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Juan II de Castilla

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Juan II de Castilla (Toro, 6 de marzo de 1405-Valladolid, 21 de julio de 1454)​ fue rey de Castilla​ entre 1406 y 1454, hijo del rey Enrique III «el Doliente» y de la reina Catalina de Lancáster.

Nació en Toro, en el palacio del Real Monasterio de San Ildefonso. Tenía solo un año de edad cuando murió su padre, en 1406. Los regentes fueron su madre, Catalina de Lancáster y su tío paterno, Fernando de Antequera, de acuerdo con el testamento de Enrique III que estableció que deberían «regir ambos a dos ayuntadamente». Sin embargo la educación y la custodia del rey niño, según los deseos de Enrique III, correría a cargo del camarero mayor Juan de Velasco, del justicia mayor Diego López de Estúñiga y de Pablo de Santa María, obispo de Cartagena.

Durante su minoría de edad se reanudó la guerra contra el reino nazarí de Granada (de 1410 a 1411) y hubo acercamientos a Inglaterra en 1410 y con Portugal en el año 1411.

Tras el Compromiso de Caspe (1412), el regente Fernando abandonó Castilla, pasando a ser el primer rey Trastámara de la Corona de Aragón con el nombre de Fernando I, dejando en su lugar a cuatro lugartenientes: el obispo Juan de Sigüenza, el obispo Pablo de Santa María de Cartagena, Enrique Manuel de Villena, conde de Montealegre de Campos, y Per Afán de Ribera el Viejo, adelantado mayor de Andalucía.​ Catalina de Lancaster moría el 1 de junio de 1418 y su desaparición fue aprovechada por los infantes de Aragón para conseguir, a través del arzobispo de Toledo Sancho de Rojas, que se concertara el matrimonio de uno de ellos, la infanta María, con el rey Juan II, ceremonia que se celebró en Medina del Campo el 20 de octubre de 1418, meses antes de que el 7 de marzo de 1419 fuera proclamada la mayoría de edad del rey por las Cortes de Castilla reunidas en Madrid. El enlace entre el rey y una infanta de Aragón, unido al fallecimiento de la regente la reina madre Catalina de Lancáster, afianzó el poderío en Castilla de los hijos de Fernando I que había muerto en 1416.

En esta época fue suscrito un Concordato con la Santa Sede, siendo papa Martín V, concordato que está considerado el primero suscrito en la Historia de España.

Reinado efectivo (1419-1454)

El 14 de julio de 1420, el infante de Aragón don Enrique perpetró el llamado golpe de Tordesillas por el que se apoderó de la persona del joven rey. Su objetivo era hacerse con el poder destituyendo de sus cargos a los nobles de la facción de su hermano el infante de Aragón don Juan y arrancarle al rey la autorización del matrimonio entre él y la hermana del monarca, la infanta Catalina de Castilla. En Ávila, hizo celebrar allí un domingo del mes de agosto de 1420 la proyectada boda entre su hermana María y el rey. También reunió a las Cortes de Castilla consiguiendo que convalidaran el golpe de Tordesillas.

Los planes de don Enrique se vinieron abajo cuando el rey ayudado por don Álvaro de Luna logró escapar de su cautiverio en Talavera el 29 de noviembre, refugiándose en el castillo de Montalbán. Don Enrique dirigió sus huestes hacia allí pero el 10 de diciembre levantó el cerco al no poder tomar al asalto el castillo y ante la amenaza de la llegada de las fuerzas comandadas por su hermano Juan quien desde Olmedo había cruzado la sierra de Guadarrama y establecido su campamento en Móstoles. Don Enrique se dirigió a Ocaña, una de las fortalezas de la Orden de Santiago, orden militar de la que era maestre, mientras su hermano don Juan se reunía con el rey poniéndose a su servicio contra cualquier tentativa de volver a limitar su libertad, «las faciendas e los cuerpos a todo peligro». Por su parte, el rey agradeció la ayuda prestada en su fuga por don Álvaro de Luna concediéndole el condado de Santisteban de Gormaz. Según Gregorio Marañón, el rey pudo haber tenido con don Álvaro una relación carnal.​

A pesar de que le había dado garantías personales, el 14 de junio de 1423 ordenó la detención del infante de Aragón don Enrique siendo conducido al castillo de Mora. Su esposa y el resto de sus seguidores, avisados de lo que había ocurrido, pudieron escapar a Aragón. Todos ellos fueron desposeídos de sus bienes y títulos. Los de don Enrique pasaron a su hermano el infante Juan, excepto el maestrazgo de la Orden de Santiago que fue otorgado por el rey de forma provisional a don Gonzalo de Mejía. El título de condestable de Castilla —que detentaba uno de los huidos a Aragón— se lo concedió el rey a don Álvaro de Luna, quien así afianzaba su posición dominante en la corte.

