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Sobre el Reino de Canarias y la Corona de Castilla

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Hoy, que vemos con dolor y pena los estragos producidos por el Volcán de la Palma y el sufrimiento de nuestros hermanos del pueblo Canarios, cabe recordar la historia de la conquista y población de este reino insultar, ligado al igual que muchos otros, a la Corona Castellana.

Canarias fue un reino perteneciente a la Corona de Castilla, igual que los diferentes reinos andaluces, León, Murcia, Galicia y otros. Ante la continua manipulación y tergiversación de la historia. Vale la pena recordar en este caso, al de Canarias y cual fue su historia.

El primer paso para la integración de las Canarias con la península ibérica tuvo lugar en el año 1344. Don Luis de la Cerda, uno de los bisnietos del rey de Castilla Alfonso X el Sabio, era entonces embajador en la corte papal. El pontífice Clemente VI, conocedor que desde la costa africana se estaba empezando a infiltrar el islamismo, decidió encomendarle la cristianización de las islas, a cuyo efecto el encargó la ocupación del archipiélago. Aunque no llegó a tomarlas por su muerte en el 1346.

Desde 1344 se intensificó el trato con las islas y se inició su evangelización con algunos misioneros que se instalaron en las Canarias. Pero el más singular fue un particular llamado Fernando Ormel, quien a su costa edificó la primera capilla en La Gomera. En el año 1412 llegó a las Canarias una flotilla de tres barcos mandada por un marino aventurero llamado Juan de Béthencourt.

Este francés que no estaba al servicio del rey de Francia pretendía emular a De la Cerda y obtener el derecho de colonizar las islas por mandato papal, pero a título de rey. El rey de Castilla Enrique III el Doliente, ocupado en Portugal y los moros en Granada, no quiso atender ni reclamar sobre ellas la soberanía.

Por lo que en un alarde de audacia y astucia, Béthencourt mandó vocear por las calles un pregón que le proclamaba rey de las islas Canarias. Si las autoridades no se oponían es que admitían dicho pregón y le autentificaban como monarca. Así fue, por lo que una flota de tres naos salió del puerto de la Torre del Oro, Guadalquivir abajo (Sevilla), en ruta hacia las Canarias. Llevaba medio centenar de franceses y algunos alemanes. Trató de desembarcar en Gran Canaria y tomar posesión de ella, pero los guanches los rechazaron dando muerte a la mitad de sus hombres.

Entonces, Béthencourt optó por apoderarse primero de las cuatro islas menores: Lanzarote, Fuerteventura, La Gomera y el Hierro. El desembarco en La Gomera fue pacífico. Aunque apresó por sorpresa al cacique que le había recibido con amistad. Los demás guanches intentaron huir despavoridos, pero fueron capturados y tratados como esclavos.

En la isla de Hierro hizo lo mismo. Aunque le duró poco la alegría. Béthencourt murió sin haber haber disfrutado de su título de rey ni de la fortuna que había amasado. A su muerte dejó como heredero a su sobrino Maciot de Béthencourt.

Con posterioridad y por orden de la reina doña Catalina, que era regente por la minoría de edad de su hijo Juan II, el jefe de la marina castellana, Pedro Barba de Campos, compró a Maciot de Béthencourt los derechos del reino, manteniendo así en manos española las islas Canarias, bajo una tutela indirecta de Castilla. Una vez cumplida su misión traspasó los derechos y el reino feudatario a otro caballero sevillano, Fernán Pérez de Sevilla, citado por Cervantes en el Quijote.

De ahí pasaron a Don Enrique de Guzmán, conde Niebla, que se convirtió en el quinto rey de Canarias. Su preocupación fue fortalecer las costas, siempre prestas a rechazar cualquier incursión de los marroquíes y mauritanos, así como de los piratas que merodeaban las rutas portuguesas y molestaban a los pescadores españoles.

Guzmán murió en su intento de conquistar Gibraltar, perdida en el siglo anterior, en 1436. Había dejado como heredero a don Juan Alonso de Guzmán, su primogénito. También tuvo la obligación de defender toda la costa de Andalucía.

Alfonso de las Casas se convirtió en el sexto rey de Canarias, quien cedió la difícil y gran empresa de conquistar y evangelizar las tres islas grandes que restaban por incorporar a su hijo Guillén. A él se le debe la consolidación de la religión católica en el archipiélago. No tuvo descendencia y fue su sobrina, Inés de las Casas, la heredera.

Los Reyes Católicos comenzaron a apremiar a los reyes canarios en la adquisición de las tres islas mayores. Fernán Peraza, marido de Inés, reunió una flota de tres fragatas bien armadas y un contingente de 200 ballesteros españoles y 300 infantes canarios. El objetivo era apoderarse de la isla de La Palma. Pero cayeron derrotados a manos de los correosos guanches.

La hija de ambos, Inés Peraza de las Casas, era menor de edad cuando se produjo la muerte de sus padres. Su orfandad fue tutelada por el conde de Niebla y duque de Medina Sidonia. La casó a los 18 años con Diego de Herrera, y tras la boda, marcharon a La Gomera para hacerse cargo del reino. Tras el desastre militar anterior, los Reyes Católicos se vieron obligados a enviar tropas a Gran Canaria. Isabel y Fernando decidieron intervenir y asumir por su cuenta la conquista de las islas grandes y tomar para Castilla el ordenamiento de las Canarias. Se había acabado la autoridad de los reyes de Canarias. Y el sistema feudatario.

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