despliegue de toda la tropa».

    Todo quedó preparado para un duro combate. Pero, antes siquiera de desenvainar una espada, el «Gran Capitán» volvió a demostrar su arrojo. Concretamente, Gonzalo se quitó el casco en los momentos previos a la batalla y, cuando uno de sus capitanes le preguntó la causa, él contestó: «Los que mandan ejército en un día como hoy no debe ocultar el rostro».

    Comienza la batalla

    La batalla se inició con la caballería francesa cargando orgullosa contra las tropas españolas. Hasta ese momento, una de las cosas más terribles que podía ver un enemigo de Francia era a los majestuosos jinetes en marcha con las armas en ristre. Sin embargo, fueron recibidos con una salva de fuego que hizo caer a un gran número de soldados.

    «La batalla apenas duró una hora y fue una victoria total»

    «Cuando se inició el fuego, las balas de los arcabuceros españoles hicieron estragos en la caballería pesada francesa, impedida de avanzar ante el foso erizado de estacas y pinchos», explica el autor. Al no poder avanzar, los jinetes, desesperados, trataron al galope de encontrar alguna fisura en las defensas del «Gran Capitán», pero su intentó fue en vano y costó la vida a Luis de Armagnac, alcanzado por varios disparos.

    Tras la derrota de la caballería pesada, la infantería francesa se dispuso a avanzar, pero sufrió grandes bajas debido al fuego español. Además, justo antes de que los soldados alcanzaran la primera línea de arcabuceros y acabaran con ellos, el «Gran Capitán» ordenó retirarse a estas tropas de disparo para evitar bajas.

    Después de esta estratagema, el «Gran Capitán» cargó con todos sus infantes contra las diezmadas tropas del fallecido Armagnac que, ahora, no tenían objetivos contra los que luchar al haberse retirado los arcabuceros españoles. Sin apenas dificultad, las unidades de Gonzalo dieron buena cuenta de los restos del ejército francés.

    Se adelantó a Napoleón en cuatro siglos

    Ni siquiera la caballería ligera francesa pudo ayudar a sus compañeros, pues fueron arrollados por los jinetes españoles. «La batalla apenas duró una hora y fue una victoria total. Además, quedó como un ejemplo de arte táctico, y de la importancia de la fortificación y elección del terreno para el buen resultado de cualquier combate», destaca Laínez.

    Otro escritor, Juan Granados, autor de la novela histórica «El Gran Capitán» (Ed. Edhasa) explica que «esencialmente demostró que en adelante las batallas se ganarían con la infantería. Utilizando para ello compañías formadas por soldados distribuidos en tercios, es decir, en tres partes: arcabuceros, rodeleros —soldados con armadura muy ligera armados de espada y rodela, el típico escudo circular de origen musulmán— y piqueros, generalmente lasquenetes alemanes, enemigos acérrimos de los cuadros mercenarios suizos que solía emplear Francia. Se adelantó cuatro siglos a Napoleón, huyendo de la guerra frontal yutilizando las tácticas envolventes y las marchas forzadas de infantería».

    «Triunfador absoluto, desempeñó funciones de virrey en Nápoles»

    A finales de 1503 españoles y franceses volverían a medir sus fuerzas en el río Garellano -que por cierto da nombre a uno de los regimientos del Ejército con más solera y cuya sede se encuentra en Vizacaya- donde el «Gran Capitán» dio cuenta de las huestes del marqués de Saluzzo. «El sur de Italia quedó durante más de dos siglos en poder de Castilla y más tarde de España. El Gran Capitán, triunfador absoluto de estas guerras, desempeñó funciones de virrey en Nápoles, donde fue querido y respetado, pero pronto las envidias y maledicencias cortesanas empezaron a actuar en su contra», señala Laínez.

    Pero parece que esa nueva nación que se estaba formando, España, no podía soportar a los héroes, pues Gonzalo terminaría siendo relevado de su puesto. El escritor Juan Granados sentencia: «Tal era la popularidad de Gonzalo de Córdoba entre sus hombres, que llegaron a desear proclamarle rey de Nápoles. Algo que él nunca deseó, se hubiese conformado con ser comendador de su querida orden de Santiago. Pero Fernando el Católico era suspicaz, desconfiaba de tanto éxito, el mismo rey de Francia, a quien había derrotado, le había ofrecido el generalato de su ejército. Por otra parte, sí es cierto que Gonzalo era descuidado en sus informes a su rey, tardaba en escribirle, pero nunca había pensado en suplantarle».