La detención de don Enrique provocó la intervención del rey de la Corona de Aragón Alfonso el Magnánimo, como hermano mayor de los infantes de Aragón. Este buscó aliados para la causa del infante entre la alta nobleza castellana y reclutó un ejército en Aragón que desplegó en la frontera con Castilla.​ También se puso en contacto con el infante don Juan, quien consiguió la autorización del rey Juan II para salir de Castilla y negociar un acuerdo con el rey aragonés. Las conversaciones culminaron con la firma del Tratado de Torre de Arciel el 3 de septiembre de 1425 que satisfizo todas las reclamaciones del rey Alfonso el Magnánimo, ya que no solo se acordó la puesta en libertad del infante don Enrique sino que recobró su cargo como maestre de la Orden de Santiago, además de los bienes patrimoniales y rentas que le fueron confiscados tras su detención.

Tras la firma del tratado de Torre de Arciel, una parte de la alta nobleza castellana se unió en torno a los infantes de Aragón para hacer frente a don Álvaro de Luna y a su política de reforzamiento de la monarquía castellano-leonesa. Reunidos en Valladolid le exigieron al rey que desterrara de la corte a don Álvaro de Luna. La presión hizo efecto y el 5 de septiembre de 1427 Juan II ordenaba el destierro de don Álvaro y de sus partidarios durante año y medio. Sin embargo, el destierro de don Álvaro solo duró cinco de meses y el 6 de febrero de 1428 ya estaba de vuelta en la corte ―fue recibido clamorosamente en Segovia― ante las divisiones que habían surgido en la facción que encabezaban los infantes de Aragón lo que les había impedido llevar la gobernación del reino castellano-leonés. Pocos meses después, el 21 de junio, Juan II ordenaba a los infantes de Aragón don Enrique y don Juan, rey consorte de Navarra, que abandonaran la corte y se mostraba reacio a concertar el pacto de alianza y paz perpetua entre las coronas de Castilla, de Aragón y de Navarra firmado en Tordesillas el 12 de abril. A continuación, convocó a las Cortes de Castilla en Illescas para que aprobaran un tributo de cuarenta millones de maravedís con los que reclutar un ejército que hiciera frente a los infantes de Aragón. Los reyes de Navarra y de Aragón interpretaron estas decisiones como el paso previo para revocar lo acordado en el Tratado de Torre de Arciel y en junio comenzaba la guerra castellano-aragonesa de 1429-1430.

En el trascurso de la guerra Juan II y su valido don Álvaro de Luna, contaron con el apoyo de toda la nobleza castellana, incluida la que había formado parte de la facción encabezada por los infantes de Aragón, lo que resultó decisivo en el desenlace de la misma. Los ejércitos castellanos lograron apoderarse de todas las posesiones que tenían los infantes de Aragón en Castilla, que fueron repartidas entre la alta nobleza castellana, empezando por el propio don Álvaro de Luna que obtuvo el cargo de administrador perpetuo de la Orden de Santiago, lo que le convirtió en el hombre más poderoso de Castilla. La corona únicamente se quedó el señorío de Medina del Campo, la localidad donde se había hecho efectivo el reparto el 17 de febrero de 1430.​

El acuerdo que puso fin a las hostilidades, denominado treguas de Majano y que fue firmado en julio de 1430, supuso una completa derrota para los reyes de Aragón y de Navarra, pues no les serían devueltas sus posesiones a los infantes de Aragón ni percibirían una renta equivalente en metálico por las mismas, sino que solo se llegó al compromiso de que al finalizar la tregua que duraría cinco años ―período de tiempo durante el cual los infantes de Aragón no podrían entrar en Castilla― unos jueces resolverían las reclamaciones de los infantes. Estos términos tan duros fueron aceptados por los reyes de Aragón y de Navarra debido a su inferioridad militar, lo contrario de lo que había ocurrido cuando se negoció el Tratado de Torre de Arciel.16​ La paz definitiva se alcanzó seis años después con la firma de la Concordia de Toledo el 22 de septiembre de 1436 por los representantes de la Corona de Castilla, de la Corona de Aragón y del reino de Navarra. Como garantía del «contrato de paz y concordia» de Toledo se acordó el matrimonio del príncipe de Asturias don Enrique con la hija mayor del rey de Navarra doña Blanca.​

