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La dinastía borbónica y la desaparición de Castilla: el misterio oculto de España

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La dinastía borbónica y la desintegración de Castilla: un proyecto para construir España y borrar su identidad

La historia de España está marcada por una serie de procesos políticos y sociales que han configurado la identidad del país tal y como la conocemos hoy. Uno de los más significativos fue la unificación de los reinos de Castilla y Aragón bajo la dinastía de los Borbones en el siglo XVIII. Sin embargo, esta unificación no fue un proceso neutral ni simplemente administrativo. Desde la llegada de los Borbones, se observa una clara intención de desintegrar la estructura e identidad política de Castilla, enterrando su legado e imponiendo una nueva narrativa nacional centrada en una visión homogénea de España que ha persistido hasta la actualidad.

El contexto: los Austrias, los Borbones y la Guerra de Sucesión

Para entender cómo y por qué los Borbones emprendieron este proceso de centralización, primero debemos retroceder al siglo XVII. Durante el reinado de los Austrias, los reinos de Castilla y Aragón mantenían sus propias leyes, fueros y estructuras de gobierno. Castilla era el reino predominante en términos de influencia económica y política, pero cada territorio conservaba su autonomía relativa. Con la llegada de Felipe V, primer monarca de la dinastía Borbónica, la Guerra de Sucesión (1701-1714) no solo se trató de una lucha por el trono, sino también de un conflicto que marcó la desaparición de la estructura política que sustentaba a Castilla como entidad autónoma.

Tras la victoria en la guerra, Felipe V implantó los Decretos de Nueva Planta (1707-1716), un conjunto de leyes que, en esencia, abolieron las instituciones propias de la Corona de Aragón, pero, al mismo tiempo, integraron sus estructuras bajo un modelo centralizado que se inspiró en la Corona de Castilla. Aunque esto podría interpretarse como un triunfo de Castilla, en realidad significó la dilución de su identidad en favor de una noción más abstracta y centralizada de España, en la que la cultura y la identidad castellanas quedaban subsumidas y diluidas en una nueva estructura política. La intención era clara: Felipe V, siguiendo el modelo absolutista francés, pretendía construir un Estado centralizado y uniforme que eliminara cualquier vestigio de autonomía regional, pero, en el proceso, desintegró también la estructura que había dado forma a la Castilla histórica.

De los comuneros a la dinastía borbónica: el intento de borrar a Castilla

La rebelión de los comuneros en 1520-1521 fue un levantamiento significativo que buscaba defender las libertades y las instituciones castellanas frente a la centralización y el poder creciente de Carlos I. Este levantamiento fue reprimido brutalmente, y la Corona comenzó entonces a erosionar sistemáticamente las bases de lo que constituía la identidad política y social de Castilla. Con los Borbones, esta tendencia se acentuó. Los Decretos de Nueva Planta no solo desmantelaron las Cortes y las instituciones aragonesas; también impusieron un sistema político que neutralizaba cualquier forma de resistencia castellana y la convertía en parte de un nuevo Estado absolutista.

A partir de entonces, Castilla dejó de ser un reino con entidad propia para convertirse en el núcleo administrativo del proyecto borbónico, una especie de “masa” homogénea que absorbía las diferencias regionales en favor de la centralización. Las instituciones castellanas que habían sobrevivido se transformaron en órganos al servicio del nuevo Estado español, dejando atrás cualquier atisbo de identidad independiente.

La Transición y la continuidad de un proyecto borbónico

Este proceso no se detuvo en los siglos XVIII y XIX. Durante la transición democrática en la década de 1970, la identidad castellana continuó siendo ignorada y subsumida en el proyecto nacional español. La Constitución de 1978 reconoció a diversas regiones y nacionalidades históricas, pero Castilla fue fragmentada en varias comunidades autónomas, como Castilla-La Mancha, Castilla y León, y Madrid. Este proceso fragmentó aún más la entidad histórica de Castilla y, al mismo tiempo, desdibujó su identidad y la convirtió en una serie de entidades políticas dispersas sin conexión histórica ni cultural clara.

La Transición, en teoría, debía ser un proceso de descentralización y reconocimiento de identidades históricas, pero en la práctica, Castilla quedó relegada.

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