    El monarca pidió entonces al «Gran Capitán» un registro de gastos para asegurarse de que no había malgastado fondos reales. Fernando el Católico le reclamó claridad en las cuentas de sus gastos militares en Nápoles, algo que Fernández de Córdoba consideró humillante. Como respuesta a lo que Gonzalo consideraba una gran ofensa personal, el entonces virrey dirigió a la monarquía un memorial conocido como las «Cuentas del Gran Capitán».

    Unas cuentas curiosas

    Irónicamente las cuentas incluían en el capítulo de gastos cantidades tales como:

    Doscientos mil setecientos treinta y seis ducados y nueve reales en frailes, monjas y pobres para que rogasen a Dios por la prosperidad de las armas españolas. Cien millones en picos, palas y azadones. Diez mil ducados en guantes perfumados para preservar a las tropas del mal olor de los cadáveres enemigos, cincuenta mil ducados en aguardiente para las tropas un día de combate, ciento setenta mil ducados en renovar campanas destruidas por el uso de repicar cada día por las victorias conseguidas… y lo mejor: «Cien millones por mi paciencia en escuchar ayer que el rey pedía cuentas al que le ha regalado un reino».

    Esto no debió de sentar muy bien al monarca que, a sabiendas de lo que «Gran Capitán» representaba prefirió evitar el enfrentamiento directo con él, pero no perdonó la ofensa. «El monarca decidió alejar a Gonzalo de Nápoles. A partir de entonces el Gran Captán tuvo que adaptarse a una vida más sedentaria en sus posesiones de castellanas. Es el destino de casi todos los héroes, una vez que han cumplido con su cometido en la guerra y llega la paz», finaliza Martínez Laínez. Sin embargo, lo que sí dejó este guerrero fue una reforma militar que duraría siglos.

    La reforma militar

    La herencia del «Gran Capitán» revolucionó la forma de combatir a nivel mundial hasta la llegada de las armas de destrucción masiva. Ente otros elementos destacables se sitúan la formación de la tropa en compañías (que luego serían la unidad fundamental de los tercios) al mando de un capitán, y el experto manejo de las armas de fuego individuales del combatiente de a pie, señala Martínez Laínez.

    Además, el «Gran Capitán» creó también un nuevo tipo de unidad, la coronelía. Es el antecedente más inmediato de los tercios. Tenía unos 6.000 hombres y era capaz de combatir en cualquier terreno. Otra de sus innovaciones fue armar con espadas cortas, rodelas y jabalinas a una parte de los soldados. «La finalidad era que se introdujeran entre las formaciones compactas enemigas, causando en ellas terribles destrozos», sentencia el escritor.

    Enseñanzas que fueron adquiridas por el «Gran Capitán» en la guerra de guerrillas que supuso la reconquista de Granada, con unos Reyes Católicos que depositaron en los hombros del «Gran Capitán» sus primeros pasos militares de la heredera de Castilla, su hija España.

     

     

     

  • Hernán Cortés, conquistador castellano

    Hernán Cortés, conquistador castellano

    En ese afán de las élites y las oligarquías de borrar la identidad castellana y de mezclar lo español que no es otra cosa que una unión de reinos, bajo una corona imperial, con lo castellano, la figura del gran conquistador Hernán Cortés ha quedado diluida en esa mezcla para muchos incomprensible de lo español y lo castellano. Mezcla interesada y partidista, en ese afán siempre destructivo de destruir la memoria y la grandeza de Castilla. Por tanto, el caso de este extremeño universal, súbdito de la Corona de Castilla no iba a ser menos.

    Cortés era un personaje de transición, que realizó su conquista coincidiendo con los alzamientos comuneros en su patria natal, por tanto, su figura corresponde más a la de esa Castilla ya vasalla del emperador déspota, al servicio del imperio de la Casa de los Habsburgo, que los reyes posteriores modelarían como el reino de España. Un hombre audaz y aventurero, que supo buscar fortuna y jugarse la vida con una valentía indiscutible, pero que forma parte de ese periodo de transición indiscutible entre lo castellano y lo español, que tanta confusión genera.

    Hoy hablaremos de ese castellano universal, de una figura incomprendida por la historia y muchas veces maltratada por intereses políticos modernos, que en nada hacen justicia a la historia y a la buena memoria de los pueblos.