En la guerra civil castellana de 1437-1445 tomó partido por la facción nobiliaria encabezada por su favorito el condestable de Castilla don Álvaro de Luna. Durante el transcurso de la misma fue obligado por la facción rival encabezada por el infante de Aragón y rey consorte de Navarra don Juan a desterrar de la corte a don Álvaro en dos ocasiones, la primera por seis meses (Acuerdo de Castronuño) y la segunda por seis años (Sentencia de Medina del Campo), y fue objeto de un secuestro instigado por don Juan conocido como el golpe de Rámaga. Esta facción, tras criticar duramente el gobierno de Álvaro de Luna a quien se llegó a acusar de homosexual, «lo que fue siempre más denostado en España que por alguna que hombre sepa», afirmó que había sido embrujado por el condestable: «el dicho condestable tiene ligadas e atadas todas vuestras potencias corporales e animales por mágicas e deavolicas encantaciones».​ Finalmente, la facción que él había apoyado y con la que había combatido ganó la guerra tras derrotar a la facción de los infantes de Aragón en la decisiva batalla de Olmedo de 1445. Sin embargo, como ha señalado el historiador Jaume Vicens Vives, la victoria en la guerra civil no sirvió para reforzar la monarquía castellana, aunque la «autoridad real recuperó gran parte de sus preeminencias en el país», sino que «sólo sirvió para una nueva distribución de prebendas y patrimonios», de la que los principales beneficiarios fueron el condestable don Álvaro y el príncipe de Asturias don Enrique.​

En 1445, falleció María de Aragón y Juan, en segundas nupcias, se casó con Isabel de Portugal. El matrimonio se celebró en Madrigal de las Altas Torres el 17 de agosto de 1447.

La reina infundió en Juan II un desapego creciente con el condestable Álvaro de Luna, quien fue arrestado, juzgado y ejecutado por degollamiento en la Plaza Mayor de Valladolid el 3 de junio de 1453. Muerto el condestable, fue sustituido en el gobierno por el obispo Barrientos.

Juan II de Castilla falleció un año después, el 22 de julio de 1454, en la ciudad de Valladolid, diciendo en el momento de su muerte: «Naciera yo hijo de un labrador e fuera fraile del Abrojo, que no rey de Castilla». Fue sucedido en el trono por su hijo Enrique IV de Castilla.

Sepultura

Fue sepultado en la iglesia de San Pablo (Valladolid) hasta que sus restos fueron trasladados de este lugar a la Cartuja de Miraflores junto a su segunda esposa, Isabel de Portugal y su hijo el infante Alfonso de Castilla, por orden de su hija Isabel la Católica. El sepulcro de Juan II e Isabel de Portugal, realizado en alabastro, es obra del escultor Gil de Siloé.

En el año 2006, con motivo de la restauración de la Cartuja de Miraflores, la Dirección General de Patrimonio y Bienes Culturales de la Junta de Castilla y León decidió realizar el estudio antropológico de los restos mortales de Juan II de Castilla y de su segunda esposa, quienes estaban enterrados en la cripta bajo el sepulcro real, así como el estudio de los restos depositados en el interior del sepulcro del infante Alfonso de Castilla, cuyo sepulcro está colocado en un lateral de la misma iglesia. El estudio antropológico fue realizado por Luis Caro Dobón y María Edén Fernández Suárez, investigadores del área de Antropología Física de la Universidad de León. El esqueleto del rey Juan II de Castilla estaba casi completo, a diferencia del de su esposa, la reina Isabel de Portugal, del que solamente quedaban varios huesos.

Semblanza y personalidad

Fué este ilustrísimo Rey de grande y hermoso cuerpo, blanco y colorado mesuradamente, de presencia muy real: tenía los cabellos de color de avellana mucho madura: la nariz un poco alta, los ojos entre verdes y azules, inclinaba un poco la cabeza, tenía piernas y pies y manos muy gentiles. Era hombre muy trayente, muy franco, é muy gracioso, muy devoto, muy esforzado, dábase mucho á leer libros de Filósofos é Poetas: era buen eclesiástico, asaz docto en la lengua latina, mucho honrador de las personas de sciencia: tenía muchas gracias naturales, era gran músico, tañía é cantaba é trovaba, é danzaba muy bien, dábase mucho á la caza,​ cavalgaba pocas veces en mula, salvo habiendo de caminar: traía siempre un gran bastón en la mano, el qual le parescía muy bien.
Fernán Pérez de Guzmán, Crónica del Señor Rey don Juan

El mismo Fernán Pérez de Guzmán valora así su personalidad y actitud para reinar:

De aquesta virtud /el buen entendimiento/ fue ansí privado e menguado este rey, que aviendo todas las gracias suso dichas, nunca una ora sola quiso entender nin trabajar en el regimiento aunque en su tiempo fueron en Castilla tantas revueltas e movimientos e daños e males e peligros quantas no ovo en tiempo de reyes pasados por espacio de doscientos años, de lo qual a su persona e fama e reino venía asaz peligro.

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