    Hernán Cortés de Monroy y Pizarro Altamirano, I marqués del Valle de Oaxaca (nación en Medellín, Corona de Castilla, 1485 – y murió en Castilleja de la Cuesta, Corona de Castilla,  de diciembre de 1547), fue un conquistador castellano que, a principios del siglo xvi, lideró la expedición que inició la conquista de México que significó el fin del imperio azteca, poniéndolo bajo dominio de la Corona de Castilla, creándose a partir de ello la denominada Nueva España.

    Nació en la ciudad extremeña de Medellín, en el seno de una familia de menor hidalguía.​ Decidió buscar fortuna en el Nuevo Mundo viajando a La Española y Cuba, donde por un corto período de tiempo fue alcalde de la segunda ciudad fundada por los españoles durante la tercera expedición a tierra firme, la cual financió parcialmente. Su enemistad con el gobernador de Cuba, Diego Velázquez de Cuéllar, provocó la cancelación del viaje a última hora, una orden que Cortés ignoró.

    Llegando al continente, Cortés realizó una exitosa estrategia de aliarse con determinados grupos indígenas para derrotar a otros. También se enamoró una mujer nativa, doña Marina (la Malinche), que le ayudó como intérprete y con quien tuvo un hijo llamado Martín. Cuando el gobernador de Cuba mandó emisarios para apresar a Cortés, este los enfrentó y derrotó, al tiempo que enroló a la tropa que iba a arrestarlo como refuerzos para su expedición. Cortés mandó varias cartas al rey Carlos I a fin de que fuese reconocido su éxito de conquista en lugar de ser penalizado por su amotinamiento. Finalmente le fue concedido el título de marqués del Valle de Oaxaca, si bien el más prestigioso título de virrey le fue dado a un aristócrata de alto rango, Antonio de Mendoza y Pacheco. En 1541, Cortés retornó a España, donde falleció seis años después.

    Hernán Cortés es considerado por sus revisionistas como un hombre de complejos matices, combinaba criterio y audacia, poseía gran resistencia ante la adversidad, valiente, astuto e inteligente, con un liderazgo fuerte y predominante entre sus huestes, carismático y seductor en el habla y que provocaba entre sus iguales un velado antagonismo.

    Cortés tenía fama de mujeriego, tuvo 11 hijos de 6 mujeres, 4 de ellas eran nativas de Mesoamérica, entre estas La Malinche. La muerte en extrañas circunstancias de Catalina Juárez, su primera mujer a quien consideraba débil de salud e inútil, le adjudicó una negativa impronta que le perseguiría.

    Durante la conquista supo demostrar crueldad ante la evidencia de traición amparándose con la fe cristiana de la manera más radical y no dudaba en aplicar los peores castigos a amigos y enemigos; pero a su vez, era benevolente con los vencidos. ​Gobernado por una gran ambición, aspiraba no sólo a ser considerado como parte de la nobleza española; sino a erigirse como un virrey en Mesoamérica y eso motivó su afán de conquista para ganar reconocimiento del rey déspota, rey Carlos V.

  • Castilla hoy

    Castilla hoy

    Hoy escribo en este arrancado pedazo de la antigua y muy noble tierra de Castilla, Madrid, donde nací.

    De padre Segoviano y madre Alcarreña, de Guadalajara para más señas, soy y me siento castellano y por tanto español, pero, ¿Qué significa ser castellano en la España de 2021? Quizás nada y quizás todo. Dado que el sentimiento de identidad y de pertenencia muchas veces nos define y nos da una brújula para situarnos en el mundo.

    El castellanismo, comunero o no, poco o nada tiene hoy en día que ver con los movimientos políticos del siglo XIX, del XX o de la primera década del XXI. Se encuentran o bien diluidos o bien en proceso de absorción y disolución por parte de otras ideologías que en el fondo, nada bueno quieren para Castilla. ¿Acaso tiene algo que ver el castellanismo con el independentismo vasco más extremo? o ¿acaso con los secesionistas catalanes? No, en ningún caso, y sin embargo le ponemos una estrella a una bandera morada y nos creemos que vamos a declarar la independencia o a conseguir las mismas prebendas que los extremos independentismos periféricos y esto,  es tambien un problema de identidad.

    Un buen ejemplo de toda esta confusión y perdida de la identidad es el simple uso del color morado; El color del llamado pendón de Castilla no es, ni nunca fue morado. Todo arranca en el siglo XIX, cuando algunas sociedades y partidos, ni cortos ni perezosos recurren al color morado que utilizaba alguna unidad militar, que de Castilla solo tenía el nombre, atribuyendo este color a nuestra tierra castellana y al de los comuneros. Con esta falacia cromática cometieron uno de los mayores errores de la historia de la vexilología española, induciendo a su mal uso incluso a las instituciones, condicionando el futuro y divulgando lo que nunca fue. Tanto es así que hasta muchos castellanos aún hoy, se lo creen.

    Este error cromático para representar a Castilla, se repitió en la bandera adoptada por la II República, cambiando el rojo (verdadero color de Castilla) por el morado en una de sus franjas. Paradójicamente convirtieron la bandera del partido republicano, en mas monárquica, ya que el morado era el color del rey Alfonso XIII y sus antecesores desde 1833. Sus orígenes se remontan al rey Fernando el Católico cuya guardia personal usó este color (“el color viejo de Aragón”) desde 1504 y continuó en los diferentes regimientos que sucedieron a esta vieja unidad del siglo XVI.

    Por supuesto el error del morado, no es nada, al lado del error de poner una estrella roja comunista entre el morado y el castillo, símbolo de Castilla. Esto, es aun, un error mucho peor y casi criminal, pues la ideología comunista, con sus millones de muertos en todo el planeta, nada tiene que ver con los ideales de esos héroes comuneros, que un día, pusieron todo en riesgo, familias y haciendas, y salieron a luchar por los derechos de su país y los de su pueblo.

    Y todo esto ¿Qué nos dice? En primer lugar que hay un gran desconocimiento de la historia, y esto nos sitúa en un riesgo atroz, de ahí en gran medida la razón de este blog: unificar y agrupar hechos, pensamientos y todo tipo de información sobre Castilla, para ayudar a las nuevas generaciones a entender mejor su identidad y su pasado, y afrontar así aún mejor su presente y su futuro.

    Es necesario reinventar el castellanismo. Defender lo nuestro, y protestar ante tanta falacia vertida contra Castilla y su razón de ser ancestral, cristiana y occidental, como glorioso reino cabeza de la Reconquista, pero desde la realidad social y cultural que nos ha tocado vivir; dentro de España y de Europa. Es necesario crear nuestra identidad, acorde con las gloriosas bases del pasado, adaptando y preparando lo necesario para el futuro; esta es la razón de ser del blog Castilla Comunera.

    ¿Me acompañas en esta aventura?

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  • Ramiro II de León

    Ramiro II de León

    Ramiro II de León, llamado el Grande ( 898-León, enero de 951), fue un rey de León entre 931 y 951. Sus enemigos musulmanes le llamaban el Diablo por su ferocidad y energía.

    Hijo de Ordoño II, a la muerte de su padre y tras ayudar a su hermano Alfonso a llegar al trono deponiendo a su primo Alfonso Froilaz, hijo de su tío Fruela II, se hizo con el dominio del norte de Portugal (926), al que añadió el de Galicia cuando murió su hermano Sancho en 929.

    Luchó activamente contra los musulmanes. Derrotó a las huestes del califa omeya Abderramán III en la batalla de Simancas (939).

    Juventud

    Tercer hijo de Ordoño II y Elvira Menéndez. Siendo niño se encomendó su crianza y educación a Diego Fernández y a su esposa Onega,​ un poderoso matrimonio residente en las tierras del Duero y más tarde en las del valle del río Mondego —centro de un núcleo de repoblación agrupado en torno al infante Bermudo Ordóñez, hermano de Alfonso el Magno, de quien Onega pudo ser sobrina—. Ramiro se ganó en pocos años la admiración entusiasta de las gentes de guerra, creando en torno a su persona la imagen del caudillo inteligente y atrevido a cuyo espontáneo homenaje se fueron sumando romances, coplas, leyendas y relatos populares.

    En 924 muere Ordoño II y hereda el trono su hermano Fruela II, que desplaza a los hijos de Ordoño II. Sin embargo, Fruela muere de lepra al cabo de un año, provocando un grave problema sucesorio que enfrentó a su propio hijo, Alfonso, con los hijos de Ordoño II.​ Alfonso Froilaz contaba con el apoyo de los nobles asturianos, mientras que Sancho, Alfonso y el propio Ramiro, los hijos de Ordoño II, tenían el respaldo de los magnates gallegos y portugueses, amén del apoyo del rey pamplonés Sancho I Garcés.

    La victoria correspondió a estos últimos, dividiéndose el reino:​

    León, para Alfonso, segundogénito del rey Ordoño, que reinaría como Alfonso IV de León y disfrutaría de la primacía jerárquica sobre sus hermanos.
    Galicia, hasta el Miño, para el mayor, Sancho Ordóñez, con el título de rey.
    La zona entre los ríos Miño y Mondego, en el norte del actual Portugal, para Ramiro, también con título regio.

    Bermudo Ordóñez y Diego Fernández murieron poco antes de 928, pero ya desde 926 el infante Ramiro se hacía cargo de la provincia, cuya frontera sur avanzó constantemente hasta llegar a la vista del Tajo desde sus centros principales de Viseo y Coímbra. Este territorio del norte del actual Portugal, con título de reino, fue adjudicado al joven Ramiro al finalizar la contienda sucesoria entre los Froilaz y los Ordóñez. El infante, que debía de contar por estos días los 25 años, estaba ya casado con Adosinda Gutiérrez, hija del conde Gutierre Osorio y Aldonza Menéndez, hermana del conde Osorio Gutiérrez.

    Alfonso, el futuro monje, se coronó solemnemente en León el 12 de febrero de 926. Once días después Ramiro, su hermano, se hallaba ya en Viseo, capital de su pequeño reino, donde quiso dar el primer testimonio de su realeza y el primer reconocimiento público de su deuda de gratitud y afecto a sus padres nutricios, Diego Fernández y Onega, ahora representados por su hija Muniadona Díaz y Hermenegildo González, esposo de esta, a quienes donó la villa de Creximir próxima a Guimarães, solemnizando el acto con la presencia y suscripción de dieciséis personajes que debieron ser el selecto grupo de su séquito oficial.

    En 929 muere su hermano Sancho y Ramiro es coronado rey de Galicia en Zamora, ciudad que inmediatamente convierte en su capital.

    En junio de 931, la muerte de Oneca, esposa de Alfonso IV, sumió a este en una gran depresión, por lo que llamó a su hermano Ramiro para que se hiciera cargo del trono leonés, manifestando su intención de retirarse al monasterio de Sahagún para practicar la oración.

    Comienzo del reinado

    Ramiro se hizo coronar en León, según la Nómina leonesa, el 6 de noviembre de 931. En 932 el nuevo rey se trasladó a Zamora con objeto de armar un gran ejército para socorrer a la ciudad de Toledo que le había pedido ayuda contra Abderramán III.3​ Sin embargo, por entonces Alfonso IV ya se había arrepentido de su renuncia al trono.​ A finales del 933 o principios del año siguiente, Alfonso se apoderó de León en ausencia de su hermano, con la colaboración de los nobles de Castilla y los tres hijos del difunto rey Fruela.​ Enterado Ramiro II de tales movimientos por mensaje del obispo Oveco, a quien había encomendado el gobierno en su ausencia, marchó sobre León con sus tropas y partidarios e hizo detener y encerrar en un calabozo a su hermano.

    La situación fue aprovechada por su primo Alfonso Froilaz y sus hermanos, los hijos del rey Fruela II el Leproso, para intentar acceder al poder. Sin embargo, el enérgico e inflexible Ramiro II contaba con el valioso auxilio del conde de Castilla, Fernán González, así como del rey navarro Sancho I Garcés. En pocos días dominó la situación y persiguió a sus enemigos hasta Oviedo, donde los derrotó. Tras capturarlos, ordenó que les sacaran los ojos a todos, incluido a su hermano, y los confinaran en el monasterio de Ruiforco de Torío.

    Ilustración idealizada del asalto y toma de Madrid por Ramiro II, publicada en el primer tomo de Historia de la Villa y Corte de Madrid (1860).

    Una vez afianzado en el trono, Ramiro prosiguió el proceso de conquista territorial en el sur del reino. Comenzó conquistando la fortaleza omeya de Margerit, la actual Madrid, a mediados de 932, en su idea de liberar a Toledo. Pero ya ocupadas por al-Nasir, tiempo antes, las fortalezas de la margen derecha del Tajo, Ramiro solo pudo desmantelar las fortificaciones de Madrid y depredar sus tierras más próximas, de donde trajo numerosas gentes, mientras Abderramán entraba triunfalmente en Toledo el 2 de agosto.

    Campañas militares

    Al comienzos del verano del año 933, el propio califa se presentaba con su ejército frente a San Esteban de Gormaz o Castromoros, de lo que Ramiro tuvo noticia por correos que le envió Fernán González. Una vez oído lo cual, según el cronista Sampiro, el rey puso en movimiento su ejército y salió contra ellos en un lugar llamado Osma, e invocando el nombre del Señor, mandó ordenar sus huestes y dispuso que todos los hombres se preparasen para el combate. El Señor le dio gran victoria, pues matando a buena parte de ellos y haciendo muchos miles de prisioneros trájolos consigo y regresó a su ciudad con señalado triunfo.

    El verano de 934, otra poderosa aceifa cordobesa marchó sobre Osma. Avanzando por el corazón de Castilla, llegó hasta Pamplona, donde obtuvo la sumisión de la reina Toda Aznárez de Pamplona. Volvió luego sobre Álava, Burgos y el monasterio de Cardeña —donde dio muerte a 200 monjes—, comenzando a retroceder desde Hacinas acosado por guerrillas y emboscadas. Ramiro llegó al Duero cuando el ejército cordobés ya había alcanzado Burgos y Pamplona. Tomó sin gran esfuerzo la fortaleza de Osma y esperó allí el regreso de su enemigo, que marchaba por el mismo camino de entrada. Los Anales Castellanos Primeros resumen la acción que subsiguió: Segunda vez vinieron los moros a Burgos, en la era 972 (año 934). Pero nuestro rey Ramiro les salió al encuentro en Osma y mató a muchos millares de ellos.

    Tres años después veremos al rey leonés actuando en apoyo de Abu Yahya o Aboyaia, rey de Zaragoza, a quien el califa acusaba de traidor y culpable principal del desastre en Osma. El cronista Sampiro abrevia así los hechos:

    Ramiro reuniendo su ejército se dirigió a Zaragoza. Entonces el rey de los sarracenos, Aboyaia, se sometió al gran rey Ramiro y puso toda su tierra bajo la soberanía de nuestro rey. Engañando a Abdarrahmán, su soberano, se entregó con todos sus dominios al rey católico. Y nuestro rey, como era fuerte y poderoso, sometió los castillos de Aboyaia, que se le habían sublevado, y se los entregó regresando a León con gran triunfo.

    Sampiro omite que el monarca leonés dejó guarniciones navarras en estos castillos, pues Ramiro contaba con el concurso y alianza del rey de Pamplona.

    La gran ofensiva cordobesa

    Después de la pérdida de la estratégica Zaragoza, es fácil comprender la airada reacción del envanecido Abderramán III, tantas veces humillado y castigado por un rey cristiano tan notable como escaso en recursos. Tras cercar y conquistar Calatayud, Abderramán se apoderó uno tras otro de todos los castillos de la zona. Al llegar a las puertas de Zaragoza, Abu Yahya capituló, acción que el califa aprovechó para emplearlo en una ofensiva contra Navarra que concluyó en la capitulación de la reina Toda que se declaró vasalla del califa.​ La vuelta a Córdoba la realizó el califa por tierras castellanas, que arrasó sin que Ramiro, que junto los condes de Carrión acudió en auxilio del conde Fernán González, pudiese impedirlo.

    En abril de 936, firmó una corta tregua con los cordobeses en la que se comprometía a no colaborar con el gobernador rebelde de Zaragoza, un tuyibí, y que rompió pocos meses después.

    A comienzos de 939, penetró en territorio andalusí, quizás para socorrer a la plaza rebelde de Santarém, que las fuerzas califales habían tomado el 20 de enero, pero sus huestes fueron derrotadas por un caíd.

    El califa Omeya concibió entonces un proyecto gigantesco para acabar de una vez por todas con el reino leonés, al que denominó gazat al-kudra o campaña del supremo poder. El Omeya reunió a más de cien mil hombres alentados por la llamada a la yihad. Desde la salida de Córdoba se dispuso que todos los días se entonase en la mezquita mayor la oración de la campaña, no con sentido deprecatorio, sino como anticipado agradecimiento de lo que no podía menos de ser un éxito incontrovertible.

    A la cabeza de tan imponente fuerza militar, el califa cruzó el sistema Central, adentrándose en territorio leonés en el verano de 939. Ramiro II reunió una coalición navarra, leonesa y aragonesa que aniquiló a los ejércitos del califa en agosto de 939 en la batalla de Simancas, una de las más destacadas de todo el siglo X.

    Abderramán III «escapó semivivo» dejando en poder de los cristianos un precioso ejemplar del Corán, venido de Oriente, con sus valiosas guardas y su maravillosa encuadernación, y hasta su inestimable cota de malla, tejida con hilos de oro, que el sobresalto del suceso no le dejó tiempo a vestir.​ Del campamento mahometano «trajeron los cristianos muchas riquezas con las que medraron Galicia, Castilla y Álava, así como Pamplona y su rey García Sánchez».

    Esta victoria permitió avanzar la frontera leonesa del Duero al Tormes, repoblando lugares como Ledesma, Salamanca, Peñaranda de Bracamonte, Sepúlveda y Guadramiro. En los años 940 y 941, los leoneses firmaron dos treguas con los cordobeses, que habían reforzado a su vez las defensas de la Marca Media.​ Los pactos, sin embargo, no acabaron por completo con los choques entre los dos Estados.​ En 942 sus fuerzas acudieron a colaborar con el rey de Pamplona, recientemente batido por el gobernador tuyibí de Zaragoza —liberado el año anterior por los leoneses tras dos años de cautiverio—. El primer choque favoreció a los cristianos, pero el segundo, librado cerca de Tudela el 3 de abril, les fue adverso.7​ En agosto el gobernador cordobés de Calatayud corrió tierras castellanas.

    La labor de gobierno

    Además de obtener tan señeras victorias y extender las fronteras del reino desde el Duero hasta las cercanías del Tajo, Ramiro II estabilizó y fortaleció el entramado administrativo, completando la tarea de asentamientos mozárabes y su organización, que, en algunas comarcas, como la cuenca del Cea, fue dirigida personalmente por el rey.

    Engrandeció la Corte con la creación del nuevo palacio real, la restauración del monasterio de San Claudio y la nueva implantación de los de San Marcelo y de San Salvador, contiguo al palacio real, todo ello bajo el patrocinio del monarca. Asimismo, se erigieron y dotaron convenientemente otros muchos monasterios en todo el territorio del reino.

    Normalizó el desarrollo de las funciones administrativa y jurisdiccional, planificando los cuadros personales de la curia regia y de otras instituciones subordinadas. Veló incluso por la autenticidad de la vida cristiana. Con tal finalidad se celebró en los primeros días de septiembre de 946, por iniciativa del obispo Salomón de Astorga y bajo la presidencia personal del rey, la gran asamblea de Santa María de Monte Irago.

    El conflicto con Fernán González

    En los últimos años de su reinado, Ramiro II tuvo que hacer frente a los afanes independentistas del condado de Castilla. Fernán González, que hasta entonces había sido la mano derecha del monarca, incurrió en la ira del soberano al violar la tregua con el califato omeya y hacer una incursión de saqueo.

    Tras encargar la repoblación de Peñafiel y Cuéllar al conde Assur Fernández, distinguiéndole con la merced de conde de Monzón, Fernán González se sintió agraviado, porque tal condado taponaba la expansión de su territorio hacia el sur. Junto con el conde Diego Muñoz de Saldaña, se declararon en abierta rebeldía en 943.

    Según Sampiro, «Fernán González y Diego Muñoz ejercieron tiranía contra el rey Ramiro, y aun prepararon la guerra. Mas el rey, como era fuerte y previsor, cogiólos, y uno en León y otro en Gordón, presos con hierros, los echó en la cárcel.» Efectivamente, al año siguiente Fernán González estaba ya encarcelado​ y en Castilla había sido reemplazado por su rival, Assur Fernández y por el segundogénito del rey, el infante Sancho, a quien Assur Fernández serviría de ayo y consejero. Tras este descabezamiento, las aguas volvieron a su cauce en Castilla y se impuso la autoridad regia.

    La prisión de Diego Muñoz, conde de Saldaña, pudo durar solo unos meses, mientras que la del conde de Castilla, Fernán González, debió de durar algún tiempo más, hasta la Pascua de 945. Ramiro II liberó al traidor, no sin antes hacerle jurar fidelidad y obligarle a renunciar a sus bienes.​ Para dar solemnidad a lo pactado, poco después se celebró la boda entre la hija del conde, Urraca Fernández, y su propio hijo y heredero, Ordoño.​

    Sin embargo, ya en libertad, Fernán González siguió proclamando su título condal, refugiado en la parte oriental de Castilla. Estas disensiones internas debilitaron el reino leonés, lo cual fue aprovechado por los mahometanos para lanzar varias aceifas de castigo con destino al reino cristiano. El arabista francés Lévi-Provençal sospechaba que durante estos años Fernán González pudo establecer algún tipo de amistad o de alianza con el califa de Córdoba. Las aceifas dejaron en paz a Castilla y se dirigieron hacia la zona occidental del reino. La de 940, capitaneada por Ahmed ben Yala, fue hacia la llanura leonesa; la de 944, mandada por Ahmed Muhammad ibn Alyar, penetró en el corazón de Galicia; la de 947 bajo el mando de Kand, un cliente del Califa, llevaba la misma dirección, aunque no logró pasar de Zamora; y la de 948 penetró hasta Ortigueira.

    Con tantas expediciones en contra, tan pertinazmente dirigidas hacia el núcleo del reino, Ramiro II hubo de concentrarse en el Occidente de su reino, descuidando mucho las tierras castellanas, lo que fue aprovechado por Fernán González para recuperar todo lo perdido. Tanto recuperó que las |relaciones no tuvieron otra opción que la de «mejorar», incluso hasta restituirle los viejos honores con el título de conde. El infante Sancho regresó a León y Assur Fernández volvió a su condado de Monzón.

    El ocaso del rey

    Sobrevinieron unos años de relativa tranquilidad, únicamente salpicados por las continuas aceifas musulmanas. En 950 el monarca leonés partió desde Zamora hacia su última aventura en tierras mahometanas, realizando una expedición de saqueo por el valle del Tajo en la que derrotó una vez más a las tropas califales en Talavera de la Reina, matando según Sampiro a doce mil musulmanes y apresando otros siete mil, además de obtener un rico botín.

    El rey de León, físicamente decaído, fue sustituido por su hijo, el futuro Ordoño III, quien prácticamente se hizo cargo de los asuntos del reino. Al regreso de un viaje a Oviedo se vio aquejado de una grave enfermedad de la que no conseguiría recuperarse.

    El último acto público de su vida fue su abdicación voluntaria en León, la tarde del día 5 de enero de 951, cuando el rey debía de contar unos 53 años. Creyéndose próximo a la muerte se hizo llevar a la iglesia de San Salvador de Palat del Rey, contigua al palacio. En presencia de todos se despojó de sus vestiduras y vertió sobre su cabeza la ceniza ritual, uniendo en el mismo acto la renuncia solemne al trono y la práctica de la penitencia pública in extremis con la misma fórmula que en su día pronunciara san Isidoro de Sevilla.

    Falleció ese mismo mes, reinando ya su hijo Ordoño III de León.

    Sepultura

    Recibió sepultura en la iglesia de San Salvador de Palat del Rey de la ciudad de León que formaba parte de un monasterio, hoy desaparecido, fundado durante el reinado de Ramiro II por su hija, la infanta Elvira Ramírez, que deseaba ser religiosa.9​ En el mismo templo recibieron sepultura posteriormente los reyes Ordoño III y Sancho I de León.

    Los restos mortales de los tres soberanos leoneses sepultados en la iglesia de San Salvador de Palat del Rey fueron trasladados posteriormente a la basílica de San Isidoro de León y colocados en un rincón de una de las capillas del lado del Evangelio, donde también yacían los restos de otros reyes, como Alfonso IV, y no en el panteón de Reyes de San Isidoro de León.​

    Matrimonios y descendencia

    Ramiro había casado primeramente con su prima hermana Adosinda Gutiérrez, hija del conde Gutierre Osorio y de Aldonza Menéndez, hija a su vez del conde Hermenegildo Gutiérrez y hermana de Elvira Menéndez, la madre del rey Ramiro.​ Ramiro y Adosinda fueron padres de:

    • Bermudo, muerto en su niñez, poco antes de enero de 941.
    • Ordoño, que le sucedió en el trono como Ordoño III de León.
    • Teresa Ramírez, la segunda esposa del rey García Sánchez I de Pamplona.

    Repudiada Adosinda, seguramente por imposición de la ley canónica, el rey contrajo un segundo matrimonio entre 933 y 934​ con Urraca Sánchez,​ hija de Sancho Garcés y de Toda Aznar de quien tuvo otros dos hijos documentados:

    • Sancho,​ que sucedió a su hermano Ordoño III en el trono titulándose Sancho I de León.
    • Elvira Ramírez,​ que profesó a temprana edad en el monasterio de San Salvador de Palat del Rey. Fallecida cerca de 986.

    Semblanza del monarca

    La personalidad histórica de este príncipe, una de las más destacadas y atrayentes figuras de la Edad Media, se nos presenta bajo el signo de un incesante quehacer: el mismo rasgo –labori nescius cedere: «no sabía descansar»- que, según la Historia silense, había caracterizado a Ordoño II, su padre.

    Pese a su carácter temperamental, Ramiro II fue un hombre de una profunda religiosidad, que en documento de 21 de febrero de 934, con ocasión de confirmar a la sede compostelana los privilegios otorgados por sus predecesores, se expresaba así: De qué modo el amor de Dios y de su santo Apóstol me abrasa el pecho, es preciso pregonarlo a plena voz ante todo el pueblo católico.

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